23 de Agosto
Sábado XX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 23 agosto 2025
a) Rut 2, 1-3.8-11; 4, 13-17
Termina hoy, entre el color rosa, la historia de Rut. Para poder subsistir ella y su suegra Noemí, la joven se presta a trabajar de espigadora en los campos del rico Booz. Pero éste, que se ha enterado de la noble actitud de la muchacha, se enamora de ella y la toma por esposa. La historia es bastante más larga, y por eso aquí la leemos muy resumida.
De esa unión nace Obed, el padre de Jesé, el padre de David. Cuando Mateo, al comienzo de su evangelio, nos enumera la genealogía de Jesús (el Mesías), no se olvida de poner el nombre de esta mujer, Rut (la moabita, o extranjera), convertida a la religión de Dios.
Nuestra 1ª reflexión es aprender de Rut esa difícil fidelidad en las cosas de cada día, en nuestras relaciones familiares o comunitarias. Que es la que proporciona la verdadera felicidad. Por eso está muy bien elegido el salmo responsorial de hoy: "Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos; comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Esta es la bendición del que teme al Señor". Si fuéramos sencillos y disponibles como Rut, nos irían mucho mejor las cosas en la sociedad y en la Iglesia.
Pero podemos sacar otra consecuencia: alegrarnos de que, en la lista genealógica de Jesús, en la que la mayoría son hombres y, además, las pocas mujeres que se citan no son muy recomendables (como la madre de Salomón, Betsabé), aparezca una mujer buena, sencilla, trabajadora y extranjera.
Eso nos reconcilia con las personas humildes y nos hace admirar los caminos por los que Dios va conduciendo la historia, mientras que nosotros tal vez nos inclinamos a las cosas y las personas muy solemnes y aparentes. Jesús elige como apóstoles a gente sencilla: pescadores y hasta publicanos, recaudadores de impuestos. ¿Tenemos un corazón universal para aceptar a los emigrantes, a esos que, como a Rut, consideramos extraños y paganos? ¿Tenemos un ánimo acogedor como Booz?
José Aldazábal
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La audaz decisión de Rut de seguir siempre y a todas partes a su suegra Noemí, implicaba privaciones y contratiempos. Es posible que el carácter idílico de la escena de Rut espigando en los campos betlemitas, que ha inspirado a los pintores durante siglos y que resulta entrañable y sugestiva para el lector amante de la vida campesina, haya llevado a olvidar el otro aspecto, más prosaico, pero importante y muy real de tal acontecimiento: la lucha tenaz y agotadora de las 2 mujeres por su subsistencia.
El cap. 2 comienza con la descripción del 3º personaje importante del librito de Rut: Booz. Es pariente de Noemí por parte de su marido, mas no muy próximo, como confirmará el curso posterior del relato. Además se trata de un personaje poderoso y prestigioso por su condición acomodada. Para un hebreo, su nombre significaba "en él hay fuerza", y de hecho la tenía.
Rut, que es más joven, se encarga de conseguir los alimentos. Espigar era un recurso de indigentes. La ley reconocía este derecho a los pobres, los extranjeros, los huérfanos y las viudas (Dt 24,19-21; Lv 19,9; 23,22), pero Rut no quiere reivindicar ningún derecho. Sólo busca un corazón generoso que, libremente y de grado, le permita recoger las espigas caídas.
El azar, aunque previsto por Dios, la lleva a un campo de Booz, que acude a él cuando los segadores llevan ya varias horas trabajando. Booz intercambia con sus jornaleros los saludos de rigor (los hallamos todavía en la liturgia) y se interesa por la espigadora. El mayoral le explica de quién se trata y le informa de la petición que le ha hecho y de la constancia con que se ha dedicado a su tarea.
Booz dirige a Rut unas palabras llenas de afecto y de solicitud. Le pide que espigue sólo en sus campos, le asegura que sus criados no la molestarán y le da permiso para que beba del agua de los servidores.
Rut, con un gesto de humildad y de respeto, pregunta a qué se debe tal benevolencia hacia ella, una simple extranjera; Booz le replica que ha llegado a su conocimiento todo lo que ha hecho por Noemí y cómo ha abandonado su país y su familia de origen. Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas se ha refugiado (al cual se ha convertido), la recompense plenamente por su meritorio gesto.
Esta oración, aparte de ser exponente de la dimensión religiosa del libro, es importante en la dinámica de todo el relato. Dios se valdrá de Booz para escuchar tal plegaria, y la expresión de Rut, "he hallado gracia a tus ojos", de gran resonancia en el desarrollo de la narración (vv.2.10.13), comienza a perfilarse como algo más que una buena acogida o una benigna actitud. Quizá convenga recordar, en un tiempo litúrgico como el adviento, que en estos mismos pasajes resonará el anuncio de navidad a los pastores.
Josep Mas
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El cap. 4 presenta la solución del caso jurídico planteado en el anterior, la culminación del idilio y el desenlace general del drama de la familia de Elimelec recogido en el libro de Rut. Los acontecimientos tienen lugar en la puerta de la villa de Belén y se desarrollan en forma de acto oficial. Después se narra el matrimonio de Booz y de Rut y el nacimiento de su hijo Obed. El libro concluye con la genealogía de David.
