21 de Noviembre
Martes XXXIII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 21 noviembre 2023
a) 2Mac 6, 18-31
El autor del libro II de Macabeos se propone fortalecer la fe de sus hermanos presentándoles el ejemplo de quienes han resistido heroicamente la persecución. Y lo hace sirviéndose del estilo de la historia retórica, interesándose por la reacción emotiva del lector, tanto o más que por los detalles del acontecimiento. El nombre de este 2º libro puede inducir a pensar que se trata de una continuación del 1º, o de una 2ª parte del mismo libro.
Pero en realidad se trata de una obra independiente, una especie de meditación teológico-parenética sobre algunos acontecimientos narrados ya en el 1º. Tal como ha llegado a nosotros, es un compendio de la obra en 5 volúmenes de Jasón de Cirene (2Mac 2, 23).
El autor del resumen eligió entre los mártires judíos un caso típico de fidelidad a las leyes sobre alimentos impuros, concretamente el cerdo (Lv 11, 7). Eleazar, venerable por su sabiduría y su ancianidad, lo será más aún por la valentía y la integridad de costumbres.
Primero se afirma que el alimento prohibido es de carne de cerdo; después se dice que se trata de carnes sacrificadas a los dioses. Es posible que nos encontremos ante 2 intentos distintos de vencer la constancia del anciano escriba; también es posible que la víctima fuera un cerdo, ya que los griegos lo ofrecían a Deméter y a Dioniso.
Es curioso que, siendo el cerdo un animal impuro también para los sirios, los fenicios y los árabes, sólo los judíos fueron obligados a comerlo (o al menos no tenemos noticia de ningún decreto real destinado a los otros pueblos). Tal diferencia puede obedecer a que la prohibición del cerdo era considerada como una característica de las costumbres judías, y de su fanatismo religioso.
Hay que resaltar la afirmación de la fe en la retribución después de la muerte. Se ha pasado de la responsabilidad colectiva a la personal. y al interés por la suerte de la nación se ha unido el interés por el individuo. La línea de pensamiento iniciada por Ezequiel ha llegado a término. Eleazar continúa siendo un ejemplo, pues todos los tiempos tienen ídolos (a los que no podemos sacrificar) y cerdos (a los que debemos renunciar).
Josep Aragonés
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El martirio de Eleazar es el 1º que la Escritura cuenta con precisión. Eleazar era uno de los más eminentes escribas, hombre ya anciano y de hermoso rostro. Y "abriéndosele la boca por la fuerza, se le quiso obligar a comer cerdo", lo que estaba prohibido por la ley de Moisés. Contemplemos ante todo la actitud interior de este hombre.
Los que presidían esa comida ritual le aconsejaron que llevara manjares permitidos y que simulara comer carne de la víctima sacrificada. Toda la belleza, la autenticidad universal de esa escena reside aquí. Ya no se trata solamente de una observación formalista o legal, sino que se trata de una conformidad de todo el ser a la voluntad de Dios. Pues "hacer como si" es hacer el gesto ritual sin creer en él, y una hipocresía.
Cumplir materialmente la ley, estar en regla exteriormente con ella. Lo hubiera estado, en el fondo, de haber aceptado la propuesta. Pero precisamente la ley no puede vivirse de un modo formal. Ayúdanos, Señor, a descubrir el sentido profundo de todas las leyes que nos incumben.
Repaso en mi memoria las reglas de conducta, y las reglas de la Iglesia que más me pesan. Y cuán difícil es, Señor, no "hacer como si", o contentarse con estar en regla exteriormente. Pero no debo ser fiel a una ley sino a ti, Señor. Y no te puedo engañar, "haciendo como si". Porque como dice el propio Eleazar: "Incluso si de momento evito el castigo que proviene de los hombres, no escaparé, vivo o muerto, de las manos del Todopoderoso".
He ahí la actitud auténtica del hombre de fe, situado ante Dios. Un hombre, cuya referencia no es la opinión pública o el juicio de los hombres (que podemos soslayar fácilmente). Un hombre, en fin, cuya referencia absoluta es Dios.
En nuestro siglo de subjetivismo, es bueno encontrar hombres rectos como Eleazar, que nos repiten que no podemos huir de Dios, y que es ridículo imaginar que se puede engañar a Dios con trampas o disimulo. El pagano puede, sin duda, arreglárselas así con su ídolo. Y ése es el objetivo de los ritos mágicos. Pero en cuanto al verdadero Dios, uno no puede metérselo en el bolsillo o hacerlo partidario suyo. Se le respeta, se le escucha, se está "en su mano" y no se puede huir de él.
Evoco algunos problemas de conciencia que se me presentan, y trato de referirlos a la manera de ver de Dios. Y de nuevo me llegan las palabras de Eleazar: "Soporto, flagelado en mi cuerpo, recios dolores. Pero en mi alma los sufro con gusto por temor de Dios".
Esa es la consigna: seguir la propia conciencia y la voluntad de Dios, pues no todos los días son alegres. Esas 2 actitudes pueden hacer sufrir el cuerpo y el corazón, pero la alegría se encuentra al fin de este esfuerzo doloroso. Paradoja de la vida cristiana, en un clima ya cercano a las bienaventuranzas: "Dichosos los que lloran, dichosos los que son perseguidos por la justicia".
Ayúdanos, Señor, a no arrastrar nuestra vida como una cadena de esclavo, y a no cumplir tu ley en la tristeza y el tedio. Danos la alegría, danos el rigor y la intransigencia de la conciencia, y la alegría de seguirla. San Eleazar, ruega por nosotros.
Noel Quesson
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San Juan Crisóstomo llama a Eleazar "protomártir del Antiguo Testamento" (Homilías sobre Macabeos, III). Él era un anciano de 90 años, que se mantuvo fiel a la fe de sus padres, y prefirió la muerte a participar en los sacrificios a los dioses griegos que habían remplazado a Dios por orden del rey Antíoco IV de Siria.
Sus amigos le propusieron simular que había comido las carnes sacrificadas, según el mandato del rey, pero él se rehusó. No quiso dar un mal ejemplo a los jóvenes que pudiesen decir que se había paganizado con los extranjeros.
La actitud gozosa de Eleazar en el martirio, nos recuerda a nosotros la fidelidad sin fisuras a los compromisos contraídos en la fe, para ser leales al Señor, también cuando quizá nos sería más fácil ceder por la presión de un ambiente pagano hostil, o por una circunstancia difícil que hayamos de atravesar. El Señor nos hace experimentar el mismo gozo cuando, por ser fieles a la fe y a la propia vocación, padecemos alguna contrariedad.
