5 de Junio

Lunes IX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 5 junio 2023

a) Tob 1, 1-2; 2, 1-9

         Tras una introducción general (vv.1-2), se nos ofrece hoy en la 1ª lectura un resumen de toda la vida de Tobías padre (no de Tobías hijo, que saldrá más adelante) a través de 2 grandes cuadros: 1º Tobías en su patria, antes del exilio (vv.4-9) y 2º Tobías en Asiria, durante el exilio (vv.10-22). Como es habitual en el estilo bíblico, también aquí se comienza por presentar la genealogía de Tobías, como señal clara de que toda su ascendencia está bajo la protección de Dios.

         En el v. 3, y como tónica de la vida de Tobías, se nos dice: "Yo, Tobías, procedí toda mi vida con sinceridad y honradez" (Sal 119, 30-32), es decir, imitando la manera de obrar del Dios compasivo y misericordioso para con el hombre. Es evidente que Tobías exagera cuando afirma que "muchas veces era yo el único que iba a Jerusalén" (v.6). Pero lo que quiere el autor es simplemente subrayar la constancia y la fidelidad ejemplar de su personaje. En esta misma línea se menciona la generosidad del héroe de la narración para con el templo (vv.6-8).

         Todo ello tiende a convencer al lector de la ejemplaridad de Tobías y a presentar a éste como un modelo que se debe imitar. Tal ejemplaridad se manifiesta en las obras. El modelo que nos presenta el libro de Tobías es, pues, bastante distinto del que nos ofrece el Salmo 119: Tobías no pasa la noche y el día meditando las profundidades y la belleza de la revelación de Dios contenida en la ley.

         El autor de Tobías ha dado un paso importante: cuando se conoce lo que prescribe la ley, es preciso actuar. Una acción inmediata, sencilla y sin pretensiones en favor de los más olvidados: los pobres, los deportados... Una acción que no espera a que cambien las estructuras para actuar... Tobías, a pesar de la estricta prohibición real, enterraba a escondidas los cuerpos de sus hermanos de raza, abandonados a la intemperie, en plazas y calles (Tb 1,17-20; 2,3); con ello imitaba el modo de actuar de Dios, compasivo y misericordioso.

         Tras exponer las eminentes virtudes de Tobías, el autor nos introduce en el gran misterio de su prueba. Como ocurre en el libro de Job, también aquí nos encontramos ante uno de los problemas más inescrutables de todo el AT: el sufrimiento del justo. Tobías había perdido todos sus bienes, y su mujer y su hijo (lo único que le quedaba) estaban en la cárcel (Tb 2, 1).

         A pesar de todo, Tobías se comporta durante el destierro con la fidelidad de siempre. Da prueba de su gran misericordia compartiendo sus suculentos platos con los pobres. Más aún, enterado por su hijo de que hay un muerto en la plaza, se levanta rápidamente y se apresura a enterrarlo. Tras realizar esta obra, se lava, pues la ley manda purificarse cuando se ha tocado un muerto (Nm 19, 11-20). Para colmo de males, después de esta buena acción viene la gran prueba: la ceguera. Su mujer, uniéndose a los vecinos que se burlaban de él, lo insulta como en el libro de Job: ¿dónde están tus buenas obras? (Tb 2, 14). Lo mismo aquí que en el libro de Job, las frases más blasfemas aparecen en labios de las mujeres.

         ¿Debemos buscar la razón de tal hecho en las primeras páginas del Génesis, donde se nos narra que el mal entró en el mundo por culpa de ellas? En algunos libros de la Biblia se descubre cierta actitud de misoginia, por otra parte bastante explicable si se tienen en cuenta las discriminaciones de que la mujer era objeto en la sociedad de la época.

         "¿Dónde están tus limosnas y tus buenas obras? Ya ves lo que te pasa" (Tb 2, 14). A los ojos del autor, estas palabras son tan blasfemas que se ve forzado a ponerlas en los labios más excusables, ya que son, según lo que le enseña la cultura del entorno, los más débiles y volubles. En realidad, se trata de blasfemias que oímos a diario, y cuyas salpicaduras nos alcanzan. Nos basta defendernos con las palabras que el Señor nos ha enseñado en la revelación definitiva del NT: "No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal".

José O'Callaghan

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         El libro de Tobías, escrito en el s. VII a.C, es una especie de novela edificante. El narrador, un artista en el arte del relato concreto (lleno de vivacidad y de encanto), quiere presentarnos a un creyente que se mantiene firme en medio de las peores dificultades y al que finalmente Dios colma de felicidad.

         Tobías, judío de la tribu de Neftalí, había sido deportado durante el reinado de Salmanasar V Asiria. Y el 1º problema que encontró durante su exilio en Asiria fue el sentimiento de desarraigo, en ínfima minoridad respecto a los pueblos extraños con que se veía mezclado, con el riesgo de perder ante ellos su propia identidad y fe. Por eso, su propósito 1º fue el de resistir, continuando el camino comenzado aun cuando se presentasen muchas encrucijadas. Ven, Señor, a guiarnos en las opciones que se presenten en nuestro camino.

