27 de Octubre
Lunes XXX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 27 octubre 2025
a) Rom 8, 12-17
Nos habla hoy Pablo del binomio carne-espíritu, insistiendo en la prioridad de la acción de Dios en la santificación del hombre. Pues no son las obras de la carne las que nos salvan, sino la presencia del Espíritu en el hombre, que le orienta hacia una existencia nueva.
La 1ª dimensión de esta existencia es la de "hijo de Dios" (vv.14-15). Dios ha dado al hombre su Espíritu para que éste acceda a la casa paterna. Por tanto, el hombre no debe dejarse dominar por un espíritu de temor (del que cree que la benevolencia divina depende de su propio esfuerzo), sino que debe vivir en unas relaciones filiales que, por sí mismas, ahuyentan el temor.
El privilegio del hijo de Dios consiste en poder llamar a Dios Abbá (lit. Padre), y en no fabricarse una religión que dedicada a contabilizar los propios esfuerzos ante Dios, o acumular ritos para ganarse su benevolencia. El cristiano puede llamar Abbá a Dios, con todo lo que esto supone de familiaridad e iniciativa misericordiosa por parte de Dios.
La 2ª dimensión de esta existencia es la de "heredero de Dios" (v.17). Al ser hijo, el hombre tiene derecho a una vida de familia, y dispone de los bienes de la casa. El término heredero no debe comprenderse aquí en el sentido moderno (del que dispone de los bienes del padre, a la muerte de éste), sino en el sentido hebreo de "tomar posesión" (Is 60,21; 61,7).
El pensamiento de Pablo se asocia a la concepción del AT sobre la herencia, pero la completa al unirla a la idea de la filiación. Los hombres adquieren desde ya mismo la herencia, por su unión al Hijo por excelencia (el único que goza, por naturaleza, de todos los bienes divinos). Efectivamente, el hijo de Dios hereda la gloria divina, irradiación de la vida de Dios en la persona de Cristo.
Pero la herencia sólo se obtiene mediante el sufrimiento, y se hereda con Cristo si se sufre con él. El sufrimiento conduce a la gloria, pero no como condición meritoria, sino como signo de vida en Cristo (prenda de herencia de la gloria con él).
En efecto, la obediencia de Cristo hasta la muerte manifiesta que reconoce depender radicalmente de Dios, y que en esta dependencia se libera a la criatura de su abocamiento al sufrimiento y a la muerte. Tiene, pues, una repercusión eterna (glorificar al hombre, no sólo al Padre), más allá de toda esperanza o aspiración.
En cuanto al Espíritu de Dios, éste está en nosotros no simplemente como doctor de verdades, sino moviendo y animando todo nuestro ser (v.14). Tiene, pues, una resonancia ontológica, que no puede ser percibida más que en la participación del misterio de la persona de Cristo (v.17).
En el Espíritu Santo, el cristiano, sin perder su condición humana, se encuentra a su vez establecido en la filiación divina. Y por consecuencia, es capaz de dar a su obediencia una dimensión que le glorifica. El papel del Espíritu en él es asegurar esta filiación, y mantener la obediencia al Padre (v.16).
Por tanto, toda la Trinidad actúa en la justificación del hombre: el Padre aportando su amor para hacer de los hombres hijos suyos; el Espíritu viniendo a cada uno de ellos a dominar su miedo, e iniciarlos paulatinamente en un comportamiento filial; el Hijo haciendo de la condición humana y del sufrimiento el camino de acceso a la filiación.
Según habían anunciado los profetas, el don del Espíritu impregna todos los corazones de un amor filial hacia el Padre, y de un amor fraternal hacia todos los hombres. La misma ley adquiere un nuevo aspecto, y deja de ser un yugo pesado, al ser liberados por Cristo del pecado y armados por el Espíritu Santo para combatir victoriosamente las obras de la carne.
Por último, el envío del Espíritu Santo está unido a los sufrimientos y a la resurrección de Cristo, pues fue desde ellas desde donde Cristo lo envió a los hombres. De esta manera, el hombre comparte el destino de Cristo (su muerte y resurrección) dentro de la Iglesia (cuerpo de Cristo), y participa de los bienes familiares que Dios le ofrece.
Maertens-Frisque
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Pablo nos presenta hoy la salvación en Jesucristo como una liberación de la muerte, del pecado y de la ley: "No somos deudores de la carne. Si vivís según la carne, moriréis; pero si, por el Espíritu, hacéis morir los desórdenes del hombre pecador, viviréis". Una liberación que hay que ir completando sin cesar.
Por otro lado, presenta aquí Pablo su comparación habitual entre la carne y el espíritu. La carne, para Pablo, no es principalmente el cuerpo humano, sino el "hombre entero cuando se ha apartado de la mirada de Dios". Resumiendo y en líneas generales, cada vez que en los textos de Pablo encontramos la palabra carne, podríamos reemplazarla por "el hombre sin Dios".
El espíritu es precisamente lo contrario. Un espíritu que no alcanza sólo al alma, sino al hombre entero en cuanto animado por Dios, pues "todos aquellos que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios".
"Dejarse conducir por Dios" es lo que reemplaza totalmente a la ley y toda forma de vida moralizante, incluso la del hombre sin Dios (para quien el único ideal consiste en evitar el mal y hacer el bien). Pues para el cristiano ya no consiste todo en seguir la ley, sino en "dejarse conducir por el Espíritu de Dios. ¡Menudo cambio de tercio! Pero esto no es nada fácil, y tampoco quiere decir que lo demás no merezca la pena seguir ejercitando.
Se pasa así de vivir una regla a estar en la regla (por amor a Alguien), sin olvidar "estar en regla". Y esto requiere que vayamos afiliando nuestros sentimientos a los de Dios, desterrando el miedo del esclavo al amor del hijo, pues "nuestro espíritu no es un espíritu de esclavitud, sino un espíritu de adopción filial".
