8 de Noviembre

Sábado XXXI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 8 noviembre 2025

a) Rom 16, 3-9.16.22-27

         Como en cada final de sus cartas, Pablo saluda hoy a unas personas (en este caso, romanos) cuyos nombres va citando. Hay que leer esos nombres con respeto, aunque la mayoría nos sean desconocidos, pues posiblemente fueron colaboradores de Pablo y jugaron un papel importante en la transmisión de la fe, aunque de ellos que nos haya dejado más que su nombre en la historia.

         En 1º lugar, saluda Pablo "a Prisca y Aquila, mis cooperadores en Cristo Jesús", así como también "a la Iglesia que se reúne en su casa". Meditamos, para empezar, a un matrimonio cristiano (Aquila y Prisca), que reúne en su casa a otros cristianos para celebrar la eucaristía. Rogamos para que nuestras misas, poco a poco, encuentren de nuevo algo de esa simplicidad y de ese fervor de vida juntos en la fe en el mismo Cristo Jesús.

         En 2º lugar, saluda Pablo "a Epeneto, María, Andrónico, Junia, Ampliato, Urbano, Estaquio", y a los cristianos que permanecen con Pablo a la hora de firmar la carta: "Gayo, Erasto, Cuarto y Tercio, que ha escrito esta carta. Os saludan en el Señor".

         En las grandes ciudades de hoy, encontraremos de nuevo la situación de esos primeros cristianos, una ínfima minoría de creyentes, perdidos en medio de un mundo. ¿Sabremos también crear esos «vínculos» entre personas que nos permite reconocernos y amarnos? De esos primeros cristianos se decía "ved cómo se aman". Y en mi vida cotidiana, ¿qué hago yo en este mismo sentido para crear una fraternidad con otros, "en el Señor"?

         Como conclusión, Pablo da "gloria a Dios", pues la acción de gracias es el clima de su vida, y se pasa el tiempo dando "gloria a Dios, en Aquel que puede fortalecernos y consolarnos conforme al evangelio".

         Hemos destacado a menudo el tema de la fuerza del evangelio, y que la vida cristiana no es blandura ni pasividad, sino fuerza y dinamismo. Pues bien, dice Pablo, "éste es el misterio, que ha sido ahora revelado, que fue mantenido en el silencio desde siempre, pero que hoy se ha manifestado".

         La palabra misterio, en Pablo, tiene un sentido preciso, y evoca "el proyecto de Dios que se revela poco a poco a través de la historia". El "proyecto de Dios", el "designio de Dios", que estuvo escondido precedentemente, pero que ahora "se ha manifestado".

         Pero no se revelará plenamente hasta el mundo futuro. El designio de Dios es constituir una humanidad reconciliada con Dios y consigo misma. El final de la historia humana es una humanidad "que ama", unida a Dios y en que están unidos los unos a los otros. Por disposición del Dios eterno, ese misterio ha sido dado a conocer a todas las naciones, para conducirlas a la "obediencia de la fe".

         La fe permite al hombre comulgar con este proyecto de Dios, corresponder a él y participar de él. Y este proyecto es el fruto de la sabiduría de Dios, el Sabio por excelencia, el único sabio. Así termina la Carta a los Romanos de San Pablo, con un grito de admiración frente al misterio revelado: Cristo, clave de la historia y del destino de todo hombre.

Noel Quesson

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         Roma, como gran metrópoli, vivía en continua ósmosis de personas con todo el Imperio Romano. Y por esta misma ósmosis se debió de formar su Iglesia, desde que en ella intervino fugazmente el apóstol Pedro. Pablo conocía sin duda a algunos cristianos que se habían trasladado allí, e incluso algunos romanos (Prisca y Aquila) que, por los motivos que fuera, habían vivido en comunidades paulinas.

         Nos encontramos, pues, ante un mundo en gran movimiento y ante una fe no menos inquieta: preocupada por propagarse allí donde va un creyente y de vivir en contacto constante con los de cualquier otra ciudad. Por eso el tema central de estas largas despedidas es el trabajo de evangelización, acompañado de sufrimientos y persecuciones.

         La mujer desempeña una función fundamental en esta tarea, y por eso la despedida de Pablo dedica 2 largos versículos a Febe, diaconisa de Cencreas. En las listas que siguen, las colaboradoras son casi tan numerosas como los colaboradores.

         En las recomendaciones finales hay una interesante transformación de una palabra de Jesús. Pablo exhorta a los cristianos a "ser listos para lo bueno y simples para lo malo", empleando los mismos adjetivos con que el evangelio ("ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas") pero invirtiendo la referencia. Así, pues, lo que viene a decir Pablo es: sed prudentes en vuestra sencillez, y sencillos en vuestra prudencia.

         Los últimos versículos contienen un eco de las primeras palabras de la carta; pero el estilo no es plenamente paulino. Es posible que la carta terminara con los "saludos de Erastro, tesorero de la ciudad, y de nuestro hermano Cuarto" y que los copistas prefirieran terminar con un final más solemne.

Jordi Sánchez

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         Terminamos hoy la lectura de la Carta a los Romanos, que nos ha acompañado durante un mes. Y lo hacemos admirando la delicadeza de Pablo, que saluda a personas muy concretas y transmite saludos también de parte de personas muy concretas.

         Recuerda agradecido a diversos colaboradores, la mayoría laicos, que le han ayudado en su misión. Para todos tiene una palabra de alabanza y aprecio. Él no ha estado todavía en Roma, pero se ve que muchos de sus conocidos de otras regiones han ido a parar allá.

         Juntamente con él, saludan a los romanos varias personas que le ayudan en ese momento. Pablo ha querido que conste también el nombre del amanuense que escribe la carta a su dictado: Tercio. La carta termina con una alabanza a Dios, por medio de Jesucristo. Pablo trabajaba en equipo. Y a pesar de ser un líder con tantas cualidades, se apoya en personas que apenas conocemos nosotros.

