28 de Octubre

Martes XXX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 28 octubre 2025

a) Rom 8, 18-25

         Estima hoy Pablo que "los sufrimientos del tiempo presente no son comparables a la gloria que se ha de manifestar pronto en nosotros". La filiación divina, o maravillosa "adopción de amor" de la que somos objeto, no suprime todo sufrimiento en este mundo. Y lo mismo que los que no creen, estamos sometidos a toda clase de pruebas. Pero estas pruebas tienen un sentido: terminarán con la "gloria que se ha de manifestar".

         Y todo eso porque "la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios". El mundo está en tensión hacia, avanza hacia, tiene un sentido, espera y desea. Y no a forma de espera pasiva, sino que en él el hombre tiene un papel, el de expresar esta "aspiración profunda" y trabajar para que ésta llegue a término.

         Es en lo que consiste hacer que avance esta "revelación de los hijos de Dios": hacer que progresen los hombres en esta dignidad y en esa conciencia de ser hijos de Dios, hacer que progresen en la correspondencia de su vida a esa dignidad de hijos de Dios. Verdaderamente, Señor, todo hombre es tu hijo, y tú nos amas hasta tal punto. Si lo creyera yo de veras ¿no cambiaría completamente mi vida?

         Porque "la creación fue sometida al poder de la nada", explica Pablo. Se trata de una expresión sorprendente, que viene a decir que la creación fue "sometida a la vanidad" (como decían antaño), sometida al vacío, al sin sentido y al no ser, "sometida a la nada". Es preciso experimentar ese vértigo del hombre sin Dios para comprender mejor lo que sigue.

         Sin embargo, se ha conservado la esperanza, y esa creación será liberada de la esclavitud, de la degradación inevitable, para conocer, ella también, la libertad, la gloria de los hijos de Dios. La creación, como el hombre, es "hija de Dios, salida de su amor, querida por Dios, concebida por Dios, amorosamente amada por Dios, paternalmente envuelta por los cuidados de Dios". ¡Ser hijo de Dios!

         Trato de evocar en mi corazón y en mi experiencia humana, lo que esto puede significar ya en el caso de la paternidad o maternidad humana: Ser tu hijo, Señor, o lo que es lo mismo:

-vivir contigo, en tu casa, junto a ti,
-recibir de ti la vida y múltiples cuidados,
-heredar de todos los bienes divinos (alegría, amor, eternidad, felicidad infinita).

         Pero añade Pablo que "la creación gime y pasa por los dolores de parto, que duran todavía", siguiendo una expresión bíblica corriente que el propio Jesús utilizó (desde una concepción extremadamente realista del universo).

         No hay que taparse los ojos, ni ser tuerto para darse cuenta que el universo y la humanidad no permanecen en un estado de fácil euforia: sufrimientos, gritos, injusticias, desgracias, enfermedades, opresiones, pecados, muerte. Pues bien, todo esto no es, para Dios, un "sufrimiento de agonía" que termina en la muerte, sino que es un "sufrimiento de parto" que lleva a la vida.

         Pues hemos sido salvados, en esperanza y con perseverancia. O como dice Pablo: "Hemos recibido las primicias del Espíritu Santo, pero esperamos nuestra adopción y la liberación de nuestro cuerpo". Optimismo fundamental, pero no apoyado sobre una observación científica del cosmos ni sobre una reflexión filosófica (que busca el sentido del futuro del mundo), sino sobre la fe y la esperanza.

         No hay aquí un desprecio de las ciencias ni de la filosofía, sino una reafirmación de la fe, en que la esperanza es una superación del mundo visible verificable y un punto de apoyo exclusivo en Dios, "esperando nuestra adopción definitiva".

Noel Quesson

*  *  *

         Ayer nos decía Pablo que el Espíritu Santo nos hacía ser hijos de Dios. Y hoy nos presenta una perspectiva más optimista todavía: nuestra filiación está destinada a una plenitud mucho mayor de la que podríamos imaginar.

         No sólo nosotros, sino toda la creación, está en una actitud de esperanza gozosa. Según el apóstol, el cosmos está en gestación, en estado de buena esperanza, preñado de vida. Y cuando dé a luz nosotros seremos hijos en un sentido más pleno, pues "está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios" para "entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios". Porque ahora gemimos, "como con dolores de parto", "aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo".

