21 de Agosto

Jueves XX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 21 agosto 2025

a) Jc 11, 29-39

         La historia de Jefté tendría bien poco de notable si no fuera por el voto que hizo de sacrificar a Dios una persona humana. Su historia personal comienza de manera desgraciada: sus hermanos no le dejan compartir su herencia porque no era hijo de la misma madre.

         Jefté ha de huir, porque cuando le dicen: "Tú no puedes heredar en casa de nuestro padre" (v.2), le hacen una declaración de enemistad (2Sm 20,1; 1Re 12,16). Sufre una suerte semejante a la del joven David, fugitivo de Saúl (1Sm 22, 1-2): ha de agruparse con otros desocupados y organizar una banda, de la cual será el jefe.

         Sus compatriotas olvidan los antiguos prejuicios cuando se hallan oprimidos por los amonitas. Entonces le ofrecen el mando de las tropas. La historia se presenta como un caso más de los muchos que hay en la Biblia, donde el que es injustamente rechazado desempeña un papel importante en la vida del pueblo. En lenguaje de Pablo, "lo plebeyo, lo despreciado del mundo, se lo eligió Dios para humillar a lo fuerte" (1Cor 1, 28).

         Pero Jefté, aun creyendo en Dios no le venera como Señor de la vida. Cree que puede disponer de la vida de un semejante suyo, inocente, y sacrificarlo, cumpliendo un voto como los que se practicaban en las religiones de los alrededores. Hallamos un caso paralelo al de Jefté en el 1º libro de Samuel: Jonatán, sin saberlo, viola un ayuno obligatorio impuesto por su padre, y Saúl, cuando lo descubre, quiere hacerle morir. Pero, a diferencia del caso de Jefté, el pueblo no deja poner en práctica la decisión de Saúl: "Vive Dios, no caerá a tierra un solo cabello de su cabeza" (1Sm 14, 45).

         Seguramente la narración ha sido conservada no sólo por su intensidad dramática (en parangón con la de las tragedias griegas de la misma época), sino también para desenmascarar una práctica gentil. Los sacrificios paganos fueron rigurosamente prohibidos en Israel.

         El dramatismo de la acción está llevado al límite en el sacrificio de una doncella, que no llegará a ser ni esposa ni madre: "Se fue por los montes, y lloró por dos meses su virginidad. La muchacha había quedado virgen" (vv.38-39). Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté y la protesta contra esa muerte injusta. Pero también nosotros hemos de vigilar: la crueldad humana, ¿no es capaz de ofrecer todavía víctimas humanas a ídolos o a ideologías?

Damián Roure

*  *  *

         Conviene recordar de vez en cuando que el AT es testigo de una época llena de rudeza y cuya moral es, a veces, rudimentaria. La revelación es, a menudo, imperfecta y la teología deberá progresar. Estas páginas que nos chocan son la prueba de que este libro está lleno de verdades, y refleja toda una civilización con lo mejor y lo peor de ella. En este caso, representada por Jefté, que hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los amonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto".

         No es éste el 1º pasaje de la Biblia que nos habla de sacrificio humano. Bajo el horror de una tal práctica se esconde el respeto a la palabra dada y una concepción de Dios exigente y rigurosa. La mayoría de las civilizaciones antiguas conocieron unas costumbres que nos parecen bárbaras. Pero, ¿son más intachables algunos de nuestros hábitos sociales? Nuestra civilización, que liberaliza (¡!) el aborto, no tiene el derecho de escandalizarse de los sacrificios de niños de las viejas religiones.

         Jefté pasó donde los amonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó, y fue una grandísima derrota. Batallas y venganzas, éste es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Tales situaciones ambiguas son también prueba de que el Señor puede seguir actuando en cualquier modelo de sociedad. La Biblia nos afirma sin cesar que Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.

         Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras.

         El autor antiguo, ante tal hecho, queda como nosotros también perplejo a pesar de la diferencia de culturas. Por toda clase de detalles emotivos muestra su compasión hacia ese padre que ha hecho un voto tan imprudente y hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. Queda así planteada una cuestión. Y nosotros, guardada toda proporción, ¿no solemos sacrificar, con excesiva facilidad, a personas, clases sociales, incluso continentes enteros a unos imperativos económicos?

         Ella le respondió: "Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los amonitas". A pesar de lo trágico de esa escena, ¿somos capaces de admirar la sorprendente actitud espiritual que expresa el sacrificio voluntario de esa joven que ofrece su vida por respeto a la palabra dada para salvar a su pueblo?

         "Sólo te pido una cosa (continuó diciendo la hija): déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio". Su padre le contestó: "Vete". Y la dejó marchar.

