31 de Octubre
Viernes XXX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 31 octubre 2025
a) Rom 9, 1-5
Pasamos hoy a un desarrollo completamente nuevo de la gran Carta a los Romanos de San Pablo, tras haber demostrado hasta aquí el gran apóstol que:
-la miseria universal del hombre,
o humanidad separada de
Dios;
-la reconciliación universal, o humanidad animada por Dios.
Ahora bien, Pablo sabe desde lo interior, porque formaba parte de este pueblo, que a esta demostración podría hacerse una objeción mayor: ¡el problema de la incredulidad judía! ¿Cómo explicar que este pueblo, el 1º beneficiario de esa revelación maravillosa, haya podido rehusar a Jesucristo, en su conjunto? Esto es lo que abordará ahora en los cap. 9-11 de su carta.
Nos damos cuenta de que abordar este asunto es algo que a Pablo le desgarra el corazón, y que lo hace por fidelidad a la inspiración interior: "Afirmo la verdad en Cristo. No miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo".
Lo que Pablo nos ha predicado, él es el 1º en vivirlo. Habla "en Cristo" y "en el Espíritu", y las palabras que salen de su boca, y las verdades que trata de desarrollar, no son suyas, sino "las de Cristo". Ayuda, Señor, a referirme siempre a ti.
Pablo sufre, pero no con un dolor personal, sino por la salvación del mundo: "Siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pero desearía incluso ser anatema, y separado de Cristo, por los judíos, mis hermanos de raza". Como se ve, Pablo está obsesionado por la salvación de sus hermanos.
He aquí al verdadero apóstol, que ve que sus hermanos de raza (los judíos) rehúsan la fe, y llega hasta a desear su condena personal si esto puede salvarlos. Dicho de otro modo, está presto a renunciar a su eterna felicidad si esto pudiera asegurar la de ellos. No debemos dejar pasar a la ligera tales declaraciones.
Se ha reprochado a menudo a los cristianos ser interesados (portarse bien en la tierra, para obtener el cielo en recompensa). Pero esto es una caricatura del cristianismo, como se ve en las palabras apasionadas que hemos escuchado, sin obviar que Pablo era perseguido por aquellos de quienes habla (pues la sinagoga judía lo consideraba un renegado y apóstata). Concédeme, Señor, que mi oración sea también por los que no me aman. Dame el ansia de la salvación de mis hermanos. Hazme apóstol a mí también.
Emite a continuación Pablo una letanía de 7 privilegios excepcionales, haciendo hincapié en que la cifra nº 7 era la cifra de la perfección: "Son, en efecto, los hijos de Israel, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la ley, el culto, las promesas y los patriarcas, de los cuales también procede Cristo, según la carne". Resume así Pablo toda una historia, la historia de amor entre el pueblo hebreo y Dios.
Dios y ese pueblo se amaron. Pero ¿fue un amor decepcionado? ¿O un amor fallido? Ninguna de las dos, responderá Pablo, que aludirá a que todavía es posible la conversión, pues Dios continúa amándolos y "de ellos procede Cristo, el cual está por encima de todas las cosas".
Esta profesión de amor por los judíos, sus infieles hermanos de raza, termina en una plegaria, una doxología a Cristo. Es el equivalente de una de nuestras fórmulas finales de oración: "Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Dios y Señor".
Con ello, Pablo atribuye a Cristo, hombre "nacido según la carne" (de la raza judía), un título que los judíos reservaban sólo a Dios, como para que resaltase mejor el "rechazo escandaloso" de los judíos. No quisieron reconocerlo como Dios. Y sin embargo, y verdaderamente, Jesucristo es Dios.
Noel Quesson
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Recordemos hoy aquella afirmación de Jesús hecha a la samaritana: "La salvación viene de los judíos". Pues, efectivamente, de ellos procede Cristo según la carne. ¿Tendrá algún caso el que el Padre Dios, cumpliendo las promesas hechas a los antiguos padres, haya enviado a su Hijo para que, encarnado, nos salvara, si al final nadie de su pueblo judío lo aceptara?
A pesar de su cerrazón, los judíos son los primeros en ser llamados a la salvación en Cristo. Y aun cuando no todos aceptaron a Cristo, hubo un pequeño resto fiel que sí lo hizo. Tenemos la esperanza de que algún día todos reconozcan al Salvador, Cristo Jesús.
Pablo, muchas veces rechazado por ellos, continuaría toda su vida preocupándose por encaminarlos a Cristo. Y hoy nos dice que, incluso, estaría dispuesto a ser considerado un anatema de Cristo (Lit. separado de Cristo) si eso ayudara a la salvación de los de su pueblo y raza.
Nosotros no podemos conformarnos con vivir nuestra fe de un modo personalista, sino que hemos de esforzarnos constantemente en cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado: hacer que todos los hombres se salven en Cristo.