La palabra adopción puede ayudarnos a reflexionar. En el caso de la adopción de un niño, la tradición judía hablaba de "hijo de su bondad", subrayando el aspecto de la escogida y la elección amorosa.
Efectivamente, nos dice Pablo que, "empujados por este Espíritu, podemos clamar a Dios llamándole Abbá Padre". El término hebreo abbá (lit. papá), usado por san Pablo voluntariamente, es la palabra familiar de los niños pequeños judíos de la época. Se trata de un término que no fue usado nunca en la Biblia, sino que fue inventado por Jesús a la hora de hablar familiar y cariñosamente de Dios.
De hecho, abbá es también la 1ª palabra usada por Jesús al comienzo del Padrenuestro. Tenemos que detenernos sobre esta palabra y repetirla sin cesar, pues "sólo este nombre puede alimentar toda una oración", como decía Santa Teresa de Jesús.
Y si Dios es nuestro Padre, y nosotros somos hijos de Dios, también somos sus herederos, pues "el Espíritu Santo mismo se une a nuestro espíritu para decirnos que somos sus hijos, sus herederos". Experiencia de la presencia mística del Espíritu en nuestro espíritu.
Noel Quesson
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El resorte que los cristianos podemos emplear para hacer que la gente se enderece y pueda mirar con optimismo hacia delante es éste: recordar que, en Cristo el Señor, somos hijos de Dios. La Carta a los Romanos nos lo brinda en bandeja en este día: "Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: Abbá, Padre".
Quienes creemos en Cristo tenemos la esperanza cierta de que lograremos la plenitud que en este mundo no podemos alcanzar. Somos frágiles, y muchas veces hemos actuado conforme a nuestros desórdenes egoístas. Sin embargo Dios no nos ha abandonado, sino que nos ha comunicado su Espíritu Santo para que venga en nuestro auxilio. Mediante él vemos a Dios como hijos y no esclavos; gemimos como los niños desprotegidos y llamamos cariñosa y confiadamente a Dios con el nombre de Abbá.
La presencia del Espíritu de Dios en nosotros nos lleva a vivir confiados en Dios y a actuar bajos sus inspiraciones. Por eso estamos ciertos de que, en medio de las luchas y tentaciones de esta vida, mientras no nos dejemos dominar por el mal y el pecado, nuestro destino no será la muerte, sino el llegar a ser herederos de Dios, junto con Cristo, participando de su misma gloria.
Abramos por ello nuestro corazón al Señor, y dejemos que el Espíritu Santo haga su morada en nosotros. Dejémonos conducir por él de tal forma que, siendo fieles al Señor, él permanezca en nosotros y nosotros en él. Entonces será nuestra la plenitud en Dios, y heredaremos aquellos bienes que Dios ha reservado para los que él ha llamado a su vida eterna.
José San Román
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Si dejamos de vivir vivimos "según la carne" (según los criterios mundanos) y pasamos a vivir "según el Espíritu", empezaremos a sentirnos, como dice hoy Pablo, hijos de Dios, pues "los que se dejan llevar por el Espíritu, esos son hijos de Dios".
Recordemos lo que ya decía Juan al comienzo de su evangelio: "A los que recibieron la Palabra les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). Y también en su carta: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios: pues lo somos" (1Jn 3, 1).
"Ser hijo" significa no vivir con miedo al Padre (como los esclavos) sino en la confianza y en el amor, así como poder decir desde el fondo del corazón, y movidos por el Espíritu: "Abbá, Padre". Significa que somos "herederos de Dios y coherederos con Cristo": hijos en el Hijo, hermanos del hermano mayor, partícipes de sus sufrimientos y de su glorificación.
Una cosa fundamental que tenemos que aprender hoy de Pablo es a sentirnos y a ser hijos de Dios, y a tener hacia Dios (como él) sentimientos de unión y amor, de obediencia y confianza. Y a no relacionarnos con Dios ya como meras criaturas creadas por él (que se sienten obligadas a adorarle) ni como esclavos suyos (que le obedecen por miedo al castigo). Porque Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios Abbá (lit. Padre).
Esto es un foco de luz que ilumina y que transforma nuestra existencia, tanto en los días buenos como en los difíciles. El salmo responsorial de hoy va en esa línea optimista: "Nuestro Dios es un Dios que salva, padre de huérfanos y protector de viudas, que prepara casa a los desvalidos. Bendito sea el Señor cada día".
Ahí está la raíz de la dignidad de la persona humana, y del respeto que merece todo hombre y toda mujer: que todos somos hijos de Dios, y todos valemos mucho a los ojos de Dios (que no nos quiere como esclavos, sino como hijos).
¿Sentimos dentro de nosotros el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, que nos hace gritar Abbá, Papá? ¿Pensamos en nuestro futuro como en una herencia gloriosa que nos espera, porque estamos unidos a Cristo, el Señor Resucitado, que nos hará partícipes de su inmensa alegría y de su vida plena? Y si nos sentimos hijos en la casa de Dios, y herederos de sus mejores riquezas, y si cada día rezamos a Dios llamándole "Padre nuestro", ¿por qué ponemos cara de resignados?
José Aldazábal
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En la celebración de hoy continuamos escuchando el cap. 8 de Pablo en su Carta a los romanos: "Recordad la intimidad de que gozáis con Dios los hijos de elección, los hijos de la fe, de la alianza, del amor". Realmente, si no fuera esta revelación que de Dios hizo Jesús, no nos atreveríamos a decir "Abbá, Padre", cuando nos dirigimos a nuestro Dios y Señor.
Bendigamos, pues, el don que nos hizo Jesús, al descubrir los secretos del corazón divino. Y sabiendo que de nuestra parte no somos más que polvillo en el camino, sintámonos unidos a él y comprometidos con el reino de Dios, dispuestos a ser en cualquier momento testigos del Señor resucitado, vencedor del mal y de la muerte.
Los hombres somos de carne, mas no deudores de la carne. Pues somos hijos de Dios y nos mueve y alienta el Espíritu del Padre, y nos está reservada una eternidad inimaginable en la casa del Padre.
