14 de Junio

Sábado X Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 14 junio 2025

a) 2 Cor 5, 14-21

         El pasaje de hoy es, sin duda, el más importante de la larga apología del ministerio apostólico a la que Pablo consagra los primeros capítulos de la segunda carta a los corintios. Coinciden aquí 2 temas importantes: la incidencia del amor en el ministerio y el contenido del evangelio.

         La urgencia de la caridad de Cristo (v.14) es el arranque del ministerio de Pablo. Se trata tanto del amor que Cristo le tiene como del amor que Pablo, en correspondencia, tiene a Cristo.

         Visto desde el lado del apóstol, ese amor no tiene nada de sentimental: procede de un juicio bien meditado ("del pensamiento"; v.14): 1º ha tenido que comprender el amor de Cristo que muere por todos en la cruz (v.15), pero una vez hecho ese descubrimiento, ya no ha podido resistir la urgencia del amor que le empuja a consagrar su vida a Cristo (v.15b).

         Esta urgencia no destruye la libertad, porque el apóstol se ha tomado su tiempo para juzgar. Constituye una facultad nueva en el hombre (vv.16-17), que ya no le permite obrar con las reticencias y los "cálculos de la carne", sino "como criatura nueva". Es fervor y dinamismo que la carne no puede controlar (Col 3, 14); tiene sabor a sacrificio, a semejanza de la cruz (v.15); finalmente, unifica y equilibra toda una vida (en sentido racional).

         La forma concreta adoptada por Pablo para corresponder al amor de Cristo ha sido la de consagrarse "a la embajada de la reconciliación" (vv.18.20). Es esta una idea muy del gusto de Pablo cuando define la obra redentora de la cruz (Rm 5,10-11; Col 1, 0-22; Ef 2,16), que es también muy importante para la teología moderna, pues ofrece la ventaja de presentar la doctrina de la redención en términos de relaciones interpersonales entre Dios y el hombre.

         Pero hay que cuidarse mucho de no entenderla más que en sentido psicológico. Pablo se cuida mucho de hacerlo: Dios no cambia de parecer: no se reconcilia con el mundo, sino que reconcilia al mundo consigo (v.18). De igual modo, el ministerio de Pablo cerca de los hombres no consiste tan solo en reconciliarlos con Dios (v.20), sino, sobre todo, en proclamar que se ha realizado la reconciliación (Rm 5, 10-11). Dios ha modificado el estado de la humanidad respecto a él, se ha modificado la relación. En este sentido, se trata realmente de una nueva creación (v.17).

         Se trata de un concepto bastante original. La oración judía pedía ya a Dios la reconciliación (2Mac 1,5; 7,33; 8,29), pero pedía que Dios se reconcilie, modifique sus sentimientos. La trascendencia divina queda mejor garantizada por Pablo, para quien Dios no cambia sus sentimientos respecto al mundo, sino que modifica el estado de este último respecto a él.

         Pero se necesita que ese cambio quede integrado en la vida de cada uno mediante una conversión personal: esta es la tarea encomendada al ministerio apostólico; después de haber revelado al hombre que su situación ante Dios ha cambiado, el apóstol le invitará a modificar sus sentimientos en función de la nueva situación creada. El término mismo de embajada (v.20) empleado por Pablo para definir su ministerio supone un contexto de final de guerra y de restablecimiento de relaciones normales (Lc 14, 32).

         La reconciliación es el fruto de la muerte de Cristo considerada, sobre todo, en su aspecto sacrificial (v.21). Ya en los más antiguos textos del NT la muerte de Cristo ha revestido este aspecto sacrificial: sacrificio de la Alianza Nueva (1Cor 11,25; Mt 26,28; Hb 10,29), del Cordero pascual (1Cor 5,7) y del Siervo doliente (Is 53,12; Rm 4,25; 8,32; Gál 2,20).

         Pero es la 1ª vez que esa muerte es comparada con el "sacrificio por el pecado", en el que la sangre de la víctima tenía valor expiatorio (Lv 4-5; 6,17-22; 10,16-19; 16; Hb 9,22). Así se explica la frecuencia de las palabras sangre y pecado en los pasajes en que Pablo habla de la reconciliación. No se trata, sin embargo, de una concepción sanguinolenta de la obra de Cristo, sino de una forma de afirmar su trascendencia ritual: la reconciliación se realiza en una acto litúrgico que sustituye definitivamente a la economía del templo.

