23 de Mayo

Martes VII de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 23 mayo 2023

a) Hch 20, 17-27

           Un motín dirigido contra Pablo obliga a éste a abandonar Éfeso y modificar sus planes de viaje. Y en su escala de Mileto se despide de los ancianos (presbíteros), venidos expresamente de Éfeso. Se trata de un Discurso de Despedida de Pablo que el apóstol destina especialmente a los sacerdotes de la Iglesia, a forma de testamento pastoral. He aquí el retrato del apóstol, según San Pablo: "Sirviendo al Señor, con humildad".

           Toda responsabilidad en la Iglesia, y toda vida cristiana auténtica, está marcadas por la cruz. Para Pablo, su cruz principal vino de los judíos que no querían evolucionar hacia la fe en Cristo. Cada uno de nosotros tiene su cruz, y toda prueba tiene valor si sabemos asociarla a la redención. La salvación de la humanidad no se logra de otro modo, sino de la manera que Jesucristo ha establecido.

           En público y en privado, Pablo daba testimonio a judíos y a griegos para que se convirtieran a Dios. Éste fue el auditorio y la búsqueda de Pablo. ¡Sin discriminación! Si los judíos, por su estrechez de miras, perjudicaron tanto a Pablo, éste no les guarda ningún resentimiento, y también a ellos sigue proclamando la Palabra de Dios, de la misma manera que la proclama a los griegos.

           Hoy día, la Palabra de Dios se dirige a todos, a los judíos (creyentes) y a los griegos (no creyentes). Este es el motor profundo de la acción apostólica, un motor encadenado al Espíritu y en que el apóstol no hace lo que quiere, sino que va donde el Espíritu le lleva. Ésta es la aventura integral, sin ninguna previsión posible por adelantado.

Noel Quesson

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           La perícopa de hoy contiene el famoso Discurso de Despedida con que Pablo se despide de los ancianos de Éfeso en Mileto (vv.18-35), tras unas breves noticias introductorias (vv.17-18) y hacer mención de los sentimientos que despierta en los destinatarios (vv.36-38, versículos que aparecerán en el texto de mañana).

           Se trata del 3º gran discurso que Hechos pone en labios de Pablo, y se trata de un momento solemne y trascendental. Pertenece al género literario de los discursos de despedida del AT, del NT y de la literatura profana, y viene a ser el testamento pastoral de Pablo, y su última voluntad. En él se despide el apóstol de su actividad misionera, y da normas de gobierno a los presbíteros y obispos que han de tomar su relevo. Por eso, el tema ministerial y pastoral es lo central.

           En el discurso podemos distinguir 4 partes: 1º una apología que evoca los casi 3 años de apostolado en Éfeso (vv.18-21); 2º un anuncio de inminentes tribulaciones y del final de su ministerio (vv.22-27); 3º una exhortación a la vigilancia pastoral (vv.28-32) y 4º el ejemplo desinteresado de Pablo (vv.33-35). Las partes 1ª y 2ª son las que cita el texto de hoy, mientras que la 3ª y 4ª aparecerán en el texto de mañana.

           Es importante darse cuenta de que la teología y estructuras ministeriales del discurso son las prototípicas de las comunidades paulinas, aunque reflejen algunos rasgos más evolucionados de los que encontramos en las epístolas de Pablo. Con ello se ve que las estructuras (e identidades) ministeriales de la Iglesia estaban en pleno proceso dinámico de adaptación, y eran mucho más abiertas de lo que muchos piensan (sin ningún tipo de cortapisa, respecto del pasado).

           Eso sí, lo que se dice sobre la vigilancia pastoral (vv.28-32) anuncia una verdad de validez permanente para todas las épocas de la Iglesia, sobre todo para las épocas de confusionismo o urgencias especiales: la primacía de los pastores, dentro del Pueblo de Dios. Una primacía que no significa protagonismo, pues como recuerda el Concilio II Vaticano, el Pueblo de Dios no es objeto sino protagonista de la evangelización.

Fernando Casal

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           Pablo presiente que su muerte está cercana, y por eso reúne a los presbíteros de Éfeso y ante ellos realiza un balance de su vida apostólica. Una emotiva Declaración de Mileto en la que Pablo sintetiza las 3 actitudes fundamentales que han guiado su anuncio del evangelio, y que deben ser las propias de todo evangelizador:

           1º la humildad. A veces, el que anuncia corre el riesgo de remitir todo a sí mismo, de juzgar la respuesta de las personas según su particular criterio, de perder los papeles cuando las cosas no salen según sus planes. Pablo, por el contrario, reconoce que "ha servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas".