Pero ¿estamos realmente dispuestos a ser condenados con tal de salvar a quienes viven rechazando a Cristo? ¿Estamos dispuestos a cargar como nuestros sus pecados, y hacer nuestras sus pobrezas y enfermedades? ¿Estamos dispuestos a padecer por Cristo sabiendo que él está presente en nuestros hermanos? ¿Hasta dónde amamos? ¿Realmente hasta que nos duela? ¿O sólo anunciamos el nombre de Dios y volvemos a nuestras comodidades y a nuestra vida muelle y poltrona? ¿Cuál es nuestro compromiso de fe?
José A. Martínez
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Después del cap. 8 sobre la vida en el Espíritu, Pablo dedica 3 capítulos, del 9 al 11, a manifestar el dolor que siente por la obstinación de su pueblo Israel, y a reflexionar sobre su futuro.
Pablo se siente judío, y desearía que todos sus "hermanos de raza y sangre" hubieran aceptado a Cristo, como él lo ha hecho. Pero no es así, y la mayoría del pueblo elegido se ha quedado fuera de la Iglesia cristiana. De ahí que exclame: "Siento una gran pena y un dolor incesante".
Reconoce Pablo que Israel tiene valores muy ricos que ha dejado en herencia a la Iglesia: "la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas". E incluso de ese pueblo nació el Mesías, Jesús. ¿Cómo puede ser que no le hayan aceptado? Ha sido siempre un interrogante la situación de Israel en relación con la fe.
El mismo Jesús lloró sobre Jerusalén (previendo su ruina) e intentó, como nos decía el evangelio de ayer, "recoger a sus hijos como la gallina protege bajo sus alas a sus polluelos". Pero el pueblo judío se negó, e igualmente fracasó la primitiva comunidad judeocristiana (que fue perseguida y huyó de Israel).
Pablo, allí donde iba, predicaba en las sinagogas a los judíos, los herederos primeros de la promesa, y sólo cuando allí era rechazado pasaba a predicar a los paganos.
Nosotros miramos con respeto este misterio de obstinación. Jesús nació en el pueblo judío, de familia judía, descendiente de la casa de David. Sus primeros seguidores (toda la plana mayor de la primitiva Iglesia) eran judíos. Creyeron en él bastantes, pero la mayoría le rechazó.
Nosotros respetamos la sensibilidad judía, y les estamos agradecidos por la herencia que nos han dejado: los salmos, su capacidad de oración, su veneración por la Palabra, los libros inspirados del AT, sus fiestas, las grandes categorías de la alianza, del memorial o de la asamblea. Pero nos duele, como a Pablo, que el pueblo judío no haya aceptado a Jesús como el Mesías esperado.
También experimentamos dolor por la increencia de muchos, en la sociedad de hoy, por la pérdida de la fe y de los valores cristianos. ¡Cuántos padres, religiosos y educadores, están sufriendo por esta situación de frialdad de la fe en Cristo Jesús!
¿Sentimos con la misma fuerza que Pablo este dolor? ¿No es todavía más triste que los cristianos, que han recibido más bienes y privilegios que los judíos, también se olviden de Dios? ¿No se puede decir, de nosotros más que de ellos, lo del salmo responsorial de hoy: "con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos"?
José Aldazábal
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En la 1ª lectura de hoy escuchamos una reflexión paulina extremadamente bella y generosa, en que es tan grande el amor de Pablo a su pueblo, raza, sangre e historia, que lo pone por encima de muchos otros grandes intereses. Quisiera ser vehículo de felicidad para todos los judíos.
Pero ese buen deseo tiene un precio: reconocer a Cristo, como Mesías, enviado e Hijo de Dios. Y a esto se le resisten sus hermanos de religión e historia. Acompañémosle en su ofrenda, palabra, esperanza y oración.
Al leer este texto, uno contempla las entrañas de Pablo, que se siente destrozado porque la vocación de su pueblo (incomparable con la de cualquier otro pueblo) ha defraudado las esperanzas salvíficas, y ha desperdiciado la inmensa riqueza de dones divinos que se le ofrecieron con amor de predilección.
El verdadero amigo de Dios o verdadero discípulo de Cristo lleva en sus entrañas los pensamientos, amores, proyectos de Dios y de Cristo. Y la traición a los mismos le supone auténtico sufrimiento. Pablo es un ejemplo excelente: judío de pura raza, letrado de Israel, maestro de la ley, aguerrido defensor de las tradiciones, incluso frente a la novedad de la predicación de la Buena Noticia de Jesús.
En su etapa pre-cristiana, Pablo recurrió incluso a la violencia de las cárceles para reprimir las acciones de los discípulos del Señor. Y en la cristiana, previa iluminación del Espíritu que le enseña a releer la historia desde la persona de Jesús, llora con dolor la ceguera de sus compatriotas israelitas que se resisten a ser hijos de la nueva luz y nueva ley.
Todo apóstol verdadero sufre ese mismo dolor paulino: lágrimas, oración y llanto, por cuantos no se convierten a Cristo y al Padre. Así lo hacía Santo Domingo de Guzmán, gimiendo todas las noches en oración: "¿Qué será de los pobres pecadores?".