         La eucaristía es el punto en donde la embajada de la reconciliación realiza su misión (liturgia de la Palabra), el punto en que la reconciliación del mundo con Dios está incluida en el memorial de la cruz, el punto, en fin, en que cada uno de los participantes se apropia, a través de una aceptación significada, en la comunión, la reconciliación operada en beneficio de todos.

Maertens-Frisque

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         Hoy leemos un texto ardiente como lava en fusión. Pablo nos confía su secreto: por qué vive. Su tarea de apóstol es exaltante: construir un mundo nuevo con Dios. Bastaría leer lentamente cada una de esas frases y dejar que resonasen en nosotros.

         "Hermanos, el amor de Cristo nos apremia, cuando pensamos que uno solo murió por todos". Todo empieza y termina aquí: amar a alguien, amar apasionadamente a Cristo. La imagen es fuerte: Pablo se acuerda a menudo del camino de Damasco, donde fue literalmente atrapado. ¡Cuán lejos estoy, yo, de esta pasión! ¡Cuán fría es mi fe! Haznos descubrirte, Señor, y apodérate de nosotros, para que comprendamo al fin que "has muerto por mí", que "has dado tu vida" porque nos amas.

         "Cristo murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven sino para aquel que murió y resucitó por ellos". Estas palabras han sido incluidas en una de las nuevas plegarias eucarísticas de la misa. Es una de las verdades esenciales de nuestra fe. Es uno de los sentidos esenciales de la misa y cada vez, una de sus funciones en nosotros.

         El hombre no es un ser para vivir "para sí", sino un ser "para los demás". Así lo hizo Cristo. Muerto por amor. Muerto para todos. Cristo murió para liberarnos de "vivir para nosotros mismos": para que "no vivan para sí los que viven", a fin de permitirnos que nosotros amemos así y entreguemos nuestra vida. ¿Qué haré hoy en ese sentido? El hombre no fue hecho solamente para amar a sus hermanos de la tierra, fue hecho también para amar a Dios, para amar "a aquel que murió y resucitó por él".

         El texto griego dice: "No conocemos ya a nadie según la carne". La carne, para Pablo, es "el hombre sin Dios", el hombre encerrado en su humanidad, el hombre encarcelado, seccionado de Dios. Dicho de otro modo, para nosotros cristianos todo ha cambiado en nuestras relaciones con los demás: no conocemos ya a nadie como si Dios no existiera... los vínculos humanos son diferentes, ya no son dictados solamente "según la carne". Adoptando el corazón infinito de Dios, se establece un nuevo estilo de relaciones. Conocen a los demás "a la manera de Dios". Amar como él.

         Si alguien está "en Cristo Jesús", es una nueva criatura. Porque "el mundo viejo pasó, y un mundo nuevo ha nacido ya". Es mejor no comentar, sino saborear y repetir esas palabras divinas. Todo es nuevo. Dios rejuvenece todas las cosas, lo renueva todo. Gracias, Pablo.

         Se tiene la impresión de que Pablo es consciente de estar participando en el "alba de un mundo nuevo": es una nueva creación del hombre, como si Dios creara de nuevo al hombre y el apóstol trabajara con Dios en esa re-creación. Desde mi lugar, ¿participaré también en ella?

         Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo, y nos confió el ministerio de trabajar para esa reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo. Somos pues embajadores de Cristo, como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros diciendo: dejaos reconciliar con Dios.

         Creación nueva, Alianza nueva, Reconciliación universal, Amor. ¡Ah Señor, queda mucho trabajo a hacer en el taller del mundo! ¡Cuántos seres destrozados, cuántas rupturas, cuántas relaciones insatisfactorias, cuántas reconciliaciones a llevar a cabo: de hombre a hombre, de grupo a grupo y de hombre a Dios!