         Es interesante que aparezcan aquí nombres como Andrónico, Junia, Ampliato, Urbano, Estaquis, Gayo, Cuarto... ¿Quiénes son? ¿En qué colaboraron con Pablo? También ahora, ¡cuántos laicos y laicas anónimos, que no salen en las revistas de la Iglesia, están aportando una contribución valiosísima en la catequesis, en la pastoral de los niños o de los enfermos, en las misiones, en el sostenimiento también económico de las obras de la Iglesia! Parece que nadie se acuerda de agradecérselo. Pero seguro que están en la lista de Dios.

         Pablo saluda a todos, y nombra y agradece a cada uno lo que ha hecho. Es como Jesús, que llama por su nombre a Marta y a María, y a la Magdalena, y a Tomás y a Pedro y a Felipe. ¿Sabemos saludar y agradecer nosotros? ¿Sabemos los nombres de las personas que colaboran en el equipo de liturgia, o en el consejo pastoral, o en los grupos de catequesis o de atención a los enfermos? ¿O nuestra comunidad es una sociedad anónima?

         Saludar es salir un poco de sí mismos. Saludar agradecidos es reconocer que no somos protagonistas exclusivos: que sin la ayuda de otros, no hubiéramos hecho casi nada. Saludar es ser humilde y poner buena cara a todos, a los adictos y a los alejados.

         Además de agradecer a Dios y de bendecir su nombre, también debemos agradecer a las personas y tener un detalle con ellas (cumpleaños, navidades, motivos de alegría o de luto familiares). Que el gesto de paz antes de comulgar, con los que están más cercanos a nosotros, sea verdadero, no ficticio, aprendiendo cada día a descubrir los valores que tienen las personas que viven con nosotros.

José Aldazábal

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         Concluye hoy la carta de San Pablo a los romanos. Los saludos finales, palabras de despedida, nos recuerdan varias cosas: todos somos socios en la obra de Dios; a veces, hemos de saber exponernos incluso a serias dificultades por el misionero, apóstol, animador de la fe; para ello, contemos con el auxilio de Dios que nunca nos faltará.

         La carta de Pablo a los romanos es uno de los documentos básicos que nos han quedado de su predicación y magisterio. En el cumplimiento de su misión, como apóstol enviado por Dios a los gentiles para anunciarles la Buena Nueva de Cristo, ha encontrado amigos, colaboradores, y también adversarios, muchos adversarios.

         Justo es que, al firmar su carta, recuerde a los colaboradores y silencie a quienes pretendieron ahogar su voz. Eso es honradez. En la medida de nuestras fuerzas, hagamos nosotros lo mismo que él hace hoy en el texto elegido por la liturgia; y hagámoslo todo para gloria de Dios.

         Hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte para glorificar el nombre de Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Entre nosotros no puede haber división, pues si la hubiese, estaríamos siendo un anti-testimonio del evangelio de Cristo que proclamamos. Aquel distintivo del amor de la primitiva Iglesia, que hacía exclamar admirados a los paganos ("mirad cómo se aman"), no puede desaparecer o diluirse entre nosotros.

         Darse un saludo de paz y desear que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con nosotros, no puede ser sólo un deseo distraído hacia los demás, sino que debe hacerse realidad continuamente entre nosotros. Sólo así manifestaremos que ante Dios no tenemos pecado, porque por Cristo hemos pasado de la muerte a la vida, y nos amamos como el Señor nos ha amado a nosotros.

Dominicos de Madrid

b) Lc 16, 9-15

         El texto de hoy comienza con un Yo enfático de Jesús, con el que quiere mostrar su oposición a la opinión del hombre rico, llamado señor 4 veces en el pasaje de ayer (Lc 16, 1-8). En el v. 8 opina el hombre rico, y en el v. 9 es Jesús quien opina. Hay aquí un contraste de opiniones.

         En el pasaje de ayer, el administrador corrupto perdonó intereses y comisiones a los deudores, para que éstos lo recibieran "en sus casas". En el pasaje de hoy, Jesús pide a sus discípulos que se hagan de amigos con el dinero injusto, para que "los reciban en las moradas eternas". ¿Cómo entender la frase de Jesús de hacerse de amigos con el dinero injusto?

         En el texto aparece 3 veces el término dinero, y en las 3 ocasiones traduce el griego mamón. Mamón es un dios (el dios dinero, el dinero fetiche), que como dios absoluto domina al hombre y a la sociedad. Por eso Jesús plantea la oposición tan radical: "No podéis servir a Dios y al dinero". Para Jesús todo dinero es mamón, injusto y criminal. Una vez claro este principio general, podemos entender la propuesta de Jesús de hacerse de amigos con el dinero injusto (v.9).

         Empecemos con los vv. 10-12: fiel en lo mínimo (fiel en lo mucho; injusto en lo mínimo), e injusto en lo mucho. Esto podría significar que en los negocios con el dinero de la iniquidad el que es fiel o injusto en cosas pequeñas, lo será fiel o injusto en cosas grandes.

         El v. 11 es más sutil: al que no es fiel en el dinero injusto, no se le confiará lo verdadero; al que no es fiel con lo ajeno, no se le confiará lo propio. Se opone dinero injusto a lo verdadero; lo ajeno a lo propio. El dinero es siempre injusto y siempre es ajeno al discípulo. Es como el ídolo Mamón y toda idolatría inicua, ajena al creyente. Lo verdadero, lo nuestro, es el reino de Dios.

         Ahora bien, el que no es fiel ni siquiera con el dinero injusto y ajeno, no será de fiar en los asuntos verdaderos y propios del reino de Dios. Si tienen la misma actitud del administrador corrupto que hizo amigos con el dinero injusto, sepan que ese dinero injusto es Mamón, idolátrico y no divino, lejano y ajeno, y que con la amistad hecha con este dinero (inicuo y ajeno) no entramos en las 'moradas eternas'.

