22 de Mayo

Lunes VII de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 22 mayo 2023

a) Hch 19, 1-8

           A lo largo de su 3º viaje misionero, Pablo se plantea como objetivo no tanto revivir otra época heroica de fundaciones (con métodos simples de 1ª evangelización), sino abordar la consolidación doctrinal y funcional de sus comunidades, previendo futuras desviaciones.

           Y tras atravesar desde Antioquía las altas regiones de Anatolia, llegó finalmente a Éfeso, capital del Asia Menor. Allí se va a establecer el apóstol durante un periodo de 3 años, con el objetivo de estabilizar la importante comunidad del Asia Menor. Estamos entre los años 53 y 56, y en dicha estancia escribirá Pablo su Carta a los Gálatas y su Carta I a los Corintios.

           Éfeso era una de las ciudades más importantes del Imperio Romano, capital de la provincia de Asia Menor. Como ciudad libre, tenía su propio Senado y Asamblea Popular, y era gobernada por un procónsul. Era un centro comercial importante (situado en la ruta principal entre Roma y el Oriente), y en él vivía gran cantidad de judíos.

           Lo 1º que en Éfeso encontró Pablo es que la mayoría de los cristianos (evangelizados al barullo, y tan sólo visitados por él en una pasada fugaz, en su vuelta del 2º viaje) le confiesan no haber recibido (ni haber oído hablar) al Espíritu Santo, ni tampoco haber recibido el bautismo cristiano (sino sólo el de Juan Bautista).

           Era Éfeso otra de esas ciudades cosmopolitas, y en ella las más variables sectas religiosas se disputaban los clientes. Los bautistas, ¿eran simplemente esenios? Porque entre esta secta y los cristianos discutían sobre la eficacia de sus bautismos respectivos.

           Pablo, entonces, les dijo: "Juan bautizó con un bautismo de conversión diciendo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea, en Jesús". Efectivamente, el bautismo de Juan era simplemente un signo de conversión, que se esforzaba en el cambio de vida humana. Mientras que la novedad del bautismo cristiano era una cuestión de fe, incorporando al orden nuevo de la gracia divina.

           Los bautistas quisieron ser bautizados en nombre del Señor Jesús. Y cuando Pablo les impuso las manos, "el Espíritu Santo vino sobre ellos, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar". En total, eran 12 hombres. ¿Estaríamos nosotros dispuestos a avanzar por una nueva etapa de la vida?

           En definitiva, la enseñanza de Éfeso es que Dios actúa por etapas, y sus llamadas a una mayor perfección son sucesivas. Si quisiéramos quedarnos en la etapa a la que hemos llegado, podríamos rehusar esas nuevas llamadas de Dios. En este momento, ¿hacia qué progreso me empuja el Espíritu?

           Para llegar a esa perfección, los discípulos del Bautista en Éfeso renunciaron a sus certezas y seguridades anteriores, y tuvieron que aceptar dar un nuevo paso. El milagro de las lenguas (o glosolalia, en que los nuevos confirmados se ponían a hablar lenguas incomprensibles) es un fenómeno significativo. Seguir al Espíritu es dejarse introducir por él en las zonas imprevistas de la aventura espiritual.

Noel Quesson

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           El escenario geográfico de la narración de hoy pasa a ser Éfeso, la gran metrópoli de Asia y una de las ciudades más importantes del Imperio Romano, capital de la provincia romana y punto de confluencia entre el Occidente y las vías de comunicación hacia las regiones interiores de Asia. En este nuevo centro estratégico trabaja Pablo 3 años, funda una Iglesia (destinataria de una de las epístolas del corpus paulino) y hace de ella un punto de irradiación "para todos los habitantes de Asia" (v.10).

           El relato de Lucas es un tejido de episodios llamativos: el caso de los discípulos que sólo conocían el bautismo de Juan Bautista (vv.1-6), las peripecias acostumbradas de la ruptura con la sinagoga judía, que determina el paso de Pablo a los gentiles (vv.8-10), la figura taumatúrgica de Pablo y los exorcistas judíos (vv.11-17) y la victoria de la nueva fe sobre las prácticas de magia, tan inveteradas en Éfeso (vv.18-20).

