23 de Noviembre
Jueves XXXIII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 23 noviembre 2023
a) 1Mac 2, 15-29
El pasaje de hoy narra los comienzos de la Revuelta Macabea contra Antioco IV de Siria. Todo empieza cuando un inspector real llega a Modín, lugar de residencia del sacerdote Matatías. El pueblo, situado a unos 30 km de Jerusalén, ha escapado durante cierto tiempo al control policial. Pero finalmente se presenta un emisario real y obliga a hacer un sacrificio, probablemente el conmemorativo del día natalicio del rey (2Mac 6, 7).
Invita de manera especial a Matatías, por su ascendiente sobre los demás. Pero éste se niega rotundamente. Entonces un judío, para evitar posteriores represalias contra el lugar, intenta cumplir las órdenes del rey. Matatías lo mata y mata también al inspector real.
El autor aprueba este acto comparándolo con el de Finés (nieto de Aarón), quien mató a un israelita unido (contra la ley) con una madianita (Nm 25, 7-8). Esta acción supone el paso de la resistencia pasiva a la lucha abierta. Matatías hace una llamada general para irse a la montaña, ya que la situación de Modín, en terreno ondulado pero no montañoso (del Sefelá), era favorable para el ejército real.
Al grupo de Matatías se suman, entre otros, los asideos, que parecen formar ya en esta época un partido religioso más o menos estructurado. Son los piadosos, los que han permanecido fieles a las tradiciones patrias, mientras muchos judíos se han relajado en lo que respecta a la observancia de la ley. Se cree que son los antepasados de los fariseos y los esenios. Entre todos forman un verdadero ejército, no suficiente para enfrentarse abiertamente con el real, pero sí para hacer una auténtica guerra de guerrilla.
Pero Matatías, que ya es anciano al comienzo de la revuelta, no puede resistir demasiado tiempo esa vida. En sus labios moribundos se pone una especie de testamento espiritual semejante al de Jacob (Gn 49, 1-33), y en él repasa la historia de Israel y sus principales personajes, para demostrar que Dios no abandona a los que luchan por él. Acaba dicho testamento con una exhortación al coraje (pasaje que se ha omitido en nuestro texto).
Por último, designa Matatías a sus sucesores. Curiosamente, no nos habla del hijo mayor (Juan), sino que designa a Simón como consejero, y encomienda al 3º (Judas) la dirección militar.
Josep Aragonés
* * *
El mundo en que habitamos está poblado de ídolos, y también lo estuvo en una Israel helénica en que sus dirigentes helénicos (Antioco IV de Siria) mandaron a todos sus habitantes: "Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas".
Unos erigen en ídolos a los objetos de sus deseos, y engañándose se olvidan de que los objetos del deseo humano no tienen más que un vínculo simbólico con la felicidad, cuya búsqueda moviliza toda la existencia. El camino se convierte entonces en meta, y las etapas en fin.
Otros, para promover un valor aislado de los demás (la verdad, el conocimiento, el arte-), ejercen sobre ellos mismos y sobre los demás una tiranía que los transforma en propagandistas fanatizados, en inquisidores y hasta en terroristas. Y otros, con pretensiones más modestas, practican en la rutina diaria furtivas genuflexiones ante esos ídolos hechos a su medida (que son el dinero, el prestigio, el placer, el poder).
¡Cuántos dioses a imagen de nuestros temores, de nuestras aspiraciones, de nuestras infidelidades! O com dice el pasaje de hoy, en boca de Matatías: "El cielo nos guarde de abandonar la ley". En adelante, esta súplica forma parte de nuestra vida, a la vez como una experiencia cuyos frutos podemos juzgar y como una exigencia nunca cumplida.
En el seno de este mundo humano sembrado de fetiches, nuestra fe nos encarga una tarea: la de denunciar a cada uno de ellos y decirles: "Tú no eres Dios". Sí, tenemos vocación de ateos, como aquellos primeros cristianos que no fueron acusados por ser edificantes y virtuosos, sino por ser inmorales (porque no sacrificaban a la religión del emperador, y eran ateos).
Nuestra fe es iconoclasta, porque tiene la vocación de denunciar los falsos absolutos, de relativizar los fanatismos, de criticar las componendas alienantes de lo cotidiano. Nuestra fe denuncia las ilusiones, y anuncia que la felicidad estará en las contemplación y en el silencio. Combate sin tregua por liberarnos.
Es preciso que muera el ídolo que fascina y estrecha la mirada, para que viva el verdadero nombre de Dios. Cuando se disipa el ídolo, espejismo de un absoluto sustitutivo, entonces aparece el Verbo, imagen del Invisible, único acceso al Padre. Y nuestro deseo coincide con el de Dios: "¡Cuánto me gustaría reunir a todos mis hijos!".
Marcel Bastin
* * *
El mártir no es un fanático. No es un exaltado. Nos sentiríamos inclinados a considerar esos relatos como unas páginas de fanatismo religioso. Tanto más porque los creyentes de esa época se expresan muy fácilmente en términos de "guerra santa", y en ellos la fe y la política están muy ligadas (tomándose las armas para convertir a los demás o para defenderse). Pero no juzguemos demasiado de prisa, porque su intransigencia es también una fidelidad a un mensaje recibido.
Pero no se trata sólo de una defensa del sí a las tradiciones y a las costumbres (aun cuando, a menudo, lo parezca). Pues los resistentes al helenismo de Antíoco IV Epífanes son también testigos, sentido del término griego mártir.
Cuando nos toque defender la integridad de la fe, ayúdanos, Señor, a no defender sutilmente nuestras posiciones personales, nuestras maneras de ver, nuestros hábitos de pensar. Ni lo que aún es peor: las ventajas humanas que la fe nos depara. Colócanos, Señor, en la humildad. Haznos receptores de tu mensaje.
Entonces un tal Matatías, jefe de una importante familia sacerdotal, y harto ya de las artimañas del poder real que se esfuerza en apartar a los judíos de la fe, convoca a los fieles a la resistencia y predica la "guerra santa". En efecto, el combate por la verdad y la justicia tomó en aquel tiempo esa forma violenta.
Todavía hoy, algunos cristianos afirman que ellos también se ven acorralados a esta misma violencia para conseguir la justicia. La violencia, la guerra, no pueden ser un fin en sí mismas. Sería llegar a ser uno verdugo y asesino, después de haber censurado a los que lo son.