         Los fariseos, que eran amigos del dinero, se burlan de Jesús. La radicalidad de Jesús (Dios o Mamón) no cuenta con la simpatía de las autoridades religiosas. Pero Dios conoce sus corazones, y mantiene ante la burla su planteamiento radical: "Lo estimable para los seres humanos (el amor al dinero) es abominable ante Dios".

Juan Mateos

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         Escuchamos hoy la conclusión que saca el propio Jesús, después de decir que el amo de la parábola alabase la conducta de su administrador (v.8): "Ahora os digo yo: Haceos amigos con el injusto dinero", designado con el término arameo mamon (personificación de la riqueza), "para que, cuando se acabe, os reciban en las moradas definitivas" (v.9).

         Ahora sí que la sorpresa es mayúscula. Por un lado, no exige una renuncia absoluta al uso del injusto dinero ("vended vuestros bienes y dadlo en limosna"; Lc 12,22), a pesar de la solemne declaración de intenciones inicial (Lc 5, 11). Por otro lado, presupone que los discípulos deben hacer uso de él, si bien no como el mal administrador para ganarse amigos que "lo reciban en su casa" cuando le quiten la administración, sino para ganarse amigos que los «reciban en las moradas definitivas».

         El cristiano debe servirse del injusto dinero compartiéndolo con quien no tiene. Debe hacer una mala inversión, cuyos intereses se paguen en especie (como quien dice), en agradecimiento y en realización personal.

         "Si no habéis sido de fiar con el injusto dinero, ¿quién os va a confiar lo que vale de veras?" (v.11). El injusto Dinero, como personificación de la escala de valores de la sociedad civil (sea la que sea), sirve de piedra de toque para ensayar la disponibilidad de todo cristiano en poner al servicio de los demás lo que de hecho no es suyo, sino que se lo ha apropiado en detrimento de los desposeídos y marginados: "Si no habéis sido de fiar en lo ajeno, ¿quién os va a entregar lo que es vuestro?" (v.12).

         Hay otra escala de valores: "lo que vale de veras", "lo que es vuestro", que sólo se nos puede confiar a medida que renunciamos a los valores del mundo. El cristiano debe entrenarse en ello para poder administrar correctamente el don del Espíritu. Y el campo de entrenamiento es el mundo, la sociedad, donde malviven los oprimidos y desposeídos, los desheredados.

         "Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (v.13). No hay otra alternativa. Dios, el Dios creador (y la creación querida por él), personifica todos los valores del reino (vida, alegría, paz y servicio); Mamon, el dios creado (y la riqueza fabricada por él), personifica todos los intereses creados por la sociedad idolátrica (preñados de muerte, guerras, tristeza y egoísmo).

         Toda componenda desemboca tarde o temprano en idolatría: "Oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él" (v.14). Los fariseos se han parapetado detrás de un sistema religioso, para poder continuar al servicio del dios dinero. Desde su situación de privilegio se burlan de Jesús, tildándolo de utópico y soñador. Son la quintaesencia de la religión: los perfectos y los observantes.

         Pero Jesús los desenmascara: "Vosotros sois los que presumís de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro y ese encumbrarse ante los hombres le repugna a Dios" (v.15).

Josep Rius

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         En la parábola de ayer habíamos dicho que Jesús no justifica las acciones fraudulentas. Y lo que hace hoy Jesús es recordar a los cristianos que usen el discernimiento y la prudencia en el servicio de Dios. Si se tiene a la vista el fin correcto, la sagacidad puede ser provechosa para el reino de Dios.

         Los dichos que siguen a la parábola continúan la enseñanza iniciada. Jesús aplica la parábola a los discípulos. Les llama la atención diciéndoles que no pongan la atención en lo que no es fundamental, es decir, en el dinero; que éste no representa un valor del hombre y que no es parte de él. Lo que "vale de veras" es la calidad humana, llevada a plenitud por el Espíritu (don del Padre), y para recibirlo se requiere el desprendimiento. El Espíritu Santo lleva al don de sí mismo, y quien no está acostumbrado a dar no podrá responder a él.

         En este texto está presente el problema de los ídolos, los falsos dioses que el hombre se construye para su utilidad y provecho. No se trata de monigotes de barro o madera, ni se trata del sol, la luna o las estrellas. Esas cosas son los ídolos de antes.

         Los ídolos del hombre moderno son otros, son más sutiles y sofisticados, y por supuesto más atractivos y eficaces. Son el dinero, el poder, el prestigio, el bienestar y el confort, el consumo, la política y la ideología. He aquí los verdaderos ídolos del hombre moderno, ídolos de muerte y devastación cuando esas cosas se convierten en absolutos, y a ellos se sacrifica la honradez, la justicia, el amor y la paz.

         No olvidemos que el fin del cristiano es el reino de Dios. Si los deshonestos emplean su riqueza mal adquirida para conseguir amigos e influencias, los cristianos deberíamos esforzarnos por destinar nuestros recursos en procurar el bien. Nuestro deber es administrar debidamente el dinero, sin dividir la fidelidad entre 2 amos. Hay que optar entre los 2 señores, entre los 2 valores, entre Dios y el dinero, entre la entrega y el egoísmo.

         En resumen, la condición indispensable para hacer parte de la comunidad cristiana es la renuncia al dinero y a toda atadura humana. Porque la comunidad de Jesús se construye sobre la base del compartir. Sólo a partir de esta base se puede construir la comunidad cristiana. En ella el proyecto de compartir tiene que sustituir al proyecto humano de poseer. Por consiguiente, Jesús quiere una sociedad nueva y distinta, asentada sobre otras bases.

Fernando Camacho

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         Escuchamos hoy de los labios de Jesús un comentario sobre la parábola de ayer del intendente astuto, en la que, a través de fórmulas claras (unas) o enigmáticas (otras), Jesús expone su punto de vista sobre el dinero.