           Los 12 discípulos de Éfeso que sólo conocían el bautismo de Juan representan un caso curioso. El episodio evoca el paralelo análogo de los bautizados de Samaria que todavía no habían recibido el Espíritu Santo (Hch 8, 14-17) y resalta que el Espíritu Santo, con sus carismas, es el rasgo que caracteriza a la comunidad de Cristo frente a la de Juan Bautista (vv.4-6).

           Sin embargo, tenemos una vía mejor de explicación en la estrecha afinidad con el caso Apolo (Hch 18, 24-28), y parece plausible la hipótesis de ver ahí un resto del movimiento del Bautista, que se habría prolongado como un movimiento paralelo y acaso rival del cristianismo. ¡Una lección de ecumenismo! Una Iglesia viva y plural ejerce una atracción espontánea sobre los grupos marginales, que ven en la incorporación una posibilidad de crecimiento.

Fernando Casal

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           Nos detenemos hoy a meditar el encuentro de Pablo con unos discípulos de Juan el Bautista, tenido lugar en Éfeso. Éstos habían recibido el Bautismo de Penitencia predicado por el precursor del Mesías y, como buenos discípulos, recordaban a su maestro penitente y asceta, como norma de vida. Alabemos su fidelidad.

           Pablo percibe que éstos están bien dispuestos y abiertos a cualquier novedad que venga del Señor, y se siente impulsado a decirles que den un paso más en su vida. Vosotros, les dice Pablo a los discípulos de Juan, ¿no habéis recibido aun la Buena Noticia de Cristo? ¿O es que no habéis recibido todavía la gracia del Espíritu Santo, que supera a la de Juan y transforma nuestras vidas?

           Aquellos 12 bautistas se quedan sorprendidos, pues para ellos no había nada más profundo y purificador que su Bautismo de Penitencia. Sí, les responde Pablo, hay algo más: el Bautismo de Gracia del Señor Jesús. Y en cuanto les impuso las manos, dichos bautistas fueron tomados por el Espíritu, y lanzados a la nueva vida y misión.

           Apolo, Pablo, tú y yo, todos somos creyentes por la gracia de Cristo, cada cual desde su peculiar iluminación. El detalle personal puede quedar en 2º plano. Lo importante es que siempre hablemos y actuemos con discernimiento según el Espíritu para que el don de Dios (fe, esperanza, amor, prudencia, fidelidad) quede de manifiesto a favor del Reino de Dios entre los hombres.

Juan A. Martínez

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           Pablo ha llegado a Éfeso en su 3º viaje misionero, y encuentra a un grupo de personas bautizadas sólo con el bautismo de Juan. Y se pone a conversar con ellos, subrayando que el signo distintivo de los cristianos es la activa presencia en ellos del Espíritu Santo. Tras lo cual, aquellos bautistas se bautizan "en el nombre del Señor Jesús" (v.5) y reciben la imposición de manos de Pablo (en que acontece la efusión del Espíritu Santo sobre ellos). Se trata, pues, del Pentecostés de Éfeso, en línea con el de Jerusalén (Hch 2, 4) y Samaria (Hch 8, 17).

           La importancia de la misión de Pablo en Éfeso queda consignada en el libro de Hechos por esa efusión del Espíritu Santo, que por lo visto consagró proféticamente a esa comunidad, para que fuese centro de irradiación del evangelio "en toda la provincia de Asia". El apunte final de Lucas sobre los 3 años de Pablo "hablando en público del Reino de Dios" (v.8) también cualifican esa misión.

           La vida del Espíritu huye de cualquier tufo de espiritualismo volátil. Basta con recurrir al viejo catecismo, en la página que nos enumera los dones y los frutos del Espíritu. La palabra de hoy recala en frutos precisos de esta vida espiritual. En 1º lugar "tener valor", porque el Espíritu es fuego, aliento y fuerza, y porque una vida eclesial a la defensiva no es vida según el Espíritu. Y en 2º lugar, saber que "el Padre está conmigo", como experiencia fundante que nos lleva a estar gustosamente en las cosas del Padre, sentir que somos objeto de la ternura de Dios. Esto parece fácil, pero no siempre empapa la espiritualidad cristiana.

