9 de Mayo
Viernes III de Pascua
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 9 mayo 2025
Lectio
Entre tanto 1 Saulo, que seguía amenazando de muerte a los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar encadenados a Jerusalén a cuantos seguidores de este camino, hombres o mujeres, encontrara. 3 Cuando estaba ya cerca de Damasco, de repente lo envolvió un resplandor del cielo, 4 cayó a tierra y oyó una voz que decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". 5 Saulo preguntó: "¿Quién eres, Señor?". La voz respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 6 Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer". 7 Los hombres que lo acompañaban se detuvieron atónitos; oían la voz, pero no veían a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo, pero, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; así que lo llevaron de la mano y lo introdujeron en Damasco, 9 donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber. 10 Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: "¡Ananías!". Él respondió: "Aquí me tienes, Señor". 11 El Señor le dijo: "Levántate, vete a la calle Recta y busca en la casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. Está allí orando 12 y ha visto a un hombre llamado Ananías que entra y le impone las manos para devolverle la vista". 13 Ananías respondió: "Señor, he oído a muchos hablar del daño que ese hombre ha hecho en Jerusalén a los que creen en ti; 14 y aquí está con poderes de los jefes de los sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre". 15 Pero el Señor le dijo: "Ve, porque éste es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes y al pueblo de Israel. 16 Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre". 17 Ananías fue, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: "Saulo, hermano, Jesús, el Señor, el que se te ha aparecido cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo". 18 En el acto se le cayeron de los ojos una especie de escamas y recuperó la vista, y a continuación fue bautizado. 19 Después tomó alimento y recobró las fuerzas. Después de pasar algunos días con los discípulos que había en Damasco, 20 Saulo empezó a predicar en las sinagogas, proclamando que Jesús es el Hijo de Dios (Hch 9,1-10).
La que para Saulo era una secta se está difundiendo peligrosamente más allá de los confines de Judea y Samaria, hasta Siria. Saulo quiere extirpar la herejía que está cosechando tanto éxito y obtiene para ello un mandato especial. En el camino hacia Damasco, sin embargo, Pablo fue envuelto por un resplandor que le cegó, y oyó una voz que le preguntaba.
Estamos ante un relato típico de vocación, con la aparición de un fenómeno extraordinario y una voz que interpela. La voz aquí es nada menos que la del perseguido. Saulo se queda ciego y permanece en ayunas durante 3 días. Es decir, debe morir a su ceguera interior para resurgir a la nueva comprensión de la realidad.
Al reacio Ananías, un discípulo que no debemos confundir con el desdichado protagonista de Hch 5, le ha sido revelado el misterio de Saulo, el alcance único de su misión universal y su futuro de misionero discutido, controvertido y perseguido.
El destino de Saulo está ligado ahora al nombre de Jesús, que deberá llevar y atestiguar ante los paganos y ante sus gobernantes, así como ante los hijos de Israel. No se podía expresar mejor el contenido de la misión y de la pasión de Saulo.
Pasan sólo algunos días, y vemos ya a Saulo manifestando su carácter de una pieza, pasando a la acción más sorprendente que quepa imaginar: proclamar Hijo de Dios al Jesús que, pocos días antes, le llenaba de indignación y rabia, hasta el punto de perseguir a sus seguidores.
En aquel tiempo 52 se suscitó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales se preguntaban: "¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?". 53 Jesús les dijo: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. 55 Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. 57 El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también, el que me coma vivirá por mí. 58 Este es el pan que ha bajado del cielo, y no como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron, pero el que coma de este pan vivirá para siempre". 59 Todo esto lo expuso Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaum (Jn 6,52-59).
Este fragmento, que sirve de conclusión al Discurso del Pan de Vida, va unido a lo que el evangelista nos ha dicho antes. Sin embargo, el mensaje se vuelve aquí más profundo y se hace más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesús en su dimensión eucarística.
Él es el pan de vida, y no sólo por lo que hace sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unión del creyente con Cristo. Jesús se identifica con su humanidad, la misma que será sacrificada en la cruz para la salvación de los hombres. Jesús es el pan de Dios que se hace don por amor al hombre.
La ulterior murmuración de los judíos ("¿cómo puede éste darnos de comer su carne?"; v.52) denuncia la mentalidad incrédula de los que no se dejan regenerar por el Espíritu y no tienen intención de adherirse a Jesús.
