12 de Enero

Jueves I Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 enero 2023

a) Heb 3, 7-14

         La Carta a los Hebreos nos ofrece hoy el tema de la superioridad de Cristo sobre Moisés, pues Cristo fue desde su eternidad el arquitecto de la casa, mientras que Moisés no fue más que el ejecutor. Así como Moisés ejecutó una casa material, y Cristo vino al mundo y la espiritualizó. Además, porque Cristo no estuvo solo en la construcción de esa casa espiritual, sino que la edificó en colaboración (de fe y fidelidad) con sus discípulos (v.6).

         Al igual que había hecho Pablo en 2 Cor 10, el autor de Hebreos hace aquí una amplia referencia a las murmuraciones de Israel en el desierto (Sal 94,7-11; Ex 15,23-24; Nm 20,5), que comprometieron la edificación de la casa de Moisés y que podían comprometer incluso la acción de Cristo. Y es que en la situación concreta de los cristianos hebreos (a los que va dirigida la carta), la murmuración era una tentación seria, puesto que vivían en una situación próxima a las condiciones del pueblo hebreo en el desierto.

         Precisado a huir de Jerusalén a raíz de la persecución de Esteban (Hch 11, 19-20), el pueblo hebreo se encontraba disperso entre las naciones, con una cultura y piedad demasiado impregnadas de judaísmo. Y en esa situación no se resignaba a llevar una de nómadas, sino a hacer lo posible por volver, cuanto antes, a aquella Jerusalén que para ellos significaba la ciudad escatológica, "de la agrupación y del reposo".

         Para estos judeocristianos, murmurar equivalía a no aceptar su estado de dispersión, lo mismo que los hebreos no aceptaron su estado de nómadas en el desierto. Murmurar equivalía a volver al pasado (a Jerusalén para unos, a Egipto para el resto), como si el pasado pudiera dar satisfacción al deseo y búsqueda de Dios. Murmurar era negarse a descubrir la presencia de Dios en la situación actual (fuese la que fuese), para refugiarse en un sueño en el que Dios sería simplemente una añadidura.

         Es probable que algunos cristianos, particularmente desalentados, hicieran el papel de cabezas locas dentro de las comunidades dispersas (v.12), sin hacer caso a la necesaria política de Dios en esa situación, e invitando a sus hermanos a volver al judaísmo confortable y reposante.

         De ahí que la Carta a los Hebreos recuerde todo lo contrario, y que había que mantener la fe, y anticipar la visión de las realidades que habían sido prometidas (v.14). Pues la fe garantiza que la dispersión y el desierto actual es el preludio de una escatología real, siempre desde la condición de saber vivir dicha situación, sin sustraerse a ella o como viviendo fuera de ese contexto.

         Será la fe, pues, la que permita a los cristianos hebreos descubrir una renovación total de las instituciones judeocristianas, y la que les permitirá comprender que:

1º ya no es necesario retornar a Jerusalén, puesto que Jesús murió fuera de la ciudad (Hb 13, 12),
2º ya no es necesario ofrecer sacrificios (Hb 10, 6-8), puesto que Jesús lo ha ofrecido de una vez para siempre,
3º este sacrificio no consiste ya en la inmolación, sino en la obediencia (Hb 10, 8) y el amor (Hb 13, 16),
4º ya no es necesario aferrarse al sacerdocio del templo, puesto que Jesús ha sido un sacerdote diferente (Hb 8,4; 7,13-14),
5º toda la vida del laico es sacral, independientemente de toda referencia al templo y a Jerusalén, y por efecto de la simple pertenencia a Cristo.

         Una fe así se les exige, de manera particular, a los cristianos de hoy, que se encuentran a veces en una situación bastante similar a la de sus antepasados hebreos: toda referencia sacral tiende a difuminarse, su vida se seculariza, lo profano lo invade todo mientras que ellos se encuentran dispersos y nómadas en el mundo moderno al mismo tiempo y que sueñan con reagrupamientos; se encuentran en entredicho y en trance de búsqueda cuando ellos se consideraban "en reposo", en posesión de una verdad segura y con la garantía de unos ritos eficaces.

         La murmuración de los hebreos corresponde al integrismo contemporáneo de hoy día, que pide reposo e instituciones de tipo jerosolimitano, cuando la realidad es que los acontecimientos llevan a la Iglesia hacia el cambio y la dispersión, hacia el riesgo de la vida nómada y al desprendimiento de las raíces tradicionales.

         En este sentido, la Carta a los Hebreos es uno de los textos más importantes que los cristianos desacralizados de hoy deberían aprender a leer, para tomar las debidas distancias frente a ciertas instituciones superadas y para descubrir la presencia de Cristo (y su pertenencia al pueblo de Dios) en el corazón mismo de las situaciones nuevas e inesperadas, que se ven precisadas a vivir.

Maertens-Frisque

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         Siguiendo la línea de pensamiento del Salmo 94 (que, por ello, es también el responsorial de hoy), la lectura bíblica invita hoy a los cristianos a no caer en la misma tentación de los israelitas en el desierto: el desánimo, el cansancio, la dureza de corazón.

         Olvidándose de lo que Dios había hecho por ellos, los israelitas "endurecieron sus corazones", "extraviaron su corazón", "no conocieron los caminos de Dios" y "desertaron del Dios vivo", murmurando de él y añorando la vida de Egipto. Dios se enfadó y no les permitió que entraran en la Tierra Prometida. Corazón duro, oídos sordos, desvío progresivo hasta perder la fe. Es lo que les pasó a los de Israel. Lo que puede pasar a los cristianos si no están atentos.

         También nosotros podemos caer en la tentación del desánimo y enfriarnos en la fe inicial. De ahí que debamos escuchar con seriedad el aviso: "No endurezcáis vuestros corazones, como en el desierto", "oíd hoy su voz". Dios ha sido fiel. Cristo ha sido fiel. Los cristianos debemos ser fieles y escarmentar del ejemplo de los israelitas en el desierto.

         Es difícil ser cristianos en el mundo de hoy. Puede describirse nuestra existencia en tonos parecidos a la travesía de los israelitas por el desierto, durante tantos años. Los entusiasmos de 1ª hora (en nuestra vida cristiana, religiosa, vocacional o matrimonial) pueden llegar a ser corroídos por el cansancio o la rutina, o zarandeados por las tentaciones de este mundo. Podemos caer en la mediocridad, que quiere decir pereza, indiferencia, conformismo con el mal, desconfianza. Incluso podemos llegar a perder la fe.

         Se empieza por la flojera y el abandono, y se llega a perder de vista a Dios, oscureciéndose nuestra mente y endureciéndose nuestro corazón. Por eso nos viene bien la invitación de esta carta: oíd su voz, permaneced firmes, mantened "el temple primitivo de vuestra fe". Nadie está asegurado contra la tentación. Hay que seguir luchando y manteniendo una sana tensión en la vida.

         Para esta lucha tenemos ante todo la ayuda de Cristo Jesús: "Somos partícipes de Cristo". Pero además tenemos otra fuente de fortaleza: "Animaos los unos a los otros". El ejemplo y la palabra amiga de los demás me dan fuerza a mí. Por tanto, mis palabras de ánimo pueden también tener una influencia decisiva en los demás para el mantenimiento de su fe. Como mi ejemplo les ayuda a mantener la esperanza. El apoyo fraterno es uno de los elementos más eficaces en nuestra vida de fe.

José Aldazábal

b) Mc 1, 40-45