30 de Mayo

Martes VIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 30 mayo 2023

a) Eclo 35, 1-12

         Ben Sirac, el autor del libro del Eclesiástico, es a la vez un entusiasta de la liturgia y un fiel observante de la ley. El texto de hoy unifica esas dos tendencias del pensamiento del Sirácida. Y la confrontación de estas 2 tendencias conduce a una maravillosa reflexión sobre el sacrificio espiritual: en lugar de las ofrendas, la obediencia; en lugar de los sacrificios, la caridad; en lugar de las expiaciones, la conversión.

         Efectivamente, Dios fue educando progresivamente a su pueblo, para que fuera pasando de los sacrificios cruentos (de los inicios) al sacrificio de ofrenda espiritual (inaugurado por Cristo). Una evolución en la que podemos distinguir 2 etapas:

         1º la etapa cuantitativa (o material), surgida tras la posesión de la tierra prometida (s. XIII a.C) y en la cual los judíos ofrecen el diezmo y la primicia de sus bienes. Se trata de un sacrificio de ricos, que asegura a sus oferentes una importancia mayor cuanto mayor sean las cosas ofrecidas, como si tuviera un valor religioso mayor.

         Se trata de un tipo de sacrificio que no compromete a quienes participan en él, sino que sólo compromete al tipo de víctima ofrecida, sin que ésta sepa lo que hace (pues suele ser siempre un animal). Y de un sacrificio que está todavía lejos del ideal de Dios (consistente en que sacerdote y víctima coincidan en una sola voluntad). De ahí que los profetas reaccionen contra este tipo de sacrificio, aludiendo a que es un sacrificio violento pero estéril.

         2º la etapa cualitativa (o espiritual), surgida tras la prueba y destierro de Babilonia (s. VI a.C), en que se pone fin a los sacrificios cuantitativos del antiguo templo antiguo y se origina un tipo de sacrificio pobre (a la medida de la miseria del momento) pero lleno de sentimiento de acción de gracias, de penitencia o de humildad. El contenido de este sacrificio se convierte en un sentimiento y en un compromiso: la víctima se ofrece a sí misma (sin necesidad de que haya por medio un animal) y Dios va apareciendo cada vez más como un Dios que no pide sacrificios sangrientos, sino obediencia y amor.

         La liturgia que verdaderamente es grata a Dios no es sólo la que se celebra cuantitativamente en el templo, sino la que se celebra en la calle, en las casas, en las escuelas, en los ambientes de trabajo y todos los días de la semana, para apartarse del mal y combatir el pecado. Esto es lo que agrada a Dios. Pero no se deja todo mientras no se deja uno a sí mismo. Mientras no me despoje yo de mi propia voluntad, y empiece a moverme por la voluntad de Dios, no habré entrado en esta etapa o liturgia espiritual

Noel Quesson

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         El Eclesiástico toca hoy un tema interesante: ¿qué sentido pueden tener las ofrendas y sacrificios que ofrece al Señor el justo, apartándose del mal y de la injusticia? ¿Le basta con comportarse con justicia y presentarse así ante el Señor? ¿Hace falta realmente añadir ofrendas, diezmos y primicias?

         Ante estas preguntas, el sabio Sirácida responde con toda claridad: "Hay que presentar ofrendas, porque esto es lo que pide la ley" (v.4). Y a continuación ensalza la ofrenda y el sacrificio del justo, y anima a éste a ofrecer su sacrificio con corazón generoso y alegre.

         De este modo parece, al menos a 1ª vista, que salva el precepto cultual. Pero no ha explicado la razón del mismo. ¿Por qué el testimonio y la buena conciencia tienen que apoyarse en la observancia de las disposiciones rituales? ¿Significa esto que no basta hacer el bien y practicar la justicia? Bien mirado, en el marco de las ideas subyacentes al texto, el planteamiento es diferente.

         En efecto, si apartarse del mal y de la injusticia es la condición que hace las ofrendas aceptables al Señor, esta misma condición justifica el precepto cultual, ya que urgir las ofrendas implica exhortar al bien y a la justicia, requisito necesario para que sean aceptables. Así, pues, el precepto no tiene su justificación en sí mismo, sino en su exigencia de bondad y de justicia. Quien hace la ofrenda y no se comporta con justicia está lejos de cumplir el precepto.

         La 2ª parte del texto (vv.11-18) es aún más penetrante que la 1ª, pues tanto el pobre y oprimido, como el huérfano y la viuda, y los desvalidos y desamparados, constituyen la piedra de toque para la justicia de los justos. Ellos claman, se lamentan y lloran ante el Señor, y tales llantos y lamentos son una prueba de fuego que difícilmente dejará en pie la justicia de ningún justo. Desde este punto de vista, quizás podríamos preguntarnos hoy por el sentido del cumplimiento de los preceptos cultuales: ¿son válidos cuando no llevan a alargar la mano a los pobres, oprimidos y desamparados?

Miguel Gallart

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         La 1ª lectura de hoy nos enseña cómo hacer ofrendas, y nos viene a decir que no se trata de comprar a Dios, ni de de comprar su amor, su benevolencia o sus favores. Veamos.