Jesús insiste con vigor, exhortando a consumir el pan eucarístico para participar de su vida, y les asevera: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (v.53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que recibirán los que participen en el banquete eucarístico: permanecerá en él con una unión íntima y duradera.
El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, una vida que supera toda expectativa humana porque es resurrección e inmortalidad (vv.39.54.58). Ésta es la enseñanza profunda y autorizada de Jesús en Cafarnaum, cuyas características esenciales versan, más que sobre el sacramento en sí, sobre la revelación gradual de todo el misterio de la persona y vida de Jesús.
Meditatio
Dios escoge a sus discípulos como y cuando quiere, y del modo más imprevisto. Es posible contar innumerables casos de hombres que han experimentado un cambio inesperado e impensable en la orientación de sus energías. Antes las dedicaban a otra cosa, y después las han consagrado a la causa del evangelio.
La lista podrían encabezarla Saulo, Agustín y otros casos menos clamorosos, más o menos conocidos. Eso significa que la misión está en manos de Dios, que sabe recoger a sus colaboradores donde le parece mejor. Esto nos hace pensar en ciertas inquietudes vocacionales y en ciertos catastrofismos apostólicos que casi dan a entender que "el brazo de Dios se ha acortado", como si hoy fuera imposible que se produzcan los grandes cambios de antaño.
Dios puede hacer surgir de las piedras hijos de Abraham, y pudo transformar a un violento perseguidor en un misionero imparable. Por eso también puede hacer surgir hoy, en este mundo secularizado y secularizador, nuevas personalidades capaces de "llevar su nombre a las naciones" y de "proclamar a Jesús Hijo de Dios".
A nosotros se nos pedirá rezar y dar testimonio. Rezar para que de nuestra constatada impotencia pueda hacer brotar Dios nuevos apóstoles, y dar testimonio para que (cual modestos Ananías) podamos servir de ayuda a los nuevos apóstoles que el poder del Señor quiera suscitar.
Oratio
Señor, mi pecado más cotidiano es la poca esperanza. Mis ojos ven sobre todo el mal que invade el mundo, y no sigo porque tú conoces bien mi lamento cotidiano. Sé que no te importa que te recuerde estas miserias, mas lo que no sé es si pasa lo mismo cuando te digo, con sentido de desconfianza: ¿Hasta cuándo, Señor?
Cuando te rezo por las vocaciones, Señor, lo hago porque tú me lo has mandado, sin que esté convencido del todo que tú me escuchas. Y es que te he rezado mucho, y nunca he obtenido resultados, por lo que ya no sé si rezo en vano. Hoy, no obstante, me animas y me presentas tu acción poderosa en Saulo.
Permíteme que te diga una sola cosa: renueva tus prodigios en medio de nosotros. Muestra una vez más tu poder y suscita grandes evangelizadores. Yo seguiré rezando en medio del silencio y en público, pero tú no me dejes decepcionado. Muestra tu poder, para bien del pueblo.
Contemplatio
Arquímedes dijo: "Dame una palanca de apoyo y levantaré el mundo". Lo que aquel sabio de Siracusa no pudo obtener, porque su petición no se dirigía a Dios, y sólo estaba hecha desde el punto de vista material, lo han obtenido los santos en plenitud.
Es lo que obtuvo Teresa de Lisieux, cuando dijo: "El Omnipotente nos ha concedido un punto de apoyo: él mismo y sólo él. La palanca es la oración, que enciende todo con un fuego de amor. Así fue como ellos levantaron el mundo, así es como los santos militantes lo levantan todavía y lo seguirán levantando hasta el fin del mundo".
Actio
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Muéstranos, Señor, tu poder y suscita grandes evangelizadores".
Conclusio
Ante las pruebas que agitan hoy a la Iglesia, hace falta recordar la necesidad de la oración. La gracia de la renovación y conversión no se darán más que a una Iglesia en oración. Jesús oraba en Getsemaní para que su pasión correspondiera a la voluntad del Padre, y sirviese a la salvación del mundo. Así mismo, suplicaba a sus apóstoles que velaran y oraran para no caer en tentación (Mt 26,41).
Habituemos a nuestro pueblo cristiano, personas y comunidades, a mantener una oración ardiente al Señor, con María (cf. Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Suiza, 11-VII-1984).
Act:
09/05/25
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de pascua
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A