19 de Septiembre
Martes XXIV Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 19 septiembre 2023
a) 1Tm 3, 1-13
Comenta hoy Pablo a su discípulo Timoteo que "si alguno aspira a ser responsable de una comunidad eclesial, desea una noble función". La palabra traducida aquí por responsable es el término griego episkopos, del que deriva el de obispo.
Propiamente hablando, no se trata del cargo episcopal tal como existe hoy, sino más bien de las funciones de presidencia de una comunidad local. En todo caso, está claro que las comunidades paulinas estaban organizadas según una cierta jerarquía, pues ningún grupo humano es estable sin un mínimo de estructuras.
San Pablo viene a decir que es una noble función animar a una comunidad cristiana. Eso sí, también recuerda que "un responsable de comunidad ha de ser irreprochable, casado una sola vez, hombre comedido, sensato, reflexivo, hospitalario...".
Se trata de cualidades humanas, bastante comunes en las personas bien educadas, y que no requieren ninguna dote extraordinaria. Lo que cuenta, ante todo, es ser equilibrado y ponderado, hombre de buen sentido y capaz de relacionarse. En 2º lugar, dicha persona ha de ser "capaz de enseñar", y no sólo de animar la liturgia. Y en 3º lugar, "ni bebedor ni violento, sino sereno, pacífico y desinteresado".
Como se ve, son las virtudes sencillas las que hacen agradables las relaciones, y de ningún modo pone Pablo el acento en la autoridad o el poder, sino en la integridad y la bondad. Todo un ideal humano, valedero para todos los que tienen responsabilidades familiares, profesionales o cívicas.
Pero hay más, porque sigue diciendo el apóstol que dicho candidato a responsable debe ser "un hombre que gobierne bien su propia casa", y "que sepa mantener a sus hijos obedientes y respetuosos". Como es obvio, si un hombre no sabe gobernar a los suyos, ¿cómo podría encargarse de una Iglesia de Dios? Lo que Pablo desea es que todo responsable eclesial tenga experiencia probada de saber animar y conducir a su propia familia.
"No debe ser tampoco un neo-converso", continúa desgranando Pablo. Tras lo cual, da la explicación: "No sea que se hinche de orgullo". En efecto, unas ciertas garantías de estabilidad emocional son necesarias, y se corre el peligro de perder la cabeza creyendo que "ya se ha llegado", pues nunca hemos llegado del todo.
Es necesario también "que tenga buena fama entre los de fuera". ¿Y por qué? Lo explica el apóstol: "Para que no caiga en las trampas del diablo". La comunidad cristiana no es un club cerrado ni un ghetto, sino que vive a la luz del día y se la juzga en el exterior, sobre todo entre los fenómenos de opinión pública.
Noel Quesson
* * *
Después de ordenar el culto, Pablo pasa a hablar de los diversos ministerios de la comunidad, de los llamados episkopos (u obispos) y diakonos (o diáconos).
Conviene recordar que los obispos de los que habla Pablo no son los obispos en el sentido moderno y religioso de la palabra, sino los encargados o superintendentes puestos por Pablo en cada comunidad. Eran dirigentes en general (presbíteros o laicos), y por eso les aplica Pablo un título proveniente del helenismo profano (fam. cajeros de la magistratura).
El título dado por Pablo, por tanto, no aporta mucha luz sobre la función de estos líderes de la comunidad cristiana. No obstante, algo más nos puede iluminar el término hebreo mevaquer (lit. inspector), un título oficial que los dirigentes esenios mantenían en Qumram, según se desprende del Documento de Damasco:
"Esta es la regla del inspector. Debe instruir a la gente sobre las obras de Dios, y enseñarles sus gestas. Debe tener misericordia para con ellos, como un padre se compadece de sus hijos. Y debe reunir todas las ovejas descarriadas, como un pastor hace con su rebaño. Desatará todas las cadenas que las oprimen, para que en su comunidad no exista ningún oprimido ni ningún hombre abrumado" (Documento de Damasco, XIII, 7-10).
De forma muy similar, Pablo exige que el responsable de sus comunidades sea íntegro en su vida moral, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, honrado... Y ¡ni una sola palabra sobre sus dotes de organizador, que tanto nos gustan!
Pablo y la Iglesia primitiva no se mostraron originales hablando de los dirigentes (obispos) de las comunidades cristianas, pues posiblemente sus funciones ya habían sido vividas, o vistas, en las comunidades judías. Pero sí que fueron totalmente originales a la hora de establecer las funciones del diácono, cuyo título reunía la quintaesencia del mensaje cristiano: servir. Este es el sentido de la palabra diácono, que está en la base de todos los ministerios de la comunidad cristiana.
