30 de Octubre
Jueves XXX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 30 octubre 2025
a) Rom 8, 31-39
Escuchamos hoy el final de la 1ª parte de la Carta a los Romanos, después de haber encerrado todo el universo en la impotencia ("bajo la cólera de Dios") y después de haber revelado la justificación universal "por la gracia y el amor de Dios". He ahí en conclusión un grito de victoria, apasionado y vibrante: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?".
No estamos seguros de nosotros, seguimos sin fiarnos de nuestros propios límites, y desgraciadamente continuamos pecando. Pero estamos seguros de Dios y del amor de Jesús, pues "el que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todas las cosas?".
Quiero tratar de contemplar detenidamente ese "don del Hijo". Porque Dios ha dado su Hijo por nosotros, ha dado lo más querido para él. Pero cuidado, porque hay que entender bien esta expresión, ya que "entregó a su Hijo" no tiene el mismo sentido que en el caso de Judas (cuando entregó a Jesús). Estamos, pues, ante un misterio, en que Dios ama a su Hijo, y el Hijo ama a su Padre, y ambos están de acuerdo en el Espíritu, y tras ese acuerdo el Hijo "se entrega".
Por tanto, ¿de qué obstáculo no podrá triunfar tal amor? O en palabras de Pablo: "¿Quién acusará a los elegidos de Dios?" Pues "si Dios quien justifica, ¿quién condenará?". O como dice el propio apóstol un poco más adelante: "¿Quién podrá apartarme del amor de Cristo?".
A veces, Señor, llego a preguntarme si te amo de veras. Lo cierto, es que yo quisiera amarte, sinceramente. Pero mis actos cotidianos contradicen tan a menudo este deseo, y esta buena voluntad... La frase de Pablo nos invita a no pensar ya más en ese "amor que yo debería tener por ti", para pensar en el "amor que tú tienes por mí". Incluso si llego a abandonarte alguna vez, Señor, sé que tú no me abandonas nunca. ¿Quién podrá separarme del amor de Cristo?
Porque como dice el apóstol, "nada podrá separarnos del amor de Cristo, ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el peligro, ni la espada". Se trata de una especie de letanía triunfal en la que Pablo recita todos los obstáculos que se ha ido encontrando personalmente, y de los cuales ninguno pudo separarlo del amor de Cristo.
Guardo unos momentos de silencio para reflexionar en lo que podría yo añadir a esa lista: ¿cuáles son mis pruebas y dificultades desde hace unas semanas, u hoy mismo? Trato de repetir a mi vez la certeza: ni, ni, ni... podrán jamás separarme de tu amor, Señor.
Tras lo cual concluye el apóstol: "Saldremos vencedores, gracias a Aquel que nos amó". Qué hermosa definición de Jesús: "Aquel que nos amó". Tú, Señor, piensas en mí, quieres mi felicidad, y me tiendes la mano cuando caigo. Tú me comprendes, das tu vida por mí, me perdonas y me amas.
Noel Quesson
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¿Qué podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? Dios, en Cristo, se ha hecho Dios con nosotros, ha hecho su morada entre nosotros, y se ha hecho nuestro compañero en la vida, para hacernos llegar a la plenitud. Y si Dios nos dio a su propio Hijo, ¿podrá negarnos algo? En verdad que nos ama como nadie más lo ha hecho, ni podrá hacerlo.
Si Dios se ha decidido a amarnos en Cristo Jesús, ¿podrá alguien o algo apartarnos de ese amor que nos tiene? Porque quien se atreva a tocarnos estará tocando "las niñas de sus ojos", y el Señor podría decirle lo mismo que dijo a Abraham: "Bendito quien te bendiga y maldito quien te maldiga". O como decía a sus profetas: "No tengas miedo, yo estoy contigo".
Dios nos ha escogido a nosotros, nos ha hecho partícipes de su misma vida y de su mismo Espíritu, nos ha edificado sobre el cimiento de los apóstoles (cuya piedra angular es Cristo) y nos ha hecho un solo cuerpo (cuya cabeza es Cristo).
Dios nos ama, y su amor por nosotros jamás se acabará, ya que Dios jamás retira lo que da. Sólo nosotros podríamos cerrarnos al amor de Diosm sólo nosotros podríamos cerrarnos a su luz (y quedarnos en tinieblas), y sólo nosotros tenemos el poder de cerrar la puerta al Señor. Ojalá que nunca lo hagamos, pues no encontraríamos otro camino de salvación, y por nosotros mismos no podríamos alcanzar la salvación.