"Sé fiel hasta la muerte", se lee en el Apocalipsis, "y Yo te daré la corona de gloria". Ésto nos pide el Señor a los cristianos de todas las épocas. Con esta promesa, ¿nos vamos a avergonzar de nuestra fe, que tiene consecuencias practicas en el modo de actuar, en la que muchos quizá o estén de acuerdo? Pues como recordaba Juan Pablo II:
"Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serlo a la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura toda la vida".
A veces los obstáculos no llegan de fuera, sino de dentro. La soberbia es el principal obstáculo de la fidelidad, y junto a ella la tibieza que hace perder la alegría en el seguimiento de Cristo, e idealiza otras posibilidades que están al margen del camino que nos lleva a Dios.
Otras veces surge la oscuridad en el alma por la falta de lucha, o bien, Dios la permite para purificar el alma. Estos obstáculos se salvan si somos dóciles a la dirección espiritual, y si permanecemos cerca del Señor con un trato diario mediante la oración viva.
Muchos, quizás sin saberlo expresamente, se apoyan en nuestra fidelidad. En lo humano es la lealtad, virtud esencial para la convivencia, porque inspira confianza y seguridad. Muchas veces se echa de menos la honradez para cumplir la palabra dada y los compromisos libremente adquiridos en el matrimonio, en la empresa, en los negocios.
En estos momentos urge que los cristianos (luz del mundo y sal de la tierra) procuremos ser ejemplo de fidelidad y de lealtad a los compromisos contraídos. Algún día escucharemos dichosos: "Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo; poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25, 21-23).
Francisco Fernández
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Un auténtico maestro de la ley, si es sincero y congruente con lo que enseña, no puede actuar en contra de aquello que trata de infundir en quienes está formando; mucho menos puede simular hacer algo ni bueno ni malo, pues al ser descubierto será ocasión de descrédito y de burla de los demás.
Eleazar, conducido al sacrificio por su fidelidad a Dios, se convierte en ejemplo para quienes aceptan seguir al Señor con todas las consecuencias que le vengan por ello. Jesucristo, nuestro Maestro, nos ha enseñado lo que es el compromiso de fidelidad a la voluntad del Padre Dios; fidelidad que brota del amor, el cual lleva a su plenitud nuestra respuesta a Dios y nuestro compromiso con el prójimo.
Quienes creemos en él no podemos torcer sus caminos, ni podemos enseñar cosas que nos beneficien a costa de mal utilizar nuestra fe y el anuncio del evangelio. Jamás podemos hacer acomodos o relecturas de la Palabra de Dios que nos dejen bien parados con los hombres, pero traicionando la raíz del evangelio que nos ha sido confiado.
Si en verdad queremos ser testigos de Cristo debemos aceptar todo, incluso la muerte, que tengamos que arrostrar por ir tras las huellas del Señor hasta donde él vive y Reina sentado a la derecha del Padre Dios.
José A. Martínez
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El ejemplo de hoy del anciano Eleazar, que se mantiene firme en su fe a pesar de las promesas y de las amenazas de los enemigos de Israel, es en verdad admirable y aleccionador para sus contemporáneos y para nosotros.
No sólo no quiere claudicar, comiendo carne prohibida, sino que rechaza también la propuesta que se le hacía de comer carne permitida, simulando que comía la del sacrificio de los dioses: "No es digno de mi edad ese engaño: van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado".
El buen anciano quiere dar a todos un ejemplo de fidelidad a la Alianza: "Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo". De esta manera terminó su vida, "dejando no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud".
Eleazar es uno de los primeros en la larga dan testimonio de su fe en Dios incluso con su vida. Su actitud nos recuerda la entereza de Jesús ante su muerte: "Mi alma está triste hasta el punto de morir. Padre, aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14, 34-36).
Y la de tantos cristianos que, imitando estos ejemplos, han sido y siguen siendo fieles a su conciencia, en medio de tentaciones, halagos y amenazas. Mártires de todos los tiempos, ejemplo y estímulo para nosotros, que a veces tan fácilmente nos asustamos del esfuerzo y aceptamos cambiar de camino.
Comer una carne prohibida no tenía en sí demasiada importancia. Pero era un símbolo, y si claudicaban ante esa norma (no fundamental pero sí visible y concreta) era señal de que también claudicaban en otras más graves, que llevaban a la idolatría y a un estilo pagano de vida.
Eleazar también alienta a los ancianos, que tal vez no pueden ya realizar trabajos muy creativos, pero siguen teniendo una misión interesante: dar ejemplo a los más jóvenes, transmitir fidelidad, enriquecer con su sabiduría a los demás. ¡Lo que pueden hacer los abuelos en una familia, o los religiosos ancianos en su comunidad, aunque estén en silla de ruedas, dando a todos un testimonio creíble de fe, de amabilidad, de esperanza, de visión cristiana de las cosas!
José Aldazábal
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Hoy pasamos del 1º al 2º libro de los Macabeos. La escena que se nos ofrece, impresionante, se mueve en el contexto de la fidelidad a Dios por parte de Eleazar, un maestro de la ley en Israel.
En un contexto general de impiedad, desolación, ruina espiritual del templo, la conciencia y la ley exigían a Eleazar, verdadero israelita, que no comiera carnes impuras, como la del cerdo (según tradición). Obrar de otra forma suponía infidelidad, y él estaba dispuesto a ofrendar su vida antes que prevaricar.
El valor religioso que muestra hoy Eleazar puede leerse de formas distintas por nosotros; pero la enseñanza que se contiene en la narración es una lección de fidelidad impresionante, según su conciencia: "Aguanto en mi cuerpo los dolores de la flagelación".
Estas palabras corresponden a Eleazar, el testigo fiel de Dios y firme seguidor de la ley. Y de ahí que fuese inútil que atacaran su fortaleza los amigos más íntimos, diciéndole: "Come, sacrifica a los dioses". Porque como el propio Eleazar les responde: "No es digno de mi edad ese engaño. Enviadme mejor al sepulcro, porque van a creer los jóvenes que Eleazar ha apostatado a los 90 años".
Vista su entereza de ánimo, los jueces y acusadores cambian la violencia por la suavidad y ofrecen a Eleazar compasión y ayuda. Pero él no cede: "Bien sabe el Señor, dueño de la ciencia santa, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y que en mi alma sufro con gusto por temor de él".