         La profunda humanidad de esos detalles, merece ser meditada. Tras la rudeza de las situaciones y de los hombres, se esconde, a menudo, una profunda ternura. Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces.

Noel Quesson

*  *  *

         Es extraño y truculento el episodio de Jefté, que sacrifica la vida de su hija por la promesa que había hecho. Jefté, uno de los jueces que ayudaron al pueblo israelita en sus escaramuzas contra los enemigos, en este caso los amonitas, se muestra poco maduro en su vida religiosa. Cree en Dios, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la vuelta. Que resulta ser, nada menos, su hija.

         Otros pueblos vecinos practicaban sacrificios humanos. Pero Israel, no. El episodio de Abraham, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la Guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia.

         Es explicable el dolor de todos, de modo particular de la misma hija, que ve que su vida se va a tronchar sin haber llegado a su plenitud. La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones. La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo sacrificio de la vida humana.

         No nos extraña que, en nuestros tiempos, sigan siendo de tremenda actualidad tanto la discusión sobre el aborto como sobre la eutanasia y la pena de muerte. Mucho menos, claro está, se puede ofrecer a Dios la violencia o la crueldad como homenaje religioso, como el que Jefté se creyó obligado a hacer. Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios.

         Hay un aspecto más positivo en este episodio, al que tal vez se deba que se conservara el relato, y es el que resalta el salmo responsorial de hoy: las promesas hay que cumplirlas. Aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie que los votos hechos a Dios (de cosas buenas), una vez hechos, hay que cumplirlos, aunque resulten costosos.

         El salmo responsorial de hoy, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: "Dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas". Pero, por otra, valora la ofrenda de sí mismo que supone hacer un voto a Dios: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas".

         Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del compromiso cristiano son una ofrenda de la propia vida a una vocación. Y en definitiva, de una ofrenda a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La frase del salmo, "aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", es la que la Carta a los Hebreos pone en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación.

José Aldazábal

*  *  *

         Jefté, nativo de Galaad, era hijo de una prostituta y, como tal hijo, no fue aceptado por sus hermanos ni por la legítima mujer de su padre. Expulsado, anduvo vagabundo por montes, desiertos y ciudades.

         Ello no obstante, pasados unos años, algunos grupos de los amonitas, que no encontraban una persona adecuada para ser su jefe, le pidieron que él asumiera la responsabilidad de juez de Israel. Lo hizo gustoso, e hizo campañas victoriosas.  En una de ellas aconteció cuanto el texto recoge: él hizo voto de ofrenda a Dios; logró la victoria; y la ofrendada fue su hija. Ella, sintiéndose víctima ofrecida a Dios sin haber tenido todavía hijos, vagó por los montes lamentando no dejar descendencia; y, al fin, fue sacrificada. ¡Dura, incomprensible actitud!

         Israel siempre condenó los sacrificios humanos, pero en esta ocasión la tradición popular cuenta así las cosas, poniendo en litigio el voto y el sacrificio y dando prioridad al cumplimiento del voto sobre el mismo sacrificio, pues no lo censura. El redactor del texto lo respeta tal cual, aunque en verdad no estaba de acuerdo con esa tradición. Ésta es una página confusa, negra.

         En la historia o tradición que se transmitía de generación en generación, esta página y ese voto de Jefté es uno de los detalles más duros que se conocen. Pero la tradición vieja lo contaba así, y el redactor no ha querido alterar el texto, aunque en su tiempo esa acción era aborrecible.

Dominicos de Madrid

b) Mt 22, 1-14

         La parábola de hoy de Jesús responde a la actitud que muestran los sumos sacerdotes y fariseos después de oír las 2 primeras. Dios como rey ha aparecido ya en otras ocasiones (Mt 6,10; 18,23), y la figura del hijo del rey se asocia inmediatamente a Jesús. El reinado de Dios se presenta, por tanto, bajo figura de un banquete de bodas. Jesús mismo se ha presentado como "el esposo" (Mt 9, 15), y "el hijo" ha aparecido en la parábola anterior (Mt 21, 37).

         "Los criados", en plural, remiten también a los de esa parábola y, como ellos, pueden representar a los profetas (Mt 21, 36). El llamamiento es tema frecuente en Mateo (Mt 2,7.15; 4,21; 9,13; 20,8; 25,14). La invitación es rechazada conscientemente ("no quisieron acudir"). La insistencia del rey enviando otros criados muestra el amor de Dios a Israel, el pueblo que había elegido. El banquete está a punto, con magnificencia real.

