9 de Junio

Lunes X Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 9 junio 2025

a) 2 Cor 1, 1-7

         La 2ª carta de Pablo a la comunidad de Corinto, que leeremos durante 2 semanas enteras, es una de las más personales que conservamos del apóstol. En ella podemos decir que, fundamentalmente, nos ofrece toda una teología del ministerio apostólico, con un tono apasionado y un tanto polémico que, debido a las circunstancias, se manifiesta ya casi desde el comienzo.

         Esta comunidad estaba marcada por la vida misma de la ciudad: una ciudad rica, activa, de fuerte comercio, inquieta y con todos los vicios (pequeños y grandes) que su misma situación social comportaba. Pero, además, llegaron allí "falsos misioneros" (2Cor 10, 1-12, 3) que quisieron desvincular a la comunidad de su fundador lanzando contra él todo tipo de calumnias y acusaciones.

         Pablo recibió noticias de este hecho cuando estaba en Efeso, durante su 3º viaje misionero. Decidió entonces visitar la comunidad, con la esperanza de que volviese la paz y la serenidad entre estos cristianos. Su presencia, sin embargo, fue un fracaso, porque no solamente la comunidad no se separó de los impostores, sino que, además, tuvo él que soportar afrentas y ofensas personales.

         Pablo regresó a Efeso deshecho, con el corazón lleno de tristeza, pero su amor de padre (2Cor 6, 13) hizo lo imposible por no romper lazos. Envió a Tito a Corinto con una carta escrita con lágrimas y angustia de corazón (2Cor 2, 4) y también, seguramente, con severas advertencias (2Cor 10, 10), que si bien llenaron de tristeza a la comunidad (2Cor 7, 8), acabaron también por hacerla reaccionar. Cuando Tito encontró a Pablo y le comunicó el arrepentimiento y las buenas disposiciones de los corintios, el apóstol se apresuró a escribirles esta carta que hoy comenzamos a leer.

         Pablo encabeza el saludo reivindicando para sí un título de gloria y de gracia (2Cor 12, 5): "apóstol de Jesucristo, por designio de Dios". Nadie puede ir y predicar si antes no ha sido escogido y enviado. Y él, Pablo, lo ha sido a pesar de sus muchas limitaciones y debilidades. Quien, en cambio, no ha recibido esta misión es como un lobo vestido de oveja (Mt 7, 15), un obrero estafador que buscando adictos acaba haciendo esclavos. La palabra de Dios, por el contrario, no crea partidos, sino que hace Iglesia: une y reúne a quien la escucha. Es siempre una invitación universal.

Antón Sastre

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         La Carta II a los Corintios de San Pablo es muy personal, y en ella Pablo habla mucho de sí mismo, a veces de forma tierna y a veces de forma violenta, pero siempre como un pobre hombre a quien las pruebas han debilitado, y que a la vez está lleno de la misma fuerza de Dios.

         "Yo, Pablo, que por voluntad de Dios soy apóstol de Cristo Jesús, os deseo gracia y paz de parte de Dios". Incluso un simple saludo como éste, al comienzo de una carta, le es ocasión a Pablo de revelar "lo que hace vivir" y el "sentido que da a su vida", pues él es apóstol "por voluntad de Dios". Por eso, saluda a los corintios "de parte de Dios".

         Se intuye, por tanto, que Pablo está lleno de Dios que, a cada instante y a propósito de las mil naderías de la vida cotidiana. Pues ese Dios "a quien ha entregado su vida" aparece en todo lo que hace (en las 20 primeras líneas de su epístola, hasta 6 veces con la palabra Dios, y otras 5 con la palabra Cristo). Señor, ayúdame a vivir de ti de ese modo.

         En cuanto a la forma de nombrar a Dios, Pablo alude al "Padre de nuestro Señor Jesucristo", al "Padre de las misericordias" y al "Dios de toda consolación".

         He ahí ya 3 maneras de nombrar a Dios, para empezar. Lo que nos recuerda al enamorado que halla diversos nombres para hablar de su amada. ¿Qué es Dios para mí? ¿Qué letanía de nombres podría yo aplicar de veras a Dios? Nadie puede ocupar mi lugar para ello, para dirigirme así a Dios. Puedo intentarlo, en el secreto de mi oración de hoy: mi Dios, mi Amor, mi Padre, el que me levanta, el que me perdona, el que me da vida...

         Y tras ello, aporta Pablo la 1ª de las cualidades de Dios: "Él nos consuela en todas nuestras pruebas", pues "los sufrimientos de Cristo abundan para nosotros". Cuando vamos descubriendo el afecto apasionado de Pablo a Dios nos sentimos inclinados a decir una vez más: "todo eso es muy hermoso pero no es para mí". Ahora bien, al instante descubrimos a un pobre abrumado por las tribulaciones (que cita hasta 6 veces el término prueba o sufrimiento, en estas líneas).

         No. La Iglesia de Corinto no era una iglesia tranquila para su responsable Pablo. Y la oración de Pablo no debió de ser muy fácil todos los días. Señor, ayúdame a valerme de todo incluso del sufrimiento, para unirme a ti. Que incluso el vacío y la sequedad que siento, lleguen a ser como una oración: la espera, el deseo... Así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Qué sea así Señor, para todos los hombres que sufren.

Noel Quesson

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         Durante 2 semanas leeremos como 1ª lectura una selección de la 2ª carta de Pablo a los cristianos de Corinto (la populosa ciudad griega donde él había fundado una comunidad), durante su prolongada estancia de los años 50-52. Se trata de una carta que Pablo escribió hacia el 57, y que refleja los problemas que a su corazón de apóstol le ocasionaba aquella comunidad.

         Ya en la 1ª carta trataba Pablo con los corintios temas muy vivos: abusos, consultas, la marcha de las asambleas litúrgicas, las dudas sobre la resurrección... En esta 2ª, aborda Pablo otra serie de dificultades.

         Se trata de una carta muy personal, en la que Pablo se retrata muy vivamente a sí mismo, con sus problemas y alegrías. De principio a fin de la carta, presenta una apología encendida de su ministerio apostólico, porque algunos lo atacaban y, por tanto, se corría peligro de que llegaran a menospreciar el evangelio que les había anunciado.

         La carta comienza con un saludo de Pablo, que desea la gracia y la paz del Padre y del Señor Jesucristo "a la Iglesia de Dios que está en Corinto".