Pensemos lo que pensemos de esa u otras tradiciones sobre carnes puras e impuras, la lección del libro y de la liturgia es encarecer la fidelidad, según la conciencia del creyente. Desde ese ángulo de visión, Eleazar bien merece nuestro respeto y admiración. Digamos con el salmista: "Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí, diciendo“ya no lo protege Dios. Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria" (Sal 3).
Dominicos de Madrid
b) Lc 19, 1-10
Zaqueo es presentado hoy por Lucas por su nombre propio, como "jefe de recaudadores de impuestos y rico" (v.2). Se trata de un personaje que debió polarizar en su persona todas las iras de la sociedad israelita, puesto que se había enriquecido a costa de la miseria del pueblo sometido. Por eso se recalca que "era bajo de estatura", y que no tenía la altura adecuada para poder ver a Jesús.
Con todo, Zaqueo "quería ver quién era Jesús", aunque "no podía hacerlo a causa de la multitud" (v.3). Se trata de un ver parecido al que había constatado Herodes (Lc 9,9; 23,8). No obstante, Zaqueo no espera a que se lo traigan (como sí hizo Herodes), sino que "se adelantó corriendo (forma semítica de expresar las ganas de realizar algo) y se subió a un sicómoro (símbolo de Israel) para verlo (de forma repetitiva, por su interés y finalidad del texto), porque Jesús iba a pasar por allí" (v.4). Con una serie de rasgos, Lucas nos ha descrito la calidad del personaje y sus intenciones.
Lucas es un maestro en el arte de relacionar escenas, y por eso el texto prosigue: "Cuando Jesús llegó a aquel lugar" (v.5a). "El lugar", con artículo (aquí lo lleva), siempre hace relación en los evangelios al templo, el lugar por excelencia. Pero para Jesús, ese lugar ya ha sido sustituido por otro: él mismo. Por eso, lo que le dice a Zaqueo es: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy (presente salvífico) tengo que (forma griega impersonal, que connota el designio divino) alojarme en tu casa" (v.5b).
Jesús contrapone, así, "el lugar" a "la casa". De esta manera, empieza a vislumbrarse ya la futura casa de la comunidad de salvados provenientes del paganismo, de quienes el archi-recaudador Zaqueo es también una figura representativa. Zaqueo "bajó en seguida (obedece puntualmente, con una repetición que subraya la presteza con que se acerca a Jesús) y lo recibió muy contento" (v.6).
"Muy contento" subraya el estar en línea con el proyecto de Dios que ofrecía Jesús. Las caras tristes son reveladoras, y lo mismo las caras alegres. La presencia de Jesús conlleva siempre alegría, en toda persona que lo acoge.
La historia, por lo visto, se repite, pues "al ver aquello, todos se pusieron a criticarlo diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador" (v.7). Por lo visto, para aquellos judíos el hombre no era importante, sino saber si ese hombre era creyente o descreído (o ateo, como diríamos hoy día), y que Jesús haya entrado en contacto con un hombre pecador. De haberlo hecho, se habría convertido en un impuro más, porque en el diálogo con él se habría imbuido de sus categorías y manera de pensar.
No es la 1ª vez que le echan esto en cara a Jesús, sino la 3ª (tras la de Lc 5,30 y de Lc 15,2, cuando en casa de Leví "se le iban acercando todos los recaudadores y descreídos"). Pero lo más indicativo es que se diga con énfasis, en esta ocasión, que sean todos quienes censuren a Jesús. La 1ª vez, los criticadores eran tan sólo los fariseos y sus letrados.
Zaqueo se puso en pie y, dirigiéndose al Señor, le dijo: "He aquí que la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres. Y si he estafado algo a alguien, se lo restituiré cuatro veces" (v.8). La decisión de Zaqueo sobrepasa con mucho lo que estaba prescrito en el Levítico (Lv 5, 20-26) para reparar un fraude, y cumple de sobra lo que Juan Bautista exigía a los recaudadores que se le acercaban para bautizarse ("no exijáis más de lo que tenéis establecido"; Lc 3,12-13). Zaqueo está dispuesto a cambiar de vida, y a ponerse al servicio de un cambio del mundo, del que él había sido el símbolo personificado de toda injusticia.
Jesús le contestó: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abraham" (v.9). Jesús no propone a Zaqueo que renuncie a todos sus bienes, ni lo invita a seguirlo para hacerse discípulo suyo, como había hecho con el recaudador Leví (Lc 5, 27) o el joven rico (Lc 18, 22).
Por un lado, se subraya nuevamente (a través de la palabra hoy) que la salvación es ya un hecho en esta casa de Zaqueo. Por otro, Zaqueo es restituido al linaje universal de Abraham, del cual se había auto-excluido.
La última frase es la clave de la peripecia de hoy: "Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido, y a salvarlo" (v.10). Jesús viene a buscar al hombre, con el fin de salvarlo de la situación de autodestrucción en que él mismo se ha sumergido, después de que haya experimentado en su propia carne las críticas vertidas por la falsa escala de valores de la sociedad.
Josep Rius
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El encuentro de hoy de Jesús con Zaqueo viene narrado por Lucas tras la curación del ciego de ayer (Lc 18, 41-43). El ciego limosnero no tenía nombre, y en cambio el rico se llama Zaqueo, del cual se dice que era "jefe de publicanos" (es decir, jefe de los funcionarios de aduanas). El encuentro tiene lugar en Jericó, ciudad situada en una importante ruta comercial, y posiblemente un importante centro de recaudación de impuestos (pues allí vivía y trabajaba Zaqueo, jefe de aduanas).
Por lo visto, Zaqueo quería ver a Jesús, pues esto es algo que se dice hasta 2 veces. En este caso, el "deseo de ver" de Zaqueo no alude sólo a la curiosidad, sino a una búsqueda incipiente de fe. Jesús, sin embargo, es el que toma la iniciativa, y por eso es él quien "levanta la vista" para ver a Zaqueo, y tras ello se dirige a él para anunciarle que se hospedará su casa (lo que era un escándalo, para los que seguían a Jesús).
Según la gente, un profeta como Jesús no podía entrar en casa de un ladrón pecador. Pero Jesús rompe las leyes y costumbres dominantes, sobre todo cuando lo que se trata es de encontrar a alguien. El encuentro es mas importante que la ley, y en la búsqueda del pecador es lícito transgredir la ley. La vida, para Jesús, es más importante que la ley.