Enric Cortés
* * *
Es imposible que alguien pueda convertirse en maestro, o en guía de la fe y amor de Cristo para los demás, si primero no vive él mismo su compromiso con el Señor. No basta tener ciencia, sino experiencia de Cristo, pues nadie da lo que no tiene.
Si en algún momento nosotros proclamamos el nombre del Señor, y vivimos en contra de aquello que anunciamos, lo único que hacemos es que la fe caiga en descrédito, y nosotros mismos dejaremos de ser creíbles y perderemos autoridad moral.
Por eso, meditemos humildemente la 1ª lectura de hoy, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, cuál es la herencia de gloria por Dios otorgada, y cuál es la soberana grandeza de su poder para los creyentes, conforme a la eficacia que su fuerza poderosa manifiesta en el misterio de su Hijo.
Y sobre todo, recordemos que no basta con meditar y conocer la voluntad de Dios, ni sus enseñanzas. Sino que es necesario llevarlas a cabo, para que la proclamación del evangelio no la hagamos conforme a nuestra ciencia humana, sino conforme a lo que Dios quiere y espera de nosotros. De esa manera, todo responsable de la Palabra será signo creíbles de esa misma Palabra que proclama.
José A. Martínez
* * *
Pablo habla hoy de los episkopos (lit. inspector, supervisor) y de los diakonos (lit. ayudante, servidor) de la Iglesia. Y pide para ellos unas cualidades que bastante bien podrían pedirse de cualquier persona a la que se le encomienda un cargo de responsabilidad: sensatez, equilibrio, fidelidad, buena educación, dominio de sí, comprensión, buen gobierno de su propia casa, hombre de palabra, alejado de los negocios sucios e irreprochable con el vino.
Tras lo cual, habla también Pablo de las mujeres, de las que pide que sean "respetables, sensatas y no chismosas". No obstante, no está claro si se refiere Pablo a las mujeres de los anteriores (lo más probable, según el contexto) o a otras que tienen algún ministerio en la comunidad (como posibles miembros femeninos entre los diáconos).
El salmo responsorial de hoy se hace eco de esto que Pablo subrayaba, a la hora de explicar que los ministros de la comunidad sepan antes gobernar bien su propia casa: "Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa", pues "el que sigue un camino perfecto, ése me servirá".
Las virtudes humanas son la base para la vida cristiana, y fundamentales para el ministerio de gobierno. Y esto no se aplica sólo a los obispos, o a los diáconos, o a las superioras de comunidades religiosas. Todos tenemos una cierta responsabilidad dentro de la Iglesia, y por eso todos podemos examinarnos con la lista de cualidades elaborada por Pablo, como esas asignaturas que deberíamos aprobar en nuestro quehacer diario.
La madurez personal y el equilibrio, el buen corazón y la fidelidad, el auto-control y la honradez... Haremos bien en repasar exhaustivamente el programa paulino, y examinarnos con exigencia y sinceridad. Sobre todo porque es Dios quien espera todo eso de nosotros, y nuestros coetáneos también.
José Aldazábal
* * *
La descripción que hace hoy Pablo de cómo deben ser las personas llamadas a ejercer el episcopado, el sacerdocio o el diaconado, nos puede servir de espejo a cualquier cristiano para analizar nuestra propia vida en fidelidad a Jesucristo.
Siempre que miramos al otro, y queremos que su vida sea ejemplar, lo blindamos con una larga serie de cualidades y condiciones, a través de las cuales exigimos que resplandezca en él el rostro de Cristo. Y eso es bueno, si también sabemos mirarnos a nosotros mismos así. ¡Qué lejos nos encontramos de ese ideal! ¿Verdad? Pues miremos a los santos, que eran igual de imperfectos que nosotros en el amor y en sus obras.
Reflexionemos, por tanto, sobre las cualidades que han de verse encarnadas en los obispos: irreprensibles en su fe, bien dotados para enseñar a los demás, fieles en su vida familiar, equilibrados socialmente, sensatos en sus juicios, acogedores en su autoridad, experimentados y no recién convertidos a la fe...
Pero ayudémosles también a ello, con nuestra propia nobleza de vida cristiana. Porque de esa manera lograrán alcanzar más fácilmente ese ideal. Es lección compartida: quien ha de asumir especial responsabilidad en la dirección, ha de hacerlo con ejemplaridad. A pesar de las debilidades, debe haber actitud de superación.
