7 de Noviembre

Viernes XXXI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 7 noviembre 2025

a) Rom 15, 14-21

         El epílogo de la Carta a los Romanos, afín en muchos aspectos al prólogo, es una meditación sobre el carisma apostólico, ahora encarnada en un momento concreto de la vida de Pablo. Si la vida del cristiano consiste en inmolar a Dios todo el ser del hombre (como los sacrificios del Templo de Jerusalén, o de los sacrificios paganos), el apóstol es aquel que santifica (purifica, prepara) las víctimas que se han de inmolar. Porque los paganos serían de suyo unas víctimas impuras, que sólo un milagro podría convertir en ofrenda agradable a Dios.

         De ahí que Pablo hable tanto de lo que "Cristo ha obrado en mí", de la "fuerza del Espíritu" y de milagros en sentido estricto. Porque, comparaciones aparte, sólo un milagro puede hacer que un hombre se entregue en cuerpo y alma a un ideal tan superior a sus fuerzas.

         En este momento de su vida, Pablo contempla ya el triunfo del evangelio ("he completado el anuncio de la buena nueva") y el cumplimiento de las profecías mesiánicas, como la marcha triunfante del sol (que sale de Oriente y llega sin obstáculos a Occidente).

         Eso no significa que no quede nada por hacer (pues todavía queda mucho, al cabo de 21 siglos), pero sí subraya el valor que tiene "la proclamación del nombre de Cristo" en una región determinada, y el hecho de que se pueda seguir edificando sobre un cimiento ya establecido (aunque Pablo prefería ir a lugares donde no existiese ese cimiento, sin desaprovechar lo ya existente).

Jordi Sánchez

*  *  *

         Al terminar su Carta a los Romanos, Pablo se siente obligado a hacer una apología de su ministerio, justificando así todo lo que ha escrito a los cristianos de Roma. En particular, se excusará de haber intervenido en una comunidad que él, directamente, no fundó: "Os he escrito a veces con un cierto atrevimiento, en virtud del don que Dios me ha otorgado".

         Y pone como excusa las regiones paganas que él ha tenido que evangelizar, para no entrar en conflicto de jurisdicción con el resto de apóstoles: "Me propuse anunciar el evangelio solamente allá donde el nombre de Cristo fuera desconocido, para no construir sobre los fundamentos puestos por otro".

         En efecto, Pedro (y no Pablo) había sido el fundador de la Iglesia de Roma. Y al dirigirse a ella, Pablo siente un cierto escrúpulo. Esto dará tanto más peso a lo que está dispuesto a decir. Toda la doctrina del sacerdocio cristiano va a ser revisada. Y es de todos conocida su actualidad hoy.

         El ministro no es solamente una emanación de la Iglesia, sino que recibió una función que le viene de Dios, y que no es exclusiva de la Iglesia a la cual va destinada, ni es una función de la Iglesia. No son los hombres quienes le dieron la palabra. Esto le viene de Dios y ello le confiere un cierto atrevimiento. Ocasión de rogar por los sacerdotes de hoy, para que sean dóciles a la gracia que Dios les hace, y atrevidos para hablar con valentía.

         La frase que escribe Pablo, respecto a este sacerdocio ("el don recibido de Dios me ha hecho un ministro de Jesucristo para con los paganos, ejerciendo el sagrado oficio del evangelio de Dios"), ha sido de las más utilizadas, en los textos conciliares, para definir al sacerdote.

         En efecto, el ministerio del sacerdote es presentado por Pablo como "un oficio litúrgico" y un acto sagrado, y esta liturgia es la "evangelización del mundo pagano" y el "anuncio de la buena nueva" de la salvación, "para que la ofrenda de los paganos sea agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo".

         El sacerdote cristiano es, como en la Antigua Alianza, el especialista de ritos sacrificiales, a la manera de los sacerdotes del Templo de Jerusalén. Y lo que él ofrece es "la vida misma de los hombres", invitando a sus oyentes a "ofrecerse a sí mismos". Lo esencial de la misión del sacerdote podría resumirse así:

-revelar a los hombres el sentido pascual de todas las cosas: la salvación de Jesucristo,
-a fin de llevarlos a unas actitudes de conversión y compromiso al servicio de Dios: ofrecer su vida "en sacrificio espiritual".

         La misa es, ante todo, esto. Y la evangelización es, ante todo, esto: "pasar a ser una ofrenda agradable", "ofrecer nuestras personas, nuestras vidas", "ser transformados por efecto del evangelio". Nuestra vida cotidiana entera consagrada por el evangelio pasa a ser materia de una ofrenda continua a Dios, resumida en la misa.

         Como despedida de la carta, y a forma de testamento final, alude Pablo a que "partiendo de Jerusalén y hasta Iliria, he completado el anuncio del evangelio de Cristo". Es la evocación de la "colegialidad apostólica". Pablo, por esta fórmula, se une al Colegio de los Apóstoles y a su envío en misión: "de Jerusalén hasta los confines de la tierra". Es lo que Jesús les había dicho.

