12 de Junio

Jueves X Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 junio 2025

a) 2 Cor 3, 15; 4,1.3-6

         Pablo prosigue su propia defensa frente a los ministros del AT, y hoy pivota toda su argumentación en Cristo y no sobre sí mismo, utilizando un argumento comprensible para los judíos que le atacan: cuando se lee la ley de Moisés, un velo se extiende sobre el corazón de los que escuchan. Pero cada vez que nos convertimos al Señor, el velo se levanta.

         En la Biblia, en efecto, se presenta a Moisés bajando del Sinaí cubierto con un velo para ocultar el resplandor de su rostro luminoso por el contacto de Dios. Y Pablo saca de ello otra conclusión: los judíos están siempre bajo ese velo, porque es oscuro su entendimiento de la Palabra de Dios. De ahí que sólo desde Cristo se pueda interpretar correctamente el AT. 

         Además, introduce Pablo una propia explicación sobre la superioridad del NT sobre el AT: "Donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad". Pablo afirma rotundamente que los cristianos son libres, y que éste es nuestro bien más preciado. Por eso dice que "no desfallecemos, porque no tenemos de qué avergonzarnos, ni nada que ocultar". He ahí también esa confianza y solidez de Pablo. No empleamos un procedimiento cualquiera, no falseamos la Palabra de Dios. ¿Podríamos decir nosotros lo mismo?

         Un servidor. Tal es el ministro de Jesús, sin ninguna vanagloria personal. Y un servidor débil. La causa de muchas de nuestras penas, ¿no provendrán, quizás, de que contamos demasiado con nuestras propias fuerzas? Por ello, es necesario renunciar a toda 1ª fila, a toda proclamación de nosotros mismos, para no proclamar más que a Jesucristo.

Noel Quesson

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         Cualquier tema de la vida humana o de la vida eclesial se puede confrontar con la Escritura. De ella se pueden sacar sentencias, criterios, paradigmas. Pero la gran dificultad estriba siempre en la manera correcta de leerla. Hay modos de leer la Escritura que llevan a la muerte, porque no son más que autoafirmaciones de lo que pensamos y de lo que queremos.

         Pablo lleva muy dentro de sí el drama de su pueblo, el drama de haber rechazado el evangelio de Cristo Jesús. Sufre porque se siente estrechamente vinculado a él (2Cor 1, 22) y porque comprende su historia dentro del ámbito de la historia de salvación. Pablo no ha dejado nunca de creer en la elección y salvación última de Israel (Rm 11, 25), pero mientras no llegue ese momento, la situación presente le sugiere una gran variedad de reflexiones y enseñanzas.

         El pueblo de Israel también lee las Escrituras, el AT; pero sus ojos no ven, están ciegos. Ciegos no porque no leen en verdad, sino porque no lo hacen en plenitud, ya que su comprensión no llega al fondo y sí que queda tras un velo, aprisionada por la letra. Y ya se sabe que la letra mata. Las imágenes y contraposiciones son muchas y típicas en la manera de argumentar de Pablo. Con todo, llegará un día en que también "Israel se volverá al Señor y será corrido el velo" (2Cor 3, 16). De esta reflexión saca el apóstol una enseñanza más amplia y hace también de ella una aplicación a su ministerio.

         Sólo en Cristo se comprenden la Escritura y la historia, sólo él puede descorrer el velo (2Cor 3, 15). "El Señor es espíritu", es decir, solamente en el Señor se produce liberación de la letra y de la ley (Gál 5, 18). Pero el peligro de incomprensión se puede repetir para el cristiano si no se deja transformar progresivamente por la acción de Cristo (3,18), porque hay también formas viejas y superadas de conocer al Señor (2Cor 5, 16).

         Pablo se autodenomina ministro del espíritu (2Cor 3, 8) y, por tanto él cumple su ministerio con toda libertad, sin complejos, como es propio de los tiempos de la nueva creación. Si otros necesitan todavía de presentaciones, ¿no será porque resulta dudoso su ministerio? La única preocupación del apóstol es la de dejar "al descubierto la verdad".