         Pero sucede un nuevo y definitivo rechazo de la invitación. Unos reaccionan con total indiferencia, otros con hostilidad, y llegan al asesinato. La situación sigue siendo semejante a la de la parábola anterior (Mt 21, 35).

         El desastre anunciado en la parábola (Is 5, 24) corresponde a la destrucción de Jerusalén (Mt 21, 41), la asesina de los profetas (Mt 23, 37). Mateo pone la destrucción de la ciudad en conexión con el rechazo pertinaz de la llamada divina.

         Sin embargo, el designio de Dios no fracasa. Los que tenían derecho a la invitación la han rechazado, y por eso se han hecho indignos de ella. Se adivina el trágico destino de Israel. Los nuevos invitados representan al nuevo pueblo que va a constituir el Israel mesiánico (Mt 21,43). La distinción "buenos y malos" recuerda la Parábola de la Red (Mt 13,24-30.36-43.47). El propósito del rey se cumple, la fiesta se celebra con la máxima concurrencia de gente.

         La escena final es inesperada. El rey no solía comer con sus invitados, sino aparte, pero iba a saludarlos. "Traje de fiesta" (lit. traje de boda), es el traje apto para este tipo de celebración, que ahora se llama "traje de boda" al de la novia, y "vestido de etiqueta" al de los invitados.

         En el contexto de Mateo, el "traje de fiesta" se identifica con cumplir las condiciones de la adhesión a Jesús (Mt 5,3-10; 16,24), es decir, con la nueva fidelidad del reino (Mt 5, 20). Sin ella, no se puede permanecer en la Iglesia (Mt 5, 19). Han sido invitados "buenos y malos", pero nadie puede seguir en su condición de malo. La suerte de los miembros del Israel mesiánico que no respondan al llamamiento recibido será igual a la del antiguo Israel (Mt 8, 12).

         "Hay más llamados que escogidos" (lit. muchos son llamados, mas pocos escogidos). La partícula griega gar (lit. porque) enlaza directamente con lo que precede, explicándolo. La traducción literal resulta entonces incomprensible, pues de los invitados (v.10) sólo uno ha sido expulsado. La conclusión obvia sería: "Muchos son llamados, y la inmensa mayoría escogidos".

         Tampoco se resuelve el problema conectando este colofón con la 1ª parte de la parábola, pues ninguno de los antiguos invitados era digno del banquete (v.8), y el dicho habría sonado: "Muchos son los llamados, y ninguno escogido". Resultaría además incongruente que Mateo enlazara con porque la 1ª parte al colofón, sin hacerlo notar de alguna manera.

         Hay que buscar, pues, una solución filológica, que puede encontrarse teniendo en cuenta el modismo semítico para establecer la comparación de superioridad. Es conocido que, en vez de usar un comparativo, en hebreo y arameo la superioridad se expresa mediante una oposición de contrarios. Por ejemplo "a Jacob amé, mas a Esaú odié" (fam. amé a Jacob más que a Esaú), o "hizo Dios las dos lumbreras grandes, la lumbrera grande y la pequeña" (fam. la mayor y la menor)

         En el caso presente (v.14), la frase indica sólo una superioridad numérica, sin referirse a las relativas proporciones: "Hay más llamados que escogidos" (el único expulsado es paradigmático), cuadrando así perfectamente con el contenido del episodio anterior.

Juan Mateos

*  *  *

         La parábola que nos presenta hoy el evangelio de Mateo nos dice que "el reino de los cielos es semejante a un rey que celebró la boda de su hijo". Pero los invitados no querían venir, desprecian la invitación del rey, se rebelan contra él. Y ya que las bodas de la casa real significan una afirmación del poder político, el que se niega a asistir a ellas, se convierte en enemigo del estado. En este clima de rebelión es en el que está ambientada la parábola.

         El rey envía por 3 veces a sus siervos para que llamen a los invitados (a los comensales), para que participen del banquete de bodas que él mismo se ha preocupado de preparar, pero los invitados no se preocupan de la invitación, asumen una actitud negligente e indiferente ante la llamada.

         Pero ante la negativa de los invitados el rey envía a sus criados que vayan a las encrucijadas de los caminos donde se encuentran las multitudes que van a ser invitadas al reino. En este caso los criados no eligen, sino que llaman a todos los que encuentran (en el sentido universalista del reino de Dios). Los llamados la 2ª vez, buenos y malos, llenan la sala de bodas, y forman la verdadera comunidad de Dios.

