22 de Noviembre

Miércoles XXXIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 22 noviembre 2023

a) 2Mac 7, 1.20-31

           La narración de Macabeos llega hoy a su punto culminante de emoción y de síntesis doctrinal, con una madre que va a ir viendo torturados y asesinados, uno tras otro, a sus 7 hijos.

           Las palabras de la madre, aunque formuladas en un lenguaje excesivamente filosófico, son maternales: cree que Dios puede resucitar a los hombres. Aunque no sabe cómo lo hará, porque tampoco sabe cómo ha hecho en ella la maravilla de la generación.

           Se nota un in crescendo en la obra creadora de Dios. Y la idea de un Dios creador y gobernador del mundo no podía expresarse con más fuerza, ni más palpablemente, que con el ejemplo de la transmisión de la vida y de las almas inmortales. Sólo faltaba la expresión técnica, pero ésta también llega al final: la creación de la nada.

           Es la 1ª vez que la Biblia afirma explícitamente esta creación ex nihilo, si bien ya en el Génesis (Gn 1, 1) está implícita. El discurso del hermano pequeño es un resumen de lo que han dicho los otros seis: "Al perseguidor le espera un castigo, mientras que los mártires tienen reservada una vida eterna".

           El judaísmo del s. II y I a.C. guardó el recuerdo del martirio de esta familia, juntamente con el del anciano Eleazar (que vimos ayer). A comienzos del s. I d.C, un judío helenista aprovechará la narración para ampliarla en el llamado libro IV de los Macabeos, haciendo de estos hermanos un símbolo de la capacidad de la razón para dominar los instintos (demasiado filosóficamente).

           La posterior disminución de la importancia de este relato, del s. III d.C en adelante, no se debió a las dudas sobre su historicidad (que fue incuestionable), sino al hecho de que en la teología judía siempre ha tenido una importancia relativa la salvación individual. Y es que para los antiguos rabinos, el sacrificio de la vida sólo era admisible cuando había motivos proporcionados, como el bien de la comunidad o la conservación de la ley.

           En el cristianismo, por el contrario, estos mártires macabeos fueron tenidos en gran veneración, al ver en ellos un ejemplo sublime de profesión de fe. Es la visión del martirio, como un medio heroico de santificación personal.

Josep Aragonés

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           Meditamos hoy una 2ª escena de martirio, dentro del libro II de Macabeos: 7 hijos y 7 hermanos, torturados bajo la mirada de la madre. Sabemos, por desgracia, que esto es posible, y que esto se ha hecho también en nuestra época. Nos gustaría no leer tales páginas, o cerrar los ojos ante las torturas. Sin embargo, es necesario abrirlos, pues la madre vio morir a sus 7 hijos en el espacio de un solo día, con todo el dolor del mundo.

           Pero ¿por qué, Señor? ¿Por qué suceden tales cosas? Con lágrimas y como un clamor, la humanidad te hace esta pregunta. Sí, conozco tu respuesta: tú has venido en la carne, y has tomado sobre ti lo necesario para desangrarte, ser flagelado y morir por nosotros. Pero, repítenoslo, Señor. Repítenos que no te quedas fuera del dolor y la pena de los hombres, sino que tú estás dentro y la compartes y la comprendes.

           La madre decía a cada uno de sus hijos: "No fui yo quien os dio el espíritu y la vida, sino el Creador del mundo, que modela al niño, que preside su origen y el de toda cosa. Yo te llevé nueve meses en mi seno, te amamanté, te alimenté y te crié. Pero mira el cielo y la tierra, y que sepas que Dios hizo todo esto".

           Ante el absurdo de la muerte y del mal, ésta era la pura reacción de los macabeos más conscientes: no comprendemos, Señor, pero confiamos en ti como el más fuerte, el más sabio, el Creador. E incluso si no lo entiendo todo, tú debes tener razón, pues así hiciste el mundo. No podemos pedir cuentas a Dios.

           Finalmente, esta actitud no es una abdicación, sino la única actitud razonable. Pues si lo comprendiéramos todo, seríamos "como Dios". Y evidentemente, no lo somos, y los misterios complejos de la fecundidad, de la biología o de la genética, son de los que nos ponen delante de esta humildad radical.

           Esa madre que dio al mundo 7 hijos lo sabe bien: se sabe muy pequeña ante los misterios que se cumplieron en ella. Y esto la ayuda a comprender que hay otros muchos misterios, para los cuales hay que confiar plenamente en Dios. Y a su hijos, uno tras otro, les iba diciendo: "No temas a este verdugo, hijo mío. Acepta la muerte para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia". Fue la respuesta final de la madre: fe en la resurrección.

Noel Quesson

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           Ayer escuchábamos el pasaje del anciano Eleazar, que sorprendente nos daba testimonio de entereza y de virtud. Hoy escuchamos el relato de una madre con sus 7 hijos, que todavía nos asombra más por su lucidez y valentía. Seguimos en la persecución de Antíoco IV de Siria (ca. 175 a.C), que con una mezcla de halagos y amenazas intenta seducir a los israelitas, y conducirlos a la religión oficial pagana, olvidando la Alianza con Dios.

           Muchos judíos se resistieron a esa abominación, pero "ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre que, viendo morir a sus 7 hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor". De nuevo, lo principal no es lo de comer (o no) la carne prohibida, sino mantenerse fieles al conjunto de la Alianza de Dios.

           Es la magnífica catequesis que la valiente mujer dedica a sus 7 hijos, sobre el poder y la misericordia del Dios creador, y también sobre el más allá de la muerte (del que éste es uno de los pocos libros del AT que tienen idea clara). Así les anima la madre a sus hijos, a que vayan al martirio con la esperanza de que Dios sabrá recompensarles: "Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida".

           Tal vez a nosotros no se nos presenta la ocasión de dar testimonio con el admirable heroísmo que vemos en Eleazar y en la madre y sus 7 hijos. Pero sí que se nos presenta la oportunidad de vivir la vida con esa intensidad, con esa conducta perseverante, con esa fidelidad a Dios y con esa resistencia a la presión del ambiente.

           También podemos imitar a los macabeos en ese ir contra corriente, incluso de forma heroica. Pues lo mismo que una comunidad religiosa hace votos de seguir a Cristo en pobreza, castidad y obediencia, también nosotros podemos hacer votos a Dios de renunciar a algunos bienes de este mundo (en el tener, gozar o mandar).

           Ojalá podamos hoy rezar más detenidamente el salmo responsorial de hoy: "Mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco, inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, y al despertar me saciaré de tu semblante".