Pero se comprende que ciertas situaciones puedan llegar hasta estas situaciones difíciles y ambiguas. Ayúdanos, Señor, a descubrir el sentido de tu bienaventuranza: "Felices los artífices de la paz". A los partidarios de la violencia dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio. A los partidarios de la no-violencia dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio. Danos a todos, a la vez el sentido de la justicia y de la verdad, del amor y de la paz.
Pero el poder pagano helénico no aminoró sus amenazas y dádivas, sino que volvió a insistir a los israelitas: "Si cumplís el decreto del rey, recibiréis plata, oro y muchos regalos". El compromiso con las situaciones de injusticia conduce a esos chantajes, a esos despropósitos. ¡El dinero! Corruptor de las conciencias.
A lo que contestó Matatías: "Aunque todas las naciones que forman el imperio del rey le obedezcan hasta apartarse cada uno del culto de sus padres. Yo, mis hijos y mis hermanos nos mantendremos en la alianza de nuestros padres. El cielo nos guarde de abandonar la ley y los preceptos". Incluso si hay guerra santa, la motivación es religiosa.
Se trata de una fidelidad interior a Dios, de "mantenerse en la Alianza", de permanecer aliado de Dios y hacer su voluntad. Y esto a pesar de la presión general dominante: "Aunque todos abandonen a Dios". ¿Cuál es la situación equivalente, en mi vida?
Finalmente, "Matatías y sus hijos dejaron en la ciudad cuanto poseían y huyeron a las montañas". Es la prueba decisiva de que ellos no defienden ventajas adquiridas. Huyen al monte y abandonan la vida cómoda, por fidelidad a Dios.
Noel Quesson
* * *
La ruptura tenía que llegar y sobrevino con una explosión repentina, causada por la desfachatez de algunos apóstatas y el celo religioso del fiel Matatías y sus hijos.
La escena es dura, por la tentadora oferta a Matatías (hombre de prestigio) y por la firmeza admirable de éste: "Aunque todos obedezcan al rey, yo y mis hijos viviremos según la alianza de nuestros padres: ¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres!".
No es de extrañar que, animados por esta actitud tan decidida, se encendiera la indignación de aquel grupo de seguidores de Matatías, al ver cómo un judío se adelantaba y ofrecía el sacrificio idolátrico delante de todos. Un judío al que ese grupo le mata, derribando su sacrílego altar.
Tras lo cual, Matatías con sus hijos y otros seguidores "se echaron al monte". Y uno de sus hijos, Judas el Macabeo (lit. el Martillo), capitaneará a partir de ahora la guerra contra los enemigos del pueblo y de su fe.
Hay una interesante noticia adicional: "Muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir santamente según su ley". Seguramente a estos grupos pertenecen los restos de las cuevas de Qumram descubiertos hace algunos decenios. Son los que quisieron seguir fieles a la Alianza, a pesar de que oficialmente se habían introducido normas más conformes al estilo helénico de vida, muchas de ellas contrarias a la ley de Moisés.
Nosotros no reaccionaremos con esa violencia, matando a los que nos amenazan o a los que se alejan de la fe. Hemos aprendido de Jesús la resistencia no violenta. Pero sí tendríamos que dejarnos interpelar por estos judíos que supieron resistir a la tentación y conservaron su identidad en un ambiente paganizado.
En la página de hoy ya se ve que el problema no era el tema de la carne. Esta vez se trata de ofrecer sacrificios a los falsos dioses y de seguir las costumbres de los paganos, contrarias a las que Dios había ordenado en su Alianza: "Aunque todos apostaten de la religión de sus padres, nosotros viviremos según la alianza de Dios y nuestras costumbres".
Jesús nos dijo que estaremos en el mundo, pero sin ser del mundo. Vivimos en una sociedad que en algunos casos se muestra de nuevo claramente paganizada. Tenemos que defendernos y seguir fieles al evangelio de Jesús: "No obedeceremos las órdenes del rey desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda". No ofreceremos incienso ni libaremos sacrificios en honor de los falsos dioses que se nos ofrecen continuamente.
Un joven que camina contra corriente, una familia que no quiere seguir tras los mismos falsos dioses que la mayoría, unos religiosos que dan ejemplo de un estilo evangélico de vida en medio de un mundo indiferente y hasta hostil, no lo tendrán fácil. Pero podrán confiar en la misma fidelidad divina que daba ánimos al salmista de hoy: "Al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios. Ofrece al Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día del peligro: yo te libraré y tú me darás gloria".
José Aldazábal
* * *
Quien quiera ser fiel al Señor no puede quedar esclavo de lo pasajero; y por salvar su vida no puede vivir adulando a los poderosos. La palabra de Dios ha de ser proclamada con toda valentía; y el anuncio de la misma no puede hacerse sólo con los labios, sino, de un modo especial, con una vida intachable. Cristo, mediante su muerte, dio muerte en nosotros al pecado y a la misma muerte.
La vida de quienes creemos en él debe ser una continua lucha contra el espíritu de maldad que se ha posesionado del mundo. No podemos satanizar nuestro mundo; pero no podemos cerrar los ojos ante tantas manifestaciones de maldad en el mismo, como son las guerras, la corrupción de inocentes, la distribución ilícita de enervantes, el crecimiento de vicios que embotan las mentes de las personas desde su más tierna edad.
Si quienes creemos en Cristo no somos capaces de luchar para que el evangelio de Dios llegue a todos y la fe en Cristo libere al hombre de sus males, ¿qué sentido tiene creer en el Señor? ¿A qué somos capaces de renunciar por el Reino de Dios entre nosotros? ¿Acaso queremos creer en Cristo de un modo hipócrita, arrodillándonos ante él mientras continuamos esclavos de nuestra maldad?
Seamos sinceros con la fe que profesamos. No queramos diluir la Palabra de Dios para ganar favores, oro, plata y muchos regalos de los poderosos. Seamos fieles al Señor, aun cuando por ello tengamos que caminar con las manos vacías de bienes pasajeros, pero con el corazón lleno de Aquel que, siendo nuestro Padre, nos dice como a San Ignacio de Antioquía: "Ven a mí".
José A. Martínez
* * *
En la lectura de hoy volvemos del 2º al 1º libro de los Macabeos, y nos encontramos con la tragedia que sobreviene al sacerdote Matatías, hijo fiel a Dios y su ley, en los días y persecución de Antíoco IV Epífanes. Los halagos, ofertas, promesas, ardides de toda especie, tratan de hacerle sucumbir, por más hombre fuerte que se manifiesta: "Tú y tus hijos seréis amigos del rey, os premiarán con oro y plata y otros muchos regalos". Matatías respondió: "Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres".