Noel Quesson

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         Está terminando la Carta a los Romanos, y Pablo siente un poco de temor que sea mal interpretado el que les "haya escrito, a veces propasándose un poco". Como la de Roma no era una comunidad que hubiera fundado él, siente la necesidad de justificar el haberles dedicado una carta, porque normalmente él escribe sólo a las comunidades que conoce.

         Y es que Pablo no puede vivir sin evangelizar, ya que su interés básico y casi único es "anunciar la buena noticia de Dios a los gentiles". Igual que "desde Jerusalén y llegando hasta la Iliria, todo lo ha dejado lleno del evangelio de Cristo", también se interesa por Roma (la capital del mundo), a la que piensa ir próximamente, y de la que se siente corresponsable (aunque todavía no les conozca).

         Es admirable el orgullo que Pablo siente por la misión recibida: "predicar la buena noticia de Jesús a todos los pueblos". Ha dedicado toda su vida a eso, y eso le enorgullece (que no envanece), porque reconoce que todo eso es "lo que Cristo hace por mi medio, para que los gentiles respondan a la fe". Él, Pablo, ha puesto todas sus energías para que llegue el evangelio a todas partes, pero el evangelio es obra de Cristo y de su Espíritu.

         Aquí emplea una comparación litúrgica para describir lo que ha hecho: él es "ministro (liturgo, en griego) de Cristo para los gentiles", y su acción sagrada consiste en "anunciar el evangelio (lit. ejercer el culto del evangelio), "para que la ofrenda (prosforá, lit. ofrenda sacrificial) de los paganos sea agradable a Dios". Se trata de la liturgia de la vida, y en ella el apostolado de Pablo se une a la ofrenda vital de la fe de los creyentes, en una única liturgia ofrecida a Dios.

         Si nosotros tuviéramos tanto amor a Cristo como él, tampoco nos pararíamos ante nada con tal de seguir evangelizando este mundo, a los niños y a los jóvenes y a los mayores, a los de cerca y a los de lejos. No nos asustarían las dificultades y ya encontraríamos el lenguaje y la pedagogía oportunos. Lo importante es si estamos convencidos de que vale la pena esta buena noticia: ése era el motor de Pablo en su admirable actividad evangelizadora.

         El salmo responsorial de hoy nos ha hecho expresar un sentimiento misionero: "El Señor revela a las naciones su justicia, y los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Señor". No sé si podremos decir, al final de un año o de la vida, como Pablo: "Lo he dejado todo lleno del evangelio de Cristo". Pero sí tenemos que hacer todo lo posible para comunicar nuestra fe a otros.

José Aldazábal

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         ¿Hay algún camino en mi vida por el que yo también voy dejando la huella de discípulo de Cristo, compañero de Pablo, en servicio de la fe, del evangelio, de la paz, de la solidaridad, de la justicia, del amor limpio? Sintonicemos hoy con el espíritu y estilo de Pablo, que nos dice en su Carta a los Romanos: "Pongo mi orgullo en los asuntos que se refieren a Dios".

         Si a nosotros nos hicieran un análisis profundo y sincero, ¿podrían concluir los analistas que, al modo de Pablo, también nosotros hemos puesto nuestro santo orgullo en pregonar la gloria de Dios?

         Santo orgullo de Pablo, que es celo de Dios: "Ocuparse de las cosas santas para gloria del Señor, movido por el Espíritu; y hacerlo a favor de quienes todavía no recibieron la luz de la fe y el mensaje de salvación". Cada apóstol recibe sus talentos, y Pablo los recibió para ayudar a los gentiles.

         Nuestra misión consiste en anunciar a todos los hombres a Cristo, buena nueva del Padre. Y quien no sólo llegue a conocerle, sino que lo acepte en su vida, estará aceptando la salvación que en Cristo nos ofrece el Padre. La misión de la Iglesia consiste en eso, en llevar a que que la gente, por su testimonio y por el anuncio del evangelio, se acerque a Cristo, por medio de él se convierta, y se ofrezca en ofrenda de suave aroma a Dios.

         Digamos, pues, que el anuncio del evangelio se convierte en una acción litúrgica de la Iglesia. Pareciera que nuestros ambientes familiares, y el de muchos grupos así llamados cristianos, tuviesen ya a Cristo y viviesen un verdadero compromiso de fe con el Señor.

         Sin embargo, vemos cómo se ha deteriorado la fe en muchas personas, familias y grupos. No importa que otros hayan edificado o puesto ya los cimientos de la fe. Ahí llegaremos también nosotros con nuestra labor evangelizadora, pues la Iglesia, para ser evangelizadora, primero ha de ser evangelizada. Y probablemente, tengamos que edificar y reedificar sobre antiguas ruinas, hasta lograr que todos, con una vida intachable, se conviertan en una ofrenda agradable a Dios.

Dominicos de Madrid

b) Lc 16, 1-8

         Nos cuenta hoy Jesús la parábola de un hombre rico, que tiene un administrador corrupto. Éste también es de familia rica, pues no sabe trabajar manualmente y le da vergüenza mendigar. Y cuando sabe que va a ser despedido, empieza a hacer arreglos con los deudores de su amo: al que debía 100 medidas de aceite le cobra 50, y al que debía 100 cargas de trigo le cobra 80.