Muy de mañana como había prometido a Rut (Rt 3, 13), Booz se dirige a la puerta de la ciudad y se sienta allí. Por ser más amplio que las estrechas callejuelas, el lugar de la puerta era el punto obligado de reunión ciudadana y donde se discutían y resolvían los casos jurídicos. También era el sitio ideal para encontrarse con cualquier persona en las antiguas poblaciones orientales.
Cuando ve pasar al goel (lit. redentor) o pariente más próximo Booz, lo llama y lo invita a sentarse a su lado. El relato no menciona su nombre, probablemente porque se trata de una figura secundaria de la que sólo interesa la renuncia pública a sus derechos. Después, Booz convoca a 10 ancianos de la villa o cabezas de familia para que actúen como testigos cualificados del acto público que se va a celebrar
Intencionadamente, Booz comienza tratando del campo que se debía rescatar. El pariente se aviene a comprar el campo. Pero se echa atrás, por interés propio y de su familia, al saber que también tendrá que tomar a la moabita Rut por mujer para dar descendencia a Elimelec.
Como gesto simbólico de la renuncia a sus derechos, el pariente, de acuerdo con la antigua costumbre que consigna el autor del relato, se quitó la sandalia y se la dio a Booz con todo su simbolismo (Sal 60,10; Dt 25,7-10). Entonces Booz declaró solemnemente ante los testigos que asumía todas las responsabilidades.
Los buenos augurios de la gente y de los ancianos para con Booz tienen sabor litúrgico. Evocan las matriarcas de Israel Raquel y Lía, así como Tamar. Pero no sólo porque es extranjera como Rut y porque es con ella una de las 2 únicas mujeres en que, según el AT, se cumple la ley del levirato. Sino sobre todo porque es la madre de Fares, progenitor de Booz y del clan de los efrateos. El coro de mujeres que había intervenido al principio (Rt 1, 19) para constatar la aflicción y desolación de Noemí lo hace ahora para alabar al Señor porque ha resuelto todas las dificultades.
El acto de colocar al niño en el regazo recuerda el ritual de adopción (Gn 30,3-8, 48,5-12; 50,23). El nombre del niño, Obed (lit. el servidor), presenta dificultades. ¿Era éste el primitivo? En cualquier caso es el abuelo de David. Rut y Booz entran en la gran historia por ser antecesores de David y del Mesías. La guía de Dios, que recorre más o menos veladamente todo el libro brilla en esta nueva y elevada dimensión.
Josep Mas
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Noemí, por parte de su marido, tenía un pariente en Belén. Era un rico propietario del mismo clan, llamado Booz. En su desamparo, esas 2 mujeres tienen suficiente valor e imaginación para forzar el destino: se agarran a lo que pueden, como a ese pariente lejano. ¿Quién sabe si las podría ayudar?
Rut, la moabita, dijo a Noemí: "Déjame ir al campo, detrás de aquel que me lo permita". Y quiso la suerte que fuera a dar en una parcela de Booz. Booz dijo a Rut: "¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí, quédate junto a mis criados y sígueles. Les he encargado que no te molesten. Si tienes sed vete a las vasijas del agua que han sacado del pozo". He ahí un hombre particularmente justo y bueno, que preanuncia el evangelio: "Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber".
Entonces Rut se postró rostro en tierra y le dijo: "¿Cómo he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí que no soy más que una extranjera?". Booz respondió: "Me han contado todo lo que hiciste con tu suegra, después de la muerte de tu marido y cómo has dejado a tu padre y a tu madre y a tu país natal y has venido a un pueblo que no conociste en tu vida". Siempre la misma insistencia y la misma lección de amplitud de miras, y de apertura de corazón.
Booz tomó a Rut para que fuera su mujer y se unió a ella. Este episodio es la ilustración concreta de la Ley del Levirato: el pariente más próximo debe procurar descendencia a una viuda, en una especie de solidaridad de clan (Dt 25, 5-10). El Señor le concedió que concibiera, y dio a luz a un niño.
Las mujeres de Belén dijeron a Noemí: "Bendito sea el Señor que hoy te ha dado un defensor. ¡Que se celebre su nombre en Israel! Será para ti un consuelo y un apoyo de tu vejez, porque lo ha dado a luz tu nuera que te quiere y es para ti mejor que siete hijos".
Hay que volver a escuchar esa delicada y natural manera de acoger la vida y al niño. Esa actitud perdura todavía en el conjunto de los pueblos pobres y puede plantear la cuestión a nuestras sociedades occidentales tentadas por una contraconcepción sin freno y sin límite. La vida considerada como una bendición de Dios, en actitud resueltamente optimista, y en contraste con la tristeza característica de los pueblos ricos.
Las vecinas decían: "Le ha nacido un hijo a Noemí", y le llamaron Obed. Obed fue el padre de Jesé, padre de David. El misterio de un nacimiento es que no se puede nunca saber qué llegará a ser aquel niño. Un genio, un artista, un santo, un bienhechor de la humanidad. Es la gloria de las madres. Y David nacerá de esa moabita, cuya nación es particularmente detestada por el pueblo de Israel (Gn 19, 37), ¡por proceder de un incesto! Misterio de los destinos salvadores de Dios.
Noel Quesson
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El breve libro de Rut hace una aparición casi furtiva en las lecturas de la Misa: apenas un par de pasajes leemos, y eso cada 2 años, es decir, en el ciclo de lecturas del año impar.