Señor, Dios nuestro, nos ponemos de rodillas ante tu altar, y acudimos al templo de tu Espíritu. Contemplamos a Jesús que muere de amor, incomprendido por los suyos. Y te pedimos que en cada uno de los corazones, sobre todo de los creyentes en ti, haya un impulso de amor que los lleve a servir a los demás con predilección.
Dominicos de Madrid
b) Lc 14, 1-6
La escena evangélica de hoy no tiene lugar ya en la sinagoga (donde Jesús había curado a la mujer encorvada), sino en la casa de uno de los jefes fariseos. Pero el tema de fondo sigue siendo el mismo, por muy ridículo que parezca: ¿Se puede curar (hacer bien) en sábado?
Por la escena de la mujer encorvada había quedado claro que el jefe de la sinagoga valoraba más a los animales (buey o asno, a quienes se podía desatar del pesebre el sábado, para llevarlos al abrevadero) que a las personas (a quienes, según la doctrina fariseo, no se puede curar en sábado).
Por el relato de la curación del hidrópico queda claro que los fariseos permiten en sábado sacar de un pozo al burro o buey que ha caído en él, pero no permiten que se cure a un enfermo. ¡Qué deformación mental!
Pero vayamos al evangelio de hoy, porque esta es la 3ª vez en que un fariseo invita a Jesús en el evangelio de Lucas. Aunque Jesús ha aceptado ir a comer a su casa, sin embargo la actitud de los comensales no es amigable, pues lo acechaban para ver qué es lo que hacía.
Sorprendentemente, Jesús se encuentra en casa del fariseo a un hombre enfermo de hidropesía, enfermedad que se manifestaba en la hinchazón de vientre, y que podía, según los antiguos, debilitar el corazón y producir una muerte repentina. Entre los judíos esta enfermedad era considerada consecuencia de un pecado del paciente, de orden sexual (adulterio, lujuria), religioso (idolatría y brujería) o relacional (difamación).
Pero Jesús no indaga en el pasado del hidrópico, ni trata de averiguar qué pecado le ha producido esa enfermedad, sino que se da prisa en librarlo de ella. Y por eso pregunta a los juristas (entendidos en leyes) y fariseos, sobre si se puede curar en día de precepto.
Curiosamente, quienes tienen que interpretar la ley permanecen callados. Y cuando Jesús cura al paciente, dice el evangelista que "se quedaron sin respuesta". Ante los hechos no valen los argumentos. El hombre está por encima del sábado, y ése es el centro de atención de Jesús, que entiende que el día dedicado al Dios de la vida es el más adecuado para devolverle al hombre la salud.
Juan Mateos
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En la curación del hidrópico, Lucas quiere hacernos ver varios aspectos interesantes de las actitudes de Jesús. La 1ª es que Jesús se dejaba ver por todos, pero en todas sus actitudes había siempre una enseñanza para unos y otros. La 2ª es que quienes seguían a Jesús para buscar una conversión o una palabra de aliento (o para aprender a conocer a Dios), eran los verdaderos seguidores del Hijo del hombre.
Pero quienes lo observaban para criticarlo, para indisponerlo, o para acusarlo ante el Sanedrín, eran los perseguidores de Jesús. Sin embargo, Jesús que podía leer en sus corazones actuaba con la mayor libertad, y les enseñaba con su propio testimonio de vida.
Jesús pone a la persona humana por encima de las leyes absurdas de aquel entonces. Pareciera ser que durante toda la semana no hace cosa alguna y reserva sus actuaciones de liberación especialmente, para los días sábados en los que todo estaba prohibido.
Jesús cura, perdona y libera a quienes se encuentra en su camino. Y como conoce la dureza del corazón de sus perseguidores, les cuestiona sobre sus propios intereses si les afecta en un día sábado, para que comprendan que el proyecto de Dios está por encima de ellos y de sus mezquindades.
Fernando Camacho
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Un sábado, Jesús fue a comer a casa de uno de los jefes fariseos, y ellos lo estaban observando. Con ello, no rehúsa las invitaciones de sus adversarios habituales, porque ha venido a salvar a todos los hombres. La casa de ese jefe de los fariseos es muy significada por un gran respeto y devoción a la ley, y en ella, las tradiciones morales y culturales son respetadas de modo muy estricto.
Es un sábado, un día sagrado para el anfitrión de Jesús. Y desde su entrada en la casa, Jesús es observado y acechado, y empieza a ser medido con el rasero de la piedad farisea (el de personas aferradas a la santificación del sábado, y que se imaginan que Dios no puede pensar de manera distinta al parecer de ellos).
Entonces aparece en escena un hidrópico, que aparentemente no estaba invitado a la comida. Quizás estaba mirando al interior desde la ventana. Para los fariseos toda enfermedad era el castigo de un vicio no declarado. Según ellos, ese pobre hombre debió haber llevado una vida inmoral y por esto Dios le habría castigado.