         Tras lo cual pasa Pablo a encarar las contradicciones que ha encontrado en esa comunidad, en forma de luchas y sufrimientos. Pero las palabras que más veces aparecen en el apóstol no son la queja o la vigilancia, sino los términos consuelo, consolación, aliento, ánimo y esperanza. Prevalece, pues, la confianza en Dios, y en él ha encontrado Pablo la fuente de su fuerza. Pues aunque hayan sufrido tribulaciones, "ha rebosado en proporción más el ánimo".

         Más aun, Pablo se siente confortado por Dios, y por eso quiere animar y alentar de los corintios, "repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios". Pues "si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo". Esa es la misión de un apóstol.

         El salmo responsorial de hoy destaca la bondad de Dios: "Gustad y ved qué bueno es el Señor. Pues si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias". Ahí está la raíz de la esperanza de un apóstol: la confianza en Dios.

         Seguramente, tampoco a nosotros nos resulta fácil la vida. Tenemos nuestras luchas particulares y experimentamos de diversas maneras el sufrimiento. Imitando a Pablo, ¿se puede decir que prevalecen los ánimos en nuestra historia de cada día? ¿Sabemos encontrar en Cristo Jesús la fuerza para seguir adelante? ¡Qué confianza en Dios demuestra Pablo cuando habla de él como "Padre de misericordia y Dios del consuelo, que nos alienta en nuestras luchas".

         En la vida nos toca experimentar consuelos y penas, pobreza y abundancia, éxitos y fracasos. Pues bien, tanto cuando nos toca sufrir como en los momentos de alegría, nos deberíamos sentir, como Pablo, unidos a Cristo: "Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo". ¿Podemos rezar nosotros con el salmo de hoy: "Me libró de todas mis ansias. Gustad y ved qué bueno es el Señor"? Podríamos rezar hoy, serenamente, como oración personal, este hermoso salmo 33.

         Pero hay otro aspecto: ¿sabemos ser animadores, repartidores de aliento, como Pablo? Ojalá podamos decir que vivimos "repartiendo con los demás el ánimo que nosotros recibimos de Dios", confortados por la cercanía de Dios y confortadores de los demás.

José Aldazábal

b) Mt 5, 1-12

         Durante 3 meses (de la semana X a la XXI del Tiempo Ordinario) vamos a estar leyendo el evangelio de Mateo, después de haber estado leyendo (durante 9 semanas) el evangelio de Marcos. En concreto, comenzamos hoy dicho evangelio por su cap. 5, con el llamado Sermón de la Montaña (pues los cap. 1 al 4 nos hablan sobre la infancia de Jesús, así como la llamada de los primeros discípulos).

         El Sermón de la Montaña (Mt 5-7) es el 1º de los 5 grandes discursos que Mateo reproduce en su evangelio, recogiendo así, para bien de sus lectores, las enseñanzas que Jesús dirigió a sus discípulos a lo largo de su ministerio. Y abre así la puerta a los otros 4 grandes discursos, sobre la misión evangelizadora (cap. 10), las parábolas de la vida (cap. 13), la vida comunitaria (cap. 18) y el discurso escatológico (cap. 24-25).

         Empezamos bien, con las bienaventuranzas, la carta magna del Reino. Jesús anuncia ocho veces a sus seguidores la felicidad, el camino hacia el proyecto de Dios, que siempre ha sido proyecto de vida y de felicidad. Igual que Moisés anunció en el Monte Sinaí el decálogo de Dios a su pueblo, ahora Jesús (el nuevo y definitivo Moisés) propone en su Sermón de la Montaña su nuevo código de vida.

         Ahora bien, se trata de un camino paradójico el que enseña Jesús, pues llama felices a los pobres, a los humildes, a los de corazón misericordioso, a los que trabajan por la paz, a los que lloran y son perseguidos, a los limpios de corazón. Naturalmente, la felicidad no está en la misma pobreza o en las lágrimas o en la persecución. Sino en lo que esta actitud de apertura y de sencillez representa y en el premio que Jesús promete.

         Así, los que son llamados bienaventurados por Jesús son los pobres de Yahveh del AT, los que no son autosuficientes, los que no se apoyan en sí mismos sino en Dios. A los que quieran seguir este camino, Jesús les promete el Reino, y ser hijos de Dios, y poseer la tierra.

         Todos buscamos la felicidad. Pero, en medio de un mundo agobiado por malas noticias y búsquedas insatisfechas, Jesús nos la promete por caminos muy distintos de los de este mundo. La sociedad en que vivimos llama dichosos a los ricos, a los que tienen éxito, a los que ríen, a los que consiguen satisfacer sus deseos. Lo que cuenta en este mundo es pertenecer a los VIP, a los importantes, mientras que las preferencias de Dios van a los humildes, los sencillos y los pobres de corazón.

         La propuesta de Jesús es revolucionaria, sencilla y profunda, gozosa y exigente. Se podría decir que el único que la ha llevado a cabo en plenitud es él mismo: él es el pobre, el que crea paz, el misericordioso, el limpio de corazón, el perseguido. Y ahora, está glorificado como Señor, en la felicidad plena.

         Desde hace 2000 años se propone este programa a los que quieran seguirle, jóvenes y mayores, si quieren alcanzar la felicidad verdadera y cambiar la situación del mundo. Las bienaventuranzas no son tanto un código de deberes, sino el anuncio de dónde está el tesoro escondido por el que vale la pena renunciar a todo. Más que un programa de moral, son el retrato de cómo es Dios, de cómo es Jesús, a qué le dan importancia ellos, cómo nos ofrecen su salvación. Además, no son promesa, sino que son, ya, felicitación.

         Pensemos hoy un momento si estamos tomando en serio esta propuesta: ¿creemos y seguimos las bienaventuranzas de Jesús o nos llaman más la atención las de este mundo? Si no acabamos de ser felices, ¿no será porque no somos pobres, sencillos de corazón, misericordiosos, pacíficos, abiertos a Dios y al prójimo?

         Empezamos el evangelio de Mateo oyendo la bienaventuranza de los sencillos y los misericordiosos, y lo terminaremos escuchando, en el cap. 25, el éxito final de los que han dado de comer y visitado a los enfermos. Resulta que las bienaventuranzas son el criterio de autenticidad cristiana y de la entrada en el Reino.