         ¿Cómo interpretar este comportamiento? ¿Es un acto corrupto como todo lo que había hecho anteriormente o es ahora algo legal? Posiblemente estaba haciendo aquel administrador algo legal, pues lo que el deudor debía al amo era 50 medidas de aceite, y las otras 50 que está perdonando se referían al interés (lo que le correspondía a él por cobrar). Algo semejante para con las cargas de trigo. El administrador se gana el favor de los deudores, perdonando los intereses por la deuda.

         La conclusión del v. 8 nos deja perplejos: "El amo alabó al administrador injusto, porque había obrado astutamente". El amo que aparece aquí no es Jesús, sino el hombre rico, que es llamado así 3 veces en el relato. En el versículo siguiente (v.9) sí es Jesús, y por eso comienza con un Yo enfático. La 2ª parte del versículo es una reflexión de Lucas.

         Este texto, y más aun los que siguen, son muy difíciles de interpretar. En el caso presente, se trata de intereses altísimos por una deuda. Este interés es legal, pero claramente injusto. El administrador se hace de amigos perdonando estos intereses injustos por la deuda. Actúa en forma semejante a Zaqueo (Lc 19, 1-10). En el texto que sigue (Lc 16, 9-15), esta actitud frente al dinero adquiere mayor radicalidad.

Juan Mateos

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         Se ha hecho tanta literatura sobre la frase "dejándolo todo, lo siguieron" (Lc 5, 11), y se han fabricado sobre ella tantas reglas e ideales comunitarios, que sorprende la insistencia apabullante de Lucas, precisamente dentro de la doble instrucción que Jesús imparte a los discípulos, en términos que pertenecen al arco semántico de la riqueza: bodega, despensa, vender, valer, repartir la herencia, codicia, cosas superfluas, posesiones, frutos, graneros, bienes, tesoro, amontonar riquezas, preocuparse, servir, administrador, administración, administrar, deber, deudor, dinero...

         Sorprende igualmente que la palabra clave de estas secuencias, destinadas al aleccionamiento de los discípulos, sea la administración de los bienes. En un caso precedente se alababa "al administrador fiel y sensato" (Lc 12, 42), e incluso el amo felicita "al administrador de lo injusto, por la sagacidad con que había procedido" (v.8).

         El administrador que derrochaba los bienes de su amo (v.1) y a quien el señor le va a quitar el empleo por la malversación de sus bienes (vv.2-3), no defrauda a su amo rebajando notoriamente la cantidad que le debían en especie cada uno de sus deudores ("100 barriles de aceite" y "100 fanegas de trigo"; vv.5-7), sino que ante la imposibilidad física ("para cavar no tengo fuerzas") o moral ("mendigar me da vergüenza") de ganarse la vida, opta por hacer un último y sonado derroche (en beneficio propio, claro), renunciando a la comisión que le correspondía.

         Así, los acreedores de su amo, muy agradecidos por su generosidad, lo recibirán "en su casa" (v.4) una vez el dueño lo haya despedido. Todo dinero es injusto. Ahora bien, si uno lo usa para "ganarse amigos", hace una buena inversión, no en términos bursátiles ni bancarios, pero sí en términos cristianos y humanos.

Josep Rius

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         En la parábola de hoy encontramos varios puntos de apoyo que nos sirven para que profundicemos sobre nuestra vida cristiana. Jesús ya no se dirige a los fariseos (como hizo en las parábolas anteriores), sino que se dirige directamente a sus discípulos, y a través de ellos a los cristianos de todos los tiempos.

         La Parábola del Administrador Astuto nos puede parecer extraña porque el amo alaba al administrador injusto, y no por la honradez en relación a sus deberes, sino por la sagacidad con la que ha obrado y la coherencia entre sus planes y los medios que ha empleado para conseguirlos. Es el proceder de aquellos que el evangelio llama "hijos de este mundo".

         Los cristianos estamos llamados a ser "hijos de la luz", y somos invitados por el evangelio a imitar las actitudes (no las deshonestidades) del administrador de la parábola, buscando asiduamente (como lo hizo él) los medios que conduzcan a los fines que buscamos. Es decir, a ser astutos en la construcción del reino de Dios. Está claro que esta parábola no nos invita a ser inicuos.

         Si en algo este administrador es un ejemplo, lo es por su habilidad, por no malgastar los bienes y por conquistar amigos utilizando los bienes de este mundo.

         Pero hay una diferencia radical entre la astucia de los "hijos de este mundo" y la astucia de los "hijos de la luz". La astucia de los "hijos de este mundo" está encaminada a su propio provecho, utiliza a las personas en su calidad de objetos utilizables, y está bajo la onda del culto al dios dinero. La astucia de los "hijos de la luz" no se aprovecha del otro, sino más bien le extrae toda su capacidad de amor y colaboración; no despoja al otro, sino que se despoja a sí mismo; no es egoísta ni ambicioso, sino que pone sus capacidades al servicio de los demás.

Fernando Camacho

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         En la parábola evangélica de hoy, Jesús no alaba las malas prácticas del administrador de la parábola, sino la habilidad en salvar su existencia. Y viene a decir que así como el administrador asegura su porvenir en la tierra, así nosotros debemos "atesorar riquezas en el cielo" (Mt 6, 20), y no hemos de ser menos previsores que él. E incluso las "riquezas de iniquidad" han de ser utilizadas para tal fin.

