24 de Noviembre

Viernes XXXIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 noviembre 2023

a) 1Mac 4, 36-37.52-59

           La Rebelión Macabea del 167 a.C, promovida por la familia de los Macabeos, terminó en victoria, y los judíos obtienen por las armas una mayor autonomía y más respeto a su religión. Los macabeos que convirtieron, así mismo, en una familia sacerdotal que llegó a contar con sumos sacerdotes y reyes: su dinastía durará casi hasta el tiempo de Jesús.

           Leemos hoy la celebración de la victoria, en que se restaura el Templo de Jerusalén, se ofrecen unos sacrificios cultuales y se expresa el sentido profundamente religioso de la lucha.

           El ejército judío acababa de vencer a las tropas de Antíoco IV de Siria. Y Judas Macabeo y sus hermanos dijeron entonces: "Nuestros enemigos están vencidos. Subamos a purificar el santuario y a renovar su consagración". El día 25 del 9º mes se levantaron al alba y ofrecieron un sacrificio.

           El altar fue consagrado al son de himnos, cítaras, liras y címbalos. El pueblo entero se postró rostro en tierra y bendijo el cielo, en una celebración alegre y festiva ¿Sabremos también nosotros celebrar? En los grandes hechos de nuestras vidas, nuestros éxitos ¿conducen a Dios? Nuestras asambleas cristianas, nuestras misas, ¿tienen ese carácter? No nos apresuremos a decir que "los judíos eran orientales", y que los orientales se expresan con mucha facilidad en gestos corporales.

           Los macabeos y el pueblo judío bendijeron al cielo que los había llevado a la victoria, y durante 8 días ofrecieron holocaustos y sacrificios de acción de gracias y de alabanza. Adornaron la fachada del templo con coronas de oro y escudos, restauraron las entradas, ya las salas les pusieron puertas. Hubo grandísima alegría en el pueblo.

           En efecto, todas las artes estuvieron convidadas a esta fiesta: arquitectura, dibujo, música... y hasta el arte culinario. Y las víctimas ofrecidas a Dios, y asadas sobre el altar, constituían un festín religioso de alegría estallante. Una vez más, cuánta necesidad tenemos de redescubrir todo esto. Desde la oración más silenciosa hasta el baile, pasando por la comida y los cantos.

           Decidieron también celebrar cada año este aniversario, de 8 días y a partir del 25 del mes de Kisleu, en el gozo y la alegría. Todas las civilizaciones y todas las religiones tienen ese tipo de liturgias, que se repiten cada año. Nosotros tenemos la Pascua, la Asunción, la Navidad... Danos, Señor, rostros de salvados, y que tu buena nueva luzca en nuestras vidas y en nuestras liturgias.

Noel Quesson

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           Después de la victoria sobre Lisias, el regente de Antíoco IV de Siria durante su viaje a Persia (ca. 165 a.C), Judea quedaba en manos de Judas el Macabeo, exceptuando la ciudadela de Jerusalén. Y el caudillo judío pensó que había llegado la hora de renovar el culto del Templo de Jerusalén.

           Pero antes era necesario restaurarlo, ya que su estado era lamentable. Después de tomar medidas para evitar que los molestaran los refugiados en la ciudadela, inexpugnable con los medios que tenía Judas, empezó purificando el santuario, destruyendo el altar idolátrico que habían edificado los extranjeros y arrojando sus piedras fuera del recinto sagrado.

           Tampoco el antiguo altar de los holocaustos estaba limpio de toda impureza, ya que había sido contaminado por la sangre de los sacrificios paganos, pero no parecía justo que aquellas venerables piedras, santificadas tantas veces por los sacrificios agradables a Dios, tuvieran la misma suerte.

           Esperando tomar una decisión definitiva, cuando se viera claro lo que había que hacer con ellas, se amontonaron en un rincón. En su lugar se construyó un nuevo altar de piedras no talladas (Ex 20, 25). También fue preciso renovar los utensilios del templo (pues los antiguos habían sido robados o ensuciados), así como rehacer los velos que hacían de puertas en el Santo y en el Santísimo.

           Por fin, el 25 de kasleu del 148 (14 diciembre 164 a.C), exactamente 3 años después de su profanación (2Mac 1, 59), y después de 3 semanas de un duro trabajo de restauración, se pudo ofrecer el 1º sacrificio. Dios tomaba de nuevo posesión de su casa.

           Las fiestas duraron 8 días, al igual que en su inauguración en tiempos de Salomón (1Re 8, 65) y en la reconstrucción después del exilio en Babilonia (Neh 8, 18). La tradición judía ha conservado esta fiesta, que en griego denominaban Encenias o Dedicación (Jn 10, 22), celebrándola a lo largo de 8 días entre diciembre y enero. Recibe también el nombre de las Luces (según Flavio Josefo), porque aquel día "la libertad brilló para los judíos", y por las luces que se encendían en señal de alegría.

Josep Aragonés

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           Saltándonos varios capítulos del relato de los Macabeos (en sus 2 libros), llegamos hoy a la victoria judía sobre las tropas de Antíoco IV Epífanes y a la fiesta de la nueva consagración del Templo de Jerusalén, en el invierno del 164 a.C.

           Gozosos por su triunfo, y con una clara actitud de fe, en el día en que se cumplía el aniversario de la profanación del templo por parte de los paganos, Judas Macabeo y los suyos ofrecen sacrificios de reparación a Dios y consagran de nuevo su altar, "cantando himnos y tocando cítaras, alabando a Dios, que les había dado éxito".