         La imagen de la Iglesia, de la humanidad y hasta de toda la naturaleza cósmica preñadas (con dolores de parto, y en espera de alumbrar un mundo nuevo) es, sin duda, una imagen poderosa y atrevida.

         Lo que ya tenemos ya es bueno y llena de sentido la existencia. Pero "fuimos salvados en esperanza", y todavía nos va a dar Dios una vida más gloriosa. Resulta que sólo tenemos "las primicias del Espíritu" y todavía no somos hijos en plenitud, ni estamos totalmente liberados de la esclavitud. Caminamos hacia esa "libertad gloriosa de los hijos de Dios".

         ¡Qué visión tan dinámica y comprometedora de la vida cristiana! Una visión de marcha y de camino, de crecimiento y maduración, de gestación de una nueva vida. ¿Qué importancia puede tener, en esta perspectiva, que haya algunos momentos de sufrimiento y de prueba?

         Como dice Pablo, "considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá". Haremos bien en dejarnos contagiar por la alegría del salmo responsorial de hoy: "La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares, porque el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres".

         Esto incluye también al mundo, a la naturaleza creada, llamada a verse un día "liberada de la esclavitud de la corrupción". Pablo nos presenta una unidad de destino, entre la humanidad y el cosmos, pero no como mera yuxtaposición de lo que nos une a este mundo, sino enraizados profundamente en él. También el mundo cósmico está destinado a la salvación, al igual que nosotros estamos llamados a salvarnos, no sólo en nuestro espíritu, sino también en nuestra corporeidad.

         Al Espíritu le rezamos los cristianos pidiendo "que renueve la faz de la tierra". En la Plegaria Eucarística IV del Misal, al mirar al pasado, damos gracias a Dios porque "hiciste todas las cosas para colmarlas de tus bendiciones y alegrar su multitud con la claridad de tu gloria". Y al mirar al futuro, nos gozamos porque un día, "junto con toda la creación, libre ya del pecado y de la muerte, te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro".

         Estos gemidos y dolores de parto de que habla Pablo van a tener, por la fuerza del Espíritu, un alumbramiento sorprendente y lleno de alegría. ¿Será la vuelta al paraíso inicial, pero con mayor plenitud?

José Aldazábal

b) Lc 13, 18-21

         Contradiciendo los aires de grandeza de la enseñanza sinagogal, hoy Jesús se refiere a la Parábola de Ezequiel: "Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado. Lo plantaré en el monte encumbrado de Israel, se pondrá frondoso, echará frutos y llegará a ser un cedro magnífico. Anidarán en él toda clase de pájaros" (Ez 17).

         Después de referirse indirectamente a este pasaje ("¿a qué se parece el reino de Dios?"), Jesús compara el reino de Dios con "un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerto, que creció, se hizo un árbol y los pájaros anidaron en sus ramas" (v.19).

         Pero en lugar de continuidad con el AT (que hablaba del cedro como figura de Israel, y del cogollo que le habían arrancado los babilonios, deportando una parte del pueblo), propone aquí Jesús algo completamente nuevo: un "grano de mostaza", o algo insignificante.

         Quienquiera que aspire a ver el reino de Dios (o Iglesia) encumbrado y ufano, que se impone por la fuerza de sus instituciones, el hechizo de las estadísticas y la eficacia de sus miembros, se ha equivocado de época, y vive todavía en el AT. Jesús habla otro lenguaje: "un árbol más grande que todas las hortalizas" (Mc 4, 32).

         Recordad que toda la enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios se condensa en 2 parábolas. Una 1ª en que se relativizan las esperanzas mesiánicas de Israel como centro de las naciones (redimensionándolo todo dentro del pequeño espacio del huerto o relaciones humanas cotidianas). Y una 2ª en la que se explica cuál debe ser la forma de inserción en la sociedad civil.

         La parábola que tiene como protagonista a "un hombre" va seguida de la que tiene como protagonista a "una mujer", representando así a la pareja humana, como base de la nueva comunidad. Y al huerto corresponde ahora la casa: "¿Con qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer metió en medio quintal de harina; todo acabó por fermentar" (13,20-21). Por cierto, que "medio quintal de harina" representa el 100% de la masa.

         Esta levadura (simb. doctrina) se opone a la de los fariseos (la hipocresía; Lc 12,1). Es decir, que el reino de Dios ha de incidir profundamente en la sociedad, pero no a base del poder o la eficacia, sino "como la levadura", desde dentro y desde una posición escondida, apenas visible pero con gran capacidad de penetración y vivificación de las estructuras.

