25 de Noviembre

Sábado XXXIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 noviembre 2023

a) 1Mac 6, 1-13

           Antíoco IV de Siria había hecho una expedición a Oriente para conseguir dinero (1Mac 3, 37), pero no pudo realizar su propósito. Y conocedor del tesoro de un Templo de Elimaida (que no era una ciudad, sino la región montañosa de Elam, al norte del Golfo Pérsico), intentó inútilmente apoderarse de él. De este hecho hablan también otros autores extrabíblicos (2Mac 9, 2), que sitúan el templo en Persépolis. 

           Durante su viaje de regreso a Babilonia, le llegan noticias a Antíoco IV de los acontecimientos de Israel, donde tampoco las cosas parecen ir bien, ni militar ni políticamente. Su ejército griego había sufrido diversas derrotas, y la helenización de Jerusalén había fracasado. Y Macabeos hace de estas noticias la causa principal de que Antíoco IV Epífanes, al final de su vida, fuera más que antes el Epimames (lit. el Loco). 

           Siguiendo la costumbre de los historiadores de la época, el autor de Macabeos pone un discurso en boca del rey poco antes de morir, a forma de examen de conciencia. Y éste viene a reducirse a las ofensas hechas a los judíos, desde un punto de vista judío que veía en la muerte del tirano un castigo divino. Esto mismo piensa Polibio, que cambia el dato de dañar la divinidad judía por haber dañado la divinidad de Elimaida, en cuyo templo había querido robar el tesoro.

           No sabemos el motivo por el cual la regencia, que había sido conferida a Lisias (1Mac 3, 33), pasa en el último momento a Filipo (el hermano de leche del rey), a quien da las insignias reales (símbolo de la autoridad). En el 163 a.C. es finalmente elegido nuevo rey el hijo de Antíoco IV de Siria, con 9 años y en la ciudad de Antioquía: Antíoco V Eupátor (lit. de buen padre).

           Decíamos en otra ocasión que para el autor del 1º libro de Macabeos la historia no es un fin, sino un medio. En el texto de hoy lo comprobamos al ver cómo interpreta algunos acontecimientos y la falta de exactitud en otros. No quiere darnos una fotografía de lo que ha pasado, sino pintarnos un cuadro en el que resalta la visión religiosa de la historia. Visión que con frecuencia los hombres olvidamos.

Josep Aragonés

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           Varios detalles del relato de la muerte de Antíoco IV de Siria, perseguidor de los judíos, son ciertamente históricos. Las biografías de este rey han relatado el recuerdo de los "pillajes de templos" que llevó a cabo para sacar a flote su tesoro. Su enfermedad y su muerte han sido interpretadas como un castigo divino. Nadie se ríe de Dios, impunemente.

           Según el autor de Macabeos, "al conocer las derrotas de sus ejércitos, quedó el rey consternado, presa de intensa agitación y cayó en cama, enfermo de pesadumbre". Éste es el perseguidor, éste es el verdugo que sin escrúpulo ordenaba degollar a siete hijos en presencia de su madre. Hay una especie de sabiduría elemental popular que estima que el malo pagará su culpa. Esta actitud no es demasiado limpia, un sentimiento de venganza se mezcla en ella.

           En efecto, el rey sintió que iba a morir: llamó a sus amigos y les dijo: "Huye el sueño de mis ojos. He sido bueno y amado mientras fui poderoso. Pero ahora caigo en cuenta de los males que hice en Jerusalén".

           Esta es la misericordia de Dios. El hombre malo paga su deuda, pero este pago lo purifica y hace que sea mejor. ¡Cuán emocionante es esa confesión del perseguidor! ¿Sabemos dar a todos una oportunidad de conversión, en lugar de encerrarles para siempre en su mal? Danos, Señor, a nosotros también ser conscientes de nuestro mal. Pienso en los responsables de los juicios sumarísimos y de todos los campos de concentración.

           Pero sigamos con la confesión de Antíoco IV Epífanes, porque también nos dice que: "Reconozco que por esta causa me han sobrevenido los males presentes y muero de profunda pesadumbre en tierra extraña".

           No nos agrada meditar sobre la justicia de Dios. Sin embargo, somos muy exigentes desde el punto de vista de la justicia, cuando se trata de nosotros, o de lo que nos atañe más directamente.

           Jesús nos ha pedido no juzgar a los demás. Pero en cambio nos pide que nos juzguemos a nosotros mismos. No se trata de condenar a cualquiera ni a fulminarle con la justicia de Dios: sería esto todo lo contrario al evangelio. Hay que desear la conversión de todos, incluso de los peores.

           Y puede ser saludable ponernos, nosotros mismos, seriamente, frente a la justicia de Dios, diciendo: "Reconozco que soy pecador, Señor. Pero sé todo cuanto tú has hecho para salvarnos. Y cuento con tu amor misericordioso".

           Este es el sentido del purgatorio. Es inútil querer imaginar el purgatorio como un lugar horroroso. Es más bien como "una maravillosa y última oportunidad dada" por Dios, para una purificación total y una toma de conciencia: "Reconozco que soy pecador, sáname". Que las almas de los fieles difuntos descansen en paz.

Noel Quesson

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           Acabamos la lectura de la historia de los Macabeos con el relato de la muerte de Antíoco IV de Siria, el impío rey que les había perseguido. Otro ejemplo de cómo en el AT los autores sagrados leían la historia desde la perspectiva de la fe. Aquí ponen en labios del mismo Antíoco IV, moribundo y abandonado de todos, unas confesiones que servirán de lección y escarmiento a todo aquél que quiera arrogarse el protagonismo, rebelándose contra la voluntad de Dios.

           Son palabras patéticas: "El sueño ha huido de mis ojos, y me siento abrumado de pena. Ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí, y reconozco que por eso me han venido estas desgracias".

           En la ruina de Antíoco IV seguramente intervinieron otros factores de ineptitud humana y estratégica. Pero también le pasó factura la arrogancia con que se portó con Dios y con todos los demás. Se cumple, una vez más, lo de que Dios "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". María de Nazaret lo dijo, en su Magnificat, precisamente hablando de la historia de su pueblo.

