21 de Septiembre
Jueves XXIV Ordinario
Equipo de Liturgia
Mercabá, 21 septiembre 2023
a) 1Tm 4, 12-16
Después de hablar de las exigencias de los ministerios en la Iglesia, Pablo avisa a Timoteo de los falsos doctores que en ella se van introduciendo. Y lo hace siguiendo una manera corriente de escribir, según la cual estas desviaciones doctrinales anuncian la llegada de la parusía o, como dice nuestro texto de los "últimos tiempos".
Más difícil es determinar a quiénes designa esta descripción de "falsos profetas". Hay notas que nos hacen pensar en judíos (la interdicción del uso de ciertos alimentos); otros son completamente impensables en una mente judía (la prohibición del uso del matrimonio).
Sectarios judíos o gnósticos, Timoteo ha de predicar contra ellos el gran principio teológico que resuena desde las primeras páginas del Génesis: "Todo lo que Dios ha creado es bueno" (1Tm 4, 4). Este principio doctrinal es suficiente para salir al encuentro de las lucubraciones de los falsos doctores.
Con todo, Pablo insiste extrañamente en que la palabra de Dios y nuestra oración todo lo santifican (1Tm 4, 3-5). Es que Pablo no puede olvidar, ni quiere que nadie lo olvide, lo que él ha practicado desde la infancia como todo buen judío: la oración antes y después de las comidas.
Pablo no se deja obsesionar por los peligros de las doctrinas heterodoxas. Sabe que lo más importante es la formación de sus fieles. Pero ésta es imposible si el mismo Timoteo no cuida permanentemente de su propia formación. Por eso Pablo le manda una cosa: "Preocúpate de la lectura" (v.13). Esto se relaciona con la lectura pública del AT en el culto cristiano. Y así es, porque con ello el culto cristiano no hacía sino continuar las costumbres sinagogales.
Pero, precisamente, los buenos traductores de la Biblia en el culto sinagogal preparaban en su casa su traducción (y a veces, la alocución posterior). Y esto lo hacían con la lectura repetida de los textos bíblicos adecuadamente anotados con la paráfrasis tradicional correspondiente.
Por tanto, la lectura a la cual Pablo se refiere es pública y privada. El apóstol sabía muy bien que el progreso de la Iglesia depende no sólo de las virtudes morales de Timoteo, sino también de su progreso en la enseñanza (vv.13-16). No progresar en el estudio de la palabra de Dios sería "descuidar el don que posees, que te fue concedido (por Dios), por indicación de una profecía, con la imposición de manos de los presbíteros" (v.14).
Enric Cortés
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Las estructuras de la Iglesia pueden evolucionar. En el tiempo de esta carta a Timoteo (ca. 62) se distingue todavía poco al episcopoi (lit. supervisor) u obispo, del presbiteroi (lit. anciano) o sacerdote. Pero está claro que hay unas funciones precisas en la Iglesia, y alguien ha sido elegido para "presidir la oración" y "enseñar la Palabra". Y esta función le ha sido conferida mediante un rito: la "imposición de manos" de los otros ancianos.
De modo que el cargo de responsable no se da automáticamente a los ancianos, y la Iglesia no es una sociedad humana ordinaria. De hecho, el término presbítero en griego, significa "más anciano". Y la ancianidad de Timoteo era fruto de la gracia recibida y de sus cualidades de ponderación, mucho más que de su edad. De hecho, Timoteo era joven, como bien le recordaba Pablo: "Hijo muy querido, que nadie menosprecie tu juventud".
Lo que cuenta para Pablo, pues, no es la edad o la experiencia, sino:
1º el estilo de vida: "Procura ser para los creyentes un modelo por tu manera de hablar y de vivir, por tu amor y tu fe, por la pureza de tu vida". ¡Qué exigencia! Ser un hombre de fe, un hombre de amor, un hombre de pureza. Este texto nos invita a rogar por los obispos y los sacerdotes, para que así sea.
2° la competencia de la enseñanza: "Dedícate a leer la Escritura a los fieles, a animarlos y a instruirlos". Hoy, en que la competencia profesional tiene tanta importancia, es bueno oír esas palabras de Pablo pidiendo a los sacerdotes que sean especialistas de la Biblia y del evangelio. Menos que nunca se admite la superficialidad ni el trabajo de aficionado.
3° la gracia otorgada por Dios: "No descuides el carisma que hay en ti, ese don que se te comunicó por la intervención profética, cuando la asamblea de ancianos te impuso las manos". Es decir, en tu ordenación sacerdotal. Pues el ministerio no es sólo una delegación de la comunidad que propone a un responsable, es un "don que viene de lo alto", una iniciativa de Dios.
Tras lo cual, ha de cuidarse el sacerdote por sí mismo: "Vela por ti mismo y persevera en estas disposiciones, pues obrando así, obtendrás la salvación para ti y para los que te escuchan". De nuevo encontramos los 2 polos de la vida del sacerdote: su "manera de vivir" y su "función doctrinal".
La alusión a la perseverancia necesaria nos muestra que ambas cosas no se adquieren de una vez para siempre: es preciso resistir, avanzar, progresar en santidad y en el conocimiento de Dios. Será con el ejercicio de su ministerio, pues, que Timoteo se santificará a sí mismo y santificará a "aquellos que lo escuchan".