Dominicos de Madrid
b) Lc 7, 11-17
Lucas nos dice hoy que Jesús se puso en camino con sus discípulos y con mucha gente que lo seguía, hacia un pueblo llamado Naín. Y que a la entrada del pueblo se encontró con un cortejo fúnebre, en el que había muerto un joven que era hijo único de su madre (que era viuda).
El encuentro resulta conmovedor, pues la viuda había perdido la única posibilidad que tenía de poder subsistir, ya que en tiempos de Jesús las viudas (y las mujeres, en general) dependían de los varones de la familia. Las viudas eran dignas de compasión, no tenía casi derechos (no como hoy día, que adquieren los del marido) y no podían heredar la propiedad de sus maridos fallecidos, sino que dependían del todo de sus hijos varones.
La muerte de su único hijo había dejado a esta viuda de Naín sin esperanza, y desprotegida en todo sentido. Ante esta situación, Jesús reacciona con gran ternura y compasión, diciéndole: "No llores". Es más, Jesús detuvo el cortejo, y tocó el féretro sin temor de contaminarse. Tras lo cual, la gente enmudeció, sobre todo cuando aquel hombre desconocido decía: "Muchacho, levántate".
El muchacho "se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre". El suceso provocó en el pueblo de Naín una confesión de fe en él y en la misericordia de Dios, repitiéndose sin parar: "Un gran profeta ha llegado hasta nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". Sobre todo porque Jesús hacía los mismos milagros que los grandes profetas del AT, como Elías (1Re 17, 17-24).
Por medio de esta señal, efectivamente, Jesús se presentó como el mesías de Israel, y como el Señor de la vida y de la muerte, que sabe compadecerse de las necesidades humanas. De esta manera, Dios se hace presente y "visita a su pueblo", para enjugar las lágrimas de los que lloran, para dar esperanza a los abatidos y consuelo a los tristes. Es el Dios de la vida, que sale al encuentro del ser humano y que muestra su acción compasiva hacia una viuda. El relato muestra, en definitiva, cómo la felicidad puede ser recobrada por los que viven en la desgracia. Y eso aumenta la fama de Jesús.
Emiliana Lohr
* * *
Emparejada con la anterior, Lucas presenta una nueva descripción, esta vez del judaísmo en vías de extinción como pueblo de Dios. Se produce un cambio de temática y de escenario, y la nueva datación ("después de esto fue"; v.11) vincula estrechamente esta escena a la anterior. La escena se sitúa en un pueblo llamado Naín, una ciudad amurallada a escasos 12 km al sur de Nazaret.
Lucas hace confluir en ella 2 comitivas: la de Jesús (acompañado de los discípulos y de una gran multitud) y la de Naín (que acompaña a una viuda que enterraba a su hijo). A diferencia del paganismo, Jesús se acerca por propia iniciativa, sin que nadie se lo pida: "Cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; una considerable multitud de la ciudad la acompañaba" (v.12).
Esta situación pone en evidencia el momento crítico que atravesaba el judaísmo, y de ahí la expresión ¡mirad!, forma literaria de llamar la atención sobre un personaje concreto. "Sacaban a enterrar" marca una larga duración de esa comitiva fúnebre (como se dirá en seguida). "Un difunto" significa que alguien estaba muerto y bien muerto, según indica el uso del perfecto griego. "Hijo único" excluye un posible recambio, u otro hijo que sustituyese al difunto. "Para su madre" subraya la relación persona y la única posesión que le quedaba. Y "que era viuda" da una última precisión: que no hay esperanza humana posible.
Naín representaba a la sociedad israelita incapaz de dar vida. La viuda era la personificación del Israel infiel que se había quedado sin Dios (el Esposo). El hijo único, o fruto de una relación de amor, ha quedado ahora truncad. La "ciudad amurallada" es como un seno materno lleno de muerte. La "comitiva fúnebre" alude a que ya no hay vitalidad, sino lo propio de los muertos. En el extremo opuesto, fuera de la ciudad se encuentra Jesús, que "se acerca a la ciudad" como en otro tiempo había hecho Dios (acercándose al pueblo de Israel humillado y sometido).
