23 de Septiembre
Sábado XXIV Ordinario
Equipo de Liturgia
Mercabá, 23 septiembre 2023
a) 1Tm 6, 13-16
Pone hoy Pablo a su discípulo Timoteo "en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas". Qué emoción, y que profunda paz y alegría exultante nos embargaría, y cuál sería nuestra respuesta de amor, si pensáramos que, efectivamente, vivimos en "presencia de Dios que nos da la vida", en un Dios vivo frente al cual yo estoy.
En presencia de Dios y "en presencia de Cristo Jesús, que ante Pilato rindió tan solemne testimonio". Se trata de la perspectiva de Pablo, en la que viene a decir que nuestra modesta profesión de fe tiene como ejemplo la que Jesús mismo profirió ante Pilato.
Contemplo ese "hermoso testimonio" de Jesús de pie, delante de los que le juzgan: "Mi realeza no es de este mundo, pero sí, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo. Y todo el que es de la verdad escuchará mi voz" (Jn 18, 36).
Toda búsqueda de la verdad, toda recta búsqueda doctrinal o moral, es una búsqueda de Jesús. Cada vez que cumplo mi deber con rectitud de vida, cada vez que afirmo mis convicciones, me asemejo a Jesús y estoy "ante Jesús". Él me mira y ve que soy, a mi vez, un testigo de la verdad.
Por eso ordena Pablo a Timoteo que "conserve el mandato del Señor, y permanezca irreprochable y recto hasta la manifestación de Jesucristo". Ya conocemos el mandato del Señor: "Amarás". Toda la vida cristiana, y podría decirse, toda la vida humana, está aquí.
"Quien ama, conoce a Dios", porque "Dios es amor". Eso es lo que viene a decir la Escritura. Una jornada resulta llena si está llena de amor. Una jornada resulta vacía si no ha habido amor en ella. A pesar de todas las bellas palabras, una vida sin amor es una vida sin Dios. Amar es manifestar a Dios, porque Dios es amor. No amar es negar a Dios, incluso si la boca habla de él.
San Pablo invita a Timoteo a vivir en el amor, en el "mandato de Jesús" mientras espera la plena manifestación de Cristo, cuando el amor será por fin manifiesto y perfecto.
Una manifestación que, "a su debido tiempo, hará ostensible el bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores". Se trata de otro de los himnos litúrgicos de Pablo, que estalla como un grito de alegría. Constantemente, el alma de Pablo exulta y arde cuando piensa en Dios, lo que se convierte en una exclamación, un cántico, una doxología o alabanza de gloria.
En el mundo del tiempo de Pablo, a los emperadores, a los reyes, se les divinizaba y ellos, por su parte, aceptaban esos títulos superlativos: "rey de reyes". Oponiéndose valientemente a esos títulos paganos, Pablo nos enseña a poner nuestra absoluta confianza sólo en Dios: ningún poder humano, ninguna ideología merece nuestra sumisión incondicional. Sólo Dios es Dios.
Así es, "él es el único que posee inmortalidad, el que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver". Tan evidente como que los reyes y los demás hombres son mortales! Tan claro como que las civilizaciones son mortales. En resumidas cuentas, que el único porvenir absoluto es Dios.
Pues bien, esa inmortalidad de Dios, esa inaccesibilidad de Dios, y esa eternidad de Dios, son ofrecidas en Cristo al hombre. ¿Nos damos perfecta cuenta de que en esto consiste nuestra fe? Gracias, Señor, a ti honor y poder eternos.
Noel Quesson
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Concluimos hoy la lectura de la 1ª carta de Pablo a Timoteo con una doxología (alabanza final) y un marcado tono escatológico, de mirada hacia la venida última del Señor.
Con solemnidad, apelando a la presencia de Dios Creador y de Jesús, le pide Pablo a Timoteo que "guarde el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida del Señor". Y también el salmo responsorial de hoy nos invita a esta mirada de profunda adoración y alabanza del Señor: "Aclama al Señor, tierra entera, y entra por sus puertas con acción de gracias".
Empezar no es difícil. Ser fieles durante un cierto tiempo, tampoco. Lo costoso es perseverar en el camino hasta el final. La solemne invitación de hoy, pues, va hoy para nosotros: convencidos de la cercanía de ese Dios, que nos ha dado la vida, y de ese Cristo que nos la comunica continuamente, debemos esforzarnos por responder con nuestra fidelidad "hasta la venida del Señor".