José Aldazábal

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           El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó. Bendito sea Dios, pues si para el Señor vivimos, también para él morimos, pues ya sea por nuestra vida, ya sea por nuestra muerte, el Señor será siempre glorificado en nosotros. Él nos creó, y él nos llama a la vida eterna.

           Seamos fieles al Señor; no juguemos entre el bien y el mal; no queramos hacer convivir en nosotros a Dios y al demonio. Si somos del Señor, vivamos para él. Reafirmemos nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida. Pues si Dios tiene el poder para llamar de la nada a todo lo que existe, tiene también poder para resucitar, para la vida eterna junto a él, a quienes le vivamos fieles.

           Es lo que nos enseñó aquella mujer macabea, que vio morir a sus 7 hijos en un sólo día, por ser fieles a la ley santa de Dios.

José A. Martínez

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           El cap. 7 del libro II de Macabeos es un canto al heroísmo, a la fidelidad, y a la raza que mantiene sus tradiciones religiosas como signos de acatamiento de la voluntad de Dios. Auténtico poema a la grandeza de los hijos bien nacidos.

           Nos muestra el pasaje de hoy 2 actitudes mentales que, teniendo cada una su color y razón de ser, resultan contrapuestas, incompatibles. Una está representada por la madre de una familia macabea, creyente que tiene en Dios y en sus preceptos salvíficos su norma de conducta. Otra parece encarnada en el rey (o gobernante), que se siente a sí mismo legislador, juez y árbitro de la propia vida y de vidas ajenas. Y por supuesto, donde está él (el político), sobra cualquier dios (incluso el propio Dios).

           La piadosa madre macabea de hoy se considera criatura de Dios, y entiende que el Creador ha impreso en su naturaleza unas leyes por las que debe regular su existencia. Además, cree firmemente 2 cosas: que ese Dios creador nos ha revelado su amor paterno, y que ese Dios amoroso nos ha fijado unas pautas de fidelidad que han de respetarse. Y como lo cree, y encuentra razonable lo que cree, es capaz de jugarse la vida propia (y la de sus 7 hijos) para mantenerse en coherencia y fidelidad. Dios y ella en acción.

           En cambio, el rey (o gobernante) sabe poco de piedades humanas y divinas. Se siente señor y dueño de su voluntad y de las ajenas, y piensa que el recurso "a lo divino" de la mujer macabea es una burla a su majestad y omnímodo poder. Por tanto, no tolera la resistencia a su voluntad, y para él Dios no ha de existir.

           Cuando las cosas y actitudes se contraponen de ese modo, no hay posibilidad de entrar en razón ni de descubrir la verdad con discernimiento o reflexión. Y la lucha mantenida por los macabeos, frente a esos poderes civiles, se llevan a cabo por las bravas y a lo heroico.

           Un punto culminante del pasaje de hoy es el que desarrolla la lección materna encareciendo a sus 7 hijos, uno a uno (del mayor al menor) sobre el Creador: "Él te devolverá el aliento y la vida, si te sacrificas por su ley".

           Ante los halagos y ofertas políticos que se le hacen al más pequeño, para que claudique, la madre, "riéndose del cruel tirano", habló así en su idioma: "Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueves meses en el seno. Hijo mío, te lo suplico, mira al cielo y la tierra. No temas a ese verdugo; ponte a la altura de tus hermanos".

           Haciendo uso de prudente discernimiento, y armados de valor por el evangelio de Cristo, los cobardes tendríamos mucho que aprender de mujeres como esta heroína.

Dominicos de Madrid

b) Lc 19, 11-28

         Lucas nos narra hoy la Parábola de las Minas de Jesús, cuando éste está ya llegando a Jerusalén y ellos (los que seguían a Jesús) "creían que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro". La parábola había sido recogida por Lucas de Mateo (Mt 25, 14-30), pero en Lucas tiene una interpretación algo diferente.

         En la parábola narrada por Lucas se trata de un noble rico que quiere ser rey. Tiene siervos de su confianza, y a ellos encomienda sus 10 minas de oro. Una mina equivalía a 100 denarios, luego 10 minas representaban 1.000 denarios. En Mateo se habla de 5 talentos, sabiendo que un talento equivalía a 6.000 denarios, y 5 talentos suponían 30.000 denarios.

         Como se ve, en Lucas la cifra es mucho menor (1.000 denarios), en comparación con lo cifrado por Mateo (30.000 denarios). En Lucas, la cifra (10 minas de oro) correspondería a poco más de 3 años de trabajo.

         Además de los 10 siervos de su confianza, se nos dice que el rey tenía ciudadanos que lo odiaban, y que conformaron una embajada para proclamar que "no querían que el rey reinase sobre ellos". Posiblemente, el trasfondo histórico de la parábola habría que buscarlo en la historia de Arquelao, hijo de Herodes que quiso ser confirmado rey en Roma, pero que por su crueldad fue destituido.

         Cuando el rey regresó, nos dice Jesús en su parábola, un 1º siervo administró 1 mina y consiguió 10 minas, por lo que recibió el gobierno de 10 ciudades. Otro 2º siervo consiguió 5 minas con la mina recibida, y le fue otorgado el gobierno de 5 ciudades. Un 3º siervo no negoció nada con la mina, y la mina le fue quitada por el rey, y entregada al que tenía 10. Respecto a los ciudadanos del rey, que habían rechazado su reinado, todos ellos fueron asesinados en su presencia.

         Es importante interpretar esta parábola de Lucas tal como aparece en Lucas, y no interpretarla a la luz de Mateo. El sentido de la parábola en Lucas es así: el rey no es un rey inicuo, sino que tiene confianza en sus siervos, a pesar de que haya ciudadanos que lo odian.

         Los siervos 1º y 2º están al servicio de los intereses del rey, y por eso el rey les premia otorgándoles el gobierno sobre 10 y 5 de sus ciudades. El 3º siervo va a su propio interés, o tiene intereses ajenos, y por eso no produce nada para el rey. La conclusión es obvia: "Al que tiene se le da más; y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene".

Juan Mateos

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         La parábola de hoy de Jesús anticipa el rechazo de que será objeto Jesús por parte de Israel. Lucas combina la parábola, que posiblemente ha recogido de Mateo (Mt 25, 14-30), con el tema del "hombre noble que se marcha a un país lejano (la casa del Padre) para conseguir el título de rey (con su entrega hasta la muerte) y volver después (resurrección)" (v.12).