Antón Sastre

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         Era algo que tenía que suceder. Pablo tuvo como estrategia básica de evangelización, durante años enteros, cada vez que llegaba a un lugar comenzar su obra de predicación en las sinagogas, básicamente con un anuncio maravilloso: "las promesas hechas a nuestros padres han sido cumplidas en Jesucristo, muerto y resucitado".

         Esta estrategia tuvo resultados ambiguos. Junto a algunas, más bien pocas, conversiones del judaísmo, un número muy sólido y más bien creciente de hermanos de raza se resistió con dureza a la predicación del evangelio. Esa resistencia era un reto a la inteligencia y al amor; al celo apostólico tanto como a la paciencia y a la oración.

         Pero el reto desbordó finalmente los esfuerzos de Pablo y toda aquella 1ª generación de predicadores. El balance es desilusionante entre los judíos, y por ello tuvimos que escuchar alguna vez a Pablo diciendo a los de su raza y religión: "Vosotros sois responsables de lo que les suceda, pues nosotros nos volvemos a los gentiles" (Hch 13, 46).

         Era pues inevitable que surgiera la pregunta que de algún modo subyace a la 1ª lectura de hoy: ¿por qué esta resistencia? Pablo nos habla de una especie de velo; es algo que no les permite reconocer la gracia que Dios otorga en virtud del sacrificio redentor de Jesucristo.

         ¿Y en qué consiste ese velo? Las palabras del apóstol resuenan con firmeza cuando habla de "incrédulos cuyas inteligencias cegó el dios de este mundo", y también cuando asegura que "sólo cuando se conviertan al Señor, desaparecerá el velo".

         Estas expresiones no deben movernos a violencia contra los judíos, pero tampoco a una actitud neutra o de simple conciliación superficial. La situación del judaísmo, como grupo humano que peregrina en esta tierra, es moralmente grave en cuanto supone una ceguera que tiene su fuente en el "dios de este mundo", y por eso, así como hemos de prohibir toda forma de violencia contra nuestros antepasados en la fe, así también hemos de conservar clara y viva conciencia de la pésima situación en que se encuentran y el grave riesgo que pesa sobre sus almas.

Nelson Medina

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         Pablo sigue comparando el AT con el NT, para hacer ver la superioridad de Jesús sobre Moisés y la importancia del ministerio que tienen los apóstoles del NT.

         Esta vez, la palabra clave es el velo. El velo que ocultaba el rostro de Moisés, por el brillo que tenía cuando salía de hablar con Dios, lo interpreta Pablo como una visión no perfecta: ver las cosas con un velo sobre la mente. Los judíos leen la misma Escritura que nosotros, pero no la acaban de entender con claridad. Nosotros sí, porque Jesús ha re-velado la voluntad de Dios y des-velado el sentido de la historia.

         Los demás ministros del NT llevan la cara descubierta, intentando ser imagen cada vez más clara del Señor. Pablo ha predicado ese evangelio "dando a conocer la gloria de Dios reflejada en Cristo". Cuando encontramos dificultades en el camino, dice Pablo que "no nos acobardamos". Mientras que los judíos, por estar obcecados, no alcanzan a ver "el fulgor del glorioso evangelio de Cristo".

         En este mundo hay muchos que no acaban de ver. Que tienen ante los ojos un velo: el materialismo, el interés, la falta de formación religiosa... Como Pablo para con los corintios, los cristianos de hoy deberíamos ser luz para los demás, y así como Cristo era la "imagen de Dios", los cristianos debemos "reflejar la gloria del Señor y transformarnos en su imagen, con resplandor creciente". Y eso sucede cuando nuestra misma vida es signo de la salvación de Dios.

         Preguntémonos hoy si de veras difundimos luz a nuestro alrededor, si somos reflejo del amor y de la alegría de Dios, si los que nos ven pueden enterarse fácilmente de cuál es el evangelio que seguimos.

         Para nosotros ya ha sido realidad el plan de Dios, porque hemos recibido su Espíritu de gracia y libertad. Podemos cantar con el salmo responsorial de hoy: "La gloria del Señor habitará en nuestra tierra", porque ya ha aparecido Cristo Jesús. Pero se trata de que ahora lo vaya siendo para los demás, también con nuestra colaboración: "El Dios que dijo: brille la luz del seno de la tiniebla, ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo".