Sea cual sea ese mandamiento que Timoteo tiene que guardar (¿la sana doctrina?, ¿la verdad de la que dio testimonio Jesús ante Pilato?, ¿la gracia que ha recibido?, ¿el mandamiento concreto del amor?), todos somos conscientes de que nuestra fe cristiana es un tesoro que tenemos que conservar y hacer fructificar. Y que lo llevamos en frágiles vasijas de barro.
Haremos por ello bien en no fiarnos demasiado, para esa perseverancia, de nuestras propias fuerzas en medio de un mundo que, como en tiempo de Pablo, tampoco ahora nos ayuda mucho en nuestra fidelidad a Cristo.
Nos ayudará el tener nuestros ojos fijos en ese Cristo del que Pablo gozosamente afirma que es "bienaventurado y único soberano, rey de los reyes y señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad". En ese Cristo creemos, a ese Cristo seguimos. Y esperamos que, con su gracia, logremos serle fieles hasta el final, y compartamos para siempre su alegría y su gloria.
José Aldazábal
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San Pablo insiste hoy a Timoteo en el misterio de Dios y en el mensaje salvífico de Cristo, subrayando con energía que toda enseñanza y recomendación pastoral ha de hacerse con la mirada puesta en Jesús.
Si alguien introdujera otro corazón para sentir, u otro cerebro para pensar, fuera de Jesús, no sería digno de llamarse cristiano. Retengamos este cuadro de vida virtuosa:
"Tu, hombre de Dios, practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que has sido llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos" (1Tm 6, 10-12).
Si asumimos esa vida con heroísmo, estaremos anunciando en todo momento cuán grande ha sido con nosotros la generosidad de nuestro Dios, creador y padre.
Junto al encarecimiento de la fidelidad a la palabra y al mensaje salvífico está el canto a la grandeza de Cristo, a quien el Padre, Señor, Soberano, Rey, mostrará en trono de eternidad. Bendito sea el Señor Jesús, nuestro Salvador.
Dominicos de Madrid
b) Lc 8, 4-8.11-15
La Parábola del Sembrador de hoy va dirigida a la multitud, en una invitación a preparar el terreno donde se siembra la semilla. Todo depende de la clase de terreno, es decir, de la disposición de los oyentes. Por eso termina con una máxima: "Quien tenga oídos para oír, que oiga" (v.8b).
Hay 3 clases de terreno donde la semilla se pierde, y sólo si cae en tierra fértil (v.8a), la nueva tierra prometida, llegará a dar fruto. Los 4 terrenos se hallan en un mismo lugar, donde hay un camino, rocas, márgenes húmedos repletos de zarzas, la tierra fértil. El sembrador siembra a voleo, sin preocuparse de si una parte de la semilla se pierde.
La máxima, colocada al final, nos descubre ya hacia dónde irá la explicación de la parábola: no depende de cómo se siembre, sino de cómo se escuche el mensaje. De manera casi imperceptible hemos pasado de una cultura donde predominaba el escuchar, a otra donde predomina la letra impresa o visualizada. Afortunadamente, mientras no se demuestre lo contrario, el hombre continuará teniendo oídos.
Y eso explica que las cosas leídas, donde sólo interviene la vista, no hacen el mismo efecto que las proclamadas, donde interviene la voz, el clima del auditorio, los tonos de voz de quien está hablando, el calor vital que lo acompaña, el testimonio de la persona.
La fe viene por el oído, por la transmisión de la palabra que transporta unida a ella vivencias de la persona que la proclama. Tendríamos que revisar seriamente la praxis de dar a leer libros como un médico que se limita a recetar medicamentos. ¡Es todo tan impersonal!
La explicación de la parábola responde a una pregunta formulada por los discípulos. Todo lo que vendrá después irá dirigido exclusivamente a los discípulos. La adhesión a Jesús se ha traducido en ellos en una fuente de experiencias: "A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reinado de Dios" (v.10a).
La expresión "se os ha concedido" apunta a Jesús como agente de los conocimientos ya adquiridos por los discípulos. Lucas reduce al mínimo la cita de Isaías (Is 6, 9-10), reservando la cita in extenso para el final del libro de los Hechos (Hch 28, 26-27), cuando Pablo tomará conciencia de la obstrucción sistemática de Israel al mensaje.
Los discípulos, el nuevo Israel, han sido iniciados en los secretos del reinado de Dios. Poseen la clave para interpretar la enseñanza y la actividad de Jesús. El tema dominante es la manera de escuchar el mensaje (vv.10.12.13.14.15) y de hacerlo fructificar (v.15).