         En otros pasajes del evangelio, Jesús nos había puesto en guardia contra la riqueza, como si fuera un obstáculo absoluto para la vida cristiana: "Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo. Porque es más fácil a un camello pasar por el agujero de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos" (Lc 6,20-24; 18,25). Pero hoy no sólo nos recuerda eso, sino que añade 4 indicaciones muy positivas sobre el uso del dinero:

         1º Para Jesús el dinero no es algo importante: "Quien es de fiar en lo de nada, también es de fiar en lo importante". Lo importante, para Jesús, es la "vida eterna", consistente en los bienes divinos y las cosas espirituales. Por el contrario el dinero es "poca cosa", y algo prescindible.

         Partiendo de esa constatación, Jesús nos aconseja aquí ser un buen gerente, un buen administrador de ese algo sin importancia (que es lo temporal), a fin de ser también dignos de administrar asuntos de mayor importancia (de orden espiritual). Lejos de ser un consejo de tapujos y despilfarro, esta 1ª indicación de Jesús nos invita a administrar bien los bienes de la tierra.

         2º Para Jesús, el dinero es un bien extraño y externo: "Si no habéis sido de fiar con el dinero injusto ¿quién os va a confiar lo que vale de veras? Y si no habéis sido de fiar en los bienes ajenos, lo vuestro, ¿quién os lo dará?".

         Se trata de la 2ª nota de Jesús: el dinero no es el "verdadero bien" (lo que vale de veras) del hombre, ni lo que hace que un hombre sea un hombre. La riqueza material no hace que un hombre sea bueno, ni inteligente, ni dichoso, ni humanamente grande. El verdadero valor está en otra parte.

         Lo que cuenta, pues, no es el tener, sino el ser. Se puede tener mucho y ser un infeliz, malo y desgraciado. Pero tampoco Jesús deduce una condenación radical de esa constatación. Por el contrario, nos dice que administrar ese bien extraño al hombre puede ser un buen aprendizaje, para llegar a ser capaz de "administrar nuestro verdadero bien".

         3º Para Jesús, el dinero es a menudo injusto e inicuo": "Ganaos amigos con el dinero injusto". El que es injusto en un asunto pequeño, es injusto también en uno mayor. Y si no sois de fiar con el dinero injusto...

         Jesús coincide aquí con el buen sentido popular: el dinero, que es tan difícil de ganar y tan útil, y que debería ser el fruto del trabajo... a menudo se convierte (desgraciadamente) en el principio de la opresión y de la avaricia. La injusticia es, aquí, especialmente grave, porque frustra a los otros de aquello a lo que tendrían derecho.

         4º Para Jesús el dinero puede servir y llegar a ser un símbolo del amor: "Ganaos amigos con el dinero injusto". En el fondo, éste era el sentido profundo de la Parábola del Intendente Astuto. Con un humor sorprendente, la parábola acumulaba las 4 apreciaciones desarrolladas aquí: un "no importante", un "bien ajeno" y un "bien mal adquirido", con el cual "se puede servir". Al límite, Jesús parece decir aquello de: Tanto mejor si vuestro cofre se llena, con tal que se vacíe a medida que se llena.

Noel Quesson

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         Nos invita hoy Jesús a no dejarnos esclavizar por lo pasajero, porque el dinero puede embotar nuestra mente y hacernos creer que nuestra seguridad está en la posesión del mismo. Es cierto que hemos de trabajar constantemente para tener lo necesario para vivir, y no estar en una continua dependencia de los demás. Pero esto no puede llevarnos a centrar toda nuestra vida en lo pasajero.

         Lo mejor es que con lo que hemos adquirido, tal vez incluso en algún momento de un modo injusto, socorramos a los que nada tienen. Ese es nuestro tesoro, el que acumulamos ante Dios. Ante él se ha de desarrollar nuestra vida como un servicio a nuestro prójimo, más que como un querer brillar nosotros por medio de nuestras buenas obras. En este aspecto, el Señor nos indica que "nuestra mano izquierda no ha de saber lo que haga la derecha", para que nuestra recompensa no sea el aplauso humano sino Dios mismo, del cual gozaremos eternamente.

         Dios es nuestra recompensa, y en él recibimos más de lo que merecemos o deseamos. Él nos reúne en este día para entregársenos en alimento de vida eterna. Ojalá seamos amantes de las riquezas verdaderas, de tal forma que en verdad hagamos nuestra la vida de Dios, y la busquemos con empeño.

         Dios nos ganó despojándose de su misma vida, de tal forma que nos enriqueció con su pobreza. Por eso hemos de aprovechar este tiempo de gracia para entrar en comunión de vida con el Señor, de tal manera que él pueda transformar nuestra vida de pecadora en justa, y presentarnos ante su Padre Dios con la misma dignidad que se presenta él (como a Hijo Unigénito del Padre).

         Los que creemos en Cristo hemos de ser los primeros responsables de una justa administración de lo pasajero, de tal forma que no por culpa nuestra se vaya a generar más pobreza o hambre en el mundo. No podemos vivir como acaparadores de lo pasajero, sino que nos hemos de preocupar de que todos disfruten de los mismos beneficios y derechos, de tal forma que todos alcancen a vivir con dignidad.

         Sólo somos administradores, y no dueños de lo pasajero, y al final sólo nos acompañarán nuestras buenas obras, algunas de las cuales podremos hacer socorriendo a los necesitados, y luchando por la justicia social para bien de los trabajadores. Así alcanzamos a entender que la persona santa no es sólo aquella que se encierra en intimidad con Dios, sino aquella que, desde Cristo, sabe ponerse al servicio de su prójimo, procurando su bien en todos los aspectos.

Bruno Maggioni

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         La página de hoy es una continuación de la parábola de ayer (la del administrador injusto), y en ella Jesús nos enseña cómo actuar con el dinero.