         Es de notar que no se trata de un simple individuo sino de un mayordomo y que las liberalidades con que se salvó no fueron a costa de sus bienes propios sino a costa de su amo, que es rico y bueno. ¿No hay aquí una enseñanza también para los pastores, de predicar la bondad y la misericordia de Dios, que viene de su amor (Ef 2, 4), guardándose de "colocar pesadas cargas sobre los hombros de los demás?" (Mt 23, 4).

         "En lo muy poco": he aquí una promesa, llena de indecible suavidad, porque todos nos animamos a hacer lo muy poco (si es que queremos). Y él promete que este poquísimo se convertirá en mucho, como diciendo: "No le importa a mi Padre la cantidad de lo que hacéis, sino el espíritu con que obráis" (Prov 4, 23).

         Si sabéis ser niños, y os contentáis con ser pequeños (Mt 18, 1), él se encargará de haceros gigantes, puesto que la santidad es un don de su Espíritu (1Tes 4, 8). De aquí sacó Santa Teresa de Lisieux su técnica de preferir y recomendar las virtudes pequeñas, más que las grandes (en las cuales fácilmente se infiltran).

         O la falaz presunción, como dice el Kempis, que luego falla como la de Pedro (Jn 13, 37), o la satisfacción venosa del amor propio, como en el fariseo que Jesús nos presenta (Lc 18, 9), cuya soberbia no consistía en cosas temporales (riquezas o mando) sino en el orden espiritual, en pretender que poseía virtudes.

Emiliana Lohr

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         Una vez más, Lucas es el único que relata la parábola siguiente: "Un hombre rico tenía un administrador que fue denunciado por abaratar su hacienda", y al que rápidamente le pidió cuenta de su administración. Toda la parábola gira en torno a esa idea de gerencia.

         Delante de Dios, los cristianos no somos propietarios sino gerentes, y de todo lo que poseemos (bienes, cualidades, facultades intelectuales y morales, sentimientos afectivos, o los aspectos de mi carácter) se nos pedirá cuenta, pues nos ha sido confiado por Dios, y continúa perteneciendo a Dios. Así que no tengo derecho a abaratar los dones de Dios, y tendré que dar cuenta de las riquezas que no hubiere acrecentado.

         Entonces, aquel administrador pensó: "¿Qué voy a hacer ahora, para que cuando me echen de la administración, haya quien me reciba?". Se trata de asegurar el futuro. ¿Tengo yo también esa preocupación, que evidentemente hay que referirla al futuro escatológico? Jesús, a menudo ha repetido la idea de que nuestra vida aquí abajo y nuestras decisiones actuales, comprometen nuestro "futuro eterno".

         El gerente aprovechó el tiempo que le quedaba, para preparar su porvenir. Y el amo "alabó al administrador injusto, por la sagacidad con la que había obrado". A la apreciación del amo no le falta el sentido del humor: "Es injusto, pero ha mostrado habilidad y astucia". Este elogio, procediendo de un amo corriente es muy poco verosímil.

         Viniendo de Jesús, ese elogio es penetrante. Respecto a las riquezas tan codiciadas por los amos de la tierra en general, Jesús, el Mesías de los pobres, deja entrever un irónico desdén, que lleva a felicitar al intendente injusto por usarlas tan sagazmente. En el fondo, ese dinero, para aquel amo, no tiene mucha importancia.

         Para Jesús, es una manera paradójica de volver a decir lo que no ha cesado de repetir: "Vended lo que poseéis y dadlo a los pobres. Haceos bolsas que no se deterioren, un tesoro inagotable en el cielo" (Lc 12, 33). Sin embargo, interpretemos bien ese humor, porque Jesús no nos está invitando a ser injustos, y menos aún con el dinero de los demás.

         Una recta interpretación que, por supuesto, aporta a continuación el propio Jesús: "Porque los hijos de este mundo son más astutos para sus cosas que los hijos de la luz". ¡Desoladora constatación! 

         En efecto, en los asuntos económicos y financieros, los hombres despliegan maravillas de ingenio y de inteligencia para asegurar el mejor rendimiento, la eficacia. El hombre moderno, sobre todo es muy sensible a ese aspecto. Y Jesús no parece reprochárselo. Jesús reprocha más bien a los cristianos el hecho de no tener el mismo ingenio ni la misma inteligencia para "sus asuntos espirituales".

         El reino de Dios, en algunos aspectos, no está condenado a la ineficacia ni a la incomprensibilidad. ¿Pongo yo todas mis cualidades humanas, todo mi ingenio, al servicio del Reino? Porque Jesús nos quiere "hijos de la luz", seres luminosos y trabajar en virtud de la luz, mientras otros lo hacen por el poder de las tinieblas. Pero no nos quedemos en los hermosos principios, sino que nos preocupemos por llegar hasta la eficacia.

Noel Quesson

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         Dios nos ha confiado la distribución de la Gracia a la humanidad entera. Ojalá y no mal barateemos este Don tan precioso que Dios ha puesto en nuestras manos, pues podría ser que sólo buscásemos nuestros propios intereses y nuestra vanagloria a costa del evangelio, y que el Señor fuera relegado o quedara mal parado por no ser capaces de entregarlo a los demás y de comunicarles el perdón y la salvación de Dios, que es aquello para lo cual fue constituida la Iglesia.

