11 de Enero

Miércoles I Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 11 enero 2023

a) Heb 2, 14-18

         En los versículos anteriores, la Carta a los Hebreos había afirmado que Cristo ejercía sobre la humanidad una mediación mucho más eficaz que la de los ángeles. En el pasaje de hoy, se dispondrá a demostrar cómo ejerce Cristo esa mediación, ofreciendo un complemento sobre su funcionamiento.

         Para el autor de la carta, dicha mediación no puede realizarse sino por consaguinidad (vv.14-18), pues Cristo no ha querido salvar al hombre sin el hombre (desde fuera), sino asumiendo él mismo nuestra carne y sangre (desde dentro). Como Hombre-Dios, Jesucristo nos libera de la tutela de los ángeles, y especialmente de ese ángel que tenía entre sus manos la coyuntura de la muerte: Lucifer (vv.14-15).

         En efecto, los ángeles no son los más adecuados para realizar ese tipo de salvación, porque no comparten la condición del hombre. Y lo mismo sucede con la misión sacerdotal de Cristo: su acción tiene valor de expiación en cuanto sabe y comparte nuestro dolor (vv.17-18).

         El autor propone, en consecuencia, un concepto del sacerdocio de Cristo y de su obra de salvación, diametralmente opuesto a los conceptos judíos y paganos, para quienes la salvación era un golpe de varita mágica procedente de Dios, que no incidía sobre los hombres por dentro, sino más bien los distanciaba de Dios.

         El proceso de secularización que están experimentando actualmente las instituciones, y el sacerdocio de la Iglesia, no está, a priori, en contradicción con el orden de la salvación: el sacerdote no salvará al mundo obrero si no se hace obrero y consanguíneo de los obreros; la Iglesia no salvará a Africa si no se hace totalmente africana.

Maertens-Frisque

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         La idea de hoy de Hebreos ya fue ofrecida ayer: Jesús se ha encarnado en nuestra familia con todas las consecuencias, para salvarnos desde dentro. Hoy se desarrolla esta idea, en un razonamiento admirable y lleno de esperanza.

         La humanidad estaba sometida al poder de la muerte (al diablo), y de ahí que todos, "por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos". Era necesario, por tanto, liberar al hombre de esa servidumbre, y para eso vino el Hijo de Dios. Ahora bien, ¿cómo quiso él salvarnos de esa situación? La respuesta de la carta es clara: haciéndose uno de nosotros, "de la misma carne y sangre" que nosotros. Pues no son los ángeles los que necesitan esta salvación, sino nosotros, "los hijos de Abraham". Por eso se hace de nuestra raza y de nuestra familia.

         Pero el argumento continúa, y el autor se atreve a decir que dicho Hijo de Dios "tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo y pontífice fiel". Tenía que experimentar, desde la raíz misma de nuestra existencia, lo que es ser hombre, lo que es vivir y lo que es padecer y morir. Ayer decía Hebreos que "Dios juzgó conveniente perfeccionar con sufrimientos" a Jesús, ya que tenía que salvar a la humanidad. Hoy añade que "tenía que parecerse en todo a sus hermanos", incluso en el dolor.

         Así podrá ser "compasivo", y com-padecer con los que sufren. No habrá aprendido lo que es ser hombre en la teoría de unos libros, sino en la experiencia cálida de la vida. Así podrá ser "pontífice" y "hacer de puente" entre Dios y la humanidad. Por un aparte es Dios, pero por otra es hombre verdadero. Solidario con Dios y con el hombre, para unir así, en sí mismo, las 2 orillas.

         Es dramática, pero real, la descripción que nos describe hoy la carta: la situación de miedo y de esclavitud ante el mal y la muerte. Pero es a la vez gozosa la convicción de que Cristo ha venido precisamente para eso, para salvarnos de esa situación, a cada uno de nosotros hoy y aquí.

         El argumento de Hebreos es profundo y vale para siempre, también para nuestra generación: "Como él ha pasado por la prueba del dolor, él puede auxiliar a los que ahora pasan por ella". Cada uno cree que su dolor es único, y que los otros no le entienden. Pero Cristo sufrió antes que nosotros y nos comprende. Es compasivo porque es consanguíneo nuestro, "de nuestra carne y sangre", e hizo de nuestro camino su camino.

         El camino que nosotros recorremos, cada uno en su tiempo y en sus circunstancias, es el camino que ya siguió Jesús. Ya sabe él la dificultad y la aspereza de ese recorrido. Y por eso se hace solidario y "puede auxiliar a los que ahora pasan por ella", como "pontífice" que nos comunica la vida y fuerza de Dios. Él da sentido a nuestra vida y a nuestro dolor porque lo incorpora a su dolor, el dolor que salvó a la humanidad.

         Juan Pablo II, en varias de sus cartas y encíclicas, insistía en esta cercanía existencial de Cristo a la vida humana, tanto en Redemptor Hominis (de 1979) como en Salvifici Doloris (de 1984). Debemos aprender esta lección también en nuestra relación para con los demás: sólo podemos tener credibilidad si padecemos-con, si tomamos en serio nuestra solidaridad con los demás.

José Aldazábal

b) Mc 1, 29-39