Noel Quesson
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Puesto que somos colaboradores de Cristo tratemos de no recibir en vano la gracia de Dios. El Señor nos ha consagrado para que, siendo suyos, seamos un signo vivo de su presencia en el mundo. Por eso hemos de cuidar el carisma que hay en nosotros: el de servir a todos, como Cristo lo ha hecho con todos.
Para lograr esto necesitamos dedicarnos a la lectura de la palabra de Dios, a la exhortación y a la enseñanza. Pero esto debe ir respaldado con una vida intachable que nos convierta en modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe y en la pureza.
No podemos pensar que, puestos al servicio de los demás por nuestra unión con Cristo desde el bautismo y confirmación, o como ministros ordenados, no hemos de poner algo de nuestra parte para que día a día maduremos en nuestra respuesta al Señor. Nuestro sí inicial debe ser renovado todos los días, de tal forma que en verdad vivamos, con mayor lealtad, nuestra entrega a Cristo y al anuncio de su evangelio.
Esto debe llevarnos a profundizar, también todos los días, la palabra de Dios mediante la Lectio Divina para que, así, antes que exhortar y enseñar a los demás, la palabra de Dios sea aceptada y vivida por nosotros. Entonces podremos ser modelo que pueden imitar los demás, pues encontrarán en nosotros un punto de referencia a Cristo. Obrando, de modo perseverante en el bien, no sólo lograremos salvarnos, sino que salvaremos a aquellos a quienes hemos sido enviados.
José A. Martínez
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Después de los 2 motivos teológicos de ayer (la dignidad de la comunidad y la riqueza del misterio de Cristo), hoy propone Pablo unos criterios de actuación a Timoteo, que se ve que todavía es muy joven para su cargo.
El responsable en la comunidad debe ser "un modelo para los fieles en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez". De nuevo las cualidades humanas que ya había enumerado en la lectura del martes. Lo que no tiene en madurez de años Timoteo, lo ha de suplir con virtudes.
Pero esta vez entra en otro terreno: el de la evangelización y la gracia sacramental. Timoteo tiene que "animar y enseñar", "cuidar la enseñanza" y hacer fructificar la gracia de su ordenación: "No descuides el don que posees, que se te concedió con la imposición de manos de los presbíteros".
Son consejos a un episcopo, pero nos vienen bien a todos: a los padres en su relación con los hijos, a los educadores en su misión formativa, a los animadores de cualquier grupo juvenil.
De alguna manera todos debemos ser evangelizadores, y cuidar que también las generaciones jóvenes o los que se han alejado de la fe por mil razones, vayan conociendo la Buena Noticia del amor de Dios y de la salvación que nos ofrece Jesús: "Cuida la enseñanza".
Pero el mejor testimonio que damos no son nuestras palabras, sino nuestra conducta, nuestra honradez, fe y amor. La vida divina que hemos recibido todos en el bautismo, y algunos también en la ordenación ministerial o en la profesión religiosa, la debemos cuidar para que crezca, para que se trasparente en nuestras obras y así podamos colaborar a la construcción de una Iglesia mejor.
En realidad, los hijos y los educandos y los destinatarios de nuestra evangelización, no obedecen, sino que imitan.
José Aldazábal
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Por las palabras de Pablo de hoy, nos enteramos que su discípulo y amigo Timoteo fue consagrado obispo, por la imposición de manos de los presbíteros, en plena juventud. ¡Qué atrevimiento! Timoteo tenía ya experiencia pastoral (pues había compartido con Pablo sus andanzas misionales), pero mucha gente le veía demasiado joven como para regentar el cargo de jefe de la Iglesia. Necesitaba, pues, del ánimo de Pablo, para llevar a buen puerto su obra.
Pero Pablo no se contenta con enviarle ánimos, sino que trata de anticiparse a los hechos, manifestando su deseo de ir a visitarlo y confirmar su autoridad episcopal ante el pueblo. Y se permite recordarle que, olvidándose de su edad, asuma la doble responsabilidad de cuidar de la comunidad (1ª) e instruirla en la fe (2ª) más y más.
He ahí los 2 valores que se exigen a todo dirigente eclesial: firme profesión firme de fe en servicio y caridad, y enseñanza a los demás para hacerlos conscientes de su compromiso.
Dominicos de Madrid
b) Lc 7, 36-38.41-50
Empecemos hoy la explicación del evangelio por el escenario: la "casa del fariseo" Simón (v.36), como lugar de reunión de todos los que participan de su mentalidad (vv.37.44) y los "comensales" (v.49).
Un escenario que queda calificado por la intencionalidad mostrada por el fariseo: "Un fariseo lo invitó a comer con él" (v.36a). Se pone de relieve la función de comer, siendo el alimento sinónimo de enseñanza. De hecho, para la mentalidad de un semita "participar de una misma mesa" comportaba compartir la mentalidad de sus componentes. Jesús entra en casa del fariseo, y "se recuesta a la mesa" (vv.36b.37b.44b).
El 1º personaje que aparece en escena es un individuo masculino, descrito con los rasgos típicos de los personajes representativos ("cierto", indefinido), perteneciente a una colectividad ("de entre los fariseos"; v.36a). Representa, por tanto, a una parte o facción de esa colectividad, pero no al todo del Partido Fariseo. De momento no lleva nombre. Además del partitivo "cierto individuo de entre los fariseos", es identificado como "el fariseo" por 3 veces (vv.36b.37b.39a).