Josep Rius
* * *
En el caso del paganismo había sido suficiente una sola palabra para provocar la salvación ("con una palabra tuya se curará mi criado"; v.7). Pero en el caso del judaísmo, Jesús ha de hacer algo más, como es mostrar su compasión: "Al verla el Señor, se conmovió y le dijo: No llores" (v.13), e incluso está dispuesto a remover el obstáculo que impedía la vida: "Acercándose, tocó el ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo: Joven, a ti te hablo, levántate" (v.14).
Pero para que se obrase la salvación en el pueblo judío, fue necesario que Jesús transgrediera ("tocó el ataúd") el tabú de la impureza legal de los cuerpos muertos (Nm 19, 11.16), y rompiera las prescripciones de la impureza levítica. Tras lo cual, llama a la vida al muchacho, a aquel que estaba ya bien muerto.
Es curioso que en esta escena no aporta Lucas nombres propios, posiblemente para aludir de forma genérica a la crítica situación del judaísmo, y a la ideal fuerza liberadora de Jesús. La escena recuerda de cerca la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por obra de Elías (1Re 17, 8-24), y de esta manera va identificando a Jesús con Elías, sobre todo en la mente y boca de las multitudes, a las que se hará referencia más adelante (Lc 9, 8.19).
Por 1ª vez los personajes presentes sacan conclusiones sobre la persona de Jesús: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros". Y también: "Dios ha visitado a su pueblo" (v.16). El gesto de Jesús de "hacer levantar" al muchacho es interpretado en el sentido de que Dios ha decidido liberar a Israel. Y reconocer que Jesús es "un gran profeta" es ya de por sí un gesto es profético. Detrás de la resurrección del muchacho, se entrevé la resurrección de Israel.
Poco a poco se va planteando la cuestión, a la que se dará respuesta al final de esta estructura paralela, sobre quién es Jesús. La noticia de este clamor popular sobre la identidad de Jesús se divulgó "por todo el país judío y todo el territorio circundante" (v.17) que era Judea y la diáspora. Se confirma, así, que con las figuras del muchacho y la viuda de Naín se describía la situación de miseria absoluta de Israel privado, por su infidelidad, del Dios esposo que se había comprometido a intervenir en la historia del hombre.
¡Cuántas veces Jesús no se habrá compadecido de nuestra Iglesia cuando, en lugar de dar vida, se ha comportado como una religión de muertos! La transgresión de la ley mosaica por parte de Jesús, cuando ésta asfixiaba al hombre hasta arrebatarle toda posibilidad de vida, es un serio aviso dirigido a toda clase de leyes que no estén al servicio del hombre.
En nombre de Dios no es licito formular ningún principio que avasalle al hombre: "El hombre es señor del precepto sabático" y, por tanto, de cualquier mandamiento o precepto. Educar al hombre en la libertad y el respeto a las leyes que regulan la vida comunitaria es una tarea tan ardua como necesaria. La resurrección del adolescente nos hace ver que, por muy negra que sea la crisis, siempre hay posibilidad de reavivar la Iglesia.
Josep Rius
* * *
San Lucas es el único de los 4 evangelistas que nos relata esa resurrección.
Jesús se dirigía a una ciudad llamada Naín. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda.
Un gentío considerable acompañaba a esa mujer.
Su marido... su hijo... habían tenido pues una muerte prematura.
En aquel tiempo, la condición de las mujeres era especialmente dura si no tenían ni marido ni hijo varón para protegerlas jurídicamente.
El gran número de personas, que se habían desplazado para acompañar a la pobre mujer, expresa la piedad y compasión de la muchedumbre.
Al verla el Señor, sintió lástima de ella y le dijo: "No llores". Ese titulo solemne ("el Señor") es otorgado más de 20 veces a Jesús por Lucas, mientras que Mateo (Mt 21, 3) y Marcos (Mc 11, 3) lo utilizan sólo 1 vez cada uno.
Sí, Señor, eres el más grande de todos los profetas. Tienes una personalidad misteriosa.
Por eso te llamamos "el Señor". Creemos que tú eres Hijo de Dios, igual al Padre.
Sin embargo, eres también el más sencillo y el más normal de los hombres: delante de un gran sufrimiento, te emocionas, te compadeces. En esos momentos quiero contemplar la emoción que embarga tu corazón; y quiero escuchar las palabras que dices a esa madre: "No llores". Delante de todos los muertos de la tierra tienes siempre los mismos sentimientos; y tu intención es siempre la misma: quieres resucitarles a todos, quieres suprimir todas las lágrimas (Ap 21, 4) porque tu opción es la vida, porque eres el Dios de los vivos y no el de los muertos.