José A. Martínez
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Estamos leyendo unas páginas profundas y consoladoras hasta el extremo, en las que Pablo entona un himno triunfal que pone fin a la 1ª parte de su Carta a los Romanos, sobre el amor que Dios nos tiene.
Con un lenguaje lleno de interrogantes retóricos y de respuestas vivas, canta Pablo la seguridad que nos da el sabernos amados por Dios: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?". No puede condenarnos ni el mismo Jesús (que se entregó por nosotros), ni ninguna de las cosas que nos puedan pasar (por malas que parezcan), ni la persecución, ni los peligros, ni la muerte, ni los ángeles, ni criatura alguna. Nada "podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús".
Esta confianza fue para Pablo el punto de apoyo en sus momentos difíciles, así como el motor de su vida y la motivación de su entrega absoluta a la tarea evangelización. Se sintió amado por Dios, y elegido personalmente por Cristo.
Lo que nos da tanta seguridad no es el amor que nosotros tenemos a Dios, que es más bien es débil y podría ser arrebatado por esas fuerzas que nombra Pablo. Sino que es el amor que Dios nos tiene, que sí que es firme y que él nunca nos va a retirar, pues es "el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús". Si tuviéramos esta misma convicción del amor de Dios, nuestra vida tendría un sentido mucho más optimista.
De tanto decirlo y cantarlo, tal vez no nos lo acabamos de creer: que Dios nos ama, que Cristo está de nuestra parte y que el Espíritu Santo intercede por nosotros. Gracias a eso, "vencemos fácilmente por aquél que nos ha amado", y ni siquiera el pecado podrá con ese amor que Dios nos tiene.
Si cantáramos más a menudo el Himno al Amor de Dios de Pablo (por ejemplo después de la comunión), saborearíamos mucho más la serenidad que nos infunde, en lo más hondo de nuestro ser, esta explosión de euforia del apóstol Pablo.
José Aldazábal
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Muestra hoy Pablo en su Carta a los Romanos toda la fuerza del amor, de la fe y de la confianza en Jesús, en un arranque de generosidad de espíritu: "Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro".
Cristo Jesús es la opción definitiva y única de Pablo, y lo que le lleva a la comprensión de que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios. Elevado sobre esa roca, el edificio espiritual es capaz de resistir cualquier embate, asumiendo con gozo todas las adversidades, persecuciones, incomprensiones, golpes, cárcel y muerte.
Como diría en otro lugar el propio Pablo, "nuestro vivir es Cristo", y el proyecto de Dios Padre llega a su culminación en su amor a las criaturas, cuando decide enviar a su Hijo al mundo para que compartiera con nosotros nuestro devenir.
No es opción viable, pues, realizar el camino de la vida espiritual al margen de Cristo, pues el Padre nos quiere hijos en el Hijo, regenerados por el Hijo, muertos y resucitados con el Hijo. No se cansa Pablo, pues, de apreciar el amor de Cristo, y a Cristo como la mejor clave de nuestra existencia. Releamos cada una de las frases ofrecidas en la liturgia, y tomemos el pulso a nuestra adhesión y fidelidad a él.
El carácter de Pablo puede gustarnos más o menos, como nos gustan más o menos los caracteres de las personas que viven con nosotros día a día. Pero es incuestionable la gallardía y heroísmo de Pablo en el camino de fidelidad a su Maestro. Aprendamos, pues, de él.
Señor Jesús, tú que concediste a Pablo fortaleza suficiente para permanecer en fidelidad a tu alianza, en medio de dificultades; y tú que nos amas por encima de cualquier medida... danos la gracia de vivir como discípulos incondicionales en todo momento.
Dominicos de Madrid
b) Lc 13, 31-35
"En aquel preciso momento" (lit. "en aquella misma hora"; v.31), hace íntima referencia a la secuencia anterior (en que Jesús negó que sólo existiese salvación en Israel), y de ella se puede deducir el clima de crispación que ocasionaban las palabras de Jesús entre las autoridades judías. La respuesta de ayer de Jesús había hecho tambalear todo su sistema religioso y político (no olvidemos que Israel era una teocracia), y ahora resulta que Jesús no privilegia a ningún pueblo.