Hasta que llega el preciso momento en que ese tal fariseo pone en duda que Jesús sea un profeta. En ese preciso instante, Jesús lo pone en evidencia a él, designándolo por su propio nombre: "Simón", nombre que se repetirá a partir de ahora 3 veces más. Es el único fariseo que lleva nombre en los evangelios sinópticos (junto al aportado por Juan de Nicodemo; Jn 3, 1).
En contrapartida, el 2º personaje es femenino, una "mujer pública" (vv.37a.39b.47-48) y "mujer" (vv.44a.44b.50a) subrayada al máximo por esta cualidad, dentro del género literario arcaico. Se trata de un personaje sin nombre, introducido con una locución que los evangelistas emplean con frecuencia para centrar la atención en el personaje en torno al cual gira el relato ("mirad, una mujer"; v.37a), pasando así a ella el foco del escenario (Lc 2,25; 5,12; 7,12).
La descripción detallada que Lucas hace de la mujer (de "pecadora pública" de la ciudad), deja ya entrever que en ella se ha verificado un giro de 180 grados: "La mujer, conocida en la ciudad como pecadora, se presentó en casa del fariseo, al enterarse de que Jesús estaba recostado en la mesa de esa casa" (vv.37-38).
Con 3 acciones ("regar, besar, ungir") describe Lucas, de forma tridimensional, el sentimiento de profunda gratitud de esa mujer. Volveremos a ello en seguida.
En la escena que estamos examinando, descubrimos una serie de rasgos sorprendentes: un individuo perteneciente al Partido Fariseo (ultra-observante de la ley) invita a Jesús (vv.36a.39a.45b) "a comer con él", convencido de que comparte las mismas ideas y convicciones (pese a que los dirigentes fariseos ya han rechazado a Jesús; Lc 6, 11), y Jesús ha reprobado a los fariseos por frustrar con sus ideas el plan que Dios (Lc 7, 30).
El fariseo Simón, además, no está sólo, sino que ha invitado también a sus colegas que piensan como él, "los otros comensales" (v.49a). Jesús, por el contrario, no va acompañado de nadie cuando entra en la casa (vv.36b.44c).
Un 2º rasgo chocante lo constituye el hecho de que una mujer pública ponga los pies en casa de un fariseo. Simón, por lo que se ve, no es fariseo intransigente, ya que muestra cierta tolerancia hacia los individuos representados por la pecadora, por lo menos mientras Jesús está en su casa. Tampoco los comensales hacen aspavientos, al menos en principio.
Ni el fariseo ni los comensales se atreven a reprochar a Jesús su comportamiento hacia la pecadora, sino que lo formulan en su fuero interno (vv.39a.49a). El primero se escandaliza porque Jesús se ha dejado tocar por una "mujer pecadora" (v.39b), pues quien toca a un impuro queda él mismo impuro. Como buen fariseo, pese al afecto que profesa a Jesús, continúa creyendo en la validez de la ley de lo puro e impuro, continúa dividiendo la humanidad entre buenos y malos, entre justos y pecadores, ufano de su condición privilegiada de hombre justo y observante.
Los comensales se escandalizan también, pero en un 2º momento: "Empezaron a decirse" (v.49a), es decir, no repitiendo el reproche. Y en un 3º momento, al empezar a rumiar uno más grave: "¿Quién se cree éste, al perdonar pecados?" (v.49b). El 1º ponía en duda la aureola de profeta que rodeaba a Jesús, y el 2º y 3º se resisten a aceptar que Jesús pueda perdonar pecados (cosa que ellos reservaban en exclusiva a Dios).
Josep Rius
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Jesús es invitado hoy a cenar a casa de un fariseo llamado Simón. Invitar a comer en la propia casa a alguien importante es un signo de que se quiere honrar a esa persona, por tanto, se hará lo mejor para que se sienta bien.
Sin embargo, Simón no guarda las reglas de cortesía con las que se solía atender a un huésped importante. No recibe a Jesús en la puerta, no coloca las manos en el hombro de Jesús ni lo saluda con un beso. No le ordena a un siervo que le lave los pies, ni le ofrece agua para lavarse la cara y las manos antes de comer; tampoco lo unge con perfume para que tenga un olor agradable.
Mientras Jesús cenaba, se presentó una mujer conocida en el pueblo como una pecadora y enjugó con perfume y con sus lagrimas los pies de Jesús, los secó con su cabello y los besó. Los invitados y el mismo Simón quedaron sorprendidos, no por lo que estaba haciendo la mujer, sino porque Jesús se dejara tocar por una prostituta. ¿Qué clase de profeta era Jesús?, pensaba Simón.
Jesús se adelantó al pensamiento de Simón y le contó un breve relato en el que subraya un aspecto muy importante de su mensaje salvífico: la misericordia de Dios para con los pecadores.
Hay que entender el texto de hoy desde el contenido de la parábola que cuenta Jesús. El amor de los deudores es la respuesta al perdón de la deuda del prestamista, es decir que, al que mucho se le ha perdonado, demuestra mucho amor, en cambio, al que se le perdona poco, demuestra poco amor.
El perdón de Jesús para con la pecadora es la respuesta al gran amor manifestado por la misma mujer para con él. Con estas palabras el evangelista nos quiere expresar la íntima relación que hay entre el amor agradecido y el perdón de los pecados. Un perdón que se hace presente en Jesús, que nos presenta el rostro misericordioso del Padre.