"Los del camino" (v.12) son los que escuchan, pero no asimilan nada, porque están imbuidos de otras ideologías contrarias al designio de Dios. "El diablo" personifica la fuerza del pecado, en todas sus facetas y concreciones.
"Los del pedregal" (v.13) son los que aceptan el mensaje con alegría, pero que no asumen a fondo ningún compromiso. Solamente han asimilado del mensaje aquello que se avenía con su ideología y expectaciones. Cuando llega la prueba, en tiempos difíciles, desertan.
La parte que cayó "entre las zarzas" (v.14) son los oyentes que no han hecho la ruptura. Siguen aferrados a las riquezas, a los placeres de la vida, a las exigencias de la sociedad de consumo, atenazados por las preocupaciones de la vida.
"La parte de la tierra fértil" son los oyentes que, "al escuchar el mensaje, lo van guardando en un corazón noble y bueno" (v.15). El fruto del reino no es instantáneo, sino que requiere constancia. Ni se trata de un fruto estacional, sino que "van dando fruto con su firmeza". Es toda una vida al servicio de los demás. Todos tenemos una parcela de tierra fértil y buena.
Josep Rius
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La parábola de hoy nos habla de la suerte que pueden correr los que escuchan la Palabra de Dios, es decir, los que están oyendo el mensaje que Jesús está proclamando por aldeas y pueblos.
Lo que nos presenta la parábola es que hay que arrojar indiscriminadamente las semillas por todas partes, de manera que algunas caigan sobre un camino o entre piedras o entre abrojos. Ése es el método que corresponde al que el labrador esparce la semilla sobre todo el campo, sobre los caminos, las plantas, las piedras y todo lo demás.
Tras lo cual es necesario arar el campo, enterrando en el suelo las semillas y las malas hierbas, destruyendo el camino y enterrando las piedras que estaban en la superficie. Esta forma de sembrar es la que presupone la parábola de Jesús.
Jesús habla a la gente de esta manera porque las parábolas, como las alegorías, las fábulas, las leyendas y los proverbios, hacen parte de la forma de hablar de la gente sencilla, son características comunes de nuestra vida diaria, además reflejan fielmente las condiciones de vida de la gente. Jesús le habla al pueblo utilizando su propias palabras, por eso para entender el mensaje de esta parábola, debemos estar familiarizados con los métodos palestinos de siembra en tiempos de Jesús.
Los discípulos piden a Jesús que les explique el sentido de la parábola. Entonces Jesús les dice: "A vosotros se os ha sido concedido como regalo conocer lo secreto del Reino de Dios. En cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, de forma que mirando miren y no vean, y oyendo oigan y no entiendan".
Esta frase hay que entenderla en su sentido más fuerte, en que Jesús hablaba así para que no cualquiera captara lo que quería decir. Simplemente buscaba provocar una inquietud de búsqueda de sentidos más profundos en los que lo oían; pero también quería hacer una advertencia a sus discípulos: "Estad más atentos, porque si no entendéis esta parábola, no podréis entender ninguna otra". Y les explica por qué la respuesta que se daba a su enseñanza dependía del lugar social en el que se estuviera y de los intereses que se defendieran.
El sembrador siembra la Palabra. Pero hay unos caminos (los sembrados en la tierra dura del camino) en los que se siembra la palabra y, en cuanto la oyen, viene el Tentador y arrebata la palabra sembrada en ellos.
Hay otros caminos que se parecen a éstos: los sembrados en terreno pedregoso. En cuanto oyen la palabra, sus caminantes reaccionan con gran alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, son inconstantes y oportunistas, y en cuanto les llega un conflicto (o persecución) por causa de la palabra que escucharon, sucumben.
Y hay otros caminos que son diferentes: los sembrados entre las espinas. Se trata de los que oyen la Palabra, pero sus preocupaciones por el presente, o la trampa de las riquezas, y todos los tipos de codicias que les entran, ahogan esa palabra y le impiden dar fruto. Y hay también los sembrados en tierra buena, los que oyen la palabra y la acogen y dan un fruto sobreabundante.
Siguiendo con la explicación alegórica de la parábola nos podríamos preguntar: ¿qué clase de terreno somos? O mejor dicho: ¿cómo estamos asumiendo en nuestra vida la Palabra de Dios?, ¿cuál es nuestro compromiso con el mensaje del Reino que Jesús nos anunció?