           2º la entrega. No es lo mismo ser entusiasta un día que hacer de la propia vida una ofrenda permanente. El entusiasmo de un día puede provocar el aplauso y un reconocimiento efímero. La entrega de toda la vida tiene la eficacia del grano de trigo enterrado. Pablo se ha deshecho por el evangelio, "insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan y crean en nuestro Señor Jesús".

           3º la fidelidad. La evangelización está llena de riesgos, de cansancios, de búsqueda de compensaciones. ¿Qué buscamos cuando anunciamos a Jesús? Ojalá pudiéramos reconocernos en las palabras de Pablo: "Lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del evangelio, que es gracia de Dios".

Gonzalo Fernández

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           Pablo presiente el final del su camino y, movido por este sentimiento, abre su corazón ante los principales de la comunidad de Éfeso. Las palabras que hemos recibido en la 1ª lectura son, pues, una especie de testamento espiritual que nos permite entrever la calidad de la entrega de este hombre de Dios, que con palabras, obras y padecimientos mostró en todo ser testigo del Crucificado y Resucitado.

           En resumidas cuentas, un verdadero apóstol (viene a decir Pablo) une la humildad y la caridad, la paciencia y la diligencia. Es delicado para consolar y fuerte para exhortar; sabio en su palabra y sencillo en su exposición; oportuno en la enseñanza y generoso para con todos. No está centrado en sí mismo, sino en Aquel que le ha enviado. Y todo lo juzga no en función de su provecho o gusto, sino en relación con el noble objetivo que se apoderado de su alma.

           Sin embargo (viene a seguir diciendo Pablo), dicho apóstol no es el capitán del barco, sino un buen soldado del general máximo, permaneciendo atento para cambiar de rumbo si la estrategia así se lo revela. Con la mirada puesta en su meta, de nada se apega dicho apóstol, y a nada teme demasiado. Hace su obra y se aparta con discreción, es responsable pero no obsesivo, alegre pero no disipado, sencillo pero no ingenuo, audaz pero no temerario.

           ¡Qué hermoso es conocer los sentimientos de Pablo en un momento tan crucial de su vida! Su voz es lúcida, sincera y esperanzada, previsora de riesgos y fuerte por la gracia del Espíritu. Ha sido fiel, ha trabajando sin desmayo, y testigos de ello son las gentes evangelizadas y las persecuciones sufridas. Si ahora, guiado por el Espíritu, ha de caminar hacia Jerusalén cargado de cadenas, sabrá mantenerse más intensamente fiel. ¿Seremos nosotros capaces de imitarle en su generosa entrega?

Nelson Medina

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           Hoy y mañana escuchamos el Discurso de Despedida de Pablo ante los responsables de las comunidades cercanas a Éfeso. Y como en todo discurso de despedida, encontramos aquí una mirada al pasado, otra al presente y una final al futuro (cuya lectura tendrá lugar mañana).

           Pablo, ante todo, hace un resumen global de su ministerio, en el que se presenta a sí mismo como modelo de apóstol y responsable de la comunidad: "He servido al Señor, no he ahorrado medio alguno, he predicado y enseñado en público y en privado, nunca me he reservado nada". Y todo esto con mil contratiempos y "maquinaciones de los judíos" contra él.

           Ahora Pablo se dirige a Jerusalén, "forzado por el Espíritu". Y de nuevo es admirable su actitud y disponibilidad: "No sé lo que me espera allí, aunque posiblemente me aguarden cárceles y luchas". Y sin embargo, allí va con confianza: "No me importa la vida, sino que lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del evangelio, que es la gracia de Dios".

           Pablo se hizo gigante como apóstol y pequeño como dirigente de comunidades. El retrato que hemos visto hoy está más que justificado con las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo estas semanas: su entrega a la evangelización, su generosidad y su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Se trata de un misionero excepcional, y de un líder empático.