José Aldazábal

b) Mt 5, 20-26

         El texto se inicia con la confrontación entre la justicia de los escribas y fariseos y la justicia exigida a los discípulos. El contexto ofrece la oportunidad para desarrollar el sentido más profundo de la ley cristiana. Por eso la mirada se detiene primeramente en los deberes sociales (c.5) para pasar luego (c.6) a las obras religiosas.

         Los primeros se presentan a partir de la oposición entre "lo que fue dicho a los antiguos" y el "yo os digo" de Jesús (Mt 5, 21.27.31.33.38.43). La actividad legislativa de Jesús, en este campo, lo conecta con Moisés (que en el Sinaí transmitió la ley divina a Israel). Pero frente a la formulación de la ley antigua, propone una nueva ley de mayor exigencia y con la misma validez universal (vv. 21-22).

         La 1ª de las oposiciones concierne a la enseñanza del 5º mandamiento. El mandamiento "no matarás" pilar fundamental en el ethos (moralidad) del clan desarrolla el respeto a la vida prohibiendo la realización de actos que puedan amenazar la existencia del semejante. Los tribunales tienen la obligación de velar por este derecho fundamental de todo integrante del pueblo.

         Jesús propone una interpretación más exigente de esta disposición que abarca no solamente las acciones culpables en ese orden sino la raíz de donde brotan esas acciones: el sentimiento e interioridad del ser humano. La prohibición del homicidio incluye en la nueva interpretación la prohibición de todo sentimiento de ira y animosidad contra el hermano.

         El respeto de la vida debe llevar a evitar también lo que más allá del homicidio pueda significar menoscabo de la dignidad de vida para el prójimo y, por consiguiente, de la maledicencia, insulto, desprecio. Dios aparece como garante de ese derecho fundamental de todo hermano, y se extiende a las palabras más frecuentes que, a su respecto, brotan en momentos de animosidad.

         Luego de haber presentado la nueva formulación de la antigua ley, Jesús pasa a exponer su concreción en forma de un caso. Este pertenece indudablemente al derecho casuístico , indudablemente subordinado a la formulación anterior (absoluta y taxativa) y quiere indicar hasta que punto debe llevarse su observancia. Se trata por consiguiente de una explicitación que indica la radicalidad de su aplicación con la ayuda de un ejemplo.

         El acercamiento al Señor de la vida, implica la pacificación con el hermano. No solamente quien ha ofendido está obligado a la reconciliación sino también quien ha sufrido una ofensa. Se subraya el carácter urgente de este deber ante el cual pierde importancia el tener o no tener a favor la razón en el conflicto. Cada uno está llamado a la superación de cualquier tipo de división comunitaria que le afecte.

         Este exigencia se fundamenta luego, desde la conveniencia personal, presentando los daños que el conflicto puede crear para el que se ve en ellos implicado. Sin embargo, no debemos entender que se trata de un irenismo, de un eludir conflictos a cualquier precio. El ejemplo sirve para recordarnos las exigencias que brotan de la necesidad de construir la comunidad desde la reconciliación con quien es hermano y que necesita de nuestros actos para desarrollar su ámbito comunitario de vida en plenitud.

Fernando Camacho

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         Da Jesús hoy la razón de lo que acaba de decir: la fidelidad de los suyos ha de situarse muy por encima de la de los letrados y fariseos. La fidelidad se entiende de modo intensivo y extensivo, en calidad y totalidad. Es insuficiente el legalismo, que se contenta con guardar preceptos; pero el discípulo no puede ser negligente en la práctica de su compromiso. La puerta para "entrar en el reino de Dios" es precisamente la 1ª bienaventuranza. A ella se refiere, por tanto, esta fidelidad.

         Comienza una sección (Mt 5, 21-48) en que Jesús ataca la concepción de la ley mantenida por los letrados, 1ª de las 2 categorías mencionadas en el versículo anterior. Esta sección se compone de 6 antítesis entre la doctrina que éstos enseñan y las correcciones que hace Jesús.