José Aldazábal

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         Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y se puso a enseñarles las bienaventuranzas.

         Cada una de las bienaventuranzas está constituida por 2 miembros: el 1º anuncia una opción y el 2º una promesa de futuro. Y cada una de ellas va precedida de la promesa de presente ("dichosos"). El código de la nueva alianza no impone preceptos imperativos; se enuncia como promesa e invitación.

         De las 8 bienaventuranzas hay que destacar la 1ª y la 8ª, que tienen idéntico el 2º miembro y la promesa en presente (lit. "porque ésos tienen a Dios por rey"). Cada una de las otras 6 tiene un 2º miembro diferente, y la promesa vale para el futuro próximo (lit. "van a recibir", "van a heredar"...). De estas 6, las 3 primeras (vv. 4.5.6) mencionan en el 1º miembro un estado doloroso para el hombre, del que se promete la liberación. Mientras que las otras 3 (vv. 7.8.9) anuncian una actividad, estado o disposición del hombre favorable y beneficiosa para su prójimo, que lleva también su correspondiente promesa del futuro.

         1ª Dichosos los pobres de espíritu (lit. "los que eligen ser pobres"). El texto griego se presta a 2 interpretaciones: o a los pobres en cuanto al espíritu, o a los pobres por el espíritu. La 1ª, a su vez puede tener un sentido peyorativo ("los de pocas cualidades") o bien el de "los interiormente despegados de riquezas", aunque lo posean en abundancia. Este último sentido está excluido por el significado del termino hebreo anawim (lit. pobres), por la explicación dada por Jesús mismo (Mt 6, 19-24) y por la condición puesta al joven rico para seguir a Jesús y así entrar en el reino de Dios (Mt 19, 21-24).

         En la tradición judía, los términos anawim o aniyim designaban a los pobres sociológicos, que ponían su esperanza en Dios por no encontrar apoyo ni justicia en la sociedad. Jesús recoge este sentido e invita a elegir la condición de pobre (opción contra el dinero y el rango social), poniéndose en manos de Dios.

         El término espíritu, en la concepción semítica, connota siempre fuerza y actividad vital. En este texto donde va articulado y sin referencia a una mención anterior, denota el "espíritu del hombre" (artículo posesivo). En la antropología del AT, el hombre posee espíritu y corazón. Ambos términos designan su interioridad, el 1º en cuanto actividad dinámica en acto, y el 2º en cuanto estados estático interior (o disposiciones habituales que orientan su actividad; Mt 5,8).

         La interioridad del hombre pasa a la actividad en cuanto inteligencia, decisión o sentimiento. Dado que lo que Jesús propone es una opción por la pobreza, el acto que la realiza es la decisión de la voluntad. El sentido de la bienaventuranza es, por tanto, "los pobres por decisión", oponiéndose a "los pobres por necesidad". Es la interpretación que Jesús mismo propone (Mt 6, 24) con la opción entre 2 señores (Dios o el dinero). Transponiendo el nombre verbal decisión a forma conjugada, se tiene "los que deciden" o "eligen ser pobres".

         Como se ve, además del sentido bíblico del término «pobres» y de los textos paralelos de Mt citados más arriba (Mt 6,19-24; 19,21-24), el significado de espíritu (acto) en la antropología semítica, contrapuesto al de corazón (disposición o estado), basta para excluir la interpretación "pobres en cuanto al espíritu". Esta es la buena noticia a los pobres, el fin de su miseria, anunciado por Isaías (Is 61, 1).

         2ª: Dichosos los que sufren (lit. "los que sufren"). El verbo griego denota un dolor profundo que no puede menos de manifestarse al exterior. No se trata de un dolor cualquiera; el texto está inspirado en Is 61,1, donde los que sufren forman parte de la enumeración que incluye a los cautivos y prisioneros. En el texto profético se trata de la opresión de Israel, y el Señor promete su consuelo para sacar a su pueblo de la aflicción, del luto y del abatimiento. Los que sufren son, por tanto, víctimas de una opresión tan dura que no pueden contener su dolor. Como en Is 61,1, el consuelo significa el fin de la opresión.

         3ª: Dichosos los sometidos. El texto de esta bienaventuranza reproduce casi literalmente Sal 37,11. En el salmo, los praeis son los anawim o pobres que por la codicia de los malvados han perdido su independencia económica (tierra, terreno) y su libertad y tienen que vivir sometidos a los poderosos que los han despojado. Su situación es tal que no pueden siquiera expresar su protesta. A éstos Jesús promete no ya la posesión de un terreno como patrimonio familiar, sino la de "la tierra" a todos en común (Dt 4). La universalidad de esa tierra indica la restitución de la libertad y la independencia con una plenitud no conocida antes.

         4ª: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia (lit. "los que tienen hambre y sed de esa justicia"). El hambre y la sed indican el anhelo vehemente de algo indispensable para la vida. La justicia es al hombre tan necesaria como la comida y la bebida; sin ella se encuentra en un estado de muerte. La justicia a que se refiere la bienaventuranza es la expresada antes: verse libres de la opresión, gozar de independencia y libertad. Jesús promete que ese anhelo va a ser saciado, es decir, que en la sociedad humana según el proyecto divino ("el reino de Dios") no quedará rastro de injusticia.

         5ª: Dichosos los sufridos (lit. "los que prestan ayuda"). No se trata de misericordia como sentimiento sino como obra (obras de misericordia). Es decir, de prestar ayuda al que lo necesita en cualquier terreno, en 1º lugar en lo corporal (Mt 25, 35). Porque Dios derramará su ayuda sobre los que se portan así.

         6ª: Dichosos los limpios de corazón. La expresión está tomada de Sal 24,4, donde "el limpio de corazón" se encuentra en paralelo con "el de manos inocentes". Así, el "limpio de corazón" es el que no abriga malas intenciones contra su prójimo, pues las "manos inocentes" indican la conducta irreprochable. En el salmo se explican ambas frases por "el que no se apega a un ídolo ni jura en falso a su prójimo" (LXX).

         En la 1ª bienaventuranza, Jesús ha identificado al ídolo con la riqueza (Mt 5,3; 6,24); es el hombre codicioso el que tiene una conducta malvada. Lo que sale del corazón y mancha al hombre se describe en Mt 16,19: los malos designios, que desembocan en las malas acciones. La limpieza de corazón, disposición permanente, se traduce en transparencia y sinceridad de conducta y crea una sociedad donde reina la confianza mutua.