Tres veces se menciona la casa de Zaqueo (vv.5.7.9). La salvación llega a dicha casa, y no sólo a una persona individual. En los Hechos de los Apóstoles siempre se dice que la salvación llega a tal persona "y toda su casa". La casa (oikos) era la estructura básica de la ciudad, y por eso el evangelio ha de encarnarse en esas estructuras urbanas, así como en las personas que allí habitan.
Zaqueo, como funcionario que es, expresa su conversión de una manera pragmática: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres, y devolveré el cuádruplo a aquellos a quienes defraudé". Zaqueo cumple lo que exige la ley, pero con creces. En otro pasaje (Lc 5, 27-28) encontraremos a otro publicano (Mateo), a quien Jesús le diga sígueme. En este caso, Mateo, "dejándolo todo, se levantó y le siguió".
Zaqueo no es tan generoso como Mateo, pues Mateo sí se transforma en el acto en discípulo de Jesús, mientras que Zaqueo no. Al joven rico, a quien Jesús llama para ser discípulo, también la exigencia es total: "Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y luego ven y sígueme" (Lc 18, 22).
A Zaqueo, Jesús sólo le dice: "Hoy la salvación ha llegado a esta casa". Jesús responde a aquellos que se escandalizan porque ha entrado en casa de un publicano pecador, argumentando que Zaqueo es "también hijo de Abraham", y que él ha venido a salvar lo que estaba perdido.
Juan Mateos
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El evangelio de Lucas es el evangelio de la misericordia de Dios, y en él Jesús nos trae la liberación mediante el ejercicio fiel de la misericordia. Recordemos que la misericordia no es para Jesús un concepto más, sino una realidad que se manifiesta con muchas caras. En este caso, el 1º rostro de la misericordia de Dios, para con los hombres, es el perdón.
Si la comunidad lucana conservó este relato del encuentro de Jesús con Zaqueo fue porque se consideró a éste como otro modelo más del auténtico discípulo de Jesús. ¿En qué sentido? En que Zaqueo se había hecho rico con negocios sucios, y limpió todas sus culpas, y cambió de vida, en cuanto conoció a Jesús. Como se ve, el relato plantea de nuevo uno de los temas más queridos por Lucas: el de la conversión y el seguimiento radical a Jesús.
Zaqueo es el prototipo de persona al que las circunstancias de la vida, y sus propias acciones, le han llenado el corazón de amarga culpabilidad. La opinión de la gente y su propio sentimiento de culta hacen de Zaqueo una persona empequeñecida. Él piensa que en su vida no es posible ningún cambio, y que únicamente es posible sobrevivir provocando miedo en los demás, y soportando la dura respuesta del odio y el desprecio.
En medio de esta situación, se hace presente Jesús en la vida de Zaqueo, de manera inesperada. Con su mirada y con su palabra, Jesús otorga el perdón a Zaqueo, restituyendo de paso su dignidad humana. Y Zaqueo, poniéndose en pie, reconoce a Jesús como el único Señor de su vida. El perdón permite a Zaqueo convertirse, y una vez convertido puede iniciar el camino del bien, que no es otra cosa que repartir entre sus hermanos la misericordia que él mismo ha recibido gratuitamente de Jesús.
Jesús nos está llamando también a nosotros a la conversión, e invitando a que cambiemos radicalmente nuestra vida. No se lo neguemos ni impidamos, sino sigamos el ejemplo de Zaqueo, a la hora de ser capaces de despojarnos de todo lo que nos impide vivir auténticamente como cristianos.
Esta misma experiencia es la de muchos otros testigos de Jesús que, mirados por él, se convirtieron, vieron renacida su dignidad y recuperaron la auténtica vida. Aceptemos la mirada de Jesús, dejemos que él se tropiece con nosotros en el camino e invitémoslo a nuestra casa, para que él pueda sanar nuestras heridas y reconfortar nuestro corazón.
Dejémonos seducir por el Señor, y confesemos sin miedo nuestras mentiras. Arrepintámonos de todo ello, y expresemos nuestra necesidad de ser justos, devolviendo lo que le hemos quitado al otro. No lo dudemos, Jesús nos dará la fuerza de su perdón, y él estará con nosotros para que experimentemos su amor. Él ya nos ha perdonado, y por eso es posible la conversión.
Emiliana Lohr
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Lucas es el único evangelista que nos cuenta la famosa escena de la conversión de Zaqueo. Realmente, Lucas es el evangelista de la misericordia y del perdón.
Como publicano ("recaudador de impuestos", y además para la potencia ocupante romana), Zaqueo era despreciado por los judíos, y sus negocios debieron ser tan dudosos que hasta él mismo tiene que admitir que "si de alguno me he aprovechado".
Con enorme elegancia, Jesús se hace invitar a su casa, y consigue de Zaqueo lo que quería y para lo que había ido a visitar Jericó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa, porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Los demás excomulgan a Zaqueo, pero Jesús va a comer con él. ¡La de cosas que debieron suceder en aquella sobremesa!
Si ayer Jesús "devolvió la vista" a un ciego, hoy calma el "deseo de ver" de una persona de vida complicada. ¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿Como Jesús, que no tiene inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo? ¿O como los fariseos, que murmuraban porque "ha entrado en casa de un pecador"?
Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía Jesús. Y deberíamos estar ocupados en facilitar la rehabilitación de las personas que han tenido malos momentos en su vida, en vez de complicarla todavía más. Sobre todo sabiendo que, por debajo de las posibles malas famas, hay muchos valores interesantes que conquistar. Ellos podrán ser "pequeños de estatura" (como Zaqueo), pero en su interior puede que esté muy vivo el "deseo de ver a Jesús", y hasta volver al redil de los "hijos de Abraham".
¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados? ¿Tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo? ¿O nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie?
"Hoy voy a comer en tu casa", "hoy ha sido la salvación de esta casa", dijo Jesús a Zaqueo. Cada vez que celebramos la eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida, y que algo cambia en nuestra actitud hacia los demás.
José Aldazábal
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La verdadera riqueza que ansiaba Zaqueo no era otra que alcanzar la verdadera alegría (acogiendo a Cristo en su casa), el compartir sus alimentos (con Cristo), su capacidad de conversión, su apertura a la salvación, su sinceridad al amar. No obstante, Zaqueo tenía un grave obstáculo para conseguir esa verdadera riqueza que realmente ansiaba, y era su viciado apego a las riquezas temporales.
Es lo que comenta sinceramente Zaqueo a Jesús, a la hora de reconocer que no puede ir tan cargado de lo pasajero, y que necesita desprenderse de todo ello ("cuatro veces más", "de la mitad de mis bienes").