         Éste no pretende radicalizar la ley de Moisés, sino, frente a ella, sacar las consecuencias que derivan para la conducta de un principio mucho más exigente: el bien del hombre y la creación de una sociedad nueva donde rigen las relaciones humanas propias del amor mutuo. En lugar de casuística, Jesús requiere la limpieza de corazón, la actitud interior de amor a los demás y el trabajo por la paz, manifestación de esa actitud.

         La 1ª antítesis trata del mandamiento "no matarás" (Ex 20, 13), consistente en el homicidio y la pena que se le aplicaba, tras la condena pronunciada por un tribunal de 23 miembros.

         Jesús plantea la exigencia desde otro punto de vista. No basta abstenerse de la acción externa, y la actitud interna ("estar airado con el hermano") merece ya el juicio. Para el reino se requiere la disposición benévola y favorable a los demás ("limpios de corazón"; Mt 5,8).

         La mala actitud interior se manifiesta en el insulto; en el reino de Dios, el desprecio manifestado es reato que requiere un tribunal más elevado que el mismo homicidio, el Consejo supremo. Cuando el insulto llega a excluir al otro del propio trato ("renegado", aplicado al pueblo de hijos degenerados; Dt 32,6), merece la pena definitiva.

         El quemadero o gehenna tomó su nombre del valle Gehinnon, y era el gran quemadero de basuras de Jerusalén; había pasado a ser símbolo del castigo definitivo, concebido como la destrucción por el fuego.

         En consecuencia, concluye Jesús, "si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve 1º a reconciliarte con tu hermano. Entonces vuelve y presenta tu ofrenda" (vv.23-24). Hay que recomponer la unidad rota por alguna ofensa, y eso tiene prioridad sobre todo acto de culto (Mt 12, 7). Inútil acercarse a Dios si existe división.

         Advierte Jesús sobre las consecuencias para el que está en falta de no reconocer ni procurar la reconciliación. Cuando no se ataja la discordia, su efecto recaerá sobre el que no ha querido dar el paso para lograr la paz.

Juan Mateos

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         En el evangelio de hoy escuchamos un principio ético fundamental de Jesús: "Si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 5, 20). Con la palabra justicia Mateo está indicando la fidelidad de los discípulos a la ley de Dios (fidelidad nueva), que se hace posible y urgente gracias a la interpretación autorizada que ofrece Jesús acerca de la ley.

         El término justicia aparece también con el mismo sentido en Mateo (Mt 3,15; 5,6.10; 6,1.33). El discípulo de Jesús es fiel a la ley e incluso debe cumplirla hasta sus consecuencias más radicales (Mt 5, 17), pero no con el espíritu de los fariseos, los cuales habían caído en el legalismo exterior y se contentaban con cumplir el mínimo indispensable.

         Jesús propone una interpretación de la ley mucho más radical e interior, fundamentada en una relación personal con el Padre y desbordando las exigencias de la misma ley por medio de un amor vivido en plenitud.

         El evangelio de Mateo, para mostrar algunas aplicaciones de este principio, ofrece algunos ejemplos, a través del esquema literario: "habéis oído" (cita del AT), pero "yo os digo" (interpretación de Jesús). Lo importante es comprender el principio general y aplicarlo a diversas situaciones. Los casos presentados por el evangelio no pretenden ser exhaustivos, sino que son solamente ejemplos para iluminar el nuevo estilo de vida propuesto por Jesús.

         En el caso de hoy Jesús se refiere al comportamiento con el prójimo a partir del mandamiento: "No matarás" (Ex 20,13; Dt 5,17), con el cual el Decálogo prohibía el asesinato deliberado que se producía por ejemplo en casos de venganza personal. Jesús radicaliza el antiguo mandamiento refiriéndose a la actitud interior ("todo el que se encolerice con su hermano será llevado a juicio"), pues de ella brota el homicidio como lo demuestra el relato de Caín y Abel (Gn 4, 1-7).

         De la actitud interior Jesús pasa a las ofensas que se hacen al hermano, ejemplarizadas en el texto con epítetos que designan a alguien que es incapaz de pensar y de comprender y que en la tradición judía eran consideradas ofensas graves ya que describían a alguien que se había rebelado contra Dios (Dt 32, 6).