         La parábola está fuertemente alegorizada, y la Iglesia primitiva interpretó el relato de Jesús a la luz de la historia y de su propia experiencia de misión: como Israel sistemáticamente ha rechazado la invitación de Jesús, ahora la misión se dirige a los gentiles. Con todo, es posible que el episodio final, exclusivo de Mateo, sobre el comensal que no tenía traje de fiesta, sea una advertencia contra la aceptación demasiado fácil de los gentiles en la Iglesia.

Fernando Camacho

*  *  *

         Tanto Mateo como Lucas narran sustancialmente la misma parábola. Pero Mateo la ha interpretado y adaptado a sus lectores inmediatos. Ha hecho de ella un compendio alegórico de la historia de la salvación. Jesús ha venido a inaugurar ese tiempo del reino, pero muchos de los que habían sido invitados anteriormente a participar en esta celebración han rechazado la invitación.

         Aquí, el rey es Dios que ofrece la celebración del reino a los invitados, el pueblo de Israel. Los siervos enviados a llamar a los invitados representan a los profetas, que desde el exilio llamaron al pueblo a regresar a Dios para realizar el objetivo que Dios le había marcado. Sin embargo, Israel no escuchó a los profetas. Otros profetas fueron enviados para llamar a los invitados, expresando mayor urgencia, pues "todo está a punto". Pero de nuevo los invitados resultaron estar más interesados en sus propias ocupaciones. Otros insultaron a los profetas y los mataron.

         La destrucción de los incrédulos a manos de los ejércitos del rey, y la quema de su ciudad, es una repetición de la situación de Israel antes que Jerusalén fuera destruida por el "siervo de Dios" Nabucodonosor II de Babilonia (Jr 25, 8-9). El mensaje a los jefes de Jerusalén es que su rechazo de la invitación pronto conducirá a una renovación de esa destrucción.

         No obstante, la celebración seguirá su curso, y esta vez los siervos de Dios, profetas, apóstoles, evangelistas, invitarán a participar, no sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel, sino también a los publicanos, pecadores y gentiles (Mt 28, 19). No todos responderán con veracidad.

         La parábola de Mateo tiene la peculiaridad del "traje de boda", sin el cual asistió al banquete uno de los invitados. Este traje de boda es un rasgo parabólico. No conocemos que existiese un traje especial para asistir a las bodas. Indica simplemente un traje decente y limpio. Este vestido indica y simboliza la acción de Dios sobre el ser humano: "Me vistió con vestiduras de salud, y me envolvió en el manto de la justicia" (Is 61, 10).

         Los textos bíblicos que hablan del vestido o traje de boda (Ap 19,8; 22,14) hacen referencia a la justicia o santidad de Dios participada por el ser humano, en la gracia santificante. Quien no asiste con este traje queda excluido del banquete: "Atadlo de pies y manos, y arrojadlo fuera, a las tinieblas".

Emiliana Lohr

*  *  *

         La celebración nupcial es signo de alegría, vida y esperanza, y con frecuencia fue utilizada por los hagiógrafos (escritores sagrados) para describir el futuro reino mesiánico. Así en su ambiente histórico y literario, esta parábola anuncia (con la invitación al banquete) la presencia del reino mesiánico; mientras que el rechazo de los invitados representan la actitud de Israel con respecto a Jesús, presentado aquí como hijo del rey (vv.1-6).

         Esta parábola retrata la actitud negativa frente al reino. Actitud de soberbia. La de aquellos que confían en su propia justicia, la que pueden adquirir por su esfuerzo personal aplicado a cumplir meticulosamente la ley, y rechazan, en cambio la verdadera justicia, los caminos de la salud, que proceden de Dios.

         Aquí descubrimos también la voluntad de Dios, para todos los seres humanos se salven: él llama a todos, buenos y malos (vv.8-9), a formar parte de su Iglesia. El "traje de boda" es la vida llevada con dignidad. El compromiso cristiano, cuando se forma parte del reino de Dios, debe mostrarse en nuestras buenas obras.

         La parábola, como boceto de la iniciativa de Dios y de las respuestas de los seres humanos, tiene un valor perenne y universal. Muestra que todos son invitados al banquete de bodas del mesías-rey, y que muchos rechazan la invitación, con diversas motivaciones y actitudes.

         Los que aceptan la invitación insistente, entran al banquete. Después, con una perspectiva escatológica (del final de los tiempos), la parábola muestra que el participar en el banquete supone un cambio; hay que ser diferentes de lo que se era antes. Sin embargo, no todos responden con sinceridad de fe. Un hombre que no tiene "traje de boda" es alguien que no está dispuesto a cambiar. Ha venido por las ventajas que puede obtener para sí, pero no obedece la palabra de Dios.