         Jesús no le tiene simpatía al dinero, le resta importancia y lo califica de algo injusto, menudo y vil. Y no quiere que nos dejemos esclavizar por él: "Nadie puede servir a Dios y al dinero". Un discurso que, por lo que se ve, no gustó nada a sus oyentes, sobre todo a los fariseos (que eran "amantes del dinero, y se burlaban de Jesús").

         El dinero y todos los demás bienes de este mundo son buenos, y para casi todo (la familia, la Iglesia, la sociedad) necesitamos apoyos materiales. Pero su bondad depende del uso que hagamos de él, porque ese beneficio nos pueden ayudar, o nos puede estorbar.

         Jesús nos dice que debemos "ganarnos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, nos reciban en las moradas eternas". En el caso del administrador, entendemos bien la alusión, por las trampas que hizo en las cuentas a favor de los clientes. Pero no se nos explica aquí en qué puede consistir para los cristianos este "ganarse amigos" con el dinero.

         Según el tono de todo el evangelio de Lucas, el buen uso del dinero consiste en saberlo compartirlo con los demás. Lo contrario de lo que hicieron el terrateniente (que soñaba con ampliar sus graneros) o el rico Epulón (que ignoraba al pobre que tenía a la puerta de su casa).

         El dinero nunca puede ser convertido en un fin, sino que es un medio y, como tal, relativo y no absoluto. No podemos participar en la desenfrenada carrera que existe en este mundo por poseer cada vez más dinero. La ambición, la codicia y la avaricia no deben darse en un cristiano, y menos en la comunidad eclesial. No podemos "servir al dinero", porque entonces descuidaremos las cosas de Dios. No podemos servir a 2 señores al mismo tiempo.

         De Jesús se burlaron los fariseos, al no entender ese desapego del dinero que él predicaba. También se podrán burlar de nosotros si renunciamos, por conciencia ética y cristiana, a hacer los negocios sucios y las trampas que otros hacen (al parecer, impunemente).

         Recordemos el aviso que Jesús repite sobre el peligro de las riquezas: nos bloquean para las cosas del espíritu, de modo que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios". Los que aceptan el Reino son los que no están llenos de sí mismos ni de ambiciones humanas. Esto puede pasar a los ricos, como al joven que no acogió la invitación de Jesús y se marchó triste, "porque era muy rico", y también a los demás, porque uno puede estar lleno de sí mismo, cosa que también estorba para el Reino.

José Aldazábal

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         Nos habla hoy Jesús, de nuevo con autoridad, y usando el "Yo os digo" (de fuerza peculiar, y doctrina nueva). Y lo que viene a decirnos es que "Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tm 2, 4). Dios nos quiere santos, y nos señala hoy unos puntos necesarios para alcanzar la santidad y estar en posesión de lo verdadero: la fidelidad en lo pequeño, la autenticidad en la vida, y el no perder de vista que Dios conoce nuestros corazones.

         La fidelidad en lo pequeño está a nuestro alcance. Nuestras jornadas suelen estar configuradas por eso que llamamos normalidad: el mismo trabajo, las mismas personas, unas prácticas de piedad, la misma familia... Unas realidades ordinarias en las que debemos realizarnos como personas, y crecer en santidad.

         "El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho" (v.10). Es preciso realizar bien todas las cosas, con una intención recta y con el deseo de agradar a Dios, nuestro Padre. Porque hacer las cosas por amor tiene un gran valor, y nos prepara para recibir lo verdadero. Es lo que expresaba, bellamente, San José Mª Escrivá:

"¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? Un ladrillo, y otro. Miles, pero uno a uno. Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. Y trozos de hierro. Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas. ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente? A fuerza de cosas pequeñas".

         Examinar bien nuestra conciencia cada noche nos ayudará a vivir con rectitud de intención, y a no perder nunca de vista que Dios lo ve todo, hasta los pensamientos más ocultos. Y que lo importante es agradar en todo a Dios, nuestro Padre, a quien debemos servir por amor, teniendo en cuenta que "ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro" (v.13).

Joaquim Fortuny

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         Nos lanza hoy Jesús un reto a todos los cristianos: "Haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, os reciban en las moradas eternas".

         Jesús, mientras yo estoy en esta tierra he de hacer méritos para que en la otra vida me abras las puertas del Cielo. De ahí la comparación con el administrador infiel que, antes de ser echado de su anterior trabajo, busca hacerse amigos con la fortuna de su anterior amo, para asegurarse el futuro. Igualmente, he de utilizar las riquezas de este mundo de tal modo que, al final de mi vida, me recibas en las moradas eternas.

         Todo lo que tengo, Jesús, te lo debo a ti: familia, inteligencia, riquezas. Tú me has dado más o menos talentos para que los haga rendir. Si vivo con la certeza de que todo lo que tengo es prestado y procuro utilizar mis talentos para darte gloria, entonces Tú podrás premiarme con lo que realmente es propio de un hijo de Dios: la vida eterna. Pero si no soy fiel con lo que se me ha prestado, me quedaré sin lo que me es propio, pues "si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro?".

         Jesús, tú me recuerdas que no puedo servir a Dios y al dinero. El corazón acaba escogiendo: o amo a Dios sobre todas las cosas, o acabaré amando a todas las cosas sobre Dios. Esto no significa que si escojo a Dios ya no puedo disfrutar de los bienes de la tierra. De hecho, es al contrario: el que sirve a Dios, usa las cosas como medios, no como fines; y ese desprendimiento hace que saboree las cosas con libertad. En cambio, el que sirve al dinero y pone su corazón en las cosas materiales, pierde constantemente la paz y la alegría, porque nunca tiene bastante. Como decía San Juan Crisóstomo:

"La abundancia de riquezas no sólo no sacia la ambición del rico, sino que la aumenta, como sucede con el fuego que se fomenta más cuando encuentra mayores elementos que devorar. Por otra parte, los males que parecen propios de la pobreza son comunes a las riquezas, mientras que los de las riquezas son propios exclusivamente de ellas" (Catena Aurea, VI, 315).