Simón, el fariseo y todos sus invitados, parecen incapaces de comprender lo que significa la misericordia de Dios, no pueden abrirse a la dimensión de la salvación porque se encuentran entre aquellos a los que se les ha perdonado poco, son autosuficientes, se creen buenos, no necesitan del perdón de Dios.
No pueden entender lo que significa la gracia, el don gratuito y generoso que ofrece Jesús como hijo del Padre misericordioso. No entienden, ni comprenden, ni aceptan que el perdón no se da a cambio de amor, sino que se da simplemente sin esperar nada a cambio. El perdón es un regalo gratuito, esto es lo que la fe de la pecadora ha entendido; por eso Jesús le dice: "Tu fe te ha salvado, vete en paz".
A veces nosotros somos como Simón, el fariseo y sus invitados. ¿Con cuánta frecuencia somos incapaces de descubrir la presencia misericordiosa de Dios y de su mano amorosa en los acontecimientos ordinarios de nuestra vida?
Emiliana Lohr
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Un fariseo rico, Simón, invita hoy a Jesús a comer, y olvida darle las atenciones tradicionales de hospitalidad (Lc 7, 36-50). El Señor sí es consciente de esos olvidos de Simón y los echa de menos, como echó en falta el agradecimiento de aquellos leprosos que después de curados ya no volvieron más.
La tosquedad del anfitrión se pone particularmente de manifiesto en contraste con las delicadezas de una pecadora pública que irrumpe en el banquete para expresarle al Señor su arrepentimiento y amor: llevó un vaso de alabastro con perfume, se situó detrás, a los pies de Jesús, se puso a bañarlos con sus lágrimas y los ungía con perfume.
Ante los juicios negativos de los comensales para con la mujer, Jesús le da la recompensa más grande que puede recibir un alma: "Te son perdonados tus muchos pecados, porque has amado mucho".
Cuando se trata de padecer por la salvación de las almas, el Señor no pone límites a sus sufrimientos; sin embargo, extraña la cortesía en el trato y las manifestaciones de cariño de parte de Simón, y le dice: "Entré en tu casa y no me has dado agua con que lavar mis pies". ¿No tendrá que reprocharnos hoy algo por el modo como le recibimos? Te adoro con devoción, Dios escondido (himno Adoro te Devote), le diremos cuando viene a nuestro corazón y procuraremos hacerle un recibimiento lleno de delicadezas de manera que nunca tenga qué reprocharnos nuestra falta de amor.
Reflexionaba en un sermón San Juan de Avila que "el rey ha de venir mañana a mi casa", y se preguntaba: "¿Cómo le aparejaré posada?". Para poco después, en otro sermón, responder: "Con amor viene, recíbelo con amor". El amor supone deseos de purificación, aspirando a estar el mayor tiempo con Jesús, sin precipitaciones.
Francisco Fernández
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El evangelio de hoy nos llama a estar atentos al perdón que el Señor nos ofrece: "Tus pecados quedan perdonados" (v.48). Es preciso que los cristianos recordemos dos cosas: que debemos perdonar sin juzgar a la persona y que hemos de amar mucho porque hemos sido perdonados gratuitamente por Dios. Hay como un doble movimiento: el perdón recibido y el perdón que debemos dar. Como decía San Juan Crisóstomo:
"Cuando alguien os insulte, no le echéis la culpa, echádsela al demonio en todo caso, que le hace insultar, y descargad en él toda vuestra ira; en cambio, compadeced al desgraciado que obra lo que el diablo le hace obrar".
No se debe juzgar, pues, a la persona, sino reprobar el acto malo. Porque la persona es objeto continuado del amor del Señor, y son los actos los que nos alejan de Dios. Nosotros, pues, hemos de estar siempre dispuestos a perdonar, acoger y amar a la persona, pero a rechazar aquellos actos contrarios al amor de Dios. Como dice el Catecismo de la Iglesia:
"Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano ha de ser piedra viva" (CIC, 1487).
A través del Sacramento de la Penitencia, la persona tiene la posibilidad y la oportunidad de rehacer su relación con Dios y con toda la Iglesia. La respuesta al perdón recibido sólo puede ser el amor. La recuperación de la gracia y la reconciliación ha de conducirnos a amar con un amor divinizado. ¡Somos llamados a amar como Dios ama!
Preguntémonos hoy especialmente si nos damos cuenta de la grandeza del perdón de Dios, si somos de aquellos que aman a la persona y luchan contra el pecado y, finalmente, si acudimos confiadamente al Sacramento de la Reconciliación. Todo lo podemos con el auxilio de Dios. Que nuestra oración humilde nos ayude.
Ferrán Jarabo
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Escuchamos hoy un relato maravilloso, que comienza la historia con la invitación de un fariseo a comer en su casa. En la misma ciudad había una mujer pecadora pública. Al saber que Jesús estaba allí, cogió un frasco de alabastro de perfume, entró en la casa, se puso a los pies de Jesús a llorar, mojando sus pies con sus lágrimas y secándoselos con sus cabellos, ungió los pies de Cristo con el perfume y los besó. El fariseo, entre tanto, ponía en duda a Cristo.
Pero Jesús, que leía su pensamiento, salió en defensa de aquella mujer, comparando su actitud con la de él: la de ella llena de amor y arrepentimiento; la de él llena de soberbia y vanidad. Tras ello, hace una afirmación que parece la absolución tras una excelente confesión: "Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor", le dice al fariseo, llamado Simón. Y a la mujer: "Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz". Los comensales volvieron a juzgar a Jesús: "¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?".
