14 de Enero

Sábado I Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 14 enero 2023

a) Heb 4, 12-16

         Los primeros cristianos, procedentes del judaísmo, profesaban la fe en Cristo al mismo tiempo que seguían siendo celosos observadores del AT (Hch 3,1-20), pues para ellos, la nueva fe no era distinta de la religión judía hasta entonces profesada, ni para nada obligaba a abandonar sus viejos hábitos. Por eso, seguían frecuentando el templo (Hch 3,1-4; 2,46; 21,26), y muchos rabinos judíos se hacían discípulos de Cristo sin dejar sus funciones (Hch 6,7).

         Las nociones de sacerdocio y sacrificio, que parecen hoy tan obvias, eran entonces todavía muy imprecisas. Y no es seguro que los procedentes del judaísmo descubrieran en la eucaristía, que ya celebraban, aquellos valores (sacerdotales y sacrificiales) que la teología paulina (y apostólica) sí había descubierto.

         Por otra parte, la persecución a los cristianos, por parte de los judíos (Hch 11,19), había obligado a los cristianos (y judeocristianos) a alejarse de Jerusalén (y de su templo). Y el verse privados así del sacerdocio legal, y de la posibilidad de sacrificar a Dios, constituyó para ellos una prueba difícil de aceptar.

         El autor de Hebreos les recuerda que no por dicha situación han perdido el contacto con la Palabra de Dios, ni su sacerdocio ni la posibilidad de sacrificar, puesto que la Palabra está siempre disponible, el verdadero y gran sacerdote no es ya el rabino judío (que celebra en el Santo de los Santos) sino Jesucristo (que ha oficiado una vez para siempre), y el verdadero sacrificio no consiste ya en la inmolación (de toros y carneros), sino en la ofrenda (de la comunidad de los creyentes).

         Los hebreos (judeocristianos) estaban habituados a medir la eficacia de la Palabra de Dios (Is 55,11) según quien la proclamase, y vinculaban su poder transformador según el grado de lucha violenta adquirida (Jer 20,7; Ez 3,26-27). Pero Hebreos recuerda que, en el AT, el profeta era el único autorizado para dar vida a esa Palabra (Is 8,1-17; Os 1-3; Sal 68,12), y que ese poder del profeta se verifica todavía más en Jesús, que no sólo da vida sino que es aquel sobre quien profetizaba la Palabra, y que con su propio comportamiento se ha constituido, en adelante, signo y salvación para todos los hombres (Heb 1,1-2).

         Mas lo que la Palabra ha realizado en los profetas (y en Jesús), lo realiza igualmente en cada cristiano, desvelando sus intenciones más secretas y obligándole a tomar partido. En este sentido, la Palabra es juicio, no solo porque juzga la conducta del hombre desde fuera (tal como lo haría una norma legislativa), sino porque lo hace desde dentro (profundamente), invitando al hombre a elegir entre sus deseos o las exigencias de la Palabra. En este sentido, la palabra de Jesús es una espada (Lc 2,35) que obliga al cristiano a los desprendimientos más radicales.

         El pasaje de este día reproduce la 1ª de estas 2 afirmaciones: el cristiano no tiene ya necesidad del sacerdocio del templo, y Jesucristo es su único mediador. Y a partir del v. 14 recuerda el contenido de la profesión de fe cristiana: que Cristo es "heredero de todas las cosas", que está unido al Padre ("sentado a su diestra"; Heb 1,2-3), y que es sacerdote y mediador (Heb 4,15-5,10).

         La argumentación del autor es doble: por una parte, Cristo representa a la humanidad (puesto que se ha hecho hombre, vv.15-16), y por otra parte representa al mundo divino (como Hijo de Dios que es, sentado a la diestra del Padre; v.1). Es, pues, un mediador perfecto.