           La fiesta duró 8 días, y Judas determinó que "se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos". Es la fiesta que se celebraba en tiempos de Cristo en el mes 9º (el mes de Kasleu), con el nombre de Fiesta de la Dedicación (Janukká, en hebreo) o Fiesta de las Luminarias (porque se encendían muchas lámparas; Jn 10,22).

           Restaurar el Templo de Jerusalén, cuando había tantas cosas que sanar y reponer, es un símbolo de la importancia que daba el pueblo judío a la vida de fe y al culto, y a la Alianza con Dios. Y eso puede ser un estímulo para nosotros, que tal vez también tengamos la impresión de que hay que recomponer en nuestro tiempo diversas ruinas y recuperar valores que se van perdiendo. Haremos muy bien en luchar a favor de los valores humanos: la dignidad y la igualdad de las personas, el bienestar material y cultural, o el respeto a la naturaleza.

           Pero sin olvidar los valores del espíritu, porque el culto va unido al estilo de conducta y da cohesión a todo el conjunto de la vida personal y comunitaria. Si queremos que sea sólida y bien orientada, hemos de hacer como los Macabeos, que unieron la acción eficaz de su tarea social con la oración y la fidelidad a Dios.

José Aldazábal

b) Lc 19, 45-48

         Escuchamos hoy el 1º gesto profético de Jesús en el Templo de Jerusalén, corazón mismo del pueblo judío. Se trata de una acción concreta a la que Jesús añade 2 oráculos, de forma similar a los profetas clásicos (que primero hacían alguna acción simbólica y luego pronunciaban sus oráculos).

         La acción simbólica de Jesús consiste es expulsar a los que vendían en el templo, y en el caso de Lucas es narrada con mucha mayor brevedad que como ya hicieran Marcos y Mateo. Los 2 oráculos emitidos por Jesús son tomados: el 1º de Isaías (Is 56, 7), sobre el carácter del templo como "casa de oración", y el 2º de Jeremías (Jer 7, 1-15), que es el que realmente inspira toda la acción y pensamiento de Jesús.

         Habría que leer el texto de Jeremías completo, por tanto, para entender el gesto profético de Jesús. El templo, según Jeremías y Jesús, es una "cueva de bandidos", porque en él encuentran seguridad los asesinos y los idólatras (que matan, oprimen, son idólatras, y luego van al templo y dicen: Aquí estamos seguros). El templo les da la seguridad, y la buena conciencia necesaria para seguir oprimiendo a los demás y adorando a los ídolos.

         En los vv. 47-48 tenemos los resúmenes típicos de la redacción lucana. Usa verbos en imperfecto, para describir no un hecho concreto, sino lo que habitualmente sucedía y pasaba. Y se nos dice que Jesús "enseñaba todos los días en el templo".

         La palabra enseñar da la impresión de una actividad demasiada pacífica, por parte de Jesús. Pero en realidad no lo es, porque dicha enseñanza está teniendo lugar como confrontación pública de Jesús con todas las autoridades del templo. Por eso dice Lucas que "los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo buscaban matarlo". Nadie hubiera matado a un Jesús rabino que enseñase pacíficamente en el templo.

         En tiempos de Jesús había bastante libertad a la hora de defender diferentes posiciones y opiniones, respecto a la interpretación de la ley. Pero aquí tenemos una situación diferente, en la que se une el poder religioso (los sumos sacerdotes), el poder teológico (los escribas) y el poder político (los notables, miembros del Sanedrín) para "matar a Jesús", porque Jesús cuestionaba proféticamente sus formas de proceder. En contraste con las autoridades, Lucas nos dice que "todo el pueblo lo oía, y estaba pendiente de sus labios".

Juan Mateos

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         Jesús se apropia hoy el derecho a expulsar violentamente del Templo de Jerusalén a quienes proporcionaban los elementos necesarios para los sacrificios y el culto. Y hasta llega a afirmar que aquel templo se había convertido en una "cueva de bandidos".

         El gesto de Jesús resulta especialmente significativo cuando echa por tierra las mesas de los cambistas, lugar habitual del pago del tributo y del culto por dinero que se allí practicaba allí. De hecho, eran aquellas mesas la principal fuente de ingresos del clero judío, e incluso de toda la ciudad de Jerusalén.

         De esta manera, el gesto de Jesús vino a tocar un punto neurálgico: el sistema económico del templo, con su enorme flujo de dinero procedente de todo el mundo conocido, desde el Oriente mesopotámico hasta el Occidente del Mediterráneo. Es más, cuando le preguntan a Jesús con qué autoridad hace todo aquello, él responde aludiendo a su propia persona ("destruiré este templo y yo"; Jn 2,19-21), con lo que viene a decir que el verdadero templo era él mismo.

         Sin duda alguna, este comportamiento de Jesús produjo una honda impresión en la sociedad de su tiempo, especialmente entre los dirigentes religiosos. Téngase en cuanta que, teniendo aquellos dirigentes tantas cosas contra Jesús, la acusación más fuerte que encuentran contra él, tanto en el juicio religioso como en la cruz, es precisamente este hecho del templo, con las palabras que Jesús pronunció en dicha ocasión.

         Y es que todo esto tuvo que resultar para aquellas gentes, tan profundamente religiosas y apegadas a su templo, un hecho absolutamente intolerable.