Fernando Camacho
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Salió el sembrador a sembrar, y una parte del grano cayó: en la vereda (en que el grano es pisado y los pájaros se lo comen), en la roca (en que al brotar, el grano se seca por falta de humedad) y entre zarzas (que ahogan el grano en el momento del brote). Una siembra lamentable y laboriosa, en contra de lo esperado por los mesianismos judíos (que esperaban una manifestación brillante y rápida de Dios).
Jesús parece querer rebajar su entusiasmo: el reino de Dios está sujeto a los fracasos, y va progresando penosamente en medio de un montón de dificultades. Por lo tanto, mucha paciencia es lo necesario. Como Jesús, ¿me atrevo yo a mirar de cara las dificultades de mi vida?
Mateo y Marcos hablaban de rendimientos diferenciados según la calidad de la tierra (30%, 60%, 100%), mientras que Lucas se contenta con un sólo rendimiento: el más elevado, y en que cada grano de trigo produce otros cien. Un buen ejemplo, una vez más, de la adaptación del evangelio.
En efecto, la preocupación de Lucas no ha sido solamente reproducir, palabra por palabra, los menores detalles de sus predecesores. El evangelio es viviente, y quedando a salvo lo esencial del mensaje, cada predicador le da una vida nueva. Lucas se beneficiaba de una más larga experiencia de la vida de la Iglesia y podía ya poner el acento sobre tal o cual punto, según las necesidades de la comunidad a la que se dirigía.
Aquí, por ejemplo, en el crecimiento del reino de Dios pasa del nada al todo, del fracaso total de la semilla a su éxito total. Porque, a diferencia de Mateo y de Marcos, quiere insistir solamente sobre la perseverancia en el fracaso.
"Quien tenga oídos para oír, que oiga", dice Jesús, invitando a estar atentos. Porque a Jesús se le puede soslayar, pero no oir. Señor, agudiza nuestras facultades de atención, de recogimiento, para poder oír.
La propuesta de Dios no es tan evidente como para que llegue a forzar nuestro asentimiento. Es uno de los pensamientos de Pascal que "hay claridad suficiente para alumbrar a los elegidos, y bastante oscuridad para humillarlos. Hay suficiente oscuridad para cegar a los réprobos, y bastante claridad para condenarlos y hacerlos inexcusables" (Cartas, 443). En efecto, y como sigue diciendo el sabio francés: "Si hay un Dios, es infinitamente incomprensible, y los humanos somos incapaces de conocer completamente quién es él".
El grano que cae en buena tierra representa a los que, "después de haber oído la Palabra, la conservan con corazón bueno y recto, y dan fruto con su perseverancia". Perseverancia, ése es uno de los más hermosos valores del hombre y del cristiano. Pues el reino de Dios no es un destello estrepitoso y súbito, sino que viene a través de la humilde banalidad de cada día, en el aguante tenaz de las pruebas y de los fracasos. Para mejor descubrir a Dios, para entrar en sus misterios, es necesario, cada día, con perseverancia, tratar de llevar a la práctica lo que ya se ha descubierto de él: ésta es condición para entrar y adelantar en su intimidad.
Noel Quesson
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La parábola de hoy nos dice que un sembrador sale a sembrar a voleo, no seleccionando terrenos sino echando la simiente por diferentes lugares.
Parte de la semilla cayó "al borde del camino", esos pequeños caminos o vías de servicio que atraviesan los campos. Los pájaros, siempre al acecho, se la comieron. Lucas añade que antes fue pisada por los caminantes. La conclusión es hacernos ver que se perdió.
El desarrollo de la palabra debe pasar desde lo externo a ser algo interior, lo que exige tiempo y un trabajo del individuo por el que se va identificando con unos valores que deben llevarle, lógicamente, a un cambio de conducta. Si no se llega a este cambio de vida, nos quedaremos en unos conocimientos que para poco o nada nos van a servir. De ahí que Jesús nos hable de lo sembrado al borde del camino. Es cuando la palabra queda al margen de la vida de la persona, sin comprometerla.
Estaremos en este grupo si rechazamos la palabra abiertamente, y no integramos en nuestra vida, como los que adaptan externamente al mensaje que escuchan, pero no lo asimilan interiormente por no llegarles como algo válido para su vida, sino como una rutina social o una imposición familiar; sin olvidar las resistencias que pueden surgir dentro del hombre para no enfrentarse con los valores en uso en la sociedad.