La narración de Rut se sitúa en tiempo de los jueces de Israel (s. XII a.C), pero su redacción parece corresponder al siglo V a.C, pues su mensaje tiene la apertura al universalismo religioso del II y III Isaías, y la aceptación 2 esposas (Orfá y Rut) es ya algo rechazado por el mundo judío, como algo endogámico y racista.
Es tema básico del libro el mantenimiento de la ley del levirato, según la cual, si un varón muere sin descendencia, el familiar más próximo debe desposar a la viuda, como hace Boaz con Rut. Además, hay un detalle psicológico y pastoral importante: que el amor es condición indispensable y cauce óptimo para ganar el corazón de las personas. Ejemplo es el amor de Noemí que se gana a Rut, y el amor de Rut a Noemí por el cual se dispone a hacer, practicar y profesar lo que Noemí hace, practica y profesa.
El libro de Rut es bellísimo, sencillo en su composición, y lleno de sugerencias de tipo moral, legal y religioso. Esta escena se produce en Judá, patria del Rey David; es como una alabanza a sus antepasados.
Un modo de resumir el mensaje de este libro y también un modo de ponerle un título con sabor actual es esta frase: "cuando el amor se abre paso". Rut es un bello ejemplo de lo que puede el amor: amor humano, amor de amiga, amor de nuera y, finalmente, amor de madre. Todos estos amores, a su vez, abrazados por el amor a Dios y al pueblo de Dios. Y el fruto de ese amor es visible, tan visible como el reinado de David, de quien nos vino, según la carne, la visibilidad misma del Hijo de Dios.
Dominicos de Madrid
b) Mt 23, 1-12
Para empezar, Jesús no se dirige hoy a letrados y fariseos, sino a la gente y a sus discípulos. Su denuncia pretende abrirles los ojos para que conozcan la calidad de los que se proclaman maestros y se liberen de su yugo.
En la Torah se anunciaba a los profetas como los sucesores de Moisés (Dt 18, 15.18), pero ese puesto de los profetas ha sido usurpado por los doctores de la ley y sus observantes. Y se ha sustituido la referencia a Dios (propia de los profetas) por la referencia a un código minuciosamente comentado e interpretado, que ahoga al hombre en la casuística. Recuérdense los 613 mandamientos que se distinguían en la ley, todos obligatorios por igual.
Por tanto, concluye Jesús, "todo lo que os digan, hacedlo y cumplidlo. Pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen" (v.3). Los puntos suspensivos indican la ironía de la frase. El 2º miembro neutraliza al 1º, pues nadie hace caso de maestros sabiendo que son hipócritas. Esta interpretación se confirma por el hecho de que Jesús ataca no sólo la conducta, sino también la doctrina de los fariseos (Mt 15,6-9.14; 16,12; 23,13.15.16-22). No puede, por tanto, estar recomendando que hagan lo que dicen.
Los "fardos pesados" de dichos doctores se oponen a la "carga ligera" de Jesús (Mt 11, 30). La doctrina propuesta por los letrados es una carga insoportable. Es más, ellos, que la proponen como obligatoria, no ayudan en nada a su observancia, se desentienden de los que tendrían que observarlas. No pretenden, por tanto, ayudar a los hombres, sino dominar por medio de su doctrina.
"Se ponen distintivos ostentosos" (lit. ensanchan sus filacterias) es un término que significa "medio de protección" contra el mal, y en el contexto judío el "medio de conservar en la memoria" la ley de Moisés. Consistían en unos colgantes que llevaban escritos ciertos pasajes de la ley (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16.2-10), y eran el cumplimiento al pie de la letra: "Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente" (Ex 13,9.16; Dt 6,8; 11,18).
En efecto, los fariseos se colgaban esas palabras en la frente y en la muñeca, los días de trabajo y para la oración de la mañana, y con ellas pronunciaban sus oraciones. Los fariseos devotos las llevaban puestas todo el día, y más grandes de lo ordinario, para ostentar su fidelidad a la ley.
No existe equivalente exacto en nuestra cultura, lo más aproximado serían los distintivos ostentosos de la propia piedad o consagración a Dios. La traducción más cercana al original será "se cuelgan amuletos anchos, insignias y distintivos ostentosos", cuyo objetivo de exhibición ha de ser explicado.
Rabbí, en la época de Jesús; era el titulo dado a los maestros eminentes de la ley. De ordinario se traduce por maestro, aunque en este texto Mateo opone el término hebreo al griego, para conservar su sentido de título.
Juan Mateos
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Aunque el texto no lo indica, estas palabras de Jesús están dirigidas a sus discípulos. Jesús insiste en la igualdad entre los suyos. Nadie de su comunidad tiene derecho a rango o privilegio; nadie depende de otro para la doctrina: el único maestro es Jesús mismo: todos los cristianos son hermanos e iguales. De hecho, es Jesús solo quien puede revelar al hombre el ser del Padre (Mt 11, 27).
Esta es la verdadera enseñanza, que consiste en la experiencia que procura el Espíritu Santo. Esto indica que en su comunidad lo único que tiene vigencia es lo que procede de él, que nadie puede arrogarse el derecho a constituir doctrina que no tenga su fundamento en la que él expone y su base en la experiencia que él comunica, y que en esta tarea todos son iguales.