         El "traje de boda" que hace falta para entrar en el banquete eterno significa la vida de justicia que cada uno debe hacer (Mt 5,20; 7,21; 13,47; 21,28). Cuando venga el rey, será la separación definitiva de buenos y malos (Mt 13, 38.41.48). Nosotros participamos ya en el banquete de la eucaristía, anticipo del banquete eterno. ¿Cuál es nuestro atuendo? ¿Cuáles son nuestras obras? Jesús nos recuerda que los escogidos son los que responden con fidelidad a la llamada (Is 41,9; 42,1).

Gaspar Mora

*  *  *

         El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Dios e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite, y vuelve a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez.

         En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias.

         Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en él. "Revestirse de Cristo", o "revestirse del hombre nuevo" (Gal 3,27-28; Ef 4,24; Col 3,10-11), representa participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2).

         Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen.

Maertens-Frisque

*  *  *

         La Parábola del Festín de Bodas se sitúa, en la progresión del evangelio de Mateo, en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús: Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo del mesías por parte del pueblo escogido.

         El Reino de los Cielos es comparable a un rey que celebra el banquete de bodas de su hijo. Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad, en una verdadera fiesta de boda, en un conjunto de regocijos colectivos, con banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría y comunión.

         Dios casa a su Hijo, y conforme al querer del Padre la desposada a quien ama el Hijo es la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo. Jesús está enamorado de la humanidad, y es el Esposo místico (Mc 2,19; Jn 3,29; Mt 9,15; 25; Ef 5,25; 2Cor 19,29; 21,2-9; 22,17).

         Entonces el rey envió a sus criados a llamar a la boda a los invitados: "Venid a la boda". Dios invita, Dios llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre.

         Hoy día muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida, y se preguntan: ¿A dónde vamos? ¿Por qué hemos nacido? ¿Qué sentido tiene nuestra vida? Jesús nos responde: estáis hechos para la unión con Dios, por mí. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la relación con Dios: amar, y ser amado. Dios ama, y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso. Y a la vez, portador de una mayor plenitud.

         Pero ellos, sin hacer caso, "se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron". ¿Cómo explicar que lleguemos a actuar de ese modo? ¿Y que prefiramos el trabajo a la fiesta? ¿Y que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del manjar de Dios? ¿Y que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada y tan absurda, según algunos intelectuales? Y todo eso en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios, para respirar a fondo aires puros.

         El rey se indignó, y "dio muerte a aquellos homicidas, y y prendió fuego a su ciudad". Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la legión de Tito (ca. 70 d.C), aunque los acontecimientos de la historia pueden interpretarse de muy distinta manera.

         En todo tiempo los profetas han hecho una reconsideración, desde la fe, de los sucesos que, por otro lado, tienen causas y consecuencias humanas. Todo lo que ocurre, todo lo que nos sucede no se debe al azar. Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el proyecto de Dios, y las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí escondidas.

         Entonces el rey dijo a sus criados: "Id a los cruces de los caminos, y a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda". Y la sala de bodas "se llenó de comensales". La Iglesia, comunidad abigarrada, es una mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano. Efectivamente, Dios quiere salvar a todos los hombres, e invita a todos a ello.

         Pero hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera. Es decir, para entrar en el Reino hay que "revestirse de Cristo" (Gal 3,27; Ef 4,24; Col 3,10) y "revestirse del hombre nuevo". Porque la salvación no es automática, y hay que ir correspondiendo al don de Dios.

Noel Quesson

*  *  *

         Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí y hacen lo contrario), escuchamos hoy en Mateo otra parábola: la Parábola de los Invitados a la Boda.

         La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el 1º invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, y no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia. De nuevo, como en la parábola de ayer (los de la hora undécima) se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta.

         La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar.

         Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿No andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia.

         Aunque muchos no acepten la invitación (llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo), Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: "La boda está preparada; convidadlos a la boda".

         El cristianismo es, ante todo, vida, amor y fiesta. El signo central que Jesús pensó para la eucaristía, no fue el ayuno, sino el "comer y beber", y no beber agua sino una más festiva: el vino.

         También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana. Sino que se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación. Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una "justicia mayor" que la de los fariseos.

         Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta.

         Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete (a la hora 1ª o a la 11ª, es igual) debemos "revestirnos de Cristo" (Gal 3, 27), y "despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo" (Col 3, 10).

José Aldazábal

*  *  *

         La parábola evangélica de hoy nos habla del banquete del reino de Dios. Es una figura recurrente en la predicación de Jesús. Se trata de esa fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de Jesús con su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo que camina en el mundo, pero que se unirá finalmente a su amado para siempre. Dios Padre ha preparado esa fiesta y quiere que todos los hombres asistan a ella. Por eso dice a todos los hombres: "Venid a la boda" (v.4).