         Esta temática, típica de Lucas, es fácilmente separable de la que ofrece en su parábola Mateo (vv.11.14-15.27), aunque probablemente se inspira en el ultimo versículo mateano (Mt 25, 30), que Lucas omite. Lucas contrasta, así, la "proximidad de Jerusalén" (expectación mesiánica de Israel) con la "lejanía del lugar" donde se encuentra la verdadera mesianidad de Jesús (en oposición a la sociedad imperante, de despilfarro, consumismo y egoísmo).

         Israel no aceptará a este mesías-rey, viene a decir Jesús ("no queremos a éste por rey"; v.14), y lo hará ostensible crucificándolo como un falso Mesías ("el rey de los judíos es éste"; Lc 23,38, en tono despectivo e injurioso). El final de la parábola insinúa, desgraciadamente, el trágico final del pueblo escogido (v.27).

         La parábola pone en evidencia 3 opciones (todas) posibles ante la ocasión que se acerca: dos positivas y una negativa. Los criados cumplidores, que han hecho producir la onza que habían recibido cada uno (ganando, respectivamente, otras 10 y 5; vv.16.18), participarán en la gobernación del reino (sobre 10 y 5 ciudades; vv.17.19). En cambio, el criado inútil y miedoso, que no la ha hecho producir, no tendrá parte en el reino de Dios.

         La sentencia conclusiva de Jesús es todo un programa para los miembros de la comunidad cristiana: "Os digo que a todo el que produce (correlativo de tener) se le dará, pero al que no produce, se le quitará hasta lo que había recibido" (v.26). No hay otra alternativa, y el criado ha de ejemplificar la dimensión característica de la futura comunidad: el servicio a los demás.

         En el reino de Dios no se pasan cuentas de si se ha rendido más o menos, sino de si se ha producido o no. Producir y tener son, pues, correlativos, y no sólo a nivel de significado lingüístico (semántico), sino sobre todo a nivel del significado teológico. En el reino de Dios, quien produce tiene dentro de sí el tesoro/perla, y quien no produce está vacío por dentro. Quien produce tiene ya la experiencia del hombre maduro, y a él se le pueden ya confiar tareas.

Josep Rius

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         En el texto de hoy, Lucas ha combinado 2 narraciones diferentes. En 1º lugar, nos presenta la mini Parábola de los Siervos Buenos y Fieles (frente al siervo malo y holgazán), a los cuales les son entregadas unas monedas de oro para que trabajaran con ellas. Y en 2º lugar, nos presenta la mini Parábola de los Enemigos del Rey.

         La parábola, en conjunto, nos presenta la actitud característica del hombre evangélico: la de los siervos fieles y cumplidores (que hacen fructificar los bienes encomendados), frente al mal siervo que antepone su propia tranquilidad personal al interés del señor (que es acrecentar la hacienda).

         Se respira en esta parábola la mística del servicio y del trabajo temporal, precisamente en virtud de la esperanza escatológica. Y se viene a decir que el cristiano, o evangelizador, es el instrumento de la actividad mesiánica de Jesús en el mundo, a lo largo de los siglos y hasta la llegada definitiva de Dios. Cruzarse de brazos es ser infiel, y por eso cuando vuelva el Señor pedirá cuentas de lo que pudimos haber hecho y no hicimos, aludiendo a los pecados de omisión.

         La historia del rey rechazado se inspira posiblemente en un hecho histórico ocurrido en tiempos de Jesús, cuando el hijo de Herodes I de Judea (Arquelao) fue a Roma a la muerte de su padre para solicitar su sucesión. Una delegación judía enviada desde Jerusalén impidió que fuera nombrado rey, y en el año 6 d.C. fue destituido.

         La parábola pone el acento en Jesús, que recibirá pronto las credenciales reales. Y alude a que, como rey, Jesús será rechazado por aquellos que estaban bajo su cuidado. El significado real para Lucas es el rechazo por parte del pueblo que no acepta la realeza de Jesús. Para cuando retorne el rey (Jesús), los que lo rechazaron recibirán su justa recompensa ("serán asesinados en su presencia").

Fernando Camacho

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         Para la gente que seguía a Jesús a Jerusalén, de los cuales "muchos creían que el reino de Dios iba a apuntar de un momento a otro", Jesús les puso una parábola, conocida como Parábola de las Minas. En concreto, les dijo: "Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, y les encargó: Negociad, mientras vuelvo".

         Además de los detalles propios de Lucas, volvemos a encontrar aquí, más o menos de forma velada, la trama de la Parábola de los Talentos relatada por Mateo (Mt 25, 14-30), en un contexto escatológico equivalente.

         Los contemporáneos de Jesús esperaban un Reino muy inmediato, pero Jesús les hace comprender que habrá antes un plazo, una demora, durante la cual nos confía unas responsabilidades. No hay que soñar, sino que hay que negociar.

         Pero sus conciudadanos, que lo aborrecían, enviaron detrás de él una delegación que dijese: "No queremos a éste por rey". Los contemporáneos de Jesús hubieran querido un Reino esplendoroso y vencedor. Jesús les da a entender que antes de su inauguración, habrá una revuelta contra ese Rey: "¡Fuera ese! ¡suéltanos a Barrabás!" (Lc 23, 18).

         El rechazo de Dios es un fenómeno histórico inquietante, que el propio Jesús anunció. Es un fenómeno actual, un hecho de todos los tiempos.

         El tiempo que precede al "reino de Dios aparente" es un tiempo en el que Dios reina ya, pero no de modo visible. Es el tiempo del trabajo para Dios, de negociar, de hacer fructificar lo que se nos ha confiado. Es el tiempo de "ser fiel en las cosas pequeñas" (Lc 16, 10) en la espera de recibir mayores responsabilidades: los empleados, que negociaron bien una moneda de plata, obtuvieron el gobierno de una ciudad. Es el tiempo de la Iglesia.

Noel Quesson

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         Hoy os invito a saborear la visión del texto del Apocalipsis para volcarla en la Parábola de las Minas de Lucas (de los talentos, en Mateo). La visión de Juan es una escena fascinante. Difícil de contemplar de un solo vistazo. Hay que detenerse en el cuadro. Hay que saber mirar. Acercarse y retirarse.

         La fascinación está en la riqueza simbólica e imaginativa de la escena. Pero de la fascinación podemos pasar suavemente a percibir la confianza que Dios da por sentado y firme, como único guía de la historia. Un Dios que ha hecho un pacto de paz-tranquilidad con el mundo y los seres humanos. Un Dios comprometido, transparente y luminosamente, con la paz final de la historia.