         Por supuesto, Jesús tuvo que ser consciente de que, al actuar y hablar de aquella manera, se estaba jugando la vida. Pero entonces, ¿por qué lo hacía? Sencillamente, porque el templo era el centro mismo de aquella religión. Y aquella religión era una fuente de opresión y de represión increíbles.

         Por eso Jesús anuncia la destrucción total del templo y de la ciudad santa. Porque para él todo aquello no era un espacio de libertad, sino una estructura de sometimiento, donde los abusos se cometían sin cesar. Esta crítica de Jesús fue, sin duda, un desafío de primer orden para las autoridades judías, un desafío que no podía quedar sin castigo.

Fernando Camacho

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         Escuchamos hoy cómo Jesús entra en el Templo de Jerusalén y empieza a expulsar a los vendedores, diciéndoles: "Mi casa será casa de oración (Is 56, 7), pero vosotros la habéis convertido en una cueva de bandidos (Jr 7, 11)". Nótese que Lucas no hace a Jesús entrar en la ciudad (ante la cual ayer se quedaba absorto y llorando, viéndola a lo lejos), sino directamente "en el templo", el bastión de la piedad judía y símbolo de todo lugar sagrado edificado por mano de hombres (Hch 7,48; 17,24).

         Dios quería una "casa de reunión y de oración", y a cambio le han construido un templo al servicio de los "traficantes y mercaderes religiosos" (Lc 7, 46-50). No nos hemos de extrañar, por tanto, que Jesús profetice contra él que "no quedará piedra sobre piedra", porque de quedar alguna piedra en pie sería cómplice de dicha escala de valores.

         Culmina aquí la gran Sección del Viaje a Jerusalén, que Jesús empezó bastante atrás (Lc 9, 51). La denuncia de hoy de la institución religiosa marca un hito histórico y es irrepetible, ya que la hizo Jesús de una vez por siempre y en el lugar más señalado, en la ciudad sagrada y en el lugar más sagrado de dicha ciudad.

         Esta denuncia fue la que llevó a Jesús a la muerte, pero él ya había asumido su muerte en el Jordán, al sumergirse en las aguas. Desde ese momento, el camino ya estaba trazado, a través de hitos bien marcados que Jesús fue dejando para que sus discípulos pudiesen interpretar los signos de los tiempos.

Josep Rius

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         Lucas simplifica sensiblemente el relato de la Purificación del Templo (vv.45-46) que ostensiblemente relatan Mateo y Marcos, posiblemente debido a que sus lectores eran griegos y no debían estar muy interesados en los detalles para ellos ininteligibles. Pero añade 2 versículos propios acerca de la enseñanza de Cristo sobre el templo (vv.47-48), que el resto de evangelistas deciden disimular.

         El relato de la Purificación del Templo se resume, para Lucas, en 2 oráculos proféticos, que la tradición sinóptica pone en labios de Cristo con este motivo (Jer 7,11; Is 56,7). Se trata de 2 oráculos que condenan al templo por su particularismo y por su formalismo, el 1º por impedir su apertura a las naciones, y el 2º por prohibir el acceso a los pobres y pequeños.

         Pero Lucas opone al templo, sobre todo, la palabra. Es decir, que basta con recurrir brevemente a la palabra de Dios para ridiculizar el templo y su culto (vv.45-46), y basta con que Cristo restablezca la palabra en el corazón del templo (vv.47-48) para que aparezca un nuevo tipo de liturgia basada en la Palabra (1Cor 12,27-30; Ef 5,26) y en la obediencia a ella.

         Así, el episodio de los vendedores del templo es dejado por Lucas casi totalmente aparte, en favor de la entrada solemne del Señor en el templo, lugar privilegiado donde él podrá concluir de manera sorprendente su enseñanza. ¿Y cuál es esa enseñanza? Veámosla.

         El culto cristiano ha de ir acompañado siempre de la palabra de Dios, protegiéndose así frente al mero formalismo ritual. Además, dicha Palabra ha de ir siempre acompañada de un acto deliberado de obediencia (por parte del oferente), como contenido esencial del sacrificio de Cristo y como campo esencial ofrecido para que cada asistente pueda unirse a él y participar de él.

         Pero el peligro que corre el nuevo culto cristiano no es menor que el que infectó al culto judío, porque la Palabra puede ser proclamada muy dignamente, e incluso de forma cantada, o bien alimentada por homilías bien estructuradas. Pero si se proclama como cualquier otra palabra, o como cualquier otra homilía, o como cualquier otro tipo de consagración no eucarística... entonces no será palabra de Dios.

         Por otra parte, la palabra de Dios está fundamentalmente ligada a los acontecimientos (pues Dios está presente en la vida y en la historia), y por ello ha de escapar a todo formalismo (el principal de sus somníferos). No obstante, a esta vitalidad de la Palabra ha de ir acompañada siempre la obediencia, pues de lo contrario estaríamos hablando de una vitalidad desobediente y no en comunión con Dios, y no sería palabra de Dios sino otra humana más.

Maertens-Frisque

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         Tras su larga caminata hacia Jerusalén, veíamos ayer cómo Jesús llegaba a Jerusalén, y cómo hoy entra en el Templo de Jerusalén, la meta de su larga marcha. De esta manera, Jesús simboliza su entrada en la gloria del Padre, tras haberse estado ocupando antes "en las cosas del Padre".