         Ante un posible riesgo de ser juzgados con severidad, pues a quien se le dio más se le exigirá mucho más, pongámonos a trabajar incansablemente por Cristo y su evangelio, dejando atrás nuestros falsos prestigios y nuestras comodidades, y poniéndonos al servicio de nuestro prójimo, a quien muchas veces, por desgracia, pudimos haberle defraudado en su fe.

         El Señor nos ha reunido a los que somos ciudadanos del Reino. El Señor es el que nos fortalece, para que permanezcamos firmes en la fe y fieles en el amor hasta que él vuelva. Entonces seremos la alegría y la corona de todos los que, con la gracia de Cristo, colaboraron en nuestra salvación, pues su trabajo y la gracia de Cristo no habrán sido inútiles en nosotros.

         En la eucaristía Dios nos concede en una abundancia incalculable, su vida y su Espíritu Santo. No ocultemos estos dones de Dios debajo de nuestras cobardías, sino que trabajemos para que llegue a todos como la gran oportunidad que Dios les ofrece, de salvarlos y de darle un nuevo sentido a su vida.

         De nosotros depende, por pura gracia de Dios, que su salvación llegue a la humanidad entera. No defraudemos la misión que el Señor nos ha confiado, quedándonos únicamente en buscar nuestra santificación y salvación de un modo egoísta.

         Trabajar con astucia por el reino de Dios, como "hijos de la luz", nos debe llevar a buscar todos los medios necesarios, y a no perder oportunidad alguna para hacer que Cristo sea conocido y aceptado, como fuente de amor y de salvación por toda la humanidad.

         ¿Estamos dispuestos a despojarnos de nuestras injusticias, y a socorrer a los necesitados con tal de ganar a todos para Cristo? ¿Estamos dispuestos a entregar no sólo nuestros bienes, sino nuestra vida misma, para que los demás tengan en Cristo vida, y vida eterna? Hemos de ser imitadores de Cristo y de todos aquellos que viven un auténtico compromiso con el Señor y su evangelio; sólo así podremos realmente convertirnos en un auténtico signo de salvación para todos los pueblos.

Bruno Maggioni

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         La Parábola del Administrador Infiel pero listo, puede parecernos un poco extraña, y parece como si Jesús (el amo del relato) alabara la actuación de ese empleado injusto.

         Por supuesto, no alaba Jesús su infidelidad, y por eso "le despide". Sino que lo que le interesa a Jesús es subrayar la inteligencia de ese gerente que, sabiéndose despedido, consigue (con nuevas trampas) granjearse amigos para cuando se quede sin trabajo.

         Jesús no nos cuenta esta parábola para criticar las diversas trampas del mundo de la economía que también ahora se dan: las dobles contabilidades o los desvíos de capital o el cobro de comisiones ilegales que hace el gerente de esa empresa. Sino para que los cristianos seamos tan espabilados para nuestras cosas como ese gerente lo fue para las suyas: "Los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz". ¿Somos igual de sabios y sagaces nosotros para las cosas del espíritu?

         En nuestra vida personal, debemos hacer los oportunos cálculos para conseguir nuestros objetivos. Hace unos días nos ponía Jesús el ejemplo del que hace presupuestos para la edificación de una casa o para la batalla que piensa librar contra el enemigo.

         Hoy nos amonesta Jesús con el ejemplo de este administrador, para que sepamos dar importancia a lo que la tiene de veras y, cuando nos toque dar cuentas de nuestra gestión al final de nuestra vida, ser ricos en lo que vale la pena, en lo que nos llevaremos con nosotros, no en lo que tenemos que dejar aquí abajo.

         También en nuestra vida cristiana debemos mantenernos despiertos, y ser inteligentes para buscar los medios mejores de evangelizar. Al menos con la misma diligencia que ponemos para nuestros negocios materiales.

         Para que vaya bien el negocio nos sentamos y hacemos números para ver cómo reducir gastos, mejorar la producción, tener contentos a los clientes. ¿Cuidamos así nuestra tarea evangelizadora?

         Los hijos de este mundo se esfuerzan por ganar más, por tener más, por mandar más. Y nosotros, los seguidores de Jesús, los que hemos recibido el encargo de ser luz y sal y fermento de este mundo, ¿ponemos igual empeño y esfuerzo para ser eficaces en nuestra misión? ¿Somos "hijos de la luz" que iluminan a otros, o escondemos esa luz bajo la mesa?

José Aldazábal

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         El evangelio de hoy nos presenta una cuestión sorprendente a 1ª vista. En efecto, dice el texto de Lucas: "El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente" (v.8). Evidentemente, no se nos propone aquí que seamos injustos en nuestras relaciones, y menos aún con el Señor. No se trata, por tanto, de una alabanza a la estafa que comete el administrador.

         Lo que Jesús manifiesta con su ejemplo es una queja por la habilidad en solucionar los asuntos de este mundo y la falta de verdadero ingenio por parte de los hijos de la luz en la construcción del reino de Dios: "Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz" (v.8).