         Ante este Dios comprometido, aunque las dudas violentas de nuestra vida y de nuestro mundo nos asalten, no podemos sino rendirnos, dichosamente, a la armonía que procede del que está rodeado de "un halo parecido a la esmeralda".

         Bien podemos recoger los dones de la visión y hacerlos producir. Dones de paz, de confianza, de esperanza, de consuelo... Tesoros que conviene negociar con sumo cuidado y que se multiplican más de lo que imaginamos. Dones que sólo un corazón holgazán es capaz de "tener guardados en un pañuelo".

         Archivar la paz proyecta una visión de seres muertos que contemplan, con los ojos abiertos, a quienes han de ir rápidamente muriendo. Encerrar la confianza en cofres inaccesibles produce una imagen de vivientes que no pueden mirar, ni, por tanto, mirarse a la cara. Esconder la esperanza hace planear el color negro sobre campos y ciudades, sobre vivos y muertos. Ocultar el consuelo dibuja el perfil de la acritud que se contagia sin palabras, con la expresión del rostro desfigurado.

         No es severo el Señor que nos invita a hacer producir lo que nos da a cada cual. No es severo. Sólo pone delante de nosotros la belleza que se conquista combinando sus dones y nuestro esfuerzo. Sólo pone delante de nosotros el espejo del corazón holgazán, para que elijamos el corazón fiel y luchador incansable del Reino.

         Seamos empleados fieles y cumplidores con quienes Jesús señala como imagen de los ciudadanos del Reino y con los desatendidos, los olvidados, los últimos, que son sus preferidos. Así recibiremos la invitación del Señor: "Trabajador diligente, pasa al banquete de tu Señor".

Luis de las Heras

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         El evangelio de hoy nos propone la parábola de las minas: una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él iba "subiendo a Jerusalén", donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Y los discípulos "creían que el reino de Dios aparecería de un momento a otro" (v.11).

         Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son nuestros, de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir.

         Quienes han hecho rendir las minas (más o menos) son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, es el que es reprendido y condenado. El cristiano, pues, ha de esperar (claro está) el regreso de su Señor, Jesús. Pero con 2 condiciones, si se quiere que el encuentro sea amistoso.

         La 1ª condición es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. "Vendrá cuando menos lo pensemos", dice en otro lugar. Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto. Nosotros esperamos con esperanza, en una espera confiada sin malsana curiosidad.

         La 2ª condición es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.

         No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que se rebelan contra él: "Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí" (v.27).

Pere Suñer

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         La Parábola de las Onzas de Oro que hay que hacer fructificar tiene, según Lucas, una intención: "Estaban cerca de Jerusalén, y algunos pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro".

         Lo del tiempo concreto de la vuelta no tiene importancia. Lo que sí la tiene es que, mientras llegue ese momento (la vuelta del rey, que no parece inminente), se trabaje: "Negociad mientras vuelvo". Tampoco es decisivo si con las 10 monedas uno ha conseguido otras 10, ó sólo 5. Lo que no hay que hacer es "guardarlas en un pañuelo", dejándolas improductivas.

         La lectura de hoy es difícil de interpretar, porque la parábola de las monedas está entremezclada con otra, la del pretendiente al trono que no es bien visto por sus súbditos y luego se venga de sus enemigos: una alusión, tal vez, al episodio de Arquelao, hijo de Herodes I el Grande, que había vivido una experiencia similar. Es difícil deslindar las dos, y tal vez aquí lo más conveniente será seguir el filón de las onzas que Dios nos ha encomendado y de las que tendremos que dar cuenta.

         Los talentos que cada uno de nosotros hemos recibido (vida, salud, inteligencia, dotes para el arte o el mando o el deporte... pues todos tenemos algún don) los hemos de trabajar, porque somos administradores y no dueños.

         Es de esperar que el Juez, al final, no nos tenga que tachar de "empleado holgazán" que ha ido a lo fácil y no ha hecho rendir lo que se le había encomendado. La vida es una aventura y un riesgo, y el Juez premiará sobre todo la buena voluntad, no tanto si hemos conseguido diez o sólo cinco. Lo que no podemos hacer es aducir argumentos para tapar nuestra pereza (el siervo holgazán poco menos que echa la culpa al mismo rey de su inoperancia).

         ¿Qué estamos haciendo de la fe, del bautismo, de la Palabra, de la eucaristía? ¿Qué fruto estamos sacando, en honor de Dios y bien de la comunidad, de esa moneda de oro que es nuestra vida, la humana y la cristiana? Ojalá que al final todos oigamos las palabras de un Juez sonriente: "Muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor".

José Aldazábal

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         Jesús había tomado la firme decisión de ir a Jerusalén, y se puso en camino. Ahora ya se acerca a Jerusalén, y empieza a subir hacia esa ciudad, aunque en realidad lo que comienza a subir es hacia su glorificación a la diestra del Padre Dios. Quien vaya tras sus huellas debe trabajar como él, pues el Señor nos ha confiado el evangelio de la gracia, no para que vivamos como holgazanes, sino para que lo hagamos llegar a los demás.

         El Señor nos ha convertido en luz que ha de iluminar el camino de los extraviados para que vuelvan a casa. Por eso no es válido encerrar su vida y su amor sólo en actos de culto, para dedicarnos a lo nuestro, a nuestros negocios y pensando que somos gratos a Dios sólo por arrodillarnos ante él.

         Ante Cristo hemos de tomar una opción fundamental que le dé sentido a toda nuestra vida. Si creemos en él hemos de caminar tras sus huellas como discípulos, para después poderlo entregar como salvación a los demás, de tal forma que no sólo a nosotros, sino a muchos más, alcancen el amor, la misericordia y la salvación que el Señor nos ofrece a todos. Quien rechace a Cristo no encontrará otro camino, ni otro nombre en el cual pueda salvarse; y lo único que estará propiciando será su propia destrucción.

         El Señor quiere enviarnos como testigos suyos, para que su salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. No nos quiere únicamente sentados junto a él alabando y glorificando su nombre. Nuestra unión a Cristo nos pone dentro del cumplimiento de la misma misión salvadora que el Padre le confió a él.

         La vida que Dios nos ha comunicado debe producir frutos abundantes de salvación en el mundo entero, por eso hemos de estar siempre dispuestos, incluso, a dar nuestra vida, a derramar nuestra sangre para que a todos llegue el perdón de Dios, su vida y su amor misericordioso. Alabemos al Señor proclamándolo "tres veces Santo"; pero estemos también dispuestos a trabajar para que su nombre sea santificado con la vida y las obras de todos los que estamos llamados a vivir unidos a él.