Dios siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar, a renovar. Dios siempre nos espera; siempre aguarda nuestro retorno; nada es demasiado grande para su misericordia. La misericordia del Señor es eterna. En el libro del profeta Oseas leemos frases que nos descubren esa ternura de Dios hacia nosotros:
"Cuando Israel era niño, yo le amé. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla" (Os 11, 1-4).
Sin embargo, la misericordia de Dios no es algo que se pueda tomar a broma, pues surge del conocimiento que Dios tiene de nuestra fragilidad, y de su deseo de que "todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". La misericordia divina no puede, en cambio, ser un tópico al que recurrir.
A espaldas de la pecadora de hoy del evangelio, sólo hay una realidad: el pecado. En su horizonte sólo una promesa: la tristeza, la desesperación, el vacío. Pero en su presente se hace realidad Cristo, el rostro humano de Dios. Y él nos va enseñar cómo actúa Dios cuando el ser humano se le presta.
La mujer reconoce ante todo que es una pecadora. Esas lágrimas que derrama son realmente sinceras y demuestran todo el dolor que aquella mujer experimentaba tras una vida de pecado, alejada de Dios, vacía. Hay lágrimas físicas y también morales. Todas valen para reconocer que nos duele ofender a Dios, vivir alejados de él.
A ella no le importaba el comentario de los demás. Quería resarcir su vida, y había encontrado en aquel hombre la posibilidad de la vuelta a un Dios de amor, de perdón, de misericordia. Por eso está ahí, haciendo lo más difícil: reconocerse infeliz y necesitada de perdón.
Y Cristo, que lee el pensamiento, como lo demostró al hablar con Simón el fariseo, toca en el corazón de aquella mujer todo el dolor de sus pecados por un lado, y todo el amor que quiere salir de ella, por otro. Todo está así preparado para el re-encuentro con Dios. Se pone decididamente de su parte, aunque reconozca que ella ha pecado mucho.
Jesús afirma que el amor es mucho mayor que el pecado: "Le quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor". Se realiza así aquella promesa divina: "Dónde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia". El corazón de aquella mujer queda trasformado por el amor de Dios. Es una criatura nueva, salvada, limpia y pura.
La misericordia divina le impone un camino: "Vete en paz", algo así como decirle: "Abandona ese camino de desesperación, de tristeza y sufrimiento. Coge ese otro derrotero de la alegría, de la ilusión y de la paz", que sólo encontrarás en la casa de tu Padre Dios.
No sabemos nada de esta pecadora anónima. No sabemos si siguió a Cristo dentro del grupo de las mujeres o qué fue de ella. Pero estamos seguros de que a partir de aquel día su vida cambio definitivamente. También a ella la salvó aquella misericordia que salvó a la adúltera, a Pedro, a Zaqueo y a tantos más.
Juan José Ferrán
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Estamos frente a un hecho que hoy tendría una resonancia y divulgación tendenciosa, alguien podría decir, sobre la libertad de que entrara una prostituta a una comida, y se presenta con una frasco de perfume.
Una actitud, de esta mujer, que debió haber causado asombro no sólo al fariseo anfitrión de la casa (Simón), también a lo invitados, que seguramente al verla se estaban escandalizando, asombrados además ante el comportamiento tan respetuoso y amoroso de Jesús con la pecadora.
Para colmo, la mujer se colocó detrás de Jesús, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas, secándoselos con sus cabellos y cubriéndolos de besos y perfume.
Seguramente la pecadora sentía la mirada quemante de los fariseos, y la sedante, amorosa y pacificadora de Jesús. Pero supero las trabas, se coló en el comedor y ungió a Jesús con lo mejor que tenía (un perfume aromático y costoso).
Entonces Jesús, volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer?. Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos". Jesús llama a Simón por su nombre, mientras a la pecadora la llama "cierta mujer", sin nombre. La pecadora sabe con quién está, y tal vez Simón todavía no se ha dado cuenta.
Por eso, dijo Jesús a la mujer: "Tus pecados te han sido perdonados. Tu fe te ha salvado, vete en paz". La pecadora había clavado su mirada en Jesús, implorando su misericordia, reconociendo sus pecados y confiada totalmente en Jesús. Y ante esa mirada, Jesús respondió con la suya, llena de compasión. Cosa que no hizo, o no quiso hacer, al fariseo llamado Simón.
Pedro Donoso
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Un papa y doctor de la Iglesia, San Gregorio Magno, decía que le daban ganas de llorar cada vez que leía en el evangelio la historia de la prostituta del lago. Es Lucas quien nos cuenta en su evangelio la escena conmovedora.
En efecto, Jesús iba predicando por todos los pueblos que rodeaban el lago de Genesaret. Y entre los que le escuchan, se mete una mujer que se había tirado a la calle. Todos la conocen, y los fariseos la deprecian. Por eso va a ser hoy grande el escándalo cuando la vean hacer lo que ella trama en sus adentros. Oye a Jesús, se enternece y adivina en el Maestro de Nazaret a alguien que es más que un profeta. La fe y el amor la están empujando misteriosamente.
Y al fin, se decide a hacer lo que le inspira un secreto amor, al que ya considera su Salvador: "Yo tengo que hablar con Jesús". Y ve que el importante fariseo Simón se acerca a Jesús, le invita a comer en su casa, y que Jesús acepta de buen grado. "Esta es la mía", se dijo la mujer, y "a casa de Simón que voy, aunque me maten esos santurrones fariseos".