"No os llaméis padre" alude al título de los maestros, rabinos, y miembros del Gran Consejo (Hch 7,2; 22,1), como transmisores de la tradición y modelo de vida. Jesús prohíbe a los suyos reconocer ninguna paternidad terrena, es decir, someterse a lo que transmiten otros ni tomarlos por modelo.
Lo mismo que Jesús no tiene padre humano, tampoco los suyos han de reconocerlo en el sentido dicho. El discípulo no tiene más modelo que el Padre del cielo (Mt 5, 48) y a él sólo debe invocar como Padre (Mt 6, 9). Se adivina en las palabras de Jesús la relación que crea el Espíritu: él es la vida que procede del verdadero Padre, y el agente de la semejanza del hombre con el Padre.
El término usado por Mateo significa el consejero y guía espiritual. Lo mismo que el título de maestro, Jesús se reserva también éste y previene contra toda usurpación. Es él, en cuanto Mesías, el que señala el camino y es objeto de seguimiento.
Establecida la diferencia entre el comportamiento de los rabinos y el de los discípulos (vv.8-10), define Jesús cuál es la verdadera grandeza, en oposición a las pretensiones de los letrados y fariseos: el espíritu de servicio, en contraste con la falta de ayuda de los maestros de la ley a los que tienen que cumplirla (v.4).
Contra el deseo de preeminencia, enuncia Jesús el principio que ha de orientar a su comunidad. El sujeto no indicado de los verbos "lo abajarán, lo encumbrarán" es Dios mismo. El principio enuncia, por tanto, un juicio de Dios sobre las actitudes humanas. La estima que pretenden los rabinos ante los hombres, es desestima a los ojos de Dios.
Juan Mateos
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Al estilo de Moisés, los escribas y fariseos interpretaban la ley y juzgaban a los transgresores. Eran, en ese sentido, continuadores de Moisés (por eso se dice que se sientan en la cátedra de Moisés. Pero ¿había también una cátedra en los lugares de reunión desde la que impartían sus enseñanzas? Probablemente sí. Pero estos jueces oficiales no eran precisamente modelos de conducta a seguir. Estos escribas y fariseos están sentados en la cátedra de Moisés, dado que prácticamente habían asumido la función sacerdotal de instruir al pueblo en lo concerniente a la ley de la alianza.
Por tanto, puesto que son los transmisores de la ley de la alianza, Jesús dice a sus oyentes que hagan y sigan (Dt 4,6; 7,12; Is 56,1) todo lo que ellos dicen. Jesús se refiere aquí a las estipulaciones básicas de la Alianza, y ciertamente con esto no cohonesta las formas en que los escribas y fariseos interpretaban las leyes en su tradición oral (Mt 12,1-14; 15,1-20; 16,5-12; 19,3-9). "No haced lo que ellos hacen" incluye también sus interpretaciones de la ley (Mt 15, 1-20).
Para la gente ordinaria, el único acceso a la escucha de las Escrituras se encontraba en las sinagogas dominadas por fariseos y escribas. Las "cargas pesadas e insoportables" que le ponen a la gente a las espaldas son sus interpretaciones de la ley, y la imposición de dichas interpretaciones a los demás.
Jesús pone como ejemplos: el uso de correas más anchas y vistosas para atar sus filacterias, las cajitas de cuero que contenían extractos de la ley y que se fijaban con correas a la frente y al brazo izquierdo en una interpretación muy literal de Ex 13,9 y Dt 6,8; el alargar mucho sus borlas, cosidas a los bordes del manto y puestas como recordatorio de la alianza, para llamar la atención; buscar los puestos de honor en los banquetes junto al anfitrión, y los primeros asientos en las sinagogas, reservados para ancianos y maestros.
Rabí se puede entender, en general, como maestro. Sin embargo, en este contexto resulta útil saber que este título significa literalmente "grande mío".
Fernando Camacho
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Iniciamos este capítulo con un ataque durísimo a los escribas y fariseos. La tensión que se ha generado entre Jesús y los jefes del pueblo, testimoniado en el evangelio de Mateo a partir del cap. 21, desemboca aquí en invectivas tan enérgicas, que no dejan de sorprender.
En este sentido, este cap. 23 prepara la historia de la pasión. Pero lo más importante es que el evangelista presenta este choque no simplemente por hacer historia, sino porque se trata de una catequesis muy importante contra un mal que acecha constantemente a la humanidad y nosotros no estamos excluidos: la hipocresía.
Los escribas eran los doctores de la ley, profesionales de la ley de Moisés con reconocimiento oficial. Hombres de gran influencia en la sociedad por su tarea específica de formar a los demás, dictar sentencia en los tribunales y determinar el sentido de la ley y las normas de conducta.
Los fariseos eran defensores entusiastas e intransigentes de la ley. Estaban convencidos de tener en ella todas las normas reguladas del orden religioso y civil. Se consideraban los puros, y por eso vivían separados de los demás. Tenían influencia en la sociedad judía por la administración de la justicia y la formación de los demás, y aquí había un punto de contacto con los escribas.
Estas invectivas de Jesús son las más fuertes del evangelio, y completan la acción de los profetas contra la falsa religiosidad. Jesús enseña una actitud diferente respecto a la ley, actitud en la que su yugo era suave y su carga ligera (Mt 11, 30).