Noel Quesson

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         El fundador de mi Congregación, San Antonio María Claret, escogió como lema de su escudo arzobispal esta frase que leemos hoy en la carta a los corintios: Caritas Christi urget nos. De tal manera se sentía apremiado por el amor de Jesús que dedicó toda su vida al anuncio del evangelio, de la novedad que supone vivir como el Maestro.

         Hay en el texto de la 2ª carta a los corintios otro versículo que tiene muchas resonancias en nuestra situación actual: "El que es de Cristo es una criatura, pues lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado". La gracia, que el jueves pasado fue presentado como libertad, se caracteriza también por la experiencia de novedad.

         En efecto, el NT habla de una nueva alianza de amor (Mt 26,28; Lc 22,20), de una nueva doctrina (Mc 1,27; Hch 17,19), de una ley nueva (Jn 13,34; 1Jn 2,7), de una vida nueva (Rm 6,5; Ef 2,15), de una renovación que afecta a la totalidad del hombre y lo convierte en humanidad nueva (2Cor 5, 17).

         Todo es nuevo para el redimido en Cristo. Llegarán un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia, una sociedad nueva sin alienaciones, un reino de gracia y de vida en el que todos llevarán escrito un nombre nuevo (Ap 2, 17) y podrán cantar un cántico nuevo. Es el fruto de aquel que ha dicho: "Todo lo hago nuevo" (Ap 21, 5).

         ¿Cómo suenan estas palabras en las sociedades post-cristianas que consideran que lo cristiano es algo viejo, pasado de moda? ¿No estamos llamados a estrenar cada día una fe que no se marchita por el paso del tiempo sino solo por nuestra respuesta aburrida, rutinaria? ¿Por qué hay personas que, al levantarse cada mañana, estrenan la vida y otras repiten la misma película del día anterior? La experiencia de la gracia también tiene que ver con esta manera de afrontar la existencia.

Gonzalo Fernández

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         Para Pablo, el modelo en todo momento de su agitada vida es Jesús: "Nos apremia el amor de Cristo, que murió por todos". Es lo que le da ánimos para seguir actuando como apóstol, a pesar de todo.

         Pablo describe la obra de la reconciliación que realizó Cristo: con su muerte, hizo que todos pudiéramos vivir. "Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo", y esto ha tenido 2 consecuencias:

-todo es nuevo, todo ha cambiado de sentido y "el que es de Cristo es una criatura nueva", pues "lo antiguo ha pasado, y lo nuevo ha comenzado";
-la comunidad cristiana, así reconciliada, tiene el encargo de reconciliar a los demás (ministerio del que Pablo se siente particularmente satisfecho).

         ¡Qué hermosa la descripción del papel que juega en este mundo la Iglesia de Jesús: "Nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar"!

         Los cristianos estamos agradecidos por haber sido reconciliados por Cristo y haber sido hechos, por tanto, criaturas nuevas, para que (como dice la Plegaria Eucarística IV del Misal, copiando el pensamiento de Pablo) "no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó".

         Al mismo tiempo, nos sentimos convocados a servir de mediadores en la reconciliación de todos con Dios. Aunque esta mediación la ejerce la Iglesia sobre todo por sus ministros y pastores, es toda la comunidad la reconciliadora. Toda la Iglesia, como pueblo sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de reconciliación que le ha sido confiada por Dios:

-llamando a la penitencia, por la predicación de la Palabra de Dios,
-intercediendo por los pecadores,
-ayuda al penitente con atención y solicitud maternal, para que reconozca y confiese sus pecados y así alcance la misericordia de Dios, ya que sólo él puede perdonar los pecados.

         Y todo esto porque:

-la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión, y tiene el poder de absolver al penitente,
-Cristo entregó dicho ministerio a los apóstoles y a sus sucesores (Ritual de la Penitencia, 8).

         La Iglesia va repitiendo desde hace 2.000 años: "En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios". Deberíamos sentirnos orgullosos de este encargo como Pablo: "Nosotros actuamos como enviados de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro". Y eso tanto a la hora de aprovechar nosotros mismos este don de Cristo (sobre todo en el Sacramento de la Penitencia) como a la de comunicar a los demás la buena noticia del amor misericordioso de Dios.

