10 de Febrero

Viernes V Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 febrero 2023

a) Gén 3, 1-8

         Al principio todo era bueno, y la situación de Adán y Eva en el paraíso de Edén era idílica. Pero llegó el pecado, y todo cambió. Se trata de un relato lleno de imaginación popular, pero con un contenido teológico innegable, que nos narra la tentación del Maligno, la caída de Eva y Adán, y la transformación inmediata (se sintieron desnudos, empezaron a tener miedo de Dios y se escondieron de su presencia).

         No sabemos por qué se ha personificado en la serpiente la tentación maligna. ¿Por la antipatía hacia este astuto animal y su peligroso veneno? ¿O porque en las religiones vecinas era objeto de culto, sobre todo porque se la consideraba relacionada con la fecundidad?

         Tampoco sabemos qué puede expresar la prohibición de comer del fruto de aquel árbol. Lo que sí es claro que nuestros primeros padres faltaron a una voluntad expresa de Dios, seducidos por la idea de "ser como Dios en el conocimiento del bien y del mal". Y que el Maligno (e.d. la serpiente) había sembrado en ellos el veneno de la desconfianza.

         Se trata de la 1ª pagina negra de la historia de la humanidad, que ha tenido consecuencias universales. La 1ª página, pero no la última. Porque en ella está representada y condensada todo el mal que ha habido (y sigue habiendo) en nuestra existencia, tendente tanto al orgullo como a la autosuficiencia. Y ese pecado original lo tenemos todos dentro.

         Es bueno que saquemos la lección de los efectos que produce el pecado en nuestra vida, y hasta en el resto de la creación. Pues es el pecado (el de Adán y Eva, y el nuestro a lo largo de la historia) lo que trastorna la armonía en este mundo (la infundida por Dios, al principio de la creación). Se ha perdido el equilibrio entre los hombres y Dios, se ha roto la armonía entre ellos mismos (lo que tendrá consecuencias trágicas en la muerte de Abel) y se ha trastornado la relación pacifica entre la naturaleza y sus habitantes.

         Del Edén quedará el recuerdo y la añoranza. Cuando en siglos posteriores los profetas anuncien el final del destierro de Babilonia, lo harán con frecuencia sirviéndose de las imágenes de una vuelta a la paz y la felicidad del paraíso perdido.

         Para nosotros, los cristianos, esta vuelta a la nueva creación ya ha sucedido. Baste recordar la teología de San Pablo, en su Carta a los Romanos, sobre el pecado del primer Adán, comparado con la gracia que nos consigue el nuevo Adán (Cristo Jesús): "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia".

         En el Apocalipsis, último libro de la Biblia, se completa gozosamente el ciclo que empezara en el 1º (el Génesis) con la victoria de Cristo sobre el Maligno: "Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás. el seductor del mundo entero: fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él" (Ap 12, 9).

         Haremos bien en reconocer con humildad que, como hijos del 1º Adán, también nosotros estamos inscritos como protagonistas en esta historia de desobediencia y rebelión. Pero tengamos confianza, porque, como seguidores del nuevo Adán (Cristo Jesús), estamos inscritos también en el número de los perdonados: "Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado" (Sal 31).

José Aldazábal

*  *  *

         El autor sagrado del Génesis, y la comunidad judía a la que pertenece, están absolutamente convencidos (por experiencia y reflexión) de que en el hombre y en la mujer, dotados de libertad, hay gérmenes de vida y muerte, de virtud y de vicio, de bondad a cultivar y de infidelidades a evitar.

         Esa condición humana, grandiosa en su libertad, y lastimosa en su infidelidad, es la que se ha querido expresar simbólicamente en un jardín delicioso, obra de Dios, en un hombre y una mujer libres, en un momento del despertar humano responsable, en una voz de la conciencia que se sobresalta, y una presencia del Señor del jardín que convoca y juzga.

         Es la vida de todo hombre y de cualquier hombre, en su condición existencial, cultural, moral, religiosa. ¡Somos hijos pecadores! ¿Y por qué la mujer es la primera en la caída? Por puro juego literario. No hay un primero y un segundo: ambos son igualmente hijos del Creador, libres en su conciencia, influenciados por los elementos todos de la vida, pecadores.

         No obstante, en la composición literaria se ha seguido un ritmo intencionadamente varonil, ritmo que una mujer redactora tal vez lo hubiera modificado, pues es arbitrario: Dios crea al hombre, y luego le da la riqueza de la mujer, que es (por un lado) lo último y más perfecto; pero luego se añade que la mujer es para "ayuda del hombre", detalle que refleja una cultura, un momento histórico; y el espíritu del mal, personificado en la serpiente, se fija 1º en la mujer, que, a pesar de ser lo último de la creación, lo mejor, ella lo estima como lo más débil y más dispuesto a escuchar sus reclamos. ¡Oh misterio de la conciencia responsable humana! En la claridad de sus acciones nos oculta el secreto de su ser.

Antonio Marín

b) Mc 7, 31-37