           Pablo es un estímulo para todos nosotros, aunque lo que él hizo (por Jesús) y lo que nosotros estamos haciendo (en la vida) no se puedan comparar. Al final de nuestra vida, ¿podríamos nosotros trazar un resumen similar de nuestra entrega a la causa de Cristo? ¿Habrá sido radical nuestra entrega y el testimonio que hemos dado de Jesús?

José Aldazábal

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           La 1ª lecturas de hoy y de mañana integran el discurso con el que Pablo se despide de los responsables de la comunidad que ha fundado en Éfeso. Un elemental marco narrativo (vv.17 y 36-38) sirve a Lucas para clausurar la actividad evangelizadora de Pablo en Occidente. Y lo hace con ese Discurso de Despedida, que suena a testamento espiritual y pastoral, al estilo de las despedidas de Moisés (Dt 29-31), Samuel (1Sm 12) y Jesús (Jn 13-17). El pasado y el futuro de Pablo (Hch 18-21 y 22-27) se anudan en esta despedida. 

          En la 1ª mitad se describe la figura y obra del Pablo apóstol (vv.19-24), con un adiós definitivo de Pablo ante el horizonte de Jerusalén (v.25), donde le espera un largo proceso que lo llevará a la muerte. Así nos transmite Lucas el retrato ideal de Pablo, que ha quedado en la tradición cristiana.

           Se trata de un texto lúcido y optimista, aunque previsor en la cuestión de riesgos. Pablo ha sido fiel al Espíritu, ha trabajado sin descanso, y testigos de ello son las gentes evangelizadas y las persecuciones sufridas. Ahora se siente movido por el Espíritu y acude a Jerusalén, donde le esperan cadenas. Pero él, poseído por el Espíritu, está por encima de las adversidades. No vive para sí mismo sino para el Señor.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Jn 17, 1-11

           Empieza hoy la llamada Oración Sacerdotal de Jesús en la Ultima Cena. Hasta ahora había hablado Jesús a los discípulos, pero ahora eleva los ojos al Padre y se dirige entrañablemente a él, en una oración conclusiva de su misión.

           "Padre, ha llegado la hora". Durante toda su vida ha ido anunciando Jesús esa hora. Y ahora sabemos cuál es: su entrega en la cruz, la resurrección que recibirá del Padre y la glorificación definitiva, "con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese".

           Resume también Jesús la misión que ha estado cumpliendo en este mundo: "Yo te he glorificado" sobre la tierra, "he manifestado tu nombre a los hombres", les "he comunicado las palabras que tú me diste". Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva que resume su vida entera: Consummatum est (lit. "todo está cumplido"). Misión cumplida.

           Como se ve, la oración de Jesús pide ante todo la "glorificación del Padre" (plenitud de toda su misión) y la "glorificación del Hijo" (para que el mundo crea). Pero es también una oración por los suyos, "por estos que tú me diste y son tuyos". Una oración que a los discípulos, pues, les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que van a surgir: "Ellos se quedan en el mundo, mientras que yo voy a ti".

           La oración de Jesús está impregnada de amor al Padre (de unión íntima con él) y a los suyos (que quedan en este mundo). Todos nosotros estábamos ya en el pensamiento de Jesús en su oración al Padre, y él sabía de las dificultades que íbamos a encontrar en nuestro camino cristiano. Se trata de una oración, pues, en la que Jesús:

-pide sobre nosotros la ayuda del Padre,
-nos da su Espíritu para que en todo momento nos guíe y anime, y sea nuestro Abogado y Maestro,
-él mismo nos promete su presencia continuada, pues como él mismo nos dirá en su Ascensión: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". O como dice sobre él el prefacio de la Ascensión, "él no se ha ido para desentenderse de este mundo".

           Con todo esto, ¿tenemos derecho a sentirnos solos? ¿Tenemos la tentación del desánimo? Entonces ¿para qué hemos estado celebrando durante 7 semanas la Pascua de Jesús, que es energía, vida, alegría, creatividad y Espíritu Santo?

José Aldazábal

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           Vamos a seguir con el evangelio de Juan durante toda la semana. Ya sabéis que, como no tiene asignado un año propio en el ciclo litúrgico, se desquita en las semanas anteriores a Semana Santa y durante el tiempo de Pascua. Como se trata de un evangelio especial, que en ocasiones (como hoy mismo) parece estar construido a base de piezas yuxtapuestas, podemos adoptar un método también especial: leamos el pasaje, quedémonos con la música de fondo y detengámonos en una frase cualquiera, volviendo una y otra vez sobre ella.

