24 de Mayo

Miércoles VII de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 mayo 2023

a) Hch 20, 28-38

           Continuamos hoy con el Discurso de Despedida de Pablo a los presbytres (lit. ancianos) de Éfeso, término aplicado por la Iglesia primitiva para llamar a los sacerdotes. Más allá de las cuestiones teóricas sobre esta cuestión del origen del sacerdocio, seguimos constatando hoy las últimas consignas de Pablo a los jefes de la comunidad. Pero detengámonos en los 4 principales mensajes de Pablo, a lo largo este discurso:

           1º "Tened cuidado de vosotros y de toda la grey". Los sacerdotes están al servicio de la comunidad. Pero han de cuidar también su propio estilo de vida que implica una responsabilidad, un testimonio o un contra-testimonio. Te ruego, Señor, por los que tú has elegido para esta labor y este género de vida.

           2º "De la grey, para la cual el Espíritu Santo os ha puesto como vigilantes y guardianes". El ministerio pastoral no es algo que solamente proceda de la comunidad ni es una delegación de poder por parte del grupo. Es un papel, una tarea confiada por Dios, recibida de Dios. No es un cargo que uno mismo toma, ni que recibe de los hombres, sino que se recibe del Espíritu. Responsabilidad misteriosa, y plegaria por aquellos que la han recibido.

           3º "Para conducir la Iglesia de Dios". Dios, aquí, es el Padre, y toda la Trinidad es evocada para definir el ministerio. La comunidad cuyos presbíteros son responsables es, en la tierra, el reflejo de la otra comunidad (la del cielo). Las 3 divinas personas, a la vez distintas e íntimamente unidas, son el modelo de la Iglesia: tres que no son más que uno.

           4º "Vigilad, pues se introducirán entre vosotros lobos crueles". Ser pastor de un rebaño es batirse contra lobos, en un combate contra fuerzas enemigas. La Iglesia está compuesta de pecadores, y constantemente está corriendo el riesgo ("entre vosotros", e.d, internamente) de ser descompuesta, de no poder establecerse en ella una comunión.

Noel Quesson

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           Escuchamos hoy la 2ª parte del Discurso de Despedida de Pablo a los presbíteros de Éfeso, consagrado a los deberes pastorales de sus sucesores en la dirección de la Iglesia.

           Pablo les recuerda, en 1º lugar, el carácter sagrado de este cargo (v.28). Les anuncia después los peligros que amenazan sobre su comunidad, en un llamamiento especial a la vigilancia (vv.29-31). Finalmente, implora sobre ellos la gracia de Dios (vv.32 y 36), al tiempo que les recuerda que sean desinteresados, según Dios mismo lo ha sido (vv.33-35).

           Cuando Pablo se dirige a lo ancianos de Mileto, la función de estos últimos no es todavía muy precisa, pues se les llama indistintamente presbitres (lit. ancianos) y episcopos (lit. guardianes), con la misma tarea de "apacentar el rebaño". Lo que sí deja claro es la relación entre su cargo pastoral y la vida trinitaria, en la que el Padre toma la iniciativa (de la vocación de salvación), el Espíritu la lleva a su realización (mediante su obra santificadora) y el Hijo la va actualizando en cada actuación pastoral (haciéndolos partícipes de su propia gloria). Es lo que puede verse también en las cartas de Pablo a los Tesalonicenses (2Tes 2, 13-14), Corintios (1Cor 6,19-20; 2Cor 13,13), Efesios (Ef 1,3-14; 4,4-6) y Tito (Tit 3, 4-6).

           Se trata aquí de un simple cliché literario. La Iglesia es realmente el pueblo de lo redimidos, liberados por una sangre mucho más eficaz que la del cordero pascual. La Iglesia es la esfera donde el Espíritu ejerce de manera privilegiada su acción santificadora de la humanidad; la Iglesia es, finalmente, la heredad particular que el Padre se reserva para manifestar la gloria de su nombre.