Así son esa mayoría que se declara cristiana sociológicamente, que se bautiza y hasta cumple con algunos ritos establecidos, pero interiormente comparten los mismos criterios de vida que el resto de la sociedad no cristiana. Escuchan sin entender, por ser terreno duro, impenetrable, empedrado y machacado por la costumbre y la rutina. Todo lo escuchan como ya sabido. La semilla cae sobre ellos, pero no puede penetrar, y por ello rebota.
Toda religión que no es fruto de la convicción personal termina creando el repudio, haciendo el ridículo. Por esa razón Lucas nos dice que antes de ser comida por los pájaros fue pisada por los hombres (v.5).
Otra parte cayó "sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad".
Lo sembrado en terreno pedregoso también se pierde, pues al tener poca tierra (sin raíces profundas), el sol es capaz de secarla. Es necesario destacar que muchos jóvenes en sus escuelas reciben inicialmente su formación religiosa, o que muchos niños asisten al catecismo, pero allí no llegan a profundizar. De ahí que, de buen seguro, se secarán antes de crecer.
Otra cayó "entre las espinas, y éstas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron".
La tierra era fecunda y profunda, en ella la semilla podía haber germinado. Sin embargo, también se secó. En este grupo incluye a los que tienen mucho que dejar para poder ser cristianos: las riquezas, los criterios de clase, los placeres, la posición social... Y por estos motivos ahogan la simiente por miedo a las complicaciones que puedan ocasionarles. Aquí están los que pretenden engañarse compaginando los valores de Dios con los que representa el dinero.
Vemos cómo en 3 ocasiones falla la siembra. Lo que no quiere decir que se den claramente estos tres tipos de personas. Suelen darse mezclados y coexistir en el mismo individuo. Lo que importa destacar es que el reino es rechazado por unos, por las razones que sean, y aceptado por otros; y que los que lo aceptan lo demuestran con una vida a favor del pueblo, con una vida en la que están presentes las bienaventuranzas.
Otra parte cayó "en tierra fértil, y brotó y produjo fruto al ciento por uno". Una parte cayó en buena tierra y dio el fruto esperado, esto nos representa, solo si hemos escuchado y entendido plenamente, y lo hemos puesto en práctica. Porque sólo si la semilla echa raíces dentro del corazón humano podremos hacer frente a las dificultades que han de llegar inevitablemente.
A este grupo pertenecen los que entienden que, aunque hayan recibido el evangelio con corazón sincero, las situaciones externas pueden cambiar y hacerles entrar en crisis. Entienden que cada etapa de la vida tiene sus propias dificultades, que no son seres ya hechos, sino en constante crecimiento, que las situaciones son siempre distintas, que cada día trae sus propias inquietudes y dudas y que diariamente deben plantearse lo que ayer parecía seguro...
Bruno Maggioni
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La Parábola del Sembrador es explicada hoy por el mismo Jesús. Y lo que parecía empezar como una llamada de atención sobre la fuerza intrínseca que tiene la Palabra de Dios (una semilla que al final, y a pesar de las dificultades, "dio fruto al ciento por uno"), se convierte en un repaso de las diversas reacciones que se pueden dar en las personas respecto a la palabra que oyen. Las situaciones son las de la semilla que cae en el camino o en terreno pedregoso o entre zarzas o en tierra buena, con suerte distinta en cada caso.
Jesús es consciente de que sus parábolas pueden ser entendidas o no, según el ánimo de sus oyentes. Estas parábolas tienen siempre la suficiente claridad para que el que quiera las entienda y se dé por aludido. O para que no se sienta interpelado: "A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan". Depende de si están o no dispuestos a dejarse adoctrinar en los caminos de Dios, que son distintos de los nuestros. Siempre será verdad lo de que "el que tenga oídos para oír, que oiga".
La palabra de Dios es poderosa, tiene fuerza interior. Pero su fruto depende también de nosotros, porque Dios respeta nuestra libertad, no actúa violentando voluntades y quemando etapas.
¿Dónde estoy retratado yo? Cuando Cristo siembra su palabra en mi campo, ¿puedo decir que cae en buen terreno, que me dejo interpelar por ella? ¿O "viene el diablo" y se la lleva? ¿O "los afanes y riquezas y placeres de la vida" la ahogan, y nunca llego a madurar por falta de raíces? ¿Qué tanto por ciento de fruto produce en mí la Palabra que escucho? ¿El ciento por uno?