Jesús tomó la palabra y preguntó a los doctores de la ley y a los fariseos: "¿Es lícito curar en sábado, o no?". Ellos se callaron, y pensaron que qué extraña pregunta venía a hacerles Jesús. ¿A qué viene ese innovador? Hace ya tiempo que las escuelas rabínicas han saldado definitivamente todos esos casos. Si Jesús hubiera ido a esas escuelas, sabría que:
-cuando
la vida de una persona corre peligro, "está permitido socorrerlo";
-cuando el peligro no es mortal agudo, "hay que esperar que termine el día
sábado para prestarle alguna ayuda".
¿No es esto lógico? ¿Por qué no contentarse con la tradición de los antiguos? ¿Por qué suscitar nuevas cuestiones? Los fariseos callan y no quieren discutir, pues ellos poseen la verdad. No es cuestión de modificar en nada sus costumbres. Jesús no puede hablar ni actuar en nombre de Dios, puesto que no se conforma a su enseñanza y a la enseñanza tradicional.
Jesús tomó al enfermo de la mano, lo curó y lo despidió. Y a ellos les dijo: "Si a uno de vosotros se le cae al pozo su hijo o su buey ¿no lo saca en seguida aunque sea sábado?". ¡Perdón, caballero! Este caso está también previsto por la casuística, y tú parece ignorarlo...
Efectivamente, si un animal caía en una cisterna, los legistas permitían que se le alimentara para que no muriera antes del día siguiente. Y de otra parte, estaba permitido echarle unas mantas y almohadas para facilitarle salir por sus propios medios. Pero ¡sin trabajar! Esos ejemplos nos muestran la gran liberación aportada por Jesús. Una nueva manera de concebir el descanso del sábado (actual domingo).
Mas allá de todos los juridismos, el sábado es el día de la benevolencia divina, el día de la redención, de la liberación, de la misericordia de Dios para con los pobres, los desgraciados, los pecadores. El día por excelencia para hacer el bien, curar y salvar. Es el día en que hay que dejarse curar por Jesús.
Señor, ayúdanos a ser fieles, incluso en las cosas pequeñas. Pero sin ningún formalismo meticuloso, sino abiertos y sin creernos demasiado seguros de nosotros mismos, ni inmovilizarnos en nuestras opciones precedentes. El mundo de hoy nos presenta muchas cuestiones nuevas. ¿Sabremos abordarlas con la misma profundidad con que las juzga Jesús?
Noel Quesson
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Hoy fijamos nuestra atención en la punzante pregunta que Jesús hace a los fariseos: "¿Es lícito curar en sábado, o no?" (v.3). Y en la significativa anotación que hace Lucas: "Ellos se quedaron callaron" (v.4).
Son muchos los episodios evangélicos en los que el Señor echa en cara a los fariseos su hipocresía. Es notable el empeño de Dios en dejarnos claro hasta qué punto le desagrada ese pecado (la falsa apariencia, el engaño vanidoso), que se sitúa en las antípodas de aquel elogio de Cristo a Natanael ("ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño"; Jn 1,47). Dios ama la sencillez de corazón, la ingenuidad de espíritu y, por el contrario, rechaza enérgicamente el enmarañamiento, la mirada turbia, el ánimo doble, la hipocresía.
Lo significativo de la pregunta del Señor y de la respuesta silenciosa de los fariseos es la mala conciencia que éstos, en el fondo, tenían. Delante yacía un enfermo que buscaba ser curado por Jesús.
El cumplimiento de la ley judaica (mera atención a la letra con menosprecio del espíritu) y la fatua presunción de su conducta intachable, les lleva a escandalizarse ante la actitud de Cristo que, llevado por su corazón misericordioso, no se deja atar por el formalismo de una ley, y quiere devolver la salud al que carecía de ella.
Los fariseos se dan cuenta de que su conducta hipócrita no es justificable, y por eso callan. En este pasaje resplandece una clara lección: la necesidad de entender que la santidad es seguimiento de Cristo (hasta el enamoramiento pleno), y no frío cumplimiento legal de unos preceptos.
Los mandamientos son santos porque proceden directamente de la sabiduría infinita de Dios, pero es posible vivirlos de una manera legalista y vacía, y entonces se da la incongruencia (auténtico sarcasmo) de pretender seguir a Dios para terminar yendo detrás de nosotros mismos.
Manuel Cociña
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En el evangelio de hoy, Jesús acude a comer a casa de uno de los principales fariseos. Y echado a la misma entrada de la casa, un enfermo mira a Jesús con cara de súplica. El ambiente adverso que se masca es espeso, y hay recelo, desconfianza, y sospecha por doquier.
Jesús percibe ese ambiente fariseo, y de ahí que, ya antes de atravesar el umbral de la vivienda, les ahorre a sus anfitriones las palabras, y les plantee a bocajarro la pregunta del millón: "¿Es lícito curar los sábados, o no?".