Juan el Bautista ya indicaba que la verdadera conversión se manifestaba en que "quien tuviera dos túnicas le diera una al que no tiene", y en que "el que tuviera comida la compartiera con el que no la tuviese". Dar la mitad de los bienes a los pobres indicaba que la salvación había llegado para esa casa, y eso es lo que ocurre con Zaqueo.
A fin de cuentas, un propio rico enviciado nos dice que para él lo pasajero no llena su vida, y que sólo Dios puede llenar su corazón. Entendámoslo bien, sobre todo los que somos administradores de los bienes de Dios.
La salvación es Cristo Jesús. Y hoy él ha llegado a nosotros con todo su poder salvador para enriquecernos con su pobreza. Él se ha despojado incluso de su propia vida para que sean perdonados nuestros pecados, y seamos hechos hijos de Dios. Él nos ha enriquecido con su vida y con su Espíritu Santo para que ya no vivamos como esclavos sino como hijos. Él no sólo se ha sentado a nuestra mesa de pecadores, sino que a nosotros, pecadores, nos ha invitado a su mesa para ofrecernos una vida renovada en él.
Ese es el amor que él nos tiene. Por eso hemos de tener una apertura suficiente para que no nos contentemos con sólo darle culto, sino que dejemos que su Palabra penetre en nosotros y nos ayude a convertirnos de nuestros egoísmos, y a abrir nuestros ojos para hacer el bien a todos aquellos que, tal vez en algún momento, dañamos a causa de nuestros intereses mezquinos.
A la luz de Cristo nuestra vida ha de cambiar para poder vivir ya no como hijos de lo pasajero, sino como hijos de Dios, siempre dispuestos a hacer el bien a todos. Poner lo nuestro a favor de los demás. Y no sólo los bienes materiales, pues los demás no son máquinas a las que tengamos que alimentar con cosas materiales.
Es algo bueno que nos preocupemos por los pobres y desvalidos. Es algo bueno que tratemos de remediar sus males para que compartan con todos la vida, con la misma dignidad a la que todos tenemos derecho. Sin embargo, más allá de los bienes materiales hemos de poner a favor de los más desprotegidos nuestros bienes internos, como son el amor fraterno, la paz, la justicia social, nuestro perdón y reconciliación, nuestra alegría.
Pues no basta recibir a los demás en nuestra casa, hay que recibirlos con gran alegría para que no sólo reciban lo nuestro, sino que nos reciban a nosotros siempre dispuestos a velar por ellos, e incluso a dar nuestra vida para que ellos vivan con dignidad no sólo en lo pasajero, sino como hijos de Dios. Entonces no sólo remediaremos sus males, sino que colaboraremos para que llegue a ellos la salvación.
Bruno Maggioni
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Las personas con las que acabo de hablar se parecen a Zaqueo. Desean ver a Jesús para saber quien es y por qué todo entendimiento y toda luz natural son demasiado pequeños para conocerle. Corren por delante del gentío y de toda dispersión de las criaturas. Por la fe y por el amor, se encaraman a la cima de su pensamiento, ahí donde el espíritu está desapegado de toda imagen y sin traba alguna goza de la libertad.
Aquí Jesús se deja ver, reconocer y amar en su divinidad. Porque él está siempre presente en los espíritus libres y elevados que, amándole, han sido levantados por encima de ellos mismos. Aquí desborda la plenitud de sus dones y de su gracia. Con todo, a cada una de estas almas dice: "Baja en seguida", porque la libertad elevada del espíritu no se aguanta sino gracias a un espíritu de humilde obediencia. Porque tienes que reconocerme y amarme como Dios y como hombre.
Juan Ruysbroeck
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La palabra de Dios es viva y eficaz en las palabras humanas de la Escritura. Es fuente de vida y alimento de nuestro espíritu. Nos llama a prestarle toda nuestra atención y escucha.
El encuentro de Jesús con Zaqueo constituye un relato de conversión. Jesús toma la iniciativa. Es el que alza la vista y le pide a Zaqueo que baje del árbol porque "debo hospedarse en su casa". Resulta una iniciativa escandalosa, provocadora. Entre tanta gente se va a fijar precisamente en él. Y Jesús se hospeda en casa de un superpecador, rechazado y odiado por el pueblo, colaborador de los romanos. Jesús declara que su presencia trae la salvación a la casa del publicano. Afirma: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa".
Zaqueo viene presentado como un hombre de baja estatura, jefe de publicanos, rico. Pero tiene curiosidad por ver y conocer al profeta que pasa. Y no se queda quieto. Busca la forma de conocerlo. Lo hace con ingenuidad: se encarama a un árbol. Ante la palabra de Jesús, Zaqueo se apresura a bajar. Y lo recibe con alegría. Y se convierte. Y restituye.
El encuentro con Jesús es encuentro de conversión. La práctica de Jesús rompe la separación social y cultual entre justos y pecadores; recrea la comunión entre las personas sobre otras bases. El amor liberador y salvador del Padre es para todos.
Bonifacio Fernández
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Zaqueo era un hombre pecador cuando se encuentra con Jesús. Pero este encuentro no sucede de manera fortuita, sino que nace de la curiosidad de este hombre, que seguramente admiraba a Jesús en secreto. Al pasar Jesús por Jericó había mucha gente reunida con la esperanza de ver cómo era ese profeta del que tanto se oía.
Uno de ellos era Zaqueo, hombre de mala reputación, ya que se dedicaba a cobrar impuestos y además era muy rico. Su baja estatura le impedía ver a Jesús. Entonces corrió adelantándose para subirse a un árbol y desde ahí poder contemplar a Jesús en el momento en que pasara. Y al pasar Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja enseguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa". Zaqueo bajó rápidamente y "lo recibió con alegría". Y todo el pueblo murmuraba: "Se ha ido a casa de un rico pecador".
Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más". Jesús le contestó: "Hoy ha entrado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".
Cuán transformante habrá sido el encuentro de Zaqueo con Jesucristo para que este hombre decidiera corregir el rumbo de su vida. Probablemente desde el momento en que Zaqueo con tanto interés buscó a Jesús, sabía que su modo de actuar no era el correcto y sabía que conocer a ese profeta le cambiaría la vida, aunque esto tuviera muchas consecuencias.
Zaqueo, al subir al árbol, vence el respeto humano. Pone los medios necesarios para un encuentro cara a cara con el Señor. No imaginó que Jesucristo le pediría hospedarse en su casa. Y bajó del árbol rápidamente y lo recibió con alegría.