           La lección no es sólo para los poderosos de la tierra que se han burlado de todos y se dedican al pillaje y la corrupción, para luego pagar las consecuencias. En nuestra vida personal, en una escala mucho más reducida, ¿no tenemos que pagar a veces nuestros propios caprichos, que, a la corta o a la larga, pasan factura?

           Nos permitimos cosas fáciles y de resultados brillantes, pero que no van en la dirección justa, sino por caminos equivocados. No parece que pase nada. Pero luego vienen las consecuencias: sinsabor de boca, sensación de vaciedad, y el miedo a presentarnos delante de Dios con las manos vacías. Como decía Martín Descalzo, "sería una lástima presentarnos delante de Dios con una cesta llena de nueces, pero todas vacías". Entonces ¿para qué hemos vivido?

           Es una invitación a ir trabajando con perseverancia, con una fidelidad hecha de detalles pequeños pero llenos de amor. Sin buscar glorias falaces ni dejarnos llevar por nuestros caprichos. El que ha sido fiel en lo poco será premiado con mucho. Y podrá decir con serena alegría el salmo responsorial de hoy:

"Te doy gracias, Señor, de todo corazón, me alegro y exulto contigo, porque mis enemigos retrocedieron. Tú reprendiste a los pueblos, destruiste al impío, y los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron. Yo gozaré, Señor, de tu salvación".

José Aldazábal

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           En el libro de Macabeos se describe el final de la vida de Antíoco IV de Siria ,como momento de gran turbación interior, con remordimiento por su conducta para con Iarael y otros pueblos. Lo cual, a los ojos del autor sagrado, es justo castigo por sus inquidades.

           "Por mis males me han venido estas desgracias". Esas palabras brotan de la conciencia del rey Antíoco IV Epífanes, al final de sus días, según el relato del libro de los Macabeos. Cuando las pronunció su mente no descansaba y recreaba con tristeza su personal historia cargada de maldades.

           La memoria le presentaba a la vez imágenes de triunfos, de derrotas, de profanaciones y burlas, y en él todo entraba en crisis. El autor sagrado acentúa intencionadamente un detalle: "Ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que allí había, y provocando con mis gentes el exterminio de los habitantes de Judea. Por eso me han venido estas desgracias".

           La conciencia no puede dejar tranquilos a quienes hicieron el mal a los inocentes. Tal vez uno pueda dedicarse de un modo inconsciente a "disfrutar la vida" a costa de hacer sufrir a otras personas. Al final se volverán, incluso los sueños, contra uno mismo. Más aún, la conciencia hará que el sueño desaparezca y que la vida se sienta oprimida por los atropellos cometidos, de tal forma que el nerviosismo, e incluso la locura, podrían afectar a esas mentes depravadas.

           En medio de todo, y a pesar de todo, Dios dará a esa persona una oportunidad a reconocer su propio pecado. Pero no puede quedarse ahí; si quiere que la salvación llegue a ella, debe pedir perdón, y Dios, rico en misericordia, tendrá compasión de él, pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

           Si nos sabemos pecadores, sepamos pedir a Dios perdón a tiempo. Y pedir perdón no sólo consiste en confesar nuestros pecados, sino en iniciar un nuevo camino, con un nuevo rumbo, donde, guiados por el Espíritu Santo, dejemos de obrar el mal y pasemos haciendo el bien a todos.

Dominicos de Madrid

b) Lc 20, 27-40

         Una vez que Jesús ha hecho enmudecer a los fariseos, los saduceos se envalentonan y tratan, también ellos, de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenecía la aristocracia judía y la mayoría de los sumos sacerdotes.

         Dentro del entramado social judío, los saduceos eran los portavoces de las grandes familias ricas, que vivían y disfrutaban de los copiosos donativos de los peregrinos y del producto de los sacrificios ofrecidos en el templo. El tesoro del templo, que ellos custodiaban y administraban, venía a ser como la banca nacional. No hay que confundirlos, por tanto, con la casta de los fariseos, formada por los simples sacerdotes, mucho más numerosa y más bien pobre.

         A los saduceos no les interesaba en absoluto que se hablara de una retribución en la otra vida, puesto que ya se la habían asegurado ellos en el presente. Por eso Lucas se refiere a ellos como "los que niegan que haya resurrección" (v.27). Eran unos materialistas dialécticos, y se dedicaban a contradecir la expectación farisea en una vida futura donde se realizara el reino de Dios prometido a Israel.

         Pues bien, también los saduceos quisieron ridiculizar la enseñanza de Jesús, en este caso sobre la resurrección de los justos (Lc 14, 14). Y para ello se inventan un caso irreal sobre una mujer que, conforme a la Ley del Levirato, se había casado sucesivamente con 7 hermanos (Dt 25, 5) por el hecho de haber muerto uno tras otro. ¿De quién sería mujer si existiese la resurrección de los muertos? Nos hallaríamos, arguyen insidiosamente, ante un caso de flagrante poliandría.

         La respuesta de Jesús sigue 2 caminos. En 1º lugar, Jesús no acepta que el estado del hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es necesaria en este mundo, pues multiplica la raza humana y las inmensas posibilidades que ésta lleva en su seno. Es el momento de la individualización, con nombre y apellido, de los que han de construir el reino de Dios.

         Pero en el siglo futuro no existirá la muerte, ni por ello será necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la procreación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel distinto, al propio de los ángeles ("serán como ángeles"), y en él dejarán de tener vigencia las limitaciones inherentes a la creación presente.

         No se tratará de un estado extraterrestre o galáctico, sino de una nueva condición, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y tiempo. Como recalca Jesús, "por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios" (v.36).

         En 2º lugar, Jesús apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los mismos escritos de Moisés, de donde querían sacar sus adversarios sus capciosos argumentos. Se lo dice con claridad: "Y que resucitan los muertos, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llamó Señor al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (Ex 3, 6). Dios "no es un Dios de muertos, sino de vivos" (vv.37-38).