Acoger la Palabra "con un corazón noble y generoso", y perseverar luego en su meditación y en su obediencia, es la actitud que Jesús espera de nosotros. Y es la que nos conducirá a una maduración progresiva de nuestra vida cristiana, y a la construcción de un edificio espiritual que resistirá a los embates que vengan.
José Aldazábal
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Nos habla hoy Jesús de un sembrador que "salió a sembrar su simiente" (v.5), y aquella simiente era precisamente "la palabra de Dios". Hasta que fueron "creciendo con ella los abrojos, y éstos la ahogaron" (v.7).
Hay una gran variedad de abrojos, según Jesús: "las preocupaciones, las riquezas, los placeres de la vida, la falta de raíces, la inmadurez" (v.14). Señor, ¿soy acaso yo culpable de tener preocupaciones? Ya quisiera no tenerlas, pero ¡me vienen por todas partes! Así que te pregunto:
—¿Por qué han de privarme esos abrojos de tu Palabra, si no son pecado, ni vicio, ni defecto?
—Porque olvidas que Yo soy tu Padre, y te dejas esclavizar por ellos, atándote a un mañana que no sabes si llegará.
Si viviéramos con más confianza en la Providencia divina, seguros de esta protección diaria que nunca nos falta, ¡cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos! Desaparecerían un montón de quimeras que, en boca de Jesús, son propias de paganos, de hombres mundanos (Lc 12, 30), de las personas que son carentes de sentido sobrenatural.
Tenemos todos los motivos para andar con optimismo en esta tierra, con el alma desasida del todo de tantas cosas que parecen imprescindibles, puesto que "vuestro Padre sabe muy bien lo que necesitáis, y él proveerá" (Lc 12, 30). Como ya dijo el rey David, "pon tu destino en manos del Señor, y él te sostendrá" (Sal 54, 23).
Así lo hizo el bendito José, cuando el Señor lo probó: reflexionó, consultó, oró, tomó una resolución y lo dejó todo en manos de Dios. Cuando vino el ángel, comenta Ballarin, "no osó despertarlo, y le habló en sueños". En fin, no deberíamos tener más preocupaciones que la gloria de Dios, en una palabra y en tu amor.
Luis Raventós
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Jesús, hoy me quieres dejar claro que cuando la semilla no da el fruto esperado, no es por culpa de la semilla, sino de la tierra en la que se encuentra. De la misma manera ocurre con tu palabra, pues la semilla es la palabra de Dios. Si la gente no te sigue, no es por culpa de tu doctrina, sino porque no reciben tu palabra con un corazón bueno y generoso.
En el 1º caso (los que están junto al camino) tu palabra se queda en la superficie. Esas personas sólo captan lo más superficial de tu mensaje, interpretando la religión en clave política o económica.
En el 2º caso (el terreno rocoso) tu palabra penetra más profundamente, pero no echa raíces. En un principio esas personas reciben la palabra con alegría, tal vez movidos por su atractivo sentimental, psicológico o sociológico. Pero a la hora de la tentación se vuelven atrás.
En el 3º caso (la que cayó entre espinas) tu semilla echa raíces, pero también echan raíces otras semillas. Es el caso de los que entienden la palabra de Dios, pero no tienen la fortaleza ni la prudencia de evitar las tentaciones del mundo: preocupaciones, riquezas y placeres de la vida. Unos ponen el trabajo o el estudio por delante de Dios; otros no luchan contra la comodidad, la sensualidad o la avaricia. Y se ahogan espiritualmente, porque el corazón no da para tantos dueños.
Salió el sembrador a sembrar, a echar a voleo la semilla en todas las encrucijadas de la tierra. Ésa es nuestra labor: encargarnos de que, en todas las circunstancias de lugares y épocas, arraigue, germine y dé fruto la palabra de Dios.
Jesús, tú esperas de mí que ponga mi buena tierra, para que la semilla de tu gracia dé fruto mediante la paciencia, venciendo las dificultades del ambiente y de mi propia flaqueza. Sólo si tu semilla arraiga de verdad en mi vida, podré encargarme de que arraigue, germine y dé fruto en los demás.
Pablo Cardona
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Cuando Jesús entra en crisis su mensaje da un salto de calidad. Sin las crisis de Jesús, hubieran quedado en la penumbra muchas de las encrucijadas por las que nosotros atravesamos. Jesús debió de pasarlo mal al comprobar que su mensaje liberador no era tan aceptado como cabía esperar, que ante él se suscitaban actitudes muy diversas.