Y en un momento de arrebato, por ver que un judío, a vista de todos, iba a sacrificar sobre el ara de Modín, como mandaba el rey, "tembló de cólera, y en un arrebato de santa ira, corrió a degollarlo sobre el ara, mató al funcionario real que obligaba a sacrificar, derribó el ara e invitó a que la gente le siguiera, y se echó al monte dejando en el pueblo cuanto tenía".
El celo de la casa de Dios y de su ley pueden generar en los hombres, radicalizándose, actitudes violentas. Éstas, aunque tengan un origen comprensible, no proceden de la aplicación prudente de la ley misma, sino de las pasiones no dominadas. Aprendamos de la experiencia de Matatías.
Los 2 libros de los Macabeos fueron compuestos para exaltar el espíritu de fidelidad de los buenos israelitas a su Dios, a su alianza, a su Ley. Y cada capítulo, como vamos viendo esta semana, es relato de una acción sorprendente por la grandeza de alma con que actúan los diversos personajes en escena. Recojamos, pues, el mensaje: hay que ser fieles al Señor y a sus mandamientos.
Y después, hagamos discernimiento de lo que debemos hacer en conformidad con el Espíritu que alienta en la letra de estas historias y relatos bíblicos. Señor, Dios nuestro, te suplicamos fortaleza de espíritu para que sepamos mantenernos en fidelidad a nuestra fe y en paciente perseverancia para no dejarnos arrastrar por impulsos de ira o venganza contra nuestros hermanos.
Dominicos de Madrid
b) Lc 19, 41-44
Tras una larga travesía, Jesús llega finalmente a Jerusalén, después de un largo viaje en el que fue instruyendo con profundidad y tiempo a sus discípulos. Ese viaje de Jesús había sido una larga catequesis de Jesús a los Doce, que Lucas alargó a la Iglesia posterior. Y ahora, al acercarse a Jerusalén y al verla, Jesús "lloró sobre ella".
El texto de hoy está en continuidad con Lc 13, 34-35, pues ambos recogen los dichos proféticos de Jesús sobre y contra Jerusalén. El texto de hoy es original de Lucas, y el texto anterior (Lc 13, 34-35) está en paralelo con Mateo (Mt 23, 37-39) y pertenece, por tanto, a la fuente Q (común a los sinópticos).
El texto describe la destrucción de Jerusalén, sucedida el año 70 d.C, y posiblemente por ello llora realmente Jesús. Se trata de lágrimas de compasión, pero también de indignación, como esas lágrimas de las que hablaba el profeta Isaías: "Enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros" (Is 25, 8). Jesús supo llorar, y sabía bien por qué lloraba, como buen profeta que era.
En concreto, lo que Jesús dice llorando es: "Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz". El "mensaje de paz" (lit. las cosas para la paz) es el evangelio del reino de Dios que propone Jesús, luego lo que viene a decir Jesús es: Si Jerusalén escuchara mi evangelio, no sufriría su destrucción.
Históricamente, Jerusalén sí escuchó el evangelio, pero no hizo caso sino al evangelio de los nacionalistas zelotas, que era un mensaje violento y opresor, y que fue el que desencadenó que el emperador Tito destruyera definitivamente Jerusalén (ca. 70 d.C). El evangelio de Jesús, según Lucas, habría salvado la ciudad santa.
De forma semejante al v. 41, el v. 44 nos dice que Jesús exclamó: "No has conocido el tiempo de mi visita". Es decir, Jerusalén no supo discernir el kairós de Dios, que se le ofrecía en Jesucristo.
Hoy podríamos preguntamos si quizás también Jesús lloraría con indignación profética al ver nuestra ciudad, nuestro mundo actual y también nuestra Iglesia. Porque tampoco hoy somos capaces de conocer lo que nos trae la paz, y no sabemos discernir el kairós de Dios. Nuestros ojos no están llenos de esas lágrimas proféticas de Jesús, y deberíamos tener muchos motivos para tenerlos llorando.
Juan Mateos
* * *
Hemos llegado al final del camino de Jesús, Jerusalén es ya una realidad, y ésta se presenta con toda su majestuosidad y poderío. El evangelista Lucas es el encargado de hacérnoslo recordar, transmitiendo con todo lujo de detalles el acontecimiento que marcó el desenlace final de la vida y predicación de Jesús.
La gente acompaña a Jesús, pero lo hace con sentimientos enfrentados y expectativas de difícil resolución. No obstante, siguen los pasos del Maestro, por lo visto dispuesto a enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de la capital. Dadas las expectativas mesiánicas del pueblo judío, la entrada de Jesús en Jerusalén (llena de peregrinos, para la fiesta de la Pascua) debió llamar la atención, aunque en términos políticos fuera un hecho sin gran trascendencia.
Jesús entró en Jerusalén evocando el simbolismo que se había construido en el AT en relación a la llegada del Mesías, donde se profetizaba que sería un rey pacífico. No obstante, el populacho empezó a proclamar a Jesús con gritos y consignas, como el Mesías esperado.
Jesús, lleno de compasión, lloró por la ciudad que se extendía ante sus ojos, a causa de su destrucción y devastación inminentes. Las autoridades judías y sus jefes religiosos podían haber evitado la catástrofe, pero al rechazar a Jesús rechazaron el único camino capaz de conducir a la salvación y a la paz.
La expresión "si al menos en este día conocieras los caminos de la paz", y la expresión "porque no has reconocido el tiempo de mi visita", indican la naturaleza de la misión de Jesús. Sin embargo, las autoridades judías estaban espiritual y políticamente ciegas, y de ahí la esterilidad de su respuesta a la llamada de Dios en su hijo Jesús. Mientras la gente y los discípulos gritaban de alegría, el corazón de Jesús se consternaba por el juicio inminente de la ciudad.
Fernando Camacho
* * *
Jerusalén conoció la visita salvífica de Jesucristo. Pero decidió rechazala, y con ese rechazo apenas quedó ya margen para otra oportunidad, sino tan sólo las consecuencias del rechazo: la destrucción. Por eso Jesús llora sobre Jerusalén, porque es su ciudad y porque sobre ella tiene compasión. Se trata de lágrimas de impotencia, porque él ha hecho todo lo posible por la paz, pero no ha sido posible (Lc 13, 34-35).
El poder de Dios se hizo amor y debilidad en Jesús. Pero ese poder chocó con la dureza del corazón humano. No obstante, Dios "prefiere llorar de impotencia en Jesús, antes que privar al hombre de su libertad", nos dice Stoger. Este llanto consiste en una última y amarga llamada, posiblemente ya tardía e inútil para muchos, a la conversión. Aceptar a Jesús supondría entrar por el camino de la paz, y rechazarlo supondría la ruina. Sólo en él está la salvación (Hch 4, 12), y ésta es su última palabra.