         La ira y las palabras ofensivas contra el hermano son equiparadas al homicidio. No son ejemplos de praxis judía más severa, sino que representan un nuevo modo de comprender y practicar el mandamiento "no matarás". La mención del "fuego que no se apaga" indica que para Jesús la relación con el hermano adquiere una tal seriedad que con ella se llega a decidir el destino definitivo de la persona humana delante de Dios.

         Finalmente, el precepto negativo "no matarás" se extiende también al ámbito de la reconciliación, como lo muestran las 2 pequeñas parábolas del texto evangélico. La 1ª muestra que la misericordia vale más que el culto, o mejor aún, que el culto a Dios no puede prescindir de una relación con el hermano basada en la caridad y la justicia. La 2ª quiere indicar la necesidad de la reconciliación. Conviene reconciliarse, ponerse de acuerdo, antes de que llegue el momento del juicio definitivo de Dios.

Emiliana Lohr

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         Jesús, con la autoridad del profeta definitivo enviado por Dios, y sirviéndose de antítesis muy claras, sigue comparando las actitudes del AT y mostrando que ahora deben ser perfeccionadas: "Si no sois mejores que los letrados y los fariseos".

         Hoy trata Jesús el tema de la caridad fraterna, y ¿cuántas veces utiliza la palabra hermano? Si el AT decía, con razón, "no matarás" (al enemigo), el seguidor de Cristo tiene que ir mucho más allá (al hermano).

         Tiene que evitar estar peleado con su hermano o insultarle. Parece una paradoja que Jesús, comparando "culto a Dios" y "reconciliación con el hermano", dé prioridad a la reconciliación con el hermano. Después podremos traer la ofrenda al altar.

         Preguntémonos hoy cómo van nuestras relaciones con los hermanos, con las personas con quienes convivimos. Naturalmente, no llegaremos a sentimientos asesinos ("yo no mato ni robo"). Pero ¿existen en nosotros el rencor, la ira, las palabras insultantes, la maledicencia, la indiferencia?

         Jesús quiere que cuidemos nuestras actitudes interiores, que es de donde proceden los actos externos. Si tenemos mala disposición para con una persona, es inútil que queramos corregir las palabras o gestos, y tenemos que ir a la raíz, y corregir las actitudes.

         Antes de comulgar con Cristo, en la misa hacemos el gesto de que queremos estar en comunión con el hermano. El "daos fraternalmente la paz" no apunta sólo a un gesto para ese momento, sino a un compromiso para toda la jornada: ser obradores de paz, tratar bien a todos, callar en el momento oportuno, decir palabras de ánimo, saludar también al que no me saluda, saber perdonar. Son las actitudes que, según Jesús, caracterizan a su verdadero seguidor. Las que al final, decidirán nuestro destino: "Tuve hambre y me diste de comer, estaba enfermo y me visitaste".

José Aldazábal

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         Hoy Jesús nos invita a ir más allá de lo que puede vivir cualquier mero cumplidor de la ley. Aún, sin caer en la concreción de malas acciones, muchas veces la costumbre endurece el deseo de la búsqueda de la santidad, amoldándonos acomodaticiamente a la rutina del comportarse bien, y nada más. San Juan Bosco solía repetir que "lo bueno es enemigo de lo mejor".

         Allí es donde nos llega la palabra del Maestro, que nos invita a hacer cosas mayores (Mt 5, 20) desde una nueva actitud. Cosas mayores que, paradójicamente, pasan por las menores, por las más pequeñas. Encolerizarse, menospreciar y renegar del hermano no son adecuadas para el discípulo del Reino, que ha sido llamado a ser (nada más y nada menos) que sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 13-16), desde la vigencia de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12).

         Jesús, con autoridad, cambia la interpretación del precepto negativo "no matar" (Ex 20, 13) por la interpretación positiva de la profunda y radical exigencia de la reconciliación, puesta (para mayor énfasis) en relación con el culto. Así, no hay ofrenda que sirva cuando "te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti" (Mt 5, 23). Por eso, importa arreglar cualquier pleito, porque de lo contrario la invalidez de la ofrenda se volverá contra ti (Mt 5, 26).