         El Señor nos pide que invirtamos sus dones mientras regresa. Él volverá, y ojala que nos encuentre trabajando intensamente por su Reino. La vida que Dios nos ha comunicado es al mismo tiempo la vida que nos ha confiado para que la hagamos llegar a los demás, pues él ha convertido a su Iglesia en instrumento de salvación para todos los pueblos. Dios es el creador de todo; a él debe volver todo. Por eso hemos de esforzarnos de ganar a todos para Cristo. No viviremos como extraños en el mundo, pues no saldremos de él.

         Sin embargo, en medio de nuestras realidades temporales hemos de ser signos creíbles de la vida nueva que Dios ha depositado en nosotros y que nos hace ser justos, rectos, amantes de la paz y del bien; que nos hace vivir como hermanos, preocupándonos del bien unos de otros por tener un sólo corazón y una sola alma.

         Cuando el Señor vuelva que nos encuentre llenos de frutos de santidad y de justicia porque hayamos pasado haciendo el bien a todos, sin distinción de razas, lenguas, sexos, culturas o clases sociales. Entonces seremos dignos de participar de su gloria, eternamente.

Bruno Maggioni

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         A quien tiene la alegría del evangelio, a quien tiene la perla preciosa, el tesoro, se le concederá el discernimiento de todos los otros valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos existentes fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin tristeza, sin reticencias, incluso con alegría, precisamente porque conocerá el valor de todas las demás cosas. Al que tiene la alegría del evangelio se le dará la intuición del sentido de la verdad que puede haber en otras religiones.

         Por el contrario, al que no tenga se le quitará aun lo poco que tenga. Al que posee poca alegría del evangelio se le irá de las manos la capacidad de diálogo y se obstinará en la defensa a ultranza de lo poco que posee, se cerrará dentro de sí mismo, entrará en liza con los demás por temor a perder lo poco que tiene.

         Este es nuestro drama, el drama de nuestra sociedad. La poca alegría del evangelio es causa de mezquindad y de tristeza en todos los terrenos de la vida eclesiástica y social, produce corazones encogidos y es causa de absurdas discusiones sobre auténticas nimiedades.

Carlo Martini

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         Hoy escuchamos de labios de Jesús un parábola, con algunos rasgos alegóricos. Es equivalente lucano de la parábola mateana de los talentos. Pero difieren mucho entre sí; además Lucas funde dos parábolas en una. Para entender la originalidad de la versión que hace Lucas hay que caer en la cuenta del problema del retraso del reino de Dios.

         Sabemos que las comunidades primitivas vivían con mucha inquietud la espera de la llegada inmediata del reino de Dios. Y ese es el motivo de la parábola: "que estaba cerca de Jerusalén, y pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro". Lucas corrige la expectación inmediata del reino insistiendo en que:

-el reino de Dios no llegará en un futuro próximo,
-en el lugar de la espera mesiánica nacionalista hay que esperar la justicia de Dios al final de los tiempos,
-en el reino entrarán los que viven y actúan con responsabilidad, mientras el Señor está ausente.

         El centro de la parábola reside precisamente en la importancia de hacerse cargo de la misión; hay que hacer fructificar los dones recibidos; cada uno tiene que hacer fecundos sus propios dones. Es una cuestión de responsabilidad. Y de respuesta a la palabra y misión de Jesús. Independiente de la cantidad de dones recibidos a todos se nos invita a desarrollarlos.

         La vida cristiana no consiste en estar pendientes del futuro y absortos en él. La existencia cristiana se juega en el presente, y no consiste sólo en la expectación, sino que incluye el compromiso del amor.

Bonifacio Fernández

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         Muchos esperaban que Jesús instaurara un reino de carácter temporal después de vencer el poder romano, y ellos tendrían un puesto privilegiado cuando llegara el momento. En el pasaje evangélico de hoy, Jesús corrige ese error con una parábola: "Un rey marchó a un país lejano, y dejó la administración de su territorio a diez hombres, y les dio diez minas (unos 750 gr de oro, cada una) con la orden: Negociad hasta mi vuelta".

         Y esto es lo que sigue haciendo la Iglesia desde Pentecostés, donde recibió el inmenso don del Espíritu Santo y, con él, enviado por Cristo, la infalible palabra de Dios, la fuerza de los sacramentos o las indulgencias. Nos toca a cada cristiano hacer rendir el tesoro de gracias que el Señor deposita en nuestras manos: procurar con empeño que él esté en todas las realidades humanas. Sólo en él encuentra sentido nuestro quehacer aquí en la tierra.

         La Iglesia entera, y cada cristiano, es depositaria del tesoro de Cristo: crece la santidad de Dios en el mundo cuando cada uno luchamos por ser fieles a nuestros deberes, a los compromisos que, como ciudadanos, como cristianos, hemos contraído.

         Jesús veía en los ojos de muchos fariseos un odio creciente y el rechazo mas completo. Que duro debió ser para el Maestro aquel rechazo tan frontal, que alcanzará u punto culminante en la Pasión, poco tiempo mas tarde! En la actualidad sucede lo mismo. En la literatura, en el arte, en la ciencia, en las familias, parece oírse el griterío: "No queremos que éste reine sobre nosotros".

         En el mundo hay millones de hombres que se encaran con Jesucristo o, mejor dicho, con su sombra, porque no lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro, ni saben la maravilla de su doctrina. Nosotros serviremos a nuestro Señor como a nuestro Rey, como el salvador de la humanidad entera y de cada uno de nosotros. Serviam, Domine (lit. te serviré, Señor), le decimos en la intimidad de nuestro corazón.

         Al cabo de un tiempo volvió aquel personaje ilustre: entonces recompensó espléndidamente a aquellos siervos que se afanaron por hacer rendir lo que recibieron, y castigó duramente a quienes en su ausencia lo rechazaron, y al administrador que malgastó el tiempo y no hizo rendir la mina que había recibido. "Nunca os pesará haberle amado", solía repetir San Agustín (Homilías, LI, 2).

         Si el Señor es buen pagador ya en esta vida, cuando somos fieles, ¡que será en el cielo! Ahora nos toca extender este reino de Cristo en el medio en el que nos movemos, especialmente con aquellos que tenemos encomendados. Ahora nos preparamos para la solemnidad de Cristo Rey repitiendo: Regnare Christum volumus (lit. queremos que reine Cristo).