         La promesa hecha a los patriarcas sigue vigente, por tanto, pues de lo contrario Moisés no habría llamado "Señor de la vida" al Dios de los patriarcas, si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos, pues "Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos". De hecho, los primeros cristianos eran tildados de ateos ("los sin Dios") por la sociedad romana, porque no profesaban una religión basada en el culto a los muertos, ni en sacrificios expiatorios ni en ídolos insensibles.

Josep Rius

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         Jesús está ya en Jerusalén y se pone a enseñar al pueblo, a pesar que las autoridades judías lo están continuamente acechando, tanto los sumos sacerdotes, escribas y ancianos del Sanedrín (vv.1-26) como después los saduceos (vv.27-40) y los escribas (vv.41-47).

         En el v. 20 es donde se nos da el clima que se respira en torno a Jesús: "Quedándose los sumos sacerdotes y escribas al acecho, le enviaron unos espías, que fingieran ser justos para sorprenderle en alguna palabra y poder entregarlo al poder y autoridad del procurador". En todo momento, quieren verle preso ya, aunque de momento no pueden a causa del pueblo, que tenía a Jesús por profeta.

         Jesús se enfrenta hoy con los saduceos, en la única ocasión en que éstos aparecen en el evangelio de Lucas. Los saduceos conformaban el Partido Aristocrático de Israel, y casi todos ellos pertenecían a la élite legal sacerdotal, a la que dominaban. Negaban la vida en el más allá, y sobre todo negaban la resurrección. Por eso llegan hoy hasta Jesús, y le presentan uno de los casos más retorcidos de la ley para reducirlo a lo ridículo y absurdo.

         Llama la atención la calma y dignidad de Jesús, a la hora de responder las consultas saduceas. Sobre todo porque en esta ocasión decide vestirse de maestro sabio de la ley, más que mostrar la postura de un profeta indignado y airado. Jesús cita las Escrituras como buen rabino judío, y omite lo que en otra ocasión les dirá con más dureza ("estáis en un error, por no entender las Escrituras y el poder de Dios" (Mt 22, 29). Ésa era la situación exacta de los saduceos: que no habían entendido las Escrituras, ni creían en el poder de Dios.

         En su respuesta a los saduceos, Jesús da testimonio de la fe en la vida futura y en la resurrección, y viene a recordar que los que resuciten (a la vida) serán solamente aquellos que hayan sido dignos de la resurrección. Es decir, habrá una resurrección (a la vida) de los justos, y no de los injustos, y aquéllos vivirán como ángeles y serán hijos de Dios.

         Al decir que "serán como ángeles", Jesús no está negando la condición corporal de los resucitados, porque tampoco explica cómo son los ángeles. En lo que sí pone el acento es en que no morirán, viniendo a decir que serán los amigos de Dios, y que si Dios es "un Dios de vivos", dicha amistad será real y vital. En este caso, "para siempre".

Juan Mateos

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         Los saduceos se acercan hoy a Jesús para interrogarlo sobre la resurrección de los muertos. Los saduceos conformaban un partido formado por las familias burguesas de Jerusalén, próximas al templo y conservadores en materia religiosa. No obstante, negaban la resurrección, y trataban de corroborar su postura con el AT.

         Lo que los saduceos pretenden, por tanto, es ridiculizar la resurrección de los muertos, y no a Jesús. Y para ello aluden a la Ley del Levirato (Dt 25, 5-10), por la cual el hermano de un difunto se casaba con su viuda para impedir que los bienes de la familia fuesen a parar fuera de ella, aparte de dar descendencia y continuidad familiar y legal a su hermano.

         Ante la inquietud de los saduceos, Jesús responde afirmando que la resurrección no es una simple continuación de la vida, sino una vida nueva y distinta, con unas cualidades (plenitud) que difícilmente podemos comprender desde nuestras realidades cotidianas, sino desd el poder de Dios.

         Para probar la resurrección, Jesús cita un texto del Exodo: "Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Ex 3, 6), y ¿qué significa eso, sino que es "un Dios de vivos, y no de muertos"? Dios es un Dios de vivos, que ha confirmado en la vida a Abraham, a Isaac y a Jacob. Pero esto es algo que los saduceos no creen, les recuerda Jesús, porque "no creen en el poder de Dios" para resucitar de la muerte.

         Por eso, porque los saduceos no tienen ni idea de quién es Dios, ni aceptan su reinado, no tienen derecho ni autoridad para juzgar la práctica de Jesús. Además, sus intereses prejuician y tratan de reinterpretar la Escritura, y eso es lo que los ha extraviado, y les ha hecho patinar del camino. Los fariseos, que eran enemigos (y envidiosos) acérrimos de los saduceos, se alegran en esta ocasión de que Jesús haya reducido al silencio a sus adversarios.

Fernando Camacho

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         Unos saduceos ("los que negaban la resurrección") se acercan hoy a Jesús. Los saduceos conformaban la asociación de las familias nobles y sacerdotales de Israel, y desde el punto de vista teológico eran conservadores, al rechazar toda evolución del judaísmo. Por ejemplo, no admitían algunos libros recientes de la Biblia (como el libro de Daniel), y permanecían anclados en las viejas concepciones que no creían en la resurrección.

         Pues bien, los saduceos le dicen hoy a Jesús: "Maestro, Moisés nos dio esta ley: Si un hombre tiene un hermano casado que muere dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Resultó que eran siete hermanos. Pues bien, en la resurrección de esa mujer ¿de quién será la esposa?".

         Para atacar la creencia en la resurrección, los saduceos aportan una cuestión doctrinal que las escuelas rabínicas discutían desde hacía tiempo. Análogamente, nosotros nos entretenemos también a veces en cuestiones insignificantes o insólitas, que no tienen salida ni la van a tener.

         Jesús les responde: "En esta vida los hombres y las mujeres se casan. En cambio, los que sean juzgados dignos de la vida futura, y de la resurrección, no se casarán, porque ya no pueden morir. Serán como ángeles y serán hijos de Dios".

