29 de Mayo

Lunes VIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 29 mayo 2023

a) Eclo 17, 20-28

         El sabio Sirácida (o autor del Eclesiástico) nos invita hoy a la penitencia, porque "a los que se convierten, Dios les abre el camino de retorno". He aquí una hermosa sugerencia: la conversión es "un retorno", pues el pecado es como un alejamiento que establece distancias y abandona la casa paterna, acabando en sufrimiento por ambas partes. La conversión, pues, implica un doble movimiento:

-de libertad, o movimiento del pecador, que se "vuelve hacia" Dios;
-de gracia, o movimiento de Dios, que "abre el camino del retorno".

         Con frecuencia experimentamos la incapacidad de cambiarnos a nosotros mismos por las solas fuerzas. Pues bien, hay que empezar haciendo lo que está de nuestra parte, iniciar un gesto en dirección al retorno. Y saber que Dios estará allí, esperando nuestro 1º movimiento para él terminarlo, dándole el empuje suplementario. Señor, ven a completar el esfuerzo de mi voluntad, demasiado débil para perseverar.

         Ben Sirac (el sabio Sirácida) expresa en 3 fórmulas la parte humana de la conversión:

         1º "Conviértete hacia el Señor, suplica ante su faz". Ciertamente esa es, en efecto, la única posibilidad que nos queda. Cuando lo hemos hecho todo como si no esperásemos nada de Dios, es preciso aún esperarlo todo de Dios, como si no hubiésemos hecho nada por nosotros mismos. Pero ¡si ya he procurado tantas veces luchar contra tal pecado! Pues "conviértete al Señor, y suplica ante su faz".

         2º "Evita las ocasiones de pecar". A menudo, el único medio de salir victoriosos es la huida. Esto pertenece también a la sabiduría popular. El que se pone en las ocasiones de pecado, caerá en él. De ahí la importancia del ambiente, que facilita una vida virtuosa o la hace muy difícil. Hoy se habla mucho del entorno. Ahora bien, existe un entorno moral. Cuando el mal surge a la vista, cuando las ocasiones son fáciles, es comprensible que los seres más frágiles no las resistan. Es evidente, por tanto, que un cierto estilo de vida que evite las ocasiones de pecado, facilita llevar una vida sana.

         3º "Apártate de la injusticia, y detesta lo que es abominable". Es el combate "en directo". La vida humana no puede ser una especie de quietud dulce y tranquila. No hay que saber solamente huir del mal, sino afrontarlo. ¿Tengo yo el valor de comprometerme? Los filósofos dirán: el pecado es el no-ser, pues "el mal es algo vacío". En cambio, el hombre que goza de buena salud moral es el "viviente que alaba al Señor". Y es lo que Dios espera: ese hombre vigoroso que alaba al Creador. Dios quiere la vida, la apertura, la salud, el vigor. Señor, haz de nosotros unos vivientes, de vida sana.

Noel Quesson

*  *  *

         Sería inútil buscar en estos textos del Eclesiástico un pensamiento riguroso y estructurado. Aquí, más que un mundo de pensamiento, se expresa un mundo de creencias. Sin embargo, es posible que los textos de hoy no sean en el fondo más que un eco de la inquietud interior del que ve la oscuridad en medio de la luz. Hay cosas claras, diría el Eclesiástico, y cosas oscuras y ocultas. Es claro, por ejemplo, que "el hombre es polvo y ceniza" (v.32), que "ningún hijo de Adán es inmortal" y que "los hombres no pueden tener todo" (v.30). Y es tan claro como que el sol se pone a pesar de su esplendor.

         Ahora bien, si las cosas son así, si para el hombre acaba todo en la tierra y en el polvo, ¿qué sentido tienen las exhortaciones a convertirse, a dejar los pecados y enmendarse de las caídas? (v.25). ¿Qué quiere decir el Eclesiástico cuando afirma que "el muerto, como si no existiera, deja de alabarlo, y el que está vivo y sano alaba al Señor" (vv.26-27)? ¿Se trata sólo de una expresión cargada de celo por el culto? Lo que habría que preguntar es quizá qué teme el sabio cuando dice todo esto. ¿Tal vez que ni los pecados ni la injusticia moran en el hombre?

         Es decir, que en realidad no ve tan claro lo que parece serlo. Sabe qué pasa aquí, en este mundo; incluso que nada se puede esconder a los ojos del Señor (v.13); en cambio, no sabe ni puede decir qué ocurre más allá. En tal caso quizá correspondería a la insensatez recomendar sabiduría y cordura para evitar que el hombre juegue estúpidamente con su propia vida. Sería realmente insensato lanzarse hacia el futuro desconocido e incierto con una carga de pecados y de injusticias.

         Realmente, al sabio se le hunde bajo los pies lo que podría parecer tierra firme de la sabiduría. Se podría decir que al Dios del sabio le falta algo para llegar a ser realmente el Dios absoluto. Quién sabe qué habría escrito el Eclesiástico si (renunciando por completo a la aparente firmeza de los datos que le ofrecía la experiencia) hubiera pensado que los ojos del Señor pueden mirar al hombre (al convertido y al no convertido) con una mirada diferente, quizá menos humana, pero más entrañablemente comprensiva y transfiguradora.

Miguel Gallart

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         El sabio, a través de la breve y tierna página de hoy, nos invita a convertirnos a Dios, mientras sea tiempo: después de la muerte ya no podremos alabar a Dios ni darle gracias ni convertirnos. Conviene recordar que en el AT no tenían idea clara de la otra vida: todo se resuelve en esta.

         El motivo fundamental con el que quiere animar a los pecadores a que se conviertan es la bondad de Dios: "A los que se arrepienten, Dios los deja volver. Grande es la misericordia del Señor, y su perdón para los que vuelven a él". Por tanto, nuestra actitud más sabia es la de convertirnos; es decir, "volver y retornar a Dios", "abandonar el pecado" y "alejarnos de la injusticia y de la idolatría".

         A eso nos invita también el salmo responsorial de hoy, que rezuma confianza en la bondad perdonadora de Dios y que podríamos rezar hoy por nuestra cuenta, por ejemplo después de la comunión: "Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Porque tú perdonaste mi culpa y mi pecado, tú eres mi refugio y me rodeas de cantos de liberación".

         Escuchemos como dicho para cada uno de nosotros lo de "abandonar el pecado" y alejarse de las ocasiones. Para el Eclesiástico, los peores pecados son 2: uno referido a Dios (la idolatría) y otro al prójimo (la injusticia). De ahí que repita insistentemente: "Aléjate de la injusticia, y detesta de corazón la idolatría". Cada uno sabrá qué idolatrías (más o menos larvadas) esconde en su vida, y qué injusticias está cometiendo en su trato diario con los demás.

         En cuanto a la motivación básica de nuestra confianza, tal vez no será inútil que se nos recuerde una verdad que aparece como fundamental ya en el AT: que Dios es bueno, que "nos deja volver". Lo suyo es perdonar, y además "reanimar a los que pierden la paciencia". Por cierto, nosotros ¿dejamos volver a los que quieren corregirse o nos mostramos intransigentes con ellos y les desanimamos ya de entrada, por la cara que les ponemos, en su posible conversión?

         La Iglesia tiene un sacramento, el de la reconciliación, destinado específicamente a celebrar esta conversión y este perdón: por parte de Dios (el perdón) y por parte nuestra (la conversión). Para que continuamente empecemos una nueva vida que nos vaya haciendo madurar en nuestra comunión con Dios.

José Aldazábal

b) Mc 10, 17-27