           Para realizar este triple designio precisamente, la Trinidad confía la Iglesia a hombres. Estos deben comunicar la santidad del Espíritu a sus semejantes, deben responder de la Sangre de Cristo derramada por sus hermanos y velar por la integridad del dominio del Padre.

           De esta esencia trinitaria del cargo pastoral se desprenden 3 actitudes o responsabilidades.

           En 1º lugar, la vigilancia frente a todos aquellos que pudieran usurpar el dominio divino. Frente a los enemigos externos (v.29), que quieren introducir su legalismo en el seno de la comunidades cristianas (Gál 2,4; 2Cor 11,4; Mt 7,15; 24,5; Jn 10,1-12). Y frente a los enemigos internos (v.30), que favorecen las sectas y confunden el evangelio con sus raciocinios (Gál 1,6-9; 4,17; 5,7-12; Rom 16,17-18; Col 2,4-8; Ef 4,14; 5,6; 2Tim 2,14-18).

           En 2º lugar, la confianza en el poder de la Palabra y de la gracia (v.32). Ya en la 1ª parte del discurso Pablo había demostrado cómo él no se había dejado dominar por el miedo, y cómo había asumido sus responsabilidades con valentía (vv.20 y 27). En el caso presente, pide a sus sucesores que adopten esta actitud, sabiendo de su propia debilidad pero con confianza en el poder de Dios. Un poder tan fuerte que Pablo aconseja no confiar la Palabra a los pastores, sino confíar los pastores a la Palabra.

           En 3º lugar, el desinterés (vv.33-35). Pablo rechazó siempre vivir a expensas de sus auditores o de su ministerio (Hch 16, 11-15), pero ahora justifica lo contrario (el desinterés mundano) en nombre del valor teologal del ministerio sacerdotal. Pues el pastor no ha de preocuparse de su subsistencia, sino que ha de ser liberado para poder atender a la Palabra con toda su potencia, y vivir sabiendo que la Palabra es lo suficientemente potente en él.

Maertens Frisque

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           La 1ª lectura de hoy presenta a un apóstol lleno de sentimientos y claridad mental. Siente lástima, desde luego, por la necesidad de partir. Pero también lo siente porque sabe que, nada más irse, algunos se van a poner a engañar y desviar a los demás. Pablo habla con confianza, pero no con ingenuidad. Es cercano pero no manipulable, y se le puede conmover pero no engañar.

           Pablo apela a su propio ejemplo: "Acordaos que, durante 3 años, día y noche, no me he cansado de exhortaros, hasta con lágrimas por cada uno de vosotros". ¡Feliz testigo que puede invitar a leer la verdad en la vida!

           Y termina diciéndoles: "Ahora os encomiendo a Dios". Ha sabido llegar, ha sabido servir, ha sabido orar, y ahora demuestra que también sabe partir. Si su corazón se apega es como el seno que quiere dar leche a la criatura, como el que busca ganancias de esta tierra o como el que depende del afecto que se le brinda. Es generoso y es libre. Como es generoso, se da; y como es libre, sabe irse.

Nelson Medina

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           La 2ª parte del Discurso de Despedida de Pablo, antes del emocionante adiós junto al barco, se refiere al futuro de la comunidad y a la actuación de sus responsables.

           La 1ª frase es muy densa: "Tened cuidado de vosotros y del rebaño, que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que el Padre adquirió con la sangre de su Hijo". O sea, que:

-la Iglesia es de Dios Padre;
-la Iglesia ha sido adquirida por su Hijo Jesús con su sangre;
-el Espíritu Santo es el que ha puesto a los presbíteros como responsables de la Iglesia;
-los pastores tienen que tener cuidado, de ellos mismos y del rebaño a ellos confiado.

           El protagonista es Dios (trino), y por eso Pablo dice a los presbíteros "os dejo en manos de Dios". Pero por otra parte está la comunidad. Los pastores han sido nombrados por Dios para cuidar de ella, librándola de los peligros que la acechan: los lobos feroces, que deformarán la doctrina e intentarán arrastrar a los discípulos.