A mitad del convite, se presenta la prostituta en la puerta del festín, con un pañuelo en la mano, en el que por lo visto esconde algo ( un frasco de perfume costoso, que habría de convertir su inmundicia al pecado en aroma de cielo nuevo).
La prostituta se cuela en la casa, observa dónde está recostado Jesús y se acerca por detrás sin decir palabra, rompiendo a llorar ante su cara y quebrando el pomo de alabastro que escondía en el pañuelo. Tras lo cual se suelta su larga cabellera y empieza a enjugar los pies divinos del Maestro.
Los pensamientos de todos vuelan demasiado lejos y son temerarios y malos de verdad. Empezando por los del dueño, como nos refiere el evangelio: "Si este Jesús fuera el profeta que dicen, sabría bien quién es la mujer que le está tocando".
Es el momento de Jesús, que va a demostrar a todos en qué consiste la profecía verdadera y la religión verdadera: "Simón, tengo que proponerte una cuestión". El resultado ya lo sabemos: un perdón incondicional, preparado por la fe, producido por el amor y confirmado con la paz y esperanza definitiva.
Esto es lo que resalta de manera tan deslumbrante el pasaje de la pecadora, uno de los más bellos y enternecedores de todo el evangelio: el valor inmenso del amor. La pobre prostituta trae muchas culpas encima, pero trae mucho más amor. Y lo malo no es que hayan pecados, sino que no haya amor.
Pedro García
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No sabemos el nombre de aquella mujer pecadora, y hasta se la suele relacionar, equivocadamente, con María Magdalena (de la cual Jesús había expulsado 7 demonios; Lc 8, 2), pues de esta "pecadora pública" se habla unos versículos antes (Lc 7, 37-50) que los de la Magdalena.
La mujer anónima de la que nos habla el evangelio de hoy se dedicaba a la prostitución, mientras que de María Magdalena se dice que Jesús expulsó de ella "siete demonios" (lo cual no es prostitución, sino algo mucho peor, con problemas no sexuales sino demoníacos).
En todo caso, la mujer que se acerca a Jesús, cuando ésta entra en la casa del fariseo, lleva mucho amor en su corazón. Descubre en Jesús el amor de su vida y está dispuesta a dejarlo todo ante su nuevo amor. Se desprende su cabello, cubre de besos los pies de Jesús y derrama sobre sus pies un frasco de perfume.
Se trata de una escena de un profundísimo y sorprendente amor. Jesús, acogido por esta mujer con un amor, que no había sido capaz de mostrarle su anfitrión, se hace hospitalidad que perdona, acoge y transforma.
La experiencia del vacío de la vida es, frecuentemente, la mejor condición para encontrar el sentido de la vida. Profundicemos en nuestro interior, y veamos cuántas cosas nos llenan de verdad y cuántas nos defraudan, dejándonos insatisfechos.
Busquemos el sentido y lo encontraremos. Jesús está resucitado, y sigue en medio de nosotros. Es posible encontrarlo, o mejor todavía, él nos sale al encuentro. ¿Porqué no estar atentos para acoger su llegada, en la primera ocasión que esta acontezca?
José García
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La escena de hoy la cuenta Lucas con elegancia y detalles muy significativos. ¡Qué contraste entre el fariseo Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y aquella mujer pecadora que nadie sabe cómo ha logrado entrar en la fiesta y colma a Jesús de signos de afecto!
Desde luego, perdonar a una mujer pecadora precisamente en casa de un fariseo que le ha invitado, es un poco provocativo. No es raro que se escandalizaran los presentes, o porque Jesús no conocía qué clase de mujer era aquélla, o que no reaccionaba ante sus gestos, que resultaban cuando menos un poco ambiguos.
Pero Jesús quería transmitir un mensaje básico en su predicación: la importancia del amor y del perdón. El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que se le perdona porque ha amado ("sus pecados están perdonados, porque tiene mucho amor"), como que ha amado porque se le ha perdonado ("amará más aquél a quien se le perdonó más").
Probablemente aquella mujer ya había experimentado el perdón de Jesús en otro momento, y por ello le manifestaba su gratitud de esa manera tan efusiva. Pero la escena nos hace repensar nuestra conducta con los que consideramos pecadores. ¿Cómo los tratamos, dándoles ánimos o hundiéndolos más?
Podemos actuar con corazón mezquino, como los fariseos que juzgan y condenan a todos, o como el hermano mayor del hijo pródigo que le recrimina de una manera intransigente lo que ha hecho, o como Simón y los otros convidados, que no deben ser malas personas (han invitado a Jesús a comer), pero no saben ser benévolos y amar.
Pero también podemos portarnos como el padre del hijo pródigo, y sobre todo como el mismo Jesús, que perdona a la mujer adúltera que le presentan, y tiene palabras de ánimo para esta mujer que ha entrado en la sala del banquete y le unge los pies.
¿Dónde quedamos retratados, en los fariseos o en Jesús? No se trata de que lo aprobemos todo. Como Jesús no aprobaba el pecado y el mal. Sino de imitar su actitud de respeto y tolerancia. Con nuestra acogida humana, podemos ayudar a tantas personas (drogadictos, delincuentes, okupas...) a rehabilitarse, haciéndoles fácil el camino de la esperanza. Con nuestro rechazo justiciero les podemos quitar los pocos ánimos que tengan.