Pues bien, "en aquel preciso momento se acercaron unos fariseos a decirle" (v.31a). El escenario es el mismo de la secuencia anterior, pero entran en escena nuevos personajes. ¿Vienen de fuera o se encontraban entre los oyentes? Aunque el texto sea ambiguo, el contexto exige que estuviesen presentes, de otra manera no habrían reaccionado "en aquella misma hora". Sin embargo, no son "algunos de los fariseos" (en representación del Partido Fariseo) los que se le acercan, sino "unos fariseos" (a título personal).
¿Se le acercan en son de paz, o para hacerle desistir de la travesía que ha emprendido, induciéndolo a exiliarse? Nueva ambigüedad, en la que el contexto tiene la respuesta: "¡Vete y sal de aquí, que Herodes quiere matarte!" (v.31b). Y le insinúan que se exilie y se vaya al extranjero, con la excusa de que Herodes lo quiere matar, pero bajo capa de que la advertencia de la institución religiosa ha sido ya hecha, "de una vez por todas".
En efecto, Herodes II de Judea (Herodes Antipas) era el tetrarca y virrey de Judea, y el amo de Galilea. Pero las intenciones de Herodes ya estaban claras desde hacía tiempo (asesinando al Bautista), mientras que la de estos fariseos quedan claras justo hoy: de una u otra manera, se quieren quitar a Jesús de encima, porque les estorba.
Al inicio de la sección del Viaje de Jesús a Jerusalén, Lucas ha dejado bien claro que Jesús había tomado la decisión irrevocable de encararse con la institución religiosa, representada por Jerusalén. Y ahora, justo en medio de esta estructura lineal, hay un grupo que le propone desistir de sus planes.
La contundente y reiterativa respuesta de Jesús no se hace esperar: "Id a decirle a ese zorro: Seguiré expulsando demonios y curando, hoy y mañana. Y al tercer día habré acabado. Pero hoy, mañana y pasado mañana tengo que proseguir mi camino, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (vv.32-33).
En el argot arameo, zorro tiene un doble sentido: el de animal astuto y el de insignificante (en oposición al valiente león). Como quiera que en nuestro argot sólo tiene el 1º sentido, hemos escogido el término "don nadie" para aplicarlo a la persona insignificante y bulliciosa que no merece respeto. A propósito de Herodes, que se creía el amo del mundo, Jesús responde que para él es "un hombre insignificante". Notad la forma despectiva como lo designa, según la traducción literal: "Id y decid al zorro ese".
La triple enumeración, consignada por duplicado ("hoy, mañana y el 3º día", "hoy, mañana y pasado mañana"), sirve para englobar un periodo de tiempo largo y completo. Es decir, habla de lo que le resta de su vida pública, durante el cual proseguirá liberando a la gente de sus oposiciones al plan de Dios ("expulsando demonios") y de toda clase de taras morales y físicas que le impiden seguirlo con libertad y dignidad humana ("curando"), al tiempo que llevará a término su propósito ("habré acabado"). Jesús alcanza la perfección humana entregando su vida.
Josep Rius
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Espoleado por la conjura tramada por los fariseos en connivencia con Herodes II de Judea (Herodes Antipas), revela Jesús por 1ª vez que el plan trazado responde al plan de Dios: "Tengo que". Dios le muestra el camino, y él interviene como intermediario.
Jesús se posiciona así en la línea de la denuncia profética, que había llevado la muerte a muchos profetas a manos de la institución asesina. Es muy consciente de su fracaso como Mesías, pero sabe que ésta es la única manera de liberar a la gente. La función liberadora de Jesús no se deja intimidar por las presiones políticas (Herodes) o religiosas (los fariseos). Y es necesario que las afronte conjuntamente "de una vez para siempre" (Hch 7,27; 9,12; 10,10).
Jesús tiene plena conciencia de la singularidad de su denuncia, y de que las denuncias de los profetas habían sido parciales. Él, con su muerte, sellará la denuncia por excelencia, la última y definitiva, la que restablecerá la unidad de la creación. Y a partir de ahora no habrá necesidad de repetirla. Todos los que sigan sus huellas quedarán marcados por este acto singular ("en su memoria"), repetidamente a través de la eucaristía y comunitariamente a través de la Iglesia.
La expresión "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados" revela, por 1ª vez, una advertencia severa de Jesús a los judíos. Mateo, que es el único en emplear el término neutral Jerosólima, conserva aquí también ese tecnicismo (Mt 23, 37). Jesús se encara con la "ciudad santa", en sentido fuerte. Tenemos aquí la lamentación por excelencia del mesías Jesús.