Yo avanzo, lo sé, hacia mi propia muerte.
Pero creo en tu promesa: creo que mi muerte no será el último acto, sino el penúltimo.
Antes de acusar a Dios, como se oye tan a menudo ("si existiera Dios, no tendríamos todas esas desgracias") se debería comenzar por no parar la historia humana con ese penúltimo acto. El proyecto final de Dios, es la vida eterna, pero hay que creer en ella.
Jesús dijo: "Muchacho, a ti te lo digo, levántate." Entonces "el muerto se incorporó, se sentó y se puso a hablar".
Es muy importante caer en la cuenta de que ese tipo de resurrección, por muy notable que sea como signo, no nos muestra más que una pequeña parte de las posibilidades de Jesús y de su mensaje real sobre la resurrección: ciertamente aquí Jesús reanima a un muchacho, pero no es más que una recuperación temporal de la vida (ese muchacho volverá a morir cuando sea) Jesús, por su propia resurrección nos revelará otro tipo de vida resucitada: una vida nunca más sometida a la muerte, un modo de vida completamente nuevo que sobrepasa todos los marcos humanos.
Todos mis amigos, mis parientes, que he contemplado en su lecho de muerte, cerrados los labios, inmóvil el pecho... todos revivirán a esa vida definitiva. "Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable".
"Y Jesús se lo entregó a su madre".
¿Pensaba quizá en la suya? Lucas no pierde ocasión de valorizar a "la mujer" tan fácilmente repudiada en el mundo antiguo.
"Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios, y la noticia del hecho se divulgó por todo el país judío y la comarca circundante".
Sorpresa, pero también la alabanza. ¿Vivo yo en esa acción de gracias? Porque la eucaristía es una acción de gracias por la vida resucitada de Cristo. Jesús celebró la eucaristía, la víspera de su muerte, "dando gracias".
La palabra concerniente a Jesús sobrepasa ya los límites de Israel.
Noel Quesson
* * *
Al suroeste de Nazaret, en Galilea, aproximadamente a 10 km se encuentra Nain. En aquel tiempo, se dirigía Jesús a esa población, como siempre lo hacía acompañado de sus discípulos y de mucha gente que lo seguía, al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, este hijo era el único de una viuda. La acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: "No llores".
Jesús le esta diciendo "no llores". Llorar no es solo derramar lágrimas, cuando esta referido a un suceso desgraciado, es lamentarlo y sentirlo profundamente, cuando hemos perdido una vida amiga o familiar, y perder es algo que se tiene y se deja de tenerlo, pero es "no llores", es dejar el llanto para el que no tiene fe, para el que ha perdido toda esperanza, pero también es un deja de dudar y no dejes de creer, y estamos diciendo dejar, como sinónimo de abandonar, y no dejar como de no permitir.
Si creemos ¿porque lloramos? ¿O acaso no creemos en la infinita bondad del Señor? ¿O no creemos en la disposición y el cuidado que se toman Dios para evitarnos un daño? ¿O no creemos que nuestro Padre busca nuestro bien?
Cuando el Señor la vio, "se compadeció de ella". Jesús tiene una inclinación natural a tener un sentimiento de pena y lástima por la desgracia y por el sufrimiento ajeno, aquí tiene compasión de la madre privada de su hijo, y a nosotros nos enseña que debemos tener compasión de todos cuantos sufren, porque el que sufre inspira compasión al que conoce de sentimientos, y si nos sentimos impresionados por el dolor, y llegamos angustiarnos por los oprimidos, y llorar juntos con ellos, estamos sintiendo a un hermano como lo sentía Cristo y así entenderemos mejor esta compasión del Señor.
Jesús acercándose al ataúd, lo tocó. Los que lo llevaban se detuvieron. Entonces, dijo: "Joven, yo te lo mando: levántate". Inmediatamente el muerto se levantó y comenzó a hablar; y Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". La noticia del hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Jesús nos enseña quién es y en qué consiste ser profeta, pero un profeta del pueblo de Dios que da la vida a los muertos, porque solamente los profetas de Dios, pueden hablar con autoridad del mismo Dios, pero además él es que ha sido anunciado como tal por los antiguos profetas de la Sagradas Escrituras, él es el Mesías prometido, es el mayor de todos, los anteriores y los posteriores.