         Todo ello nos muestra (una vez más) que el corazón del hombre continúa teniendo los mismos límites y pobrezas de siempre. En la actualidad hablamos de tráfico de influencias, de corrupción, de enriquecimientos indebidos, de falsificación de documentos... Más o menos, como en la época de Jesús.

         Pero la cuestión que todo esto nos plantea es doble: ¿Acaso pensamos que podemos engañar a Dios con nuestras apariencias, con nuestra mediocridad como cristianos? Y al hablar de astucia, tendríamos también que hablar de interés: ¿Estamos interesados realmente en el reino de Dios y su justicia? ¿Es frecuente la mediocridad en nuestra respuesta como "hijos de la luz"?

         Jesús dijo también que "allí donde esté nuestro tesoro estará nuestro corazón" (Mt 6, 21). ¿Cuál es nuestro tesoro en la vida? Debemos examinar nuestros anhelos, para conocer dónde está nuestro tesoro. Pues como nos dice San Agustín, "tu anhelo continuo es tu voz continua. Y si dejas de amar callará tu voz, callará tu deseo".

         Quizás hoy, ante el Señor, tendremos que plantearnos cuál ha de ser nuestra astucia como "hijos de la luz". Es decir, nuestra sinceridad en las relaciones con Dios y con los hermanos.

Salvador Cristau

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         Nos asomamos ahora a la Parábola del Administrador Injusto, al que más bien deberíamos llamar el "administrador astuto". En su apariencia no es un cuento muy edificante y, sin embargo, nos abre los ojos ante un aspecto de nuestra vocación cristiana que no figura entre los más destacados.

         El cristiano ha de ser un astuto ciudadano del cielo, con los ojos abiertos, capaz de caer en la cuenta de los entresijos del mal para no dejarse dominar ingenuamente.

         La imagen social del cristiano suele ser un poco blandengue, y cuando uno quiere decir que no es un ingenuo, utiliza frases como "no creas que soy una hermanita de la caridad" o, en su versión modernizada, "no te creas que soy la madre Teresa de Calcuta".

         La humildad es fortaleza, la lucidez es astucia, la caridad es energía. Y si no, basta contemplar cómo era Jesús. No creo que nadie, salvo quizá Nietzsche y sus teloneros, se atreva a calificar a Jesús de blandengue o de ingenuo. Naturalmente, para evitar este extremo, tampoco es necesario caer en esa literatura que habla del creyente en términos grandilocuentes, como "madera de héroe", "aprendiz de caudillo" y lindezas por el estilo.

Gonzalo Fernández

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         El administrador infiel del evangelio de hoy se las ingenia para resolver su futura situación de indigencia. El Señor da por supuesta, pues era evidente, la inmoralidad de tal actuación, pero resalta y alaba, sin embargo, la agudeza y empeño que demuestra este hombre para sacar provecho material de su antigua condición de administrador.

         Muchas veces caemos en la excesiva confianza en Dios, y creemos que él va a resolver nuestros problemas sin que nosotros hagamos ningún esfuerzo por solucionarlos.

         Dios pone los medios, y hay que usarlos con la misma sagacidad y el mismo esfuerzo que ponen los hombres en sus negocios materiales, o en la lucha por hacer triunfar un ideal humano. El hecho de contar con la gracia de Dios no es excusa para no poner esos medios (si son honestos y buenos), aunque esto implique grandes sacrificios.

         El mismo afán que ponemos en nuestros deberes cotidianos, o el mismo que ponemos en nuestras ilusiones y ambiciones (incluso en superficialidades), debemos ponerlo en los asuntos del alma. Si obramos de esta forma, no habrá percance que nos venza, fracaso que nos hunda, ni tentación que nos haga perder la esperanza puesta en Cristo.

Clemente González

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         Los cristianos somos los administradores de los bienes de Dios, y para ello él nos ha enriquecido con su vida y ha derramado su Espíritu Santo en nosotros. Aunque tal vez nos haya pasado lo del hijo pródigo, que hemos malgastado los bienes del Señor y nos hemos quedado con las manos vacías.

         El Señor nos pide hoy dejar nuestras miradas egoístas y miopes, y abrir nuestros ojos para trabajar colaborando para que el reino de Dios llegue a quienes se han alejado de él, o viven hundidos en el pecado y dominados por la maldad.

         Pero no sólo hemos de proclamar el nombre de Dios, sino que también hemos de compartir los bienes que tenemos. Cuando anunciamos el evangelio, o cuando alguien reciba por medio nuestro la vida divina, o cuando alguien reciba nuestra ayuda en bienes materiales, recordemos que no estamos compartiendo o repartiendo algo nuestro, sino los bienes de Dios (que él puso en nuestras manos, pero no para acumularlos sino para socorrer a los demás).

         Esa es la sagacidad que el Señor espera de nosotros: compartir lo nuestro para hacernos ricos ante Dios. Pues quien atesora para sí mismo se empobrece ante Dios y pierde su alma.

José A. Martínez

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         Cada día el Señor nos dirige una llamada a vivir despiertos, a superar toda modorra. Es lo que hacía durante su existencia terrena, y muchas veces percibió que los oyentes estaban dormidos, que dejaban pasar la ocasión, que no eran avispados. Es lo que enseña la Parábola del Mayordomo Infiel, con la que Jesús (formidable catequista) nos pone un ejemplo llamativo.