         Un día de fiesta del Señor, estando preparada una buena comida en casa de Tobías, dijo éste a su hijo (también Tobías): "Ve a buscar, entre nuestros hermanos deportados, a algún indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros". Para cualquiera que no puede practicar normalmente el culto, porque no tiene ni sinagoga ni Templo, su fidelidad a Dios se expresa por unos gestos humanos muy sencillos. En este caso, Tobías decide invitar a unos pobres, que no tienen los medios de festejarla.

         El hijo de Tobías vuelve a casa y cuenta a su padre que un hijo de Israel yace estrangulado en la calle. Tobías se levantó al punto y sin probar la comida se fue donde el cadáver. Lo abrazó y lo llevó a escondidas a su casa para enterrarlo, una vez puesto el sol. He ahí el drama, que interrumpe la fiesta preparada.

         Tobías sabe aceptar lo imprevisto de la fe, la aventura arriesgada por Dios. Sabe que los deportados no tienen el derecho de enterrar a sus muertos. Pero Dios lo manda. Todos sus vecinos lo criticaban: "Ya has sido condenado a muerte por ese motivo y ¿vuelves de nuevo a enterrar a los muertos?".

         Pero Tobías era más temeroso de Dios que del rey. Qué lección de Tobías: ser capaz de resistir, incluso a contracorriente de todo un entorno, donde en ciertos casos lo que está en juego es grave. No siendo testarudo, sino sólidamente responsable de nuestras propias opciones. Es la alegría de actuar según la propia conciencia, bajo la mirada de Dios.

Noel Quesson

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         En la 1ª lectura de hoy se nos propone de ejemplo el coraje y valor de Tobías. Un vocablo (coraje) que alude a la fortaleza interior, y en el caso de Tobías también a la compasión (por su gran sensibilidad). Aparentemente, estas 2 virtudes se contraponen, y habrá quien piense que se contradicen. Pero el texto y su contexto están ahí, para demostrarnos que no es así. Tobías es un hombre lleno de coraje y de compasión.

         Tobías muestra coraje y valor a la hora de desobedecer las leyes injustas (la de no poder enterrar a los muertos). No todas las leyes son buenas, ni las hace buenas el solo hecho de ser promulgadas por la autoridad competente. Tobías nos muestra que saber desobedecer es un acto de valentía y de coraje. Cosa que necesitamos, por ejemplo, cuando las leyes nuestras consideran como lícito lo que es un crimen. Pensemos en el caso del aborto, que es un asesinato por mucho que se despenalice en muchas partes del mundo.

         Pero Tobías es también un hombre compasivo, y sabe incluso posponer sus alegrías justas y naturales (como la cena de familia) por buscar a quién servir. No se encierra en su placer, sino que habla con palabras que son un verdadero desafío para nuestro modo usual de pensar: "Hijo mío, ve y cuando encuentres a un pobre de entre los hermanos nuestros. Anda, hijo mío, te espero hasta que regreses".

         Aquí hay misericordia y solidaridad, y un tremendo dominio de sí mismo. Unas virtudes que necesitamos todos, pero especialmente entre las personas que disfrutan de una vida cómoda y desahogada y se ven asediados por la tentación a cerrarse en su deleite. Sea bienvenido, pues, Tobías, para enseñarnos a salir de nosotros mismos.

Nelson Medina

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         Esta semana leemos el libro de Tobías (o Tobit), un relato edificante que es contado con viveza y colorido. Sobre el trasfondo histórico del Destierro de Asiria de los israelitas (ca. 721 a.C), se dibuja la historia de 2 familias, la de Tobías y la de Sara. Una en Nínive (hoy Irak) y otra en Ecbatana (hoy Irán), ambas piadosas y llenas de dificultades, y que reciben a su tiempo la ayuda de Dios.

         El escrito tiene una clara intención pedagógica: exhortar a mantenerse fieles a la Alianza de Dios, en medio de una sociedad pagana. Sobre todo quiere que aprecien los valores de la oración, la limosna y el ayuno, que nos atraen las bendiciones de Dios.

         Hoy el protagonista de la lectura es Tobías padre. Un judío que antes del destierro era una buena persona, un creyente de corazón, y lo sigue siendo también en el destierro, rodeado de una sociedad pagana. Por ejemplo, muestra su buen corazón y su valentía enterrando a los muertos que quedan abandonados por la calle, a pesar de la prohibición de la ley y del poco apoyo de sus vecinos.

         En medio de un mundo como el actual, que no respira precisamente en cristiano, tenemos nosotros ocasión de mostrar si nuestra fe es meramente rutinaria o tiene raíces convencidas.

         No se tratará de enterrar a muertos abandonados. Pero sí de otras actitudes equivalentes en las que se muestra el buen corazón y el deseo de ayudar a los demás, porque siempre hay ocasiones en que podemos echar una mano y ayudar a quien lo necesita. Un cristiano, como Tobías en su ambiente, debe ser signo de Dios y de su proyecto de vida, aunque esto le exija valentía y comporte riesgos y tenga que luchar, entre otras cosas, contra la indiferencia o la mala interpretación de los más allegados. Ojalá se pudiera decir de nosotros, con las palabras del salmo responsorial de hoy, "dichoso quien teme al Señor", porque "en las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo".

José Aldazábal

b) Mc 12, 1-12