Los letrados y fariseos vuelven la mirada hacia el infinito y callan (por no ponerse a silbar). Por supuesto, el enfermo queda curado y se va de allí más alegre que unas pascuas. Tras lo cual, Jesús habla a los fariseos de un burro y de un buey caídos en un pozo precisamente en sábado. Pero los fariseos siguen callados, pues ¿qué van a decir?
La interrogación provocadora de Jesús ("¿es lícito curar en sábado?") es la pregunta que se vienen haciendo de continuo los fariseos de todos los tiempos para no dar ni golpe al agua. Es la pregunta que tantos hombres se formulan, en diversas versiones, para continuar cruzados de brazos. Mientras, los enfermos y los pecadores miran con ojos angustiados en espera de una solución a sus problemas.
No lancemos preguntas al aire, ni planteemos cuestiones bizantinas, ni hagamos elucubraciones mentales. Sea sábado, sea domingo, o sea lunes, ¡pongámonos manos a la obra!
José San Román
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Nos presenta el evangelio de hoy otra curación de Jesús en sábado. El lunes pasado leíamos una que hizo Jesús con la mujer encorvada. Hoy es con un hombre aquejado del mal de la hidropesía, la acumulación de líquido en su cuerpo.
Pero no importa tanto el hecho milagroso, que se cuenta con pocos detalles. Lo fundamental es el diálogo de Jesús con sus adversarios sobre el sentido del sábado, que una vez más nos da a entender que la mejor manera de honrar este día es practicar la caridad con los necesitados.
Echa en cara Jesús a los fariseos que por interés personal (como ayudar a un animal de su propiedad) sí suelen encontrar motivos para interpretar más benignamente la ley del descanso. Y les deja claro que, por tanto, no pueden acusarle a él de ayudar a un enfermo.
Uno de los 39 trabajos que prohibían los fariseos en sábado era el de curar. Pero una reglamentación, por religiosa que pretenda ser, que impida ayudar al que está en necesidad, no puede venir de Dios. Será, como en el caso de aquí, una interpretación exagerada, obra de escuelas rigoristas.
¿Qué excusas ponemos nosotros para no salir de nuestro horario, en ayuda del hermano, y tranquilizar así nuestra conciencia? ¿El rezo, el trabajo, el derecho al descanso? Sí, el domingo es día de culto a Dios, de agradecimiento por sus grandes dones de la creación y de la resurrección de Jesús. Todo lo que hagamos para mejorar la calidad de nuestra eucaristía dominical y para dar a esa jornada un contenido de oración y de descanso pascual, será poco.
Pero hay otros aspectos del domingo que también pertenecen a su celebración en honor del Resucitado. Es un día de alegría, todo él (sus 24 horas) vivido pascualmente, sabiendo encontrarnos a nosotros mismos y nuestra paz y armonía interior y exterior, un día de contacto con la naturaleza, por poco que podamos.
Y también un día de apertura a los demás, de vida familiar (que nos resulta menos posible los días entre semana) y de vida social (cultivando valores humanos importantes). Un día de caridad, en que se nos ocurran detalles pequeños de humanidad con los demás, tales como ¿a qué enfermo de hidropesía ayudamos a sanar en domingo? Pues ¿no hay personas a nuestro lado con depresiones o agobiadas por miedos o complejos, a las que podemos echar una mano y alegrar el ánimo?
Jesús iba a la sinagoga todos los sábados. Y parece como que además prefiriera ese día precisamente para ayudar a las personas curándolas de sus males. Sus seguidores podríamos conjugar también las dos cosas.
José Aldazábal
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Jesús nos presenta hoy el reino de Dios como la participación en un banquete, al que están llamados no sólo los limpios (los fieles) sino la humanidad entera. Por eso no podemos despreciar ni marginar a los pecadores ni a los enfermos, como en el caso evangélico de hoy. Dios nos quiere a todos con él, pues a nadie creó con gran amor para después destinarlo a la condenación.
Pero él sabiendo que el mal ha tomado posesión de muchos corazones, nos ha amado tanto que hasta nos envió a su propio Hijo para que, quien crea en él, tenga vida eterna. Así el Señor nos enseña, a los que formamos su Iglesia, que hemos de trabajar constantemente para ganar a todos para Cristo.
No queramos hacer una Iglesia de grupos, de escogidos, de separados, de élites. Hemos de vivir cercanos a las personas de todas las culturas y condiciones sociales. Cristo debe ser anunciado como luz de todos los pueblos. Seamos fieles a la misión que el Señor nos ha confiado.
El Señor nos sienta a su mesa. Y él no nos quiere con las manos incapaces de hacernos poner al servicio de los demás para hacerles el bien. Los que hemos sido renovados en Cristo no podemos darnos descanso en hacer el bien a nuestro prójimo.