Qué actitud tan hermosa la de Zaqueo, que conociendo sus pecados, acepta al Señor y atiende rápidamente a su petición. Todos los cristianos podemos imitar esta actitud de prontitud ante los reclamos del señor y una prontitud alegre, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días.
Zaqueo no podía seguir siendo el mismo después de conocer personalmente a Cristo. Decide restituir a toda persona que haya engañado. Y Cristo, que conoce el corazón de cada hombre, le da la buena noticia: "Hoy ha entrado la salvación a esta casa".
Clemente González
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En una humanidad deteriorada por el pecado, el hombre empequeñecido por su propia miseria, busca incluso superarse a sí mismo y llegar hasta donde Dios habita. Tal vez nos pase lo mismo que a aquellos hombres que trataron de construir una torre tan alta que tocara al mismo cielo para ver a Dios.
Zaqueo, hombre de baja estatura, se sube a un árbol para ver a Jesús cuando pasara por ahí. Pero Dios sabe que le buscamos; y cuando está junto a nosotros nos mira siempre con gran amor, pues él es nuestro Padre y no enemigo a la puerta. Y a Zaqueo se le concederá no sólo ver y conocer a Jesús, sino la salvación que nos viene del enviado del Padre misericordioso.
Dicha salvación es iniciativa de Dios hacia nosotros: "Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa". Sólo cuando Dios hace su morada en nosotros llegará su luz, y a la luz de su encuentro con nosotros podremos reconocer que nuestros criterios de acción están muy lejos de él. Entonces, si en verdad queremos que él habite en nosotros y se quede para siempre, iniciaremos un proceso de amor servicial hacia nuestro prójimo, amándole como Cristo nos ha amado a nosotros.
Quienes participamos de esta eucaristía tenemos la vocación de manifestar la presencia amorosa y misericordiosa de Dios, para cuantos nos traten. No podemos pasar de largo ante las pobrezas de quienes viven con menos oportunidades que nosotros.
Si somos en verdad hombres de fe debemos poner los pies sobre la tierra y no quedarnos contemplando a quienes pasan junto a nosotros reclamando un poco de alimento, de vestido o de justicia social. Les hemos de hospedar no tanto en nuestra cabeza en un sin fin de estadísticas acerca de la pobreza, de la injusticia y del dolor causado por la violencia. Les hemos de hospedar en nuestro corazón, dispuestos a regalarles lo que poseemos para que vivan con mayor dignidad.
Entonces no nos quedaremos en una fe intimista, sino en una fe que se traduce en obras. Sin embargo no podemos decir que hemos cumplido con nuestra misión de fe en Cristo, cuando nos hemos desprendido de lo nuestro a favor de los demás.
Pero más allá del socorrer a los pobres, hemos de llegar hasta la comunicación, a todos los hombres, de la salvación que procede de Dios. Pues la Iglesia no sólo se preocupa de tener un amor preferencial por los pobres, sino de conducir a todos los hombres a un encuentro personal con Cristo, para alcanzar en él el perdón de los pecados y la salvación eterna, iniciada ya desde esta vida.
José A. Martínez
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Hoy, Zaqueo soy yo. Este personaje era rico y jefe de publicanos; yo tengo más de lo que necesito y quizás muchas veces actúo como un publicano y me olvido de Cristo. Jesús, entre la multitud, busca a Zaqueo; hoy, en medio de este mundo, me busca a mí precisamente: "Baja pronto; porque conviene que hoy me quede en tu casa" (v.5).
Zaqueo desea ver a Jesús; no lo conseguirá si no se esfuerza y sube al árbol. ¡Quisiera yo ver tantas veces la acción de Dios!, pero no sé si verdaderamente estoy dispuesto a hacer el ridículo obrando como Zaqueo. La disposición del jefe de publicanos de Jericó es necesaria para que Jesús pueda actuar; y, si no se apremia, quizás pierda la única oportunidad de ser tocado por Dios y, así, ser salvado.
Quizás yo he tenido muchas ocasiones de encontrarme con Jesús y quizás ya va siendo hora de ser valiente, de salir de casa, de encontrarme con él y de invitarle a entrar en mi interior, para que él pueda decir también de mí: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (vv.9-10).
Zaqueo deja entrar a Jesús en su casa y en su corazón, aunque no se sienta muy digno de tal visita. En él, la conversión es total: empieza con la renuncia a la ambición de riquezas, continúa con el propósito de compartir sus bienes y acaba con la resolución de hacer justicia, corrigiendo los pecados que ha cometido. Quizás Jesús me está pidiendo algo similar desde hace tiempo, pero yo no quiero escucharle y hago oídos sordos; necesito convertirme.
Decía San Máximo que "nada hay más querido y agradable a Dios como que los hombres se conviertan a él con un arrepentimiento sincero". Que él me ayude hoy a hacerlo realidad.
Enric Ribas
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Jesús llamó a la puerta de Zaqueo, y éste oyó, subió y abrió, con el esfuerzo que supone querer oír, alzarse y abrir. Jesús entró y comieron juntos. Y la salvación iluminó la casa de un pecador que deseaba ver, quería levantarse y anhelaba abrir la puerta. La salvación entró en casa de alguien que, sabiéndose necesitado de ella, aguzó el oído.
La necesidad siempre espabila el sentido de aquello que más se necesita. Por eso creo que es bueno que nos reconozcamos necesitados, de cuando en cuando. Que repasemos nuestra lista de carencias. Que nos demos cuenta de ellas. Que las coloquemos por orden de importancia. Que descubramos si nos sentimos pecadores con oído fino, para abrir la puerta al Espíritu, dejar que Jesús coma con nosotros y recibir la salvación en nuestra casa.
Amigos y amigas, no seamos consumidores inconscientes de salvación, como si fuera un bien perecedero de fácil almacenaje.
Luis de las Heras
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La escena que el evangelio nos presenta hoy es una evocación del misterio que ha cambiado nuestras vidas: la encarnación. Dios que quiso venir a visitar la casa de los hombres, el mundo que él mismo creó. Le necesitábamos, y no dudó en venir para traernos la salvación.
La historia de Zaqueo se repite cada día. Es nuestra misma historia. Somos hombres que buscamos a Dios porque somos débiles. Una multitud que quiere ver en su vida a Cristo cerca y alberga ese profundo deseo en el corazón. Personas que, a pesar de nuestra baja estatura en el espíritu, nos atrevemos a subir a un árbol, porque a toda costa queremos encontrarnos con él.