           Finalmente, nos dice el pasaje que aquellos 12 hombres (los bautistas) "se pusieron a profetizar". Sin muchas clases de teología, aquellos bautistas de Éfeso pasaron pronto de la ignorancia del Espíritu a profetizar, inspirados y empujados por ese mismo Espíritu. Lo contrario de esos cristianos que "prefieren ser buenecicos y no hacer ruido", pues el Espíritu es "ruido de cielo, como viento recio".

Conrado Bueno

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           A lo largo de su 3º viaje misionero, Pablo llega a Éfeso, una de las ciudades más importantes del Oriente. Y allí estuvo más de 3 años, fundando una comunidad a la que luego le escribiría una de sus cartas. En Éfeso, como siempre, predica 1º Pablo a los judíos, en la sinagoga. Y como siempre, empiezan a suceder cosas extrañas o sorprendentes: 12 hombres que se dicen creyentes de Jesús, pero que no han sido bautizados (sino sólo recibido el bautismo de Juan Bautista) y no conocen al Espíritu Santo. Probablemente se cuenta este caso para dar a entender a otros lo que tendrían que hacer en casos similares (por lo visto generalizados), ante los discípulos del Bautista.

           Tras la sorpresa inicial, Pablo se pone a instruir amablemente a aquellos 12 hombres, sobre la relación entre el bautismo de Juan y el bautismo de Jesús. Y los 12 aceptan las recomendaciones, son bautizados de nuevo (esta vez "en el nombre de Jesús"), y reciben el Espíritu con la imposición de manos de Pablo. El Espíritu suscita en ellos el carisma de las lenguas, y empiezan a profetizar.

           Como en Éfeso, también entre nosotros hay situaciones muy dispares a la hora de acercarse a la fe en Jesús. De todo el libro de los Hechos tendríamos que aprender cómo ayudar a cada persona, desde su situación concreta, a llegar hasta Jesús (como el eunuco que viajaba en carroza a Etiopía, o los filósofos del Areópago de Atenas, o las mujeres que iban a rezar al río de Filipos, o estos bautistas de Éfeso que se habían bautizado en el bautismo de Juan y no de Jesús).

           Para todos tiene respuesta amable la comunidad cristiana. Para todos sabe encontrar el lenguaje adecuado, a partir de lo que ya conocen y aprecian. En concreto Pablo nos da un ejemplo de adaptación creativa a cada circunstancia que encuentra. En este caso, no condena el bautismo de Juan, sino que les conduce a su natural complemento, que es la fe en Jesús, el Mesías al que anunciaba el Bautista.

           También nosotros deberíamos evangelizar con esta pedagogía, respetando en cada caso los tiempos oportunos, no desautorizando sin más la situación en que se halla cada persona, partiendo de los valores ya asimilados, y que seguramente constituyen un buen camino hacia el valor supremo que es Cristo. Como lo tendremos que hacer antes o después, tanto en América como en África o Asia.

           Si lo hiciéramos así, el Espíritu subrayaría, incluso con carismas, como en Éfeso, este carácter de universalidad y pedagogía personal. Porque es él quien regala a su comunidad todo lo que tiene de vida y de imaginación y de animación, evangelizando toda cultura y toda situación personal.

José Aldazábal

b) Jn 16, 29-33

           Los apóstoles creen hoy haber llegado a entender a Jesús: "Ahora vemos, y creemos que saliste de Dios". Pero Jesús parece ponerlo en duda: "¿Ahora creéis?". En efecto, él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos.

           Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: "En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo". ¿De veras creemos nosotros? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe.

           Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿Aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu.

           ¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿Le seguimos también cuando exige renuncias? El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad, "para que encontréis la paz en mí".