La profecía que Jesús lanza contra la Ciudad Santa es terrible, y tendría que servir de escarmiento y toque de atención para todos los pretendidos lugares sagrados, porque todas sus piedras son inútiles, y están vacías de sentido, y no tienen ojos, y no son humanas ni están abiertas al plan de Dios en la historia del hombre.
La Ciudad Santa decidió rechazar a Jesús y quedarse a merced de los poderosos. Pues bien, ahí estuvieron sus consecuencias, porque las ambiciones de los poderosos serán siempre más fuertes que todo tipo de defensa y fortificación, y siempre habrá uno más fuerte que yo, por mucho que me haya preparado para la guerra.
La oportunidad de Jerusalén pasó por reconocer a su Mesías esperado, trastocando para ello todos sus valores y falsas seguridades. Jesús llora, por tanto, por el gran fracaso del pueblo escogido, por su fracaso histórico y amargo, tras tantos siglos de iniciativa divina y tantas vidas humanas puestas en juego. ¡Cuántos ayatolás no habrán contado con la historia del hombre! Y como siempre, ¡en nombre de Dios!
Josep Rius
* * *
Las palabras de hoy de Jesús contra Jerusalén, con su posible fondo histórico y su análisis de meditación eclesial, constituyen una de las metas de la obra de Lucas. Y nos vienen a decir que, donde la salvación se ha gestado, y ofrecido de un modo más intenso, el rechazo y la ruina han venido a ser más dolorosos.
Subiendo hacia el Padre, y todavía en la tierra, Jesús llora sobre el fondo de las ruinas de su propio pueblo, porque éste ha muerto ya para Dios (v.41). Son pocas las imágenes más evocadoras que ésta, y por eso podemos sacar de ella varias conclusiones:
1º Como hombre que ha venido a la existencia desde el fondo de Israel, Jesús ama a su pueblo. Lo ama de una forma violenta y dolorosa, de tal modo que el rechazo de los suyos constituye una de las bases de su pasión sobre la tierra. No obstante, Jesús ofrece este dolor propio como causa de salvación para aquéllos conciudadanos que en adelante decidan unirse a su misión.
2º Una muerte o destrucción puede tener varios sentidos. La muerte de Jesús, aceptada en un ámbito de obediencia, se convirtió en fundamento de gloria y salvación. La caída de Jerusalén, interpretada a la luz de su rechazo, se convirtió en reflejo de una condena. Toda muerte puede recibir estos sentidos, pero en todo caso lleva con Cristo a la Pascua o con Jerusalén al fracaso.
Rechazando a Cristo, o al ignorar el verdadero sentido de su paz mesiánica, Jerusalén se convirtió en una simple ciudad más de la tierra. Perdió el carácter de signo salvador, y pasó a definirse exclusivamente en función de un extremismo religioso, representado en su lucha contra Roma. Y por eso sucumbió definitivamente, el año 70 d.C.
Por otro lado, la sentencia de Cristo sobre el pueblo judío no fue definitiva en el mismo momento en que se pronunció, sino que tuvo cierto margen de tiempo para la conversión. No obstante, el rechazo de Jerusalén a Jesús siguió siendo una realidad a lo largo de ese tiempo, tanto con el testimonio de los primeros cristianos, cuanto con el mensaje de San Pablo (Hch 21).
Todo fue en vano, y Jerusalén siguió siempre negándose a Jesús, y quedándose sola y abandonada, tanto por Dios como por la Iglesia. De esa forma, la vieja ciudad de las esperanzas, y de las profecías mesiánicas, pasó a convertirse en un montón de ruinas. Desde ese mismo momento, la salvación se desligó de sus viejas raíces judías, y pasó a estar concentrada en el nuevo camino de Jesús.
Javier Pikaza
* * *
Un evangelio como el de hoy ha mantenido el antisemitismo en muchos cristianos a lo largo de la historia, por haber rechazado a Jesucristo.
Pero si es verdad que la Iglesia de Jesucristo es "el Israel de los últimos tiempos", y si es verdad que los apóstoles eran todos judíos (así como la mayor parte de los miembros de las primeras comunidades cristianas), ¿por qué a nivel general se le rechazó? Porque también es igualmente cierto que el pueblo judío, tanto en sus representantes como en sus estructuras, fue el que rechazó la salvación mesiánica ofrecida por Jesucristo.
Israel rechazó a Jesús porque no entró en esa conversión a él que Jesús exigía, como instrumento de salvación universal. Rechazó a Jesús porque no renunció a sus privilegios de pueblo elegido, y rechazó a Jesús por esa falsa idea que se había hecho de dicha elección.
A fin de cuentas, lo único que tenía que haber hecho Israel era aceptar a un solo hombre (Jesús de Nazaret), como un profeta más. Pero lo que captó el pueblo judío en Jesucristo (un Reino aparte, venido de parte de Dios) fue algo que les superó, pues suponía subordinar su ley (y la observancia de su ley) a ese nuevo Reino que iba a venir. Y por ahí no pasaron los dirigentes judíos, y por ello le llevaron a la muerte. En definitiva, el pueblo judío rechazó a Jesús por no haber mantenido ese espíritu pobre de los inicios y de los anawin de Dios, ni por seguir esperándolo todo de Dios su Salvador.
Con todo ello, el destino del pueblo judío fue a través de los siglos un serio problema de conciencia para la Iglesia. Ya San Pablo se preguntó por el destino de este pueblo (que es el suyo), y en su Carta a los Romanos manifiesta su convicción de que el pueblo judío se convertirá, cuando todas las naciones hayan entrado ya en la Iglesia. ¿Será así? Como contrapartida, la Iglesia se encuentra constantemente ante la exigencia de ser plenamente fiel a su propio misterio (el de Jesucristo), y la exigencia de seguir abriendo puentes ante el pueblo judío (el depositario del AT de Dios).
Maertens-Frisque
* * *
Jerusalén era la ciudad de paz, pero sus ojos se cegaron y fueron incapaces de reconocer lo que realmente le podía conducir a la paz. Es lo que nos dice hoy Jesucristo, que también viene a decir que el camino que conduce a la paz es el que pasa por reconocer a Aquel que el Padre Dios envió como salvador de la humanidad. Nosotros sí hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y lo hemos reconocido en que, aún siendo pecadores, él nos envió a su propio Hijo, para salvarnos del pecado y para hacernos hijos de Dios.