         Jesús quiere que toda la humanidad escuche su palabra, y si puede ser a diario mejor. Pero también quiere que ofrezcamos a Dios un culto agradable, con el corazón purificado y gratificados por la obra de salvación que él ha realizado por nosotros.

         Él ha venido a expulsar todo aquello que mancha nuestros corazones, nos esclaviza por el pecado y nos hace manifestar signos de muerte, impidiéndonos llamar a Dios Padre y ser sus hijos en verdad.

         Así que no podemos convertir nuestra vida ("templo del Espíritu Santo", según San Pablo) en una "cueva de ladrones" (como bien describe hoy Jesús), en la que anide todo aquello que nos está robando (el amor, la paz, la bondad, la misericordia y la justicia) y convirtiendo en malvados. No hay otra forma de encontrar realmente a Dios, sino a través de un corazón arrepentido, purificado y libre de todo aquello que aleja del amor a Dios y al prójimo.

         La purificación del Templo de Jerusalén nos recuerda la necesidad de vivir, con la máxima rectitud, nuestra fe, de tal forma que no seamos motivo de burla y desprecio entre las naciones. Hay muchas cosas que necesitan una auténtica purificación en nuestro corazón, así que empecemos por ahí en vez de ir pidiendo a los demás que enmenden sus vidas. De esta forma, habremos purificado el templo del Señor (nuestro corazón), y podremos mostrar la "casa del Padre" limpia de ladrones y bandidos.

Bruno Maggioni

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         El gesto de hoy de Jesús se sitúa a un nivel profético, y a la manera de los antiguos profetas realiza una acción llena de significación de cara al futuro. Al expulsar a los mercaderes del templo, que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda, y al evocar que "la casa de Dios será casa de oración" (Is 56, 7), Jesús anuncia la nueva situación que él ha venido a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tendrán cabida.

         El propio Jesús definirá la nueva relación cultual como una "adoración al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4, 24), en la que lo figurado (lo ritualizado) deje paso a la realidad (lo vivido). Santo Tomás de Aquino decía poéticamente que "antiquum documentum novo cedat ritui" (lit. que el testamento antiguo deje paso al rito nuevo).

         El rito nuevo es la palabra de Jesús, y por eso Lucas une a la escena de la Purificación del Templo la presentación de Jesús "enseñando a diario en el templo". El nuevo culto se centra en la oración y en la escucha de la palabra de Dios.

         En realidad, el verdadero templo cristiano es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada (en la cruz) y entregada (en la eucaristía). También Santo Tomás de Aquino lo remarca bellamente: "Recumbens cum fratribus se dat suis manibus" (lit. sentado en la mesa con los hermanos, se da a sí mismo con sus propias manos).

         En el NT inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que "todo el pueblo estaba pendiente de sus labios" (v.48), nosotros no hemos de ir de templo en templo para inmolar víctimas, sino para recibir a Jesús, el auténtico "cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre" (Heb 7, 27), así como para unir nuestra vida a la suya.

Josep Laplana

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         Jesús ya está en Jerusalén, y si ayer lloró amargamente sobre la ciudad (por la ruina que se le avecinaba), hoy realiza un gesto profético valiente ("se puso a echar a los vendedores"), diciendo: "Vosotros habéis convertido mi casa en una cueva de bandidos". Lucas no habla, como hace Juan, del látigo, que por lo visto esgrimió Jesús en este momento.

         Y así Jesús, con una libertad que hacia el final de su vida se acentúa y se hace más atrevida, sigue "enseñando en el templo", suscitando con ello la ira de sus enemigos, los cuales "intentaban quitarlo de en medio". Isaías había dicho que el templo tenía que ser "casa de oración para todos los pueblos" (Is 56, 7), y Jeremías se quejaba de que algunos "lo habían convertido en cueva de ladrones" (Jr 7, 11).

         Jesús une las 2 citas proféticas en una misma queja. Probablemente, lo que él desautorizó fue el clima de feria y de negocios que reinaba en los atrios del templo, con la venta de animales (para los sacrificios) y el cambio de monedas (para los que venían del extranjero), con el consentimiento de las autoridades. De ahí que hayamos de preguntarnos: ¿Necesita la Iglesia de hoy purificarse de alguna adherencia similar? Ciertamente, es legítima la aportación económica de los fieles para el culto y para la ayuda de los pobres. Pero esa no es la razón de nuestro ser.

         Recordemos la alabanza de Jesús a aquella pobre viuda que echaba "todo lo que tenía" en el cepillo del templo. Pero ¿no sería necesario alejar de nuestros lugares de culto todo ruido de dinero, o toda apariencia de negocio dudoso? ¿Tendría que purifar también Jesús nuestros templos, para que sean en verdad "casa de oración", abiertas a todos, y donde él pueda seguir enseñando con su fuerza salvadora?

José Aldazábal

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         Jesús está ya en aquella Jerusalén que era el centro del judaísmo. Y hoy Lucas nos lo presenta en el corazón mismo de la ciudad: el Templo de Jerusalén, centro de la religiosidad judía y lugar sagrado por excelencia. El Mesías toma posesión, por tanto, del lugar santo.

         El texto de Lucas no presenta la Purificación del Templo como un gesto escatológico, sino más bien como inicio de una nueva etapa en el ministerio de Jesús. El templo es el lugar de la enseñanza, y Jesús ejerce en él su ministerio de maestro.