A veces pensamos que profeta es aquel que nos anticipa el futuro, pero este evangelio no nos entrega esta imagen de profeta, porque la gente, después de ver a Jesús, reanimando el cadáver del joven de Naín, no lo aclama como un obrador de milagros, sino que exclama: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". En tiempos de Jesús la gente intuyó cuál era la verdadera misión del profeta que hablaba en nombre del Dios de la vida.
Jesús devuelve la vida, la ilusión, la esperanza, la confianza a un mundo que, como la madre y viuda de Naín, que ha perdido su único hijo, Jesús lo hace, el va de pueblo en pueblo anunciando que es posible la vida, y que su palabra es para hacer una buena vida, aquella que el hombre se dedica a destruir, con una irreverencia incomprensible, aceptando el hambre, la drogadicción, la marginación, enterrando las esperanza de paz con la guerra y el terrorismo, con la violencia vista en cada esquina del mal y siendo permisivo para que estas cosas ocurran.
Es así, como si somos seguidores de Jesucristo, seamos consecuente, con el llamado de Jesús, detener esta marcha fúnebre en el que transita el mundo, para darle la vida, la vida de la gracia, del amor y la esperanza, asumamos el papel profético frente a este cadáver, porque Dios quiere que vivamos, y porque el es Señor de la vida, no de la muerte.
Bruno Maggioni
* * *
Jesús, tú llegas hoy a Naín acompañado de una gran muchedumbre. Y en la puerta de la ciudad te encuentras a aquella viuda que viene con otra gran muchedumbre. Dos muchedumbres; y en medio tú, la viuda y el muchacho recién fallecido. Sin embargo, no son las muchedumbres lo que te mueve, sino el dolor de aquella mujer que había perdido a su hijo único.
Jesús, tú entiendes de sufrimientos, de soledad, de dolor. Has querido pasar por todas estas experiencias tan humanas hasta el límite, de modo que yo aprenda también a saber sufrir con sentido sobrenatural. Tú sufres cuando sufro; si permites aquel dolor físico o moral es porque le puedo (y le debo) sacar un mayor provecho espiritual. Para ello, he de ofrecerte aquella dificultad, uniéndome a ti en la cruz, por la salvación de los demás y el bien de la Iglesia. Pero recordemos unas palabras que dijo en sus primeros años de pontificado el papa Juan Pablo II:
"El sufrimiento es una realidad misteriosa y desconcertante. Pues bien, nosotros, cristianos, mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El cristiano sabe que, después del pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor, experimentar nuestra angustia, pasar por la agonía del espíritu y del desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve válido para la eternidad" (Alocución, 24-III-1979).
Jesús ve la congoja de aquellas personas, con las que se cruzaba ocasionalmente. Podía haber pasado de largo, o esperar una llamada, una petición. Pero ni se va ni espera. Toma la iniciativa, movido por la aflicción de una mujer viuda, que había perdido lo único que le quedaba, su hijo.
El evangelista explica que Jesús se compadeció: quizá se conmovería también exteriormente, como en la muerte de Lázaro. No era, no es Jesucristo insensible ante el padecimiento, que nace del amor, ni se goza en separar a los hijos de los padres: supera la muerte para dar la vida, para que estén cerca los que se quieren, exigiendo antes y a la vez la preeminencia del amor divino que ha de informar la auténtica existencia cristiana.
Cristo conoce que le rodea una multitud, que permanecerá pasmada ante el milagro e irá pregonando el suceso por toda la comarca. Pero el Señor no actúa artificialmente, para realizar un gesto: se siente sencillamente afectado por el sufrimiento de aquella mujer, y no puede dejar de consolarla.
En efecto, se acercó a ella y le dijo: "No llores". Que es como darle a entender: No quiero verte en lágrimas, porque yo he venido a traer a la tierra el gozo y la paz. Luego tiene el lugar el milagro, manifestación del poder de Cristo Dios. Pero antes fue la conmoción de su alma, manifestación evidente de la ternura del corazón de Cristo hombre.
Jesús, no eres sólo Dios; eres también hombre. Por eso me quieres como me quieren los hombres: te alegra lo que me alegra, y te hace sufrir lo que me hace sufrir. Pero como los buenos padres cuando piden algún esfuerzo a sus hijos por su propio bien, para educarlos, a veces me pides algún pequeño o gran sacrificio, para que me una más a tu cruz, a ti.
Jesús, dame la fortaleza y la visión sobrenatural necesarias para aceptar siempre cualquier sufrimiento que encuentre en mi camino. Hazme entender, en esos momentos difíciles y oscuros, que sólo en el cielo no hay problemas, y que el sacrificio en la tierra es una oportunidad de abrazarte amorosamente en la cruz.