El Señor, que nos ha perdonado y ha sanado nuestros temores con la fuerza de su Espíritu Santo, nos quiere siempre en camino; quiere que vayamos y demos testimonio de lo misericordioso que ha sido él para con nosotros. Por eso la celebración de la eucaristía nos compromete a colaborar con alegría en la propagación del evangelio no sólo como fruto de nuestros estudios, sino especialmente como fruto de nuestra encuentro personal con el Señor.
Permanezcamos, pues, en la presencia del Señor como fieles discípulos suyos para poder, después, ir como testigos de lo que hemos vivido, y del amor y misericordia que el Señor ha tenido para con nosotros.
Dios ha iniciado en nosotros su obra de salvación; y nosotros le hemos de permitir que la vaya perfeccionando siempre hasta la venida de Cristo Jesús. Por eso no hemos de buscar sólo nuestra propia salvación, pues no hemos de perder la conciencia de que somos Iglesia, y que nos hemos de esforzar en hacer el bien unos a otros.
Pero además, hemos de abrir las fronteras. La Iglesia, mientras peregrina por este mundo, se ha de esforzar en ganar a todos para Cristo. Y todo esto brotará del amor sincero que le tengamos a él y a su Iglesia, no perdiendo de vista que el bien que hagamos a los demás redundará en nuestro propio provecho.
Dejémonos evangelizar, llenar de la vida de Cristo y de su Espíritu Santo día a día. Pero decidámonos también a colaborar con un nuevo ardor en la propagación del evangelio en el mundo entero.
Bruno Maggioni
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En el evangelio de hoy nos enseña Jesús con su ejemplo que hay algo más fuerte que el legalismo, y es precisamente el mandato de la caridad. Entre los judíos, el día sábado era un día del todo consagrado al Señor. No era lícito hacer actividad alguna. De ningún tipo. Hasta estaban indicados los pasos que se les permitía caminar.
Los fariseos se gloriaban de que cumplían la ley en toda su extensión. Y castigaban y denunciaban a las autoridades a todo aquel que violaba una de estas reglas más pequeñas. Eso no es malo. Incluso Cristo dice alguna vez a sus seguidores que hagan lo que los fariseos dicen. Sin embargo, es preferible la misericordia con los demás que el cumplimiento frío de un precepto.
Muchos se preguntan si deben hacer esto o aquello, porque ambas cosas están mandadas. ¿Debo estudiar en este tiempo o tengo que hacer lo que ahora me piden mis padres? ¿Cuál es mi obligación? No es fácil discernir, porque muchas veces entran en juego nuestros sentimientos y a veces nos inclinamos por la opción equivocada. Para evitar esta situación, Cristo nos ha dejado un criterio muy claro: ante todo, la caridad.
Bajo esta luz todo queda iluminado. Ya no hay conflicto entre curar o descansar en sábado, porque el bien del hombre está por delante del precepto.
Juan Gralla
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Anda por ahí circulando un libro que ofrece un curso de milagros. El tema es ya un tópico en las librerías, con tantas terapias y millones de formas de autoayuda, pero tenía que venir éste que digo, que pone el poder del milagro en nuestras manos.
Lo gracioso es que esta literatura está cortada toda por un mismo patrón: relájese, deje su mente en blanco, concentre su energía... Y digo que esto es gracioso porque muy poco o nada tiene que ver con los milagros que hace Jesús. ¿Has visto a Jesús poniendo la mente en blanco en alguna parte de los evangelios? ¿Has visto cómo se reconcentra antes de sanar a alguien?
¡Pamplinas! Lo que vemos es a un profeta que, aun en medio de una desagradable discusión, muestra de dónde viene el poder que realmente sana y salva.
Jesús, entonces, no es un milagrero. Su poder no es la canalización de una energía cósmica o psíquica, que pueda ser enseñado como quien aprende a resolver ecuaciones de segundo grado, o a plantar un bonsái. Cristo es la manifestación sublime del amor del Padre, no la exhibición de nuestras destrezas mentales.
Nelson Medina
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Ante el sufrimiento, ante la pobreza, ante las injusticias, ante el pecado que padecen muchos hermanos nuestros no podemos pasar de largo dejándolos hundidos en sus males. En dar una respuesta, en esforzarnos por remediar esos males no podemos argumentar ni siquiera que es el día del Señor para eludir nuestras responsabilidades. No podemos esperar para mañana para hacer el bien a quien hoy lo necesita.
Cada día debemos ser la Iglesia de Cristo que no sólo anuncia el Nombre de Dios, sino que, además, sirve con gran amor a los necesitados. Dar culto a Dios, en este sentido, no es sólo arrodillarnos ante él, sino además, identificarnos con Cristo, que como Buen Pastor salió al encuentro de la oveja descarriada y herida.
Así, también nosotros hemos de dar culto a Dios amando como el Señor nos ha amado y enseñado, pues él no descansó, sentándose en la gloria de su Padre, hasta dar su vida para sacarnos del pozo de nuestra maldad en el que habíamos caído.