José Aldazábal

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           Escuchamos hoy cómo los discípulos le dicen a Jesús: "Ahora sí que hablas claro, sin usar comparaciones. Ahora sabemos que lo sabes todo y que no necesitas que nadie te haga preguntas. Por eso creemos que procedes de Dios" (vv.29-30). Los discípulos se figuran entender ya del todo e interpretan mal las palabras de Jesús. Creen que ha contestado a su pregunta no formulada (Jn 16, 19) y se admiran de su saber; por eso creen que procede de Dios. Su fe no se apoya en el único argumento que Jesús ha dado: sus obras (Jn 5,36; 10,38; 14,11), sino en una pretendida ciencia que le atribuyen.

           Jesús le replicó: "¿Que ahora creéis? Pues mirad, se acerca la hora, y ya está aquí, de que os disperséis cada uno por vuestro lado y a mí me dejéis solo; aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo" (vv.31-32). Jesús se muestra escéptico. La fe verdadera tiene por objeto a Jesús en la cruz (Jn 19, 35) como manifestación suprema del amor de Dios (Jn 3, 16) y su fuerza salvadora (Jn 3, 14). Jesús los conoce mejor que ellos mismos. La inadecuación de su fe se va a mostrar cuando se enfrenten con la realidad de la muerte de Jesús. Jesús evoca la imagen del rebaño disperso: ante su detención y muerte, que van a destruir toda esperanza de triunfo terreno, todos desertaran.

           Y por eso les añade: "Os digo esto para que, unidos a mi, tengáis paz. En medio del mundo tendréis apreturas, pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo" (v.33). El versículo termina el desarrollo sobre la persecución (Jn 15, 18), pero Jesús quiere tranquilizar a los suyos (Jn 14, 1.27). Y la paz que les deseaba como despedida (Jn 14, 27) debe ser una realidad en ellos gracias a la unión con él. Esta paz está cercada por la presión del orden injusto en medio del cual se encuentran (Jn 12,25; 13,1). La persecución es inevitable (tendréis apreturas) pero no es señal de derrota; cada vez que el mundo cree vencer, confirma su fracaso.

Juan Mateos

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           Escuchamos hoy el final del último discurso de Jesús después de la Ultima Cena. Después de tantas incomprensiones, después de un largo camino sembrado de vacilaciones, de dudas, parece, por fin, que los apóstoles, ¡han llegado a la fe! Por lo menos, estamos ante una novedosa afirmación de su fe... porque el camino doloroso de sus dudas, de sus cobardías y de sus abandonos, no ha terminado todavía.

           Ahí va el pasticio de los apóstoles: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten. Y por ello creemos que saliste de Dios". Esto es justamente lo que los discípulos han experimentado en su trato con Jesús: que sabe de las cosas de Dios, y sabe cuanto se refiere a la felicidad y a la desgracia del hombre.

           "Vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten". La 2ª parte de esta frase parece incorrecta, pues lo lógico sería decir "no necesitas preguntar a nadie", puesto que lo sabe todo. ¿Por qué razón se dice, entonces, "no necesitas que te pregunten"?

           La respuesta es teológica, y pertenece a la teología de su cronista (Juan): porque la ciencia de Jesús (su conocimiento acerca de Dios y acerca del hombre) es algo que él comunica a los demás, porque la tiene per se. No es una ciencia de este mundo (que se adquiere preguntando) sino divina (que se adquiere recibiendo), no es teórica sino experimental. Por eso, en otro momento Jesús les dirá: "Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer", y "el Espíritu os conducirá a la verdad plena". Es la ciencia reveladora de Jesús, comunicada espiritualmente y no sapiencialmente.

           Ante el desahogo de los discípulos, Jesús les contestó: "¿Ahora creéis? Pues mirad, está para llegar la hora, e incluso ha llegado ya, en que os disperséis cada cual por su lado, y a mi me dejéis solo". Se trata de un interrogante (¿ahora creéis?) que tiene sabor de sorpresa y desconfianza. Desconfianza lógica si el argumento para la fe se apoya en la evidencia externa (de que lo van a dejar solo). Y sorpresa porque, en el fondo, la mayoría de nosotros creemos porque nos parecen razonables las cosas (sin haber visto).