         Cristo representa a la humanidad, puesto que la ha asumido en su integridad, y ha conocido sus fracasos, sufrido sus limitaciones y experimentado sus tentaciones. Pero la ha asumido para transfigurarla, fortalecer (y no perpetuar) y hacerla gozar de nuevos privilegios. La respuesta se impone por sí sola: caminemos con confianza hacia el "trono de la gracia" (v.16), hacia ese rey de bondad que perdona incluso al culpable, y ofrece su benevolencia a los que la solicitan (Est 4,11; 5,1-2).

         Pero no basta con que Cristo se muestre acogedor y bueno, sino que ha venido también a "reconciliar a la humanidad con Dios", y realizar de ese modo un ministerio típicamente sacerdotal y sacrificial (v.1). El sacrificio es, en efecto, el signo de la comunión entre Dios y el hombre, y sólo puede realizarlo quien esté perfectamente acreditado (cerca del uno y del otro). Por otra parte, la víctima no será perfecta si no forma parte de ambos mundos (divino y humano), y sí lo será si cumple ese requisito y (además) se ofrece a sí misma a petición del Espíritu de Dios. Esto es lo que hace del sacerdocio y sacrificio de Cristo un acto único y decisivo, al que los fieles se asocian por medio de la eucaristía (Heb 13,10-15).

Maertens-Frisque

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         La Carta a los Hebreos aduce varios argumentos para exhortar a sus lectores a la fidelidad y a la perseverancia. En 1º lugar, describe la fuerza de la Palabra de Dios, que sigue viva, penetrante y tajante, y que nos conoce hasta el fondo. Es como una espada de 2 filos, que llega hasta la junta de la carne y del hueso, y nos conoce por dentro, sabiendo nuestra intención más profunda. Si somos fieles nos premiará, y si vamos cayendo en la incredulidad, nos dejará al descubierto.

         El salmo hace eco a la lectura, cantando a esta Palabra penetrante de Dios: "tus palabras son espíritu y vida", "los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón". Pero hay un segundo motivo para que los cristianos no pierdan los ánimos y perseveren en su fidelidad a Dios: la presencia de Jesús como nuestro mediador y sacerdote.

         Podemos sentirnos débiles y estar rodeados de tentaciones, en medio de un mundo que no nos ayuda precisamente a vivir en cristiano. Pero tenemos un sacerdote que conoce todo esto, que sabe lo frágiles que somos los humanos y lo sabe por experiencia. Eso nos debe dar confianza a la hora de acercarnos a la presencia de Dios.

         Jesús, por su muerte, ha entrado en el santuario del cielo (como el sacerdote del templo, que atravesaba la cortina para entrar en el espacio sagrado interior) y está ante el Padre intercediendo por nosotros. Y es un sacerdote que es "capaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado".

         Cada día nos ponemos a la luz de la palabra viva y penetrante de Dios. Palabra eficaz, como la del Génesis ("dijo Dios, y se hizo"). Nos dejamos iluminar por dentro, nos miramos a su espejo. Unas veces nos acaricia y consuela, y otras nos juzga y nos invita a un discernimiento más claro de nuestras actuaciones. O nos condena cuando nuestros caminos no son los caminos de Dios. Eso es lo que nos va sosteniendo en nuestro camino de fe.

         Nos debería resultar de gran ayuda para superar nuestros cansancios o nuestras tentaciones de cada día el recordar al Mediador que tenemos ante Dios, un Mediador que nos conoce, que sabe lo difícil que es nuestra vida. Dicho Mediador experimentó el trabajo y el cansancio, la soledad y la amistad, las incomprensiones y los éxitos, el dolor y la muerte.

         Y dicho Mediador puede com-padecerse de nosotros porque se ha acercado hasta las raíces mismas de nuestro ser. Por eso es un buen pontífice (o puente hacia Dios), y nos puede ayudar en nuestra tentación y en los momentos de debilidad y fracaso. Se encarnó en serio en nuestra existencia y ahora nos acepta tal como somos, débiles y frágiles, para ayudarnos a nuestra maduración humana y cristiana.

José Aldazábal

b) Mc 2, 13-17