         Pero ¿será posible que alabe Jesús a un tramposo? Evidentemente, no, no es eso lo que hace Jesús. Jesús elogia a un hombre astuto que va por la vida con los ojos abiertos, y que sabe conjurar el peligro a tiempo. Es el ejemplo del que se deja sorprender por la Palabra y no sucumbe a la despreocupación o inconsciencia, sino que, despertado por ella, reorganiza toda su vida.

         Curiosa es la aplicación que hace Jesús: así como el mayordomo tramposo se aseguró el futuro (repartiendo beneficios a gente que pudiera recibirle en sus casas), así el seguidor de Jesús, si reparte sus beneficios a los demás, se asegura una casa eterna. ¿Será posible que el que ha conocido a Jesús ponga menos sagacidad en realizar ese nuevo camino, que la que usa un mayordomo ladrón y traidor a su dueño?

Severiano Blanco

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         A veces me cuesta aceptar que Jesús ponga de ejemplo al administrador injusto. Aunque sea para decirnos que los creyentes deben hacerse amigos de los bienes de este mundo poniéndolos al servicio de los demás, para evitar caer en la adoración del dinero. O según otras interpretaciones, para decirnos que la persona en una situación difícil puede y debe reaccionar de la mejor manera posible.

         Me parece un camino peligroso para llegar a tan loables metas. Pero quizá esté lleno de realismo y haya que aceptarlo con todos sus peligros, siendo cada vez más conscientes del objetivo y sin desviarnos del sendero. Es muy fácil despistarse con dinero entre las manos. Y esto también es realista. Conviene tenerlo en cuenta.

Luis de las Heras

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         La ironía de Jesús hablando sobre el administrador infiel, que prepara su futuro a base de traicionar a su amo y a quien se le interponga en el camino, nos pone en guardia.

         Donde no hay corazón limpio y generoso, con sentido del deber y la justicia, puede ocurrir eso y mucho más, pues la iniquidad humana llega incluso hasta derramar la sangre del inocente. No volvamos de la ley nueva del amor a la ley del talión o a la ley de la selva.

         Es demasiado frecuente usar el ingenio humano para fines injustos, egoístas y engañosos. ¿Por qué no lo usaremos mucha veces en esa misma intensidad para ayudar, servir, favorecer a los demás generosamente? Nos lo exige la verdad y amor a Cristo.

         La vida de los hombres es pobre, y suele tener demasiados centros de referencia que reclaman para sí el privilegio de tenernos encadenados afectiva, espiritual y socialmente.

         Quien, por ejemplo, se cree o es en verdad rico, y se ceba en ello, tiene su centro en sus bienes y está encadenado a ellos. Quien ambiciona poder, y se ceba en ello, hace cualquier sacrificio por lograr que los demás le estén sometidos (aunque haya de cometer injusticias y manipulaciones), y así está encadenado (y no dejará de estarlo hasta que cambie el centro de sus intereses).

         Qué distinta es la actitud personal de quien, sin dejar de ser persona en toda su riqueza, busca la integridad de valores (físicos, culturales, convivenciales, económicos, sexuales, afectivos, sociales, religiosos) y los armoniza y entrelaza, y hace fructificar su existencia en todas las dimensiones de su ser humano. ¿Por qué empequeñecernos, si podemos ser muy grandes en amor, felicidad, cultura, bienes materiales y espirituales, colocando a cada uno en su sitio?

Dominicos de Madrid

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         Cuando estaba en el Seminario Menor le pregunté a mi formador qué quería decir la parábola que hoy hemos escuchado, porque no me cabía en la cabeza que Jesús alabara al administrador injusto. Y realmente me costó tiempo llegar a entender que Jesús no alababa el comportamiento injusto del administrador.

         La respuesta me convenció: Jesús no está dando una clase sobre lo que es justicia y lo que no lo es. Simplemente está poniendo delante de nuestros ojos a una persona que se encuentra en una situación realmente difícil. Va a ser despedido y ya no tiene fuerzas para trabajar duro, ni quiere ponerse a mendigar en la calle.

         Lo que Jesús alaba es la capacidad del administrador para buscar la mejor salida posible, para arreglarse del mejor modo la difícil situación que le tocó afrontar. Éste es uno de los temas preferidos de Jesús: debemos estar atentos al momento presente, porque ahora (no mañana ni ayer) es cuando tenemos en nuestras manos las posibilidades reales de hacer algo, y de solucionar la situación. Y además, es eso lo único que tenemos, y nada más.

         No se trata de soñar con lo que haríamos si estuviéramos en algún escenario irreal creado por nuestros sueños. Nuestra fidelidad al evangelio se juega aquí y ahora, porque es precisamente ahora cuando hemos sido invitados al banquete.

Confederación Internacional Claretiana

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         ¿Para qué son los bienes, las riquezas y las posesiones que tenemos en este mundo? ¿Para acumularlos en fortunas descomunales? ¿Para derrocharlos en francachelas interminables? ¿Para reprimir a otros? ¿Para crear imperios multinacionales que rijan el destino de los pueblos? ¿Para dar una imagen de solidez y éxito?