           Los buenos pastores deberán estar alerta, como lo había estado siempre el mismo Pablo. Además, deberán mostrarse desinteresados en el aspecto económico. De nuevo se pone Pablo como ejemplo, porque nunca quiso ser carga para la comunidad. Y cita unas palabras de Jesús que no aparecen en los evangelios: "Más vale dar que recibir".

           El punto de referencia tiene que ser siempre Dios ("os dejo en manos de Dios"), y a él tienen que dedicarse los sacerdotes. Pero también está la comunidad, a la que los sacerdotes también tienen que dedicarse con vigilancia y amor, cuidándola, animándola, protegiéndola y dando ejemplo de entrega generosa.

           Toda la comunidad, basada en la Palabra y la gracia de Dios, y sintiéndose animada por el Espíritu de Jesús, debe tender a construirse y "tener parte en la herencia de los santos", con un sentido de pertenencia mutua y de corresponsabilidad. ¿Tenemos esta visión dinámica y conjunta de nuestra Iglesia? Todos somos llamados a la tarea común, en la que ha de entrar el servicio (interior) a Dios y la vigilancia (exterior) contra los errores y desviaciones, con un amor generoso en entrega a los demás.

           Como menos conocidas, por no estar en los evangelios, tendríamos que hacer hoy nuestras las consignas de Jesús que nos recuerda Pablo, y que pueden dar sentido a nuestro trabajo en y por la comunidad: "Más vale dar que recibir. Más dichoso es el que da que el que recibe".

José Aldazábal

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           Seguimos leyendo hoy el Discurso de Despedida de Pablo ante los presbíteros de la comunidad de Éfeso, que el mismo Pablo había hecho llamar a Mileto. Un discurso que Lucas describe en forma de testamento, emulando la Despedida de Jacob (Gn 49, 1-28), el Testamento de Moisés (Dt) y las últimas palabras de David a su hijo Salomón (1Re 2, 1-9).

           En el caso de Pablo, éste hace advertencias pastorales mediante las imágenes del rebaño, los pastores, los lobos y el acecho. Quienes ejercían y ejercen cargos de responsabilidad en las comunidades cristianas, no pueden dejar de sentirse interpelados.

           Tras las advertencias pastorales, vienen enseguida las advertencias doctrinales, sobre la pureza y salvaguarda de la doctrina, pues comenzaban ya presentarse ciertas desviaciones que amenazaban la unidad y recta comprensión del cristianismo.

           Finalmente, Pablo lanza sus advertencias morales, sobre la honradez y desprendimiento en el ejercicio de los ministerios. Y para ello se pone él mismo como modelo de solicitud incansable y desinterés absoluto, haciendo gala de haber trabajado con sus propias manos para ganar su propio sustento y el de sus compañeros, con el fin de no comprometer la libertad del evangelio.

           El último párrafo de la lectura de hoy es conmovedor, y está lleno de gestos de despedida entre el apóstol y sus interlocutores: oran juntos de rodillas, lloran cuando llega la hora, se abrazan y besan con Pablo uno a uno. Hasta que ven a Pablo embarcar en el barco que lo llevaba a Jerusalén, y dejan ya de verlo para siempre.

           ¿No es esto un ejemplo para todos nosotros, de cómo deberíamos querernos? ¿No son actuales las palabras de Pablo, cuando habla de lobos rapaces y las numerosas tergiversaciones de la palabra de Jesús? Finalizando el tiempo pascual debemos cerrar filas en torno al evangelio y a Jesucristo (pastor supremo de nuestras vidas), para seguir siendo la auténtica Iglesia que él y los apóstoles forjaron.