         Los judíos del tiempo de Jesús, sobre todo los fariseos (opositores de los saduceos), concebían la vida del más alla (la de los resucitados) como una simple continuación de su vida terrestre. Y por eso Jesús, con la fórmula empleada, imprime a este contenido de fondo un cambio radical. Opone "este mundo" y "el mundo futuro", el mundo en el que la gente se muere y el mundo en el que no se muere más, el mundo que se casa y engendra nuevos seres y el mundo en que no se casarán ni se engendrarán.

         Para ilustar a los saduceos, Jesús les muestra uno de los libros de la Biblia más antiguos, cuya autenticidad reconocían todos. Y con él les dice: "En cuanto a que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés, cuando llamó al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob" (Ex 3, 6). No es un Dios de muertos, concluye Jesús, sino "un Dios de vivos", porque "para él todos viven".

         La afirmación está clara, y netamente aporta certezas de la resurrección, porque si Abraham (o Isaac, o Jacob) estuviese muerto, esa fórmula sería irrisoria. Y eso es lo que hace exaltar a Jesús, cuando concluye que "Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen vida en él".

         Nuestros difuntos son seres vivos, porque viven en Dios. No obstante, para creer esto es preciso creer en Dios. Es preciso creer que Dios nos creó para que existiésemos y no para que muriésemos a los 4 días. Es decir, que nos creó para la vida, a través de toda clase de maravillas que posibilitan la vida. Él quiso crear seres vivos, y no almacenes de muertos ni cementerios llenos de cadáveres.

         Entonces intervinieron algunos escribas, diciendo: "Bien dicho, maestro". Y no se atrevieron a hacerle más preguntas.

Noel Quesson

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         La burla sobre el tema de la resurrección, que nos brindan hoy los saduceos en el pasaje de Lucas, abre la perspectiva de una nueva forma de imaginar la vida después de esta vida. Por supuesto, la novedad viene de Jesús, y dicha vida del más allá no será como pensamos, ni una simple prolongación de esta vida.

         La vida futura no será una prórroga otorgada por Dios para que remediemos nuestros entuertos, ni la resurreción será la puerta que abra paso a ese estilo de vida. No. La vida futura será una vida distinta, y la resurrección será un hecho excepcional de Dios para quienes se merezcan esa nueva vida. Por supuesto, Dios es "un Dios de vivos", y detesta la muerte y la ideología de la muerte. Pero así son las cosas.

         Estamos demasiado rodeados de muerte, y a veces podemos engañarnos pensando que "no hay salida". Por supuesto, no hay salida para este mundo, pero sí la hay para Dios, que fue quien creó este mundo. Dios es el autor de "sí hay salida" y del sí hay vida, porque él es un Dios vivo. Si él tuvo la 1ª palabra (al crear todas las cosas vivientes), también él tendrá la última palabra (para sacar vida de la muerte. Sí hay salida.

Luis de las Heras

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         La palabra de Dios de hoy nos habla del tema de la resurrección de los muertos, de la cual habló Jesús a consecuencia de las preguntas inútiles y fuera de lugar que se planteaban a sí mismos los fariseos, al querer solucionar las cosas del más allá con los criterios del más acá.

         Respecto a dicho tema, Jesús nos deja claro que el mundo futuro será diferenteal mundo presente, y nos dice que "los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo, y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido" (v.35). Es decir, que si partimos de criterios equivocados, y seguimos caminando por ellos, llegaremos a conclusiones erróneas. A no ser que reenfoquemos correctamente la pregunta.

         Si nos amáramos más y mejor, no nos resultaría extraño que en el cielo no haya amores exclusivistas, por ejemplo. Ni que allí tampoco existan las envidias y recelos, o esposos y esposas, o excepciones y discriminaciones, o cuestiones de lengua, nación, raza o cultura. ¿Y por qué? Porque como decía San Paulino de Nola, el "amor, si es verdadero, alcanza cada vez mayor fuerza".

         Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura, que salen de los labios de Jesús. Nos hacen bien porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan tiempo ni para pensar, ni para formular adecuadamente preguntas, sino tan sólo para asaetearnos e imbuirnos de la cultura ambiental (que parece olvidar la vida eterna), llegáramos a poner en duda lo más esencial, que es el origen de la vida y el destino de la vida.

         Sí, nos hace un gran bien que el Señor nos diga que hay un futuro más allá de este cuerpo caduco y de este mundo que pasa. Y que nos diga que "los muertos resucitan", como ya indicó también Moisés en lo de la zarza, cuando llamó al Señor "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". ¡Qué satisfacción! Dios no es un Dios de muertos, sino "un Dios de vivos", porque "para él todos viven" (vv.37-38).

Ramón Corts

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         Se suele llamar "trampa saducea" a las preguntas que no están hechas con sincera voluntad de saber, sino para tender una emboscada para que el otro quede mal, responda lo que responda.

         Los saduceos pertenecían a las clases altas de la sociedad. Eran liberales en algunos aspectos sociales (la conciliación con los romanos), pero se mostraban muy conservadores en otros. Por ejemplo, de los libros del AT sólo aceptaban los libros del Pentateuco (la Torah), y no las tradiciones de los rabinos. No creían en la existencia de los ángeles y demonios, y tampoco en la resurrección.

         Al contrario que los saduceos, los fariseos sí creían en todo esto, y se oponían a la ocupación romana. Por tanto, no nos extraña que cuando Jesús confunde con su respuesta a los saduceos, unos letrados le aplaudan diciendo: "Bien dicho, Maestro".

         El caso que los saduceos presentan a Jesús, un tanto extremado y ridículo, está basado en la Ley del levirato (Dt 25), por la que si una mujer quedaba viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tenía que casar con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano.

         La respuesta de Jesús es un prodigio de habilidad en sortear trampas. Lo 1º que reafirma es la resurrección de los muertos y el destino de la vida, cosa que negaban los saduceos. Y por eso les dice: Dios nos tiene destinados a la vida, sobre tod a los que "hayan sido juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de muertos, sino de vivos", concluye Jesús.