José Aldazábal

b) Mt 5, 33-37

         Escuchamos hoy la 4ª antítesis de Jesús en torno a la ley del juramento (vv.33-37) y la ley del talión (vv.38-42), en el llamado Sermón de la Montaña.

         El juramento es la prueba de la mentira, porque si no existiera la mentira, no habría necesidad alguna de acudir al juramento y el seria y el no sería no (v.37). El AT luchó contra la mentira legislando sobre el juramento y prohibiendo la mentira, al menos en este caso (v.33). Pero prohibir la mentira en el juramento es reconocer y tolerar su existencia fuera de él. Cristo va más allá que la ley judía cuando prohíbe la mentira en todas las circunstancias, haciendo así inútil el juramento.

         En realidad, el juramento sacraliza la palabra humana relacionándola con un poder exterior, en la mayoría de los casos divino. Cuando recomienda la renuncia al juramento, Cristo rechaza esa alienación de la palabra humana; esta última dispone de suficientes medios (en particular, la lealtad y la objetividad) para valorizarse así misma sin tener que someterse a tutelas exteriores. Y si Dios está presente en la palabra humana, no lo es tanto por la invocación de su nombre como por la fuente misma de las sinceridad del hombre. Cristo no quiere un hombre esclavizado; le quiere erguido y fiel a sí mismo.

Maertens-Frisque

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         Siguen las antítesis entre el AT y los nuevos criterios de vida que Jesús enseña a los suyos. Anteayer sobre la caridad (algo más que no matar); ayer sobre la fidelidad conyugal (corrigiendo el fácil divorcio de antes) y hoy sobre el juramento.

         Jesús no sólo desautoriza el perjurio (lit. jurar en falso), sino que prefiere que no se tenga que jurar nunca. Que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el y el no, con transparencia y verdad. Todo lo que es verdad viene de Dios. Lo que es falsedad y mentira, del demonio.

         La palabra humana es frágil y pierde credibilidad ante los demás, sobre todo si nos han pillado alguna vez en mentira o en exageraciones. Por eso solemos recurrir al juramento, por lo más sagrado que tengamos, para que esta vez sí nos crean. Jesús nos señala hoy el amor a la verdad como característica de sus seguidores.

         Debemos decir las cosas con sencillez, sin tapujos ni complicaciones, sin manipular la verdad. Así nos haremos más creíbles a los demás (no necesitaremos añadir "te lo juro" para que nos crean) y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad rompe nuestro equilibrio personal.

         Hoy podríamos leer, en algún momento de paz (bastan unos 15 min), las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica al 8º mandamiento: vivir en la verdad, dar testimonio de la verdad, las ofensas a la verdad, el respeto de la verdad (CIC, 2464-2513).

José Aldazábal

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         Entre los judíos se emplea con frecuencia la palabra ala para indicar tanto juramento como maldición. El juramento es una afirmación por la que uno se desea a sí mismo un mal o desgracia, en caso de no decir la verdad o de no cumplir lo prometido. Quien jura espera de la divinidad que recaiga sobre él el efecto de la maldición. Así Jonatán le dice a David: "Mañana a esta hora sondearé a mi padre, a ver si está a buenas o a malas contigo, y te enviaré un recado. Si trama algún mal contra ti, que el Señor me castigue si no te aviso para que te pongas a salvo" (1Sm 20, 12-13).

         En tiempos de Jesús se solía jurar no sólo invocando a Dios, sino también al cielo (lugar donde éste habita), a su nombre (que equivale a su persona), al templo (lugar de su presencia) o a los ángeles (sus servidores más cercanos). Por la Biblia sabemos que se juraba levantando la mano (Gn 14, 22), estrechándola (Job 17, 3) o poniéndola bajo el muslo de aquel a quien se prometía algo (Gn 24, 2). El libro del Eclesiástico (Eclo 23, 9-11) previene contra los juramentos hechos con ligereza, los rabinos trataban de remediar los abusos, los esenios lo consideraban ilícito y los fariseos establecieron una sutil casuística para mantener su validez.