La repetición subraya la gravedad de la manera de proceder de la institución sacrosanta de Israel. Porque él es el enviado del Padre (como Hijo unigénito), y morirá a sus manos de forma asesina (como los profetas que le precedieron, y como los que le seguirán).
Respecto a la expresión "cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca a sus pollitos bajo las alas, pero no habéis querido" (v.34), Jesús alude a la misión de la sabiduría, que no empieza en este momento histórico sino se ha ejercido continuamente a lo largo de la historia humana. Jesús, que ama a los judíos "como una clueca a sus pollitos", ha intentado reunirlos. Pero no lo ha conseguido... de momento, porque su misión tampoco se agota en este momento histórico, sino que, a través de otros profetas suyos, él seguirá convocando a los hijos de la sabiduría.
No obstante, lanza Jesús a los judíos una advertencia: "Vuestra casa se os quedará desierta" (Jr 22, 5). Y les da un castigo severo: "No volveréis a verme, hasta que llegue el día en que exclaméis Bendito el que llega en nombre del Señor" (v.35).
"Vuestra casa", de la cual Jesús se distancia (no dice "nuestra"), es el Templo de Jerusalén, y también de él predice Jesús su destrucción. Una predicción que Lucas sitúa justo hoy, mientras el resto de evangelistas la sitúa a la entrada de Jesús en Jerusalén. Con todo, la esperanza de una futura reconciliación de Israel queda en pie, y la historia se puede repetir.
Los templos judíos ("vuestras casas") también quedarán también desiertos, pero "la casa de Dios" no ha sido hecha "por mano de hombres" (según la denuncia de Esteban; Hch 7,48-50), aludiendo a que está dentro del corazón de los verdaderos creyentes.
Josep Rius
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Escuchamos hoy el relato en que Jesús da por sentada su propia muerte, a pesar de los signos claros y evidentes de salvación que ha hecho a favor de su prójimo. Y encara severamente a todos aquellos que dominan en Jerusalén, y actúan bajo el poder del dominio sobre los demás.
En concreto, expresa con mucho dolor el crimen que cometen quienes viviendo en la ciudad, y habitando en el Templo de Jerusalén, actúan con maldad en su corazón hacia los que profetizan en el nombre de Dios.
A continuación, Jesús compara su preocupación por todos (justos y pecadores), con el amor que siente "una gallina cuando cobija bajo sus alas a sus polluelos". Pero con tristeza se da cuenta de que, una y otra vez, el corazón de los dirigentes del templo está cerrado a Dios y a la causa del Reino.
Jesús volverá a la ciudad de Jerusalén, sí. Pero no para entrar al templo a orar (como en otras ocasiones), sino a morir. Y con su muerte se desgarrará el velo del templo para que todos comprendan que Dios no habita sólo allí, ni acepta la maldad. Dios es el sumo bien y sólo en la bondad, y con un corazón contrito se llega hasta él.
Juan Mateos
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Algunos fariseos se acercan hoy a Jesús para decirle: "Vete y márchate de aquí, que Herodes quiere matarte". Ya hemos observado que Lucas, a diferencia de Mateo, no parece tener ningún a priori contra los fariseos. De hecho, anota aquí un paso que "algunos fariseos" hicieron para salvar la vida de Jesús.
Todo ello, no lo olvidemos, se encuadra en el dramático clima en que vivía Jesús: quieren su muerte, sobre todo los poderosos (al considerarlo un hombre peligroso, al que hay que suprimir). Herodes sería capaz de ello, y ya había hecho decapitar a Juan Bautista, unos meses atrás (Lc 3, 19).
Jesús les contestó: "Id a decir a ese zorro". Jesús no se presta a dejarse influenciar por Herodes, y es él quien decide su camino a seguir. De ahí que responda a la amenaza de Herodes con el desprecio: "ese zorro". Un animal, por cierto, que para Israel era símbolo del animal miedoso, que sólo cazaba de noche y que huía a su madriguera al menor peligro. Herodes, por tanto, era para Jesús un cobarde, un hipócrita que no se atrevería siquiera a tomar sobre sí la responsabilidad de la muerte de Jesús, y la endosará a Pilato (Lc 23, 6-12).