         Es la fuerza del Espíritu, que se despliega ahora a través de los miembros de la comunidad, la que transforma orgánicamente las relaciones humanas. No se nota tanto por su presencia masiva e imponente como por su vitalidad y fuerza de cambio. Se trata de 2 parábolas, pues, que nos invitan a invertir las notas mediante las cuales la Iglesia debe hacerse notar entre los hombres. 

         No será, pues, el campanario más alto, ni la capacidad de convocatoria, ni la presencia masiva en los medios de comunicación, lo que causará admiración. Sino que lo será la presencia diaria, lo que dé sentido a la vida, lo que sea capaz de transformar, o lo que penetre capilarmente en las estructuras humanas, lo que hará fermentar el reino de Dios en el mundo (como la levadura).

         El núcleo central de la enseñanza de Jesús queda formulado, así, con los rasgos más sencillos y menos altisonantes. Como todo aquello que es importante, según la nueva escala de valores del evangelio.

Josep Rius

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         Escuchamos hoy un extracto del discurso en parábolas del Señor acerca del reino de Dios. Igual que Mateo (Mt 13, 31-33), Lucas aporta 2 parábolas que presentan un marcado paralelismo: la Parábola del Grano de Mostaza y la Parábola de la Levadura. Y con ellas subraya claramente que el signo de Dios crece en extensión (el grano de mostaza, sobre el que vienen a anidar los pájaros) y en intensidad (la levadura en la masa, que la va fermentando).

         Las parábolas, sin embargo, no se fijan sólo en el crecimiento, sino sobre todo en el estadio final: el árbol que cobija las aves y la masa fermentada, que es lo que les da un valor escatológico.

         La abundancia escatológica se manifiesta en lo exagerado de ciertos aspectos: el mostacero no puede llegar a ser un árbol grande, ni ninguna mujer puede llegar a amasar 3 medidas de harina. Además, el árbol es una imagen clásica (Ez 17,22-24; 31,3-9) de un reinado que ha llegado a su apoteosis.

         Tal vez las 2 parábolas sirven para animar al pequeño rebaño que rodea a Cristo, y para decir que lo caduco de sus medios no es una razón para que el signo de Dios no pueda ser inaugurado.

         Lucas se admira cuando describe las riquezas de las que participan los cristianos, o cuando evoca el poder de los que participan los cristianos, o cuando evoca el poder del Espíritu que actúa en las comunidades cristianas y en la acción evangelizadora. Los primeros cristianos tienen conciencia de ser hombres colmados de toda suerte de bendiciones.

         Pero es necesario examinar cuidadosamente de qué naturaleza es esta abundancia mesiánica. Porque la saciedad que produce no tiene nada que ver con la satisfacción de los ricos; antes bien, es fuente de responsabilidad, y una riqueza que se ofrece a hombres libres (llamados a ajustarse a ella apoyándose en Jesucristo). La abundancia del Reino es un don totalmente gratuito de Dios, pero no se puede recibir sin hacer nada. Exige una tarea que hay que cumplir y se realiza en un proceso de crecimiento.

         Decir que participamos de la abundancia es afirmar que todo se cumplió en Jesucristo resucitado, pero que todo está por cumplir. El Reino escatológico es una obra por hacer, un edificio por construir, un proyecto de catolicidad que se ha de realizar progresivamente.

         Además, el dogma fundamental de este crecimiento en y hacia la abundancia es, paradójicamente, una ley de pobreza. San Pablo es el 1º en insistir en el contraste entre la riqueza que posee y la pobreza que se le ofrece. El cuerpo de Cristo (la Iglesia) crece mediante nuestra debilidad, y a veces bajo las apariencias del fracaso.

         De todas formas lo esencial de esta obra es invisible para nuestros ojos. El proyecto de catolicidad se realiza bajo el signo de la semilla y de la levadura. El verdadero crecimiento no se ve. Si se mira externamente el crecimiento de la Iglesia, el hombre puede concluir que es un fracaso. Pero el verdadero fracaso sería que la Iglesia reaccionara como una potencia de este mundo y que la eficacia con la que sueñan los cristianos tomara las normas y recursos de este mundo.

         Finalmente, la abundancia del Reino y el crecimiento activo que suscita constituye la fuente última de un crecimiento de valores humanos conforme al evangelio. Aquí abajo hay una abundancia real que merece la pena ser buscada por el hombre: la fraternidad entre los hombres. La conquista de toda otra riqueza debe estar subordinada a la búsqueda de esta paz.