           Yo me quedo con la frase inicial del evangelio, en que Jesús revela la conciencia que tiene de "haberlo recibido todo del Padre", describe hasta qué punto "ha sido amado del Padre" (hasta el extremo) y explica cómo "ha amado él al Padre" (volcándose en él). Hay teólogos que hablan de cierta kénosis intratrinitaria del Padre en Jesús, a raíz de este pasaje. Porque si "el Padre no se ha reservado nada para sí", y "todo lo comparte con el Hijo", todo les es absolutamente común (salvo la diferencia personal, que plasma la reciprocidad).

           Desde la base de ese 1º misterio, se nos revela también un 2º misterio: el amor de Jesús por nosotros. También él nos ha amado, y nos ha amado hasta el extremo, con el "amor más grande". Y todo lo que le ha oído a su Padre nos lo ha dado a conocer. Tampoco él se reserva nada, y donde pone el acento no es en si esto merecerá la pena (por nuestra parte o respuesta), sino en la calidad de ese amor (en su intensidad, en su eternidad): reproduciendo en nuestra vida el propio amor intradivino entre él y el Padre, en una especie de éxtasis temporal.

           Tras lo cual, viene a continuación un 3º misterio: el mandamiento de Jesús, consistente en "amarse unos a otros como yo os he amado". ¿Qué tal vamos aprendiendo esta lección? ¿Cómo reproducimos su gesto de entrega? ¿Qué alcance tienen nuestros éxtasis, nuestras salidas de nosotros mismos? Que él nos conceda ir progresando, desde la conciencia viva (de ser amados) al ejercicio concreto (del amor), sin demasiadas recaídas en una pregunta traidora: ¿Estaré yo a esa altura, la de ese gran Amor?". Él sabe también lo necesitados que andamos de su perdón.

Pablo Largo

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           El texto del evangelio de hoy nos deja ver el corazón sacerdotal de Cristo, abierto en oración por sus discípulos y por el mundo entero.

           Es lo que conocemos como Oración Sacerdotal de Jesús, en que éste pide por cada una de las personas que el Padre le ha dado. Él sabe muy bien en el mundo que nos ha dejado y conoce de todas las dificultades que viviremos por estar en el mundo pero sin pertenecerle. Sin embargo, esta vuelta de Jesús donde el Padre no debe ser considerada por nosotros como un estar solos en el mundo, abandonados, como muchas veces solemos sentirnos. Nada de eso. Jesús ha declarado que somos suyo y que hemos recibido la vida eterna, la cuál no es más que conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo su enviado. ¿Qué puede ser más grande que eso para nosotros?

           Se trata de una oración que brota de la estrecha unión entre Cristo y el Padre: "Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío". Ese compartir, esa comunión, hace posible que la obediencia se funda en amor y el amor se levante en obediencia. Esa comunión hace posible que un mismo designio de salvación atraviese las alturas del cielo, los caminos de la tierra y las cavernas del infierno. Un relámpago de luz ilumina de repente todo cuanto existe y en los cielos se revela el sublime amor de Dios por su criatura; en la tierra se predica el evangelio de salud y en el infierno se proclama la derrota del odio y se levanta el estandarte del amor incólume y santo.

Nelson Medina

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           Leeremos hoy, y en los 2 próximos días, toda la Oración Testamental de Jesús (vv.1-26), llamada Oración Sacerdotal desde el s. XVI. Una oración pasada por la pluma teológica de Juan, escrita en el género literario oracional y emuladora de los discursos testamentarios e Jacob (Gn 49) y Moisés (Dt 31-34).

           Se trata de una oración que profundiza en los temas más importantes del mensaje de Jesús: la unidad, el amor y la vida con el Padre. Unidad, por la que el Hijo participa de la gloria del Padre. La gloria de Dios se manifiesta en la actividad salvadora por la que Dios da nueva vida. De esa gloria participa Jesús como su enviado, porque, unido a Dios Padre, lo da a conocer dando nueva vida. Y los discípulos y discípulas, que han creído en Jesús y permanecen unidos a él, participan en Jesús de su unidad de vida con el Padre y de su misión y su gloria. Por eso Jesús ruega al Padre por ellos, para que sean uno entre sí y con Jesús, porque han de continuar su misión frente a la maldad y la injusticia que dominan el mundo. Hasta ahí leemos hoy (vv.1-11).