         Jesús no era partidario de los juramentos, pues las relaciones humanas deben estar regidas por la sinceridad; el juramento supone mala fe o falta de confianza en el otro, y esto viene de Satanás (que es, por naturaleza, embustero; Jn 8,44). Y la mentira no debe entrar en el corazón del ser humano ni regir las relaciones de unos con otros. En la comunidad cristiana y en las relaciones humanas, la regla debe ser la sinceridad, la limpieza de corazón. El juramento está de sobra, por tanto.

         Sin embargo, nuestra sociedad está instalada en la apariencia de verdad o en la falsedad. La publicidad, que todos los días nos asedia desde la televisión, la prensa y la radio, es engañosa; por razones de competitividad se nos aconseja no fiarnos de nadie, no manifestarnos como somos ante los demás, no ser ingenuos. Y es que el ser humano (en lugar de hermano) se ha convertido en lobo para el ser humano. Y ante el lobo todas las precauciones que se tomen son pocas.

         ¡Qué descarriados vamos! ¡Qué lejos estamos de ser limpios de corazón!. Cuando digan sí sea un sí, y cuando no, un no; lo que pasa de ahí es cosa del Maligno. Esto es lo propio de las personas adultas, de las personas de palabra, que se decía antes, de los discípulos de Jesús que practican la sexta bienaventuranza: "Dichosos los limpios de corazón, porque esos verán a Dios".

Fernando Camacho

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         Continuando con el análisis del texto que iniciamos el pasado jueves, decimos que la cuarta antítesis acerca de una nueva manera de pensar con relación a la mentalidad de los letrados y fariseos sobre la ley, no es una formulación directa de la ley, sino una alusión al texto que prohíbe "pronunciar el nombre del Señor, tu Dios, en falso" (Ex 20, 7).

         La formulación de Mateo no distingue entre votos y juramentos; prohíbe jurar en falso y manda a que se cumplan los votos. Jesús prohíbe en particular el falso juego que consiste en sustituir el nombre de Dios por algo que es menos sagrado. Cuando se menciona un objeto sagrado en un juramento, es como si se usara el nombre divino. De igual manera, tampoco se debe jurar por sí mismo.

         De esta manera, el texto llama la atención sobre el juramento como algo contrario a los principios éticos que Jesús le está enseñando a sus discípulos. El discípulo debe inspirar confianza por sí mismo y no ha de estar ligado a ninguna otra cosa en la que tenga que afirmar su palabra. El discípulo no necesita del juramento porque lleva a Dios en sí, el juramento supone rebajar a Dios, haciéndolo intervenir en asuntos humanos.

         Jesús exige la veracidad absoluta de la palabra humana. Eliminó la distinción entre las palabras que tienen que ser verdaderas y aquellas que no lo son. Para Jesús no hay dos géneros de verdad entre los hombres. El hombre está ligado a Dios en toda su vida cotidiana sin restricción alguna.

         Al igual que en las otras antítesis, la formulación de Jesús es paradójica. Se quiere que la prohibición de jurar en falso sirva para asegurar la veracidad en aquellas situaciones en que se exige una afirmación o negación. En la nueva ética de Jesús, la veracidad debe quedar asegurada no mediante un juramento, sino por la integridad interior de la persona. El juramento, dadas las implicaciones de mendacidad y falta de confianza, no puede tener lugar en una sociedad que no acepta el mal como algo que se da por supuesto.

         Hoy, en medio de tanta falsedad, de tanta mentira y engaño, donde las componendas y las falsas jugadas se hacen en beneficio de intereses egoístas que atentan contra la vida de los demás, los cristianos estamos llamados a denunciar y desenmascarar con la verdad del evangelio aquellas situaciones injustas donde se pone el nombre de Dios como testigo y garante del buen obrar.

Juan Mateos

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         El evangelio de hoy nos ofrece otra antítesis entre el AT y el NT, en la que se contrapone la normativa legal de Moisés y la nueva y radical interpretación que Jesús propone. En este caso se trata de los juramentos y los votos que la ley recomendaba cumplir con fidelidad (Lv 19,12; Ex 20,7; Num 30,3; Dt 23,22; Sal 50,4).

         La propuesta evangélica excluye cualquier tipo de juramento: "Yo os digo que no juréis en modo alguno, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es el estrado de sus pies, ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey. Ni siquiera jures por tu cabeza, porque no puedes cambiar de color ni uno solo de tus cabellos" (Mt 5, 35).