         Todo esto, sólo lo puede movilizar un gran amor. Nos dirá San Pablo: "El no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás, y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Rm 13, 9). La caridad, por tanto, "no hace mal al prójimo, sino que es la ley en su plenitud" (Rm 13, 10). Pidamos ser renovados en el don de la caridad (hasta el mínimo detalle) para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y más auténtica ofrenda al Dios.

Julio Ramos

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         A veces se piensa que la condición moral en que nos encontramos después de Cristo es más laxa o menos exigente que la que tocó al pueblo de la alianza de Moisés. La lectura de hoy viene a sacarnos de se engaño.

         En efecto, Cristo no viene a exigir menos sino mucho más, pero para ese más nos da una sobreabundancia de fuerza interior y de luz de gracia que convierte lo que sería del todo imposible en algo no sólo posible sino normal. Que Cristo exige más es claro en las palabras que hemos escuchado: "Si no son mejores que los maestros de la ley y los fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos".

         Pero esa exigencia mayor va acompañada de algo que no está dicho en la lectura de hoy pero que es bien sabido por todo cristiano que haya recibido en forma su iniciación a la fe, a saber, que para nosotros el ser humano no tiene por sus propias fuerzas la capacidad de vivir lo que pedía Moisés. Esa ley es posible a nuestro entendimiento, que se goza en ella, pero imposible a nuestra voluntad, que termina atascándose en los lodazales de sus intereses, gustos y vanaglorias.

         Una vez que entendemos esto, entendemos también que el divino Maestro, más que exigir imposibles, está dejando bien establecida en nuestra mente una enseñanza: es grande sobre toda grandeza lo que Dios trae a quienes son en Cristo.

Nelson Medina

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         A partir del texto de hoy, Jesús va a empezar a plantear a sus discípulos 6 antítesis que comportan una nueva manera de pensar con relación a la mentalidad de los letrados y fariseos sobre la ley (la cual, según Jesús, tiene un problema gravísimo de legalismo, de exaltación de la ley y de la norma por encima de todas las cosas).

         Jesús quiere prevenir a sus discípulos a no quedarse en la letra de la ley sin profundizar en su espíritu, que es más exigente. De igual manera, Jesús recalca el peligro de la mentalidad legalista: con el cumplimiento ciego de la ley se puede pisotear al prójimo, amargar su vida, condenarlo e incluso perseguirlo.

         En la 1ª de las antítesis (sobre el homicidio), Jesús lleva la ley a sus consecuencia más radicales. El 5º mandamiento prohíbe matar (Ex 20,15; Dt 5,18), y la mentalidad legalista, aferrándose a la letra, se contentaba sólo con no meterle un cuchillo al prójimo para quitarle la vida. A ese respecto, Jesús dice que el espíritu de la ley va mucho más allá, y lo importante no es sólo respetar la vida física del prójimo, sino respetar íntegramente a la persona.

         Lo que Jesús prohíbe no es solamente matar, sino también la pelea con el hermano, los insultos y ofensas; para Jesús, el sentimiento de ira merece que el culpable sea llevado ante los tribunales, procedimiento que, según la ley, sigue al asesinato. Jesús quiere hacer entender a sus discípulos que la ira genera el rencor, el odio y aún la muerte del otro, que es una acción tan culpable como el mismo asesinato.

         La consecuencia que genera la ira es la ruptura de las relaciones fraternas y si se rompen las relaciones es necesario buscar mecanismos para reconstruirlas. Por eso, Jesús propone, como solución, la reconciliación que, paradójicamente es presentada en el texto por encima del culto, algo tan importante y sagrado para los judíos. Este debe posponerse a la reconciliación.

         De esta manera, Jesús pone en claro lo fundamental del perdón y la primacía de las relaciones fraternas por encima de los deberes cúlticos. Este planteamiento constituye una nueva formulación de la ley que acentúa su fuerza en la dignidad del hombre y en las nuevas relaciones de fraternidad que se deben construir entre ellos.