         La imagen lucana de Jesús destaca por su actitud misericordiosa. Es la versión humana de la misericordia del Padre, alejada de esa visión de un Jesús encolerizado, enfrentándose al mercadillo del templo y a sus agentes. Lucas es muy conciso en comparación con Marcos, y omite detalles que él considera irrelevantes, de cara a sus lectores griegos.

         Como iniciador del nuevo reino de Dios, Jesús trata de purificar la relación religiosa con Dios, tratando de convertirla en una relación personal y viva. En dicha relación, lo importante no ha de ser ya el culto ni el templo, ni tampoco las instituciones sagradas. Sino que lo importante ha de ser la relación con Dios y el auténtico servicio a Dios, tal como lo enseña Jesús. Su doctrina ha llegado al centro del judaísmo, y desde allí se extenderá al mundo entero merced a la acción de sus discípulos. Ahí comienza la Iglesia, y se inicia su actividad misionera.

         El pueblo "estaba pendiente se sus labios", escuchando con gusto. No obstante, los responsables se posicionan contra él, y "buscan matarle". Pero el Mesías no está para bromas, y sigue reuniendo en torno a sí al pueblo de Dios. Esta es la diferencia, y desde ella se bifurcan los caminos. ¿Qué nos dice hoy esa imagen de ese pueblo que "estaba pendiente de sus labios"? ¿Qué nos sugiere la imagen de un Jesús que "enseña en el templo" mismo de Israel?

Bonifacio Fernández

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         El evangelio de hoy nos muestra a un Jesús santamente indignado, al ver la situación en que se encontraba el Templo de Jerusalén. De tal manera que expulsó de allí a los que vendían y compraban los animales de los sacrificios, porque había convertido la "casa de Dios" en un verdadero mercado de ganado, en lugar de un lugar de acogida para los peregrinos que venían desde fuera. Jesús subraya así la finalidad del templo, con un texto de Isaías bien conocido por todos: "Mi casa será casa de oración, pero vosotros habéis hecho de ella una cueva de ladrones" (Is 56, 7).

         De esta manera mostró el Señor cuál debía ser el respeto y la compostura que se debía manifestar en el templo, por su carácter sagrado. Nuestro respeto y devoción deben ser profundos y delicados, puesto que en las iglesias se celebra el sacrificio eucarístico, y Jesucristo (Dios y hombre) está realmente presente en el sagrario.

         "Mi casa será casa de oración". Con frecuencia asistimos a ceremonias de carácter académico, político o deportivo, y enseguida advertimos en ellas un protocolo solemne que dan al acto gran parte de su valor y su ser. Entre las personas, el cariño también se demuestra en los pequeños detalles y atenciones, e incluso a través de sencillos ritos derivados de la costumbre (un beso, un saludo, saber escuchar...).

         El hombre, que no es sólo cuerpo ni sólo alma, necesita manifestar su fe también a través de actos externos y sensibles, que expresen bien lo que lleva en su corazón. Y cuando alguien hinca con devoción su rodilla ante el sagrario, es fácil suponer que tiene fe y que ama a su Dios. Juan Pablo II señalaba precisamente esto, respecto a la piedad sencilla y sincera que él mismo aprendió de su padre: "El mero hecho de verle arrodillarse tuvo una influencia decisiva en mis años de juventud".

         Reflexionemos hoy si de verdad es para nosotros el templo un lugar donde encontrar y dar culto a Dios, a través de su presencia verdadera, real y substancial. Hagamos memoria para recordar si al llegar al templo lo 1º que hacemos es saludar al Señor, o si somos puntuales para la misa, o si hacemos con devoción la genuflexión, o si nos vestimos con recato y decoro.

         Hoy asistimos a un ambiente de desacralización basado en una concepción atea de la persona, y vemos con asombro que hasta las personas cultas creen en las prácticas adivinatorias, en el culto enfermizo de la estadística y hasta en la incredulidad más barata. ¿Atisba ese hombre, en lo íntimo de su conciencia, la existencia de Alguien que rige el universo? ¿O por no haber hallado sus huellas en nuestros templos se ha pasado a la astrología? Como dice el Catecismo Romano:

"La Iglesia ha querido determinar muchos detalles y formas del culto, que son expresión del honor debido a Dios y de un verdadero amor. Todos los fieles, sacerdotes y laicos, hemos de ser tan cuidadosos del culto y del honor divino, que puedan con razón llamarse celosos más que amantes para que imiten al mismo Jesucristo, de quien son estas palabras: El celo de tu casa me consume" (CR, II, 27).

Francisco Fernández

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         En aquel tiempo, nos dice el evangelista, entró Jesús en el Templo de Jerusalén, y comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: "Mi casa será casa de oración, pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos". Jesús "enseñaba todos los días en el templo", y por su parte los sacerdotes, los escribas y los notables "buscaban matarle", pero no encontraban qué podrían hacer, porque "todo el pueblo estaba pendiente de sus labios".

         No deja de sorprendernos ver a Jesús expulsando a casi todo el mundo del templo. Pero es lógico, porque él tenía que defender algo sagrado (la "casa de mi Padre"), y ante la situación descrita es normal que se enfade. ¿Qué haríamos nosotros si entrásemos en la casa de nuestros padres, y personas desconocidas hubieran convertido aquello en un mercado persa?