         Pero la vida futura será muy distinta a la vida actual. Será una vida nueva, en la que no hará falta casarse ni tantas otras cosas de aquí abajo, pues "ya no se podrá morir, y se será como ángeles e hijos de Dios, a través de la resurrección". Ya no hará falta esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida, o el amor, ya no tendrán fin.

         Aunque la otra vida, que es la transformación de ésta, siga siendo también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos viene de Cristo. Él no nos explica cómo sucederán las cosas, pero sí el qué sucederá, recordando que la muerte no tiene la última palabra, sino Dios, ese Dios que quiere comunicar vida y hasta su misma vida, para que muchos "sean hijos de Dios".

José Aldazábal

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         Jesús no se enoja hoy con los saduceos, sino que les da una respuesta luminosa que les abre los ojos a la verdad y a la vida divina, a través de una resurrección capaz de librar de la muerte. Los humanos somos criaturas de Dios, y como tal estamos llamados a un destino eterno, de vida y amor. Es lo que nos recuerda Jesucristo, el mediador entre Dios y los hombres. Como dice el Catecismo de la Iglesia:

"Hay un doble aspecto en el misterio pascual. Por su muerte, Cristo nos libera del pecado, por su resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve la gracia de Dios a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros vivamos una nueva vida. Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial, porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo" (CIC, 654).

         Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven. Dios es vida, y el creador de todo cuanto existe vitalmente. Si nosotros somos sus hijos, participamos de su misma vida y de su amor. Nuestra fe es, por tanto, una fe viva.

         Nuestra vivencia no debe limitarse sólo al cumplimiento frío de una serie de reglas y normas morales, sino que debe ser la misma vida y amor de Dios fluyendo por nuestras venas. Quien no ama no se parece a Dios, ni cumple con su misión, ni realmente está en el camino de la vida, porque "Dios es amor" (1Jn 4, 8).

         Hoy en día se habla mucho de lo que nos espera después de la muerte, y se escucha de todo: que nos vamos a reencarnar, que nos vamos a convertir en plantas, que nos vamos a encontrar perdidos en el universo, etc. Pero se habla muy poco de la maravillosa creación gestada por Dios y del destino amoroso de Dios a todas las cosas creadas. ¡Qué pena y que hipocresía!

         Recordemos que los hombres habremos de morir, y que seremos juzgados sobre la vida que hemos llevado. Y que al final de los tiempos resucitarán los muertos (CIC, 1022 y 1038). No hay reencarnación después de la muerte, no hay fusión con el universo. Sólo hay resurrección a la vida o muerte eterna. Pidamos a Dios que todos podamos alcanzar esta lógica más elemental.

         Lo que hay que plantarse a reflexionar es la resurrección de Jesús, porque eso lo cambiaría todo y estaría aludiendo a una vida resucitada. Estamos acostumbrados a ver la vida desde la perspectiva humana, e incluso a una vida sin Dios. A todo le queremos dar una explicación humana, y hemos dejado a un lado lo sobrenatural de nuestra existencia. Pero hay cosas que la mera capacidad humana no puede explicar, y no hay motivo por el que cerrar la puerta al nivel sobrenatural.

         En todos los tiempos han existido personas que no han querido creer, ni aceptar lo que viene de Dios y no de su corta inteligencia. Y así van las cosas, porque ni siquiera el funcionamiento del universo es capaz de ser entendido por la mente humana, y mucho menos el cómo y por qué Dios de la creación de Dios.

         Muchas personas que no han sabido (o querido) vivir la fe, han tratado de justificarse a través de reflexiones rebuscadas que no buscaban sino eludir la cuestión de Dios. Y han tratado de convencer al resto que ellos eran los que tenían razón, y no Dios. Tal es el caso de estos saduceos del evangelio de hoy, que quieren confundir a Jesús. Hay que tener cuidado cuando escuchemos a estas personas, porque lo que quieren es enredar con sus palabras, y alejar lo más posible la respuesta adecuada a través de preguntas inadecuadas. Por supuesto, para ellos ni hablar de Dios, ni del amor de Dios.

Bruno Maggioni

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         La fe cristiana es una actitud humana compleja, que implica varias dimensiones y desempeña diversas funciones. La fe es el fundamente de la esperanza (creemos, y por eso esperamos), y la esperanza es el horizonte de la fe (esperamos, y por eso creemos). No obstante, la actitud creyente se basa en el testimonio de Dios, lo que él mismo nos ha dicho, y nos ha comunicado, y nos ha hablado.

         Antes de fijarnos en lo que Dios dice, es importante caer en la cuenta de que Dios habla y da testimonio de sí mismo. Y de que se dirige a nosotros y nos interpela. Es el Dios vivo y personal, el Dios de la historia, y su presencia ha dejado hasta huellas históricas, en Abraham, en Isaac, en Jacob... y en cada uno de los vivientes. Es el Dios de los vivos.

         Jesús lee hoy a los saduceos del evangelio la teofanía de la zarza, y lo hace de una forma nueva al descubrir en ella una nueva revelación y sentido: la resurrección de los muertos. Así responde Jesús a la cuestión casuística de los saduceos, esos que "no admiten la resurrección de los muertos" a través de argumentos pintorescos. La respuesta de Jesús insiste en la novedad de la resurrección, y en que la vida resucitada alberga categorías diferentes.

         Además de este fundamento básico, la fe cristiana tiene otras importantes funciones. Libra de la autosuficiencia, destruye la ignorancia, cura las heridas de las fracasos. La fe en el "Dios de vivos" tiene fuerza en sí misma para vencer el temor a la muerte, tiene luz para iluminar la oscuridad de la vida, tiene coraje para superar las incertidumbres paralizantes, lucha por cambiar este mundo y convertirlo en un mundo mejor.

         La fe cristiana es confianza en ese Dios que hace posible lo que parece imposible, que cumple sus promesas y que resucita a los muertos, aunque sea por caminos desconocidos para nosotros.