           Por eso, cuando llega esa hora que anuncia Jesús, la hora de la pasión y de la muerte, la hora en la que no tiene sentido las cosas que suceden, nosotros dejamos de creer. Efectivamente, los discípulos (como nosotros) no tenían aún fe, porque la fe es algo inseparable a la hora de la cruz, es inseparable del escándalo de la cruz. Y por eso, cuando llegó la hora del escándalo tuvo lugar la dispersión, y el abandono de los discípulos.

           La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación, repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo. Y el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo. Seguir confiando en Jesús y en su palabra es la única manera de encontrar la paz. Porque él no está solo. El Padre está con él y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido.

Maertens Frisque

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           Jesús, particularmente el Jesús de Juan, se encuentra instalado hoy en una duración distinta: como ajeno a toda agonía, habla sin embargo de una victoria; antes del combate final nos da el parte de guerra con un "yo he vencido al mundo".

           Él es él. Y su certeza es muy distinta a la seguridad arrogante y altiva de Pedro (que declara "estoy dispuesto a dar mi vida por ti"). Cuando Jesús dice "yo he vencido al mundo" no se refiere a que venció ayer (miércoles, la antevíspera del día de Pascua) ni la semana anterior (con su entrada triunfal en Jerusalén), ni a cualquier momento remoto o cercano. No declara que ha ganado una batalla, sino que se proclama ¡vencedor de la guerra! Su "yo he vencido" abarca todo su tiempo y todo el tiempo histórico.

           Sí, percibimos que habla desde la Pascua cumplida. Y desde ahí nos sigue hablando a nosotros, inmersos en el tiempo. Hoy y aquí resuenan sus palabras: "en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo". Ese es nuestro punto de apoyo; mejor, nuestro punto de amarre. Si, braceando en medio del oleaje, nos agarramos a otro cuerpo inestable sacudido por el mismo oleaje, nuestro asidero se nos revelará tan frágil y zozobrante como nosotros.

           Sólo si estamos anudados a un punto de amarre sólidamente instalado en tierra firme podemos mirar con unos ojos algo más serenos los momentos efímeros, inciertos u opacos, y nos entregamos con más confianza a nuestra misión en el momento presente, y no dejamos que la ansiedad del mañana secuestre el gozo del hoy o duplique su fatiga abrumadora, y nos deshacemos de toda seguridad algo (¿sólo algo?) arrogante y altiva.

Pablo Largo

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           La frase de Jesús en el evangelio de hoy, puesta en boca de algún otro (Napoleón, Garibaldi...), sonaría a simple locura: "Yo he vencido al mundo". Pues ¿cuál es ese mundo, y qué significa haberlo vencido?

           Pueden orientarnos tantas expresiones que hemos venido oyendo en estos capítulos de Juan. Por ejemplo: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 18-19). Y en otro lugar dice: "Yo os he dado mi palabra, y el mundo os ha odiado porque no sois del mundo, como tampoco Yo soy del mundo" (Jn 17, 14). Pertenecer al mundo es estar bajo su imperio; estar en el mundo "sin pertenecer al mundo" es vencer al mundo.

           Pero el concepto clave es que el mundo ama lo que le pertenece y odia lo que se le escapa. Como por otra parte no podemos habitar en otra parte que no sea mundo, la única alternativa que nos queda es aquello que pide para nosotros el Señor cuando ora a su Padre: "que los guardes del maligno" (Jn 17, 15).

           Amar sólo lo que a uno le pertenece es precisamente desfigurar el sentido del amor. Un amor que se obliga a volver sobre sí mismo es la definición de la conveniencia y del egoísmo, es el terreno propio del placer estéril y de la vanidad entronizada. Tales son efectivamente los vicios propios del mundo: amar por conveniencia, comprar y vender, y mantenerlo todo en oferta (ya se trate de la paz, de la conciencia, del cuerpo, de la mujer o de la patria).

           Cristo ha vencido al mundo "amando al mundo", es decir, dándole lo que él no puede dar. Y aquí vendrá la gran paradoja: el mundo no puede responder al amor gratuito, sino con odio gratuito. No puede recibir algo que no pueda comprar, porque no quiere tener algo que no pueda vender. Y por eso odia con injusticia y sin remedio a la vez. Cristo, por su parte, sabiendo esto, ama irremediablemente al que le odia irremisiblemente, y así manifiesta de quién procede y hacia quién nos dirige. ¡Gloria a Dios!