         Si no hiciéramos nada, ¡menudos hijos seríamos! Por eso, lo más probable es que siguiéramos el ejemplo de Jesús, el cual amaba a su Padre infinitamente y no podía consentir aquel abuso. El amor apasionado le impulsaba a actuar de aquel modo.

         Hoy sigue habiendo mercaderes en el templo. Sabemos que cada hombre es "templo del Espíritu Santo", y que hay muchos hombres y mujeres cuyos templos están siendo profanados con todo tipo de abusos morales y físicos. Este panorama debería quemarnos las entrañas, y suscitar en nosotros una pasión por lo que es sagrado: cada ser humano. ¡Cuántos atropellos a su dignidad! 

         Cada aborto, cada agresión sexual, cada acto de esclavitud laboral, es una verdadera profanación. Los cristianos deberíamos estar saliendo ya en defensa de todos esos hermanos nuestros que son explotados en sus templos más sagrados (su dignidad, su integridad, su salud...), pues ahí está también Cristo sufriendo. ¿Qué está en mis manos? Seguro que algo puedo hacer.

Clemente González

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         Si le abres tu corazón a Dios, para que él habite en ti (como en un templo), él, como buen huésped, se encargará de purificar tu vida de todo pecado. La salvación no procede de la buena voluntad del hombre, por muy firme que ésta sea. Sino que procede de Dios, y a nosotros nos corresponde tan sólo abrir la puerta para que él entre, de tal forma que no pase de largo y se aleje. Como él mismo dice: "Yo estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre, yo entraré y cenaré con él". Si esto hacemos (abrirle la puerta), él se quedará con nosotros. 

         Pero para recibir a Dios hay que reconocerse pecadores, y no sólo querer recibirle con la meditación, ni con esos métodos orientales que lo único que buscan es la tranquilidad interior y no la salvación comprometida. En definitiva, no tenemos otro camino que conduzca al Padre que Jesús, sobre todo si éste habita en nosotros y sigue enseñándonos a diario el camino que hemos de seguir.

         Convocados por el Señor, que nos abre la puerta de su casa y que nos sienta a su mesa, ante él reconocemos que no hemos caminado como fieles discípulos suyos. Pidamos por ello que nos purifique por dentro y haga de nosotros criaturas nuevas, a pesar de que tengamos que expulsar de nuestro interior una infinidad de mercaderías y robos.

         Dios quiere hacer su obra de salvación dentro de nosotros, para después enviarnos a proclamar su nombre y a continuar construyendo su Reino en el mundo. Ojalá que le permitamos transformar nuestra vida en un templo digno y verdadera "casa del Padre", para que él habite en nosotros y, a través de nosotros, haga llegar su salvación a todos los pueblos.

José A. Martínez

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         La voz del profeta y del predicador realiza siempre un ministerio de limpieza y purificación (Jn 15, 3). Pero también hay acciones que purifican, como la que hoy vemos en la acción de Jesús. Seguramente, todos amamos la pureza, y todos queremos ser "templos vivos del Dios vivo" (1Cor 6, 19). Pero ¿estamos dispuestos a ser purificados por el Señor, aunque ello implique aplicar a nuestra vida la escena que hoy vemos en el evangelio?

         Jesús purifica hoy el Templo de Jerusalén, y luego inicia un intenso ministerio de predicación en el templo purificado. La pureza no es un fin en sí misma, sino un espacio que abrimos para acoger más y mejor la gracia y la palabra de Dios. La pureza es como el silencio, que nos libera del peso muerto, del pasado estéril y del ruido estorboso, y nos abre el mensaje precioso del Dios santo y bello.

         Por otra parte, dicho acto de Jesús se convierte en una especie de sentencia de muerte contra sí mismo, dando a entender que la purificación por la palabra llegará a ser purificación por la sangre.

         Y es que Jesús está situado en el lugar santo por excelencia de los judíos, y allí no sólo Jesús ha barrido los negocios de quienes comerciaban en el templo, sino también las pesadas y engañosas cargas de quienes se tenían por maestros del pueblo, desautorizando su autoridad y dando por clausurado un tiempo que ya no daba más de sí.

         Esto le costaría a Jesús la muerte, pero al mismo tiempo inaugura una realidad nueva que tiene por centro su mensaje y su vida misma. Es lógico que sus adversarios le vieran como un estorbo chocante en extremo, y que desde esa lógica macabra buscaran "el modo de quitarlo de en medio".

         Finalmente, y a precio de sangre, el templo es ahora algo nuevo, y el lugar santo es en adelante el cuerpo de Cristo, presente y vivo en nuestro altar, en nuestras manos, en nuestro corazón. Viene también hoy Jesús a devolvernos la pureza perdida, y a invadir con su diluvio de amor y justicia nuestra existencia.

Nelson Medina

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         Los pasajes de ayer y de hoy nos muestran una cara de Jesús muy sorprendente, y si ayer había llorado tiernamente por Jerusalén, hoy muestra toda su dureza contra el Templo de Jerusalén. Los sumos sacerdotes y notables captan este doble momento de Jesús, perciben muy bien de qué se trata, y deciden inmediatamente "quitarlo de en medio", no sea que paralice ni boicotee de forma irreversible sus negocios.

         Yendo al texto de hoy, parece que Jesús se enfada con los mercaderes y vendedores del templo, y en parte es así. Pero su enfado no viene por sus profesiones, ni va dirigido a los de llegan desde fuera al templo, sino que va dirigido a los que dirigen todo ese cotarro desde dentro.