Claro que, para ser benévolos en nuestros juicios con los demás, antes tendremos que ser conscientes de que Dios ha empleado misericordia con nosotros. Se nos ha perdonado mucho a nosotros y por tanto deberíamos ser más tolerantes con los demás, sin constituirnos en jueces prestos siempre a criticar y a condenar.
Dios es rico en misericordia. Lo ha demostrado en Cristo Jesús. Y lo quiere seguir mostrando también a través de nosotros.
José Aldazábal
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Jesús, tú perdonas los pecados de esa mujer pecadora porque ha demostrado su amor y su dolor con hechos concretos. Además, no tiene vergüenza para manifestar públicamente su conversión, como público era también su pecado. Tú conocías su arrepentimiento antes de que viniera a la casa de Simón, pero esperas a que lo manifieste en tu presencia antes de perdonarla.
Jesús, algunos piensan que se pueden confesar directamente contigo, sin necesidad de manifestar su arrepentimiento en la confesión. Pero tú, que eres el que perdonas, tienes el derecho de establecer el procedimiento para perdonar. Y para ello has instituido el Sacramento de la Penitencia. Además, como cristianos, al pecar ofendemos también a la Iglesia, y es justo que sea uno de sus ministros el que, en tu nombre, tenga la capacidad de borrar ambas culpas.
Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que atares en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (CIC, 1444).
No te preocupen esas contradicciones, esas habladurías: ciertamente trabajamos en una labor divina, pero somos hombres y resulta lógico que, al andar, levantemos el polvo del camino.
Jesús, el fariseo Simón no es sincero contigo, y está juzgando torcidamente en su interior, mientras por fuera te ofrece amablemente un banquete. Es la actitud propia del soberbio que se cree por encima, en posesión de la verdad.
No juzguéis y no seréis juzgados (Lc 6, 37), me recuerdas. Si veo alguna falta, en vez de murmurar, lo que debo hacer es comentársela a esa persona con intención de ayudar, como tú hiciste con Simón: le comentaste todas sus faltas de delicadeza sin amargura, sin enfado, con amabilidad.
Jesús, no me puede extrañar que, si me decido a vivir en serio mi vida cristiana, alguna gente a mi alrededor pensará (y hablará) mal de mí.
Sencillamente, no todos entienden el camino de santidad en medio del mundo: una lucha personal, interior, sin hacer cosas raras. Que no me preocupe si no entienden. Esas contradicciones me sirven para mi purificación y, si es preciso, para rectificar.
Pablo Cardona
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Jesús es el maestro de los contrastes. Y Lucas un experto en ponerlos de relieve. En el evangelio de hoy aparecen dos amigos de Jesús: uno, varón, con nombre propio (Simón); otro, mujer, sin nombre (conocida como pecadora). A partir de esta primera caracterización podemos ir construyendo una lista de contrates, empezando por los personajes.
El fariseo Simón invita a Jesús a su casa, pero no lo toca, mantiene las distancias de seguridad. Admira a Jesús, pero no sabe bien quién es ("si fuera profeta") y no acaba de fiarse. Procura ser cortés, pero se mantiene en su posición, no se entrega.
La mujer pecadora da el 1º paso: se introduce en la casa, y besa y unge a Jesús con perfume y lágrimas. No pierde el tiempo en averiguar quién es, sino que se entrega sin condiciones. No justifica su conducta, sino que deja que fluyan sus lágrimas. No pronuncia palabra, sino que su cuerpo entero se hace palabra.
¿Es necesario cavilar mucho para saltar a la arena de nuestra propia vida? El inextinguible fariseo que llevamos dentro no para de hacer preguntas para retrasar el momento de la rendición y la entrega. Puede que presumamos de ser despiertos y buscadores. Pero la mayor parte de las veces somos solo cobardes. Menos preguntas y más donación. Menos sospechas y más lágrimas. Entonces la luz llega.
Gonzalo Fernández
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Nos invita hoy el evangelio a amar al Señor, pues él nos ha perdonado mucho. A él no le importa nuestro pasado, por muy tenebroso que sea; a él sólo le importa el que nos dejemos encontrar y que recibamos su perdón. Esto indicará que en verdad él significa no sólo algo, sino todo en nuestra vida. Si él se junta con pecadores, o si él acude a banquetes, no es porque quiera dejarse dominar por el pecado, o porque quiera pasarse la vida embriagándose. Sino porque busca al pecador para intentar salvarle.
La Iglesia es santa porque su cabeza (Cristo) es santa, pero compuesta por pecadores y necesita estar en una actitud de continua conversión, abierta al perdón de Dios. Sólo así podrá convertirse en un signo del poder salvador del Señor, que vino a salvar todo lo que se había perdido. Por eso no ha de tener miedo de ir a todos los ambientes del mundo, por muy cargados de maldad que se encuentren, para llamar a todos a la conversión y a la unión plena con Dios.
¿Hasta dónde somos capaces de salir al encuentro del pecador, no para condenarle, no para señalarle como a un maldito, no para dejarnos dominar por su pecado, sino para ayudarle a encontrarse con Cristo y a recibir su perdón, de tal forma que se inicie, en su propia vida, un nuevo caminar en el amor a Dios y en el amor fraterno?