El Señor lo dio todo por nosotros. Al igual que Cristo, detengámonos ante el dolor, ante el sufrimiento, ante la pobreza de nuestro prójimo y, si es necesario, paguemos con nuestra propia vida, con tal de que él recobre su dignidad y alcance su salvación en Cristo.
José A. Martínez
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Seguro que Cristo, como buen judío, conocía muy bien los 39 trabajos prohibidos para los judíos observantes. Ejercer la medicina se encontraba entre ellos. Parece ser que la salud era menos importante que la propiedad privada, una persona menos valiosa que un animal (porque, parece, sacar al burro del pozo sí se podía).
Si se pierde de vista el amor, todo se estropea. No soy anarquista, ni quiero serlo, y creo que las normas son necesarias. Pero, además de la norma, está el espíritu de la norma. No me resisto a copiar el último canon del Código de Derecho Canónico de la Iglesia Católica: "La equidad canónica y la salvación de las almas deben ser siempre la ley suprema en la Iglesia" (CDC, 1752).
Es decir, 1752 cánones (un montón de problemas y de asuntos regulados), pero sin perder de vista que lo fundamental es ¡la salvación de las almas! Aunque a muchos no les guste el derecho, en esta clave sí se pueden aceptar las normas. Jesús supo leer todo en función de la persona ("no se ha hecho el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre"), y por eso actuaba con libertad.
No le pregunta al enfermo si ha sido bueno, si ha ido a la sinagoga, si paga los tributos, si es creyente... Sino que le mira, siente la necesidad de hacer algo, y lo hace. Por encima de la norma y con libertad. Ojalá nosotros sepamos también actuar con libertad. Con la libertad de los hijos de Dios, pues lo somos.
Alejandro Carbajo
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No sé si te has dado cuenta de cuántas veces tenemos miedo de mostrarnos como cristianos, por temor a las críticas. Porque Jesús no tenía dudas, a la hora de actuar de acuerdo a sus convicciones. Es el caso que refleja el pasaje evangélico de hoy, en que un hombre está enfermo, interesa que sea sábado, interesa que los demás sólo estén buscando una excusa para atacarme... luego hay que sanarlo.
El temor a mostrarse como verdaderos cristianos, sobre todo en las causas de justicia, hace que nuestro testimonio como discípulos de Jesús quede en la oscuridad.
El cristianismo, desde sus orígenes, ha estado formado por hombres y mujer que se han sentido muy orgullosos de ser seguidores de Jesucristo, tanto así que han dado su propia vida como testimonio de ello. Permitamos a Cristo transparentarse en nuestra vida.
Ernesto Caro
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El cap. 14 del evangelio de Lucas, en el que se refiere cierta comida de Jesús en casa de un fariseo principal, es muy rico en contenido. Hoy se utiliza sólo un fragmento. Ese fragmento se refiere a la actitud misericordiosa y curativa de Jesús. El de mañana hará mención al espíritu de humildad frente a soberbia.
Notemos que en ambos casos hay un contexto idéntico: Jesús recibe una invitación y la acepta. La comida es en casa de un fariseo. Jesús es espiado por los letrados, para poder sorprenderle en irregularidades. Y Jesús les habla de tal forma que todos se quedan perplejos.
Pero esta imagen o descripción, ¿no podríamos aplicarla a nuestra vida? Todos estamos llamados a compartir mesa en la vida. Todos, en ocasiones, podemos estar bajo sospecha. Y nuestra actitud en esos casos debe ser siempre noble y honrada, y debe dar a conocer el espíritu humano, fraterno y evangélico con que hacemos las cosas, dejando que resplandezca siempre la caridad y el amor.
La página evangélica de hoy, magníficamente presentada, deja al descubierto varias cosas: 1º cómo Jesús trataba correctamente a los fariseos, 2º cómo los fariseos vigilaban a Jesús para poder acusarle por sus transgresiones a la ley y tradiciones, 3º cómo el modo de proceder de Jesús estaba muy por encima de las nimiedades fariseas (que acaban encubriendo hipocresías).
Conforme al espíritu de Jesús, la vieja fidelidad (que era transitoria) tiene que transformarse en fidelidad la ley nueva que es ley de amor y gracia. Buena fue en su momento la serie de tradiciones que, bajo forma ritual, mantuvieron la unión del pueblo elegido (como la ley del sábado, con su ocio ritual). Pero ¿qué valor podemos dar a ésa y a infinitas pequeñeces cuando arde el horno de la caridad, de la justicia, de la solidaridad con el necesitado y enfermo?
Dominicos de Madrid
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La rígida legislación que habían impuesto fariseos y escribas como ideal de perfección era, por lo general, más solidaria con la marginación y la explotación que con la salud y el bienestar del pueblo de Dios. Era un hecho paradójico pero cierto. La ley que algún día los constituyó como pueblo libre y autónomo, era convertida en instrumento de esclavitud y dominación.