Maertens-Frisque

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         El grano de mostaza era proverbialmente considerado en tiempos de Jesús la semilla más pequeña e insignificante. Plantada en el huerto llegaba a convertirse en un arbusto grande o árbol de huerto. Jesús, con la parábola de la mostaza, establece la comparación entre los inicios del reino de Dios apenas perceptibles y su desarrollo.

         El nuevo pueblo de Dios o comunidad en la que Dios se manifiesta no llegará en ningún caso a colmar la aspiraciones y sueños de grandeza del antiguo pueblo de Israel representados en la Profecía de Ezequiel (Ez 17, 22-25) donde dice el Señor: "Cogeré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado. Lo plantaré en el monte encumbrado de Israel, se pondrá frondoso, echará frutos y llegará a ser un cedro magnifico. Anidarán en él toda clase de pájaros".

         El nuevo pueblo de Dios no está en continuidad con las aspiraciones del antiguo (no es un cogollo que procede de un cedro alto, sino una semilla nueva, aunque insignificante). No se planta en el monte encumbrado de Israel, sino en un huerto. No llega a ser tan grande como un cedro magnífico (árbol proverbial y símbolo de grandeza), sino que se hace un árbol de huerto, y a lo más un árbol que sobresale por encima de las hortalizas (Mc 4, 32).

         Pero esta realidad modesta del reino de Dios servirá para llevar a cabo una tarea grande: la de acoger en su seno a quienes no tienen donde cobijarse (los pájaros, imagen de los paganos). Y es esta capacidad de acogida (y no su grandeza) la característica o nota principal que define a la Iglesia: una comunidad libre de orgullo y acogedora, abierta hasta el punto de dar cobijo a quienes no tienen cobijo.

         Una Iglesia sin aires de grandeza, armada de modestia y sencillez. Una comunidad, cuya tarea será, como levadura, hacer que la masa fermente (esto es, meterse en el mundo y perderse en él hasta hacerlo más humano y habitable). Una comunidad cuya ausencia debe echarse de menos y cuya presencia apenas se nota, a no ser por los efectos de humanización que produce.

Juan Mateos

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         Jesús nos hace hoy una pregunta doble: "¿A qué se parece el reino de Dios? ¿Con qué lo compararé?". Jesús era muy consciente que el reino de Dios es un reino escondido ("mi reino no es de este mundo"), e incluso para hablar de él buscaba comparaciones y procedía por alusiones. Antes de abordar esas comparaciones, recordemos algunas fórmulas empleadas por Jesús y citadas por Lucas:

-"Debo anunciar la buena nueva del reino de Dios" (Lc 4, 43),
-"Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Lc 6, 20),
-"El más pequeño en el reino de Dios es mayor que Juan Bautista" (Lc 7, 28),
-"A vosotros es dado conocer los misterios del reino de Dios" (Lc 8, 10),
-"Jesús envió a los 12 a proclamar el reino de Dios" (Lc 9, 2),
-"El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios" (Lc 9, 62),
-"El reino de Dios está cerca" (Lc 10, 9-11),
-"Padre, venga a nosotros tu reino" (Lc 11, 2),
-"Buscad el reino de Dios, y todo se os dará por añadidura" (Lc 12, 31),
-"El reino de Dios viene sin dejarse sentir. Sabedlo, ya está entre vosotros el reino de Dios" (Lc 17, 21),
-"Dichoso el que pueda comer en el reino de Dios" (Lc 14, 15),
-"Los niños, y de los que son como éstos es el reino" (Lc 18, 16),
-"Es mas difícil a un rico entrar en el reino de Dios" (Lc 18, 25),
-"Nadie que haya dejado casa, mujer... por el reino de Dios, quedará sin recibir el céntuplo" (Lc 18, 29),
-"Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino" (Lc 23, 42).

         El Reino se parece al grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta. Creció y se hizo un árbol. El reino de Dios es, pues un crecimiento, algo que brota. Y ese crecimiento es incoercible, y no se puede parar porque es la potencia misma de la vida.

         ¿Me imagino yo quizá el reino de Dios como algo acabado estático? ¿O bien creo que, efectivamente, la obra de Dios crece a la manera de un árbol vivo? ¿Es ésta mi visión de la Iglesia? Mi vida espiritual, ¿está en expansión, o en regresión? ¿Dios reina siempre más y más en mí? ¿Qué voy a hacer para que el reino de Dios crezca, en el día de hoy?

