24 de Enero

Martes III Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 enero 2023

a) Heb 10, 1-10

         La Antigua Alianza fue sólo una sombra de los bienes definitivos, y se convirtió en absolutamente incapaz de conducir a su perfección a los que se acercaban para ofrecer sus sacrificios. La historia de las religiones, como la historia del pueblo hebreo, es una emocionante aventura de los hombres que buscan a Dios. Pero sólo logra obtener de ella meras sombras o "esbozos de Dios". No son de despreciar todas esas tentativas, pero no hay que quedarse ya en ellas, pues Cristo ha venido y es el único capaz de "conducirnos a la felicidad perfecta".

         Es imposible, en efecto, que sangre de animales borre el pecado. Y todas las religiones del pasado, y algunas del presente, siguen manteniendo esa práctica, "sacrificando animales" como símbolo de sumisión a Dios.

         La sangre es portadora de vida, está claro, y es lo más íntimo que el hombre puede ofrecer. Pero de ahí a considerarlo algo sagrado parece algo exagerado, incluso rayante de lo mágico. Porque la primacía en lo espiritual no la tiene lo ofrecido ni las formas de hacerlo, sino el gesto e intención interior. De lo contrario, se estaría intentando forzar a Dios a que actúe como nosotros queremos, en una especie de regateo.

         Los profetas de Israel habían denunciado a menudo la inutilidad e ineficacia de los sacrificios de animales, faltos de sinceridad interior (Is 1,11; Os 6,6; Am 5,21; Jer 6,20). Y el Salmo 40,7 había recalcado esa misma idea: a Dios no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del hombre que, en su vida, trata de serle fiel y obedecerle. El verdadero culto está en ofrecer la propia vida, y si es cada día (y no una vez al año) mejor.

         Por eso, al entrar en este mundo Cristo, dice: "Tú no quieres sacrificio ni oblación, y por eso me has dado un cuerpo". Comencemos por notar lo que aquí se nos revela, pues los salmos son la oración de Jesús. En 1º lugar porque Jesús rezó esas palabras algún día. En 2º lugar porque ciertos pasajes (como éste, en particular) debieron encontrar en la oración de Jesús una resonancia especial. Y en 3º lugar porque como Verbo eterno de Dios, antes mismo de encarnarse (y de tener labios humanos para pronunciarlas), esas palabras de los salmos habían sido inspiradas por él. De tal modo que el Hijo de Dios "entró en el mundo" para eso,  para cumplir lo que él mismo había inspirado al salmista del Salmo 40.

         Entonces dije: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad". Se trata de una de las más bellas plegarias de la escritura, que pueden ser repetidas incansablemente. Como vemos, la presencia de Jesucristo llena todo el AT. Y nadie mejor que él es, pues, el que puede abrogar, y hacer nuevo, lo que él inspiró en el pasado. Esa es la clave de todo: la voluntad de Dios, con cuyo sometimiento nos santificamos, y no a través del sometimiento de animales. Esa el la clave: que Cristo vino al mundo, y ofreció su vida por el mundo entero, en perfecto sometimiento a la voluntad del Padre.

Noel Quesson

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         Una vez más, la Carta a los Hebreos afirma que las instituciones del AT eran una sombra y una promesa, que en Cristo Jesús han tenido su cumplimiento y su verdad total. Los sacrificios de antes no eran eficaces, porque "es imposible que la sangre de los animales borre los pecados". Por eso tenían que irse repitiendo año tras año. Esto es lo que pasaba en Israel, y la forma en que los hebreos intentaban acercarse y tener propicio a Dios.

         Pero Cristo Jesús no ofreció animales, sino que se ofreció a sí mismo en sacrificio. El Salmo 39 lo describe bellamente: "Tú no quieres sacrificios ni holocaustos; aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad". Se trata del verdadero retrato de Jesucristo, y la actitud que mantuvo a lo largo de su vida y de su muerte. Por esta entrega de Cristo, de una vez para siempre, "todos quedamos santificados".

         No es que Dios quisiera la muerte de su Hijo. Pero sí entraba en sus planes salvarnos por el camino de la solidaridad radical de su Hijo con la humanidad, y esta solidaridad le condujo hasta la muerte. También nosotros deberíamos distinguir entre estas 2 clases de sacrificios: ofrecer a Dios algo (como puede ser dinero, velas o estatuas), o bien ofrecernos nosotros mismos (nuestra persona, obediencia y vida).

         En nuestra celebración de la eucaristía es bueno que nos acostumbremos a aportar al sacrificio de Cristo (único y definitivo), nuestra pequeña ofrenda existencial (nuestros esfuerzos, nuestro dolor o éxitos...). O como dicen las 3 plegarias eucarísticas para niños, decir "acéptanos a nosotros, juntamente con él", para que "te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro, y junto con él nos ofrezcamos a ti", pidiendo que "nos recibas a nosotros con tu Hijo querido". Para que ya desde niños aprendamos a ofrecernos por la salvación del mundo, como hizo Jesús.

         Esta entrega personal es la que Cristo nos ha enseñado. El sacrificio externo y ritual sólo tiene sentido si va unido al personal y existencial. El sacrificio ritual es más fácil y puntual, mientras que el sacrificio personal nos compromete en profundidad, y en todos los instantes de nuestra vida.

José Aldazábal

b) Mc 3, 31-35