Y Cristo no se hace rogar. Sale al encuentro, pasa por el camino, fija su honda mirada en nuestros ojos, que brillan de ilusión. Y nos dice: "Hoy quiero quedarme en tu casa". ¡Y nuestra alma se inunda de gozo! Hemos encontrado lo que buscábamos, la fuerza para nuestra debilidad, la paz y la felicidad para nuestras vidas.
El Señor cambia nuestras vidas. Zaqueo dio a los pobres la mitad de sus bienes. Nosotros, que también buscamos con anhelo a Cristo, saldremos transformados de ese encuentro y le daremos la totalidad de nuestro ser.
Ignacio Sarre
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El pasaje del evangelio de hoy nos abre una nueva perspectiva: caer no es tan malo, si la providencia de Dios nos permite con ello tocar fondo. Y eso fue lo que, de hecho, sucedió a muchos de quienes conocían a Jesús.
Zaqueo era un hombre tan malo que no podía considerarse bueno. Esto, que parece elemental, encierra una verdad inmensa y una oportunidad maravillosa. Sus ojos buscaban a Jesús, su corazón deseaba conocerle. También una vida muy mala puede ser ocasión para una gracia muy grande.
El pasaje de Zaqueo nos enseña otra cosa: la relación entre el amor y la alegría. Zaqueo recibe la visita de Jesús como un maravilloso regalo; una prenda de amor tanto más bella cuanto menos merecida. Por eso su alegría ante Jesús es inmensa.
Si pensamos en nuestras tibiezas ante el sacramento eucarístico, sea como sacerdotes, religiosos o bautizados, podremos descubrir en nuestra falta de alegría y de fervor una falta también de amor. Ni la disciplina ni la observancia puntual de las normas puede reemplazar esta falta de amor. Hemos de pedirla al Dueño de vidas y corazones, único que puede bendecir con renovada gracia nuestras almas.
Nelson Medina
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Jesús, una muchedumbre te rodea al entrar en la ciudad de Jericó. No es para menos, pues acabas de curar a un ciego que muchos debían conocer, y ahora te sigue, alabando a Dios (Lc 18, 43). ¿Qué otros prodigios ibas a realizar? No se habían visto cosas tan espectaculares desde los tiempos de los grandes profetas, pensarían muchos de los que se agolpaban a tu alrededor. Tú, sin embargo, a ninguno de éstos diriges tu atención.
Mientras, ha llegado la noticia del milagro a Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Zaqueo no se lanza a la calle a ver al profeta. Se queda unos momentos pensando y confuso: ¿Quién soy yo para ver a Jesús? Mi corazón está manchado de injusticia y avaricia. Si sólo pudiera hablarle un instante y pedirle perdón... Y sale a la calle. Jesús, está a punto de pasar, pero es tal la muchedumbre que es imposible ver nada.
Y adelantándose corriendo, subió a un sicómoro para verle. Zaqueo no se queda parado ante las dificultades, ni le importa hacer algo poco propio de una persona de su posición social: correr y subirse a un árbol para ver al Maestro. Jesús, tú que conoces el interior de las almas no te haces esperar; y una vez más, pagas con creces insospechadas la generosidad del corazón humano: él buscaba verte, y tú vas a hospedarte en su casa. Zaqueo bajó rápido y lo recibió con gozo.
No puede ser de otra manera. Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin él, no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con él, con su gracia, cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo, y mejoraremos.
En resumen: la conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Jesucristo.
Jesús, tu presencia remueve a Zaqueo y le lleva a la conversión. Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Todo empezó por aquel deseo de conocerte que le llevó a poner los medios que hiciera falta para verte pasar. Señor, yo también necesito que vengas a mi casa: a mi vida, a mi alma. Tengo tantas heridas que necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos egoísmos que me impiden ser feliz. A veces pienso que no puedo. Como dice San Juan Crisóstomo:
"No desesperéis nunca. Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción cuando las cosas van bien y la desesperación después de la caída; este segundo es con mucho el más terrible" (Homilía sobre la Penitencia).
Jesús, que la conciencia de mi poquedad y mi fragilidad no me lleve a la desconfianza ni a la desesperación. La conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Jesucristo. Y si alguna vez me rompo en mil pedazos, que siempre sepa volver a ti, especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, dándome cuenta de que "el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
Pablo Cardona
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Cada día tomamos numerosas decisiones. Algunas de ellas casi no le prestamos demasiada atención. Sin embargo, cada una no sólo va perfilando nuestra manera de ser sino también nuestro calado humano. En muchas de ellas están implicadas personas. Nuestros quehaceres cotidianos se desarrollan, habitualmente, con otros.
A veces, el vértigo de la acción, de las decisiones inmediatas no nos deja escuchar en nuestro interior. La eficacia, el sentido práctico se impone. Tenemos tanto que hacer! Y un día, como dice el anuncio, descubrimos que nos parecemos sospechosamente a todos. Que hemos aprendido a ser sin ser nosotros mismos. Ahora si tuviéramos que hablar de nosotros ya no hablaríamos de lo que nos habita sino de lo que nos acontece.
Si dejamos resonar en nuestro interior el evangelio de hoy percibimos una llamada a detenernos, a descubrir el paso de Jesús en nuestra vida en tantos rostros anónimos con los que nos cruzamos: el conductor del autobús, el camarero, el vecino, el del supermercado... Nos invita a mirarnos, a reconocernos y crear lazos, a compartir el pan, el vino, los afanes de cada día y tal vez nuestros sueños dormidos.
Zaqueo nos invita a pararnos y a reconocer que también Jesús quiere comer con cada uno. En ese momento, tal vez, podemos comprender como este pequeño gran hombre que necesitamos dejarnos afectar, dejarnos encontrar de nuevo por la vida de Jesús, por la vida de las personas que forman parte también de nuestra vida.
Crear comunión de historias, de nombres, de vida, de detalles pequeños y hacer así posible el reino de Dios. O ¿qué otra cosa sino es el Reino sino una gran mesa con el pan partido y la vida hermanada? Ojalá decidamos hoy construir un poco mejor el Reino.
Loli Almarza
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El caso de Zaqueo ofrece la belleza de una conversión radical, consecuente, llevada hasta sus consecuencias materiales y sociales. Con frecuencia se dice que el evangelio es para todos, y se dice eso a veces para desvirtuar la opción por los pobres. El evangelio, efectivamente, es para todos, pero desde los pobres, y por ello, no de igual forma para todos.