Confederación Internacional Claretiana

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           Pablo se dirige a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso, que son los responsables de las comunidades. En el v.28 se les llama también episcopos, cuya función pastoral es la de vigilar y conducir la comunidad. En tiempos de Pablo las comunidades no tenían mayor estructura, ni existía todavía esa diferencia entre los distintos grados dentro del clero, sino una variedad no orgánica de carismas, como apóstoles, profetas y maestros (Hch 13, 1), evangelistas (Felipe; Hch 21, 8) y profetisas (las hijas de Felipe; Hch 21, 9). Los presbíteros son los animadores de las comunidades, y por eso en su despedida no los encuadra Pablo en una estructura (o cargo), sino que los encomienda "a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio" (v.32).

           En la 1ª parte del discurso (vv.18-21) Pablo hace una evaluación de su ministerio en Asia, a través de las persecuciones: ha predicado, ha enseñado y ha dado testimonio en publico y por las casas, tanto a griegos como judíos. Y esta memoria del pasado de Pablo ha de ser el modelo para los presbíteros. Pablo lo ha enseñado todo, no ha ocultado nada a la comunidad, y ha sido fiel a la totalidad e integridad de la tradición.

           En la 2ª parte de su discurso (vv.22-24) encontramos 2 frases contrapuestas: 1ª Pablo no v
a por propia decisión a Jerusalén, sino "atado en el Espíritu"; 2ª el Espíritu prepara cadenas y aflicciones a Pablo. Decididamente, el espíritu de Pablo se opone al Espíritu Santo, y viceversa.

           En 1º lugar porque Pablo se orienta a Jerousalem (nombre sacro, que expresa la institucionalidad judía), mientras que el Espíritu Santo se va revelando de ciudad en ciudad. En 2º lugar porque Pablo no sabe lo que le espera, mientras que el Espíritu Santo declara que le esperan cadenas y aflicciones. La antítesis es perfecta, y expresa la tragedia de Pablo: su decisión de ir a Jerusalén es contraria al Espíritu Santo. Las comunidades, donde se revela el Espíritu, sí lo saben. La estrategia del Espíritu, avalada por las comunidades, es la misión a los gentiles (de Roma al fin del mundo).

           Al ir a Jerusalén, Pablo pone en peligro su vida y la estrategia del mismo Espíritu Santo. Por eso Pablo agrega en el v.24 esa enigmática frase, que más o menos dice así: "No importa si vivo o muero, lo importante es que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús". El ministerio de Pablo, no es la confrontación con los judíos en Jerusalén, sino la predicación del evangelio a los gentiles a partir de Roma. Pablo momentáneamente arriesga su vida contradiciendo al Espíritu, pero al mismo tiempo mantiene su fidelidad al mismo Espíritu.

           La 3ª parte del discurso (vv.25-31) es fundamentalmente una exhortación pastoral a los responsables de las comunidades de Éfeso. La idea central aquí es la siguiente: Pablo ha predicado todo el evangelio a las comunidades, y ahora él se va para siempre. Los presbíteros son ahora los encargados de este evangelio, y Pablo ya no tiene ninguna responsabilidad sobre Éfeso.

           Nace aquí el concepto de Tradición Apostólica, no como una ortodoxia a conservar sino como una fidelidad a la integridad del evangelio predicado. Pablo pasa ahora esta responsabilidad a los presbíteros de Éfeso, que han sido puestos por el Espíritu Santo como episkopoi (lit. vigilantes) para pastorear la Iglesia de Dios (v.28). Y hecho este traspaso de responsabilidad apostólica, Pablo señala los peligros que se ciernen sobre la comunidad: los lobos crueles y los hombres perversos, que buscarán destruirla.

           En la 4ª parte del discurso (vv.32-35), Pablo encomienda los presbíteros a la Palabra de Dios, la cual tiene el "poder para construir la casa" (v.32). Pablo no deja estructuras ni organigramas, sino solamente la Palabra de Dios. Ése es el único poder del sacerdote: la Palabra de Dios. Y esa Palabra debe ser la que construya la comunidad, y no el sacerdote. Además de la Palabra de Dios, Pablo deja su ejemplo, como modelo para la comunidad. El apóstol ha trabajado con sus manos con 2 objetivos: proveer las necesidades propias (suya y de sus compañeros) y socorrer a los más pobres. ¿Cómo podríamos actualizar este ejemplo y esta norma fundamental, que hoy deja Pablo a los presbíteros de Éfeso?