         Jesús, tú hoy me enseñas el secreto para ser santo, con una santidad grande: cumplir el pequeño deber de cada momento. No me puedo engañar pensando en hazañas heroicas, y a la vez descuidar ese detalle de orden o de servicio que está al alcance de la mano. Porque quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.

         ¿Cómo cuido la presencia de Dios en mi trabajo? ¿Y la puntualidad? ¿Acabo bien los detalles o me contento con chapuzas? ¿Soy constante en la oración? ¿Hago todos los días el examen de conciencia concretando un pequeño propósito para el día siguiente? ¿Estoy pendiente de las necesidades de mi familia? En estos deberes diarios se encuentra la santidad verdadera, porque el amor sabe detectar los detalles.

Pablo Cardona

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         Pienso que la traducción que se ha hecho al pasaje evangélico de hoy acierta a la hora de traducir "el dinero, tan lleno de injusticias". Literalmente, el texto griego dice "dinero de injusticia".

         ¿Y por qué asocia Cristo el dinero con la injusticia? ¿No se supone que el dinero es el instrumento para un intercambio justo entre productos o servicios de similar valor? Pues esa es la gran paradoja: designado como puente entre los intereses de los seres humanos, no puede cambiarlos ni saciarlos, sino sólo enfrentarlos de tal manera que gana el que más tiene, y pierde el que más necesita. De este modo, el dinero termina siendo un instrumento al servicio de la injusticia.

         El comentario sobre "hacerse amigos", indudablemente tiene su pizca de sal, y no es sencillo saber a qué se refiere aquí el Señor. ¿A la gratitud que experimentan los necesitados cuando reciben nuestras ayudas? ¿A Dios Padre y su Hijo, que nos recibirán en las moradas celestiales? ¿A los ángeles que testifican de nuestras obras y estarán con nosotros en la gloria?

         Estas y otras interpretaciones han sido propuestas. Pero lo que parece claro es que Jesús invita con esas palabras a no hacer del dinero un absoluto, ni una fuente de satisfacción solitaria. Pues todo eso es, en el fondo, estéril. O es posible que el texto nos esté invitando más bien a evaluar qué clase de amigos nos está trayendo el dinero: ¿son de aquellos que, cuando falte el dinero, estarán a nuestro lado y nos recibirán en el cielo?

         En todo caso, Cristo propone 2 cosas: 1º "hazte amigos con el dinero", y 2º "no puedes servir a Dios y al dinero." Creo que lo más sabio es tomar estas 2 moniciones juntas. Según esto, de lo que se trata en el fondo es de revertir la situación de injusticia que brota del uso y abuso del dinero.

Nelson Medina

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         Jesucristo "conoce nuestros corazones", y por eso hoy nos advierte de 3 peligros muy sutiles que pueden aparecer en la vida espiritual diaria, bajo la máxima de que "el que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho". 

         La ley del amor, que es la que Cristo ha venido a traer al mundo, es la del amor sin medida. En el amor no hay mucho ni poco, o se ama o no se ama. Puede ser que las consecuencias de un acto hecho sin amor sean pequeñas o grandes pero cuando se ha faltado al amor se ha dejado de amar en ese acto concreto.

         Si no sabemos usar correctamente las riquezas injustas y ajenas (es decir, todo lo externo a nosotros, y por lo tanto ajeno), mucho menos seremos capaces de manejar con corrección las riquezas verdaderas y propias (que son las cosas espirituales, o cosas propias del hombre).

         Del mismo modo, quien no ama a los hombres a quienes ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve. Y si no somos ordenados y justos con las cosas materiales (que vemos), menos lo seremos en las cosas espirituales (que no se ven).

         "No podemos servir a Dios y al dinero", porque el dinero representa el humano interés, y aunque nuestro corazón desee hacer el bien, ¿ realmente lo hacemos? Y si lo hacemos, ¿lo hacemos para Dios o para nosotros mismos? Cuando nos ocurre una desgracia fácilmente nos preguntamos ¿por qué a mí? ¿No será que durante los momentos de tranquilidad hemos sido buenos por inercia, pero no por amor a Dios? ¿No será que cuando nos contradice, ya no somos generosos?

Juan Gralla

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         Ya suena a tópico hablar de la necesaria relación entre vivencia de la fe y economía, de que la adhesión a Jesús se traduce (entre otras cosas) en opción por los pobres. Pero no por manida se trata de una materia falsa. A un amigo mío le gusta decir que "no hay conversión verdadera que no toque el bolsillo". Creo es una buena versión de lo de Jesús: no se puede servir a Dios y al dinero.

         Los bienes de la tierra son buenos (a forma de juego tautológico de palabras: bienes-buenos) porque Dios creó el mundo para disfrute del hombre, pero ¡a cuántas deformaciones está expuesta la posesión del mundo!

         En otra ocasión, Jesús había contado la Parábola del Rico Epulón, sin entrañas ante su hermano sufriente, y en ella decía que el dinero le había embotado la sensibilidad. En el evangelio de hoy al dinero se le llama sencillamente injusto, y a los fariseos "amigos del dinero". La experiencia económica de la comunidad lucana debió de ser muy negativa.

         En la Iglesia tenemos la vieja costumbre de pasar el cesto, de "hacer la colecta", desde los tiempos apostólicos (1Cor 16, 1) y como forma de ocuparnos de los pobres. Naturalmente, todo ello requiere una buena administración (honrada y transparente), y que en la propia Iglesia no se cree una especie de egoísmo colectivo. Es por ello preciso abrir los ojos al mundo, evitando toda mirada chata.