Por ello, no debe haber en nosotros hipocresía alguna, porque esa criatura (la hipocresía) no es hija de la luz y amor (como lo somos nosotros), sino de la mentira. Como tampoco debe haber en nuestro obrar (al modo divino) ninguna maldad (sino bondad), odio (sino amor) o chabacanería (sino delicadeza de espíritu). Sino que nuestro obrar debe atenerse al criterio de bondad, amor y delicadeza.
Los signos de Dios, y las maravillas que Jesús realiza, así como los detalles del diario vivir, han de alumbrar nuestro camino. Sepamos mirar a mediodía y ver la luz de las personas. Y en todo alabemos a Dios, aunque no entendamos bien su lenguaje de amor y elección.
Ese hijo de Dios (en el Hijo, por supuesto) somos cada uno de nosotros. Y el atrevimiento de hablar a Dios como a un padre lo tenemos porque esas palabras entrañables salieron de los labios de Jesús orante, y nos las dejó como expresión de la intimidad en que vivía con él.
Hoy nuestra meditación tiene que beneficiarse de la versión paulina de esos sentimientos, tal como nos han quedado en la Carta a los Romanos. En concreto, debería caer en la cuenta que:
1º
nuestra vocación es vivir haciendo las obras
del Espíritu: amor, justicia, paz, alabanza, solidaridad, caridad. Si lo
hacemos, somos hijos;
2º nuestro futuro de santidad es dejarnos guiar
por el viento del Espíritu (que sabe muy bien hacia dónde hemos de
dirigirnos), pues estamos viviendo en el tiempo del Espíritu;
3º nuestra oración y trato con Dios tiene que
gozar expresándose en términos de cariño y ternura de hijos (del Abbá,
Padre), porque ése es el lenguaje que gusta a Dios.
Dominicos de Madrid
b) Lc 13, 10-17
Hasta ahora hablaba Jesús a los discípulos y a las multitudes que acudían a él. Pero hoy lo vemos entrar en una sinagoga, buscando él a la gente. Y lo hace en día de sábado, día de congregación y reposo, con la intención de enseñar. En esto, aparece "una mujer que llevaba 18 años enferma por causa de un espíritu y andaba encorvada, sin poderse enderezar del todo" (v.11).
Los rasgos con que es presentada la mujer encorvada sirven para una descripción del público sinagogal personificado por está mujer, puesta de relieve por Jesús con la expresión mirad (diferente a la expresión del responsable de la sinagoga, que se dirigirá más adelante a la multitud, invitándola a hacerse curar los días laborables).
Jesús libera a la mujer de su "espíritu de debilidad" con su enseñanza, con "una nueva manera de enseñar, con autoridad" (Mc 1,27; Lc 4,32): "Mujer, quedas libre de tu enfermedad" (v.12). Al aplicarle las manos, Jesús inaugura la teología de la liberación integral del hombre, remodelando la criatura y enderezando otra vez al rey de la creación.
La acumulación de preceptos, fruto de la casuística que emanaba de la ley mosaica, representada aquí por el precepto sabático, había reducido el espacio de libertad y pesaba como una losa sobre las espaldas de la gente, incapacitando al hombre para andar con la cabeza erguida. La cifra 18 años, que se repite más adelante en boca de Jesús ("que Satanás ató durante 18 años"; v.16), está íntimamente relacionada con el sábado (día 7º).
Así lo evidencia la interpretación que formula el jefe de sinagoga a la gente, indignado porque Jesús había curado en sábado: "Hay 6 días en que se debe trabajar. Venid, pues, esos días a que os curen, y no el sábado" (v.14). El nº 18 es múltiplo de 6 (x 3), y el nº 6 recuerda los 6 días laborales de la creación (en concreto, el 6º, el de la creación del hombre).
Jesús califica de hipócritas a los responsables religiosos, y les interpela: "Cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al asno y lo lleva a abrevar aunque sea en sábado? Y a ésta, que es hija de Abraham, y que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que desatarla de esta atadura el día del precepto sabático?" (vv.15-16).
En efecto, el hombre no ha levantado cabeza (ha quedado encorvado) desde el día en que Satanás entró en el hombre, y por eso alude Jesús a liberar esa pesada carga, sea el día que sea (y si es el día de la creación del hombre, también).
Jesús desata a esta "hija de Abraham" (Lc 8, 42.48.49) de las ataduras del pecado, que le impedían disfrutar de la plena condición humana, devolviendo su dignidad al hombre por encima del resto de la creación (el buey o el asno), a fin de que pueda escuchar, con la cabeza bien alta, la enseñanza sobre el reino de Dios que estaba impartiendo.
Josep Rius
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Quiero fijarme especialmente en el caso de la mujer encorvada. Es todo un símbolo. Una mujer encorvada hacía tanto tiempo, una mujer que no puede enderezarse ni levantar su cabeza al cielo, una mujer que lleva un peso encima que no puede soportar, una mujer cansada y oprimida.
Se trata de una mujer hundida y aplastada, una mujer que ha recibido en sus espaldas palos incontables, una mujer que se agacha para que otros pasen (como describía el profeta, al decir que "a ti misma te decían póstrate para que pasemos, y tú pusiste tu espalda como suelo, y como calle de los que pasaban"; Is 51, 23).
Es todo un símbolo del antiguo pueblo de Dios. Es un símbolo de todas las mujeres, excesivamente vejadas, en la historia. Es un símbolo de todos los que soportan pesos intolerables, de cualquier tipo que sean. Puede que sean más de lo que nos parece, aunque sus espaldas no se curven materialmente.
He ahí a hombres y mujeres curvados por el peso del hambre y de la pobreza. Hombres y mujeres curvados por el peso de los hijos y las preocupaciones familiares, hombres y mujeres curvados por el peso de los trabajos y los desvelos, hombres y mujeres curvados por el esfuerzo y la lucha de la vida.