A Cristo le duele hoy la perdición de los de su propia raza, pues también a ellos los puso Dios en sus manos, para que los salvara y ninguno de ellos se perdiera (excepto el hijo de perdición). No obstante, los judíos decidieron cerrarse a ese camino de paz y salvación, porque se cerraron al amor universal de Dios y al enviado del Padre como único camino que podía conducir a la paz. Mientras aún es tiempo, el Señor nos invita a todos a volver a él, para que "él sea nuestra paz y alegría perpetua".
La paz y la alegría de Dios deben ser realidades vividas ya desde ahora, como único camino capaz de llevar a la gloria eterna. Tratemos, pues, de ser totalmente leales a nuestra fe, si decimos haber depositado en Jesucristo. Ojalá "escuchemos hoy su voz, y no endurezcamos ante él nuestro corazón".
El Señor se ha acercado a nosotros con gran amor, y que nos vea tristes puede significar que sí que lo alabamos con los labios, pero nuestro corazón permanece lejos de él. Él nos considera sus amigos y nada ha guardado bajo sello, sino que nos ha manifestado un amor que ha llegado hasta el extremo de entregar su vida para que nosotros tengamos vida en abundancia (vida eterna). Él nos ha comprado por su sangre, de tal forma que "ya no vivamos para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó".
Consideremos, pues, a qué precio hemos sido rescatados. Y ¡alegrémonos! Sobre todo, disfrutemos del amor y de la paz de Dios, trabajando para que esta paz pueda hacerse también realidad en el corazón de todas las personas. No hagamos como Jerusalén, porque de hacerlo habremos fallado en la misión que se nos ha confiado, y entonces habrá motivos para que Cristo llore sobre nosotros y nos culpe de haber mantenido ciegos a los demás en aquello que realmente podía haberlos conducido a la paz.
Bruno Maggioni
* * *
La imagen que hoy nos presenta el evangelio es la de un Jesús que lloró (v.41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es (a la vez) santa y fuente de divisiones.
Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido (que es la Iglesia) y con el mundo (en el que ésta ha de llevar a término su misión). Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad humana que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora.
La humanidad gime y llora porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos o los mata en el seno materno, porque impulsa en los demás las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, nos encontramos con un pueblo (y no sólo judío) que no ha sabido reconocer al Dios que lo visitaba (v.44).
Ante este panorama general, los cristianos no podemos quedarnos en la pura lamentación, ni hemos de ser profetas de desventuras. Sino que hemos de ser hombres de esperanza, porque conocemos el final de la historia, porque sabemos que Cristo ha hecho caer los muros del odio y porque las lágrimas que derrama en este evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.
De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros. Es tan excelso su amor que, como dice San Ambrosio:
"Él se ha hecho pequeño y humilde para que nosotros lleguemos a ser grandes, él se ha dejado atar entre pañales para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado, él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo. Por eso hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a Aquel que nos visita y nos redime".
Blas Ruiz
* * *
El pasaje evangélico de hoy se sitúa en la llegada de Jesús en Jerusalén, que era el destino de su larga peregrinación desde la Galilea. Y nada más llegar a ella, viene su lamentación por Jerusalén, sobre la que además Jesús llora. Algunos detalles del texto de hoy muestran, por tanto, el contraste entre la alegría de su llegada y el llanto de hoy de Jesús, pues:
-festivamente,
Jesús es aclamado como Mesías, a su entrada en la ciudad,
-amargamente, Jesús llora de pena por el destino de la ciudad.
La expresión "vendrán días" es de tenor apocalíptico, y está llena de reminiscencias proféticas. La "ruina de Jerusalén" puede hacer alusión a la del año 587 a.C. o a la del año 70 d.C, pues sobre ella no describe ninguno de sus rasgos característicos. En todo caso, la profecía está llena de realismo.
El motivo del llanto de Jesús es la destrucción de la ciudad, que Jesús contemplaría en visión profética. Pero esa realidad histórica sería el signo de algo más profundo: que Jerusalén no quiere reconocer la presencia en ella de su Salvador. Ése es el gran contraste, y el gran misterio.
Los representantes religiosos de Jerusalén son los que rechazan al Mesías de la paz. Saben que están ante un momento decisivo de su historia, pero ven a éste como desafío y no como oportunidad. Es decir, "no han conocido el tiempo de la visita" de la gracia, y por ello han rechazado a su Salvador. Esa es la gran paradoja: que lo tienen delante y lo rechazan. "Está oculto a sus ojos", dice Jesús, como si fuese Dios quien ocultase la salvación, cuando los hombres la rechazan.
El motivo del llanto de Jesús no es simplemente la suerte de la ciudad (con toda su belleza y esplendor), pues Jesús no está pensando tan sólo en el sufrimiento de su habitantes, sino en la negativa humana a recibir la gran liberación. No obstante, ya anticipa Jesús que ese rechazo no impedirá que siga adelante el amor salvador de Dios. Simplemente, la historia de la salvación seguirá otros caminos.
Bonifacio Fernández
* * *
Jesús contempla hoy la ciudad de Jerusalén, y "llora sobre ella" (v.41) al ver cómo quedaría destruida más tarde la ciudad que tanto amaba, por "no conocer el tiempo de su visita". Juan nos deja constancia en otra ocasión de esas lágrimas de Jesús, que pueden ser tan consoladoras para nuestra alma: llora por la muerte de su amigo Lázaro. En aquel caso, los judíos presentes exclamaron: "Mirad cómo le amaba" (Jn 11, 33-36).
Jesús, perfecto Dios y hombre perfecto (Símbolo Atanasiano), sabe querer a sus amigos, a sus íntimos y a todos los hombres, por los que dio la vida. Hoy podemos contemplar la delicadeza de sus sentimientos, y comprender que él no es indiferente a nuestra correspondencia a esa oferta de amistad y de salvación. No es indiferente cuando lo visitamos en el sagrario; no es indiferente ante nuestro esfuerzo diario por vivir la caridad, ni por servirle en medio del mundo. Tantas veces se hace el encontradizo con nosotros!
No dejemos de tratar a Jesús, que nos espera. Porque en él se encuentra el fin de nuestra vida, y él vive ahora entre nosotros. Le vemos con los ojos de la fe, le hablamos en la oración, nos escucha continuamente; no es indiferente a nuestras alegrías y pesares. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó.
Nosotros también los hemos llenado de aflicción por nuestros pecados, por las faltas de correspondencia a la gracia, por no haber correspondido a tantas muestras de amistad. Si no amamos a Jesús no podemos seguirle. Y para amarle debemos conocerle meditando frecuentemente el evangelio: le vemos cansado del camino (Jn 4, 4), sediento y hambriento.