Nelson Medina

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           "Ahora sabemos que conoces todas las cosas, y que no necesitas que nadie te pregunte. Y en esto creemos que has salido de Dios". Se trata del resultado final que provoca en los discípulos el Discurso de Despedida de Jesús, después de la Ultima Cena.

           Después de tantas incomprensiones, y tras un largo caminar entrecortado de vacilaciones, he aquí que los apóstoles parecen por fin ¡haber llegado a la fe! Por lo menos, esta es una su nueva ocurrencia... pues el camino doloroso de sus dudas, o cobardías, o abandonos, todavía no ha empezado siquiera.

           A lo que Jesús, más lúcido que ellos, y posiblemente movido por la compasión, les contestó: "¿Ahora creéis? Pues he aquí que llega la hora, y ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por su lado, y a mí me dejaréis solo". Sí, la ilusión acecha a los creyentes en cada momento, pero eso no es nada comparado con la hora de la prueba. Los discípulos aluden a que "saben y creen", y Jesús les recuerda que Judas les ha dejado un cuarto de hora antes.

           Los discípulos creen tener seguridad en su fe. Pero es a cada uno de ellos a quienes Jesús anuncia su deserción. La Palabra de Jesús está dirigida a mí, y quiere revelar mi incapacidad para traducir mis actos en fe. No, no basta con cantar el Credo. ¿Cuántas veces al día, o en cuantas de mis conductas, abandono yo a Jesús?

Noel Quesson

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           En el evangelio de hoy Jesús deja en claro a sus discípulos que la mera transmisión de la doctrina no es suficiente. El grupo de seguidores comienza a cantar glorias cuando creen, infundadamente, que han comprendido el camino de Jesús. Sin embargo, el necesario paso por la cruz les demostrará cómo la claridad de las palabras no es suficiente.

           Cuando los discípulos le dijeron a Jesús que ahora sí se daban cuenta de que él venía de Dios, él les respondió con una reflexión que apagaba todo optimismo: "¿Ahora creéis?". Y para que sus discípulos aterrizaran, les pronostica lo que iba a pasar: "Vosotros os vais a dispersar, y me vais a dejar solo" (v. 32). La soledad es una realidad que puede derrumbar al ser humano, y Jesús ciertamente la palpa. Sin embargo, a pesar de que el evangelista Juan resalte con realismo los rasgos humanos de Jesús, emplea siempre el género literario "de la gloria", para que Jesús no quede aplastado por las limitaciones de su humanidad, y así pueda servirnos de ejemplo para salir a flote en toda amenaza de destrucción.

           Por eso Jesús, frente a la soledad en que lo dejan sus discípulos, recurre a la compañía del Padre. Esta conducta es una lección para la comunidad cristiana. Ella no debe quedar aplastada por la soledad, cuando le llegue la persecución. Cada vez que ésta la amenace, debe encontrar en la memoria del Maestro la lección: activar en su interior la presencia del Padre, que no la dejará sola. La soledad de la persecución, por no ser una soledad querida ni necesitada, lleva siempre la carga negativa del abandono, de la amenaza, del límite de la resistencia. Para Jesús, la solución está en saber vivir la presencia interior, amigable y tierna del Padre.

           La comunidad debió enfrentar una situación sumamente difícil, de modo que el testimonio de lucha y tenacidad de Jesús se convirtió en una realidad paradigmática. La suerte del crucificado se transformó para ellos en una referencia existencial ante la inminencia del peligro. La persecución de las autoridades y la abierta amenaza a su integridad personal debieron socavar las seguridades doctrinales. La muerte de Jesús fue percibida entonces no como una realidad lejana; se convirtió en una experiencia de la comunidad.

           Hoy, creemos que nuestras seguridades doctrinales son suficientes. Sin embargo, el camino del crucificado nos muestra cuán débiles son nuestras opciones. Huimos y nos dispersamos ante las dificultades.

Servicio Bíblico Latinoamericano