         Los sistemas económicos vigentes están llevando a una distancia cada vez mayor entre países y países. Y por eso ahí están Cáritas y Manos Unidas, que sabrán cómo aliviar a otros con nuestra aportación. Pero la pregunta que debe quedar resonando es: ¿En cuántas de nuestras casas hemos reducido los gastos para poder aportar más? ¿Cuántos de los presentes hemos revisado el ahorro, para mayor cooperación, en nuestra empresa?

         Quienes tenemos lo necesario, no olvidemos la lección de San Pablo: el cristiano es libre frente a todo, "en el tener y en el carecer", porque hay Otro "en quien todo lo puede". Por eso las eventualidades y carencias a él no le hundían, ni le hacen dudar de que Dios le amaba.

Severiano Blanco

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         Muchas veces la publicidad y las políticas económicas neoliberales han generado en muchas mentes débiles necesidades compulsivas de consumo de cosas inútiles o superfluas. Y el dinero, y el uso mal encauzado del mismo, ha hecho creer a muchos que la felicidad está en lo pasajero. Se trabaja y se vive no para ser persona, sino para poseer cosas.

         Ciertamente, necesitamos la economía y el uso de los bienes materiales. Pero estos no pueden elevarse a la dignidad que sólo le corresponde a Dios. Los bienes materiales, más que motivo de avidez desmesurada, más que acumulación desmedida, compulsiva y egoísta, debe ayudarnos a lograr la salvación porque, sin esclavizarnos a ellos, nos preocupemos de socorrer con ellos a los necesitados, a imagen de Cristo que, sin retener para sí su dignidad de Hijo de Dios, nos tomó en serio, y no sólo nos contempló desde su trono de gloria, sino que se hizo uno de nosotros para enriquecernos con su pobreza. Ese es el mismo camino de fe y de amor, que hemos de seguir quienes creemos en él.

         Quienes participamos de la eucaristía estamos llamado a vivir en la libertad de los hijos de Dios. Libres del pecado, libres de la esclavitud a lo pasajero. Esa libertad nos ayudará a darle su justa dimensión al trabajo y a los bienes materiales; nos hará abrir los ojos ante el hermano que sufre; nos hará socorrer a quienes nada tienen. El camino que nos lleva a la glorificación junto con Cristo en la gloria del Padre no es otro sino el de remediar las necesidades de nuestro prójimo, pues el amor a Cristo se concretiza en el amor al prójimo: lo que hagamos por él se lo haremos al mismo Cristo. Lo que dejemos de hacerle se lo dejamos de hacer al mismo Cristo.

José A. Martínez

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         Continúa hoy Jesús aconsejando sobre cómo sacar partido de las cuestiones mundanas. Esta vez, con un mensaje más nítido que el de ayer: "No podéis servir a Dios y al dinero".

         No podemos auto-engañarnos, ni tranquilizar nuestra conciencia, manejando el dinero como un medio para otros (es decir, manejando el dinero de otros) y permitiendo que se nos pegue en las manos. ¿Podemos llegar a creer los cristianos que el dinero que llamamos nuestro, realmente no es nuestro? ¿De quién estamos más cerca, de los fariseos (amigos del dinero) o de Jesús?

         Pero esto no se trata de intranquilizarnos por momentos, para volver a quedarnos como estábamos antes. Al menos, hagamos el propósito de crecer en desprendimiento. Es un ejercicio espiritual que necesita corroborarse con algunos o bastantes ejercicios materiales, según el caso. Pongamos al día nuestras tareas cristianas.

Luis de las Heras

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         El texto evangélico de hoy da continuidad a parábola iniciada ayer, y nos habla de la fidelidad que ha de presidir nuestras relaciones con los hombres y con Dios, siendo administradores diligentes de todos los dones que han llegado a nuestras manos, a nuestro corazón y a nuestra mente.

         Todos y cada uno tenemos algo de administrador infiel, si nos aprovechamos de los bienes ajenos con descaro y engaño, si urdimos trampas para salvar los bienes que hemos acumulado, o cuando la denuncia a la justicia nos deja al desamparo, o de otras mil formas de faltar a la verdad, justicia y solidaridad. 

         No olvidemos una vez más la ironía de Jesús en la parábola: "Ganaos amigos con dinero injusto, para que os reciban en las moradas eternas". Se trata del fuego purificador.

Dominicos de Madrid

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         De nuestra actitud frente a los bienes materiales, y del uso que hacemos de ellos, depende la autenticidad de nuestro seguimiento de Jesús, pues parte de la vida cristiana se rige por los parámetros propuestos hoy por Jesús. Y como conclusión podríamos sacar que, en un marco de controversia con los fariseos, Jesús invita a hacer una opción clara respecto al Señor, y no respecto al dinero.

         Los 2 señores en pugna son Dios y el dinero. Y la decisión en favor de uno nos coloca automáticamente en el bando adverso al otro. El dinero puede brindar consideración y respetabilidad en las sociedades humanas del presente, pero esa consideración es engaño y abominación ante los ojos de Dios.

         Desde esta conclusión, la más radical de la enseñanza, se deben tener en cuenta otros 2 aspectos. El 1º consiste en que los bienes de la tierra han sido ofrecidos en vistas a establecer la comunión con los otros seres humanos. El dinero debe servir para hacernos amigos, y ello puede realizarse solamente si manifestamos una real voluntad de compartirlo con los demás. Y el 2º establece que, frente al dinero, debemos comportarnos como administradores, siendo fieles a lo que nos nos ha confiado.

         La colocación de Dios como único Señor de la vida, y el considerar los bienes como trampolín para una verdadera comunión con nuestros semejantes, o el no traicionar nuestra función de administradores de Dios, son las 3 líneas más significativas que deben regular nuestra conducta respecto al ámbito de la posesión.

Confederación Internacional Claretiana

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         En la historia bíblica se puede ver un continuo enfrentamiento entre el Dios de la Vida y los otros dioses de la muerte. El pueblo judío era muy dado a caer en la tentación de la idolatría, y por eso tergiversaba el plan de Dios y lo amoldaba a sus propios caprichos. Para esto, apelaban a dioses extranjeros que no les pusieran ninguna condición, y que propiciaran prácticas violentas e injustas.