El llanto de Jesús sobre Jerusalén encierra un profundo misterio. Mirándole a él, hemos de aprender a querer a nuestros hermanos los hombres, tratando a cada uno como es, comprendiendo sus deficiencias cuando las haya, siendo siempre cordiales y estando siempre disponibles para servirles.
De Cristo hemos de aprender a ser muy humanos, disculpando, alentando y haciendo la vida más grata y amable a los que comparten el mismo espacio. Hemos de aprender a sacrificar los propios gustos, cuando éstos entorpecen la convivencia, interesándonos sinceramente por su salud y por su enfermedad. Y principalmente nos ha de preocupar el estado de sus almas, para ayudarles a caminar hacia ese Cristo que los ama. Hoy le pedimos a nuestra Señora un corazón semejante al de su Hijo, lleno de misericordia hacia los suyos.
Francisco Fernández
* * *
Jesús llora hoy por Jerusalén, y profetiza una realidad que seguimos contemplando hoy en día: su división, sus enfrentamientos y sus continuas guerras. A lo largo de todo el AT, la Tierra Prometida fue un punto de referencia, una esperanza y hasta cierto punto la garantía de un pueblo. Sin embargo, eso no fue suficiente para su salvación, pues como tierra humana que era no dejaba de ser un lugar físico, y sus miembros de ser los responsables de lo que en ella sucedía. Y así sucedió.
El pasaje de hoy parece sorprendente. Por un lado, Jesús profetiza una realidad negativa del mundo en general, y por otro llora por el presente y futuro de un pueblo concreto. Jesús ama su tierra, ama a su pueblo y sufre por lo que no ve en él. Y le vaticina el enfrentamiento permanente, como consecuencia de no entender lo que conduce a la paz, o de obstinarse en creer que la paz global no es el resultado de la paz con uno mismo.
Cuando Jesús llora por Jerusalén, quizás está teniendo presente todas las guerras que se sucederán en el tiempo, así como todo el dolor que el hombre se producirá a sí mismo. Y es que el hombre, la criatura que Dios ama con ternura, puede destruirse a sí mismo, e incluso convertirse en ángel de paz o demonio de guerra. Cuando no perdonamos una falta de caridad que han tenido con nosotros, o cuando guardamos el mal que nos han hecho, no estamos entendiendo lo que conduce a la paz.
Porque el hombre tiene un sentido limitado de la justicia, y con eso es imposible sobrepasar y elevar (verticalmente) lo meramente horizontal. Las personas somos limitadas y vamos a seguir fallando muchas veces, vamos a seguir hiriéndonos aun sin intención, y vamos a seguir andando heridos por la vida. Si no logramos levantar el vuelo, y mirar hacia Dios, nunca va a ser posible realizar la quimera de la paz. La paz es fruto del amor y del perdón, de la comprensión y de la lucha por mejorar. Jesús llora por nosotros, porque nos obstinamos en no aceptar "el camino que conduce a la paz".
Clemente González
* * *
Ojalá aprovechemos hoy la oportunidad que Dios nos brinda, y que es la que nos puede conducir a la paz. ¿Y cuál es esa oportunidad? El amor misericordioso de Dios. ¿Y cómo podemos aprovecharlo? No endureciendo ante él nuestro corazón. No cerremos nuestros ojos ante el gran amor misericordioso que el Señor nos ha manifestado, pues de lo contrario no encontraremos "el camino que conduce a la paz".
No podemos quedarnos con la mirada sólo puesta en las cosas pasajeras, ni dejar que ellas emboten nuestra mente ni nuestro corazón. Abramos los ojos, pues, ante la vocación que Dios nos propone. Y sobre todo contemplemos a su Hijo, que después de padecer por nosotros, ahora vive a la diestra del Padre. Hacia allá se encaminan nuestros pasos, queramos o no.
Si creemos en Cristo, hemos de actuar dejándonos conducir por Cristo y su Espíritu, que habita en nosotros como en un templo. Mientras aún es tiempo, o "mientras aún es de día", trabajemos esforzadamente "para que el reino de Dios llegue en nosotros a su plenitud", antes que se apaguen nuestros ojos (en la muerte) o se cieguen antes de tiempo (por el pecado y la obstinación). Mientras hay tiempo hay oportunidad, y si la Jerusalén terrena no tiene remedio (pues "irá a la ruina"), tenemos la Jerusalén celeste, que ya está en marcha.
José A. Martínez
* * *
Jesús ya lloró una vez por la muerte de su amigo Lázaro, y hoy es descrito por Lucas llorando por Jerusalén y previendo su ruina. Después del largo camino desde Galilea a la capital, en vez de prorrumpir en cantos de gozo ("qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor"), a Jesús se le saltan las lágrimas de amargura.
Su ciudad preferida no había sabido "lo que conduce a la paz". ¿Y por qué? Porque "no reconociste el momento de mi venida". Y así, vino la gran desgracia, y la destrucción total que le propinaron las tropas de Vespasiano y de Tito, el año 70 d.C.
¿Qué resumen podría hacer Jesús de nuestra historia? ¿Tendría que lamentarse porque tampoco nosotros hemos "reconocido el momento de su venida"? ¿O nos alabaría porque le hemos sido fieles?
Todos podríamos aprovechar mejor las gracias que Dios nos concede. Ayer se nos hablaba de las onzas de oro que deben producir beneficios, y hoy se nos pone delante, para escarmiento, la imagen de un pueblo que no ha sabido abrir los ojos y comprender el momento de la gracia de Dios.
Dentro de pocos días iniciaremos un nuevo año con el Adviento. Una y otra vez se nos dirá que hemos de estar vigilantes, que Dios viene continuamente a nuestras vidas, y que es una pena que nos encuentre dormidos, o bloqueados por preocupaciones sin importancia, o distraídos en valores que no son decisivos.
¿Dejaremos escapar tantas oportunidades como Dios pone en nuestro camino? No pensemos tanto en si Jesús lloraría hoy por la situación de nuestro mundo, sino en si lloraría por mi situación. Pensemos si cada uno de nosotros hemos sabido estar correspondiendo a lo que él quería de nosotros, o le estamos defraudando.
José Aldazábal
* * *
Hay un misterio de augusta belleza en la imagen de Cristo llorando sobre la ciudad santa de Jerusalén. No obstante, caigamos en la cuenta que el evangelio nos presenta a lo lejos a la ciudad santa (que no conoció el tiempo de la visita de Dios), y de cerca a nuestro Señor (arrasado en lágrimas de amor, de un amor no correspondido).