         Con el juramento la persona abusaba, en cierto modo, de la autoridad de Dios. Era como querer subsanar con la intervención de Dios la deficiencia de la veracidad de las propias palabras y compromisos. Jesús prohíbe cualquier tipo de juramento. El discípulo cristiano debe expresarse a través de un lenguaje sincero y coherente, sin necesidad de acudir a ningún otro subterfugio para demostrar su veracidad.

         En la perspectiva evangélica, el juramento es sustituido por la transparencia y la llaneza del lenguaje. La palabra del discípulo debe ser sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Un lenguaje veraz, serio y sincero, pues "lo que pasa de ahí, viene del Maligno" (v.37). Del Maligno viene la mentira, las palabras insinceras y el lenguaje doble e incoherente.

Emiliana Lohr

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         Hoy continúa Jesús comentándonos los mandamientos. Los israelitas tenían un gran respeto hacia el nombre de Dios, una veneración sagrada, porque sabían que el nombre se refiere a la persona, y Dios merece todo respeto, todo honor y toda gloria, de pensamiento, palabra y obra. Por esto (teniendo presente que jurar es poner a Dios como testigo de la verdad de lo que decimos) la ley les mandaba: "No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos" (Mt 5, 33).

         Pero Jesús viene a perfeccionar la ley (y, por tanto, a perfeccionarnos a nosotros siguiendo la ley), y da un paso más: "No juréis en modo alguno: ni por el cielo, ni por la tierra" (Mt 5, 34). No es que jurar, en sí mismo, sea malo, pero son necesarias unas condiciones para que el juramento sea lícito, como por ejemplo, que haya una causa justa, grave, seria (un juicio, pongamos por caso), y que lo que se jura sea verdadero y bueno.

         Pero el Señor nos dice todavía más: "Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no, no" (Mt 5, 37). Es decir, nos invita a vivir la veracidad en toda ocasión, a conformar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras obras a la verdad. Y la verdad, ¿qué es? Es la gran pregunta, que ya vemos formulada en el evangelio por boca de Pilato, en el juicio contra Jesús, y a la que tantos pensadores a lo largo de los tiempos han procurado dar respuesta. Dios es la Verdad.

         Quien vive agradando a Dios, cumpliendo sus Mandamientos, vive en la verdad. Dice al respecto el Cura de Ars: "La razón de que tan pocos cristianos obren con la exclusiva intención de agradar a Dios es porque la mayor parte de ellos se encuentran sometidos a la más espantosa ignorancia. Dios mío, cuántas buenas obras se pierden para el cielo". Hay que pensar en ello. Nos conviene formarnos, leer el evangelio y el catecismo. Después, vivir según lo que hemos aprendido.

Jordi Pascual

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         La 4ª antítesis de Jesús, entre el AT y el NT, no alude a una formulación directa de la ley, sino al texto que prohíbe "pronunciar el nombre del Señor, tu Dios, en falso" (Ex 20, 7). La formulación de Mateo no distingue entre votos y juramentos; prohíbe jurar en falso y manda que se cumplan los votos. Jesús prohíbe en particular el falso juego que consiste en sustituir el nombre de Dios por algo que es menos sagrado.

         De esta manera el texto llama la atención sobre el juramento como algo contrario a los principios éticos que Jesús les está enseñando a sus discípulos. El discípulo debe inspirar confianza por sí mismo y no ha de estar ligado a ninguna otra cosa en la que tenga que afirmar su palabra.

         Al igual que en las otras antítesis, la formulación de Jesús es paradójica. Se quiere que la prohibición de jurar en falso sirva para asegurar la veracidad en aquellas situaciones en que se exige una afirmación o negación. En la nueva ética de Jesús, la veracidad debe quedar asegurada no mediante un juramento, sino por la integridad interior de la persona. El juramento, dadas las implicaciones de mendacidad y falta de confianza, no puede tener lugar en una sociedad que no acepta el mal como algo que se da por supuesto.