El defecto del concepto de justicia atacado por Jesús (Mt 6, 1-18) es que estos jefes concretos realizaban sus actos como espectáculo (eso es lo que significa hipócrita). En contraste con los escribas y fariseos, y los reinos de este mundo, quienes quieran ser los más grandes en el reino habrán de humillarse, y ser servidores de los demás.
Al escuchar estas críticas de Jesús se siente la tentación de ver cómo se aplican a los demás. Pero debemos ver primero cómo se nos aplican a nosotros mismos. Cualquier cristiano puede hacerse culpable de lo que aquí denuncia Jesús. Comencemos a examinarnos cada uno, y la Iglesia mejorará. Decir y no hacer es hipocresía. Acusar a los demás y luego hacer lo mismo es hipocresía e injusticia.
Todos podemos hacernos culpables de diversas formas de hipocresía: mirar a los demás de arriba abajo, cumplir sólo lo que nos resulta cómodo, pretender enseñar a los demás, pensar que somos los auténticos cristianos... ¿Qué diría Cristo de esas actitudes nuestras? Entre los discípulos de Jesús la máxima dignidad es el servicio. A mayor servicio prestado, mayor dignidad. Y a mayor dignidad, mayor el servicio exigido.
Emiliana Lohr
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En el cap. 23 de su evangelio, Mateo agrupó varias frases de Jesús contra los fariseos, como la que hoy escuchamos: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos". En efecto, los fariseos habían ocupado ilegítimamente ciertas parcelas de poder dentro de la religión judía, y se habían convertido en lo que hoy llamamos un "grupo de presión".
La 1ª crítica de Jesús hacia esos fariseos tiene que ver con su práctica religiosa: "Haced y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen". En su 1ª crítica, Jesús alude a que los fariseos son buenos disertadores, son teóricos. Su ideal es válido, pero no lo ponen realmente en práctica en su vida. Ayúdame, Señor, a detectar esa distancia entre "lo que digo" y "lo que hago". Hazme clarividente y realista.
La 2ª crítica de Jesús tiene que ver con sus prácticas religiosas: "Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas". Es decir, se trata de unas prácticas que oprimen a los demás con sus grandes principios, y que son muy exigentes para los demás, y muy poco para sí mismos. Ayúdame, Señor, a ser bueno con los demás y exigente para conmigo. Haz que sepa descargar del peso a los demás, y que yo mismo no sea una carga para los que me rodean.
La 3ª crítica de Jesús tiene que ver con sus prácticas sociales: "Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres: filacterias, orlas, primeros puestos, saludos". Es decir, que no actúan no para Dios, sino "para ser vistos", recibir honores y destacar entre los demás. Es la puerta abierta a la vanidad que da importancia a lo que no la tiene, y también a la hipocresía, que conserva una fachada de honorabilidad cuando todo el interior está podrido.
Tras lo cual, concluye Jesús: "Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, ni llaméis a nadie padre". Efectivamente, Jesús ataca a todos esos títulos que uno podía darse a sí mismo, incluido el de guardián de la ortodoxia. La religión de Jesús no es una religión profesoral, de los que saben y deben enseñar su saber a los demás.
Encontrar a Dios, o entrar en relación con Dios, no es privilegio de los exegetas, de los teólogos ni de los sabios. Sino de la abuela ancianita que ha vivido toda su vida desvelándose por los demás y rezando sencillamente sus oraciones. Ella es la que sabe y tiene mejor conocimiento de Dios, por encima de los doctores en teología.
Sí, los mismos apóstoles no hacen mas que transmitir "lo que han recibido". No convendría disputar sobre las palabras, porque el lenguaje cambia y los términos del tiempo de Jesús no tienen hoy la misma resonancia sensible. De todos modos, en esas palabras de Jesús, hay una profunda reivindicación de igualdad: la apelación entre nosotros debiera ser la de hermano. Más allá de las palabras, esa es la actitud lo que cuenta: servicio, sencillez, ocultamiento. Sólo así quitaremos todos nuestros fariseísmos.
Noel Quesson
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Ayer los fariseos le preguntaban a Jesús cuál era el mandamiento principal. Y hoy escuchan un ataque muy serio de Jesús sobre su conducta: "No hacéis lo que decís". Los fariseos eran buenas personas, deseosas de cumplir la ley. Pero en su conducta mantenían unas actitudes que Jesús desenmascara repetidamente. Su lista empieza hoy, y sigue durante 3 días de la semana próxima. En general, se trata de unos fariseos que:
-se
presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;
-se creen superiores a los demás;
-dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos,
y no a lo interior;
-gustan los primeros lugares en todo;
-gustan ser llamados maestros, padres y jefes;
-se quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores
fundamentales en la vida;
-son hipócritas, pues aparentan una cosa y son otra;
-no cumplen lo que enseñan, pues obligan a otros a llevar fardos pesados, y
ellos no mueven ni un dedo para ayudar.
El estilo que enseña Jesús a los suyos es totalmente diferente. Él quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo digamos, sino que "cumplamos la voluntad del Padre". Exactamente como hacía él, que predicaba lo que ya cumplía según el libro de los Hechos: "Escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio" (Hch 1, l).
"Hizo y enseñó". ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe cristiana? ¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos?