         La parábola, sin embargo, tiene un desarrollo trágico, pues muchos, "sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio" (v.5). Por eso, la misericordia de Dios va dirigiéndose a personas cada vez más lejanas. Es como un novio que va a casarse e invita a sus familiares y amigos, pero éstos no quieren ir. Llama después a conocidos y compañeros de trabajo y a vecinos, pero ponen excusas. Finalmente, se dirige a cualquier persona que encuentra, porque tiene preparado un banquete y quiere que haya invitados a la mesa. Algo semejante ocurre con Dios.

         Los distintos personajes que aparecen en la parábola pueden ser imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino. Pero Dios sigue llamando.

         La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación y nadie tiene derecho sobre ella. Es Dios quien se fija en nosotros, y nos dice "venid a la boda". Y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal vestido es expulsado: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" (v.12).

David Amado

*  *  *

         El rey, el hijo, los siervos enviados y los invitados. Los 4 tienen su correspondencia inmediata: Dios, su Hijo Jesucristo, los profetas, los jefes del pueblo. Es la Parábola de los Invitados a la Boda, que rehúsan acudir. En nuestra traducción actual, estará siempre Dios que convoca, ama, elige, llama, y el hombre, siempre libre, que responde y acoge; o, al revés, se desentiende o rechaza. En el texto evangélico está claro el contraste: "Venid", y "no hicieron caso".

         ¿Por qué hay tanta gente que no quiere quedarse al banquete de bodas? ¿Qué razones se pueden ocultar, al fondo, para no aceptar una cosa tan gratificante? La soberbia, la idolatría del dinero y el poder, una actitud inmoral, la sospecha de los modernos filósofos, la duda, el silencio de lo divino... y tantas cosas. Todavía podemos seguir preguntándonos: ¿Y qué podemos hacer los hombres y mujeres de Iglesia para purificar nuestro testimonio, y facilitar que a la gente le vengan ganas de ir a la boda?

Conrado Bueno

*  *  *

         Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar de su Reino, de la vida en abundancia pensada por Dios para el hombre desde toda la eternidad la cual habíamos perdido por el pecado. Sin embargo aceptar o no depende de cada uno de nosotros. ¿Excusas? ¡Muchas! Pero como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor.

         Y digo para presentarnos dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que a veces hace que se juzgue duramente al rey que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta en este tipo de eventos era proporcionado por el mismo que hacia la invitación, por lo que no había excusa para no tenerlo. Lo mismo pasa con nosotros.

         Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos. Sino porque nos ama, y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de gracias, sobre todo de la gracias santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino. Por ello no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo. En una palabra, no hay excusa para no empezar el camino de la esponsalidad con el Hijo de Dios.

Ernesto Caro

*  *  *

         Aún antes de la creación ya Dios tenía en su pensamiento divino las bodas de su Hijo con su esposa, bella y resplandeciente, adornada con la gloria y la santidad del mismo Dios. Pero, llegado el momento, muchos rechazaron la invitación a la boda, incluso al escueto nivel de invitados.

         Y ahora pienso yo: rechazada esta invitación a desposarse con el Hijo del Rey eterno, ¿habrá otro camino para llegar a poseer los bienes eternos. Porque esos bienes definitivos le pertenecen al Hijo único de Dios. Por eso se abre la invitación a la humanidad entera, para que todos puedan llegar a participar de la gloria del Hijo de Dios en Jesucristo.

         Pero no podemos permanecer en Cristo con un corazón manchado. Ante nuestras miserias y pecados no podemos quedarnos callados. Mientras aún es tiempo hemos de abrir la boca para confesar nuestras culpas; y Dios, rico en misericordia, tendrá compasión de nosotros y, perdonándonos, nos hará participar de su Reino eterno. Sea él bendito por siempre.

José A. Martínez

*  *  *

         En la Parábola de los Invitados a la Boda, conviene subrayar algunos puntos que tienen especial relieve en su mensaje: La boda la prepara el rey, y el rey es quien invita a su mesa. Cristo es nuestro rey, y la invitación se dirige en 1º lugar a nosotros (sus familiares, amigos y compañeros), que a base de disculpas despreciamos su invitación una y otra vez.

         Los invitados somos nosotros, y los judíos, y todos los hombres que hemos tenido noticia de Dios y de Cristo. Cansado de invitar y de esperar y de verse defraudado, Dios acude a cualquiera que no sea miembro de ese clan de familiares, amigos, compañeros, beneficiados de su predilección. Dado el desprecio, los últimos serán los primeros. ¿Y nosotros?