         El dios de cada nación representaba para ellos el ideal nacional, y el modelo de sociedad que ellos querían formar. Artemisa, Aserá, Baal, Dagón, Pitón y Belzebú eran los nombres de algunos de esos dioses ajenos, que pervertían la conciencia popular de los israelitas. Y cuando algún grupo se sujetaba al servicio de estos dioses, se sometía a todo el régimen de ideas que su ideología imponía.

         La servidumbre se convertía entonces en un proyecto opuesto al ideado originalmente para el pueblo judío, desde las tradiciones tribales y mosaicas. Vista de este modo la idolatría, se puede adivinar cómo los intereses de Yahveh, el Dios de la Vida, fácilmente entraban en conflicto con los intereses de los otros dioses (y las naciones que los respaldaban).

         Por esto, cuando Jesús enfrenta a los fariseos, no los acusa de idolatría (por tener una escultura romana en sus casas), sino porque se han puesto al servicio del dinero (el dios Mamón) y han abandonado el servicio del Dios verdadero.

         El dios del dinero sólo persigue incrementar su poder a costa lo que sea, y normalmente acaba derivando en violencia y miseria social. A quienes le rinden culto les ofrece la falsa creencia de tener todo asegurado en esta vida, y los acaba convirtiendo en herramienta de opresión y astutas criaturas de las tinieblas. El Dios de la vida, por el contrario, muestra cómo el camino para la realización del ser humano pasa por la libertad de conciencia, la solidaridad con los hermanos y la búsqueda del bien común.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         No podéis servir a Dios y al dinero, nos dice hoy Jesús, tras ir equiparando y describiendo esas dos cosas que aparentemente son desiguales: Dios (ser personal y único) y el dinero (medio de cambio/cosa).

         Jesús equipara ambas cosas porque ambas tienen poder, a ambas se las puede servir como a amos, y una vez que adquieren esta categoría de amos (algo o alguien a quien se sirve) no es posible servir a los dos a la vez. Servir a Dios es estar dispuestos a cumplir su voluntad, y servir al dinero no puede significar otra cosa que convertirle en dueño de nuestras vidas. ¿En qué modo?

         Se me ocurre apuntar estas modalidades: dedicando a su consecución la mayor parte de nuestro tiempo y energías, estando dispuestos a vendernos (a perder la salud, a hacer barbaridades por conseguirlo...), no dejando de pensar en él y en el modo de aumentar su caudal, apreciándole por encima de su valor real y convirtiéndole en el motor principal de todas nuestras acciones y emprendimientos.

         Si el dinero es lo único que nos mueve a trabajar (a desplazarnos, a elegir entre un oficio u otro...), o es lo que realmente nos turba (nos quita la paz o nos proporciona alegría), entonces es que lo hemos convertido en nuestro amo.

         Si eso sucede, ya no nos estamos sirviendo del dinero como un medio para obtener determinados fines, sino que servimos al dinero como bien supremo, como dios. Lo hemos convertido en un ídolo al que rendimos culto, reconociendo su poder soberano. Ya lo dice el refrán castellano: "Poderoso caballero es don dinero", sobre todo si con él nos es posible conseguirlo casi todo.

         Es verdad que lo que de ordinario se persigue no es el dinero en sí, sino lo que el dinero puede dar (placeres, prestigio, posesiones, estatus social, mejores prestaciones sanitarias...). Es decir, no el dinero en sí, sino el poder del dinero. Y no es extraño que, siendo tan poderoso, se le entronice y se la adore, subordinándole hasta las amistades, amor, deberes o familia.

         Si esto es así, y si la codicia del dinero provoca tales efectos, ¿cómo no hablar del él como dios (ídolo) al que se subordina al mismo Dios? Y si convertimos al dinero en nuestro dios, porque le servimos a él como suprema divinidad, dejamos de servir a Dios, para servirnos de él para nuestros intereses.

         En una sociedad en que se privilegia el dinero, y se vive sólo para tener más y disfrutar más, la persona acaba perdiendo todo su valor, o vale únicamente por lo que tiene. Ello explica que acabe desechándose a los ancianos, a los enfermos irrecuperables, a los mendigos... buscando más y más razones para su abandono, reclusión y eliminación.

         En definitiva, nos invita Jesús a proceder en las cosas del Reino sirviéndonos del dinero, del vil dinero e incluso del dinero injusto (o injustamente adquirido) para que os reciban en las moradas eternas.

         ¿De qué modo? Tal vez ganándonos a los pobres mediante la reducción de su deuda, o granjeándonos su amistad. O tal vez sirviéndonos del dinero para remediar injusticias o hacer obras de caridad. Porque cuando nos falte el dinero, o éste ya no nos sirva para nada, podremos acogernos a esos amigos para que nos avalen en la eternidad.

         El dinero es muy poderoso en este mundo, pero llegada la muerte perderá todo su valor. Y es que el dinero no es Dios (aunque lo parezca), y por eso no puede salvar. Y si no fuisteis de fiar en el vil dinero (porque lo habéis usado mal, y os habéis dejado seducir por él, y lo habéis convertido en vuestro dios) ¿quién os confiará lo que vale de veras?

         Ya se ve que, para Jesús, el dinero no es lo que vale a la hora de la verdad, y lo que de veras vale son las personas y sus valores personales, empezando por la vida. Dios nos confía la vida de los demás, y de los débiles, y el cuidado de la tierra. Y no sólo lo ajeno, sino también lo nuestro (nuestra propia vida, nuestra fe). ¿Qué hemos hecho de estas fianzas? Porque somos administradores de unos bienes que Dios ha puesto en nuestra manos, y tendremos que responder de ellos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 08/11/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A