Bonifacio Fernández

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         La resurrección era un tema controvertido entre los judíos, y sobre ello no habían logrado configurar ningún dogma, dadas las discrepancias entre unos y otros. De hecho, en época de Jesús había quienes la rechazaban frontalmente (los saduceos) y quienes estaban convencidos de ella (los fariseos). También San Pablo utilizará el argumento de la resurrección para enfrentar a las facciones judías, cuando éstas le llevaron a los juzgados de Ananías (Hch 23, 6-9).

         Creer o no creer en la resurrección da lugar a estilos de vida muy diferentes, entre los que buscan la felicidad en esta tierra y quienes tienen sus ojos puestos en la eternidad. Pero vamos a detenernos en el punto que origina la discusión: ¿Habrá matrimonios en el cielo? Interesante pregunta, porque ello nos lleva a profundizar en el fin último del matrimonio.

         Cuando un hombre y una mujer se casan, movidos por un amor auténtico, buscan sobre todo vivir felices en pareja y formar una familia. Y por eso no escatiman los detalles que les puedan hacer la vida más agradable: un beso, un regalito, una atención, o unos momentos de diálogo íntimo.

         Pero si realmente quieren dar lo mejor de sí a la persona amada, no se quedarán tan sólo en lo pasajero (el regalito, la caricia...), sino que querrán darle el bien máximo: su amor. Pues bien, Dios es el amor supremo, y por eso sería un buen regalo de pareja ofrecer a la otra parte a Dios. Ese sería el mejor regalo que pueden hacerse unos esposos: procurar por todos los medios que la otra persona tenga a Dios. Porque Dios es el bien mismo, y la fuente de toda felicidad.

Clemente González

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         ¿Qué pasará después de la muerte? ¿Seguiremos viviendo? ¿Qué pasará y habrá más allá? Contestémoslo de forma tajante: No reviviremos, ni volveremos a la vida que tuvimos en este mundo. Si algo sucede, ese algo será que resucitaremos. Pero no en esta ni para esta vida, sino para el más allá. Es decir, a una vida nueva y distinta a la que tuvimos aquí. Es lo que nos explica hoy Jesús: "Seremos resucitados, como ángeles y elevados a hijos de Dios".

         Entonces quedaremos libres de todo lo que nos ataba aquí en la tierra (matrimonio, llanto, muerte, sentimientos, sexualidad...). Pero esto sucederá, añade Jesús, para "los que hayan sido considerados justos". Es decir, para quienes unieron su vida al Señor, para quienes lucharon y se esforzaron con gran amor, para los que supieron renunciar a lo suyo por los demás, para los que pusieron su meta en el Señor.

         Gozar de Dios es nuestra vocación, así que no queramos trasladar a la eternidad las categorías terrenas. Al contrario, vivamos las categorías terrenas desde la eternidad, peregrinando como hijo de Dios y siendo responsables por este mundo, para que sean muchos los llamados y los "considerados justos" de la eternidad.

José A. Martínez

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         Los saduceos negaban la resurrección de los muertos y la existencia de los ángeles, y con esta premisa se acercan a Jesús para poner a prueba sus habilidades, intentando ridiculizarlo por medio de un ejemplo: una viuda sin hijos, que sucesivamente contrae matrimonio con 7 hermanos.

         En la supuesta resurrección, y sobre quién será el verdadero marido, este grupo sectario, formado por aristócratas y sacerdotes (quizás desde el tiempo del rey David), desechaba la esperanza mesiánica y buscaba tan sólo el poder político. De ahí su vinculación con los romanos, y su enfrentamiento con los fariseos.

         El fin biológico de la vida humana es un dato empírico, así como también lo es que cada día acaban muchas personas en los hospitales y cementerios. ¡Cuántos pensadores y filósofos han intentado dar una respuesta a este enigma de la vida y de la muerte! ¿Es la vida un final o un principio? Y tras la muerte, ¿nos espera el vacío o una vida diversa? ¿Nos engullirá la aniquilación total, o sufriremos una transformación? ¿Qué hay al final de este peregrinar doloroso y feliz de la vida?

         Las respuestas al interrogante de la muerte son tan variadas como las cuestiones: miedo, silencio, tabú, hedonismo, fatalismo, pesimismo, rebeldía, nausea existencial, el absurdo, etc. Pues bien, hubo una persona que puede dar algo de luz: Jesucristo resucitado. Porque si Jesucristo resucitó, el asunto está cerrado.

         Pero volvamos al pasaje evangélico, porque en su respuesta a los saduceos, Jesús afirma rotundamente que "Dios no es de muertos, sino un Dios de vivos", porque para él "todos están vivos". ¿Qué más necesitamos para creer que esta vida no termina, sino que se transforma?

         A la luz de la resurrección, el cristiano experimenta que la muerte del hombre, a pesar de sus esfuerzos por una inalcanzable inmortalidad, no es un sinsentido, ni un absurdo existencial. Al contrario, la muerte es el final de un trayecto, el paso de lo humano a lo divino. Y si no, recuérdese lo de Jesucristo resucitado, como ejemplo de superación de la muerte.

         ¡Qué alegría debemos sentir, y cómo debe aumentar nuestra fe! Hay que saber vivir, mirando siempre hacia ese grandioso horizonte que nos espera, con las maletas preparadas por si acaso eso sucede ahora. Cuando los hombres nos fallen, o cuando la persecución asome a nuestra puerta, lo único que nos sostendrá será la figura adorada y real de Jesucristo resucitado, pues el día de mañana nosotros "seremos semejantes a él, y le veremos tal cual es". La verdadera amistad comenzará, pero no en esta tierra.

Gaspar Mora

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         A modo de burla, los saduceos tratan de ridiculizar hoy ante Jesús la creencia en la resurrección, con una tonta historia sobre una mujer que se había casado hasta 7 veces. Jesús toma nota de ese argumento que le ofrecen, y no sólo para reafirmar la resurrección sino para enseñarnos algo más que nosotros no sabíamos, sobre el destino del ser humano.