La expresión "el tercer día" ("hoy y mañana seguiré echando demonios; y al tercer día acabo") es usual en lengua aramea, y significar "en plazo breve". La expresión acabo alude a que "estoy llegando al final", o bien "he logrado mi objetivo". Jesús sube a Jerusalén y hacia su muerte. Pero no como un condenado ordinario, sino con plena conciencia de ir hacia un cumplimiento. Jesús conoce perfectamente a lo que va, y no morirá el día que Herodes decida, sino el día que él decida.
Y lo que decide Jesús es que "hoy, mañana, y pasado mañana, es preciso que prosiga mi camino, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén". Se trata de unas palabras misteriosas, que ya el profeta Oseas había profetizado: "Dentro de dos días, el Señor nos dará la vida, y al tercer día nos levantará en su presencia y viviremos" (Os 6, 2). Jesús, caminando hacia Jerusalén, pone en manos de Dios el cuidado de prolongar su misión.
Una Jerusalén de la que dice Jesús que "mata a los profetas y apedrea a los que se te envían". Una Jerusalén que era ciudad de los dones de Dios, y ciudad de la "proximidad de Dios". Pero una Jerusalén que era también la ciudad de la revuelta contra Dios, y del rechazo a Dios. No obstante, la tierra y la humanidad entera estaban simbolizadas en esa ciudad, tanto para lo bueno como para lo malo.
Y como cumbre de la severidad, termina Jesús con un colofón de ternura maternal: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca a sus pollitos bajo las alas, pero no has querido!", en referencia al pájaro que protege a sus polluelos (Dt 32,10; Is 31,5; Sal 17,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4).
La oferta de la salvación, de la protección y de la ternura de Dios, ha sido, pues, rehusada: "¡No habéis querido!". Por eso, continúa diciendo Jesús: "No me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: Bendito el que viene en nombre del Señor". Jesús sabe que hay un más allá después de su muerte, y que día vendrá en el que se le saludará exclamando: "Bendito el que viene".
Noel Quesson
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El pasaje evangélico de hoy está situado en la última subida de Cristo hacia Jerusalén. Él sabe que va allí para morir de la manera más horrible. Sin embargo, va decidido, y declara que debe "seguir adelante hoy, mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén". Es decir, tiene interés en llegar a tiempo a la cita que tiene con la muerte, en la que dará gloria a su padre y nos mostrará su amor. Ante esta premura no le importan los poderes políticos (Herodes que lo amenaza de muerte) ni sociales. (los fariseos que le invitan a irse de sus dominios).
Cristo va subiendo a Jerusalén decidido, y lleva prisa. En otro pasaje del evangelio se nos dirá que en este su último viaje "iba delante de los discípulos". No tiene miedo, sino premura. Sabe que la voluntad de Dios es, a fin de cuentas, lo único que nos cuenta en esta vida, y sabe que muchos cristianos a lo largo de la historias sabrán renunciar a muchas cosas, incluso a su vida misma, por cumplir fielmente la voluntad de Dios.
Jesús ha hecho todo lo posible (hasta la locura) por salvar a Jerusalén, porque es todo amor. Por eso todo amor que se precie ha de llevar un dosis de locura e incomprensión.
Locura porque lo que se hace no tiene sentido desde el punto de vista humano, parece ir en contra de lo natural y de lo que es razonable. Incomprensión porque no sólo va a estar teñido de un color que las personas que no entiendan, sino que provocará sorpresa por lo desconocido que es y desatará todo tipo de opiniones desde las risas y tachaduras de tontos hasta las más incisivas y violentas. Jesús con su vida provoca, ha llegado la hora de preguntarse qué pasa con nuestra vida, que reacción provocamos en los demás, ojalá que la respuesta no sea indiferencia.
Zenón Grocholewski
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No sabemos si la advertencia que hicieron a Jesús los fariseos era sincera, para que escapara a tiempo del peligro que le acechaba: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte". Herodes II Antipas, el que había encarcelado y dado muerte al Bautista (al igual que su padre Herodes I el Grande había mandado matar a los inocentes de Belén, cuando nació Jesús), quiere deshacerse de Jesús.
Jesús responde con palabras duras, llamando zorro al virrey de Judea y mostrando que camina libremente hacia Jerusalén para cumplir allí su misión. Y dejando claro que no morirá a manos de Herodes, pues no es ése el plan de Dios. La idea de su muerte le entristece, sobre todo por lo que supone de ingratitud por parte de Jerusalén (la capital a la que él tanto quiere). Y es entrañable que se compare a sí mismo con "la gallina que quiere reunir a sus pollitos bajo las alas".