Dios no nos envió a destruir a los demás, por muy malvados que parezcan; nuestra lucha no es una lucha fratricida, es una lucha en contra del pecado; y el pecado no se expulsa acabando con los pecadores, sino amándoles de tal forma que puedan recuperar su dignidad de hijos de Dios. Saber amar, saber perdonar como Dios nos ha amado y perdonado, es la luz que fortalecerá a quienes se apartaron del camino del bien para que vuelvan a encontrarse con el Señor y vivan comprometidos con él.
José A. Martínez
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Amar y ser perdonado. Confesar la propia debilidad y agradecer la grandeza del Señor. ¡Pobre corazón humano cuando, en vez de ser generoso, como el de la Magdalena, se carcome de hipocresía y egoísmo!
¡Qué consuelo es saber que, si amo, se me perdonará. Sin embargo, en nuestras experiencias de amor y de perdón, quizá hubiéramos de modificar esas palabras del Maestro, pues a veces Dios, nuestro Padre, nos ama tantísimo, que parece perdonarnos, aun amándolo nosotros muy poco. Dios es siempre quien comienza la obra en la que desea vernos implicados con amor creciente.
¡Qué lección de la pecadora! Amaba mucho, y amaba desde su conciencia lacerada por las infidelidades que cometía; era infiel. Pero luchaba consigo misma, y un día llegó la oportunidad de quitarse todos los velos y dejar al descubierto su admiración y reconocimiento a Jesús de Nazaret. Desde ese día ya no le importaron las habladurías de los hombres y mujeres. Amaba a Jesús.
Dominicos de Madrid
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La presente unidad narrativa es característica y exclusiva de Lucas. Las principales articulaciones son: en 1º lugar, un hecho (vv.36-38); en 2º término, la reacción silenciosa del fariseo y la discusión abierta con Jesús (vv.39-46); en 3º lugar, una conclusión (v.47), cuya importancia es decisiva en orden a la interpretación del texto; y en 4º lugar, el perdón y la despedida de Jesús a la pecadora.
El contexto de esta escena es un banquete en el que Jesús es invitado y dos personajes muy distintos (un fariseo y una prostituta) se acercan a ofrecerle sus dones.
La actitud del fariseo, quien invita a Jesús a un banquete material, es de juicio y dominio, por eso se pronuncia con autoridad ante la actitud de Jesús. Se trata de la actitud típica farisaica. Tiene hecha su verdad, no necesita que nadie le enseñe.
La pecadora, por el contrario, que no ha sido invitada, se acerca a Jesús, ha descubierto quién es él, y le ofrece sencillamente lo que tiene: el perfume que utiliza para su trabajo, sus lágrimas y sus besos. Ante estos 2 personajes Jesús hace una comparación. Interpreta la actitud de la mujer como un efecto de su amor y gratuidad por haber sido comprendida y perdonada.
Esta visión de Jesús se ilumina a partir de la parábola (vv.41-43): de los 2 deudores insolventes: amará más al Señor aquél a quien le ha sido perdonada la mayor de las deudas. De este modo queda evidenciada la actitud del fariseo y de la prostituta.
Lucas nos viene a mostrar cómo Jesús ha venido a ofrecer el perdón de Dios a todos los insolventes de la tierra. La actitud típica farisaica es no aceptar el perdón; piensa que sus cuentas están claras, se siente plenamente en paz y, por lo tanto le resbalan las palabras de Jesús que aluden al don de Dios que borra los pecados.
El evangelio presente nos lleva a comprender cómo la mirada de Jesús penetra las actitudes profundas. No se queda en las apariencias, sino que mira el corazón. Así es el Dios de los cristianos, y así en buena lógica deberíamos ser también los cristianos. Ante un mundo donde se le da tanta importancia a la imagen, a las apariencias, al caparazón, a la superficie, los cristianos están llamados a ser hombres y mujeres del corazón, de la interioridad, del ser.
Confederación Internacional Claretiana
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Muchos de los contemporáneos de Jesús querían alcanzar la salvación por medio del estricto cumplimiento de la ley. Por eso, evitaban todo contacto con las personas que eran consideradas impuras: extranjeros, enfermos y pecadores; llevaban rigurosamente el descanso del sábado: no cocinaban, no comerciaban, no caminaban. Esta manera de actuar les creaba la falsa seguridad de que ya estaban salvados.
Jesús permanentemente cuestionaba esta forma de vivir la experiencia de Dios. Para él, lo más importante era el amor al hermano, al pecador e, incluso, al enemigo. Las verdaderas personas de Dios eran aquellas personas capaces de convertirse en fuente de vida para los demás.
En casa del fariseo Simón se le presentó una ocasión propicia para mostrar el modo de actuar de Dios. Simón menosprecia a Jesús porque lo considera incapaz de rechazar a la mujer impura que le acaricia los pies. Jesús, descubriendo sus pensamientos le propone una parábola.
La parábola describe la generosidad de un hombre que perdona a sus deudores. El que le debía más es quién debe manifestar mayor agradecimiento. Con esto pone en evidencia el engreimiento en que había caído Simón. Los radicales se consideraban a sí mismos los hombres justos y negaban con su actitud el perdón de Dios a los demás.
Jesús lo llama a la conversión, al cambio de mentalidad. Le señala cómo lo más importante no es la rígida disciplina religiosa, sino el amor y el agradecimiento. Por esto, Jesús anuncia el perdón de Dios a la mujer. Ella no había escogido el camino de la autojustificación, sino el camino de la humildad y el reconocimiento del propio pecado.
Servicio Bíblico Latinoamericano