         Esto tiene su importancia, pues el mensaje que Jesús quiere transmitir va encaminado a cada uno de nosotros. Sí, a cada uno de los cristianos que vamos a visitar el templo, a cada uno de los religiosos que sirven de manera especial al Señor, y a cada uno de los que llevan la Iglesia con una responsabilidad mayor y de dirección.

         El mensaje es único: "Mi casa es casa de oración". ¿Que querrá decirnos Jesús con esto? Quizás esté pensando en las personas que muchas veces usamos la Iglesia como medio para nuestros intereses? ¿O quizás esté pensando en cada hijo suyo que frecuenta los sacramentos y no se acaba de convencer?

         A la Iglesia hemos de acudir de puntillas, con la confianza de un niño y con un corazón orante, que busque el encuentro verdadero con Dios y no con los hermanos, lo cual podría terminar en negociaciones ajenas al dueño de la casa.

         La Iglesia es indudablemente un misterio, pero está llena de humanidad, y cuenta con fallos humanos. A través de una necesaria purificación, podremos formar parte de esa otra Iglesia que también cuenta: la Iglesia de los santos, la Iglesia que es camino de salvación, la Iglesia que lleva a encontrarnos con Dios.

Juan Gralla

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         Jesús, cuando tú entras en el templo te enojas al ver el mercado que se había organizado con los animales que debían sacrificarse según la ley. Lo que debía ser un lugar de encuentro con Dios, se ha convertido en un negocio económico. La misma caridad perfecta que ayer te hacía llorar sobre la cuidad de Jerusalén, te mueve hoy a enfadarte santamente con aquellos mercaderes: derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas (Mc 11, 15).

         Jesús, ¡cómo reaccionarían los que estaban en el templo! Aquellos pobres cambistas estarían aterrados. Los sacerdotes, escribas y jefes del pueblo no pueden aguantar más y quieren acabar contigo. ¿No hubiera sido más prudente no decir nada y dejar las cosas tal como estaban? Eso no hubiera sido prudencia, sino cobardía. Las cosas no se pueden dejar como están, cuando están mal. Y menos, cuando ofenden seriamente a Dios.

         "Mi casa será casa de oración". Jesús, con estas palabras de celo divino me muestras la importancia de tratar santamente las cosas santas. Debo tratar con respeto todos los templos, pues son un lugar de encuentro con Dios. En especial, he de tratar con veneración las iglesias católicas, donde tú mismo estás realmente presente en la sagrada eucaristía. Allí, junto al sagrario, es el mejor lugar para hacer oración. Como dice el Catecismo de la Iglesia:

"La Iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquias. Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración" (CIC, 2691).

         Jesús, no me puedo quedar indiferente cuando a mi alrededor no tratan respetuosamente lo que es de Dios. Protestar ante esos abusos no es soberbia o intransigencia, sino caridad, que significa amor delicado a mi Padre Dios y a todo lo que le pertenece. En especial, no puedo callarme ante faltas de respeto en lo que se refiere al culto de Dios y a la misa. Con paciencia, pero también con entereza he de tratar de que no se convierta en otra cosa lo que es el santo sacrifico de la misa.

         Jesús, tampoco me puedo callar ante el abuso de los recursos naturales, pues toda la creación te pertenece. Es una actitud cristiana (de buen hijo de Dios) defender la naturaleza, sabiendo que la has creado para el uso (pero no el
abuso) del hombre.

         De manera especial, he de defender los derechos de la persona, elemento central de la creación. Y el 1º derecho de la persona es el derecho a la vida: desde la concepción hasta la muerte. Por ello, no me puedo callar (si soy cristiano) ante estructuras y sociedades que promueven el aborto o la eutanasia.

         Finalmente, Jesús, no me puedo quedar indiferente ante mi propia vida espiritual. Mi alma en gracia es templo del Espíritu Santo, casa especial de Dios; y no puedo convertirla en cueva de ladrones. Ayúdame a tratar con delicadeza al Espíritu Santo, sin permitir que mi alma se enturbie con cualquier pecado. Y si mis sentimientos y pasiones no se corresponden con mi condición de templo de Dios, que sepa purificarme con la penitencia, con decisión. Como hiciste tú en la casa de tu Padre.

Pablo Cardona

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         Lucas nos presenta hoy la expulsión de los mercaderes del templo, llevada a cabo por Jesús, en sólo 2 versículos. Santa ira la de Jesús, sin duda. Lo cual no es odio, sino simplemente ira, manifestada a través de aquella expulsión que hizo Jesús de todos aquellos impresentables del templo sagrado (a través de un látigo o azote hecho con cordeles, según Mateo, o con el derribamiento de las mesas y puesta en libertad de los animales sacrificales, según Marcos).

         En esta situación, lo curioso es seguir leyendo que Jesús "enseñaba diariamente en el templo" (v.47). Más tarde, se dirá que "durante el día Jesús enseñaba en el templo, pero iba a pasar la noche al Cerro de los Olivos, y desde muy temprano volvía al templo a enseñar" (Lc 21, 37). No debemos perder de vista que Jesús nunca enseñó en el Templo de Jerusalén de una manera oficial, ni mucho menos.