         La parábola se refiere también al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre a los judíos por medio de sus siervos los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena: "Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín" (Lc 14, 24).

         Los "otros siervos" son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, cuando Jesús ya había sido inmolado y "todo estaba a punto". Como dice Hch 3, 22: "El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él habéis de escuchar en todo cuanto os diga". Y como dice Hb 8, 4:"Si él habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la ley".

         Rechazados esta vez por el pueblo, como él lo fuera por la sinagoga. No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: "Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres" (Hch 28, 25) y luego "quemada la ciudad" de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios. Pues "de la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos" (Rm 11, 30).

         El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las bodas del Cordero: "Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: Aleluya. Porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado (Ap 19, 6).

Dominicos de Madrid

*  *  *

         En el presente pasaje evangélico se notan múltiples intervenciones debidas al trabajo del evangelista. En 1º lugar, los vv. 11-14 modifican el sentido de la parábola original que coincide con los datos transmitidos por Lucas (Lc 14, 16-24) en sus líneas generales.

         Pero dentro de ésta (vv.1-10) se notan anotaciones típicas de Mateo que reflejan sus preocupaciones sobre las dificultades comunitarias debido a las persecuciones: "Los demás echaron mano de los sirvientes y los maltrataron hasta matarlo" (v.6). Y su conocimiento sobre la destrucción histórica de Jerusalén por obra de los romanos: "Envió tropas que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a su ciudad".

         Estas 2 últimas anotaciones sirven para situar el conflicto entre cristianismo naciente y la dirigencia farisea como marco para justificar la misión universal, finalidad principal de la enseñanza de este capítulo.

         Como en la parábola anterior ocupa un lugar importante la figura de un hijo. En este caso el padre es un rey que quiere celebrar adecuadamente el banquete de las bodas de aquel.

         Habiendo ya notificado previamente a los invitados, envía sirvientes a concretar la invitación. La negativa de acudir es total por parte de aquellos, si bien la reacción es más o menos virulenta. La simple negativa de algunos (v.3) se convierte en desprecio que lleva a ocuparse de otras tareas o en furia homicida que maltrata y asesina a los enviados (v.6).

         La decisión que afecta a todos es el juicio que pronuncia el rey sobre los convidados: "No se la merecían" (v.8). Detrás de esta constatación se encuentra la tristeza del rechazo de Jesús por parte de la dirigencia religiosa del pueblo elegido.

         Pero, a la vez, el rechazo fundamenta otra decisión: la salida de los sirvientes "al extremo de las calles" (v.9). La invitación no tiene límites de nacionalidad, raza ni de comportamiento ético como se muestra en que entre los reunidos se encuentran "malos y buenos" (v.10).

         De esta forma, se afirma la invitación universal a la salvación del mensaje de Jesús, que supera los límites de todo particularismo.

         El v. 11 invita a los lectores un cambio de perspectivas. Del conflicto con la dirigencia farisea se pasa al marco interno de la Iglesia. Se trata de lo que acontece al interno de la sala del banquete. Y se dirige la atención a los comportamientos de los integrantes de la comunidad de discípulos de Jesús.

         El v. 14 ("hay más llamados que escogidos") es una llamada urgente a una vida en coherencia con la llamada recibida. Por consiguiente no debe entenderse en sentido del número de los que son dignos de participar en el banquete, sino de una interpelación personal ya que la llamada es universal pero su concreción, que determina quienes son los elegidos, depende de una decisión personal.

         Para ello se presenta al rey entrando en la sala del banquete. Su intención es la de "echar un vistazo a los invitados", es decir, un discernimiento sobre el estado de cada uno de ellos. Hay, por consiguiente, un verdadero juicio sobre los participantes.

         El descubrimiento de alguien "sin traje de fiesta", motiva una pregunta sobre ese punto. La culpabilidad es manifiesta ya que el interrogado "no despegó los labios". La orden subsiguiente es instantánea: "Atadlo de pies y manos, y arrojadlo fuera, a las tinieblas".

         La exclusión del individuo sirve como advertencia a cada miembro eclesial, sobre la coherencia de su actuación, y sobre el "traje de fiesta" que es necesario endosar para permanecer en el banquete.

Confederación Internacional Claretiana

*  *  *

         En Jerusalén Jesús se enfrenta a la intransigencia de los dirigentes judíos, que no prestan oídos a sus palabras proféticas y que se envuelven en su propio manto de petulancia religiosa. Jesús siguiendo su particular modo de enseñanza, propone una parábola.