         A los "limpios de corazón" les promete Jesús que "verán a Dios", es decir, que tendrán una profunda y constante experiencia de Dios en su vida. Esta bienaventuranza contrasta con el concepto de pureza según la ley; la pureza o limpieza ante Dios no se consigue con ritos ni observancias, sino con la buena disposición hacia los demás y la sinceridad de conducta.

         La conciencia de la propia impureza retraía de la presencia divina (Is 6, 5) y el corazón puro era una aspiración del hombre (Sal 51, 12). Para Jesús, el corazón puro no es sólo una posibilidad, sino la realidad que corresponde a los suyos. En el AT, el lugar de la presencia de Dios era el templo (Sal 24,3; 42,3.5; 43,3), y su función ha cesado de existir. Dios se manifiesta directa y personalmente al hombre.

         7ª: Dichosos los que trabajan por la paz. La paz, para el mundo semítico, tenía el sentido de la prosperidad, tranquilidad, derecho y justicia, y significaba la felicidad del hombre individual y socialmente considerado. Esta bienaventuranza condensa las 2 anteriores, y viene a decir que, en una sociedad donde todos están dispuestos a prestar ayuda, y donde nadie abriga malas intenciones contra los demás, se realiza plenamente la justicia y se alcanza la felicidad del hombre.

         A los que trabajan por esta felicidad promete Jesús que "Dios los llamará hijos suyos"; es decir, esta actividad hace al hombre semejante a Dios por ser la misma que él ejerce con los hombres. Como cima de las promesas se enuncia la relación filial de los individuos con Dios, que incluye recibir la ayuda que él presta y tener la experiencia de Dios en la propia vida. El reinado de Dios es el de un Padre que comunica vida y ama al hijo. Cesa, pues, la relación con Dios como soberano propia de la Antigua Alianza, sustituida por la relación de confianza, intimidad y colaboración del Padre con los hijos.

         8ª: Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad. La última bienaventuranza, que completa la 1ª, expone la situación en que viven los que han hecho la opción contra el dinero. La sociedad basada en la ambición de poder, gloria y riqueza (Mt 4, 9) no puede tolerar la existencia y actividad de grupos cuyo modo de vivir niega las bases de su sistema. Consecuencia inevitable de la opción por el reinado de Dios es la persecución. Esta, sin embargo, no representa un fracaso, sino un éxito ("dichosos") y, aunque en medio de la dificultad, es fuente de alegría, pues el reinado de Dios se ejerce eficazmente sobre esos hombres.

Juan Mateos

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         El hecho de que en la 1ª y 8ª bienaventuranzas la promesa se encuentre en presente ("porque ésos tienen a Dios por rey") y las demás en futuro ("van a ser consolados"), indica que las promesas de futuro son efecto de la opción por la pobreza, y de la fidelidad a ella. Se distinguen, pues, 2 planos: el del grupo que se adhiere a Jesús (y da el paso cumpliendo la opción propuesta por él) y el efecto de esto en la humanidad.

         En otras palabras, la existencia del grupo que opta radicalmente contra los valores de la sociedad provoca una liberación progresiva de los oprimidos (vv.4-6) y va creando una sociedad nueva (vv.7-9). La obra liberadora de Dios y de Jesús con la humanidad está vinculada a la existencia del grupo humano que renuncia a la idolatría del dinero y crea el ámbito para el reinado de Dios.

         Aunque Jesús dirige su enseñanza a sus discípulos (Mt 5, 2), las bienaventuranzas se encuentran en 3ª persona, son invitaciones abiertas a todo hombre. La multitud que ha quedado al pie del monte, pero que escucha sus palabras (Mt 7, 28) puede considerarse invitada a aceptar el programa de Jesús. La nueva alianza no está destinada solamente a Israel, sino a la humanidad entera.

         Según la concepción de Mateo, el Israel mesiánico comprende a todos los pueblos, que pasan a ser hijos de Abraham (Mt 3, 9). Por eso la genealogía del Mesías no comenzaba con Adán, sino con Abraham (Mt 1, 2), pues con él se inició la formación de la humanidad según el proyecto de Dios: la integración de la humanidad en el pueblo del Mesías (Mt 1, 21), el descendiente de Abraham, será el cumplimiento de la promesa.

         En las bienaventuranzas promulga Jesús el estatuto del Israel mesiánico y constituye el nuevo pueblo, representado en este pasaje por los discípulos que suben al monte con él. De ahí que Mateo, al contrario de Marcos (Mc 3, 13-19), no narre la constitución de los Doce, sino solamente su misión (Mt 10, 1). El nº 12 es el del Israel mesiánico, fundado con las bienaventuranzas (o Código de la Alianza) y representa a todos los seguidores de Jesús, sea cual fuera su número.

         Y como colofón de todas ellas (las 8 bienaventuranzas), proclama Jesús: "Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido" (vv.11-12).

         Desarrolla Jesús para sus discípulos la bienaventuranza póstuma, la más paradójica de todas. La persecución mencionada en Mt 5,10 se explicita en insulto, persecución y calumnia por causa de Jesús. La sociedad ejerce sobre la comunidad una presión que tiene diversas manifestaciones más o menos cruentas. Busca desacreditar al grupo cristiano, presentar de él una imagen adversa, y puede llegar a la persecución abierta. El motivo de esa hostilidad no puede ser otro que la fidelidad a Jesús y a su programa. La reacción de los discípulos ante la persecución ha de ser de alegría. Tendrán una gran recompensa.

         La locución del original ("en los cielos") designa a Dios como agente ("desde los cielos"); él actúa como rey de los que viven perseguidos; ésa es su recompensa. Los discípulos toman en la historia el puesto de los profetas de antaño, pero, según este pasaje, la acción profética es la vida misma según el programa propuesto por Jesús.

         La persecución no es, por tanto, motivo de depresión o desánimo; todo lo contrario, ella demuestra que la vida de los discípulos causa impacto en la sociedad ambiente, y éste es su éxito. Relacionando estas palabras de Jesús con el conjunto de las bienaventuranzas, puede afirmarse que la vida de la comunidad va produciendo la liberación prometida en los sectores oprimidos de la sociedad y a eso se debe la persecución de que es objeto.