         Pareciera que en el mundo las riquezas siempre han servido únicamente para esto. Sin embargo, Jesús nos plantea otro camino: emplear el "maldito dinero" en buenas obras.

         La Parábola del Administrador Astuto, leída en su totalidad, nos ofrece la imagen de un hombre que aprovecha sus últimos momentos al frente de una gran fortuna, para beneficiar a los deudores. La imagen de un administrador que emplea el dinero para reducir la carga de los demás, y para procurarse amistades duraderas.

         Esta parábola no quiere ser un elogio a la corrupción, sino una invitación a que no aumentemos las cargas de los demás, porque podemos estar a punto de perderlo todo.

         Jesús plantea un desafío enorme: convertir la economía de la explotación en una economía de beneficios. Él quiere un nuevo ser humano que rompa con la mentalidad acaparadora, y vea el horizonte de fraternidad y solidaridad que se alza más allá de la acumulación desmedida.

         Ilusiones, tonterías, o simples ideales. Así tildaron la propuesta de Jesús en su época. Y así continúan llamando a la utopía aquellos que están interesados en hacernos creer que el mundo actual es el máximo bien posible. Sin embargo, Dios nos sale al encuentro con una alternativa. De nosotros depende que la veamos como posible y realizable.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús se dirige hoy a sus discípulos con una nueva parábola: Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido".

         Ya en otras parábolas, Jesús había recurrido a los mismos personajes para significar que la vida humana consiste en gestionar unos bienes que pertenecen a otro, y que ante ése habrá que dar cuenta de semejante gestión. En el caso presente, la parábola de hoy introduce la idea de la administración.

         Por lo visto, al propietario de la parábola le llega la denuncia de que sus bienes están siendo mal administrados por parte de uno de sus empleados. El dueño da crédito a esa denuncia, y por eso pide a su empleado el balance de la gestión (por anticipado, y no al final de sus días), porque ha decidido despedirle. Y aquí viene la estrategia de aquel injusto administrador, que merece la felicitación de su amo por haber procedido con tal astucia.

         El administrador, sorprendido por su mala gestión, reflexiona sobre su nueva situación, y calcula que se quedará sin empleo, sin fuerzas para trabajar y sin la desvergüenza necesaria para vivir pidiendo limosna.

         Ante panorama tan sombrío, idea entonces una estrategia para ganar amigos, o al menos personas que le reciban en su casa cuando él se vea en la calle. Va llamando uno por uno a los deudores de su amo, les reduce el tamaño de la deuda en un porcentaje considerable (el 50%, el 20%...) y así se va granjeando su hospitalidad.

         La actuación del administrador no deja de ser injusta, y por eso el amo no cesa de tacharlo de injusto. Con todo, el amo felicita al administrador por la astucia con que había procedido, esa astucia que brilla más entre los hijos de este mundo que entre los hijos de la luz. Ciertamente, concluye Jesús, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.

         La actuación del administrador es ciertamente injusta, porque se sirve de un dinero que no es suyo para ganarse amigos, y eso es recurrir a medios injustos. Pero también es lúcida e inteligente (astuta), porque lo que consigue es abrirse puertas muy útiles para el futuro (el cual ignora, porque el futuro es algo que nadie conoce).

         Se trata de un proceder, por tanto, propio de un hijo de este mundo (injusto), pero que al final consigue el fin buscado por los hijos de la luz (el elogio del amo). Y eso merece ser elogiado, por lo menos por su lucidez.

         Una inteligencia similar a ésta tendrían que emplear los hijos de la luz, si también quieren ellos ser recibidos en las moradas eternas (como lo fue este administrador injusto), aunque para ello tengan que servirse del injusto medio llamado dinero. Es lo que concluye Jesús: Ganaos amigos con el vil dinero, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.

         Si logramos dar al dinero, nunca ni del todo justamente adquirido, esta utilidad, habremos hecho una cosa muy importante en nuestro favor. Nos habremos ganado amigos que intercederán por nosotros a la entrada de las moradas eternas, y no nos cerrarán la puerta por desconocidos. Pero ¿cómo hacer amigos con el dinero, ya sea justo o injusto?

         No creo que la amistad pueda comprarse con dinero, pero sí puede conseguirse con la limosna, porque ésta nos irá llevando por el camino de la caridad y la compasión. Luego hasta el vil dinero es capaz de transformarse en limosna, y de transformarnos a nosotros en más compasivos.

         Si los pobres son los predilectos de Dios, y nosotros hemos socorrido a esos pobres, y esos pobres están en el cielo, por lo menos ya tenemos a alguien en el cielo que nos conoce, y que sabe (ellos, por lo menos) en lo que invertimos nuestro vil dinero: no en banquetes, y sí en limosnas. Y puede que nos abran las puertas de las moradas eternas.

         Seamos inteligentes, pues, en el uso de los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos, para hacer de ellos una justa y adecuada gestión, conforme a su voluntad y a las necesidades ajenas, y no sólo a las propias. No dar a nuestros bienes este uso es defraudar o malversar, porque esos bienes no son nuestros aunque nosotros los administremos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 07/11/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A