Francisco Fernández

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         Jesús va al frente de sus discípulos. Se encamina hacia Jerusalén donde será nombrado Rey por su Padre Dios. No serán tanto las aclamaciones que recibirá en su entrada gloriosa a Jerusalén entre vivas y hosannas; no será tanto aquella burla inferida por los soldados cuando le hagan rey de burla; no será tanto aquel letrero que se mandará poner en lo alto de la cruz y en que estará escrito: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos". Será aquella glorificación que le dé el Padre Dios por su filial obediencia.

         Y esto mismo es lo que el Señor espera de quienes vamos tras sus huellas. Él nos confió el anuncio del evangelio que, como una buena semilla que se siembra en el campo, ha de producir más y más fruto, hasta que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. No podemos haber recibido la salvación y querer disfrutarla de un modo particularista e intimista.

         No podemos envolverla en el pañuelo de nuestra propia piel; la luz que el Señor nos dio no puede esconderse cobardemente debajo de una olla de barro. El Señor nos quiere apóstoles que, con la valentía que nos viene de su Espíritu Santo en nosotros, trabajemos esforzadamente para que el reino de Dios llegue a nosotros con toda su fuerza. Quien no lo haga se estará comparando a aquellos hombres que rechazaron al Señor y no lo quisieron como Rey en su vida, y sufrirá la misma suerte de rechazo dada a ellos.

         Pero el tesoro de la palabra de Dios, de su vida que nos salva y de la comunión fraterna que nos une como hijos de Dios, no puede quedarse encerrada en nosotros de un modo cobarde. Dios confió a su Iglesia la salvación para que la haga llegar a todos los hombres. A cada uno corresponde, en el ambiente en que se desarrolle su vida, dar testimonio del Señor para conducir a sus hermanos a un verdadero encuentro con Dios y lograr, así, un compromiso personal con él.

         No podemos buscar al Señor para que nos ilumine con su presencia, y después dedicarnos a ser tinieblas para los demás con actitudes contrarias a nuestra fe y al amor, que ha de manifestarse con las buenas obras, dando razón de nuestra esperanza.

         Vivamos con autenticidad nuestro compromiso con el Señor, aun cuando por ello tengamos que sufrir burlas, persecución o muerte. Tengamos firme nuestra esperanza en que el Señor, por serle fieles y dar testimonio de él proclamando su amor a todos, al final nos resucitará para que contemplemos su rostro y seamos coherederos, junto con su Hijo, de la gloria que ha reservado a los suyos.

José A. Martínez

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         "No queremos que ése reine sobre nosotros", dice hoy Jesús aludiendo a quienes no quieren a Dios en su vida. Nótese la diferencia entre estas palabras y el grito del Pretorio: "No tenemos otro rey que el césar" (Jn 19, 15), con el cual suele confundirse. Ese grito fue pronunciado por los pontífices de Israel al rechazar a Cristo en su 1ª venida, en tanto que esta parábola se refiere a la 2ª venida de Cristo.

         Por supuesto, de lo que hoy está hablando Jesús es de su 2ª venida, para el juicio final (v.12). No obstante, hay en esta Parábola de las Minas de Lucas un elemento nuevo, que no figura en la paralela Parábola de los Talentos de Mateo (Mt 25, 14), si bien ambas acentúan la responsabilidad por los dones naturales y sobrenaturales. El siervo que "guardó la mina en un pañuelo" somos nosotros, si no hacemos fructificar los dones de Dios.

         Precisamente porque pensaba el siervo que el rey era severo, tenía que trabajar con su don. Jesús recrimina aquí a los que piensan mal de Dios, mostrándonos que éstos nunca podrán servirle, por falta de amor (Lc 17,32; Jn 14,23).

         Es notable que Jesús no le dijese ¿por qué no lo trabajaste?, sino que le hablase de desprenderse del capital para entregarlo al banco. Y es que Jesús sabe que, sin amor y confianza, no puede trabajarse con eficacia, aunque sí que se pueden delegar las responsabilidades en otros, si nosotros no sabemos hacerles frente (Sab 6,6; Sal 81,4; Ecl 7,4).

         Es éste un episodio que distingue la presente parábola (de las minas, en que una mina equivale a 750 gr, más o menos) de la de los talentos. Otros elementos diferenciales de ambas, están en el objeto del viaje del Señor (vv.12.15) y en el carácter de la retribución (v.17).

Gaspar Mora

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         El pasaje del evangelio ofrece a su modo otro enfoque sobre el presente y el futuro. Un rey se va y anuncia retorno. Su retorno es futuro pero los negocios que ha dejado son presentes. Casi podemos decir que los ha dejado encargados del presente. Es la condición humana. Nada tenemos sino el presente.

         Podemos añorar o detestar, pero no alterar nuestro pasado; podemos desear o temer, pero no tocar nuestro futuro. Sólo tenemos el presente. Sólo el presente. Y en ese presente se juega nuestro futuro y nuestro destino entero.

         Este texto del evangelio se parece mucho al de los talentos, pero hay una pequeña diferencia en el desenlace. En la parábola de los talentos nada se dice sobre aquel talento que había sido enterrado; en el pasaje de hoy, en cambio, sí se cuenta un destino para el dinero que no fue puesto a trabajar: "Entregadlo al que lo hizo producir diez veces más" (v.24).

         La extrañeza de quienes presencian la escena es ocasión de la respuesta que da aquel rey, y que sin duda Cristo quiere que escuchemos: "os aseguro que al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene" (v.26).

         Esta frase de Cristo resultaría incomprensible si se tratara de la distribución de los bienes entre los hombres. Mas aquí el sentido no es el de un deseo o mandato sobre el reparto de cosas, sino algo distinto. Notemos que el premio para cada administrador vincula su buena administración del dinero con el gobierno sobre ciudades. Ninguna ciudad puede quedar sin gobierno; ningún don de Dios puede perderse o escapar de su soberanía.

         Es posible que el sentido sea: ¿Quieres reinar con Cristo? Pues bien, tu oportunidad es el tiempo presente. Eso sí, ten en cuenta que lo que tú abandones no quedará abandonado.

Nelson Medina

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         La meditación de hoy está dedicada a los pequeños de la casa, porque nos ayuda a valorar la importancia que tiene este periodo de la vida para los planes de Dios. Un niño no tiene que dirigir una empresa, pero tiene una tarea escolar que debe cumplir. No sabe qué es la Constitución de su país, pero tiene unos padres a los que debe obedecer. Porque, de lo que aprenda ahora, aunque sean cosas pequeñas, dependerá todo su futuro.