Juan Mateos

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         El evangelio de hoy nos traslada al mismo inicio de la predicación de Jesús en el evangelio de Mateo. Jesús sentado, desde un monte, rodeado de sus discípulos y de las multitudes que le siguen, proclama los principios fundamentales del evangelio del Reino. El suyo no es un discurso moral, ni una simple página de catequesis doctrinal.

         Utilizando un género literario conocido en la literatura sapiencial del AT, el macarismo (Sal 1,1; 32,12, Prov 3,3), Jesús inicia su ministerio proclamando el Reino como camino de felicidad para los seres humanos. Es un modo clásico en la Biblia que se utiliza para felicitar a alguien por causa de un don que ha recibido (Mt 13,16; 16,17) o para declarar dichosa a una categoría de personas por algún motivo particular (Mt 11,6; Lc 11,28).

         Con las bienaventuranzas Jesús proclama quiénes son las personas que se encuentran en la situación más propicia para recibir el don del Reino de Dios. Dos clases de bienaventuranzas han sido agrupadas aquí por Mateo (y por Lucas, en Lc 6,20-26). El 1º grupo (Mt 5, 3-9) gira en torno a la pobreza y el comportamiento de la persona; el 2º (Mt 5, 10-12) en torno a la persecución a causa del evangelio, el cual proviene probablemente de otras circunstancias, seguramente en la última parte del ministerio de Jesús.

         Las formulaciones de Mateo (Mt 5, 1-12) y de Lucas (Lc 6, 20-26), quienes nos ofrecen 2 versiones de las bienaventuranzas, nos ayudan a remontarnos hasta el estadio profético en que Jesús en persona las pronunció. A ese nivel el objetivo de Jesús no fue indicar las virtudes necesarias para entrar en el Reino, sino proclamar públicamente quiénes eran las personas favorecidas (y por tanto felices) debido a la intervención salvadora definitiva de Dios. Jesús, en efecto, se presentó como el Mesías enviado a los pobres, los privilegiados de la acción liberadora de Dios (Mt 11, 5). Las 2 versiones, la de Mateo y la de Lucas, no alcanzan su verdadero sentido si no son puestas en relación con Jesús, y el contexto original de la proclamación del Reino.

         Lucas, en su versión de las bienaventuranzas, opone ricos a pobres como se opone el Reino que está por llegar con la situación histórica presente. Y subraya situaciones concretas para mostrar que el Reino de Dios desestabiliza la escala de valores que predomina entre los seres humanos (Lc 6, 20.24).

         Mateo, en cambio, interpreta que la pobreza interior es la condición necesaria para entrar en el Reino. Y acentúa la dimensión exhortativa, describiendo las actitudes del justo (Mt 5, 3). La 1ª bienaventuranza de Jesús, pues, resumiría las demás, y en ella es dichoso quien vive la pobreza por decisión personal, como actitud de desprendimiento y dependencia de Dios.

         En efecto, ser pobre de espíritu quiere decir ser pobre desde el espíritu, desde el corazón, desde el centro más profundo de la interioridad de la persona. Estos pobres pertenecen a ese grupo de personas que en todo tiempo han puesto toda su confianza en Dios en medio de las dificultades y pruebas de la vida, según las palabras del salmo: "Yo soy pobre y necesitado, pero tú, Señor mío, cuidas de mí. Tú eres quien me socorre y me libra; Dios mío, no tardes!" (Sal 40, 18).

Emiliana Lohr

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         Con la proclamación de las bienaventuranzas de hoy, Jesús nos hace notar que a menudo somos unos desmemoriados y actuamos como los niños, pues el juego nos hace perder el recuerdo. Jesús temía que la gran cantidad de buenas noticias que nos ha comunicado (en palabras, gestos y silencios) se diluyera en nuestra memoria. Por eso engarza las bienaventuranzas como unos principios fundamentales, para que no las olvidemos nunca. Son un compendio de la nueva ley presentada por Jesús, como unos puntos básicos que nos ayudan a vivir cristianamente.

         Las bienaventuranzas están destinadas a todo el mundo. El Maestro no sólo enseña a los discípulos que le rodean, ni excluye a ninguna clase de personas, sino que presenta un mensaje universal. Ahora bien, puntualiza las disposiciones que debemos tener y la conducta moral que nos pide. Aunque la salvación definitiva no se da en este mundo (sino en el otro), mientras vivimos en la tierra debemos cambiar de mentalidad y transformar nuestra valoración de las cosas.

         Debemos acostumbrarnos a ver el rostro del Cristo que llora en los que lloran, en los que quieren vivir desprendidos de palabra y de hechos, en los mansos de corazón, en los que fomentan las ansias de santidad, en los que han tomado una "determinada determinación", como decía Santa Teresa de Jesús, para ser sembradores de paz y alegría.

         Las bienaventuranzas son el perfume del Señor participado en la historia humana. También en la tuya y en la mía. Los 2 últimos versículos incorporan la presencia de la cruz, ya que invitan a la alegría cuando las cosas se ponen feas humanamente hablando por causa de Jesús y del evangelio. Y es que, cuando la coherencia de la vida cristiana sea firme, entonces, fácilmente vendrá la persecución de mil maneras distintas, entre de dificultades y contrariedades inesperadas. La sentencia de Jesús es rotunda: "Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5, 12).

Angel Caldas

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         Comienza hoy la lectura del Sermón de la Montaña en el evangelio de Mateo (cap. 5-7), que se prolongará hasta el día 26 de junio. Al escribir su evangelio, Mateo se dirige a los judíos que se han hecho cristianos, y haciendo un calco de la vida y obra de Moisés, lo organiza todo en torno a 5 grandes discursos, como si se tratase de los 5 primeros libros de la Biblia (el Pentateuco, atribuido a Moisés).

         Y si fue importante la subida de Moisés al Monte Sinaí, recibiendo allí de Dios las tablas de la ley (o mandamientos) y convirtiéndose en mediador de la Alianza (Éx 19.24), también fue importante en la vida de Jesús su subida al Monte de Galilea (Mt 5, 1) para promulgar las 8 bienaventuranzas. Desde este momento, para Mateo, la enseñanza de Jesús adquiere todo el valor que en la tradición judía se había dado a la ley (y en particular, a los mandamientos de Moisés).