Jesús aprovecha la amenaza de Herodes II de Judea para dar sentido a su marcha hacia Jerusalén (y a su muerte), que él mismo ha anunciado y que no va a depender de la voluntad de otros, sino que sucederá porque él la acepta, y cuando haya llegado "su hora". Mientras tanto, sigue su camino con decisión y firmeza.
El lamento de Jesús -"Jerusalén, Jerusalén"- es parecido al dolor que siente luego Pablo (Rm 9-11) al ver la obstinación del pueblo judío que no ha querido aceptar, al menos en su mayoría, la fe en el Mesías Jesús.
El amor de Dios a veces se describe ya en el AT con un lenguaje parecido al de la gallina y sus pollitos, o con el águila que juega con sus crías y les enseña a volar (Dt 32, 11), o con el salmista que pide a Dios "guárdame a la sombra de tus alas" (Sal 17, 8), o con otras con un lenguaje materno y femenino ("en brazos seréis llevados y sobre las rodillas seréis acariciados, como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré"; Is 66, 12-13).
¿Estamos dispuestos a una entrega tan decidida como la de Jesús? ¿Incluso si aquellos por los que nos entregamos se nos vuelven contra nosotros? ¿Tenemos un corazón paterno o materno, un corazón bueno, lleno de misericordia y de amor, para seguir trabajando y dándonos día a día, por el bien de los demás? ¿O nos influyen los Herodes de turno para cambiar nuestro camino, por miedo o por cansancio?
José Aldazábal
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Miremos a Jesús, porque el evangelio de Lucas nos lo presenta hoy en camino hacia Jerusalén, consciente de que "hoy y mañana y pasado tiene que caminar". Por eso, no teme ni a Herodes II (Antipas) ni a la gran ciudad (Jerusalén), sino que sueña con una situación distinta: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos!". Y está dispuesto a morir como un profeta, para que ese sueño se haga realidad.
Os confieso que cando leo las palabras de Jesús sobre Jerusalén experimento una enorme confusión. ¿Por qué la ciudad que la Biblia presenta como "ciudad de la paz" ha sido siempre, y hoy también, una ciudad conflictiva, en la que parecen concentrarse todos los odios de la humanidad? ¿Por qué el sueño de Jesús se retrasa tanto?
Algunos conocidos de Israel me han dicho en más de una ocasión, con una mezcla de ironía y de temor, que la tercera guerra mundial comenzará por Jerusalén. Es todo un símbolo de esa gran ciudad que es el mundo. Por eso Jesús quiere subir y morir en Jerusalén.
Para Lucas, Jerusalén es todo: el escenario de la muerte, de la resurrección, del nacimiento de la Iglesia, de la expansión misionera. Y Jesús no huye de destino sino que, revestido con la "armadura de la fe", lo acepta. A pesar de las apariencias, las cosas ya no pueden ser como antes.
Gonzalo Fernández
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Jesús tiene una conciencia clara de la misión que el Padre Dios le ha confiado: salvar a la humanidad y llevarla de retorno a la casa paterna, no en calidad de siervos, sino de hijos en el Hijo. Y nadie le impedirá cumplir con la voluntad de su Padre. Dios, efectivamente, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Jesús, a pesar de nuestras rebeldías, no sólo nos llama a la conversión, sino que nos da muchos signos de su ternura para con nosotros; jamás se comporta como juez, sino siempre como un Padre amoroso, cercano a nosotros y amándonos hasta el extremo.
Ojalá que no sea demasiado tarde cuando, terminado nuestro peregrinar por este mundo, tengamos que juzgar nuestra vida a la luz del amor de Dios. Y ojalá que no salgamos reprobados, y nuestra casa (nuestra herencia, la que nos corresponde en la eternidad) no quede desierta por no poder tomar posesión de ella a causa de nuestra rebeldía.
El Señor está siempre a nuestro lado para que su victoria sea nuestra victoria, de tal forma que el amor de Dios siempre esté en nosotros. No nos dejemos amedrentar por quienes, teniendo el poder, quisieran apagar nuestra voz e impedir nuestro testimonio y nuestra labor conforme al evangelio de Cristo con toda su fuerza y poder salvador. No vendamos nuestra vida a los poderosos, ni a los ricos de este mundo.