         La parábola de la boda pone en evidencia la actitud agresiva de las autoridades judías frente a una gozosa invitación. Ellos han convertido la ciudad de David en un reino de los corazones de piedra, ocupados de sus propios negocios, de sus propiedades y de los mecanismos de censura y represión. Las autoridades no están dispuestas a ver y a escuchar ninguna cosa diferente a lo que ellos piensan y hacen.

         Esta actitud permite que el rey mande a llamar a toda la gente que se encuentra en los caminos. Estos son pordioseros, prostitutas, desempleados y enfermos. Así, los marginados se convierten en los invitados al banquete del reino de Dios. Sin embargo, a este banquete no se puede entrar de cualquier manera, es necesario llevar "vestido de fiesta".

         El "vestido de fiesta" es el vestido del cambio de mentalidad, de la conversión necesaria para entrar en la dimensión gozosa del reino de Dios. La nueva mentalidad es en lo que Jesús ha venido formando a sus discípulos. Sin este cambio, es imposible acceder al Reino.

         La obstinación, y el corazón de piedra, no es sólo patrimonio de las autoridades judías que condenaron a Jesús. Es patrimonio de todos los que cierran su oído a la Buena Nueva que se le anuncia a los pobres, y que toman acciones violentas para reprimir la obra del evangelio.

         Necesitamos modificar ya nuestra mentalidad, y forjar un corazón humano y misericordioso. De lo contrario, acabaremos comportándonos como los primeros invitados, o como el invitado que no llevó "vestido de fiesta".

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús se suele presentar como el que ha venido a instaurar el Reino de los Cielos de parte del Padre. Por eso, no es extraño que hable tanto y de tan diversos modos de esta realidad, y que lo haga en parábolas. Es lo que hoy nos dice: El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. De nuevo el rey, y al mismo tiempo Padre. Tampoco falta el hijo, y en este reino se celebran unos desposorios.

         Habrá, por tanto, celebración. Pero no una celebración sin celebrantes (invitados) ni motivos, pues aquí el motivo es la boda misma, la cual hay que sentir (como propia) y compartir, tanto por la alegría de los contrayentes como por la alegría del que invita a la boda.

         Pues bien, nos dice Jesús que, para esta boda, habrá invitaciones personalizadas. Y que algunos de los invitados la rechazarán, poniendo la excusa de tener otros intereses (tierras y negocios) más importantes para ellos. El es caso de los que se auto-excluyen del Reino, y por eso mismo se hacen indignos (no se la merecían) de una segunda invitación.

         Pero el banquete está ya preparado, y por eso el rey convoca a unos nuevos invitados: a todos los que encuentren en los cruces de los caminos.

         Este carácter masivo de la invitación no significa que los nuevos invitados puedan presentarse de cualquier manera (sin condiciones) a la boda, sino que han de ir vestidos con traje de fiesta (es decir, con el hábito celebrativo de la virtud y la alegría). Sólo así podrán participar del banquete, pues de lo contrario serían expulsados o excluidos.

         En aquellos primeros invitados podemos ver al pueblo de Israel (los judíos), cuyo rechazo atrajo la bendición y la salvación para otros nuevos invitados (los gentiles), universalizándose la llamada a la salvación. Los cristianos seríamos, históricamente, de esos a quienes se hizo extensiva la invitación a participar de las bodas del Hijo.

         Una vez invitados, y después de haber respondido afirmativamente a la invitación, los cristianos hemos de ir revistiéndonos de Cristo, con ese traje de fiesta bautismal que hemos de conservar blanco (en su estado bautismal) para el banquete. Por supuesto, seguirá habiendo muchos que rechacen la invitación por desprecio o menosprecio, atraídos por sus tierras y negocios. Y volverá a repetirse la misma historia.

         En cualquier caso, el rechazo a la invitación de Dios es siempre un menosprecio de lo que Dios nos ofrece (misa, palabra, catequesis, espacios y tiempos para la oración, experiencia comunitaria...) y un sobreprecio de lo que el propio hombre se proporciona (lujos, comodidades, dinero...).

         Los que acojan la invitación personalizada de Dios podrán decir con el profeta: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Celebremos y gocemos con su salvación. Pero también habrán de ir manteniendo debidamente el traje de fiesta o disposición como invitados: disposición para celebrar, para compartir, para comulgar, para escuchar, para responder a los compromisos de la fe, para asumir las consecuencias de su amistad con Jesucristo.

         Sólo esta disposición interior hará merecedores a los candidatos a participar en el banquete definitivo del Reino de los Cielos. Sólo revestidos de Cristo, de sus actitudes y sentimientos, podremos compartir con él su vida gloriosa, y recibir con él la herencia prometida.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 21/08/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A