         El tema central de las bienaventuranzas es el anuncio del comienzo del reinado de Dios, que en palabras actuales podemos formular como anuncio de una sociedad alternativa, formada por quienes se han sumado a la causa de Jesús. En esta nueva sociedad, Dios va a ejercer su realeza no sobre los pobres de espíritu o apocados, ni sobre los pobres en el espíritu, aquellos que teniendo bienes y, sin dejar de tenerlos, se sienten espiritualmente despegados de ellos, ni sobre los pobres resignados que han caído en las garras de la pobreza y que, en el mejor de los casos, si creen en el más allá, abrigan la esperanza de que Dios cambie su suerte en el futuro. No.

         Dios va a reinar sobre los pobres a través del espíritu (la fuente de las decisiones, según los judíos) y sobre quienes han decidido elegir la pobreza (la austeridad solidaria, según hoy día), como resultado de una elección libre y de una decisión voluntaria de renuncia a los bienes materiales. Dios reinará sobre cuantos han elegido la pobreza como forma de vida para hacer posible la eliminación de las causas que provocan y producen la pobreza en el mundo.

         Mediante el uso del plural ("los pobres", "ésos"), el evangelista indica que el Señor no nos llama a una pobreza individual y ascética (que favorezca la santificación del individuo concreto), sino que lanza a todos una propuesta capaz de trasformar radicalmente la sociedad (Mt 13, 33). Jesús invita a todos los creyentes a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea.

         Dios reina sobre cuantos deciden voluntariamente ser pobres (no acumular dinero) y permanecer fieles a esta elección (Mt 5,3.10). Los efectos del reino son:

-para la sociedad: la liberación de todos los oprimidos y la restitución de su dignidad a los marginados, mediante la eliminación de toda causa de injusticia (Mt 5, 4-6);
-para la comunidad: el nacimiento de unas relaciones basadas en el amor, que permiten una relación inmediata e íntima con el Padre (Mt 5, 7-9);
-para todos: el alcance de la felicidad plena, a pesar del desencadenamiento de una persecución violenta por parte de cuantos defienden los intereses del dios dinero (Mt 5, 10).

Fernando Camacho

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         En su discurso de las 8 bienaventuranzas, Jesús empieza a elaborar una especie de sermón evangélico que se extenderá hasta el cap. 7, en el cual desplegará su planteamiento definitivo sobre lo que es el Reino y hará unos señalamientos sobre cómo acelerar su advenimiento. En la 1ª y la 8ª bienaventuranza existe una especie de inclusión que las vuelve complementarias, y el resto de ellas viene a ser una explicitación de las 2 mencionadas. El principio y el fin de esta inclusión está dado en torno a que el pobre y los perseguidos por defender su causa son los sujetos en quienes se concreta el Reino de Dios.

         Como un hombre comprometido con las realidades de su tiempo, Jesús no podía lanzar un proyecto de humanización que dejara intactas las estructuras sociales, es por lo que las bienaventuranzas de distinta manera harán alusión al problema de la tierra, el hambre, la injusticia, y todo lo concerniente al cambio de mentalidad que se ha de precisar para acceder al Reino. La puesta en práctica de estas bienaventuranzas va a tener como recompensa el hacer posible que el Reino de Dios sea disfrutable ya en esta tierra y no sólo en el más allá.

         Lo interesante de las bienaventuranzas en Mateo es que aparece Jesús hablando a sus discípulos y el pueblo detrás, como una especie de garante. Con todo esto él quiere legar a la comunidad de fieles la importancia del discipulado y el gran valor que tiene la opción por los pobres y el hecho de ser perseguido. Entonces, para todo seguidor que se haga pobre, por opción, y acoja como suya la causa de los pobres, Dios será su respaldo y su sustento, y sólo así se estarán dando señales en el mundo de lo que es el Reino de Dios. Sin olvidar que el Reino de Dios es una realidad escatológica que Dios es el que la trae y quien la inaugura.

Alejandro Carbajo

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         Durante este mes, y al reiniciar el tiempo ordinario, leeremos los cap. 5, 6 y 7 de Mateo, los cuales contienen la síntesis de lo que es y representa el ser cristiano. Mateo ha querido presentar esta enseñanza de Jesús (dicha muy probablemente en diferentes ocasiones y lugares) en una gran catequesis, para que ésta sea como lo fue para los judíos la ley que rija la vida del cristiano. Por ello nos presenta a Jesús, que como Moisés, sube al monte y desde ahí instruye al pueblo.

         La catequesis empieza con la palabra bienaventurados que puede ser también traducida como feliz o dichoso o quizás como las 3 juntas. La palabra en griego macario significa una alegría profunda e interior que está relacionada con la paz y el gozo producido por el Espíritu Santo.

         Con esta interpretación, resulta paradójico decir felices los que lloran, felices los pobres, felices los mansos, felices los perseguidos por ser cristiano... Sin embargo esta es una realidad, pues la verdadera felicidad, el gozo, la alegría, no están en donde el mundo nos las propone (fiestas, diversiones...), sino en donde Jesús nos lo dice: sólo en él, en llevar una vida auténticamente cristiana.

         La felicidad que encontramos en el mundo es pasajera, la que nos ofrece Jesús y el evangelio es total y duradera, diríamos, definitiva. Si verdaderamente quieres ser un macario, lleno de la alegría, la paz y el gozo de Dios, esfuérzate todos los días por vivir de acuerdo al evangelio.

Ernesto Caro

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         Nadie duda del carácter paradójico de las bienaventuranzas que hemos escuchado en el evangelio de hoy. Eso de llamar felices a los pobres, los sufridos, los mansos o los perseguidos es una contradicción abierta y casi desafiante a los valores y estilos que vemos triunfar en el mundo.

         Pero hay que ir más allá de la paradoja. O mejor: antes de la paradoja conviene descubrir esa palabra que lo inaugura todo y lo resume todo: "¡Dichosos!". No tengamos temor a pensarlo, a celebrarlo y a decirlo: el evangelio es un mensaje de dicha. Si ese dicha se parece o no a lo que hemos aprendido no es nuestra 1ª preocupación ni nuestro primer tema. Lo 1º es que se anuncia dicha, alegría, felicidad.