Hombres y mujeres curvados por la incomprensión y la soledad, hombres y mujeres curvados por el vicio y los apegos, hombres y mujeres curvados por los recuerdos y los remordimientos, por los fracasos y las tristezas. Hombres y mujeres curvados por la falta de salud y por los años. Gesto simbólico.
Pero ahora viene la reacción de Cristo. Al ver a esta mujer, no lo aguanta. Ni siquiera espera que ella le pida nada, como en los otros milagros. Tampoco le importa a Jesús que sea o no sea sábado. Eso era una muleta más. Jesús la llamó, la impuso las manos y la levantó.
Es también un gesto simbólico. Dios no nos quiere encorvados y afligidos. Dios no nos quiere oprimidos y esclavizados, ni caídos ni acobardados, ni deprimidos ni postrados. El nos quiere libres. El nos quiere erectos. El nos quiere en pie. En pie significa libertad, confianza, trascendencia. Dios no ha creado al hombre para que viva de rodillas, sino para que viva con dignidad, para que sea libre y creador.
Por eso, uno de los imperativos que más se repiten en la historia de la salvación es el levántate. Dios es el que "endereza a los que ya se doblan", el que "levanta de la miseria al pobre", el que "levanta del polvo al desvalido" (1Sm 2,8; Sal 107,41; Sal 113,7). Por eso Dios mismo intervino para liberar a su pueblo del peso de la dura esclavitud. Y por eso Jesús le dijo: "¡Levántate!".
Por eso se nos acerca el mismo Dios en Cristo Jesús, para quitarnos todas las cargas y los yugos: "Venid a mí" (Mt 11, 28). Y extiende su mano para levantar a los que están postrados, con el imperativo levántate, sea a la suegra de Pedro (Mc 1, 30-31), sea a la hija de Jairo (Mc 5, 41), sea a la mujer encorvada (Lc 13, 11). Levántate significa que a Dios le gusta vernos de pie. En este sentido, la Iglesia primitiva impuso que la liturgia del domingo se celebrara de pie, porque era signo de libertad y alegría y porque así debemos ir por la vida.
Hoy quiere el Señor levantarnos también a nosotros, y no quiere que vayamos por la vida encorvados. Pongamos todas nuestras cargas en el señor, sean materiales, sean espirituales. Si hay alguna fuerza que te oprime y de la que no eres capaz de liberarte, di a Cristo que extienda su mano sobre ti y diga con fuerza su palabra: kum (lit. levántate).
Rafael Prieto
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Lucas es el evangelista que destaca la relación profunda que había entre Jesús y las mujeres que se cruzaron en su camino de liberación. Cita varias veces aquellos encuentros en los que Jesús rompía una y otra vez las leyes humanas injustas que se imponían a la dignidad de la mujer en tiempos de Jesús.
Libremente, el Salvador les hablaba en público, las rescataba de sus dolencias y de su marginación, les permitía ser discípulas, dialogaba con ellas, se dejaba tocar, las miraba fijamente, las acogía con cariño y les auxiliaba en sus problemas y sufrimientos. Jesús rompió las estructuras opresoras contra la mujer exponiéndose a ser condenado por los fariseos y los escribas, que lo indisponían ante el Sanedrín y los sacerdotes del templo.
Nos refiere este hermoso pasaje, como Jesús recobra la salud y la dignidad de la mujer que va encorvada por la vida, cargando con los errores de una sociedad opresora y excluyente, que la limita en sus posibilidades de realizarse como persona humana, con la dignidad de hija de Dios.
Lucas nos invita a reflexionar sobre la situación de la mujer hoy, de nuestras madres, hermanas, cuñadas, hijas, amigas y no conocidas, personas de igual dignidad que el varón, con sus propias características y manera de ser que luchan por recuperar tantos siglos de opresión.
Todavía hoy día, muchos de los movimientos que inician las mujeres son también manipulados por los hombres para no permitirles su plenitud como personas. La mujer, como la tierra, engendra vida, la cuida, la nutre con su propio ser y por ella está dispuesta a arriesgarlo todo.
Fernando Camacho
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Cobarde fue la actitud de aquel jefe de la sinagoga que, al ver que Jesús curaba en sábado a la mujer encorvada, en lugar de dirigirse a él para reprocharle su actuación (si es que tenía algo de malo lo hecho) se volvió a la gente para decirles: "Hay seis días de trabajo. Venid esos días a que os curen, y no el día de precepto".
Incomprensible también su comportamiento, pues, en lugar de alegrarse, porque aquella mujer se había liberado de 18 largos años de enfermedad, se indignó contra quien la había curado en sábado. Increíble ese culto al sábado, el día del Señor, durante el cual hasta la liberación de esta pobre mujer estaba mal vista. Qué deformación de religión.
Valiente la actitud de Jesús que denuncia sin remilgos ni reparos la del jefe de sinagoga, tachándolo de hipócrita no sólo a él, sino a los que piensan como él, porque se portan en sábado mejor con los animales que con las personas. A qué nivel de deshumanización había llegado aquel sistema religioso que ponía la ley del descanso sabático por encima del bien del hombre.
Qué grado de hipocresía muestran esas actitudes. En realidad tal vez lo que molestaba al jefe de la sinagoga no era que Jesús actuase en sábado, sino la capacidad liberadora de su enseñanza y su poder para remediar las enfermedades del pueblo, al que los líderes de la sinagoga preferían mantener enfermo y sometido. Lo que le duele en realidad es que Jesús, con su actuación, denuncie su modo de ser maestro y su enseñanza, incapaz de liberar a nadie.
Por eso, los adversarios de Jesús, desenmascarados, no tienen más remedio que abochornarse. Y la gente sencilla, dominada durante tanto tiempo por los encorvamientos, se alegra de que haya aparecido un maestro con tanta autoridad como Jesús, que libera al pueblo de la esclavitud de Satanás.
