10 de Enero

Martes I Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 enero 2023

a) Heb 2, 5-12

         La Carta a los Hebreos se ocupa hoy en demostrar la superioridad de Cristo sobre los ángeles, pues las especulaciones hebreas en torno a la misión de los ángeles había adquirido una importancia desorbitada, tras el exilio y los escritos de Tobías y Daniel. El entorno de San Pablo analiza esa relevancia (de los ángeles, en el orden de la mediación), y concluye la doctrina de la mediación: exclusiva de Cristo.

         En el pasaje de hoy, el autor de la carta añade a los argumentos exhibidos en el cap. 1º un tema nuevo: la posición de Cristo (v.9) respecto a los ángeles, durante su vida terrestre (vv.6-8). Y ve en esa especie de postergación (de Cristo, hecho hombre) cierta sumisión a las leyes de la existencia humana (Flp 2,5-10), a las que también están sujetos los ángeles, según la manera de pensar de sus contemporáneos (Col 2,15; Rom 8,38-39; Gál 4,3-9).

         Cristo no está, pues, sometido a las leyes dictadas por los ángeles, como tampoco lo están ya los hombres, a partir de Cristo Jesús. Ya no habrá otras leyes cósmicas que las de la vida de Jesucristo glorificado, irradiando sobre el universo.

         El autor subraya, a continuación, la solidaridad entre Cristo y los hombres (vv.11-13) en esa misma sumisión a las leyes naturales, como una liberación de sus ataduras y una victoria final sobre el mal. Se trata de la solidaridad de un pueblo con su sacerdote, surgido de su misma sangre (vv.14-18), y al cual representa delante de Dios.

         Esa es la razón por la cual no puede surgir solidaridad alguna, en el orden de la salvación, entre los ángeles y los hombres, puesto que los primeros no podrán ejercer jamás el sacerdocio en nombre de los segundos. Cuando cita el Salmo 21, el autor hace alusión (v.12) a la totalidad del salmo, y recuerda precisamente que esa solidaridad entre Cristo y los cristianos no ha podido nacer sino después de la ofrenda de su muerte.

         Ya no tiene interés alguno saber si hay ángeles para someter la naturaleza a las leyes cósmicas y fisiológicas. Esas leyes existen ciertamente, y los ángeles están detrás de ellas para vigilar su aplicación, pero no para mantener al hombre en un estado de sujeción y alienación. El cristiano sabe que el reino futuro de Cristo consistirá, no ya en la abolición del cosmos, sino en la espiritualización de esas leyes, merced a la soberanía de Cristo.

         Esa es la esperanza a la que quiere abrirnos el autor de la Carta a los Hebreos. ¿No será acaso que esa esperanza esté comenzando a ser realidad en la medida en que el hombre contemporáneo influye en el curso de las leyes naturales y se asegura cierto dominio sobre ellas? Y el mundo configurado por la técnica, ¿no es acaso un mejor reflejo de Dios que el mundo alienado por las llamadas leyes naturales? ¿No quiere eso significar eficazmente que la mediación de Cristo tiende a hacerse real sobre el mundo y sobre la humanidad?

Maertens-Frisque

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         Ayer ya se afirmaba que Jesús es superior a los ángeles. Y hoy se insiste en ello, tal vez por algún desliz teórico de aquella época, que tendía a sobrevalorar a los ángeles, incluso tras la venida de Cristo al mundo.

         El Salmo 8, que el autor comenta (y que es el salmo responsorial de hoy), habla a este respecto, cuando dice que el hombre es "algo inferior a los ángeles", pero que fue a él a quien Dios dio "el mando sobre las obras de sus manos". Aquí, dicho salmo es aplicado a Cristo.

         Jesús, por su encarnación como hombre, aparece como humanamente "algo inferior a los ángeles", sobre todo en su pasión y su muerte. Pero ahora ha sido glorificado, y se ha manifestado que es divinamente "superior a los ángeles", así como "coronado de gloria y dignidad", porque Dios "lo ha sometido todo a su dominio". Por haber padecido la muerte, para salvar a la humanidad, Dios le ha enaltecido sobre todos y sobre todo.

         Apunta además otro tema predilecto de la carta: Jesús ha experimentado en profundidad todo lo humano, incluso el dolor y la muerte. Más aún, llega a decir que "Dios juzgó conveniente perfeccionarle y consagrarle con sufrimientos". Así ha podido conducir a la gloria a todos los hombres, a los que "no se avergüenza de llamarles hermanos".

         Nos admira la superioridad de Cristo Jesús sobre todo el cosmos, incluidos los ángeles, porque es Hijo y está en íntima comunión con el Padre. Pero sobre todo nos conmueve su solidaridad total con la raza humana. Se ha querido hacer hermano nuestro. No se avergüenza de llamarnos hermanos, porque nos ama y nos anuncia la salvación como a hermanos. Así, "el santificador, y los santificados, proceden todos del mismo", son de la misma raza.

         "Consagrado por los sufrimientos", y habiendo experimentado lo que es sufrir (incluso la muerte), Jesús nos ha salvado desde dentro, haciéndose totalmente solidario de nuestra vida. Es una perspectiva que se repetirá en días sucesivos y que nos llena de confianza. Jesús se nos ha acercado y se ha hecho uno de nosotros para llevarnos a todos a la comunión de vida con Dios. Antes de comulgar decimos siempre la oración que Cristo mismo nos enseñó, en la que nos sentimos hijos del mismo Dios y por tanto hermanos los unos de los otros. Pero somos hermanos, ante todo, de Cristo Jesús. Esa es la razón por la que nos podemos sentir y somos en verdad hijos de Dios y hermanos de los demás.

José Aldazábal

b) Mc 1, 21-28