27 de Febrero
Lunes I de Cuaresma
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 27 febrero 2023
a) Lev 1, 1-2.11-18
En la 1ª lectura de hoy leemos cómo Dios dio al pueblo elegido un código de santidad y justicia: "Seréis santos porque yo, vuestro Dios, soy santo". Muchas prescripciones del AT siguen siendo válidas para nosotros, como las de esta lectura. Por ello, hemos de cumplirlas con mayor razón que los antiguos, desde la perfección y ayuda sobrenatural del NT.
En el AT el concepto de santidad es totalmente trascendente, único y distante, y no se puede llegar jamás a la santidad de Dios, pues él es el absolutamente Otro, separado y único. No obstante, nosotros sí podemos acercarnos algo más a él, e incluso tratar con él, ya que Cristo nos enseñó el camino y la forma de hacerlo: el amor. Pero un amor que no parte de nosotros, sino de él: "El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
Este amor se manifiesta en nuestras relaciones con los demás, como se indica la lectura de hoy del Levítico. Y eso sí es un signo de la santidad, procedente del mismo Dios, según relató el profeta Oseas: "No ejecutaré el ardor de mi cólera, porque yo soy Dios y no hombre; en medio de ti, Yo el Santo" (Os 11, 9). La tendencia a la santidad ha de ser, pues, nuestra tarea principal.
Como dice a este respecto San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones, I, 1). O como explica Casiano:
"Este debe ser nuestro principal objetivo y el designio constante de nuestro corazón; que nuestra alma esté continuamente unida a Dios y a las cosas divinas. Todo lo que se aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de tener en nosotros un lugar secundario, por el último de todos. Incluso hemos de considerarlo como un daño positivo" (Colaciones, I).
El Señor quiere que no sólo estemos atentos a su ley, sino que hagamos de ella nuestro alimento cotidiano, nuestra delicia. Y por ese camino alcanzaremos la santidad. Para esto, resulta utilísimo meditar el Salmo 18, que hoy presenta la liturgia:
"Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío".
Manuel Garrido
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En el libro del Levítico, Moisés presenta hoy al pueblo de Israel un código de santidad, para que pueda estar a la altura de Dios, que es el todo Santo.
En efecto, en el AT hay mandamientos que se refieren a Dios (no jurar en falso...), pero también los hay que insisten en la caridad y la justicia con los demás. La enumeración es larga, y afecta a aspectos de la vida que todavía siguen teniendo vigencia hoy: no robar, no engañar, no oprimir, no cometer injusticias en los juicios comprando a los jueces, no odiar, no guardar rencor. Sobre todo, hay 2 detalles concretos muy significativos: no maldecir al sordo (que no puede oír) ni poner tropiezos ante el ciego (que no puede ver).
La consigna final es bien positiva: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", ya que "Yo soy el Señor". Dios quiere que seamos santos como él, y que le honremos con las obras (y no sólo con los cantos o las palabras). El salmo de hoy nos hace profundizar en esta clave: "Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón".
José Aldazábal
b) Mt 25, 31-46
Esta página casi final del evangelio de Mateo es sorprendente. Jesús mismo pone en labios de los protagonistas de su parábola, tanto buenos como malos, unas palabras de extrañeza: "¿Cuándo te vimos enfermo y fuimos a verte? ¿cuándo te vimos con hambre y no te asistimos?". Resulta que Cristo estaba durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos: el mismo Jesús que en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras y el juez que evalúa nuestra actuación.
Para la caridad que debemos tener hacia el prójimo Jesús da este motivo: él mismo se identifica con las personas que encontramos en nuestro camino. Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean. Es una de las páginas más incómodas de todo el evangelio. Una página que se entiende demasiado. Y nosotros ya no podremos poner cara de extrañados o aducir que no lo sabíamos: ya nos lo ha avisado él.
Desde los primeros compases del camino cuaresmal, se nos pone delante el compromiso del amor fraterno como la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo. Es un programa exigente. Tenemos que amar a nuestro prójimo: a nuestros familiares, a los que trabajan con nosotros, a los miembros de nuestra comunidad religiosa o parroquial, sobre todo a los más pobres y necesitados.
Si la la 1ª lectura de hoy nos ponía una medida fuerte (amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos), el evangelio nos lo motiva de un modo todavía más serio: "Cada vez que lo hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis; cada vez que no lo hicisteis con uno de ellos, tampoco lo hicisteis conmigo". Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo.
Si la 1ª lectura urgía a no cometer injusticias o a no hacer mal al prójimo, el evangelio va más allá: no se trata de no dañar, sino de hacer el bien. Ahora serán los pecados de omisión los que cuenten. El examen no será sobre si hemos robado, sino sobre si hemos visitado y atendido al enfermo. Se trata de un nivel de exigencia bastante mayor. Se nos decía: no odies. Ahora se nos dice: ayuda al que pasa hambre. Alguien ha dicho que tener un enfermo en casa es como tener el sagrario: pero entonces debe haber muchos "sagrarios abandonados".