No diluyamos la fuerza del mensaje de Cristo en aras de recibir protección o unas cuantas monedas, sabiendo que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su vida. No permitamos que nadie nos tenga como perros mudos a su servicio, amordazados e incapaces de velar por el pueblo de Dios y de esforzarnos para que todos sean alimentados a su tiempo con la palabra de Dios, proclamada con lealtad.
José A. Martínez
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La ciudad de Jerusalén, en tiempos de Jesús, poseía el encanto de sus edificaciones, principalmente el templo. En efecto, el templo había sido reconstruido y sólo contemplarlo producía fascinación: sus 180 columnas rematadas por capiteles corintios, sus numerosas puertas y atrios, y sobre todo su santuario, con una colosal fachada de 30 m. altura, adornada con mármoles y placas de oro. A todo buen israelita le entusiasmaba la idea de ir a Jerusalén, la ciudad santa, y también a Jesús.
Pero Jerusalén no era sólo su templo, sino que lo eran sus habitantes. Y éstos, a juzgar por las palabras del Señor, eran todo menos acogedores y dignos de confianza: "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían" (v.34). Jesús profiere este lamento sobre Jerusalén, y poco después llora al ver la ciudad presagiando su ruina (Lc 19, 41-44). Son lágrimas y lamentos que le brotan del corazón porque la ama.
Que el Hijo de Dios llore y se lamente nos desvela su condición encarnada. Es un Dios hecho hombre sensible. Ante una imagen tan humana del Hijo de Dios, ¿qué otra realidad (fuerza o poder maligno) de este mundo (o de cualquier otro) podrá asustarnos?
José San Román
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Nos encontramos hoy con un Jesús todo ternura, cercanía y amor para con su pueblo israelita, con la tradición y la elección de Israel y con su añorada ciudad de Jerusalén. Pero al mismo tiempo, es terrible diatriba contra los zorros que engañan u ocultan y silencian la verdad.
Cristo vino a nosotros, por amor, para salvarnos, devolviéndonos al Padre. Y nos ha dejado lecciones muy claras de magisterio espiritual hablándonos de que él y nosotros hemos de sentirnos en las entrañas del Padre, manteniéndonos en caminos de fidelidad inquebrantable, hasta la consumación y la muerte.
Para ello contamos con su amorosa providencia y gracia, con su impulso generoso, con su palabra, sacramentos y cruz. Y si todo eso no lo hacemos nuestro, poniéndonos a la sombra de sus alas, nos desviamos por caminos que pueden ser de perdición.
Nos lo ha anunciado sin titubeos: "Jerusalén, Jerusalén. He querido reuniros a todos bajo mis alas, y no habéis querido. Por eso vuestra casa quedará vacía". Vacía del espíritu de hijos de Dios, y en ruina.
Dominicos de Madrid
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Irreverente para con la autoridad parecería Jesús con ese modo de hablar… En vez de huir, por la amenaza que le dicen que pesa sobre él, Jesús desafía al "zorro" de Herodes, con un misterioso argumento de que no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.
Se trata de una virtud (la libertad y autonomía personal, frente a la autoridad) que nos es muy extraña, tras siglos de inculcamiento sobre la obediencia y sumisión, e incluso la actual mitificación de la autoridad (como si estar investido de autoridad fuese un certificado de ser una persona loable). Afortunadamente, Jesús llamó zorro a esa autoridad, en su caso virrey de Judea.
En el pueblo de Dios todos tenemos una común dignidad, y todos y cada uno tenemos nuestra responsabilidad, y todos daremos cuenta a Dios de nuestro cumplimiento de la misma. El poder puede dar apariencia de triunfo en este mundo, pero el único verdadero triunfo es la fidelidad al amor y a la verdad.
Confederación Internacional Claretiana
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Las amenazas contra Jesús se van haciendo progresivamente más evidentes en el camino hacia Jerusalén. Algunos de los Fariseos, con la mejor intención, le advierten del peligro inminente: el profeta puede estar en peligro por causa de las maquinaciones de los poderosos (en este caso, de Herodes II de Judea).
La respuesta de Jesús es un desafío a la intimidación. Él sabe cuál es su suerte como profeta, él debe enfrentar desde la debilidad del ser humano el inmenso poder del orden vigente. Y por eso les repite a los partidarios de Herodes lo que ya Juan le había dicho: Esta dinastía de gobernantes es corrupta, injusta y explotadora.
Y renglón seguido, anuncia Jesús que su obra proseguirá como ahora, pues no depende de los potentados sino de la voluntad de Dios. Cuando complete su obra, ésta llegará a su término y no cuando los poderosos le impongan límites.
