13 de Enero

Viernes I Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 13 enero 2023

a) Heb 4, 1-5, 11

         Este pasaje de Hebreos forma parte del mismo ciclo que el anterior. En él, el autor trata de convencer a los nuevos cristianos (procedentes del judaísmo, y dispersos entre las naciones) a que no vuelvan a Jerusalén, y a que dejen de considerar a esta ciudad como el ideal escatológico del "reposo". A este propósito, se sirve del Salmo 94, pero dejando en la sombra el tema de Meribá para detenerse especialmente en el tema de la entrada en Canaán.

         Los versículos de hoy se detienen, sobre todo, en el contenido de ese reposo que los hebreos del desierto no llegaron a conocer (v.3), y que los cristianos se exponían a no conocer si persistían en sus murmuraciones y falta de fe, en un momento en que el reposo de Jerusalén y de la Tierra Prometida parecía írseles de las manos (v.1).

         La falta de fe ha privado, efectivamente, a los antepasados de la entrada en el descanso (v.3), pero los cristianos están llamados a un descanso muy superior, que no es ya el de la Tierra Prometida ni Jerusalén, sino el de la vida con Dios (vv.4-5): el "reposo" del día 8º día (judío) de la creación, como terminación y coronamiento de ésta.

         Efectivamente, a 1ª vista resulta chocante que los hebreos pudiesen considerar la vida con Dios como un "reposo", como si el trabajo fuese alienante, sólo el reposo pudiera liberar de dicha esclavitud, y el ideal de felicidad eterna consistiese en vivir como un jubilado. Sobre todo porque toda una tradición bíblica (representada de modo particular por Jn 5,17) ha dicho claramente que Dios no cesa de trabajar, y ha subrayado con toda claridad que la felicidad consistirá en unas responsabilidades cada vez mayores (Mt 24,47; 25,21).

         Por consiguiente, hay que entender este reposo en un sentido más amplio, en el que la mentalidad judía atribuía a esta palabra los significados de paz, concordia y alegría.

         El concepto que el mundo moderno tiene del ocio corresponde perfectamente a esta idea (mal entendida), cuando asocia ocio y cultura y trata así de recuperar aquel valor que la industrialización había desvirtuado. En efecto, mientras que el artesano del s. XIII encontraba su cultura en el corazón mismo de su trabajo (que era creación y arte, folklore y culto), el obrero del s. XIX realizaba un trabajo en cadena del que quedaba excluida toda promoción y toda cultura. Por eso, el s. XXI está empezando a reivindicar un ocio cada vez más prolongado.

         En este terreno, a los cristianos nos toca enderezar la situación. Pues cuando el ocio se reduce ociosidad, y se destina a otra actividad no menos alienante, o cuando se limita exclusivamente al consumo pasivo de ficción (en el cine o campo de fútbol), el ocio sigue estando muy lejos de responder a lo que cabe exigir de él: una ocasión de compromiso humanizador, un medio de descubrir nuevas formas de sociabilidad, un descubrimiento más personal de lo hermoso y de lo bueno.

         Sí, hay que penetrar en el reposo de Dios, pero en un reposo en el que Dios (y el hombre) trabaja en la promoción del hombre, humanizando al hombre y no esclavizándolo a las nuevas técnicas de animación, que adormecen nuestro actual mundo en vez de espabilarlo.

Maertens-Frisque

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         La lectura de hoy de Hebreos habla mucho del descanso, o "reposo" judío. En un 1º sentido se refiere a la historia de Israel en el desierto: Dios les destinaba a la tierra prometida, donde encontrarían el reposo después de cuarenta años de peregrinación por el desierto. Pero por haber sido infieles a Dios, no merecieron entrar en ese descanso: la generación que salió de Egipto no entró en Canaán (ni Moisés tampoco).

         En otras ocasiones se habla del descanso del sábado, imitación del descanso de Dios el 7º día de la creación. Y también del descanso de Cristo Jesús en el sepulcro, después de llevar a cumplimiento la misión que el Padre le había encomendado: el reposo del Sábado Santo.

         El autor de la carta atribuye la no entrada al descanso de los antiguos a su desobediencia, y quiere que los cristianos aprendan la lección y no caigan en la misma trampa que los israelitas en el desierto. Tienen que ser perseverantes en su fidelidad a Dios y así conseguir que el Señor les admita al descanso verdadero, el descanso de Dios, el que nos consiguió Cristo con su entrega pascual. Por eso les recomienda encarecidamente: "Empeñémonos en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga siguiendo aquel ejemplo de desobediencia".

         El descanso verdadero no es el de una tierra prometida: ése es un descanso efímero. El verdadero es llegar a gozar de la vida y la felicidad total con Dios, en la escatología: y aquí es Cristo Jesús el que, como nuevo Moisés, sí nos quiere introducir en ese descanso definitivo, al que él ya ha llegado.

         Cada uno de nosotros es invitado hoy a perseverar en la fidelidad, para merecer ese descanso último y perpetuo, el que nos prepara Dios, pues el verdadero reposo está en Dios o, mejor, nuestro reposo es Dios.

         Pero somos conscientes de que sentimos las mismas tentaciones de distracción y desconfianza y hasta de rebeldía. Como los israelitas merecieron el castigo, también nosotros podemos, por desgracia, desperdiciar la gracia que Dios nos ofrece: "También nosotros hemos recibido la Buena Noticia, igual que ellos: pero de nada les sirvió porque no se adhirieron por la fe a lo que habían escuchado".

         Los creyentes sí entraron en el descanso. Los incrédulos y rebeldes, no. ¿Nos sentimos acaso nosotros asegurados contra el fracaso y la posibilidad de desperdiciar la gracia de Dios? Y cuando rezamos el salmo ("no olvidéis las acciones de Dios, sino guardad sus mandamientos, para que no imitéis a sus padres, generación rebelde y pertinaz"), ¿lo aplicamos fácilmente a los judíos, o nos sentimos amonestados nosotros mismos ahora?

         Ser buenos un día, o una temporada, es relativamente fácil. Pero lo difícil es la perseverancia, pues el haber empezado bien no es garantía de llegar a la meta. Por estar bautizados o rezar algo no funciona automáticamente nuestra salvación y nuestra entrada en el reposo último. Escuchamos la Palabra, celebramos los sacramentos y decimos oraciones: pero lo hemos de hacer bien, con fe, y llevando a nuestra existencia el estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Es lo que nos invita a hacer la Carta a los Hebreos.

José Aldazábal

b) Mc 2, 1-12