Será la manera de preparar la Pascua de este año: "Anhelar año tras año la solemnidad de la Pascua, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno" (prefacio I de Cuaresma). Será también la manera de prepararnos a sacar buena nota en ese examen final. Como bien expresó San Juan de la Cruz, "al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor": si hemos dado de comer, si hemos visitado al que estaba solo... Al final resultará que eso era lo único importante.
José Aldazábal
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"Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo". Hoy nos recuerda el evangelio el Juicio Final, haciéndonos presente que dar de comer, beber, vestir... resultan obras de amor para un cristiano, cuando al hacerlas se sabe ver en ellas al mismo Cristo.
A este respecto, dice San Juan de la Cruz: "Aprende a amar a Dios como Dios quiere ser amado, y deja tu propia condición". Pues no hacer una cosa que hay que hacer (en servicio de los otros y de los nuestros) supone dejar a Cristo sin estos detalles de amor, debido a nuestros pecados de omisión. También el Concilio II Vaticano, en su Gaudium et Spes, explica las exigencias de la caridad cristiana, que da sentido a la llamada asistencia social:
"En nuestra época urge especialmente la obligación de hacernos prójimo de cualquier hombre que sea, y de servirlo con afecto, ya se trate de un anciano abandonado por todos, o de un niño nacido de ilegítima unión que se ve expuesto a pagar sin razón el pecado que él no ha cometido, o del hambriento que apela a nuestra conciencia. Y no olvidar nunca la memoria las palabras del Señor: Cuanto hicísteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis".
Recordemos que Cristo vive en los cristianos, y que también nos dijo "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Y que respecto al Juicio Final, el Concilio IV de Letrán declaró como verdad de fe que "Jesucristo ha de venir para juzgar a vivos y muertos, y para dar a cada uno según sus obras, tanto a los reprobados como a los elegidos. Los que hayan hecho obras malas irán con el diablo al castigo eterno, y los que hayan hecho obras buenas irán con Cristo a la gloria eterna".
Joaquim Monrós
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El pasaje del evangelio de hoy está narrado en forma de parábola. Y mediante un lenguaje pastoril (propio de aquel tiempo) nos describe el criterio que Jesús vino a establecer, en nombre de Dios su Padre, como guía para nuestra vida y juicio para nuestra conciencia. Una vez más, Jesús establece el amor y la preocupación por el hermano necesitado, como norma suprema de conducta. Los requisitos para acceder a la vida eterna pasan necesariamente por la participación en el proyecto de humanización que Dios nos propone.
Y ese proyecto, o ese camino de humanización, consiste (como mostró Jesús en su palabra y en sus hechos) en la entrega de la propia vida en favor de los hermanos, especialmente de los que más lo necesitan y de los que son víctimas del desamor.
La parábola, en toda su solemnidad y pretensión de universalidad (el Juicio de las Naciones) trata de expresar un principio también solemne y universal: el camino de la salvación pasa obligadamente por el hermano necesitado. O lo que es lo mismo: "El pobre es el único sacramento necesario y universal de salvación". No hay ningún otro mayor sacramento, ni universal ni necesario, para la salvación.
El evangelista transmite así, a la gente de su tiempo, una narración viva, para que comprenda qué hechos va a tener en cuenta Dios con todo aquel que desee participar en la construcción del Reino. Lo que realmente plantea la parábola no es tanto la vida del más allá, cuanto el camino que en el más acá debemos seguir para llevar a plenitud y salvar nuestra vida. Ese camino es precisamente el hermano, el hermano que pasa hambre, que tiene sed, que anda desnudo, o está preso, que ha caído enfermo...
La letanía que ofrece la parábola de hoy, lógicamente, ha de ser alargada a la situación de cada momento histórico: ¿cuáles son hoy las formas modernas de pasar hambre, tener sed, estar desnudo? ¿Cuáles son hoy las enfermedades modernas y las prisiones nuevas que dejan al ser humano más postrado? Pues todas esas hay que entenderlas incluidas en la parábola de Mateo. Sólo entrando en comunión con el empobrecido, atendiéndolo cada vez que sea necesario y evitando toda injusticia, se tiene acceso a la salvación, que empieza a construirse en esta vida.
La vida cristiana requerirá entonces un serio compromiso que nos lleve a elaborar y a ejecutar proyectos que estén en concordancia con la comunión que pide Jesús para con el oprimido. La calidad humana de la gente que vaya a ejecutar tales programas será premiada de acuerdo al compromiso que establezcan con el hermano.
Servicio Bíblico Latinoamericano