         La vista humana no ve cómo crece un árbol, pues su crecimiento es imperceptible y podríamos estar pasando todos los días junto a un árbol sin notar que está creciendo. De igual manera, el reino de Dios crece, sin que muchos se den cuenta de ello. Sólo la fe nos abre a ese reconocimiento.

         El Reino se parece a la levadura que tomó una mujer y la metió en 3 medidas de harina, hasta que toda la pasta acabó por fermentar. Esta comparación tiene también en cuenta la potencia de transformación del fermento vivo y su invisibilidad: los comienzos son modestos e ínfimos, pero el resultado final es sorprendente.

         Las amas de casa de entonces cocían el pan cada mañana, la víspera por la tarde preparaba la pasta (con agua, un puñado de levadura y todo mezclado con unos 30 kg. de harina), durante la noche la mezcla fermentaba, y a la mañana siguiente estaba a punto de ser metida en el horno. Así es de potente la acción de Dios, aunque no se vea.

Noel Quesson

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         Dos breves comparaciones le sirven a Jesús para explicarnos cómo actúa el reino de Dios en este mundo: el grano de mostaza (que sembró un hombre) y la levadura (con la que una mujer quiso fabricar pan para su familia).

         La semilla de la mostaza es en verdad pequeñísima, y sin embargo tiene una fuerza interior que la llevará a ser un arbusto de los más altos. Un poco de levadura es capaz de transformar tres medidas de harina, haciéndola fermentar. A nosotros nos suelen gustar las cosas espectaculares, solemnes y, a ser posible, rápidas.

         No es ése el estilo de Dios. ¡Cuántas veces, tanto en el AT como en el NT y en la historia de la Iglesia, Dios se sirve de medios que humanamente parecen insignificantes, pero consigue frutos muy notables!

         La Iglesia empezó en Israel, pueblo pequeño en el concierto político de su tiempo, animada por unos apóstoles que eran personas muy sencillas, en medio de persecuciones que parecía que iban a ahogar la iniciativa. Pero como el grano de mostaza y como la pequeña porción de levadura, la fe cristiana fue transformando a todo el mundo conocido y creció hasta ser un árbol en el que anidan generaciones y generaciones de creyentes.

         Así crecen las iniciativas de Dios. Esa es la fuerza expansiva que posee su Palabra, como la que ha dado en el orden cósmico a la humilde semilla que se entierra y muere.

         Estas palabras de Jesús corrigen nuestras perspectivas. Nos enseñan a tener paciencia y a no precipitarnos, a recordar que Dios tiene predilección por los humildes y sencillos, y no por los que humanamente son aplaudidos por su eficacia. Su Reino (su palabra, su evangelio, su gracia) actúa también hoy, humildemente y desde dentro, vivificado por el Espíritu.

         No nos dejemos desalentar por las apariencias de fracaso o de lentitud: la Iglesia sigue creciendo con la fuerza de Dios, en silencio. Un árbol seco que cae estrepitosamente hace mucho ruido, y puede provocar un escándalo en la Iglesia. Fijémonos más bien en tantos y tantos árboles que, silenciosamente, viven y están creciendo. Abunda más el bien que el mal, aunque éste se vea más.

         Lo que sí tenemos que cuidar es el no caer nosotros mismos en la pereza y en el conformismo. Estamos destinados a crecer y a producir fruto, a ser levadura en el ambiente en que vivimos, ayudando a este mundo a transformarse en un cielo nuevo y en una tierra nueva.

José Aldazábal

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         Jesús, cuando tú te refieres al reino de Dios en la tierra, te refieres a la Iglesia, o a eso que dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

"El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la buena noticia, es decir, de la llegada del reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los Cielos en la tierra. La Iglesia es el reino de Cristo presente ya en misterio" (CIC, 763).

         Los judíos esperaban que el Mesías restableciera el reino de Israel, echando a los romanos de su territorio con prodigios y acciones espectaculares. Estaba tan enraizada esta creencia en aquellos tiempos, que te cuesta hacerte entender. Una y otra vez les tienes que decir: "El reino de Dios no viene con espectáculo; ni se podrá decir vedlo aquí o allí. Porque, mirad, el reino de Dios está ya en medio de vosotros" (Lc 17, 20-21).

