9 de Marzo

Jueves II de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 9 marzo 2023

a) Jer 17, 5-10

           Las palabras de Jeremías que leemos hoy contienen 2 oráculos de estilo sapiencial. El 1º es un eco del salmo 1 (que hoy la liturgia presenta como salmo responsorial), y el 2º expresa la capacidad del hombre para engañarse y engañar.

           A mí me parece que estas palabras son como semáforos que nos van guiando por las intrincadas rutas de la vida. Pues hay oráculos rojos que nos dicen: "Alto, por aquí no vas a ningún sitio". Y hay oráculos verdes que nos dicen: "Adelante, camina sin miedo". En una sociedad tan poblada de mensajes contradictorios necesitamos la ayuda de estos semáforos sapienciales.

           Se trata, pues, de poner en solfa nuestro corazón, la cosa más traicionera y difícil de curar (pero la cosa más importante, pues del corazón brotará nuestro amor a Dios y el amor al prójimo). ¿En quién hemos puesto nuestro corazón? ¿Quién habita en él? Pues de la abundancia del corazón habla la boca.

           Nuestra propia experiencia del pecado ha inclinado muchas veces nuestro corazón más al mal que al bien. Y hemos abierto heridas que difícilmente pueden curarse, más dominados por nuestra concupiscencia que por la bondad (cuyo camino se nos hace demasiado arduo y difícil, y nos pide renunciar, incluso, a nosotros mismos).

           Por eso le hemos de pedir al Señor que sea él quien haga su obra de salvación en nosotros, pues sólo él puede realizar una nueva creación en nuestra vida. Él enviará a nuestros corazones su Espíritu, y entonces nos infundirá un corazón nuevo y un espíritu nuevo, y nuestra confianza estará colocada sólo en Dios (y no en cualquier otra persona, ni en ninguna otra cosa). Que Dios nos conceda esa gracia especialmente en este tiempo cuaresmal, en el que nos preparamos para celebrar la Pascua.

Gonzalo Fernández

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           Vivir poniendo la confianza y la seguridad de nuestra vida en el cuidado de Dios, nos convierte en un árbol plantado junto al agua (Jer) o al borde de una acequia (Sal 1), que echa raíces en época de estío y verdea en tiempos de sequía (Jer), y que da fruto en su sazón sin que se marchiten sus hojas (Sal 1) ni le aprese la inquietud.

           ¿Verdad que entran ganas de ser un árbol así? Porque en tiempos de luz y agua, en plenitud de fuerza y belleza, y cuando todo nos va bien en la vida, ¿qué dificultad hay para dar fruto? Ninguna.

           Lo impresionante de esta comparación es que ser árbol verde y dar fruto perenne no es un premio que se consigue a cambio de confiar en Dios, sino que es la misma confianza en él la que hace que nuestra vida reverdezca y no se deje llevar por la sequías inevitables, más o menos intensas. Y al revés, poner nuestra confianza en las propias fuerzas hace que nosotros seamos como un cardo en la estepa (Jer).

           Pero Jeremías va más allá de plantear un Dios que premia o castiga automáticamente, pues la Escritura también participa de una revelación progresiva y múltiple, y no hay una única manera de entender la forma que tiene Dios de actuar en la historia, y no son pocos los textos del AT en que se presenta a Dios como alguien que da a cada uno lo que se merece con su vida.

           Aun así, ya desde el principio de la Escritura, todas las tradiciones nos presentan a un Dios que, como comentábamos ya en las lecturas del lunes, no nos trata según nuestro pecado.

           Nuestra propia historia, leída como historia de salvación (oración personal, lectura pausada de la Palabra, encuentro con la comunidad eclesial, liturgia diaria...) es otro de los medios que el Espíritu de Dios tiene para recordarnos que cada uno podemos decidir de qué manera vivir. Y cuando no queremos escuchar, ni aunque resucitara un muerto se nos abriría el oído. De hecho, ni aunque el mismo Dios haya muerto y resucitado por mí, hay momentos en que me entero. Y así, voy marchando por la vida.

Rosa Ruiz

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           El profeta Jeremías nos ofrece hoy una meditación sapiencial muy parecida a la que oíamos en labios de Moisés el Jueves de Ceniza. ¿Quiénes son benditos y darán fruto? ¿Quiénes son malditos y quedarán estériles?