Repasemos, como mirándonos a un espejo, esta lista de defectos y con sinceridad respondámonos a nosotros mismos. Porque puede ser que también caigamos en lo de buscar los primeros lugares y lo de cuidar la apariencia exterior, y lo de no cumplir lo que recomendamos a los demás.
Jesús ataca, sobre todo, a los que de alguna manera son dirigentes en la sociedad, porque dicen una cosa y hacen otra. Él quiere que aquellos de entre nosotros que tengan alguna clase de autoridad no se hagan llamar "maestros, padres ni jefes", que entiendan esa autoridad como servicio ("el primero entre vosotros será vuestro servidor") y que no se dejen llevar del orgullo ("el que se enaltece será humillado").
El mejor ejemplo nos lo dio el mismo Jesús, cuando en la cena de despedida se despojó de su manto, se ciñó la toalla y empezó a lavar los pies a sus discípulos. Tras lo cual dijo: "Si yo os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros" (Jn 13, 14). Tendremos que corregir lo que tengamos de fariseos en nuestras actitudes para con Dios y para con el prójimo.
José Aldazábal
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Claras y duras son las palabras de nuestro Señor en este pasaje. Su estilo transparente puede hacernos sentir algo incómodos, y es que no habrá en la historia de la humanidad hombre tan coherente como lo fue Jesús. Así que, si nos advierte acerca de la hipocresía, lo hará con justa razón. ¡Cuántas veces nos muestra a lo largo de los evangelios su descontento con los hipócritas! ¡Cuántas veces nos exhorta a no ser como ellos!
El Señor sabe muy bien cuánto daño hace la hipocresía en el apostolado, y cuántas almas permanecen cerradas al amor de Dios porque no ven en nuestro testimonio de cristianos una coherencia entre lo que decimos y predicamos y lo que en realidad ponemos en práctica.
"Haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que hacen". ¡Qué actual es esta recomendación que nos da el Señor! ¡Cuánto nos cuesta a los soberbios aceptar estas palabras! ¿Por qué desoímos tantas veces lo que el Señor nos pide a través de su Palabra? ¿No será para justificarnos en la incoherencia de los demás? Mejor sería que pusiéramos en práctica todo lo que el Señor nos va pidiendo sin esperar nada de los demás, sin olvidar que el instrumento es pequeño.
Así pues, levantemos la mirada del horizonte y miremos en vertical, porque es de Dios y para Dios toda nuestra vida. No justifiquemos nuestros errores en los errores de los demás, pues nuestro único modelo debe ser Jesús, en él debemos fijar todas nuestras metas. Ante él la verdad y la autenticidad permanecen, todo lo demás es desechado. Porque, como continúa diciendo el pasaje, "uno sólo es vuestro Padre, el del cielo".
Realmente es así de sencillo y de maravilloso, pero, ¿cuándo vamos a creer del todo estas palabras? ¿Cuándo vamos a interiorizarlas y a asumir la grandeza de este hecho? Porque si Dios es mi Padre, me conoce totalmente, me cuida, se preocupa por mí, le interesa lo que a mí me interesa, vela por mi vida, por mi bien, me da lo que necesito...
Con Jesús descubrimos que Dios no es un Padre autoritario ni justiciero, sino amoroso y misericordioso que me ha amado y me ha creado y, así, mi vida cobra un sentido, mi vida no es un absurdo. E incluso podemos llegar aún más lejos: si Dios es mi Padre, entonces él tiene que encontrar en mí signos de que yo soy su hijo, pues los padres y los hijos se parecen.
Andrés Pardo
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Hoy Jesucristo nos dirige nuevamente una llamada a la humildad, y a situarnos en el verdadero lugar que nos corresponde: "No os dejéis llamar rabbí, ni llaméis a nadie padre, ni tampoco os dejéis llamar guías" (vv.8-10). Antes de apropiarnos de todos estos títulos, procuremos dar gracias a Dios por todo lo que tenemos y que de él hemos recibido.
Como dice San Pablo, "¿qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?" (1Cor 4, 7). De manera que, cuando tengamos conciencia de haber actuado correctamente, haremos bien en repetir: "Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer" (Lc 17, 10).
El hombre moderno padece una lamentable amnesia, y vivimos y actuamos como si nosotros mismos hubiésemos sido los autores de la vida y los creadores del mundo. Por contraste, causa admiración ver cómo Aristóteles, el cual desconocía el concepto de creación, tenía claro que este mundo dependía de la divinidad (la "causa incausada"). En ese sentido, Juan Pablo II invitaba a conservar la memoria de la deuda que tenemos contraída con nuestro Dios:
"Es preciso que el hombre dé honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza, todo lo que de él ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer".
Pensando en la vida sobrenatural, nuestra colaboración consiste en no estorbar a la labor del Espíritu Santo, y en ¡dejar hacer a Dios! Pues la santidad no es algo que nosotros fabricamos, sino algo que él otorga como único maestro, padre y guía. En todo caso, si creemos que somos y tenemos algo, esmerémonos en ponerlo al servicio de los demás: "El mayor entre vosotros será vuestro servidor" (v.11).
Antoni Carol
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El evangelio de hoy nos presenta en labios de Jesús lo que no es un maestro, es decir, cómo es que no se sirve a Dios. Esta enseñanza es especialmente útil para quienes tienen o tenemos un servicio de predicación o pastoreo en medio del pueblo de Dios: ya el Señor nos muestra bien qué es lo que él detesta y por qué lo rechaza.
