9 de Junio

Viernes IX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 9 junio 2023

a) Tob 11, 5-18

         La 1ª lectura de hoy narra el retorno de Tobías a su casa y la curación de la ceguera de su padre. La narración empieza con una delicada contraposición entre la angustia de los padres de Tobías y la intención, por parte de los suegros, de que el joven permaneciera en casa. Las escenas de la despedida están inspiradas, literariamente, en la perícopa de Gn 24,54-61.

         En los vv. 11-13 se puede descubrir el deseo de los israelitas de ver asegurada la descendencia. Son delicados y generosos los consejos a Sara para que honre a sus suegros, porque desde aquel momento serán ya sus padres. Nuevamente, la bendición dirigida a Dios en labios de Tobías como testimonio conclusivo de todos los bienes recibidos en el hogar de Raguel. La escena en que la madre aparece sentada esperando la vuelta del hijo tiene un sabor muy bíblico. Recuerda la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 20). Al fin y al cabo, la felicidad de los padres siempre depende de los hijos, porque están unidos a ellos por amor. Amar es hacerse vulnerable, es estar siempre al alcance del amado.

         De acuerdo con los preceptos del ángel, Tobías ungió con la hiel los ojos de su padre Tobías; cayeron las escamas, y Tobías volvió a ver. Este reencuentro de Tobías con su hijo es evidentemente el punto culminante de la narración. Dios no abandona a los justos. La prueba se transforma en bendición. De hecho ahora Tobías recupera mucho más de lo que había perdido.

         La lectura acaba con la gozosa bendición de Tobías tras haber recobrado la vista. En esta bendición alaba al Señor de la misma forma que en los pasajes anteriores. Tobías tiene muchos motivos para alabar a Dios. Todas las páginas del libro están impregnadas de la convicción de que la providencia del Señor gobierna todo. El Señor nunca abandona a los justos. Por eso Tobías puede decir: "Bendito sea Dios, bendito su gran nombre..., porque si antes me castigó, ahora veo a mi hijo Tobías" (v.14). Es un final que, con mucha más razón que las purificaciones exigidas por los cánones de la tragedia griega, deja al alma convencida de que Dios es, sobre todo, un padre que ama.

José O'Callaghan

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         Una vez terminadas las ceremonias de su matrimonio, Tobías y Sara se ponen en camino hacia la casa del viejo Tobías. Apenas llega, el joven Tobías aplica la medicina de Rafael a los ojos de su padre y éste recupera la vista (vv.11-13) e inmediatamente da gracias a Dios por su bondad (vv.14-17).

         El libro de Tobías es la historia simbólica de las familias judías en el exilio de Asiria (s. VII a.C), en la que de estar sumergidos en las tinieblas pasan a descubrir que los ojos del corazón son los únicos capaces de permanecer siempre alerta. Un colirio misterioso devuelve la luz a los ojos enfermos (Ap 3, 18) y les permite enfocar los acontecimientos al estilo de Dios y no ya al estilo miope de los hombres. Los judíos de aquel entonces sentían tal devoción a los ángeles que no podían comprender la curación de Tobías sino mediante la intervención de Rafael, cuya mediación sirve a veces de pantalla a la presencia actuante de Dios.

         Para un hebreo la luz designaba fundamentalmente felicidad, y al igual que la vida estaba considerada como un don de Dios, con dimensión de alianza. Dios es la luz de su pueblo porque le ama y espera de él fidelidad en correspondencia. Pero al hombre es pecador y la conciencia del pecado es el reino de las tinieblas o de la infelicidad. Dios espera, por tanto, su conversión, para otorgarle definitivamente la luz.

         A medida que se van ampliando los ángulos de sus puntos de vista respecto a la retribución temporal, Israel toma conciencia de que la luz no es sólo un bien material. Lo esencial está situado a un nivel más interno: lo que tiene que iluminarse es el corazón del hombre para que pueda estructurarse la felicidad requerida, y es él el que debe rechazar el pecado. Pero no lo consigue sino en la medida en que Dios le ofrece su claridad. El Padre ha hecho ya que Jesús pasara de las tinieblas a la gloria y todos cuantos sigan las huellas de Cristo conseguirán esa misma iluminación (Jn 8, 12).