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Jn 17, 11-19

           Jesús, en su oración al Padre, se preocupa de sus discípulos y de lo que les va a pasar en el futuro. Igual que durante su vida él los guardó, para que no se perdiera ni uno (excepción hecha de Judas), pide al Padre que les guarde de ahora en adelante, porque van a estar en medio de un mundo hostil: "No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal".

           Sigue en pie la distinción: los discípulos de Jesús van a estar "en el mundo" y son enviados "al mundo" ("como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo"), pero no deben ser "del mundo" ("no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo").

           Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos ("para que sean uno, como nosotros"), que estén llenos de alegría ("para que ellos tengan mi alegría cumplida") y que vayan madurando en la verdad ("santifícalos en la verdad").

           También el programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando del futuro de su comunidad (o sea, de nosotros). Estamos en este mundo concreto, al que tenemos que saber ayudar, sin renegar de él.

           No pedimos ser sacados del mundo. Es a esta nuestra generación, no a otras posibles, a la que tenemos que anunciar el mensaje de Cristo, con nuestras palabras y sobre todo con nuestras obras. El Vaticano II nos ha renovado la invitación a dialogar con el mundo, en el que los laicos (por ejemplo) están más sumergidos, pero también los religiosos y los ministros ordenados.

           Eso sí, se nos encomienda que no seamos "del mundo". O sea, que no tengamos como mentalidad la de este mundo (que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de la oposición a Dios) sino la de Cristo. Que no sigamos las bienaventuranzas del mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre la verdad, que es la Palabra de Dios. Y no las verdades a medias o incluso las falacias que a veces nos propone el mundo.

           Andamos empeñados en una lucha entre el bien y el mal. Con la confianza puesta en Dios, todos deseamos vernos libres del mal y ayudar a los demás a unirse también a la victoria de Cristo contra el pecado y la muerte. Sobre todo cuando recibimos en la comunión al "que quita el pecado del mundo".

José Aldazábal

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           Jesús ruega hoy, con toda su alma, para que el Padre preserve a sus discípulos del mundo y del Maligno. Esto significa que la tarea del discipulado es instaurar, como lo ha hecho Jesús, un modelo de convivencia humana alternativo al que el Maligno ha logrado establecer. Para esto los discípulos necesitan ser preservados de estas fuerzas negativas, que llevan a pensar la sociedad como un campo en el que son necesarias las clases sociales y la existencia de ricos y poderosos, para que los pobres tengan de qué vivir. Preservar del Maligno a estos discípulos es impedir que su conciencia sea atrapada por el poder del egoísmo.

           Sin embargo, Jesús no se contenta con guardar una posición sólo preventiva frente al mundo injusto. Es necesario que a esta clase de mundo le llegue también el mensaje de salvación, la invitación a la conversión. En la medida en que se anuncie el eu-angelio (lit. buen anuncio), y de que de los pobres (y pobres de espíritu) sea el Reino de los Cielos, el mundo reconocerá a Dios. Por eso Jesús habla de que así como él fue enviado al mundo, a dar la Buena Noticia a los pobres, así también él envía a sus discípulos a que hagan lo mismo. La manera de ev-angelizar al mundo es hacerle saber que Dios está con los pobres en su espíritu.

           El mundo, entendido como creación, es algo bueno y bendito por Dios, y es el escenario de la realización humana. Sin embargo, el mundo puede ser dominado por las fuerzas del mal, y entonces se convierte en terreno abonado para el ejercicio de todo tipo de maldad. En este sentido, el mundo puede llegar a ser el Reino del Mal, para quienes el ser humano sólo vale por su servidumbre. En esta clase de mundo se encuentran los discípulos, que van ser confrontados por las mismas fuerzas que están eliminando a Jesús. Aunque estos discípulos aún son débiles en el seguimiento del Reino, sin embargo no son del mundo, no están aún atrapados por él.