         El texto de Mateo es una llamada para todos los que vivimos en medio de esta sociedad generadora, no solo de la muerte física de tantos hombres y mujeres víctimas de la violencia y de las estructuras injustas del capitalismo neoliberal, como también del odio, el desprestigio, los insultos y las persecuciones a fin de que reconstruyamos, desde el evangelio, nuevas relaciones fraternas en el perdón y en la convivencia social.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         La frase que introduce el pasaje evangélico de hoy nos sirve de clave para interpretar el resto de enseñanzas de Jesús: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Es decir, el promotor del Reino de los Cielos (que es lo que viene a traer Jesús) no quiere para sus moradores una actitud (fruto de la mentalidad) como la de los escribas y fariseos.

         En concreto, Jesús nos dice que no podremos entrar en el Reino de los Cielos si no superamos o nos liberamos de la mentalidad legalista de los fariseos, que es la que llevaba a éstos a adoptar determinadas actitudes ante Dios (auto-enaltecimiento) y ante los demás (desprecio de publicanos y pecadores), y a centrar su religión en el cumplimiento de lo mandado (normas) a costa de lo más importante (el derecho y la justicia).

         Entre las cosas mandadas a los antiguos, y que en consecuencia había que cumplir, estaba el mandamiento que dice: No matarás, y el que mate será procesado. Esta norma de conducta seguía vigente, puesto que Jesús no había venido a abolir la ley, sino a llevarla a plenitud. Pero con Jesús surge algo nuevo, pues el Maestro no duda en añadir: Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado.

         Jesús incorpora así un nuevo modo de interpretar el mandamiento, un modo más radical de entender la ley. Y si el no matarás obligaba únicamente a no atentar contra la vida humana (en cualquier estado o edad en que se encuentre, como si fuéramos sus dueños absolutos), con Jesús obliga incluso a no encolerizarse contra el hermano, y a no herir o rebajar su dignidad.

         Obliga también la interpretación de Jesús a no deteriorar la vida del otro (o la propia) con la afrenta, el daño, la mutilación o la agresión. Obliga a no difamarla con la ofensa, la calumnia o la maledicencia. Obliga a no despreciarla o avergonzarla, a no arruinarla física o mentalmente, a no escandalizarla o inducirla a hacer el mal. En definitiva, obliga a prestarle el auxilio debido, a protegerla y cuidarla en situación de debilidad o desamparo.

         Esto es llevar la ley (que dice no matarás) a su plenitud. Y esto es lo que quiere Jesús, y el modo de entenderla al modo cristiano y no farisaico. Sólo entendiéndola así seremos mejores que los escribas y fariseos, y tendremos opción a entrar en su Reino.

         Además, el precepto (en este caso, referido al prójimo) va de tal manera ligado al culto a Dios, que condiciona el valor de la propia ofrenda cultual. Por eso, si vas a poner tu ofrenda ante el altar, y te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con tu hermano.

         ¡Cuántas ofrendas de fariseos tenían que haber esperado, puesto que salían de manos manchadas o de corazones necesitados de reconciliación! La ofrenda puede esperar, pero el hermano quizás no. Y a Dios no le agradan ciertas ofrendas, y mucho menos las manchadas por el desamor o las que brotan de corazones no reconciliados. Tales ofrendas, por no tener su fuente inspiradora en la unión con Dios y con los hermanos, no pueden ser ofrendas de comunión. 

         Por tanto, el culto que no está inspirado en la misericordia, o que no brota la misericordia, no puede ser agradable a Dios (que es misericordia). Ello explica que Jesús diga que Dios quiere misericordia y no sacrificios. Y si quiere sacrificios (como el de Cristo), éstos han de ser llevados a cabo por la misericordia.

         Si el objetivo de la ofrenda es la reconciliación, ¿cómo va a agradar a Dios la ofrenda que no persigue la reconciliación, o que no se presenta bajo un corazón (al menos intencionalmente) reconciliado?

         Examinemos, pues, nuestras ofrendas, y veamos si merecen el calificativo de cristianas. Porque para entrar en el Reino de los Cielos no basta con ofrecer cosas como los letrados y fariseos, y tampoco es suficiente con que nos abstengamos del asesinato.

         Lo que se hace preciso es que cuidemos la vida desprotegida que está a nuestro alcance, y que cuando queramos cumplir el mandamiento "no matarás" sepamos que, en su vertiente positiva, el mandamiento podría formularse así: la vida que no debes matar, la debes cuidar, proteger y fomentar.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 12/06/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A