Esto le dio pie a Jesús a clarificar un par de cosas: la semilla siempre es buena y sobreabundante. Pero no produce fruto automáticamente. Entra en un juego de productividad con los terrenos. Hay fincas muy buenas y otras que son manifiestamente memorables. Así sucedió con la predicación de Jesús y así sucederá siempre con su evangelio.
Quizás no deberíamos sorprendernos tanto de lo que hoy sucede. Puede que hayan cambiado las proporciones de los terrenos, pero siempre habrá personas que acojan con alegría y hondura el mensaje, personas que lo acojan superficialmente y personas que lo rechacen. Y, sin embargo, la vitalidad del evangelio no depende de ninguna. La semilla lleva dentro la vida.
Creo que hay, pues, dos actitudes fundamentales que nos ayudan a vivir el presente: confianza absoluta en el poder soberano de la semilla (la palabra de Dios) y discernimiento sobre la calidad de nuestro propio terreno. El juicio sobre el terreno de los demás no nos compete a nosotros.
Gonzalo Fernández
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La palabra de Dios no sólo ha sido pronunciada (para ser escuchada), sino que ha sido enviada (para ser recibida), como esa buena semilla que se siembra en un buen terreno (el corazón humano) para que tome carne en nosotros. Así, la obra de salvación no es algo que nos desencarne de nuestra realidad, sino que nos compromete con mayor fuerza, para dar un nuevo rumbo a nuestro mundo y a su historia.
La Iglesia debe hundir fuertemente sus raíces en Cristo, para recibir de él la vida que él ha recibido del Padre. Sólo unidos a Cristo y siendo fieles a él podremos hacer que de la abundancia de la vida de Dios en nuestro corazón, nuestras obras sean el lenguaje a través del cual el Señor continúe su obra salvadora entre nosotros.
No seamos un terreno estéril en el que la vida de Dios caiga como en saco roto. Dejemos que el Espíritu de Dios nos transforme en Cristo, evangelio viviente del Padre, para que, hechos semilla como él, podamos incubar la vida divina en el corazón de la humanidad entera, de tal forma que todos tengan la oportunidad de producir abundantes frutos de salvación.
Hay quien dice que esta parábola expresa el estado de Jesús en un momento en que entra en crisis en su ministerio, al ver la escasa acogida que tiene su palabra (semilla) en el pueblo judío, representado por 4 terrenos, de los que en 3 no madura: en el 1º (junto al camino) es pisada y comida por los pájaros, en el 2º (en las rocas) brota pero es secada por falta de humedad, en el 3º (entre zarzas) brota pero es ahogada. Y sólo en el 4º (en tierra buena) da un fruto generoso: 100 veces más. Es este anhelado resultado final el que debe mantener al misionero en el tajo.
El desánimo o la desilusión son palabras que no deben entrar en su vocabulario. La confianza en que la palabra dará fruto debe ser siempre el elemento constante en su talante misionero. Tanto esfuerzo no será en vano; habrá un terreno que aceptará la palabra y la hará vida de su vida. Es verdad que no todo terreno será adecuado para dar fruto. Hay que aceptarlo de ante mano para no caer en vanos desalientos. Hay que contar de antemano con el rechazo.
Cada uno de los resultados que produce la siembra corresponde a una situación a la hora de escuchar a Jesús: los primeros escuchan, pero los pájaros (el diablo, y sus pájaros del pecado) les quita el mensaje del corazón para que no den su adhesión al mensaje; los segundos aceptan el mensaje, mientras éste no les complique la vida; cuando llega la persecución, lo abandonan; son inconstantes; los terceros escuchan el mensaje, pero siguen aferrados a los bienes de la tierra y a una vida hedonista, incompatibles con el seguimiento de Jesús.
Sólo en los últimos madura la semilla y, poco a poco, va dando fruto; estos son los verdaderos seguidores de Jesús: los que no sólo escuchan, sino que ponen en práctica su mensaje y producen fruto abundante. Y este fruto no es otra cosa, sino la disposición del seguidor de Jesús a servir hasta la muerte, disposición ausente en quien confía en el poder como método para transformar el mundo, en el hedonismo como ideal de vida, en los bienes de la tierra como Dios a quien hay que dar culto.
Gaspar Mora
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Escuchamos hoy una parábola de todos conocida, y por todos valorada como expresión de lo que debe ser nuestra respuesta a la gracia, a la fe, dando frutos de buenas obras. Que nuestro corazón sea tierra fecunda, regada por el Espíritu.