         Hoy, en medio de tanta falsedad, de tanta mentira y engaño, donde las componendas y las falsas jugadas se hacen en beneficio de intereses egoístas que atentan contra la vida de los demás, los cristianos estamos llamados a denunciar y desenmascarar con la verdad del evangelio aquellas situaciones injustas donde se pone el nombre de Dios como testigo y garante del buen obrar.

Severiano Blanco

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         La 4ª antítesis se refiere al ámbito del juramento, objeto de la consideración del Decálogo (Ex 20,7; Dt 5,11; Lv 19,12 y Num 30,3). Estas formulaciones no prohíben la práctica común existente no sólo en Israel sino en casi en todos los pueblos. Por el contrario, quieren asegurar un legítimo recurso a Dios en el que, invocándolo como garantía, se pueda asegurar la sinceridad de la palabra pronunciada. Dicha práctica engloba la relación con Dios y la relación con los seres humanos. Se recurre a Dios para garantizar la verdad de la propia palabra frente al semejante.

         Pero la enseñanza de Jesús quiere profundizar esta relación y exigir la radical sinceridad de las palabras disuadiendo de la búsqueda de esa garantía. El "Yo os digo" es continuado por una prohibición absoluta de la práctica en cuestión: "No juréis en absoluto". De esa forma, Jesús, nuevo legislador se coloca a contracorriente de la práctica israelita de la época. Incluso en los ámbitos más críticos (como el de los esenios), no era inusual confirmar sus resoluciones con el recurso al juramento.

         La prohibición se fundamenta en la necesidad de fundamentar una vida en sinceridad por parte de los miembros de la Iglesia. Todo juramento esconde frecuentemente una falta de diafanidad en la relación comunitaria.

         En una sociedad de engaños y de subsiguientes desconfianzas la garantía divina implicada en el juramento pretende asegurar la mínima autenticidad necesaria para el desarrollo de la vida social. Pero, a la vez, esa pretensión es signo de una falta de veracidad en la relación normal con el prójimo. De allí que esta prohibición se identifica con la exigencia de la sinceridad de cada una de las palabras que deban pronunciarse. La fórmula usada en los tribunales "sí, sí, no, no" (del v.37) debe extenderse a los restantes ámbitos de la vida.

         De esa forma, la relación comunitaria puede recuperar un fundamento, sin el cual sólo puede existir disolución y disgregación. Más allá de esa sinceridad fundamental sólo reina la mentira que siempre tiene origen en el Maligno.

         La propia palabra debe encerrar dentro de sí la garantía de un compromiso personal, sin subterfugios ni engaños. La palabra es vínculo importante en la comunicación humana y Jesús, pone en guardia contra la falsía que amenaza esa relación y que, buscando otras garantías de credibilidad, falsea también la religión religiosa con el recurso a Dios.

         Por ello no sólo se prohíbe invocar el nombre de Dios sino también toda otra realidad que siempre está situada en relación a él y que implica la referencia a él. Por ello Mateo presenta cuatro ejemplos de juramento encubierto que se deben también evitar. Ni el cielo, ni la tierra, ni Jerusalén, ni la propia cabeza deben ser presentadas como garantía de la veracidad de las propias palabras.

         En los 3 primeros casos (vv.34-35), se consigna su íntima referencia al ámbito divino, en el último caso se muestra la impotencia del ser humano que impide presentar la propia cabeza como garantía de verdad, y detrás de esa impotencia, se muestra también su dependencia con aquel ámbito. Surge así la exigencia de una vida expresada con la sinceridad de las propias palabras, como una única forma de realizar una vida en comunión con Dios y con los seres humanos.

Confederación Internacional Claretiana

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         El tema del juramento era algo muy serio en la tradición judía. Jurar en nombre de Dios suponía un compromiso que obligaba gravemente a cumplir lo jurado "al pie de la letra", incluso aunque en algún caso resultara aberrante. Los judíos, por eso, no acostumbraban a jurar "por el nombre de Dios", sino por sus equivalencias, como por el templo, el cielo, la tierra, la cabeza... para así considerarse más fácilmente eximidos de esa obligación tan ineludible.

         Jesús vio detrás de esto una hipocresía, porque aunque no pronunciaran el nombre de Dios, de igual manera estaban siendo falsos e inconsecuentes. Jurar en vano va a equivaler a poner a algo, o al mismo Dios, como testigo de lo que es falso.

