8 de Febrero

Miércoles V Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 8 febrero 2023

a) Gén 2, 4-9.15-17

         El Génesis contiene, a nivel general, 2 relatos sobre la creación, el yahvista (del s. XII a.C) y el sacerdotal (del s. VI a.C). En concreto, las páginas que hoy leemos fueron redactadas en tiempos del rey Salomón (s. X a.C), en un momento en que los sabios recogían los conocimientos de alrededor, y les aplicaban el género del proverbio, el enigma, el mashall... componiendo así una auténtica sapientia vitae (muy alejada, por otro lado, de todo intento cientificista o historicista).

         Desde ese ánimo, pues, leamos lo que nos dice Génesis 2, acerca de cómo fue creado el hombre, y cómo pecó. Y si buscamos en el texto el sentido mismo de nuestra existencia, y la respuesta a los por qué más esenciales de la vida humana, nos encontramos con que:

         1º El hombre es a la vez grande y frágil, pues "el Señor formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida".

         No se trata de una afirmación científica, sino de una reflexión sapiencial. En hebreo el término adamah significa suelo, y el término adam significa hombre. Lo que lleva al relator a hacer un juego de palabras muy profundo: el hombre es terroso, como estatua de barro que volverá al polvo del suelo. Todo un símbolo de lo efímero y de la fragilidad, con que el sabio nos hace un guiño gracioso: no te pases de listo, oh humano, pues sabes muy bien que no eres gran cosa.

         Sin embargo, el hombre experimenta también su grandeza. El sacerdote que escribió el relato precedente hablaba del hombre "creado a imagen de Dios". El relator que escribe este capítulo nos dice, más concretamente, que "Dios insufló su propio aliento en la nariz". Sigue siendo como un guiño: descubrid el sentido, nos dice, id más allá de lo que relato, confiad en mi experiencia. Pues hay algo divino en el hombre, su vida es una partícula del soplo divino, su espíritu es una chispa del fuego de Dios. ¿Pensáis que esto pueda desaparecer algún día?

         2º El hombre, por su trabajo, es responsable de la creación, pues "el Señor plantó un jardín en Edén, al Oriente, donde colocó al hombre para que trabajase la tierra".

         Nos lo había narrado ya el 1º relato, de modo más abstracto: dominad la tierra y sometedla. Es toda una filosofía del trabajo, expresada sencillamente, a partir de la civilización rural que era la de la época: labrar, sembrar, podar, regar, cosechar, cocer, comer... actos humanos esenciales. Pero hoy también hay que: dominar el átomo, construir máquinas que faciliten el trabajo humano, hallar nuevas fuentes de energía, dominar la ciencia, desarrollar la instrucción, mejorar las condiciones de trabajo y la calidad de la vida... actos humanos esenciales, sugeridos por el viejo sabio, cuando nos habla del hombre agricultor, que cultiva el agro (la tierra), que transforma la maleza en campo cultivado.

         3º El hombre permanece dependiendo de Dios, pues "en medio del jardín había el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal", y podía comer de todos los árboles.

         Mas no del árbol "de la ciencia del bien y del mal", pues el hombre no lo sabe todo, ni puede hacer todo lo que se le ocurra. Y porque hay una ley objetiva que le ha sido dada por Dios: el bien y el mal. Indirectamente, con mucha agudeza, el relator nos dice: no os fiéis, podéis perjudicaros sin saberlo, y no todo es bueno para comer. Según lo que comáis, podéis envenenaros. Según lo que hagáis, podéis destruiros. Transformar la naturaleza implica también respetarla. No sois dueños absolutos, y dependéis de Dios.

Noel Quesson

*  *  *

         Hoy leemos la versión más arcaica (la llamada yahvista, diferente de la sacerdotal del cap. 1) de cómo creó Dios al hombre, y lo colocó en el jardín del Edén. Se trata de una versión llena de poesía y encanto popular, así como de explicación teológica sencilla y rudimentaria.

         El cuerpo de Adán es modelado por Dios, según este relato, de la arcilla de la tierra. Se trata de una imagen muy expresiva (la de Dios como alfarero) que denota que Aquel que lo hizo todo (la tierra, los manantiales, los planetas...), se ha detenido, con especial esmero, en el cuerpo humano. Y no sólo se ha detenido en él, sino que le ha introducido su mismo espíritu, descrito aquí como un "soplo de aliento" de Dios.

         A este hombre le encomienda Dios que cultive el jardín, y le ordena que no coma de un determinado árbol. ¿Simboliza con ello el Génesis las limitaciones humanas, o el desmedido afán humano por querer saber más de lo que sabe?. En todo caso, lo que sí presenta el Génesis es las tentaciones que el hombre tiene, respecto a lo bueno y lo malo.

         Nunca admiraremos bastante la maravillosa creación del cuerpo humano, ni el misterio del ser humano. El relato bíblico nos está queriendo decir que el hombre viene de Dios (de su mano moldeadora) y que posee su aliento de vida, como obra divina modelada ex profeso.

         Por una parte, somos parte de la tierra (estamos hechos de arcilla), pero por otra somos dueños de la creación (tenemos el espíritu de Dios). Nuestro origen arcilloso nos recuerda que somos perecederos, pero nuestro destino cósmico nos recuerda que estamos conectados con lo eterno.

         En efecto, el ser humano nació del aliento vital de Dios, y eso ilumina el destino del hombre. Un destino que sería inaugurado por el nuevo envío del Espíritu Santo (el Aliento de Dios) sobre la persona de Cristo Jesús, y sobre el envío que hizo éste del Espíritu Santo sobre todo bautizado.

         Somos arcilla (vida mortal) y somos espíritu (vida inmortal). Y como el Miércoles de Ceniza nos recuerda, "eres polvo, y en polvo te convertirás". Pero el Soplo de Dios (el Espíritu Santo, "Señor y Dador de vida") resucitó a Jesús a una nueva existencia, en Pentecostés tomó posesión de la Iglesia, y en el bautismo de cada cristiano hace nacer a la vida eterna. Así, podemos cantar con el salmo de hoy: "Dios mío, qué grande eres; envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra".

         Somos barro de la tierra (material) y somos imagen (espiritual) de Dios. Y eso nos invita a dar gracias a Dios por habernos dado su ser y su vida. Y también a amar al prójimo, que es barro como nosotros y, al igual que nosotros, imagen de Dios.

José Aldazábal

b) Mc 7, 14-23