Maertens-Frisque

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         Leemos hoy la escena del retorno de Tobías hijo a la casa de su padre (Tobías padre), después de su largo viaje para casarse y con algunos detalles que posiblemente fuesen utilizados por el mismo Jesús para su Parábola del Hijo Pródigo.

         En 1º lugar, se nos dice que Ana (madre de Tobías) iba a sentarse todos los días al borde del camino, sobre una altura desde donde podía ver a lo lejos. Y en cuanto divisó a su hijo, salió corriendo a anunciarlo a su marido. La mujer de Tobías, la que antaño injuriaba a su marido, participa ahora con él de la espera febril del hijo. ¡Todo está bien si acaba bien!, pues es el tiempo el que muchas veces arregla las cosas. "Vale más así", podríamos decir a forma de resumir este optimista libro.

         Entonces, al ángel Rafael dijo al joven Tobías: "En cuanto entres en tu casa, adora al Señor tu Dios. Y tras darle gracias, acércate a tu padre y abrázalo". Lejos de tratarse de una serie de prácticas formalistas, esta oración enseña la maravillosa disposición permanente que ha de anidar en nosotros: la acción de gracias, sea cual sea el propósito. ¡Gracias, Dios mío, bendito seas!

         Entonces el perro que los había acompañado en el viaje se adelantó corriendo, y llegó como mensajero meneando la cola, en señal de alegría. El padre ciego se levantó, echó a correr, tropezó, tomó la mano de un niño para alcanzar a su hijo, lo abrazó, lo besó (lo mismo que a su mujer) y todos lloraron de alegría. El texto pertenece al gran arte narrativo, con su sentido del detalle concreto bien observado. Es, sencillamente, muy humano.

         Cuando hubieron adorado a Dios y dado gracias, se sentaron. Entonces Tobías hijo tomó la hiel del pez y frotó con ella los ojos de su padre, y éste recobró la vista. Y todos glorificaron a Dios: él, su mujer y todos sus conocidos. El viejo Tobías decía: "Yo te bendigo, Señor, porque me has afligido y me has salvado". ¿Es la bendición, y el dar gracias a Dios, el clima habitual de mi vida? ¿O acaso en mi felicidad, mis alegrías o mis éxitos, me olvido de Dios?

Noel Quesson

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         La historia se acerca a su fin. Naturalmente, no la escuchamos entera, y no estaría mal que aprovecháramos para leerla íntegra en la Biblia, porque tiene otros muchos matices interesantes. El final va a ser de color rosa, como corresponde a la novela edificante que es el libro de Tobías.

         Esta vez es la esposa de Tobías padre, Ana, la que ve desde lejos la vuelta del hijo y la va a anunciar gozosamente a su esposo (la explosión del otro día se ve que fue pasajera). El final feliz es completo: vuelve el hijo, casado con Sara; ha cumplido el encargo del cobro de la suma prestada; el padre le sale al encuentro, con tropiezo incluido; el hijo trae una medicina, la hiel del pez, que cura la ceguera del padre; todos son abrazos y besos, pero también oración de acción de gracias a Dios; no falta tampoco el detalle del perro que mueve alegremente la cola participando de la alegría general.

         No está mal que aprendamos la lección de este relato edificante: Dios no deja sin premio la fe y la conducta leal de las dos familias, de Tobías y Sara, o la nuestra. Nuestra oración nunca deja de subir a su presencia. Nuestros esfuerzos por vivir honradamente como personas y como cristianos nunca quedarán sin recompensa, aunque no sepamos cuál será el momento y el modo de esta recompensa.

         El salmo responsorial de hoy nos inspira los sentimientos justos para nuestra vida: "Alaba, alma mía, al Señor, que mantiene su fidelidad perpetuamente", "el Señor liberta a los oprimidos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan", "el Señor ama a los justos y trastorna el camino de los malvados".

José Aldazábal

b) Mc 12, 35-37