El nombre Jerusalén ha sido interpretado comúnmente como "visión de paz". Y a ello parece aludir Jesucristo cuando exclamó con el corazón entristecido: "¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz!" ¿A qué se refería nuestro Señor? ¿Había una paz posible para aquella ciudad asfixiada por el Imperio Romano, y recalentada por las iras de sus hijos descontentos? Cristo pensaba que sí.
"No aprovechaste la oportunidad que Dios te daba", reprocha Jesús a Jerusalén. ¡Qué palabras tan duras! Y sobre todo, ¡cuánto habrán de doler estas palabras pocos años después, cuando en el año 70 se desfogue la crueldad del emperador Tito contra ella! No obstante, no podemos omitir que esto es una lección también para nosotros, pues ¿qué hacemos con las oportunidades que Dios nos da?
Si seguimos fijándonos en el texto, nos daremos cuenta que, en las palabras de Cristo, no hay tanto un anuncio de castigo (que lo hay), cuanto la semilla de algo nuevo (que también la hay), como algo que tenía que nacer sobre las ruinas de la ciudad antigua. Nosotros, como Pablo, lloramos por el destino aciago que sufrió y sufre Jerusalén en el actual estado de Israel, pero también exclamamos con viva convicción: "La Jerusalén de arriba es libre, y ésta es nuestra madre" (Gál 4, 26).
Con los ojos todavía húmedos, elevemos nuestra mirada a los cielos, pues allí hay una voz profunda y enamorada que nos dice: "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo de parte de Dios, adornada como una novia ataviada para su esposo". Entonces entendemos que el esposo, Cristo, un día podrá olvidar sus lágrimas de hoy.
Nelson Medina
* * *
Jesús, tú eres el verdadero Dios, el creador del cielo y de la tierra. Sin embargo, no eres un ser lejano o inalcanzable, al que sólo se pueda servir o admirar, pero no imitar. No. Tú eres a la vez verdadero hombre, y por eso te alegras y te entristeces, y te conmueves ante sucesos que puedo entender y aplicar a mi propia vida. Mas mi conducta no es una gota intrascendente, perdida en un océano de heroísmo y villanías, ni mi comportamiento tiene un valor inmenso, porque (en cierto sentido) ofende a Dios.
Jesús, tú no lloras por los muros del templo ni por las murallas de Jerusalén, que (en cumplimiento de tu profecía) los romanos destrozarán hacia el año 70. Tú lloras (y aquí esta la trascendencia) porque aquellas gentes no supieron reconocerte como Mesías, ni conocer lo que les podía llevar a la paz.
Tú lloras, Jesús, y eso que eres Dios. ¿Cuántas veces te he hecho llorar con mi comportamiento egoísta? Porque si mi falta de generosidad y la ceguera espiritual que produce mi egoísmo te hacen sufrir así, yo no necesito más argumentos para cambiar de conducta.
Jesús, tú sabes bien qué es lo que me lleva a la verdadera paz y a la verdadera alegría: el reconocerte como Mesías y amarte sobre todas las cosas. Pero no te impones a la fuerza: te muestras sólo a quien quiere conocerte. El problema es que conocerte y amarte es un proceso que dura toda la vida, y que requiere una constante lucha interior contra mis inclinaciones egoístas y mi soberbia. Ésta es la gran paradoja cristiana: sólo el que lucha encuentra la paz, sólo el que pierde su vida la encontrará.
A veces, cara a esas almas dormidas, entran una ansias locas de gritarles, de sacudirlas, de hacerlas reaccionar, para que salgan de ese sopor terrible en que se hallan sumidas. ¡Es tan triste ver cómo andan, dando palos de ciego, sin acertar con el camino!
Jesús, tú lloraste sobre Jerusalén por el amor que tenías a tu pueblo (fruto de tu caridad perfecta), al ver la dureza de esos corazones que se cerraban ciegamente a la luz de la gracia. De la misma manera lloras de nuevo cada vez que un alma se aleja de ti. ¿Y yo? ¿Me conmuevo también al ver tantas personas que se apartan del camino que lleva a la paz? ¿Tengo esa alma sacerdotal, esa vibración apostólica, esa sed de almas, que es propia de quien trata de imitar, tu caridad perfecta?
Jesús, si la vida espiritual de las personas que me rodean no me importa para nada, o no las amo, o no te amo, o las dos cosas a la vez. ¿Cómo quedarme tranquilo cuando es tan triste ver cómo andan, dando palos de ciego, sin acertar con el camino?
Pensar así no es soberbia, porque yo no me merezco el don de la fe que he recibido gratuitamente; es caridad: porque quiero que los demás (el mundo entero) llegue a conocer el verdadero camino que conduce a la paz: el camino, la verdad y la vida. Porque como dice San Vicente Ferrer:
"Tú que deseas ser útil a las almas del prójimo, acude primero a Dios de todo corazón, y pídele simplemente esto: que se digne infundir en ti aquella caridad que es el compendio de todas las virtudes, y que te hará alcanzar lo que deseas" (Tratado de Vida Espiritual, XIII).
Jesús, aumenta mi caridad para que yo también me conmueva ante tanta gente que no te conoce, o que conocen (a lo más) una caricatura de la fe. Y que esa mayor caridad no se quede en sentimientos más o menos piadosos, sino que se convierta en acciones de apostolado incesante con aquellas personas que conviven conmigo.
Pablo Cardona
* * *
El evangelio de hoy ofrece una escena que sólo transmite el evangelio de Lucas. Esta escena se sitúa en la ladera del Monte de los Olivos, junto a Jerusalén. La vista que se tiene de la ciudad es espléndida, y lo que aparece en 1º plano es la silueta imponente del templo y la puerta dorada que da al este.
En ese escenario magnífico, y tras haber hecho en borrica el recorrido desde Betania, Jesús contempla la magnificencia de la ciudad, y de pronto prorrumpe, llorando, en una lamentación. Aunque algunos han calificado esta lamentación como un vaticinio post eventu, lo cierto es que Jesucristo la pronunció el año 30 d.C, y el evangelio de Lucas ya había sido escrito el año 70 d.C (cuando ocurre la Destrucción de Jerusalén, por parte del Imperio Romano).
Se ha querido ver en la referencia a la paz una alusión al nombre de la ciudad. Según algunas etimologías populares, Jerusalén significaría "ciudad de la paz". El vaticinio de Jesús resulta paradójico, pues la que estaba llamada a ser símbolo de paz será escenario de devastaciones y guerras. Se dice que la ciudad de Jerusalén ha sido conquistada más de 20 veces en la historia, siempre debido a guerras religiosas.