         Así dice la Parábola de los Talentos (o las minas). Si un niño es capaz de sacar adelante sus compromisos de niño será una garantía para cuando sea adulto. Porque cuando sea mayor, se le pondrá al frente de 10 ciudades y las gobernará con la misma fidelidad con la que hoy hace su cama, ayuda a las tareas del hogar, mantiene su habitación limpia y ordenada.

         Por tanto, no hay que despreciar las cosas pequeñas. Todo es importante en esta vida. Y las personas no cambian de la noche a la mañana, sino que se forjan día a día. El niño que no reza las oraciones de la noche a la Virgen o no va todos los domingos a misa, ¿cómo puede esperar que lo hará cuando sea adulto?

Juan Gralla

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         En el interior de nuestro corazón fluyen muchos deseos, y cada uno de ellos da forma a nuestros ideales. Son el centro por el que se filtran nuestras alegrías y tristezas. En muchas ocasiones son nuestras razones más auténticas para hacer o dejar de hacer, para irnos o quedarnos, para gastar o compartir.

         El evangelio de hoy nos muestra el deseo hondo de Jesús. Por el cual se estremece su corazón al reconocer que se acerca a Jerusalén y que de alguna forma alborea: el reino de Dios.

         Por su causa dejó su hogar paterno allá en el cielo, pasó mil calamidades y gozos e invirtió cuanto era y tenía. Allá en el Jordán tuvo la tentación de usar cuanto era en beneficio propio y poder vivir con cierta tranquilidad, confortablemente. Pero decidió dejarlo aún lado, porque ¿de qué le servía vivir cómodamente si no vivía auténticamente? ¿O por qué reservarse algo de sí o renunciar a la vida tal cual es? Guardarse o reservarse algo era algo así como mojar la sal o esconder la luz que ardía en su interior.

         Algunos nos hemos encontrado metidos en este extravagante sueño de Jesús, nos reconocemos sus siervos y hemos recibido una misión invertir cuanto somos y hemos recibido en hacer brotar el Reino a nuestro alrededor. A veces nos cuesta reconocer los talentos que de él hemos recibido y no en pocas ocasiones sentimos la tentación de esconder lo que nos ha sido dado, de no ponerlo a fructificar y simplemente vivir. Dejad que la vida nos viva.

Loli Almarza

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         Jesús, tú te acercas a Jerusalén para ser crucificado por nuestros pecados. Sin embargo, muchos de tus discípulos piensan que tú has venido para instaurar un reino temporal, y que el momento de tomar el poder está cerca (pues "pensaban que el reino de Dios se manifestaría en seguida).

         Jesús, tú no has venido a instaurar un orden político. "Mi Reino no es de este mundo" (Jn 18, 36), vas a decirle a Pilato en pocas semanas. Has venido para redimirnos del pecado y abrirnos las puertas del verdadero reino de Dios. Y para que podamos alcanzar esta meta, nos das tu gracia divina: la mina que reciben los siervos de la parábola, y que han de hacer fructificar. Como decía Casiano:

"De nosotros depende corresponder con frialdad o con entusiasmo a ese impulso de la gracia. Según esto, merecemos el premio o el castigo en la medida en que hayamos cooperado a ese plan divino que su paternal providencia había concebido sobre nosotros" (Colaciones, III).

         Se entienden así aquellas palabras del obispo de Hipona, que suenan como un maravilloso canto a la libertad: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti". ¿Y por qué? Porque nos movemos siempre, cada uno de nosotros (tú y yo), con la posibilidad (la triste desventura) de alzarnos contra Dios, de rechazarlo (quizás con nuestra conducta) o de exclamar: "No queremos que reine sobre nosotros".

         Jesús, tú vas de camino a Jerusalén. Muchos de los que hoy te siguen y en breve te aclamarán diciendo: "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Lc 19, 38), acaban negándote a la hora de la verdad. Y cuando Pilato, mostrándote ante el pueblo, exclama "he aquí vuestro rey" (Jn 19,14), le contestan gritando: "Fuera, fuera, crucifícalo" (Jn 19, 15). Tal vez estarías pensando en ellos cuando hablas sobre la embajada de aquellos ciudadanos: "No queremos que éste reine sobre nosotros".

         Jesús, yo también tengo la posibilidad (la triste desventura) de alzarme contra ti, enterrando la mina de la gracia que me has conseguido al precio de tu sangre. Señor, no te apartes de mí, quiero hacer rendir los dones que me has dado, siendo fiel en lo poco. Quiero que seas mi rey, que reines en mi corazón, en mi inteligencia, en mis sentidos y en todo mi ser.

Pablo Cardona

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         Es más cómodo no hacer nada y luego buscar una buena excusa de por qué no hemos hecho nada. Sin embargo, para Jesús esto no funciona. Nos ha dado a cada uno ciertas capacidades para la construcción del reino de Dios (especialmente la gracia, que es a lo que parece referirse aquí Jesús) y debemos ponerlas a trabajar.

         Esto puede no ser muy sencillo, e incluso puede involucrar riesgos. Sin embargo, esos riesgos hay que correrlos. Yo estoy seguro que si el último siervo le hubiera dicho "Señor, puse a trabajar tu dinero, pero me fue mal y no solo lo perdí sino que ahora debes", el Señor lo hubiera amado, y hubiera cubierto hasta la deuda.

         No dudemos en poner a trabajar nuestras capacidades para construir un Reino en donde haya más paz, más justicia y más amor. Dios está con nosotros para hacer la parte difícil. Ánimo.

Ernesto Caro

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         Las manos se nos dieron para trabajar, para abrazar y para orar, y no para tenerlas metidas en los bolsillos. Es decir, para ser hombres, u hombres de verdad.

         La inteligencia se nos dio para dejarnos sorprender por la verdad de las cosas, y para conocerlas ordenadamente en su belleza propia y en su vinculación con el manantial de todo ser y vida (que es Dios). Y no para destruir la vida con malévolo ingenio. Es decir, para ser hombres, y hombres sociales.

         La voluntad se nos dio para que actuáramos con libertad responsable, apeteciendo el bien, no siendo esclavos de pasiones. Libre, de tus errores.

         La memoria se nos dio para que recordáramos con gratitud la mano creadora, el deber a cumplir, la caridad a llenar, el hambre a saciar... Amigos, os pido una cosa: que al final de vuestros días sigáis teniendo manos, y corazón, y mente, y estéis llenos de vida, amor, verdad y paz.

Dominicos de Madrid

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         El evangelio de hoy nos propone la Parábola de las Minas, sobre unas cantidades de dinero que un noble repartió entre sus siervos, antes de marcharse de viaje.