Jesús no teme continuar su camino, pues sabe que su destino es enfrentar toda la abominación que se ha concentrado en Jerusalén alrededor del templo. Por eso, la profecía que lanza contra la capital religiosa y política de la nación ("Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas") es una consigna que señala la inauguración de una nuevo pueblo de Dios (la Iglesia, no ya Israel), abierto y universal.
Además, proclama Jesús que el Templo de Jerusalén ("vuestra casa") quedará vacío, pues el nuevo Israel trascenderá los estrechos límites de Israel y abarcará a todo el universo.
Esta manera de pensar era a todas luces un desafío al proyecto nacional judío, tejido a lo largo de los siglos alrededor de la nación judía. Por esta razón, muchos de sus seguidores no lo comprendieron, y sus enemigos lo interpretaron como un atentado contra la unidad de Israel. De modo que la conspiración contra Jesucristo no se hizo esperar.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
En cierta ocasión, nos dice hoy el evangelista Lucas, se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron: Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte. Pero ¿acaso aquellos fariseos tenían interés por evitarle la muerte, y por eso le avisan? ¿O era más bien que deseaban su marcha para evitarse las molestias que les generaba su presencia?
Los fariseos no eran amigos de Herodes, pero tampoco lo eran de Jesús. En cualquier caso, parecen prevenirle de las malas intenciones de Herodes, a quien la actividad de Jesús le traía a la memoria los infaustos recuerdos de ese otro profeta (Juan el Bautista) a quien había mandado decapitar.
En su respuesta, Jesús da a entender a los fariseos que no pongan a Herodes de excusa, pues en realidad ellos mismos están haciendo de emisarios suyos. Por eso, les dice:
"Id a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término. Pero hoy y mañana, y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén". ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido, y por eso vuestra casa quedará vacía".
La respuesta de Jesús es contundente, y viene a decir que él está dispuesto a mantenerse firme en su determinación de llegar hasta el final, aunque por ello tenga que morir a mano de los poderosos.
Y no sólo eso, sino que también les pide comunicar a ese zorro (Herodes) que él seguirá haciendo lo que ha hecho hasta el momento (curar y echar demonios), y que lo seguirá haciendo hasta que llegue a su término, que no es el término fijado por Herodes (el que lo busca para matarlo) ni por los fariseos, sino su propio término (el fijado por su Padre). Además, como no cabe que ningún profeta muera fuera de Jerusalén, él seguirá caminando y misionando hasta alcanzar la meta.
Las palabras de Jesús revelan que él era plenamente consciente de lo que le esperaba, y por eso decide seguir encaminándose hacia Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas, puesto que también él es un profeta.
A pesar de matar a los profetas de Dios, Jerusalén no es digna del desprecio de Jesús. Al contrario, merece su consideración, aunque por ello le espere la ruina. De hecho, muchas veces ha querido Jesucristo reunir a sus hijos (de Jerusalén), como la gallina reúne a sus polluelos, en una sola congregación (= Iglesia), pero Jerusalén no se ha dejado.
Se trata de expresiones que rezuman tristeza y que dejan una sensación de fracaso. Jesús ha querido, pero no ha podido, y es que no todo depende del querer de Dios, sino también del querer de las personas.
Más adelante, será el Espíritu Santo el que vaya realizando esta labor de congregar a los hijos dispersos en una sola Iglesia, completando así la tarea iniciada por Jesús. Entre tanto, concluye Jesús, esa casa que representa Jerusalén (la casa de Israel) se quedará vacía, en una premonición cuyo alcance desconocemos.
El rechazo de Jesús, el enviado de Dios a la casa de Israel, tendrá sus consecuencias. Y una de ellas es que dicha casa quedará desierta y abandonada a su suerte, bajo las malas hierbas, el detritus de las aves y la erosión del tiempo. Y añade hasta cuándo: Hasta el día que exclaméis "bendito el que viene en nombre del Señor".
Jesús anticipa que ese día sí será recibido con aclamaciones y vítores a las puertas de Jerusalén, como el bendito del Señor. Jesús sabe que al entrar en Jerusalén iba a consumar su misión y a encontrar la muerte. Pero esta conciencia no le impide seguir adelante en sus propósitos, sino que le hace más decidido. Su encomiable firmeza contrasta con nuestras vacilaciones y volubilidad.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
30/10/25
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A L
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M U R C I A
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