         La parte más impresionante de las palabras de Cristo, a mi forma de ver, es aquella en la que dice: "No se casarán, pues ya no pueden morir" (v.36). En efecto, ¿hay algo muy profundo que la naturaleza del matrimonio? Pero analicemos el término pues del texto griego, entre "no se casarán" y "no podrán morir". ¿Significa eso que la razón por la que no hay matrimonio en el más allá es que no hay muerte? Yo creo que no, y lo explico.

         El matrimonio es una unión humana "hasta que la muerte lo separe". Es decir, es un remedio divino, ante la muerte y hasta que llegue la muerte.

         Es un remedio "ante la muerte" porque, si no se engendraran matrimonialmente hijos, la especie humana estaría acabada. Es decir, en el mismo momento en que surgió la muerte, Dios creó el sistema matrimonial de subsistencia. Y es un remedio "hasta que llegue la muerte" porque, entre los caminos para peregrinar por este mundo, el camino por excelencia es el amor y la unión matrimonial y familiar. Es decir, hasta llegar a la muerte, Dios estableció para los humanos el sistema familiar de convivencia.

         Los que no mueren no necesitan de ese remedio matrimonial. Es el caso de los ángeles, o de los futuros hijos de Dios. Tanto porque el amor divino les llenará mucho más que el amor de pareja, cuanto porque no irá desapareciendo la especie humana. Una vez hayamos accedido a lo eterno ("para siempre"), no cabrá propiamente lo temporal. Una vez hayamos accedido a lo inmediato ("cara a cara"), no tendrá sentido volver a la mediación.

Nelson Medina

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         Jesús, hay que agradecer a esos saduceos que te intentaran contradecir con la historia, casi grotesca, de los 7 hermanos y la viuda. Pues al desbaratar la supuesta contradicción que te planteaban, das una explicación maravillosa de cómo vivirán los que sean dignos de alcanzar el otro mundo y la resurrección de los muertos. Para empezar, esa otra vida no la alcanzarán todos, sino sólo los que son dignos. Ello implica que, durante mi vida en la tierra, he de adquirir cierta dignidad: la dignidad de hijo de Dios.

         Porque ya no podrán morir otra vez, pues son iguales a los ángeles, e hijos de Dios. Jesús, mi vida en la tierra no es un fin en sí mismo, sino un camino que conduce a la vida eterna. Pero eso no significa que sea un período sin importancia. El camino es muy importante porque determina el destino final: según el camino que escoja, voy a la llegar a un paradero distinto. Si quiero llegar a ser hijo de Dios en el cielo, he de escoger el camino que me hace hijo de Dios en la tierra: el camino cristiano.

         Jesús, sólo si adquiero en la tierra la dignidad de hijo de Dios me reconocerás como hijo en la hora de la resurrección de los muertos. Y esa dignidad no se compra con dinero ni se consigue a base de esfuerzo humano exclusivamente. Esa dignidad la concede el bautismo, pues me abre a la gracia sobrenatural que me das principalmente con los Sacramentos, y también con la oración y las buenas obras.

         Jesús, tú no eres un Dios del pasado, que ha quedado desfasado con los avances modernos; ni tampoco eres un Dios del futuro, que sólo cuenta en otra vida. Tú no eres un Dios de muertos, sino de vivos. Para ti, todos viven; y todos viven para ti. Por eso, en cada generación hay que hacer llegar la buena nueva del evangelio a toda criatura (Mc 16, 15). Como dice el Concilio II Vaticano, en su decreto Apostolicam Actuositatem:

"Un cristiano no puede pasar por la tierra sin dejar descendencia espiritual: sin haber llevado a otros a Dios. Esta es la descendencia que realmente importa, porque urge que crezca en el mundo el número de los hijos de Dios. A todos los cristianos se impone la gloriosa tarea de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado en todas las partes y por todos los hombres" (AA, 3).

Pablo Cardona

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         Muchas veces la memoria de nuestros muertos nos puede hacer olvidar nuestras tareas frente a los hombres y mujeres que viven a nuestro alrededor. A veces el llanto por nuestros difuntos nos lleva al olvido de los seres vivos.

         La reafirmación de la fe en la resurrección, por el contrario, nos debe conducir a una conciencia solidaria que se expresa tanto hacia los muertos como hacia los vivientes. La fe en la resurrección se abrió paso en medio de las luchas por la independencia acontecida en tiempos de los macabeos. Los hombres y mujeres que perdían la vida por el compromiso de Dios y de su causa no podían quedar excluidos de la participación de los bienes de Dios al final de los tiempos.

         La ley del levirato debe ser entendida como expresión de esa solidaridad con los muertos y de su participación en los bienes futuros. En la respuesta de Jesús, se pone de relieve la amistad con los patriarcas del pueblo elegido. Su memoria en tiempos de Moisés de las generaciones sucesivas atestigua la presencia de la vida divina inextinguible para todos los que se colocan en el ámbito del influjo divino.

         Dios como fuente de vida también para los muertos invita de este modo a un compromiso renovado con la vida desde la fe en la resurrección. La búsqueda de posesión, referida a bienes o a la propia familia, no puede asegurar la supervivencia propia. Esta sólo puede encontrarse gracias a la condición de la filiación divina y, gracias a ella, de la herencia del mundo nuevo y de su vida.

Severiano Blanco

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         Cierto día se acercaron a Jesús unos saduceos ("los que niegan la resurrección") y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dijo que si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que se case con la viuda y que dé descendencia a su hermano. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?". Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura no se casarán. Allí no pueden morir; son como ángeles”.

         En la paz del evangelio, en la cercanía al Señor, siempre se respira de otra forma que en las narraciones de guerras y derramamientos de sangre. Jesús habla a la profundidad del ser humano, que es quien debe convertirse a la verdad. Y la verdad profunda es que el mañana (en Dios) no tiene nada que ver con nuestro vivir presente (humano), tan lleno de pasiones y ambiciones materiales.

         Jesús muestra una enorme paciencia a la hora de escuchar una y otra vez las impertinencias y burlas de estos saduceos, sobre todo cuando le preguntan por la vida en el más allá, tras una resurrección en la que ellos mismos no creen.