Gaspar Mora
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Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Y había allí una mujer que desde hacía 18 años estaba enferma por causa de un espíritu. Andaba muy encorvada sin poderse enderezar del todo. Una vez más, Lucas es el único que relata ese favor de Jesús a una mujer. De nuevo se pone de manifiesto la misericordia de Jesús hacia los enfermos.
Esta vez se trata de una persona que no puede enderezarse para mantenerse en la posición normal, ni es digna de "estar en pie". Qué desgracia verse reducido a mirar siempre al suelo, sin poder contemplar las caras de sus interlocutores, sin posibilidad de mirar hacia arriba. Un símbolo de la humanidad cautiva.
Al verla la llamó Jesús, y antes que la mujer le hiciese petición alguna, le dijo: "Mujer, quedas libre de tu enfermedad". Le impuso las manos, y en el acto la mujer quedó enderezada. Señor, enderézanos, y endereza a todos los que van siempre inclinados hacia el suelo.
Lucas es el especialista de la alabanza y constata a menudo que la gente prorrumpe en alabanzas cuando es testigo de una maravilla divina (Lc 2,20; 5,25; 7,16; 17,15-18; 18,43; 19 37; Hch 4,21; 3,8-9). De ahí que también la mujer de hoy "empezó a alabar a Dios".
A lo largo de toda esa narración se descubre un nuevo sentido del sábado: pasa a ser el día del Señor Jesús, el día de la nueva dignidad de los hijos e hijas de Dios. Es el día de la alabanza, de la eucaristía, de la acción de gracias a Dios. La misa, ¿es para mí, una acción de gracias? ¿Cuáles son mis motivos de alabar a Dios?
Intervino entonces el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado: "Hay 6 días de trabajo. Venid esos días a que os curen, y no los sábados". Jesús le replicó: "Hipócrita. Cualquiera de vosotros, aunque sea sábado, desata del pesebre el buey o el asno, y lo lleva a abrevar". Jesús apela al buen sentido popular.
La ley ha de ser siempre humana, y de hecho el "descanso sabático" fue implantado por Moisés por motivos estrictamente humanitarios, acordes a la dignidad de imago Dei del Creador: "El 7º día descansarás, para que reposen tu buey y tu asno, y tengan un respiro el hijo de tu sierva y el forastero" (Dt 5,14; Ex 23,12).
Efectivamente, Señor, nuestro mundo de hoy tiene mucha necesidad de respirar, de tomarse un descanso. Ayúdanos a restituir ese sentido a cada uno de nuestros domingos. Día de alegría. Día en el que se acaba la creación, el "séptimo día", el día del gran reposo de Dios (Gn 2, 14). ¿Sabemos procurar para los demás, a nuestro alrededor, ese espacio de respiro y de libertad? Domingo, día de liberación, día de la redención de Jesús, día de salvación.
Noel Quesson
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En su camino hacia Jerusalén, Jesús realiza otro gesto de curación en sábado, sanando milagrosamente a una mujer encorvada que no se podía enderezar. Parece como si Jesús provocara escenas como la presente, que realiza en sábado: quiere mostrar que la fuerza curativa de Dios ya está presente y actúa eficazmente en el mundo.
Llama también Jesús hipócritas a los que se escandalizan de que él haya hecho este gesto en sábado, cuando ellos sí se permitían ayudar a un animal propio llevándolo a abrevar, aunque fuera en sábado. ¡Cuánto más no se podrá ayudar a esta pobre mujer, "que es hija de Abraham" y que desde hace 18 años "Satanás tiene atada"!
Jesús se dedica a curar, a salvar, a transmitir vida. El sábado (para nosotros, el domingo) es el día semanal que recuerda a los creyentes la victoria de Dios contra todo mal y toda esclavitud.
Jesús nos enseña hoy que la caridad con las personas es superior a muchas otras cosas: sobre todo a unas leyes exageradas que nos hemos inventado nosotros mismos, y que invocamos oportunamente cuando no queremos gastar nuestro tiempo en beneficio de los demás.
Con los muchos trabajos que no se podían hacer en sábado, las escuelas más rigoristas de la época habían convertido el sabath en un día de preocupación escrupulosa, más que de liberación y alegría. Se puede ser esclavo también de una ley mal entendida, y Jesús se opone a ese legalismo exagerado.
Pensemos si también nosotros necesitamos que nos recuerden que "no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre", si en vez de predicar y practicar una religión de hijos la hemos convertido en un ritualismo de esclavos.
En el día de domingo, además de participar en la celebración eucarística, que ciertamente es el punto culminante de la jornada, ¿ayudamos a enderezarse a las personas que están agobiadas por diversos males? Podríamos proponernos hacer cada domingo algún acto de caridad, tener un detalle para con algún enfermo o anciano, hacer una llamada telefónica amable, escribir una carta, visitar a algún pariente que tenemos abandonado, desatar a alguien al que tal vez nosotros mismos hemos atado con nuestros juicios o nuestro trato despectivo.
José Aldazábal
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En el evangelio de hoy Jesús toca a una mujer encorvada y abatida, privada de una visión de horizonte. Jesús la cura, e incluso no repara en la legalidad a la hora de hacerlo (pues era sábado). La cura y basta. Y la mujer sana y se endereza, recuperando la alegría. Y una vez erguida, recupera el horizonte ante sus ojos.
Entre las obras de misericordia del viejo catecismo habría que incluir una relativa a la asistencia a las personas con depresión, esa endémica enfermedad de nuestro tiempo. Curar, sanar, animar, hacer sonreír, dar esperanza... Como decía Martín Descalzo, hablando de su 15º obra de misericordia (animar al deprimido): "Deberíamos tener un respeto sagrado al dolor de los niños, a la frustración de los muchachos, a esa amargura que parece que atorase el horizonte de la vida".
La depresión alcanza a muchas personas en un porcentaje alarmante, sobre todo en las sociedades desarrolladas en las, contrariamente a lo que pudiera pensarse, no se consigue la felicidad tan fácilmente. ¿Qué resortes podríamos tocar para paliar esos desajustes que atoran el horizonte de la vida a tantas personas?