José A. Martínez

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           Comienza el evangelio de hoy con una petición de Jesús por los suyos. Y en ella, el apelativo Padre Santo prepara la petición central de la oración: conságralos en la verdad. La unión con el Padre se realiza por la comunicación de su Espíritu (Jn 14, 16), que al crear la relación de amor con el Padre, lo hace presente y mantiene en el ámbito de su presencia. El objetivo último es la unidad (Jn 21-23; 14,20), efecto de la adhesión al Espíritu Santo. Como entre Jesús y el Padre, se trata de la unidad que produce el amor.

           Hasta ahora, constituyendo el grupo y viviendo con él, Jesús lo ha mantenido unido al Padre, presente en él. En adelante, la situación cambia: la experiencia del Padre ha de ser interior. Así llegarán a su estado adulto. Un discípulo (Judas) no ha respondido, ni siquiera en el último momento (Jn 13, 26), al amor de Jesús, y a éste se refiere al pasaje de Sal 41,10, citado en Jn 13,18.

           El tema de la alegría aparece también en el discurso, como fruto de la experiencia del amor de Jesús y del Padre (Jn 15, 11). Aquí es la de saberse queridos por el Padre, que los hará objeto de su solicitud (Jn 15, 1).

           El Padre había entregado los discípulos a Jesús, sacándolos del mundo (Jn 17, 6). Jesús les ha transmitido el mensaje del Padre (que es el del amor), haciendo efectiva su separación. Al cumplir el mensaje, los discípulos se han situado fuera de la esfera del mundo, y esto suscita odio, como ha sucedido con Jesús (Jn 15, 18-25).

           La ruptura con el mundo no comporta, sin embargo, un alejamiento material (Jn 17, 15). Ellos han de permanecer en medio de la sociedad, pues en ella han de crear la alternativa, sin ceder a las amenazas o halagos del mundo, pervertido por el Enemigo (Jn 8,44; 13,2) o Satanás (Jn 13, 27). Ceder a la ambición del mundo (satanizado) llevaría a los discípulos a ser cómplices del mal, y haría a la Iglesia engrosar las filas "del mundo". Nada peor podría sucederle a la obra de Jesús, cuya suerte personal fue llevada a la muerte por los poderes de este mundo.

           Jesús trata de evitar, así, la ruptura de los discípulos. Y por eso la verdad ha de ser la que unja (consagre o santifique) a los discípulos con el Espíritu Santo (Jn 14,26; 1,33; 20,22) y con el Padre (Jn 17, 11), del que procede el Espíritu (Jn 15, 26). El Espíritu Santo es el Espíritu de la Verdad, la vida-amor del Padre y el principio de vida (Jn 3, 6). Y al ser comunicado al hombre, produce una nueva experiencia de vida-amor que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (Jn 8, 31).

           "Consagrar con la verdad" significa, por tanto, comunicar el Espíritu. El Padre consagró a Jesús para su misión (Jn 10, 36); Jesús le pide que consagre a los discípulos (unción mesiánica) de manera semejante a la suya. La verdad se formula en el mensaje del amor y la vida, que equivale al mandamiento (Sal 119,142; Jn 13,34). Gloria, amor y Espíritu son equivalentes. El Espíritu da la experiencia del amor del Padre. Y esta experiencia, si se da a conocer, produce la verdad. De ahí la necesidad de proclamar el mensaje como norma de vida o como mandamiento, para traducirlo en entrega, en gloria o resplandor visible del amor, que manifiesta a Dios en medio del mundo.