         La sociedad hipócrita del tiempo de Jesús estaba erigida sobre la mentira y el engaño. Sus líderes estaban metidos en ese conjunto y hacían de ello un gran negocio. Para los jerarcas era de vital importancia que Dios no fuera visto como incompatible con esta situación. En nombre de ese dios se llevaban a cabo aberrantes injusticias, de las que los sacerdotes del templo se estaban haciendo corresponsables.

         Los cristianos de las futuras generaciones reciben de Jesús el ejemplo de no hablar más de lo necesario, y de llamar a las cosas por su nombre ("al pan, pan y al vino, vino", como dice el refrán español). Todo comentario que pase de ahí y todo disimulo de la verdad será considerado pecaminoso. Y de ahí que Jesús sentencie: "Yo os digo: no juréis en absoluto".

         Hay que darle a la palabra todo su valor, sin necesidad de más aditamentos: que el sí sea sí y el no sea no, todo lo demás "procede del mal". Si la sociedad se construye en la verdad, la palabra basta. En una sociedad igualitaria se tratará por todos los medios de que las palabras sean el reflejo fiel de lo que haya dentro del corazón de cada persona. "Tú eres tu palabra", dice la sabiduría guaraní.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús sigue poniendo hoy en un platillo de la balanza lo dicho (en forma de mandato) a los antiguos y en el otro lo que él mismo dice, con el objetivo de dar plenitud a la ley:

"Sabéis que se mandó a los antiguos "no jurarás en falso" y "cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto. Ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey. Ni jures por su cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno".

         Jurar, según la definición clásica, es afirmar o negar algo poniendo a Dios por testigo. Con esta acción se pretende refrendar o dar más peso veritativo al propio testimonio, implicando a Dios en el mismo. Sin embargo, fuera de ciertos ámbitos públicos o judiciales, esta práctica puede convertirse fácilmente en un uso indebido del nombre de Dios.

         Pero la ley dice también: No tomarás el nombre de Dios en vano, pues invocar el nombre de Dios (¡te lo juro por Dios!) para incrementar la fuerza de un testimonio puede ser tomar ese nombre en vano.

         En este último caso, lo que prohibía la ley no era el juramento, sino el perjurio, o juramento en falso o con mentira. No se prohibía el juramento porque se invocase "sin razón suficiente" el nombre de Dios, sino porque se hacía contra la verdad, y a Dios se le estaba involucrando como testigo (y en cierto modo valedor) de una falsedad.

         En la base de este mandamiento, está aquel otro que dice: No mentirás ni darás falso testimonio. Perjurar es una modalidad del mentir, y jurar con mentira no es sólo faltar a la verdad en el testimonio, sino también denigrar a la autoridad invocada como testigo o garante. Si esta autoridad es Dios, se está haciendo claramente un uso indebido de su nombre.

         Para evitar todos estos abusos, asociados a la práctica del juramento, Jesús afirma con rotundidad: No juréis en absoluto. Es decir, no juréis no sólo por Dios, sino por el cielo, por la tierra o por Jerusalén, porque tales cosas están ligadas a Dios (el cielo como su trono, la tierra como estrado de sus pies, y Jerusalén como ciudad en la que reina). Ni tampoco por ti mismo, porque no puedes volver blanco o negro un solo pelo de tu cabeza (es decir, porque no tienes dominio sobre tu vida, ni de lo que aparentemente te pertenece a ti mismo).

         La responsabilidad de un testimonio, formulado afirmativa o negativamente, es únicamente del que testifica. Pretender asegurar la veracidad del mismo mediante la invocación por juramento de una autoridad asociada, viene a ser casi una indecencia. El peso de la prueba debe estar en el que la aporta.

         A vosotros os basta decir sí o no, nos recuerda Jesús, que añade: Lo que pasa de ahí, viene del Maligno, y eso enredará las cosas. Jesús invita a sus discípulos a hablar con verdad y simplicidad, limitándose a decir cuando es sí y a decir no cuando es no, sin más aditamentos ni juramentos añadidos, sino asumiendo enteramente la responsabilidad del propio testimonio.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 14/06/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A