         Jesús "enseñaba con autoridad", pero no con autorización. Es decir, nunca fue avalado por la oficialidad ni por las autoridades del templo para enseñar allí, y ese era un requisito necesario para poder hacerlo. De ahí que la gente dijese: "Mirad cómo enseña en el templo, y no le dicen nada". Efectivamente, las autoridades religiosas de Jerusalén nunca dieron permiso a Jesús para enseñar en el templo, y Jesús tampoco lo pidió.

Severiano Blanco

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         San Pablo, escribiendo a los corintios, nos dice que los cristianos somos "templo del Espíritu Santo". Hoy Jesús nos dice que la "casa del Padre", su templo, debe ser "casa de oración". Pensemos por un momento si nuestra vida interior es de verdad una "casa del Padre", o una "casa de oración", o en realidad es un lugar lleno del ruido mercantil del mundo que está gritando dentro de nosotros y buscando vendernos sus necias ideas.

         ¿Por qué no invitamos a Jesús a que entre dentro de nosotros, y a jirones eche con su poder y autoridad a todos esos gritones fuera de nosotros? ¿Por qué no le ayudamos nosotros a hacerlo, poniendo nuestra vida en la órbita de la vida orante y pacífica interior? Eso es lo que hizo María Santísima, al ofrecerse como verdadero lugar de encuentro con Dios.

Ernesto Caro

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         La entrada en escena de hoy de Jesús, en pleno centro religioso judío, significa una puesta en cuestión de las actitudes religiosas de éstos, desenmascarando sus egoísmos humanos y falsos seguimientos de Dios, llenos de mercantilismo y calamidades malvadas.

         Pues bien, al igual que aconteció con la entrada de Jesús en el Templo de Jerusalén, así ha de acontecer con la entrada de Dios en nuestras vidas: la exigencia, a la hora de colocar en revisión toda nuestra religiosidad. En 1º lugar porque ésta no nos asegura la impunidad en nuestras malas acciones, y en 2º lugar porque ésta nunca puede ser refugio para malhechores ni falsificadores.

         La intervención de Jesús en el templo es una llamada de atención a recolocar nuestra actitud religiosa en un plano de autenticidad y sinceridad. El espacio y el tiempo sagrado deben adquirir su verdadero sentido como forma de encuentro con Dios. Ellos tienen que asumir siempre la forma de la intercesión y de la búsqueda del perdón de Dios a un corazón arrepentido.

         Ante estas intervenciones de Dios en la propia vida, podemos asumir actitudes contradictorias. Junto a la posibilidad de aceptación del pueblo está también presente en nosotros el intento de eliminación de esta palabra inquietante, tal como sucedió en la vida de los dirigentes del pueblo durante la actuación de Jesús en Jerusalén.

         Y de la elección que hagamos entre estas 2 formas de recibir el mensaje divino depende el valor de nuestra religiosidad y de nuestro encuentro con Dios, que da sentido a toda nuestra existencia.

Confederación Internacional Claretiana

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         Las peregrinaciones anuales a Jerusalén se habían convertido, desde mucho antes de la llegada de Jesucristo, en una importante fuente de comercio. Muchos israelitas acudían con sus animales durante la Pascua para ofrecer un sacrificio a Dios. Y el templo de Jerusalén, a la vez exigía que todos los aportes y transacciones se hicieran con la moneda judía, no recibían moneda extrajera.

         Por tal motivo, alrededor del templo, especialmente en la plaza de los gentiles, se había organizado un intenso comercio en torno al cambio de moneda romana por moneda judía, y en torno a la compra y venta de animales sacrificiales.

         Cuando Jesús llegó a Jerusalén, se dio cuenta de la deshonestidad de los cambistas, y del negocio que se había montado con la piedad israelita. Los mercaderes "se aprovechaban de las demandas de animales puros para los sacrificios, elevando los precios de manera exorbitante", nos dice en otro texto la Escritura.

         Esta situación era totalmente contraria al propósito que tenía el Templo de Jerusalén, el cual era servir de lugar de culto al Dios vivo. En cambio, se había convertido en un lugar más de explotación mercantil, en este caso utilizando la piedad popular.

         Tamaña contradicción encolerizó a Jesús, el cual decidió, ante la mirada ojiplática de sus discípulos, emprender una acción realmente sorprendente: la expulsión de los mercaderes.

         A partir de esta acción, Jesús se convirtió en una figura popular, y en un desafío intolerable para los dirigentes del templo. No obstante, el interés de Jesús no había sido provocar una trifulca nacional, sino precisamente advertir al pueblo sobre el peligro de una piedad afianzada exclusivamente en las seguridades del templo. Por esta razón, las acciones que siguieron a este evento se encaminaron a la ayuda de los necesitados, y a la enseñanza a las multitudes.

         Hoy asistimos a un crecimiento vertiginoso de los nuevos movimientos religiosos, de los cuales no pocos tienen como fin el comercio con la buena fe de sus adeptos (entre otras cosas, exigiendo diezmos, ofrendas o donaciones particulares). Algunos de estos movimientos (o sectas) han saltado a los medios de comunicación, e incluso hay otros (masonería) que mezclan el culto a Dios con el culto al capitalismo.

         Para todos ellos, Jesús sale al paso, y les hace (nos hace) una llamada a hacer de nuestros templos, y sobre todo de nuestras vidas, un lugar sagrado de culto al Dios verdadero. En la medida que demos un decidido al Dios verdadero (Dios de la vida), combatiremos los tentáculos del dios del dinero, de las ideologías o del mercantilismo.

Servicio Bíblico Latinoamericano