         La vida misma es una ofrenda agradable a Dios, cuando se trata de una vida recta y justa. Y de ahí que "cumplir la ley vale tanto como hacer muchas ofrendas", o que obedecer los mandamientos es como ofrecer sacrificios de reconciliación. Ser agradecido a Dios es como "ofrecer la mejor harina" a Dios, y dar limosna es como "hacer sacrificios de alabanza".

         Lo que agrada al Señor es que te apartes del mal. Y si te apartas de la injusticia, obtendrás el perdón de tus pecados (vv.1-5). Por ello, la ofrenda no es un reemplazo de lo que nuestra vida "no ha sido", o como dice el Sirácida, "el sacrificio del justo es aceptado, y su ofrenda no se olvidará" (v.9). De ahí que nos diga "no confíes en ofrendas de cosas mal habidas, porque él es un Dios justo, y trata a todos por igual" (v.15).

         Ofrecer nuestras cosas, y ofrecernos nosotros mismos a Dios, es un acto de justicia y gratitud, y de ahí que el sabio repita "no te presentes al Señor con las manos vacías" (v.6). Pues lo que hacemos con ello es reconocer ante los demás la generosidad de Dios, ofreciendo de buena gana y con abundancia: "Honra al Señor con generosidad, y no seas mezquino en tus ofrendas. Y cuando ofreces, pon buena cara, y da los diezmos con alegría. Da al Altísimo como él te dio: generosamente, según tus posibilidades" (vv.10-12).

         Una ofrenda generosa nos hace entender la lógica de Dios, que no es la del comercio (en que se recibe tanto como se da) sino la lógica del amor y la alegría (en que todo se multiplica perfecta y maravillosamente, "hasta siete veces" (v.13).

Nelson Medina

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         ¿Qué es más importante, los sacrificios rituales del templo o una vida según la voluntad de Dios? La comparación entre liturgia y caridad es planteada muchas veces en la Escritura (tanto en el AT como en el NT), y aquí es algo que también el Sirácida aborda, tratando de conseguir un equilibrio entre las 2 dimensiones en la vida del creyente.

         Sí, tienen sentido los sacrificios rituales en el templo, y el sabio enumera para ellos sus diversas clases de sacrificios: los de comunión, los de flor de harina, los de alabanza y los de expiación.

         Recomienda también el Sirácida que se hagan las ofrendas que recomienda la ley ("no te presentes a Dios con las manos vacías"), pues "el sacrificio del justo es aceptado" por Dios. Pero que se hagan no de forma raquítica o de mala gana, sino "con generosidad y buena cara", pues Dios no se dejará ganar en generosidad: "El Señor sabe pagar y te dará siete veces más".

         Pero a la vez el Sirácida afirma que lo principal no son los sacrificios rituales externos, sino la ofrenda interna y total del creyente. A Dios no le pueden resultar agradables los ritos externos si a la vez no guardamos sus mandamientos, o no tenemos una actitud de acción de gracias, o no damos limosna y hacemos favores a los demás, o si no nos apartamos del mal y la injusticia. Si creemos que con unas ofrendas podemos comprar a Dios, estamos equivocados: "No le sobornes, porque no lo acepta".

         El salmo responsorial de hoy, como siempre, hace eco a esta palabra: "Escucha, pueblo mío: no te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí. Ofrece un sacrificio de alabanza y cumple tus votos, pues al que sigue buen camino, le haré ver la salvación".

         Hay recomendaciones del AT que podemos aplicar a nuestra vida tal cual, sin grandes esfuerzos teológicos ni alegóricos. Como la que hemos escuchado hoy sobre la liturgia, que tiene que ir acompañada de buenas obras en la vida. También aquí aparece la caridad como piedra de toque, como "la prueba del nueve" para saber si los sacrificios rituales que hemos hecho han sido sólo apariencia o han surgido de lo más profundo.

         Podíamos pensar que con unas oraciones o unas limosnas al templo ya agradamos a Dios, y somos buenos cristianos. Pero haremos bien en hacer caso al sabio Sirácida. Está bien que recemos y llevemos medallas, y ofrezcamos sacrificios a Dios. Pero todo eso debe ir acompañado de lo que él afirma que es la verdadera religión: cumplir la voluntad de Dios, hacer favores al prójimo, dar limosna a los pobres, apartarse del mal, hacer el bien, ser justo. Está bien que ofrezcamos cosas, pero no olvidemos de ofrecernos a nosotros mismos. Como hizo Jesús, que nunca ofreció en el Templo de Jerusalén dinero o corderos, sino que se entregó a sí mismo en el altar de una cruz.

         Además, todo ello ha de ser hecho con buena cara, sin darle importancia, sin aparentar que nos cuesta ni llamar la atención. Recordemos los consejos de Jesús en el Sermón de la Montaña, cuando nos decía que tanto la oración como la limosna y el ayuno deben ser realizados con sencillez y autenticidad interior, pues "el Padre ve en lo escondido". Ir a misa, sí. Rezar, sí. Pero a la vez tener un buen corazón con los demás, y vivir en actitud de humilde alabanza ante Dios. Así uniremos a los sacrificios rituales el sacrificio de nuestra propia vida.

José Aldazábal

b) Mc 10, 28-31