José San Román
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En el evangelio de de hoy Lucas nos relata cómo Jesús entró a enseñar un sábado en la sinagoga, según era su costumbre, y curó a una mujer que había estado encorvada por 18 años, sin poder enderezarse de ningún modo.
El jefe de la sinagoga se indignó porque Jesús curaba en sábado, e incluso no se alegró al ver a esta hija suya (de Abraham) sanada de alma y cuerpo. Por lo visto, tenía su alma cubierta de maleza, o no comprendía la grandeza de la misericordia divina, que liberaba a esta mujer postrada por Satanás durante tanto tiempo.
La mujer quedó libre del mal espíritu que la tenía encadenada y de la enfermedad del cuerpo. Ya podía mirar a Cristo, y al cielo, y a las gentes, y al mundo. Nosotros también estamos muy necesitados de la misericordia del Señor, y la consideración de estas escenas del evangelio nos llevará a confiar más en él y a imitarle en su misericordia en el trato con los que nos rodean y nunca pasaremos indiferentes ante su dolor o su desgracia.
Muchos pasan la vida entera mirando a la tierra, atados por la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (1Jn 2, 16). La concupiscencia de la carne impide ver a Dios, pues sólo lo verán los limpios de corazón (Mt 5, 8).
La concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, nos lleva a no valorar sino lo que se puede tocar: los ojos se quedan pegados a las cosas terrenas, y por lo tanto, no pueden descubrir las realidades sobrenaturales y llevan a juzgar todas las circunstancias sólo con visión humana. Ninguno de estos enemigos podrá con nosotros si continuamente suplicamos al Señor que siempre nos ayude a levantar nuestra mirada hacia él.
Cuando tenemos la capacidad de mirar a Dios (mediante la fe), comprendemos la verdad de la existencia, y el sentido de los acontecimientos, y la razón de la cruz, y el valor sobrenatural de nuestro trabajo, y cualquier circunstancia, recibe una eficacia sobrenatural. El cristiano adquiere una particular grandeza de alma cuando tiene el hábito de referir a Dios las realidades humanas y los sucesos (grandes o pequeños) de su vida corriente.
Acudamos a la misericordia del Señor, para que nos conceda ese don vivir de fe, para andar por la tierra con los ojos puestos en el cielo, en él, en Jesús.
Francisco Fernández
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Hoy vemos a Jesús realizar una acción que proclama su mesianismo. Y ante ella el jefe de la sinagoga se indigna, e increpa a la gente para que no vengan a curarse en sábado: "Hay 6 días en que se puede trabajar. Venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado" (v.14).
Me gustaría que nos centráramos en la actitud de este personaje. Porque siempre me ha sorprendido cómo, ante un milagro evidente, alguien sea capaz de cerrarse de tal modo, que lo que ha visto no le afecta lo más mínimo. Es como si no hubiera visto lo que acaba de ocurrir, y lo que ello significaba.
La razón está en la vivencia equivocada de las mediaciones que tenían muchos judíos en aquel tiempo. Por distintos motivos es inevitable que entre Dios y el hombre haya unas mediaciones.
El problema es que algunos judíos hacen de la mediación un absoluto. De manera que la mediación no les pone en comunicación con Dios, sino que se quedan en la propia mediación. Olvidan el sentido último y se quedan en el medio. De este modo, Dios no puede comunicarles sus gracias, sus dones, su amor y, por lo tanto su experiencia religiosa no enriquecerá su vida.
Todo ello les conduce a una vivencia rigorista de la religión, a encerrar su dios en unos medios. Se hacen un dios a medida y no le dejan entrar en sus vidas. En su religiosidad creen que todo está solucionado si cumplen con unas normas.
Se comprende así la reacción de Jesús: "Hipócrita, ¿no desatas tú del pesebre y en sábado a tu buey y tu asno, para llevarlo a abrevar?" (v.15). Jesús descubre el sinsentido de esa equivocada vivencia del sabath, muchas veces presente en nuestra mentalidad.
Francesc Jordana
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Sin duda, las enfermedades en tiempos de Jesús eran difíciles de curar, al no contar con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales, y de ahí que la mujer de hoy del evangelio llevase 18 años encorvada.
Pero si los médicos de hoy día son capaces de cuidar del cuerpo (mediante el cuidado médico), mucha más importante es la labor de los sacerdotes, encargados de cuidar las almas (mediante el cuidado espiritual). ¿No es más increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios que recobrar la salud después de una gripe? ¿No es más maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la eucaristía que traer al mundo a un niño después de practicar la cesárea?
Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla.
Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana.
Luis Gralla
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En el evangelio de hoy, detengámonos en un punto que puede parecer accidental pero que es clave. ¿Qué objeta el jefe de la sinagoga? ¿Tenía él razón, después de todo?
Si miramos el desatar a esta pobre mujer como un trabajo, el jefe de la sinagoga tenía razón. Y si Cristo obró como obró, no fue para desobedecer el precepto del sábado sino para mostrar su sentido. Eso es lo que queremos destacar.
El sábado era el día para dar la gloria a Dios. El ocio no tenía en la intención original sólo el objetivo negativo de "frenar la producción" (como diría un economista), sino que su propósito era instrumental, para celebrar la creación y redención del hombre por parte de Dios.
Cristo, pues, no está desobedeciendo el sábado. Sino que está mostrando su sentido, pues sábado tenía que significar liberación, y no "atar nuevas cadenas" (como las de la mujer, que llevaba a cuestas 18 años).
Lo que nos está enseñando Jesús es que no seamos siervos de la ley, sino de la verdad y caridad. Y que a él le ofende la hipocresía de los legalistas, que anteponen (cuando se trata de los demás) el sábado a la caridad, y la ley al servicio en el amor y gracia. Si somos hijos de Dios, que resplandezca en nosotros la verdad de Cristo inflamada en amor.