         El lenguaje de la alegría es sencillamente irreemplazable para el corazón humano. Simplemente necesitamos alegría, así como necesitamos aire, salud, agua o alimento. O es probable que necesitemos más de la alegría que de esas otras cosas, porque lamentablemente no faltan quienes, llevados por la angustia o la tristeza, desechen la posibilidad misma de vivir y se arrojen a la muerte aun teniendo aire, alimento, agua y salud.

         El evangelio promete alegría; anuncia alegría; construye alegría. Su modo de alcanzar esta alegría puede parecernos extraño, pero ello no nos autoriza a desconfiar de la novedad que implica.

Nelson Medina

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         Una inmensa multitud rodea a Jesús esperando de él una doctrina salvadora, que dé sentido a su vida. Las palabras de Cristo debieron causar desconcierto y hasta decepción pues constituían un cambio completo de las usuales valoraciones humanas. Jesús les propone un camino distinto. Exalta y beatifica la pobreza, la dulzura, la misericordia, la pureza y la humildad: Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran...

         El conjunto de todas las bienaventuranzas señalan el mismo ideal: la santidad. Cualesquiera que sean las circunstancias que atraviese nuestra vida, hemos de sabernos invitados a vivir la plenitud de la vida cristiana. No podemos decirle al Señor que espere hasta resolver nuestros problemas para comenzar de verdad a buscar la santidad. Sería un triste engaño no aprovechar esas circunstancias duras para unirnos más al Señor.

         Las bienaventuranzas nos enseñan que el verdadero éxito de nuestra vida está en amar y cumplir la voluntad de Dios sobre nosotros, aunque no le desagrada que pongamos los medios oportunos para evitar el dolor, la pobreza, la enfermedad o la injusticia. Bienaventurado significa "dichoso, feliz". En todos los hombres existe una tendencia irresistible a ser felices, aunque muchas veces buscan la felicidad donde sólo hay miseria. El Señor nos señala los caminos para ser felices sin límites y sin fin en la vida eterna, y también para serlo en esta vida.

         Las bienaventuranzas manifiestan una misma actitud del alma: el abandono en Dios. Ésta es una actitud que nos impulsa a confiar en Dios de un modo absoluto e incondicional, a no contentarnos con los bienes y consuelos de este mundo, y a poner nuestra última esperanza más allá de estos bienes, que resultan pobres y pequeños para una capacidad tan grande como es la del corazón humano.

         El Señor quiere que estemos alegres. Pidámosle que transforme nuestra alma, que realice un cambio radical en nuestros criterios sobre la felicidad y la desgracia. Seremos necesariamente felices si estamos abiertos a los caminos de Dios en nuestra vida. Sabemos por experiencia que, muchas veces los bienes terrenos se convierten en males y en desgracia cuando no están ordenados según el querer de Dios. Sin el Señor, el corazón se sentirá siempre insatisfecho y desgraciado.

Francisco Fernández

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         Frente a los fariseos que "dicen y no hacen" (Mt 23, 3), Jesús aborda hoy el fundamento más íntimo de su autoridad: las bienaventuranzas, entendidas no sólo como un proyecto futuro sino como la forma en que Jesús ha realizado en sí mismo la auténtica felicidad. Ese carácter concreto se realiza también en sus discípulos como aparece a partir del v. 11 donde se cambia el ellos en un directo vosotros, que concierne a la comunidad de los seguidores de Jesús.

         Por tanto, la propuesta es más que una ley, ya que es el instrumento eficaz en orden a crear un ámbito salvífico en la propia existencia, posible para la vida del discípulo, y que debe alcanzar a toda la realidad humana representada simbólicamente en el pasaje por la presencia de una multitud.

         En lo más profundo se trata de definir la lógica del Reino de Dios , concretada en Jesús y que debe hacerse realidad en la vida de sus seguidores y, a través de ellos, en toda la historia humana.

         La presencia de Dios a lo largo de la historia salvadora que sale al encuentro de las necesidades de bebida y alimento de sus fieles (como en la historia de Elías; 1Re 17, 1-6) y la protección divina en los peligros (que da origen al canto de confianza del salmista; Sal 120) se hace posible para todo ser humano que es capaz de asumir la vida y el proyecto de Jesús. Mateo, al traducir la ley fundamental proclamada por Jesús para su comunidad, tiene presente los 2 peligros más graves que acechan a ésta en el momento en que escribe.

         Por ello se preocupa en poner de relieve las dificultades del externo ocasionadas por la persecución de la sinagoga y del Imperio. Pero también es consciente del peligro que significa la adopción de un proyecto basado en la acumulación de bienes, típica de la sociedad de intenso intercambio comercial de finales del s. I, que liga la valorización propia a la posesión.

         Por ello el Reino de los Cielos se presenta en íntima unión con "los que eligen ser pobres" (v.3) y con los "perseguidos por su fidelidad" (v.10) a la causa de Jesús (v.11).

Confederación Internacional Claretiana

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         Nos encontramos hoy con el Sermón de la Montaña, donde Jesús proclama la nueva ley y el evangelio del reino de Dios. De esta manera el sermón se convierte en una nueva manera de ser y de vivir para los discípulos, que también era válida para todo el pueblo que escuchaba a Jesús.

         Se trata de un discurso programático, que delimita la postura cristiana frente a otras posiciones religiosas de la época. Antes de instruir a sus discípulos para la misión, antes de revelar el contenido doctrinal del Reino o de instruirles sobre los posibles problemas y tensiones comunitarias, Jesús expone la forma de vida que espera y exige de sus seguidores.

         Según Mateo, Jesús pronuncia este discurso programático en una montaña. La montaña es el lugar donde se promulga la nueva ley, es lugar de oración, de curaciones, de revelaciones y de enseñanza. Es probable que Mateo tenga como punto de partida para la elaboración de este relato la experiencia de Moisés en el Sinaí (Ex 19, 12-21), donde se promulgó la ley de Israel.

         Esto no significa que el evangelista quiera establecer un contraste entre Jesús y Moisés colocando las bienaventuranzas como derogación de los mandamientos. El texto hace alusión a la historia fundamental de Israel: Dios habla de nuevo, por medio de Jesús, como habló en otro tiempo en el monte Sinaí por medio de Moisés.