Pablo Cardona
* * *
Una de las características del evangelio de Lucas es el hecho de que nos presenta la gran misericordia de Jesús para con todos, especialmente para con los que sufren, por ello es llamado el "evangelio de la misericordia". Para Jesús todo sufrimiento era su sufrimiento, lo cual es evidente cuando leemos como al ver a la pobre madre que perdido al único hijo, se conmueve y se lo regresa vivo.
Es necesario, pues, pedirle al Señor que nos enseñe a sentir con el otro, que abra nuestros ojos y nuestro corazón a las necesidades de aquellos que conviven diariamente con nosotros, de manera fundamental, a las necesidades de nuestra propia familia, la cual por el hecho de vivir con nosotros, pasa muchas veces desapercibida y no somos capaces de participar de los sufrimientos y alegrías de nuestros seres queridos.
No sabemos cuando nosotros necesitaremos también de la misericordia de los demás, por eso, seamos misericordiosos, para que la bienaventuranza se realice en nosotros y podamos ser sujetos de la misericordia de los demás, y especialmente de la misericordia divina.
Ernesto Caro
* * *
Hay una diferencia abismal entre las demás religiones y el cristianismo. En las demás, el hombre va en busca de Dios, y en el cristianismo es Dios el que busca al hombre. Y en la Iglesia Católica, fundada por Cristo, lo vemos todos los días. Este evangelio es una prueba más del amor de Dios hacia nosotros, que es infinito. Tiene el arrojo y tesón del amor de padre y el candor y profundidad del amor de madre.
Cristo, al ver a la viuda que se le había muerto todo lo que tenía en el mundo, se compadece de ella. Del corazón de Cristo brota esa necesidad de consolar a la viuda y le vuelve a entregar a su hijo. Y así como Cristo entregó alegría a esta viuda, hoy día Cristo entrega a muchos padres angustiados su joven hijo que se fue de casa días atrás, ablanda los corazones de los esposos a punto de separarse, inspira a los grandes empresarios a cambiar de actitud hacia sus colaboradores y, en vez de hundirles en deudas estratosféricas, hacen un trato para arreglar cuentas.
Dios sigue obrando milagros para que nosotros podamos ser felices en él. Es imposible que a Dios le guste vernos tristes, porque nos ama. Pero si lo estamos, ¿acaso será porque no le hemos permitido a Cristo entrar en nuestras vidas? Pidamos hoy esta gracia a Cristo eucaristía.
Clemente González
* * *
Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1Re 17).
Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo.
La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo".
El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya.
El Sacramento de la Penitencia, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, "joven, a ti te lo digo, levántate"? Y la Unción de los Enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu?
La eucaristía, en la que recibimos su cuerpo y sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: "El que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre"?
La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren (porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida) ¿cuál es nuestra reacción? ¿La de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto.
Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo a los jóvenes ("joven, levántate"), también podrá oírse la misma reacción que entonces: "En verdad, Dios ha visitado a su pueblo". La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden.
José Aldazábal
* * *
El relato del evangelio de Lucas nos presenta a Jesús como "dador de vida". A Jesús le "da lástima" el dolor de una viuda que ha perdido a su hijo único. Es como si en esa viuda estuviera viendo premonitoriamente el dolor de su propia Madre, María. Devolver la vida al muchacho es anticipar su propio y definitivo triunfo. Y el nuestro, porque nosotros, una vez más, somos "el cuerpo de Cristo".
Ante el hijo muerto de la viuda de Naín hay muchas personas: amigos, orantes, curiosos. Entre ellas, sólo uno es profeta, taumaturgo, sanador, mesías, rostro del Padre: Cristo Jesús. Él, con entrañas de misericordia y compasión, se coloca al lado de la viuda pobre, hambrienta, enferma, marginada por la ausencia del hijo, y le devuelve el tesoro perdido. ¿Poseemos también nosotros entrañas de misericordia?
La caridad, compasión, cercanía, amistad, buena voluntad, deben unirnos a todos. Pero la gracia de la salvación (o de la curación) es don de Dios. Éste se pide en fe, confianza, amor. Y la realiza sólo Dios. ¡Gracias, Señor, porque eres amor, corazón, vid, luz, sabiduría y salvación! ¡Eres Dios, Hijo de Dios, y en tus ojos hay lágrimas de ternura!