         Jesús, el Reino que tú has venido a instaurar es sobre todo un reino espiritual, porque se realiza en el interior de los hombres. Aunque tenga signos visibles, lo más importante de tu Iglesia no se ve a simple vista: es un crecimiento espiritual, una transformación interna que procede de la gracia y de la correspondencia personal a Dios.

         El reino de Dios (la Iglesia) es crecimiento y transformación, además de estructura y jerarquía. Y por eso no viene con espectáculo, y es difícil de explicar. ¿A qué es semejante el reino de Dios y con qué lo compararé?

         En las horas de lucha y contradicción cuando quizás los buenos llenen de obstáculos tu camino, alza tu corazón de apóstol, oye a Jesús que habla del grano de mostaza y de la levadura, y dile: "Edissere nobis parabolam" (lit. explícame la parábola).

         Jesús, tú buscas comparaciones asequibles a aquellos hombres, en los que se ponga de manifiesto esa realidad oculta, pero esencial en tu Iglesia: el crecimiento, la transformación que la gracia produce en el alma si no pone obstáculos. El grano de mostaza, aun siendo "la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra" (Mc 4, 31), crece hasta transformarse en un árbol frondoso. Una pequeña cantidad de levadura fermenta (transforma) toda la masa.

         Pero la transformación personal produce a la vez (necesariamente) una reacción en cadena: el cristiano transformado por la gracia se convierte en transmisor de esa misma gracia. Porque el crecimiento espiritual lleva siempre al apostolado, al deseo de que muchos otros te conozcan, Jesús, y te amen. Por eso el reino de Dios en la tierra es una fuerza en expansión, un organismo vivo y vibrante; la Iglesia es, por definición, misionera.

         Jesús, yo intento que tu Reino crezca en mí y me transforme. Sé que sólo así podré ser apóstol tuyo y ayudarte a cambiar el mundo. Si lucho por cumplir mi plan de vida y mejorar en las virtudes cristianas, no habrá obstáculos capaces de frenar mi labor apostólica. Y para que no dude, me susurras al oído: ¡Ánimo! Sigue adelante. Y sentirás el gozo de contemplar la victoria futura: aves del cielo, en el cobijo de tu apostolado, ahora incipiente, y toda la masa fermentada.

Pablo Cardona

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         El mensaje de hoy de Jesús es bien sencillo: lo más pequeño puede llegar a ser lo más grande. Sin duda a Cristo le llamaban la atención y quería que nos atrajeran los contrastes: "hay primeros que serán últimos", "el que se ensalza será humillado", "lo oculto quedará de manifiesto".

         En todos estos casos el Señor parece exhortarnos a no fiarnos de las apariencias, y a buscar el estilo y el plan de Dios en aquello que no aparece, en lo que no se impone por sí mismo ni se hace propaganda a sí mismo.

         Por ello, asumir la lógica del grano de mostaza es todo un programa de vida, al pensar que Dios puede decir sus mejores discursos por boca de los que juzgamos torpes, inútiles o poco listos. Un programa que asume amar lo sencillo, lo sobrio y lo discreto, y desconfiar de lo ampuloso, lo prepotente o lo deslumbrante. Un programa que cuida la vida frágil (la del embrión, la del agonizante, la del emigrante), las cosas elementales y  la gente corriente.

Nelson Medina

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         Los textos de la liturgia de hoy, mediante 2 parábolas, ponen ante nuestros ojos una de las características propias del reino de Dios: es algo que crece lentamente (como un grano de mostaza) pero que llega a hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano: "Somos de ayer y lo llenamos todo".

         Con esta parábola, Jesús exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza, virtudes particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol.

         Hace falta, en 1º lugar, tener fe en la virtualidad (fecundidad) contenida en la semilla del reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el "grano de trigo que cuando cae en tierra y muere da mucho fruto" (Jn 12, 24).

         El reino de Dios, prosigue Jesús, es semejante "a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo" (Lc 13, 21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa.

         Así sucede con el resto de Israel del que se habla en el AT: el resto habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (Mt 5, 13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.

         Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.

Lucas Mateo

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         Hace unos años hice una larga peregrinación a pie. El camino era duro y sentía el cansancio. Al final de una de las jornadas, llegué al refugio. Otros peregrinos fueron llegando. No nos conocíamos de nada. Pero había una persona que se encargaba del refugio.