El texto de la Parábola de la Semilla, que cae en campos fértiles, áridos, entre espinas, al borde los caminos, no precisa de comentario. Solo requiere una lectura meditativa, y una respuesta a una serie de interrogantes:
-¿Soy yo camino trillado por todo tipo de
tentaciones, corazón que pisotea a nobles sentimientos de amor, justicia, paz,
solidaridad, oblación por los demás?
-¿Llevo yo una vida complicada y amarga, indiferente,
egoísta, que no retiene sentimientos de piedad, compasión, altruismo?
-¿Soy yo una persona enredada en la maleza y espinas y
no logro despegarme de los intereses mezquinos que me encadenan?
-¿Cuánto tengo en mi alma de tierra fecunda, con
hambre de Dios, sed de justicia, espíritu de servicio, de entrega a la misión
evangélica a que he sido llamado?
Dominicos de Madrid
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La existencia cristiana, desde su comienzo, tiene adversarios que acechan a todos los que quieren asumirla. Algunos ya desde ese momento inicial se dejan arrebatar la Palabra sembrada en ellos y destinada a fructificar en su corazón y en el de todos los hombres.
Pero las amenazas no se reducen a este momento inicial sino que acompañan al creyente a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos debe enfrentarse durante toda su vida a diferentes pruebas, amenazas desde el exterior que llevan a considerar una pérdida el seguimiento de Jesús. Este aparece, en ciertos momentos, como amenaza para la estructura social existente que, por un sentimiento de autodefensa, puede asumir formas agresivas persiguiendo a los portadores del mensaje.
Un peligro mayor que impide la producción de los frutos reside en la adopción por parte de los cristianos de un estilo de vida en contradicción con la propuesta aceptada. La actitud de desconfianza frente a Dios y la primacía de la búsqueda de posesión y del placer están presentes en el entorno en que el cristiano debe realizar su existencia.
Este entorno no es totalmente exterior a la existencia del creyente. El contagio de estos valores predominantes en la sociedad es una posibilidad real que amenaza nuestra existencia, que puede impedir la obtención de la finalidad propuesta y llenar de frustración nuestra existencia.
Sólo una audición y recepción de "un corazón noble y generoso" junto a una fidelidad constante y sin límites en la duración puede asegurar la llegada a la meta de la existencia.
Confederación Internacional Claretiana
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Muchas veces nos preguntamos por qué la palabra de Dios no ha prendido lo suficiente entre nosotros. Nos preocupamos por anunciar el mensaje, por hacer homilías y cursos, por comprar algunos libros que nos ayuden a profundizar. Pero nada, podemos seguir ignorando la Palabra y, muchas veces, cambiarla por cualquier otra cosa. Esto puede tener varias causas que se pueden comprender por medio de la parábola de hoy.
La semilla es buena, pero el terreno no está suficientemente preparado. Muchas veces tenemos sincero interés en lo que Dios nos comunica en la Biblia y en la vida. Pero las preocupaciones nos cubren como una maraña insalvable. Y las preocupaciones llevan a los afanes, muchas veces desmedidos, por alguna de las cosas que nos empeñamos en obtener de la sociedad, dentro de sus modelos sociales de vida.
Por esto, la recepción de la Palabra no ocurre de cualquier modo. Hace falta un ejercicio de limpieza interior, de desbloqueo mental. Mientras permanezcamos atrapados por interminables preocupaciones nunca podremos ocuparnos de la Palabra. Es necesario crear un espacio vital donde la buena semilla del evangelio germine.
También ocurre que la semilla es buena, pero el terreno carece de profundidad. En otras ocasiones somos presa de un entusiasmo inicial que no tiene continuidad. Recibimos con gozo la semilla, pero somos incapaces de seguirla cultivando para que desarrolle toda su potencialidad.
Esto es fruto de la superficialidad. Somos superficiales en nuestra formación cristiana y nos contentamos con lo poco que aprendimos en la catequesis. Maduramos nuestros conocimientos profesionales, técnicos, pero no profundizamos en el conocimiento de la palabra de Dios en la Biblia y en la vida.
La parábola de hoy nos lanza un profundo cuestionamiento que debe ser madurado. Si no somos capaces de dar respuesta a esta interpelación, es muy probable que no tengamos preparado el terreno para que crezca la buena semilla en nuestra vida.
Servicio Bíblico Latinoamericano