Nelson Medina
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Jesús, hay algo en esta curación que la hace distinta a las demás. Normalmente, el que quiere ser curado viene a ti y te pide el milagro.
Entonces tú pruebas a aquella persona para ver si tiene fe. Una vez probada su fe, le curas diciendo: tu fe te ha salvado. En este caso no, tú tomas la iniciativa: ves a aquella pobre mujer que estaba encorvado sin poder enderezarse de ningún modo durante 18 años, te apiadas de ella y la curas.
Algo parecido ocurre con otro paralítico que llevaba 38 años esperando ser curado en la piscina de los 5 pórticos, pero que no tenía nadie que le ayudara: no tengo hombre que me introduzca en la piscina (Jn 5, 7). Tú te acercas a él, sabiendo que llevaba ya mucho tiempo y le dices: ¿Quieres ser curado? (Jn 5, 6).
Estos 2 casos me enseñan una lección importante: cuando una persona no tiene los medios necesarios para conocerte, cuando no puede enderezarse de ningún modo o no tiene a nadie que la introduzca a los Sacramentos y la vida de gracia, tú aún puedes salvarlos, si encuentras un corazón recto y bien dispuesto. No tienen fe, pero la habrían tenido si alguien les hubiera ayudado, si hubieran conocido el evangelio. Pues como dice el Catecismo de la Iglesia:
"Los que sin culpa suya no conocen el evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna" (CIC, 847).
Jesús, no te quedas callado ante la acusación del jefe de la sinagoga, por muy indignado que estuviera. Y le respondes con energía ("¡hipócritas!") desvelando la falta de lógica contra la dignidad de la persona que estaba aplicando: esa mujer vale más que cualquier buey o asno, porque es hija de Abraham, hija de Dios.
Del mismo modo he de esforzarme y mover a otros para que en mi lugar de trabajo y en la sociedad en que vivo, se respeten los principios que rigen una concepción cristiana de la vida. En esta concepción, la persona alcanza su mayor dignidad, puesto que es un hijo o hija de Dios.
Jesús, por ser cristiano, no me puedo callar ante las injusticias sociales, ante un ambiente pervertido o un gobierno totalitario. Las instituciones y estructuras humanas pueden facilitar que mucha gente responda personalmente a la vocación cristiana o pueden ahogar cualquier intento de vivir la fe en la práctica. Que me sienta responsable y que anime a muchos a trabajar por la paz, la libertad, y la justicia en mi entorno familiar, profesional y social.
Pablo Cardona
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En su camino hacia Jerusalén, Jesús entra a una sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados. El sábado, día del descanso, hace vivir a los israelitas por anticipado el día del Señor, en que estaremos con él eternamente; día del Señor que se simboliza en que todo retorna a su legítimo dueño.
Y Jesús, que ha inaugurado este tiempo favorable para nosotros, ha venido a liberarnos de los lazos de nuestra esclavitud al pecado. Para que, hecho hijos de Dios, volvamos a Aquel que nos creó.
Queremos, por tanto, vivir en comunión de vida con el Señor, no sólo cuando le damos culto en el lugar sagrado, sino siempre, en cualquier lugar en que se desarrolle nuestra existencia. Y no sólo con los labios, sino con nuestra obras y nuestra vida misma, le daremos culto.
Hay muchas esclavitudes que han atado muchas conciencias. No sólo nos preocuparemos de hace llegar la salvación y el consuelo a los enfermos y a los tristes. Es necesario atacar el mal de raíz. Hemos de abrir los ojos ante quienes son los causantes de esos males e injusticias, para proclamarles con valentía la salvación que Dios ofrece a todos.
De lo que habla la boca, está lleno el corazón. Y nuestro corazón debe llenarse de verdad y de amor. Para que no nos llame Jesús hipócritas, como a los fariseos. Lo importante es la persona, y no la norma. Y si caemos en la cuenta de lo verdaderamente importante, si nuestro corazón se llena de Dios, nuestras conversaciones no serán tontas y groseras, sino que sabremos alabar al Señor como hace falta. Y daremos verdaderos testimonio cristiano.
Alejandro Carbajo
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Siempre me he preguntado si la caridad tiene un tiempo para realizarse. Porque más bien me parece, como nos lo muestra Jesús, que todo momento y toda circunstancia es apropiada para hacer la caridad. Es más, parece como que la caridad está incluso por encima de la ley, sobre todo cuando ésta es usada para beneficio personal.
Pensemos ahora: ¿Cuántas oportunidades tenemos diariamente de hacer caridad, de hacer un favor y preferimos nuestra comodidad, la cual disfrazamos con el "no es el lugar" o "no es el momento"? ¿O cuántas veces nos escudamos tras reglamentos (sobre todo en el trabajo) para no ayudar a quien verdaderamente está necesitado.
Se nos olvida con frecuencia que ninguna ley puede condicionar la ayuda al prójimo. Por ello, dejemos que la caridad se convierta más que un lugar o tiempo, o en un reglamento, en un estilo de vida.
Ernesto Caro
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Jesús es la expresión adecuada de la misericordia Dios. Tal es la imagen que debemos descubrir en esta controversia. El enfrentamiento de Jesús con el jefe de la sinagoga tiene su origen en la diversa interpretación que se tiene de la ley del reposo sabático y de toda la legislación.
El jefe de la sinagoga apela al precepto, Jesús a su motivación; aquél a la letra de la ley; Jesús a su sentido. Donde el adversario ve una prescripción, Jesús sabe descubrir el acto divino de la liberación de Egipto. Y de esa confrontación brotan 2 actitudes ante la mujer a la que "Satanás tenía atada": la dilación exigida por el jefe de sinagoga, o la actuación liberadora de Jesús.
La opción por Jesús nos debe llevar, como a la gente mencionada en el v. 17, a la felicidad que brota de la contemplación gozosa de tantas maravillas, a la alabanza, como llevó a la mujer curada. Sin embargo, esto no basta, y él exige de sus seguidores el mismo corazón compasivo, en compromiso con la causa liberadora del Padre hacia los oprimidos por el pecado.
