2 de Junio

Viernes VIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 junio 2023

a) Eclo 44, 1.9-13

         Los 7 últimos capítulos del Eclesiástico aportan una visión de conjunto de la historia, a través del género literario estoico. Y en el capítulo de hoy, su autor (Ben Sira) nos presenta toda una galería de retratos de hombres ilustres: Henoc, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, Josué, Caleb, Samuel, Natán, David, Samuel, Elías, Eliseo, Ezequías, Isaías, Josías, Ezequiel, Zorobabel, Nehemías...

         El culto a los antepasados es una constante en todas las civilizaciones, al igual que la contemplación de la naturaleza que veíamos ayer. Una aceptación de nuestros antepasados que nos proporciona una profunda fuente de humildad: somos hoy quienes somos porque otros, ayer, vivieron y lucharon. Yo no soy más que un eslabón de esa cadena.

         Y al lado de los hombres ilustres que marcaron la evolución de la historia, hace memoria el Sirácida de los humildes y los desconocidos. Y también de los misericordiosos, de los cuales valora la misericordia como uno de esos valores seguros y de sólida duración.

         Hacer el bien significa "beneficiar a otro". ¿Soy yo bueno, y beneficio a los demás? Porque ésta es una exigencia de la Escritura, que Jesús creyó buena y conveniente para repetirla en cada oración: "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".

         No es extraño, pues, que el Eclesiástico diga que dichos hombres buenos "permanecen en su linaje, y su descendencia es rica en herencia". Y eso que no tenían todavía la revelación de Jesucristo, ni lo que su resurrección nos aportó. Por lo tanto, sólo podían asirse a esa frágil esperanza de sobrevivir en su posteridad, y en el recuerdo de los que vendrán después. Lo cual nos parece muy poco, para lo que merecieron meritoriamente.

         Hoy en día, el mundo está necesitado de una transmisión de la fe, porque sabemos que ésta no se transmite de forma automática. Y muchos padres sufren por no haber podido, aparentemente, transmitir a sus hijos "aquello que más hondamente llevan en el corazón". Pero esto no dispensa de procurarlo y de ser, por lo menos, unos "testigos de la fe" para sus hijos. El resto pertenece a los secretos de Dios.

Noel Quesson

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         Está claro que hay en el ser humano amor a la vida, y por ello un rechazo espontáneo y fortísimo a la muerte. En este sentido, todos queremos la inmortalidad. Sin embargo, no está claro qué significa eso de "no morir", pues la idea de una vida simplemente prolongada (años tras años) no suena muy atractiva.

         Morir no atrae, pero envejecer tampoco es lo más emocionante para la mayor parte de la gente. Y si soñamos con una edad prolongada llena de fuerzas físicas y capacidades mentales, todavía no está claro que estaremos libres del hastío. Uno se encuentra gente que, teniendo fuerzas, ya no tiene anhelos ni metas. Luego la inmortalidad debe ser algo más que energía y muchos años.

         El Eclesiástico enfoca la cuestión de la muerte de otro modo, comenzando por decir que hay personas que han pasado por la vida "como si no hubieran vivido", sin sentido ni propósito. Esa es la verdadera muerte, y por lado contrario el verdadero sentido de la la inmortalidad: la característica de los "hombres de bien". ¿Y qué es lo que caracteriza a estos? Sobre todo, 4 cosas: su esperanza (que "no se acabó"), sus bienes (que "todavía perduran"), su alianza con Dios (que "engendró fidelidad en su descendencia") y su recuerdo (que "durará por siempre").

Nelson Medina

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         El Sirácida (o autor del Eclesiástico) dedica varios capítulos (cap. 44 al 50) a entonar la alabanza de los antepasados ilustres del pueblo de Israel, desde Henoc y Noé hasta Nehemías y el sumo sacerdote Simón. En el texto de hoy leemos tan sólo unas pocas líneas, pero éstas nos pueden servir par ver el conjunto.

         Se trata de un álbum de fotos familiar, en que se recuerdan (con su correspondiente leyenda) muchos nombres que han dejado huella en la historia del pueblo. Sobre todo "los hombres de bien, porque sus bienes perduran en su descendencia, y su heredad pasa de hijos a nietos". Recordemos que en el AT no había una idea definida sobre la otra vida, y de ahí que el Sirácida la defina como "supervivencia en el recuerdo" y "vida de los descendientes".

         Es de admirar que tantos creyentes del AT fueran fieles a Dios, a pesar de la escasa luz que iluminaba su esperanza, y de que no vieran más que sombras en torno a la futura promesa mesiánica. Por eso, los cristianos no nos podemos quejar, porque además de los personajes del AT (que también recordamos, y de los que tanto aprendemos) tenemos el Martirologio, con todos los santos que la Iglesia reconoce como modelos de vida evangélica.

         Con unos y otros, sumergidos en la "comunión de los santos", nos deberíamos sentir acompañados y animados con resolución a caminar también nosotros los caminos de la fe. Es la perspectiva que nos enseña la Carta a los Hebreos (cap. 11-12), cuando nos representa como "si estuviéramos corriendo en el estadio", en pos de una medalla olímpica, animados desde los graderíos por los innumerables antepasados que ya han concluido su carrera y con los ojos fijos en la meta: la vida eterna, que nos entregará Jesucristo.

José Aldazábal

b) Mc 11, 11-25