En el marco teológico de Lucas, si Jesús llora sobre Jerusalén es porque para Lucas existe una continuidad entre el judaísmo y el cristianismo. Jesús no ha venido a destruir el viejo pueblo, sino a reconstruirlo. E incluso en el evangelio de Lucas no hay propiamente una entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén. El contacto con ella se establece a través de esta contemplación, desde el Monte de los Olivos.
Jesús llora sobre Jerusalén, pero no es la única vez que Jesús llora. El evangelio no parece ser de la teoría de los que dicen que "los hombres no lloran". O quizás es que Jesús no corresponde al cliché típico del varón de la cultura machista. Jesús tiene sentimientos y no los oculta, no se avergüenza de llorar.
La ciudad santa no logra "conocer el camino que conduce a la paz", está ciega. Como ciudad y como ciudad capital se ha convertido en el centro de la explotación económica de la población, siguiendo un camino que en vez de acercar aleja la paz. La ciudad será destruida, por no haber querido reconocer en la venida de Jesús la ocasión para cambiar y convertirse en constructora de verdadera paz, siguiendo el llamado de Jesús.
Severiano Blanco
* * *
La única cosa que no puede ser perdonada, dirá Jesús en otro lugar, es el pecado contra el Espíritu Santo, que no es otra cosa que la resistencia a la conversión. Al ir terminando el año litúrgico, la Iglesia nos invita a revisar nuestro estado de conversión.
Ha pasado ya un año desde el pasado Adviento (inicio del año litúrgico). Podríamos decir que hemos aprovechado las oportunidades de crecer espiritualmente que Dios nos ha dado durante este año; oportunidad realizada en esa visita silenciosa que ha hecho semana tras semana en la eucaristía, en su Palabra, en la presencia de los amigos y de los pobres.
Jesús lloró por la incapacidad de conversión de Jerusalén. Tomémonos unos minutos para evaluar nuestra respuesta, pues aún hay tiempo.
Ernesto Caro
* * *
La lección profética de Jesús se cumplió muchas veces en Israel. La falta de paz interior en las personas, en las familias, en la sociedad, acaba siendo un desorden que sólo genera tormentas de sangre y odios. La virtud hace lo contrario.
Jesús, poseído firmemente por la conciencia y misión que había asumido, nos busca a todos con su palabra y con sus gestos de amor misericordioso. Cuando él llora sobre Jerusalén, llora por todos los redimidos que no mostramos voluntad de ser sus discípulos en la verdad y en el amor, y nos ve profundamente desagradecidos a su amor.
Si no valoramos el momento de gracia en que vivimos, perdemos continuamente la oportunidad de hacernos hijos del Padre, hermanos de los hombres, voz de la naturaleza, mano amiga de los necesitados.
Dominicos de Madrid
* * *
La palabra profética de condena toca toda realidad que se ha cerrado al mensaje de Dios. Así que la condena de Jerusalén de hoy, como la condena de las ciudades del lago, más que un anuncio de Jesús manifiesta la constatación de que toda sociedad construida al margen de Dios, y que rechaza a sus enviados, ya está en vías de su destrucción.
El ofrecimiento de la paz, suma de todos los bienes para realizar la propia existencia en dignidad, puede ser libremente aceptada o libremente rechazada. Pero de su aceptación o rechazo depende la posibilidad (o no) de la vida en plenitud.
Esta vida está ligada siempre a las visitas de Dios. Repetidas veces, en el curso de la historia, ese Dios se ha acercado a la ciudad, a sus dirigentes y a su pueblo. Y repetidas veces también aquellos han arrastrado al pueblo en su rebelión contra Dios.
Pero en la última visita, en la persona de Jesús, la culpabilidad ha llegado hasta los límites intolerables. El rey investido de todo poder en un lugar lejano, que leíamos ayer, no es aceptado hoy en su capital, y como sucedió al final de la Parábola de las Minas de ayer, su sentencia no puede ser otra que aquella: "En cuanto a mis enemigos que no me quisieron como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia" (Lc 19, 27).
Leyendo con el paso de los siglos la profecía de Jesús sobre Jerusalén, y no sólo a la luz de los acontecimientos sucedidos en el año 70 d.C, no damos cuenta que Jesús nos está invitando a tener también nosotros una visión profética, capaz de descubrir el sentido de cada hecho histórico desde la perspectiva del juicio divino.
Confederación Internacional Claretiana
* * *
El evangelio de Lucas nos viene indicando desde el comienzo el progresivo acercamiento de Jesús a Jerusalén. Pues bien, los conflictos que han venido sucediéndose desde los inicios, y que se han ido alargando a lo largo del camino de Jesús, están a punto de estallar. Es por lo que hoy llora Jesús, y lo que hace que lo que para muchos pudiera considerarse una entrada triunfal en Jerusalén, para Jesús fuese causa de amargura y "llorase sobre ella".
Jerusalén se había convertido en Israel en el centro religioso, político y militar, y con todo su poder dominaba y marginaba a las ciudades periféricas. Era la ciudad de Dios, pero en ella no había lugar para los pobress.
Respecto al templo, éste había sido edificado para dar culto al Dios verdadero, pero se había convertido en el centro mercantil de la nación. Allí se guardaba, como en un banco, el tesoro que sustentaba las fortunas de los poderosos, y en definitivas cuentas Jerusalén había traicionado el propósito de ser una ciudad santa, y se había convertido en "una guarida de ladrones".
Ante esta situación, Jesús pronuncia su famosa profecía: Todo lo que los judíos están haciendo, por mantener el templo y su sistema legal, se iba a ir al suelo de un momento a otro. Y la mentalidad beligerante de los judíos, tarde o temprano, conducirá a una guerra. La mentalidad de los judíos estaba orientada a mantener el sistema vigente, pero no hacia el bien común.
Esta situación no era sino el presagio de un gran desastre. Y en efecto, unos 30 años después de la muerte de Jesús, la ciudad de Jerusalén fue totalmente destruida por el ejército romano.
Hoy asistimos a un crecimiento vertiginoso de las ciudades, y también presenciamos y participamos de los muchos esfuerzos que tratan de convertir la ciudad en un lugar habitable. La polución, la violencia, el desempleo y la corrupción amenazan con convertir este mundo en un lugar de interminables luchas fratricidas. Asi que la Iglesia debe comprometerse seriamente con este mundo, a la hora de ofrecer soluciones o alternativas que realmente enseñe a la Jerusalén terrena "el camino que conduce a la paz".
Servicio Bíblico Latinoamericano