Superar la marginación y la opresión que existe a nuestro alrededor es hacer de nuevo presente al Dios liberador del Exodo, al Jesús que libera del poder de Satanás. Los años de ataduras no justifican la dilación en la respuesta, antes bien, la aceleran. Todos están llamados a experimentar la compasión de Dios; y la forma de hacer esa experiencia depende de nuestra actuación y nuestras actitudes.
Confederación Internacional Claretiana
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Jesús acudía a las sinagogas que había en cada pueblo judío para enseñar a la gente que cada sábado se reunía para escuchar la lectura de la Escritura. En la entrada se encontró una mujer completamente doblada por su enfermedad.
Las mujeres en aquella época se quedaban en la entrada de la sinagoga o en un lugar aparte, separadas por una reja. Ellas eran seres humanos de segunda clase y se contaban entre las posesiones del varón. Estaban atadas a una sociedad que las ponía en el último lugar y doblegadas por un sistema que nos les daba alternativa para valorarse a sí mismas.
Jesús llama a la mujer, y la libera de todos los prejuicios que la sociedad le había impuesto. Prejuicios que seguramente la atormentaban tanto que le causaban perturbaciones mentales, interpretadas como una posesión demoníaca. La palabra que Jesús le dirige es un reconocimiento de la libertad que debía gozar como ser humano. Más aún, el contacto físico al imponerle las manos, rompía con todos los preceptos que prohibían entrar en contacto con un enfermo.
La mujer, al contacto con Jesús se endereza y alaba a Dios. Antes era sólo una víctima de una sociedad excluyente, ahora es una mujer liberada que se incorpora al servicio de Dios.
Esta acción liberadora provoca un choque con el jefe de la sinagoga. Éste no admite que haya roto todos los preceptos y, sobre todo, que haya curado en sábado. Jesús le responde poniendo en evidencia la falsa piedad de los presentes. Pues si uno procura el bien de unos animales, ¡cómo no realizar el bien a favor del ser humano! La ley no debe ser excusa para efectuar el bien y la justicia.
La enseñanza de este episodio se concentra en los verbos atar y desatar. La labor de Jesús no es amarrar a la gente con preceptos y normas (atar), sino que es liberar del mal (desatar).
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
La narración de hoy de Lucas se inscribe en el marco de las controversias que Jesús sostuvo con los fariseos a propósito del sábado. En este caso, Jesús también se aprovechó de las instituciones judías (la sinagoga) para difundir su enseñanza y el hoy de la salvación. Como dijo el mismo Jesús en otra ocasión, aludiendo a la profecía de Isaías: Hoy se cumple esta escritura.
Pues bien, nos encontramos hoy a Jesús en la sinagoga, en un día de sábado. También se encontraba allí una mujer que llevaba 18 años enferma, y cuya enfermedad la tenía encorvada. Jesús se da cuenta de ello, y tras llamar a la mujer le dice: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Tras recibir la imposición de manos de Jesús, la mujer quedó al instante restablecida.
Aquello provocó la indignación del jefe de la sinagoga, el cual reúne a la gente y airadamente les dice: Seis días tenéis para trabajar. Venid esos días a que os curen, y no los sábados. El motivo de la indignación era, por tanto, que Jesús había profanado el sábado, al curar en el día sagrado.
Jesús justifica su acción, y contesta al jefe de la sinagoga que se ha limitado a liberar a una hija de Abraham, a la que Satanás había tenido retenida nada menos que 18 años. Evidentemente, Jesús se ha saltado la ley del sábado, pero ¿qué era mejor: liberar misericordiosamente a la mujer, o cumplir la ley sabática?
Posiblemente, Jesús hubiera podido curar a esa mujer de forma más discreta y privada, pero prefirió hacerlo en público y con toda la gente delante. ¿Y por qué? Por su puesto, no para recrearse en la trasgresión de una ley, pero sí para hacer saltar en pedazos la mentalidad legalista de los judíos, que ponían la ley por encima de las personas, y el cómodo cumplimiento formal por encima del incómodo compromiso en hacer el bien.
Por eso Jesús obra públicamente, y a la vista de todos, y razonando su postura y haciéndoles caer en la cuenta de sus propias contradicciones: Hipócritas, ¿no desatáis vosotros al buey o al burro, y lo lleváis a abrevar aunque sea sábado? En efecto, ésta era una de las excepciones a la ley del descanso sabático, la de dar de beber a los animales domésticos. Pues bien, ¿se hace excepción con los animales, y no con una persona enferma?
Ésta es una de las incoherencias en la que incurrís los judíos, sentencia Jesús, porque un animal no puede esperar un sólo día, ¿y esta mujer sí, que lleva ya esperando 18 años? El sábado era ciertamente una ley divina, pero Dios la había dado para beneficio del hombre (el sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado), y no para su perjuicio.
El sábado había sido establecido por Dios para que el hombre pudiese repensar su vida, dedicar tiempo a su familia, disfrutar de la belleza y la amistad. Y un día tan adecuado para esto ¿iba a ser inadecuado para sanar a un enfermo de su enfermedad? Por lo visto, los judíos no habían entendido la medida compasiva y liberadora de Dios, a la hora de establecer sus leyes.
O a lo mejor es que un cúmulo de mentalidades retorcidas habían retorcido las leyes de Dios, en su propio provecho. De hecho, el evangelista nos dice que a estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, mientras que la gente se alegraba de los milagros que hacía. Por lo visto, ésta era la verdadera causa de la incoherencia judía (las mentes retorcidas de sus dirigentes), pues éstos no tardaron mucho en maquinar cómo acabar con Jesús, al verse sometidos a semejantes trances.
De la mentalidad de Jesús respecto de ciertas observancias legales tendríamos que aprender todavía hoy, para no incurrir en los mismos vicios que los dirigentes judíos. Que el Señor nos encuentre receptivos a esta enseñanza.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
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