           La misión de los discípulos tiene el mismo fundamento que la de Jesús (la consagración con el Espíritu) y las mismas consecuencias (la persecución por parte de la sociedad hostil; Jn 15,18-25; 16,1-4). Jesús estaba ya consagrado por Dios antes de venir al mundo (Jn 10, 36), pero aquí afirma que se consagra de nuevo por los discípulos (Jn 19), aludiendo a su muerte.

           La consagración con el Espíritu no es pasiva, sino que exige colaboración. Por parte de Dios, capacitando para la misión que él confía (comunicando el Espíritu), y por parte del discípulo comprometiéndose en responder hasta el final (a ese dinamismo de amor y entrega). Pues un don no llega a ser tal hasta que no es aceptado. La muerte de Jesús, mostrando la aceptación del don hasta lo último, dará este don de forma plena y definitiva. Pero ese don ha de ser actualizado por los discípulos mediante la efusión del Espíritu.

Juan Mateos

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           El fragmento de hoy sobre la Oración Testamental de Jesús refleja su preocupación y su entrega por el futuro de sus discípulos, frente a la maldad y la mentira que dominan el mundo. Él los ha enviado como el Padre lo envió a él. Jesús les ha dado la palabra del Padre, y esa Palabra es su verdad, su bondad y su presencia amorosa (que da vida). Y quiere Jesús que los discípulos sean enteramente del Padre (como lo es él) viviendo y sirviendo su misma vida, unidos a él (y entre sí) para dar el mismo testimonio que él da de la verdad: "Tu palabra es la verdad" (v.17).

           En el mundo quedan los discípulos, y han de dar testimonio en el mundo. Por eso pide Jesús al Padre que, sin sacarlos del mundo, los proteja de la mentira, la maldad y la injusticia que dominan el mundo. Porque la verdad (el amor del Padre, que a todos da vida) crea hostilidad en medio del mundo (la misma que mató a Jesús). Y Jesús se ofrece por sus discípulos, para que ellos también lleguen a ofrecerse por la misma verdad y la misma causa que él, testimoniando y comunicando esa vida frente a la mentira, la codicia y la maldad (que ocultan la verdad y matan la vida) que malean el mundo.

           Ese significado joánico de mundo (la perversión, que rechaza y se opone a la palabra y causa de Jesús) y el significado joánico de verdad (la bondad del Padre, que da verdadera vida) dan a la Oración Testamental de Jesús, pues, toda la fuerza teológica e histórica, expresada ya en Jn 3, 16: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo, para que quienes crean en él tengan vida en plenitud".

Miosotis Domenech

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           El evangelista Juan, en su cap. 17, pone en clara relación las 3 personas de la Trinidad y la comunidad de discípulos. La familia divina está en permanente diálogo con toda la comunidad humana. El Padre cuida de sus hijos. Y ellos enfrentan una historia adversa y tienen en el Padre un garante de su obra. Por eso Jesús insiste en no desvincular a los discípulos de los problemas concretos de la historia, porque Dios acompaña a su pueblo en el único y definitivo escenario de la realidad histórica.

           "No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal". El mundo es el único escenario donde cada ser humano decide su salvación o condenación. La comunidad cristiana está en el mundo no para marginarse de él, sino para dar testimonio de un camino de salvación. Este testimonio se verifica en su opción por el Dios de la vida. Una elección que la lleva a tomar una actitud de oposición frente a la injusticia institucionalizada. Opción que se concreta en el servicio del pueblo sencillo.

           Aunque la comunidad esté protegida por Dios, no está exenta de cometer errores que incluso la pueden llevar al pecado. La comunidad comprometida en el seguimiento de Cristo no está por encima de las miserias humanas. Los seguidores de Jesús, al estilo del Maestro, deben esforzarse por comprender la situación humana y tratar de remediarla desde adentro, desde la misma humanidad sometida al pecado y a la corrupción. Los cristianos no ocupan un lugar inmarcesible y superior. Están al mismo nivel que las demás religiones y culturas.

Servicio Bíblico Latinoamericano