La actitud de Jesús hacia Zaqueo muestra, efectivamente, que Jesús busca a todos y que a todos les predica una noticia, pero que esa noticia resulta para unos es buena y para otros mala (en un 1º sentido). La noticia es la misma, y es para todos. La significación de la noticia es distinta para unos y otros, dependiendo del lugar social en que esté el receptor.
La conversión de Zaqueo en el evangelio ejemplifica el camino de la conversión del rico. Comienza con el deseo de conocer a Jesús de cerca; continúa cuando el rico se junta al pueblo que busca a Jesús y luego lo acoge en su casa. Y se completa cuando Zaqueo comparte sus bienes devolviendo con creces lo que robó: "Doy la mitad de mis bienes a los pobres, y restituiré cuatro veces más lo que he robado". Resultó una cena muy cara, pero realmente liberadora.
Severiano Blanco
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Muchas veces pesamos que nuestra vida no ha sido la más digna y que no es fácil establecer una relación nueva y diferente con Dios. Pero según lo que hemos escuchado en este evangelio, Jesús nos muestra que Dios no está interesado en nuestra vida pasada. Él quiere para nosotros una vida nueva en la que los valores del amor y la justicia puedan ser vividos en su totalidad.
La salvación, y con ello la amistad con Dios, se realiza en el momento que nosotros decidimos iniciar un camino de encuentro con Dios y con los demás, en el momento en que nos damos cuenta que nuestra vida puede ser mucho mejor y más feliz de lo que ya es.
No tengamos temor de amar a Dios. Zaqueo nos enseña que nuestro Dios es el Dios de la misericordia que nos invita a dejarlo entrar en nuestra casa. Abrámosle las puertas.
Ernesto Caro
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Nuevamente el relato evangélico es bálsamo que da aroma, y cura. Jesús busca a espíritus que se le abran para poder llenarlos de gracia, de amor y de perdón. Hoy su corazón se alegra en la alegría de la conversión de Zaqueo. La escena evangélica de Jericó es admirable, es de otro mundo, desde cualquier ángulo en que se la quiera mirar. Veamos algunos aspectos de la misma.
Es admirable en cuanto que describe un momento de la itinerancia de Jesús, con su público numeroso , y admirable en cuanto que descubre que la conciencia de Zaqueo está viva, inquieta, tocada por lo que ha oído contar (sin conocerle) de la vida y obras de Jesús.
Es admirable en la intensidad (quizás de admiración, inicio de amor) con que Zaqueo se empeña en ver el rostro de Jesús. Es admirable en la delicadeza de Jesús, al no importarle pronunciar públicamente el nombre del jefe de publicados, pecadores e impostores, aunque le tachen de infiel, porque ha percibido la herida de su corazón abierto.
Es admirable en los gestos de Zaqueo, arrepintiéndose y abriendo la bolsa de sus caudales; admirable en el gesto de Jesús, diciendo que a Zaqueo llegó la salvación; y admirable en los adversarios que se duelen de todo lo que ven. ¡Cuán diferentes son los sentimientos y la actitud de cada uno ante la verdad!
Dominicos de Madrid
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El encuentro de Jesús y Zaqueo ponen de manifiesto 2 comportamientos diversos, pero complementarios. En las acciones de Jesús se pone de manifiesto el carácter universal de la misericordia divina, en las acciones de Zaqueo se revela el camino de una sincera voluntad de conversión y sus consecuencias.
Las búsquedas de Zaqueo lo conducen a Jesús, superando todos los obstáculos que se le presentan en su camino. Soluciona su falta de estatura encaramándose a un sicómoro, y posteriormente lleno de alegría responde con prontitud al pedido de hospitalidad que le hace Jesús y, sobre todo, demuestra la sinceridad de aquellas búsquedas dando muestras de una generosidad que supera las formas corrientes.
Esta generosidad que le lleva a compartir sus bienes muestra hasta que punto está él decidido a participar en el misterio de comunión. Zaqueo ha comprendido que la integración a ese misterio debe transparentarse en todos los ordenes de la existencia, incluso en el económico. Su fe toma la forma concreta de acciones solidarias en este último campo.
Las acciones de Jesús se dirigen a poner de manifiesto el carácter ilimitado de la misericordia. Superando los prejuicios de impureza, comparte la vida con un jefe de los recaudadores de impuestos. La crítica dirigida a su actitud se convierte en ocasión para subrayar el significado del hoy salvífico de Dios.
Los que se creía que estaban en una situación al margen de la realidad salvífica encuentran en Jesús la posibilidad de la participación en la gracia divina y de ese modo pueden integrarse plenamente en las promesas hechas a Abraham, el padre de todos los creyentes.
Confederación Internacional Claretiana
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Jericó era el 1º bastión de la Tierra Prometida, era el símbolo de las luchas de Israel. Pues bien, allí se encuentra hoy Jesús con Zaqueo. Este hombre estaba encogido por los prejuicios de la gente que lo marginaba y lo minusvaloraba. Dirigía el grupo de cobradores de impuestos de la comarca.
Un oficio, el de cobrador de impuestos, que era sumamente despreciado en medio del pueblo, debido a los malos manejos y la corrupción de los cobradores de impuestos. Oficio que era criticado por los fariseos porque los publicanos estaban en permanente contacto con los extranjeros (impuros) y con monedas profanas.
La multitud que lo desprecia le impide a Zaqueo ver a Jesús. No tiene otra opción que treparse en una higuera, pero de todos modos queda alejado del Maestro. Ya sea por el menosprecio de la gente o por el lugar que ha escalado (riqueza), Zaqueo no puede romper el cerco que lo sujeta. Jesús se percata de la situación y lo llama para que lo hospede.
La decisión de quedarse en la casa del Jefe de los publicanos provocó las más agrias reacciones. Todos los que se creen Israelitas santos y puros no dieron crédito a su ojos: ¡un profeta y maestro duerme en la casa del mayor de los pecadores!.
Zaqueo toma nuevamente la iniciativa y ante las críticas de los demás no trata de justificarse, sino que se compromete a enmendar su praxis. Reconoce que se ha enriquecido con la pobreza ajena, por eso decide devolver lo que ha conseguido legal pero injustamente. Sus bienes irán a parar a las manos de los pobres, de donde originalmente salieron.
El desapego que Jesús ha motivado en Zaqueo respecto a las riquezas no es un asunto puramente psicológico: Zaqueo ha decidido liberarse de sus riquezas entregándolas a quien no se las puede devolver. El publicano ha realizado por iniciativa propia aquello que no pudo realizar el joven piadoso: entregar todos sus bienes y seguir a Jesús con alegría.
Servicio Bíblico Latinoamericano