Los discípulos de Jesús, que somos su Iglesia, hemos de ser conscientes de que nunca actuamos al margen de Jesús. Más bien la Iglesia prolonga la 1ª encarnación del Hijo de Dios. Por medio nuestro es el Señor quien exhorta y llama a todos a la conversión; por medio nuestro es el Señor quien continúa ofreciendo su amor misericordioso y salvador al pecador.
Por medio nuestro el Señor continúa siendo, en el mundo, el "Dios con nosotros"; Aquel que permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Caminando con nosotros, con nosotros sale al encuentro del hombre que ha sido dominado por el autor del pecado y de la muerte y le anuncia una palabra de conversión capaz de levantarlo de sus miserias y capaz de hacerle testigo de la buena nueva del amor de Dios.
Así, vuelto el pecador al seno de la Iglesia podrá ser motivo de que todos glorifiquen el nombre del Señor, pues su testimonio, nacido de una experiencia vital de la misericordia divina, se convertirá en un anuncio no inventado, sino vivido del amor que Dios tiene a todos aquellos a quienes ha venido a buscar para salvarlos y no para condenarlos.
Dominicos de Madrid
* * *
El presente pasaje es un episodio de la tradición evangélica exclusivo del evangelio según Lucas. El trasfondo veterotestamentario hace referencia a 1Re 17,17-24 y 2Re 4,18-37, 2 resurrecciones obradas por Elías y Eliseo. Se trata siempre de hijos únicos de madres viudas. Lucas intenta, en este sentido, poner a Jesús en la línea de los antiguos profetas, como proclama entusiasta la muchedumbre. Del resto, toda la atención del evangelio está dirigida a Jesús (intención cristológica).
Jesús sale al encuentro del dolor humano, caracterizado por el drama fúnebre y el llanto de una mujer, viuda, madre del difunto. Nos encontramos ante temas preferidos de Lucas: la compasión o misericordia de Jesús ante la marginación total. Jesús, portador de la vida, tiene un contacto con la muerte (tocó la camilla donde llevaban al joven muerto) y hace posible una resurrección. Es el poder máximo de la vida sobre la muerte: por eso actualiza dichos antiguos (Dt 32,39; Tb 13,2; Sb 16,13); y, a la luz de la Pascua, prefigura y anticipa su resurrección.
Este pasaje, tan divino y humano, nos pone en contacto con la más auténtica misión de Jesús y su Iglesia: vino a compartir nuestras alegrías y tristezas, nuestras angustias y esperanzas. El dolor se expresa en los millones de crucificados de nuestra historia. Nuestra misión, en continuidad con la de Jesús, es la de comunicar vida, no la de permanecer indiferentes.
Confederación Internacional Claretiana
* * *
El evangelio de hoy nos enseña quién es y en qué consiste ser profeta. Con frecuencia se confunde al profeta con el adivino que averigua el futuro antes de que éste suceda. Sin embargo, no es ésta la imagen del profeta que se deduce de la lectura del evangelio, porque la gente, después de ver a Jesús, reanimando el cadáver del joven de Naín, no lo aclama como taumaturgo u obrador de milagros, sino que exclama: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros".
Y es que el profeta es diferente del adivino o del agorero. En tiempos de Jesús la gente intuyó cuál era la verdadera misión del profeta que hablaba en nombre del Dios de la vida. Gran profeta es quien, como Jesús, devuelve la vida, la ilusión, la esperanza, la confianza en el futuro, a un mundo que, como la viuda de Naín, ha perdido su porvenir, su único hijo.
Quienes no creen en la profecía, en la fuerza de la palabra, piensan que todo está perdido, que sólo nos queda asistir al entierro del planeta, como el pueblo de Naín. Pero los que se suman al grupo de los profetas están soñando otro mundo, anunciando por doquier que todavía es posible la vida, otra vida para los que malvivimos la presente.
Eso sí, tal vez, no sea ya suficiente con un profeta: necesitamos grupos de profetas cada vez más numerosos que se levanten contra las armas, contra la destrucción sistemática de la naturaleza, contra la explotación, la droga, el hambre, el paro, la marginación, la guerra, el terrorismo, la violencia y la insolidaridad humanas.
Y ojalá que "todo el pueblo profetizara", alzándose con el arma de la palabra contra este desorden establecido que produce a gran escala catástrofes y muerte. Entonces comprenderíamos que la palabra del profeta es más poderosa que el ruido de los cañones; estos llevan a la muerte; aquella, a la vida.
Servicio Bíblico Latinoamericano