           Es maldito quien pone su confianza en la carne (lo humano, las propias fuerzas), y la comparación es expresiva: su vida será estéril, como un cardo raquítico en tierra seca. Y es bendito quien confía en Dios, pues ése sí dará fruto (como un árbol que crece junto al agua).

           La opción sucede en lo más profundo del corazón (un corazón que según Jeremías "es falso y está enfermo"). Los actos exteriores concretos son consecuencia de lo que hayamos decidido interiormente: si nos fiamos de nuestras fuerzas, o si nos fiamos de Dios.

           Esto lo dice Jeremías para el pueblo de Israel, siempre tentado de olvidar a Dios y poner su confianza en alianzas humanas, militares, económicas y políticas. Pero es un mensaje para todos nosotros, sobre todo en este tiempo en que el camino de la Pascua nos invita a reorientar nuestras vidas.

           La opción que nos proponía el profeta sigue siendo actual. Es también la que hemos rezado en el salmo de hoy, prolongación coherente de la 1ª lectura: "Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Será como árbol que da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas. Pero no serán así los impíos, no, pues serán paja que arrebata el viento".

           La cuaresma nos propone una gracia, un don de Dios. Pero nos anuncia también un juicio, pues al final ¿quién es el que ha acertado y tiene razón en sus opciones de vida? Tendríamos que aprender las lecciones que nos va dando la vida. Cuando hemos seguido el buen camino, somos mucho más felices y nuestra vida es fecunda. Cuando hemos desviado nuestra atención, y nos hemos dejado seducir por otros apoyos que no eran la voluntad de Dios, siempre hemos tenido que arrepentirnos. Y luego nos extrañamos de la falta de frutos en nuestra vida.

José Aldazábal

b) Lc 16, 19-25.27-31

           La Parábola del rico Epulón ("el que banquetea") y del pobre Lázaro ("el cubierto de pulgas") nos sitúa, esta vez en labios de Jesús, ante la misma encrucijada: ¿en qué ponemos nuestra confianza en esta vida?

           El rico la puso en sus riquezas y falló, pues en el momento de la verdad no le sirvieron de nada. El pobre no tuvo esas ventajas en vida, pero por lo visto confió en Dios y por eso se salvó. El rico del que habla Jesús no se dice que fuera injusto, ni que robara. Sencillamente, estaba demasiado lleno de sus riquezas, e ignoraba la existencia de Lázaro. Era insolidario, y no se daba cuenta de que en la vida hay otros valores más importantes que los que él apreciaba.

           También la parábola de Jesús nos interpela. No seremos seguramente de los que se enfrascan tan viciosamente en banquetes y bienes de este mundo como el Epulón. Pero todos tenemos ocasiones en que casi instintivamente buscamos el placer, el bienestar, los apoyos humanos. La escala de valores de Jesús es mucho más exigente que la que se suele aplicar en este mundo. A los que el mundo llama dichosos, no son precisamente a los que Jesús alaba. Y viceversa. Tenemos que hacer la opción.

           No es que Jesús condene las riquezas. Pero no son la finalidad de la vida. Además, están hechas para compartirlas. No podemos poner nuestra confianza en estos valores que el mundo ensalza. No son "los últimos". Más bien a veces nos cierran el corazón y no nos dejan ver la necesidad de los demás. Y cuando nos damos cuenta ya es tarde.

           ¿Estamos apegados a las cosas? ¿Tenemos tal instinto de posesión que nos cierra las entrañas y nos impide compartirlas con los demás? No se trata sólo de riquezas económicas. Tenemos otros dones, tal vez en abundancia, que otros no tienen, de orden espiritual o cultural. ¿Somos capaces de comunicarlos a otros? Hay muchos Lázaros a nuestra puerta. A lo mejor no necesitan dinero, pero sí atención y cariño.

           La cuaresma nos invita a que la caridad para con los demás sea concreta. Que sea caridad solidaria. Para que podamos oír al final la palabra alentadora de Jesús: "Tuve hambre y me diste de comer. Pues cuando lo hiciste con uno de ellos, lo hiciste conmigo".