           Toda la oración tiene intención exhortativa, y va dirigida a Dios Padre. Y las insistencias en ello bien pudieran tener que ver con la intención de Juan, que en el momento de escribir su evangelio bien podía percibir en la Iglesia alguna que otra actitud de cansancio, relajación y división.

           Los contenidos teológicos, y el clima del género literario del testamento de Jesús, nos trasmiten emotivas cargas de responsabilidad en la vivencia testimonial de la fe cristiana. Hay personas que se han entregado totalmente por la Causa del Reino, y han traído así la fe hasta nuestras vidas. Sobre todo Jesús; y, luego, quienes han sido sus testigos para nosotros, desde aquellos primeros, hasta los que hoy conocemos personalmente. La fe se transmite así en la historia, de testimonio en testimonio. Y nuestras vidas alcanzadas por la fe, se han de entregar igualmente por la Causa del Reino de vida, según la justicia y la misericordia del Dios que da nueva vida, digna, justa, filial, fraterna y solidaria.

           En la unión vital con Jesús, participamos nosotros de su unión íntima con el Padre. Y su gloria se manifestará en nosotros, en la medida en que colaboremos en hacer efectivo su proyecto de vida mejor, más humana, justa y solidaria, sobre todo ante quienes llevan una vida más inhumana o deshumanizada.

José A. Martínez

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           Jesús, antes de partir definitivamente de este mundo, quiso decirles a sus discípulos cosas definitivas. Y lo hizo en forma de oración, ya que las cosas definitivas colocan al ser humano en el límite de sus posibilidades, donde sólo aparece Dios.

           ¿Y cuáles son estas cosas claves que necesitan del concurso de Dios Padre? Ante todo, la fe en Jesús. Creer en él sólo es posible, si una fuerza superior a nosotros mismos nos lleva a ver al Hijo del Padre humillado, oprimido, crucificado y fracasado. Frente a Jesús, cada generación debe hacerse este interrogante: ¿cómo confesar, como Hijo de Dios, a quien esconde su divinidad en la debilidad de su humanidad?

           Creer en Jesús significa creer "en el testigo fiel" por excelencia. Jesús entrega su vida por ser fiel al proyecto que recibió del Padre, a saber: despertar en el ser humano su dignidad de Hijo de Dios, dignidad negada por todos los opresores (personas y estructuras) que hacen del ser humano un ser explotado, oprimido y alienado. Por eso Jesús insiste en que lo único que él ha hecho es "transmitir las palabras" (el proyecto) que Dios tiene sobre nosotros. Y en la medida en que sus discípulos acepten estas palabras (este proyecto) demostrarán creer en él.

           Y puesto que la genuinidad de Jesús depende de su fidelidad al proyecto señalado por el Padre, este proyecto depende, a su vez, de la aceptación de las consecuencias del mismo (entre las cuales está su muerte). Aquí es donde se palpa la fidelidad suprema al proyecto de humanizar al ser humano. La fuerza que se opone a la realización de este proyecto humanizador, es la misma que lleva a Jesús hacia la muerte. A esta fuerza maligna Jesús la llama mundo. Ella recoge toda la codicia y toda la capacidad de muerte de quienes sólo piensan en sus intereses.

           El evangelio de hoy nos presenta el Discurso de Despedida de Jesús. Se trata de un discurso en perfecta sintonía con la voluntad del Padre, con el que Jesús se encamina a Jerusalén para dar el testimonio definitivo a favor del Dios de la vida. Allí comprobará cómo la obstinación de su pueblo impide una nueva visión de la obra de Dios. En el momento que Jesús entregue su vida será glorificado, pues ha venido a "dar vida en abundancia a todos los seres humanos" (v.2).

           La gloria de Jesús está vinculada directamente a la vida de la comunidad de creyentes. Jesús se dirige al Padre con una oración que recuerda lo acontecido durante su ministerio en Galilea y Jerusalén (v.4). Presenta el estado del grupo de discípulos (v.6), hace énfasis en la transformación de los seguidores (que han recibido la llamada y han oído la Palabra) y pide por la comunidad que continuará en el mundo la obra de Dios, animada por el Espíritu (v.9).

Servicio Bíblico Latinoamericano