         Ella, una chica joven, nos fue acogiendo y atendiendo en nuestras necesidades. A unos les ponía barreños de agua para los pies. A otros les pedía que le ayudasen a preparar la cena. Y logró lo que al principio parecía imposible. Convirtió a un grupo de desconocidos en una familia que compartió una cena sencilla y mucha vida en torno a la misma mesa.

         Me acordé de la Parábola del Grano de Mostaza. Pensé que aquella joven había sido como un pequeño grano de mostaza. Plantada en aquel refugio había sido capaz de convertirse en lugar de acogida para todos los peregrinos que llegaban cansados de la jornada. Y también me acordé de la Parábola de la Levadura.

         Como la levadura transforma la masa, aquella chica nos había transformado y nos había hecho hermanos a los que éramos simples desconocidos. Aquel día conocí y experimenté la fuerza de la gracia de Dios. Estoy seguro de que muchos cristianos tienen experiencias de este tipo, donde la fuerza de la gracia se ha manifestado con la fuerza del grano de mostaza y de la levadura en la masa.

Alejandro Carbajo

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         A veces nos parece que nuestros esfuerzos por implantar el Reino restan inútiles. Vemos la ingente tarea de llevar el evangelio a nuestros medios de trabajo, a nuestras universidades en donde miles de hermanos viven de una manera, si no contraria, si diferente al mensaje de Jesucristo, y sentiríamos la tentación de abandonar el trabajo, o de pensar que es inútil y nunca lo lograremos.

         Jesús quiere animarnos, a que continuemos, pues la obra no es nuestra sino del Espíritu. De la misma forma que una pequeña semilla llega a ser un gran árbol, así nuestro pequeño esfuerzo, puesto en las manos del Espíritu, hará que más tarde o más temprano, lo que plantamos dé fruto.

         Así, ante el asombro de nuestros ojos, veremos levantarse la obra de Jesucristo (el gran árbol del evangelio), veremos cómo la poquita levadura que nosotros pusimos en esa gran masa de trabajadores o de estudiantes, fermentará y llenará los corazones con el evangelio.

         Hermano, la obra ciertamente es del Espíritu, pero sin nuestra colaboración decidida no fomentará ni crecerá. No desfallezcas, confía en el Señor, y continúa sembrando, que Dios hará el resto.

Ernesto Caro

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         En el pasaje evangélico de hoy escuchamos una pregunta: "¿A qué se parece el reino de Dios?". Una pregunta a la que se responde el mismo Jesús, con sus parábolas de la mostaza y de la levadura.

         El reino de Dios es como una semilla en expansión, como una levadura que invade la masa, para transformar el mundo. Quien entra y vive en el reino de Dios ha de sentirse hermano de los hermanos (en igualdad), e irradiar (impulsado por el Espíritu de Dios) amor por todas partes.

         Numerosas son las imágenes por las que intentamos describir el reino de Dios: mostaza, fermento, levadura, pan, viña... Pero ¿cómo podríamos introducir la fuerza de esas imágenes en nuestra vida? Intentemos hacerlo y digamos cada uno de sí mismos y para sí mismo:

1º mi pertenencia al reino de Dios se da cuando dejo sembrar y que crezca en mí la semilla misteriosa del amor, de la caridad, de la justicia, de la solidaridad, de la misericordia, del perdón... hasta llegar a sentir y pensar con Cristo y en Cristo;
2º el proceso de siembra y germinación es como un proceso de conversión en Cristo que se va haciendo lentamente, como sucede con las obras de gran valor.

         Yo he de vivir en constante dinámica de transformación que me lleve de un extremo (el sentir y pensar carnal) a otro extremo: el pensar y sentir espiritual en Cristo. Ese es mi camino de santificación y salvación. El reino de Dios es el gran tesoro que se nos ofrece en la tierra. Hacer nuestra peregrinación en la tierra como hijos, es vivir el Reino. Compartir todos en igualdad los afanes de la vida es camino del cielo.

Dominicos de Madrid

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         Si contemplamos la realidad de forma crítica, la visión sobre la suerte del mensaje de Jesús acerca del Reino a lo largo de la historia puede llevarnos al desaliento. Y esto no solamente cuando dirigimos nuestra vista hacia quienes parecen dominar el mundo. Aún en la vida de los seguidores de Jesús podemos ver en acción poderosas fuerzas que se oponen a su concreción y que dirigen muchas veces su actuación.