         Cuanto hemos de decir de la vida en el más allá, parece agregar Jesús, es que no se parece a esta vida en el más acá, ni con una vida cargada con el peso del cuerpo, de las concupiscencias y de los intereses. La vida en el más allá, que es una realidad fecunda para el hombre de fe, será una vida de "cuerpos espirituales, incorruptibles, transparentes".

         Los matrimonios son para este mundo, y en él cumplen su misión. Pero no lo son para el mundo nuevo que llegará espiritualizado. No es bueno que nos empeñemos en figurarnos cómo ha de ser nuestro futuro en Dios. Es mejor callar, hacer silencio, vivir en el Espíritu y perdernos en el misterio. Entonces "seremos como ángeles".

Dominicos de Madrid

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         En la controversia de hoy con los saduceos, acerca de la resurrección de los muertos, Jesús deja claro que el Dios de la tradición bíblica es un Dios de vivos, porque "para él todos están vivos". Como es sabido, los saduceos y los fariseos mantenían posturas diferentes sobre la resurrección.

         Los saduceos tratan de demostrar que el propio AT no aludió nunca a ninguna recurrección, y que por tanto ellos la rechazaban. Los fariseos, por el contrario, se remitían a los textos más recientes del AT (Dn 12,1-3; 2Mac 7,14), y se posicionaban a su favor.

         Los saduceos quieren saber cómo aborda Jesús esta cuestión, y para ello eligen una vía indirecta: la Ley del Levirato. Según esta norma, un varón podía dar descendencia a su hermano muerto, casándose con su viuda (Rut 4, 1-12).

         Jesús resuelve el asunto de una manera inesperada, y a la pregunta de los saduceos (sobre de cuál de todos los sucesivos hermanos muertos será esposa la mujer), la 1ª respuesta de Jesús insiste en presentar el matrimonio como una institución de "esta vida", con el objetivo de propagarla. Y viene a decir que en la "otra vida", cuando ésta ya no tenga fin, no será necesario el matrimonio. En apoyo de su tesis, Jesús añade un antiguo argumento del AT (Ex 3, 2) sobre la resurrección, que Lucas convierte en argumento en favor de la inmortalidad.

         La fe en "la otra vida" no cuenta con demasiados adeptos, sobre todo hoy en día. Las encuestas religiosas han demostrado que éste es uno de los artículos duros del Credo, y en ciertos sectores del mundo se ha ido abriendo camino la idea budista de la reencarnación.

         En su carta sobre el III milenio, el mismo Juan Pablo II se hizo eco de esta postura cada vez más difundida en Occidente. Y después de reconocer que es un hecho que "el ser humano no quiere resignarse a una muerte irrevocable", añade que "la revelación cristiana excluye la reencarnación, y habla de un cumplimiento que la peersona está llamada a realizarse en el curso de una única existencia sobre la tierra" (TMA, 9).

         Jesús nos ha enseñado a ver a Dios como un "Dios de vivos". Él quiere que disfrutemos del don de la vida. Ya en el s. II, San Ireneo afirmaba que "la gloria de Dios es que el ser humano viva". Sobre cada ser humano que viene a este mundo, Dios pronuncia una palabra de amor irrevocable: "Yo quiero que tú vivas".

         La vida eterna es la culminación de este proyecto de Dios que ya disfrutamos en el presente. Por eso, todas las formas de muerte (la violencia, la tortura, la persecución, el hambre) son desfiguraciones de la voluntad de Dios. La certeza de la vida eterna alimenta nuestro caminar diario, y lo hace a través de la esperanza, como bien explicó Juan Pablo II:

"La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios" (TMA, 46).

Confederación Internacional Claretiana

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         Lo que más preocupaba al Partido Saduceo, el de mayor poder jurídico y económico en Israel (junto a los romanos y herodianos), no era si existirá o no resurrección final, sino la repartición de los bienes el día de la resurrección. Para ellos, el sentido de la vida futura se reducía a saber quién se quedaba con las propiedades, y a quién le correspondían las ventajas conyugales. Para ellos, por lo visto, la vida humana no existía más allá de las implicaciones económicas y legales de la historia.

         Con estas preocupaciones en mente, una delagación saducea se acerca a Jesús, y le pide su opinión sobre un hipotético problema jurídico (problema que sólo podría darse en una mentalidad demasiado cristalizada y sin espacio para la novedad, como la suya).

         Jesús, antes de responderles con una frase lapidaria, como era su costumbre, les advierte para empezar que la resurrección es un asunto totalmente zanjado, que corresponde al futuro y no al presente (es decir, que la vida que Dios dará a los justos va más allá del aseguramiento de propiedades y fincas). Y en 2º lugar les advierte que la resurrección consistirá en un abrirse a una vida nueva, completamente transformada por Dios.

         Con la frase "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos", Jesús deja en evidencia a los saduceos, así como muestra la hipocresía y falsedad de su fe, por no tener puesta su confianza en Dios sino en las seguridades de este mundo. Una herencia, una propiedad, un pedazo de tierra... eso era todo lo que ocupaba la mentalidad de los que, evidentemente, "se oponían a la resurrección". Y con esta manera de pensar, ¿para qué la resurrección? Decididamente, Jesús los pone en su sitio.

         El episodio de los saduceos confirma, una vez más, ese tipo de mentalidad que en aquella época estaba tan atada al dios Manmón (dios del dinero). Es decir, al dinero, al prestigio y al poder, todos ellos ídolos caducos y mortales, y todos ellos bastante alejados del "Dios de la vida".

         Jesús es muy claro en sus aseveraciones, y con ellas pone en evidencia el enfrentamiento entre 2 proyectos totalmente opuestos: el proyecto del Dios de la vida (con su propuesta solidaria) y el proyecto del dios del dinero (con su propuesta mercantil). Jesús encara así la que será su última batalla (la Pasión) por el "Dios de la vida", por ese Dios que dio vida a todos los seres humanos.

Servicio Bíblico Latinoamericano