En realidad se trata de 3 cosas. La 1ª y más evidente es la hipocresía, que se sintetiza en la frase "todo lo hacen para que los vea la gente". Lo 2º es la opresión al pobre, expresado en aquello de "lían cargas insoportables". Y en 3º lugar está la incoherencia, según la recomendación "haced lo que os dicen, pero no lo que hacen". Tal consejo contiene implícito el dolor por una vida que tiene suficiente verdad para pronunciar pero muy poca verdad para vivir.
La lección es sencilla y clara: seamos coherentes en la vida, no pregonemos lo que no cumplimos, no presumamos de maestros cuando somos ignorantes, no obremos con soberbia y dominio sino con humildad y veracidad en todo.
Sería un rotundo fracaso psicológico hablar y enseñar una cosa, y luego no aplicarla en la conducta de cada día. Porque ser cristiano de nombre es muy poco. Nosotros, como cristianos, hemos de optar por la vida en sencillez, humildad, servicio, no por la vanagloria y honores de los primeros puestos.
Nelson Medina
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Entre los grupos religiosos existentes en Israel en tiempos de Jesús, el más influyente era el de los fariseos. La mayoría de ellos eran personas de pueblo, carecían de la formación exquisita de los saduceos, y constituían el "pueblo de la práctica" o laicos celosos por la ley.
Los dirigentes del grupo eran los escribas y letrados (juristas, o especialistas en la ley), que tenían poder y autoridad sólo por su saber. Sólo ellos podían decidir en cuestiones de legislación religiosa y ser jueces en procesos criminales. Se consideraban los "inmediatos herederos y sucesores de los profetas", el verdadero Israel.
Ahora podemos entender el significado de las palabras de Jesús en el texto de hoy, las cuales van dirigidas principalmente a los escribas y rabinos que se sientan en la cátedra de Moisés para explicar y aplicar la ley mosaica, pues son ellos los que imponen cargas pesadas, quieren que se les respete, y con ello convierten la gloria de Dios en su propia gloria.
Jesús denuncia la actitud de estos falsos maestros porque se sienten seguros de sí mismos, porque pretenden adueñarse de lo que pertenece al pueblo, porque pretenden ser los santos, porque se creen seguros de su salvación y, sin embargo, son incoherentes, porque no practican lo que enseñan: "pues atan pesadas cargas y las echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos no quieren moverlas ni con un dedo".
En los vv. 8-12 Jesús cambia de interlocutores, ahora sus palabras están orientadas a sus discípulos para enseñarles cuáles deben ser sus actitudes en la vida comunitaria y en el ejercicio de su ministerio. Los discípulos son invitados a recorrer el mismo camino de su Maestro, el discípulo debe ejercer toda responsabilidad desde el último lugar.
En la Iglesia cumplirá bien esta tarea quien no busque su propia autoridad, quien sea un hermano entre los hermanos y quien construya la unidad desde la hermandad. Una hermandad que sólo llegará a hacerse realidad a través de la actitud de servicio, y no desde el mero cumplimiento de la ley. Y eso porque Jesús unió la autoridad en la Iglesia al servicio fraterno.
Confederación Internacional Claretiana
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Los fariseos buscaban el prestigio a cualquier precio, y formaban un partido político que quería alcanzar el reino de Dios por medio del estricto cumplimiento de la ley. Se mostraban así mismos como modelos de santidad y perfección, con la intención de meter al pueblo por el camino del fanatismo religioso. Pero sus aspiraciones verdaderas eran hacerse con el poder a través del apoyo popular.
Jesús les reprocha a los fariseos la pretensión de cargar al pueblo con 613 mandatos que ellos mismos no cumplían. Estos eran una carga extremadamente pesada e inútil. Los fariseos se exhibían como hombres piadosos, pero no estaban dispuestos a realizar lo más importante de la ley que es la misericordia y la justicia.
Jesús invita a los suyos a aprender de lo que saben los fariseos pero no a imitar su actitud de vida. Pues, en efecto, ellos enseñaban muchas cosas valiosas de la Escritura, pero no estaban dispuestos a comprometerse con las exigencias de la palabra de Dios. La comunidad de Jesús, por el contrario, no basa su existencia en una mera noción de la Palabra, sino en un compromiso vital con ella.
Actualmente enfrentamos un reto similar al que enfrentó Jesús, porque hay quienes se presentan como doctores que conocen perfectamente las doctrinas (y pretenden guiar a la comunidad), pero que lo único que buscan es el poder y el prestigio. La Iglesia debe ser crítica ante ellos, y descubrir sus verdaderas intenciones, porque el único maestro, y la única doctrina, y la única autoridad, siguen siendo Jesucristo y su evangelio. A la luz de su persona y de su Palabra, la Iglesia ha de discernir el verdadero camino de vida.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Jesús se dirige hoy a la gente y a sus discípulos, para hablarles de terceras personas y prevenirles frente al proceder de quienes se han constituido a sí mismos en guías espirituales del pueblo: En la cátedra de Moisés (les dice) se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. La cátedra de Moisés era la sede magisterial más importante del pueblo de Israel.