         Frente a este desaliento que puede invadirnos en muchos momentos de nuestra vida, las dos parábolas de crecimiento nos llaman a perseverar en la búsqueda de identificación con una causa que en el comienzo se presenta pequeña y débil, y que, por ello, puede ser comparada con una semilla y con una minúscula porción de levadura. La semilla se hace árbol, la levadura fermenta toda la masa en la que ha sido colocada.

         Esa fuerza deriva de la propia naturaleza de la semilla y de la levadura, y en la causa del Reino, de la actuación de Dios. Todo señorío humano que ponga obstáculos a ese crecimiento desaparecerá, toda fuerza adversa será destruida en su expansión.

         Sólo en el Reino todos los pueblos de la tierra pueden encontrar abrigo y refugio, porque sólo el árbol de Dios puede ofrecer lugar para nido de todos los hombres. A nosotros corresponde hacer crecer el Reino con nuestra palabra y nuestro testimonio.

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús compara hoy el Reino con 2 realidades que hacen parte de la vida cotidiana: la casa y el huerto. En la 1ª protagoniza un varón, en la 2ª una mujer. El hombre está en el huerto y la mujer en la casa. Ambos realizan tareas en las que se hacen efectivas acciones transformadoras. Él procura el sustento y ella prepara el alimento. Y los 2, como nueva pareja humana, son capaces de abrir espacios para la irrupción del Reino.

         El hombre siembra la pequeña semilla de un arbusto. Una planta cuyo fruto es un poderoso condimento de las comidas. Cuando el arbusto crece no opaca las demás plantas del huerto, sino que ofrece sombra y cobijo a todos los que se allegan a él.

         Igual es el reino de Dios, que no es un poderoso árbol que arrasa todos los nutrientes del suelo y no permite crecer nada cerca de él. Por el contrario, es un modesto arbusto donde tienen acogida todas las especies, y a su lado crecen todas las flores del jardín.

         El Reino en esta comparación está destinado a ser un espacio donde todos los seres humanos son acogidos, especialmente los que se hallan más alejados o marginados. El Reino no puede ocupar toda la huerta. Simplemente está ahí como una instancia entre otras, destinada a ser un espacio de crecimiento y dignificación del ser humano.

         La mujer pone una pequeña medida de levadura en medio de la enorme masa de harina. El poder de la levadura penetra hasta el último gramo de la harina y la transforma, convirtiéndola en masa apta para el horno, para el alimento de los seres humanos.

         De igual manera el Reino se hace presente en la pequeña comunidad (levadura) y la convierte en fermento de toda la sociedad (harina). Aunque la comunidad sea ínfima, el poder de Dios en ella es grande. Por eso, transforma toda la masa y la convierte en un espacio apto para que todos los seres humanos tengan una vida digna (masa lista para convertirse en alimento).

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El Reino de los Cielos, nos dice hoy Jesús, sirviéndose de parábolas, es comparable a un grano de mostaza, la más pequeña de las semillas que, aun siendo tan pequeña en sus orígenes (al momento de la siembra), acabará convirtiéndose en un arbusto más alto que las demás hortalizas, capaz de echar ramas tan grandes que hasta los pájaros podrán cobijarse y anidar en ellas.

         El Reino de los Cielos es, pues, algo muy pequeño en sus comienzos, y algo que luego crecerá y adquirirá notables proporciones (tan grandes, que podrá dar cobijo a los que quieran refugiarse en él).

         Ello explica que se diga que dicho Reino está dentro de nosotros, como una pequeña semilla en el seno de la tierra. Y también que extenderá sus ramas más allá de nosotros, como creando un complejo entramado de redes sociales, o que fermentará como levadura toda la masa.

         La levadura es cuantitativamente insignificante en comparación con la masa, pero tiene un poder de transformación muy superior al de la masa que fermenta. También esta comparación nos habla de la potencia congénita de esta realidad germinal, llamada a crecer en el espacio en que se deposita (en primer lugar en la persona, pero también en la sociedad en que la persona vive y convive).

         Confiemos en el poder de esta realidad atómica que Cristo nos ha traído a la tierra con su palabra y su fuerza creadora: el reino de Dios, que ya ha comenzado a germinar en nuestros corazones a través del amor de Dios (al que no podrán hacer frente nunca, aunque lo pretendan, las fuerzas contrarias del mal). Dejemos que este Reino se apodere suavemente de nosotros, pues nada nos podrá hacer más dichosos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 28/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A