Jesús enfrenta ese prurito legalista no para dar alardes de anarquista, sino para hacerse del lado del ser humano, para favorecer la vida. Ese era el espíritu que se había perdido en la interpretación de la ley y que Jesús ahora reclamaba con la pregunta: "¿Está permitido o no devolverle la salud a alguien en día sábado?".
Pues todos estaban dispuestos a favorecer sus bienes (vacas, burros, posesiones), pero nadie estaba dispuesto a favorecer a un ser humano necesitado. Por esta razón el silencio de sus detractores era una soterrada complicidad con el régimen de violencia y exclusión que imperaba.
En la actualidad nos ocurre una situación parecida: la ley que se impone en nuestras sociedades mueve cielo y tierra para perseguir beneficios individuales, pero poco hace para ayudar al necesitado.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El evangelista Lucas nos pone hoy en situación, describiendo la escena con maestría de narrador: Un sábado entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. No es la primera vez que vemos a los fariseos en esta disposición de observar las conductas ajenas, para juzgarlas conforme a sus leguleyos y mezquinos criterios.
Era sábado, precisa el evangelista. Es decir, un día propicio para ejercitarse en esta tarea judicial, por no tratarse de un simple día más (el séptimo de la semana) sino del día del descanso sagrado, con carácter de ley y observancia legal para todo judío piadoso.
Siendo norma sagrada, la ley del sábado obligaba a una determinada conducta, y en eso los fariseos eran los verdaderos expertos en garantizar su cumplimiento, con derecho a juzgar el comportamiento de los demás (en este caso, de Jesús) desde las actitudes más radicales, hasta rayando lo miserable.
Jesús había sido invitado por uno de los principales fariseos de la ciudad, y por eso había acudido a su casa, para el acto comunitario de la comida. No obstante, Jesús sintió las miradas y juicios de los demás comensales, y notó que le estaban espiando. Por lo visto, los fariseos habían introducido en aquel lugar a un enfermo, y estaban esperando inquisitorialmente los movimientos de Jesús, porque era sábado y había un enfermo en aquel lugar.
La confluencia de ambos daba realce al momento, pero ¿qué hacía un enfermo de hidropesía en la sala de un banquete organizado por un fariseo?
No es descabellado imaginar que aquel enfermo había sido colocado allí como conejillo de indias por los mismos fariseos, a la espera de la actuación del maestro taumaturgo. Al fin y al cabo, eso es lo que ya habían hecho antes con la mujer sorprendida en adulterio (suponiéndose que ellos estaban allí, en aquel preciso momento), y llevada a la presencia de Jesús para que él diera su veredicto.
Al encontrarse delante del enfermo, Jesús era consciente de la situación en que querían ponerle sus espías y jueces, y por eso se dirige a ellos con una pregunta que desafiaba sus maquinaciones: ¿Es lícito curar los sábados, o no?
Al parecer, la pregunta no obtuvo respuesta, o por lo menos provocó un embarazoso silencio en aquellos fariseos. En realidad, los fariseos sí sabían la respuesta, pero se quedaron en shock y no atinaron a abrir la boca. De haberla abierto, hubieran tenido que decir que, de acuerdo a su propia formulación de la ley, en sábado no se puede trabajar (porque hay que descansar), curar a un enfermo es un trabajo (el propio del médico), y curar en sábados era un acto manifiestamente ilícito.
Pero aquellos fariseos prefirieron callar, o no implicarse en ninguna respuesta explícita a la pregunta de Jesús. Tras lo cual, Jesús toca al enfermo y lo cura, pasando de las palabras a las obras para ver qué sentencia in pectore logra arrancar de aquellos jueces de las conductas ajenas. Como en el caso de la mujer sorprendida en adulterio, también aquí Jesús les ha dejado sin argumentos y sin armas.
A la pregunta sin respuesta de Jesús, y a su política de hechos consumados, el Maestro agrega una justificación: la excepcionalidad de la ley, a la que ellos también recurren cuando les conviene. Si a uno de vosotros, les dice, se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?
La respuesta farisea tendría que haber sido que "hay que esperar al día siguiente para sacarlo", pero según sus maquinaciones (o excepciones) lo más interesado era rescatar vivo al animal. Pues bien, si ellos son tan observantes de la ley, y obran así de excepcionalmente por un animal rentable, ¿por qué no va a actuar él en una circunstancia similar? Sobre todo si no lo hace en favor de un animal, sino de un ser humano a quien la enfermedad tiene sometido.
Tras esta observación de Jesús creció aún más la intensidad del silencio fariseo, se avivaron todavía más sus ascuas adormecidas de venganza y el odio empezó a desencadenar efectivos propósitos homicidas.
Con la curación de aquel enfermo, Jesús proclamaba a los cuatro vientos que no hay ley que esté por encima del ser humano y de sus necesidades más elementales (salud, comida, abrigo, trabajo, vivienda...). Es decir, que no puede haber ley justa al margen de los derechos humanos, por muy religiosa o no que sea. De ser así, dicha norma habría perdido su causa finalis y su carácter normativo. De ahí que concluya Jesús: El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
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