         Pero fijémonos en la ocasión que provocó la parábola de Jesús, porque se nos dice que él "iba subiendo a Jerusalén", donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Y en ese contexto, los discípulos "creían que el reino de Dios aparecería de un momento a otro" (v.11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola.

         Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son nuestros, de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir.

         Quienes han hecho rendir las minas (más o menos) son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, es el que es reprendido y condenado. El cristiano tiene que esperar el regreso de su Señor Jesús, pero con 2 condiciones si lo que quiere es que el encuentro sea amistoso.

         La 1ª condición es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la vuelta del Señor, porque éste vendrá, dice en otro lugar, "cuando menos lo pensemos". Esperemos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La 2ª condición es que no perdamos el tiempo, porque la espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente.

         Precisamente, porque la alegría del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.

Parroquia de San Roque

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         El evangelio que hoy se lee en la liturgia, y que cierra la sección de la caminata de Jesús a Jerusalén, consta de una parábola y de un dicho de Jesús, añadido al final.

         La parábola tiene gran semejanza con la de los talentos (Mt 25, 14-30), y ofrece una llamada a trabajar en el tiempo que falta hasta la venida del Señor. Un hombre que emprende un viaje reparte entre sus empleados 10 onzas de oro, y les pide que negocien con ellas durante su ausencia. A su vuelta, investiga lo que han hecho 3 de ellos.

         Los 2 primeros han hecho que la onza produjese. En premio, reciben el mando sobre 10 y 5 ciudades, respectivamente. Al 3º se le quita la onza, y ésta es entregada al que tenía 10.

         El mensaje está claro. Se trata de una exhortación a los discípulos para que estén vigilantes ante la venida del Señor y, mientras, saquen partido de lo que se les ha concedido gratuitamente. La recompensa por esta creatividad irá siempre más allá de lo estrictamente merecido. Con esta parábola Lucas pretende, una vez más, corregir la expectativa popular de una aparición inminente del reino de Dios.

         Tenemos que ser creativos hasta que el Señor vuelva. Él nos concede sus dones para seguir construyendo su proyecto del Reino. Hace de nosotros pequeños creadores. Puede que la cultura actual sea una fábrica de pasividad, pero los hombres y las mujeres seguimos siendo genéticamente creativos. Si no lo fuéramos moriríamos. Forma parte del equipaje con que venimos al mundo para enfrentarnos a este mundo complejo.

         ¿Qué es lo que descubrimos al investigar en qué consiste la creatividad humana? Que las respuestas nuevas hunden sus raíces en las respuestas aprendidas. Un pensador europeo decía que para tener mucha imaginación hay que tener mucha memoria, porque gran parte de las operaciones que llamamos creadoras se fundan en una hábil explotación de la memoria.

         Si esto es así, la desvinculación de las raíces, o la falta de profundidad, impide la creatividad, y la reduce a mera ocurrencia superficial. Cuando se elimina la memoria se elimina la creatividad profunda, y ese hueco hay que rellenarlo, entonces, con el disfrute, con el consumo.

         Tal vez el hedonismo ambiental sea sólo la búsqueda desesperada de una exaltación (fácil pero efímera) que pugna por ocupar el lugar de la exultación (ardua pero duradera) que podríamos haber logrado por la vía de la creatividad. Pero ¿cómo ser creativos cuando nos borran las huellas de la memoria, cuando nos quitan las herramientas del aprendizaje paciente?

         Para consumir basta con introducir una moneda en una máquina y extraer una lata de bebida. O apretar un botón del telemando y sintonizar un canal de televisión. Para crear es preciso cargar la memoria, adiestrarla, trabajar sobre ella. Tocar un instrumento musical exige horas interminables de ensayo. Muchos de los que empiezan se quedan a medio camino. Practicar bien un deporte requiere días de entrenamiento.

         Pero pocos resisten, y lo importante no es sólo la ascética de la resistencia, sino la constancia para realizar un buen equipamiento. Las muchas acciones de "usar y tirar" sobrecargan el psiquismo y no consiguen hacernos creativos. Hacer producir nuestras onzas de oro exige un entrenamiento constante y el coraje de asumir riesgos. Jesús alaba más la capacidad de arriesgarse y equivocarse, que los aciertos de quien permanece cómodamente instalado.

Confederación Internacional Claretiana

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         Los que caminan con Jesús van haciendo cuentas de lo que ocurrirá en Jerusalén, cuando éste llegue y (según ellos) derribe el poder establecido para imponer un nuevo gobierno. Pero Jesús no tiene la misma idea, y por eso les propone una comparación.

         La comparación de las 10 monedas contradice las ideas que sus seguidores tenían respecto al Mesías. Ellos esperaban un gobernante poderoso e invencible que desafiara al Sanedrín y expulsara a los romanos. La parábola, sin embargo, nos habla de un rey rechazado por su pueblo que se marcha a otro país. Al momento de irse, encarga su fortuna a 10 empleados. Cuando regresa los llama para que le den cuentas.

         Se presentan entonces 3 empleados, con actitudes diferentes. El 1º ha sabido aprovechar los recursos y los ha multiplicado; el 2º con esfuerzo ha quintuplicado el valor original; y el 3º se presenta para desafiar la autoridad del rey con una actitud negligente y despectiva.

         Este último empleado estima en poco la confianza que en él ha depositado el rey, y fanfarronea con los defectos del gobernante. La respuesta del rey no se hace esperar: el negligente perderá todo, y el diligente incrementará el patrimonio.

         Esta parábola se aplica a los seguidores de Jesús. El Maestro ha confiado a su Iglesia unos ministerios, unos dones. Algunos los hacen fructificar en servicios, solidaridad y fortalecimiento de las organizaciones eclesiales. Otros, sólo esperan que su ministerio les sirva como un simple título de prestigio.

         Al final, todos son llamados a rendir cuentas. Los que hicieron del ministerio un camino para hacer crecer el Reino y para producir frutos de solidaridad verán el fruto de sus buenas obras. Los que fueron negligentes con su ministerio y lo sepultaron bajo toneladas de pereza y apatía, verán cómo su nombre desaparece de entre la comunidad.

         La parábola nos dice que no podemos esperar únicamente un Mesías de gloria, que dé nombre y lustre a sus seguidores. Debemos esperar a un Maestro preocupado de que sus discípulos crezcan y produzcan los frutos del reino de Dios: servicio, solidaridad y justicia.

Servicio Bíblico Latinoamericano