Moisés es el dirigente por excelencia del pueblo judío, el que lideró la liberación de la esclavitud de Egipto, dando a estos esclavos semitas rango de pueblo independiente y libre. La cátedra de Moisés era el máximo exponente de la dirección espiritual del pueblo. Pues bien, en esa cátedra se han sentado los letrados (especialistas en las Escrituras) y los fariseos (piadosos cumplidores de la ley mosaica). Ellos eran los que habían asumido la dirección espiritual del pueblo judío.
Ante tales dirigentes Jesús adopta una actitud muy crítica: Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen. La crítica sigue teniendo actualidad y alcanza a cuantos ocupan alguna cátedra o puesto de dirección (obispos, sacerdotes...) en medio del pueblo.
Por eso no podemos eximirnos de ella como si no fuera con nosotros. Jesús no censura su doctrina o magisterio, aunque en otras ocasiones lo haga, sino su falta de coherencia entre lo que dicen (o predican) y lo que hacen (o practican). Haréis bien en cumplir lo que os digan, viene a decirles, pero no en hacer lo que ellos hacen. Atended, pues, a sus directrices, porque son válidas y buenas, pero no a su conducta, porque dista mucho de lo que enseñan que debe hacerse.
No obstante, ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, y no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Liar fardos pesados e insoportables para cargarlos sobre los hombros de la gente era, por lo visto, una actividad que formaba parte de la enseñanza y de la dirección moral.
La crítica de Jesús, por tanto, alcanza al magisterio práctico de los dirigentes judíos. Imponen una legislación moral opresiva e insoportable, y la cargan sobre los hombros de la gente, que tienen que soportarla hasta límites inhumanos; pero ellos no ayudan a llevar la carga, no mueven un solo dedo para empujar. Por tanto, ni aligeran la carga, ni ayudan a llevarla. Jesús pone de relieve la opresión sentida por el pueblo de la moral farisaica.
Mientras tanto, ellos se dedican a alargar las filacterias y a ensanchar las franjas del manto, acrecentando así la apariencia de piedad, a ocupar primeros asientos en los banquetes públicos o privados y los asientos de honor en las sinagogas.
La crítica subraya que disfrutan con este trato de honor, porque se les ha pegado la vanidad hasta no poder desprenderse de ella. Lo que buscan en los banquetes y en las sinagogas lo trasladan incluso a la calle, porque también en la calle gustan de las reverencias y de los reconocimientos: que la gente los llame maestros.
Los rasgos con que Jesús describe el comportamiento de los fariseos resultan tan familiares que no dejan de provocar estremecimiento al que mantiene despierta su sensibilidad. Porque hoy seguimos tan interesados y ocupados en franjas del manto (o en indumentarias), en asientos de honor y en reconocimientos como entonces.
Ante determinados espectáculos eclesiales podemos tener la impresión de lo difícil (casi imposible) que nos resulta prescindir de ciertas apariencias y vanidades. Y esto porque siempre encontraremos razones (de dignidad, de culto, de sacralidad, de distinción...) para justificarlas, aun manteniendo el empeño por substraer semejante comportamiento de ese virus de la vanidad (a cuyo influjo es tan raro escapar). Pero los fariseos, como nosotros, también tenían sus razones.
Y porque este proceder es tan universal, Jesús se dirige ahora a sus discípulos proponiéndoles un cambio de actitud o de modelo. Ellos acabarán siendo también guías y dirigentes del pueblo cristiano. Por eso les conviene tener en cuenta estas recomendaciones:
"Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor".
Sin embargo, ¿no es la pretensión de Jesús una utopía imposible de realizar? ¿O cómo no dejarse llamar maestro ejerciendo una función magisterial? ¿O padre, ejerciendo un oficio paternal?
La solución a este dilema la ofrece el mismo Jesús al señalar que hay un maestro del que brota todo el magisterio eclesial, lo mismo que un padre del que nace toda paternidad. En relación con este Maestro, todos somos discípulos y hermanos, hasta los que ejercen el magisterio en la Iglesia.
Pero no siempre se mantiene esta perspectiva y asumimos posturas que pierden de vista la humilde sumisión al magisterio supremo de Cristo. Cuántas veces los que ocupamos ciertas cátedras o púlpitos nos hemos constituido en maestros de todo, incluso de esas materias que no eran de nuestra competencia, como si dispusiéramos de un saber infalible.
Sucede también que por el hecho de considerarnos representantes de Cristo, podemos exigir de los demás un tratamiento (o un respeto reverencial) que no se lo concedemos a ningún otro.
Pero tendríamos que tener muy presente estas sentencias evangélicas: Uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos (algo que incluye a todos los cristianos; también a la jerarquía), y uno solo es vuestro Padre, el del cielo; y uno solo es vuestro Señor, Cristo. ¡Cómo tendríamos que grabar a fuego en nuestra alma cristiana esta frase: ¡el primero entre vosotros será vuestro servidor!
Y para ser esto hay que evitar esos vicios de la conducta farisaica que tan de manifiesto puso Jesús en su crítica y que siguen afectando en mayor o menor medida a cuantos hoy ocupamos sedes, cátedras o púlpitos en su Iglesia. Sólo sintiéndonos indignos servidores podremos escapar a ese círculo de fuego hecho de apariencias, vanas aspiraciones, reconocimientos fatuos y glorias efímeras.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act:
23/08/25
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R C A B A
M U R C I A