2 de Febrero

Jueves IV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 febrero 2023

a) Heb 12, 18-19.21-24

         Cuando habéis ido hacia Dios, nos dice hoy la Carta a los Hebreos, "no os habéis acercado a ninguna realidad sensible, como el monte Sinaí". Ni a un fuego ardiendo, ni a la oscuridad, tinieblas o tormentas, ni al estrépito de la trompeta ni al clamor de palabras, pronunciadas por aquella voz que suplicaron los que lo oyeron no se les hablara más. De hecho, tan espantoso debió ser aquel espectáculo del monte Sinaí, que el mismo Moisés dijo: "Espantado y temblando estoy".

         Y es que a esos hebreos (judíos convertidos al cristianismo), tentados de volver atrás, el autor de Hebreos les mostrará la superioridad de la nueva fe cristiana. Pues el Sinaí no era sino el símbolo del terror sagrado, con fenómenos espantosos que reforzaban cierta idea de Dios (la mayoría de las religiones naturales), de un Dios terrible que infunde miedo.

         Y frente a esa realidad del AT, "vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión". Comparándolo al Sinaí (montaña alta y desértica), el Sión es sólo una humilde colina que no puede amedrentar a nadie. ¿Sigo teniendo miedo de Dios aun después que se humilló hasta nosotros? (Fil 2, 8; Heb 2, 9).

         "Os habéis acercado a la ciudad de Dios vivo, a la Jerusalén celestial". En comparación al desierto, lugar de inseguridad y de soledad (y el desierto del Sinaí es de los más terribles), una villa rodeada de murallas, o cualquier ciudad, es el símbolo de la seguridad, y de la vida en una comunidad. Pues bien, dice Hebreos, la Iglesia el la "ciudad de Dios vivo", es una comunidad fraterna en la que se vive familiarmente con Dios. ¿Es así como veo yo a la Iglesia?

         "Os habéis acercado a millares de ángeles reunidos en asamblea festiva, y a la reunión de los primogénitos cuyos nombres están inscritos en el cielo". El término asamblea traduce aquí el término griego ecclesia. ¿Es verdaderamente la Iglesia esa comunidad festiva? ¿Es algo nuevo respecto al temor aterrador del Sinaí? ¿Tengo yo la seguridad de que mi nombre está escrito en el cielo? Mi nombre escrito en el corazón del Padre. Jesús pedía a sus amigos que se alegraran de ello: "Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" (Lc 10, 20). ¡Cuán grande ha de ser nuestra confianza!

         "Os habéis acercado a Dios, juez universal; y a los espíritus de los justos, llegados ya a la perfección". El autor, naturalmente, quiere espiritualizar la esperanza de los cristianos, y por ello resalta que nada hay material en todo esto. Pues se trata de una Iglesia que no se reúne alrededor de una montaña, o ni siquiera de un templo, sino en torno a Dios, y a las "almas de los justos".

         "Os habéis acercado a Jesús, mediador de una nueva Alianza, y a la aspersión de su sangre derramada por los hombres". La comunidad fraterna y confiada de los cristianos se reúne en asamblea festiva, finalmente, en torno a Jesús resucitado. Y de ahí obtiene la confianza de saberse amados y salvados, pues él derramó su sangre por nosotros. La sangre de Jesús habla, nos comunica su amor infinito, nos habla de la voluntad de salvación de Dios, y nos dice hasta donde Dios quiere llegar.

Noel Quesson

*  *  *

         La Carta a los Hebreos sigue comparando las instituciones del AT (que sus lectores parece que añoraban) con las del NT, que en Cristo Jesús han encontrado plenitud de sentido y superan en mucho a las antiguas, y por tanto deberían estimular a una fe más firme y constante.

         Aquí la comparación se refiere al acontecimiento de la primera Alianza, que debió ser espectacular (con fuego, nubarrones y estrépito de trompetas, en el adusto monte Sinaí) y que fue dictada bajo el signo del miedo, por parte del pueblo y hasta del mismo Moisés.

         Ahora, la nueva y definitiva Alianza, en Cristo Jesús, se describe mucho más amable. Será sellada en el monte Sión (más cercano y accesible), con ángeles y multitud de creyentes que han alcanzado ya la salvación (y gozan en el cielo) y con un Dios justo cuyo mediador, Jesús, nos ha purificado con su sangre. Todo ello hace que miremos a la Nueva Alianza con confianza, y no con miedo. ¿Estamos todavía nosotros bajo la ley del miedo, o bajo la ley de la confianza y del amor?

         El amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús y la Alianza que él ha sellado por todos nosotros, no son ciertamente una invitación a la superficialidad y la dejadez: nos comprometen radicalmente. No hay nada más exigente que el amor.

         Pero nos envuelven en una atmósfera de confianza, con la actitud de los hijos que se encuentran en casa de su Padre, acompañados de los bienaventurados (la Virgen, y los santos y ángeles) y el mediador (Jesucristo), y delante de Dios, que es Juez pero también Padre. La Nueva Alianza en que vivimos nos debería llenar de alegría por pertenecer a una comunidad que es congregada por el Espíritu de Dios, en torno a Cristo. Pero a partir de ahora el lugar de la Alianza no es ya un monte, sino la persona misma del Señor Resucitado.

         En la oración penitencial más repetida del mundo, el Yo Confieso, invocamos a Dios y a la comunidad que nos rodea ("vosotros, hermanos"), a la Virgen María, a los ángeles y los santos, para que intercedan por nosotros ante Dios. No estamos solos en nuestro camino de fe, y también esos hermanos están interesados en nuestra conversión a Dios.

         Cuando el Catecismo de la Iglesia se plantea "¿quién celebra la liturgia?", responde con una visión de la comunidad celestial, en torno a Dios y al Cordero, como un río de agua viva (que es el Espíritu Santo), y una multitud incontable de salvados por la Pascua de Cristo (CIC, 1137-1139). Esta es la Alianza a la que pertenecemos. Una visión llena de optimismo, una asamblea donde "la celebración es enteramente comunión y fiesta" (CIC, 1136), y a la que ya nos unimos ahora en nuestra celebración.

José Aldazábal

b) Mc 6, 7-13