         El relato de las bienaventuranzas está construido magistralmente, y en él la fórmula "porque de ellos es el reino de lo cielos" le da unidad a todo el relato. De igual manera las 3 primeras bienaventuranzas tienen como destinatarios a los pobres: a los que sufren, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, de ello es el Reino de los Cielos, es decir, de los oprimidos, miserables, sojuzgados y humillados, de los incapaces de hacer frente al opresor.

         Esta es la paradoja de las bienaventuranzas que hace felices a los que el mundo desprecia y arrincona, porque está construido en estructuras sociales y económicas que generan relaciones sociales injustas. La propuesta de Jesús (el reino de Dios) es la alternativa para construir un mundo mejor desde lo pequeño, desde lo insignificante, desde lo que nunca ha contado en la sociedad. Es con la fuerza de los pobres, con su energía y resistencia y con su vigor en la confrontación, como el pueblo debe activar mecanismos selectivos y masivos de defensa de la vida en la construcción de una nueva sociedad.

         De las enseñanzas de Jesús nace un camino de experiencia y unidad comunitaria. Los más grandes en la Iglesia son los más pequeños, aquellos que se encuentran entregados en las manos de los otros, como estuvo Jesús. Desde el reverso del poder, desde el lugar de los perdedores, puede edificarse y se edifica un tipo nuevo de unión comunitaria que se expresa y triunfa en el proyecto de Jesús.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El mensaje de las bienaventuranzas de hoy concentra lo más genuino de la enseñanza de Jesús. Así lo han visto muchos exegetas y comentaristas del evangelio. Porque se trata de una enseñanza de carácter moral ligada a una promesa de felicidad, como reconoce el mismo evangelista cuando dice: Y él se puso a hablar, enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

         Si las bienaventuranzas recogen el pensamiento de Jesús sobre la actitud que hay que tener en la vida para ser felices, la 1ª de ellas sintetiza el mensaje de todas las demás, pues pobres son también los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los perseguidos por causa de la justicia, los insultados y calumniados... Pues bien, Jesús declara dichosos a todo ese tipo de pobres.

         La declaración, en su simplicidad, resulta paradójica, porque poner la dicha en la pobreza (carencia de bienes o de medios, según el diccionario) no deja de ser paradójico. Más bien, tendríamos que decir que la dicha está en tener salud, cultura, bienestar familiar... y no en carecer de salud, o de cultura o de cariño familiar.

         Pero leamos con detenimiento, y en su integridad, la formulación de la 1ª bienaventuranza, porque la intención de Jesús no es poner la dicha en la carencia de bienes materiales o espirituales. De hecho, el evangelista Mateo añade, como queriendo aludir a una correcta interpretación de Jesús, la coletilla "en el espíritu" (o "pobres de espíritu", como dicen otras traducciones).

         La pobreza a la que se refiere Jesús, por tanto, no es un simple factum, o un simple status social, o una situación en la que uno ha nacido o en la que uno vive porque las circunstancias de la vida le han llevado a ella. Sino que es un estado anímico y una actitud (en este caso, de desprendimiento) que tiende a la pobreza efectiva a través de la renuncia personal, del desprendimiento de los bienes y del cuidado preferencial de los pobres.

         Esta es la actitud que hizo de Francisco de Asís el poverello di Asisi, o de Antonio el abad Antonio. Luego para merecer la bienaventuranza de Jesús no basta con ser o haber nacido pobre (sobre todo, si en el fondo están ambicionando las riquezas y el lujo de los ricos), sino que hay que serlo "en espíritu" (es decir, de corazón y con una decidida voluntad de serlo). De ser así, estaríamos hablando de esos bienaventurados de Jesús, y que de ellos es el reino de los cielos.

         Como vemos, el premio prometido por Jesús (el reino de los cielos) es una posesión de incalculable valor, y casi lo más valioso que se pueda poseerse en este mundo. Con ello, la dicha de los pobres está en esta posesión, en que de ellos es el Reino de los Cielos. Y lo es ya, aunque todavía no estén en él porque no han conocido la muerte.

         En efecto, el premio otorgado por Jesús a los pobres no se pospone para el futuro, sino que es otorgado en el ya presente de la vida. Y eso es lo que los hace dichosos: que ya han recibido esa dicha (no sin sufrimiento ni incertidumbres) en el presente.

         Por lo que se ve, entre la pobreza de espíritu y la posesión del Reino hay una estrecha correlación. En realidad, sólo los pobres de espíritu, es decir, los que se desprenden de este mundo y de sus ofertas, están en disposición de acoger la oferta traída por Jesús.

         Es verdad que la pobreza de espíritu puede convertirse en una estratagema para encubrir un apego efectivo a los propios bienes, o para soslayar la llamada a la solidaridad y al desprendimiento efectivo en bien de los miserables de este mundo. Pero también lo es que hay muchos pobres en situación de miseria que no tienen opción para desprenderse de nada, porque no tienen nada.

         Entre los ricos, en cambio, la pobreza de espíritu exige un mayor acto de desprendimiento, y no por el camino del hastío de bienes materiales ni por la imperiosa caridad hacia sus convecinos.

         Lo que realmente es dichoso es que el cielo pueda bajar a la tierra, y que gracias a ello se pueda vivir en paz, justicia y amor. Ése es el verdadero reino de Dios, y encaminarse hacia ello debe ser la actitud entre los humanos. Sin esta actitud, ni pobres ni ricos podrán entrar ni poseer ese Reino, pues la pobreza de espíritu es un requisito imprescindible.

         La dicha de los sufridos, y los que lloran, y los que tienen hambre y sed de la justicia, y de los misericordiosos, y de los limpios de corazón, y de los que trabajan por la paz, y de los perseguidos, insultados y calumniados, también radica en lo que obtendrán con su paciencia, con su misericordia y con su limpieza de corazón. En este caso, su dicha será la tierra, el consuelo, la saciedad, la misericordia, la filiación divina y la visión de Dios. En suma, el Reino de los Cielos.

         Ésta es siempre la recompensa, una recompensa que será completada en el cielo, pero que ya está presente y operante en la tierra (para ser disfrutada y puesta en práctica).

         Es verdad que la saciedad nunca será completa en este mundo, ni la misericordia debidamente correspondida. E incluso que para ver a Dios cara a cara necesitaremos un cuerpo con otra capacidad de visión, e incluso transformado por la resurrección. Pero mientras tanto, ya podemos gozar de esta dicha que es realidad y promesa, presente y futuro, temporal y eterna.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 09/06/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A