José Aldazábal

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           El relato nos presenta un episodio donde se puede ver claramente una división de clase, típica en el tiempo de Jesús. Aunque el relato no es histórico, es fácil ver que esta parábola tiene sus raíces en la vida misma del pueblo. El 1º personaje del relato es un rico que disfruta de bienes excesivos (comida y vestidos), y el 2º es un pobre sumido en la peor de las miserias.

           El texto, con lenguaje escatológico, nos presenta el enfrentamiento final de estos dos individuos por separado y en su propia realidad, delante de Dios. No pretende decirnos el evangelista cómo será el juicio final ya que él como todos los cristianos desconoce el destino final de la historia. Pero sí pretende enseñar a la comunidad a la que se dirige el evangelio de Lucas cómo tenemos los cristianos que ir dando muestras de una transformación personal.

           Jesús vuelve a insistir: es necesario ir construyendo el Reino poniendo aquí y allá sus señales: la eternidad comienza ya, aquí y ahora, en esta realidad. Porque el Reino empieza a acontecer cuando se rompe la barrera del legalismo que castra y no produce vida y se logra vivir la misericordia.

           Este relato evangélico pretende formar la conciencia de la primitiva comunidad para una superación de las divisiones de la sociedad, donde el sistema económico favorezca a unos a costa de otros. La realidad cristiana, debe ser el testimonio en medio del mundo de que sí es posible un mundo donde todos vivamos como hermanos con la misma dignidad y donde todos compartamos los mismos bienes de la creación. No tenemos que esperar el juicio escatológico de Dios para empezar a cimentar nuestra sociedad con principios de igualdad y justicia.

           En varias ocasiones el papa ha insistido en que esta parábola ha de ser aplicada hoy día a las relaciones internacionales entre los países pobres y los países ricos.

Josep Rius

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           El evangelio de hoy nos presenta una parábola que nos descubre las realidades del hombre después de la muerte. Jesús nos habla del premio o del castigo que tendremos según cómo nos hayamos comportado. El contraste entre el rico y el pobre es muy fuerte. El lujo y la indiferencia del rico, frente a la situación patética de Lázaro, con los perros que le lamen las úlceras (Lc 16, 19-21). Todo tiene un gran realismo que hace que entremos en escena.

           Podemos pensar dónde estaría yo si fuera 1 de los 2 protagonistas de la parábola. Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que hemos de vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad.

           Hoy se nos presenta la necesidad de escuchar a Dios en esta vida, de convertirnos en ella y aprovechar el tiempo que él nos concede. Dios pide cuentas. En esta vida nos jugamos la vida. Jesús deja clara la existencia del infierno y describe algunas de sus características: la pena que sufren los sentidos ("que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama"; Lc 16,24) y su eternidad ("entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo"; Lc 16,26).

           San Gregorio Magno nos dice que "todas estas cosas se dicen para que nadie pueda excusarse a causa de su ignorancia". Hay que despojarse del hombre viejo y ser libre para poder amar al prójimo. Hay que responder al sufrimiento de los pobres, de los enfermos, o de los abandonados. Sería bueno que recordáramos esta parábola con frecuencia para que nos haga más responsables de nuestra vida. A todos nos llega el momento de la muerte. Y hay que estar siempre preparados, porque un día seremos juzgados.

Xavier Sobrevia

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           El rico anónimo (en este relato) o Epulón (en otras tradiciones) es la personificación de los que no se dejan interpelar por el otro, de los que cierran sus entrañas al dolor del otro. Y el pobre Lázaro, con nombre propio, es la persona por la cual Dios ha hecho una opción, y ante la cual nos tendremos que confrontar todos.

           La moraleja no es que "eso le pasa a los que no actúan como Dios", y de paso se aprovechan o son insensibles. No, porque no tiene nada que ver con el mensaje fundamental del texto. Pues de lo que trata la parábola es de abrir las entrañas y compartir con los pobres, que serán lo que tendrán un sitio junto a Dios. Esa es la enseñanza. De todas formas, recordemos con este motivo la canción del p. Zezinho: "Mejor harías cambiando por bondad y compasión, antes de que haya que hacerlo por la dura imposición".

Servicio Bíblico Latinoamericano