15 de Enero
Miércoles I Ordinario
Equipo de
Liturgia
Mercabá, 15 enero 2025
Lectio
Hermanos, 14 puesto que los hijos tenían en común la carne y la sangre, también Jesús las compartió, para poder destruir con su muerte al que tenía poder para matar (es decir, al diablo), 15 y librar a aquellos a quienes el temor a la muerte tenía esclavizados de por vida. 16 Porque ciertamente no venía en auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la raza de Abraham. 17 Por eso tenía que hacerse en todo semejante a sus hermanos, para ser ante Dios sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito, capaz de obtener el perdón de los pecados del pueblo. 18 Precisamente porque él mismo fue sometido al sufrimiento y a la prueba, puede socorrer ahora a los que están bajo la prueba (Hb 2,14-18).
El autor de la carta, profundizando en el significado de la solidaridad de Cristo con nosotros, explora, por así decirlo, los confines de la misericordia divina. Jesús ha asumido plenamente la realidad del hombre, marcada por la fragilidad y la muerte a causa del pecado. Aunque no conoció el pecado (Hb 4,5), cargó sobre sí las consecuencias del mismo.
De este modo, pudo liberar a la humanidad (sometida al dominio del diablo, artífice del pecado y de la muerte) no desde fuera y desde arriba, sino desde el interior, pues una liberación impuesta no habría sido ni auténtica ni eficaz. El Hijo, sin embargo, se hizo partícipe de nuestra condición, a fin de que nosotros pudiéramos participar de la suya. Como buen samaritano, se inclinó sobre aquel que más necesidad tenía de sus curas: no los ángeles, sino la raza de Abraham (v.16); a saber, todos los peregrinos de la fe en este valle de lágrimas.
Puesto que esta asimilación total con nosotros por parte de Cristo nos rescata del pecado, Cristo cumple perfectamente la función sacerdotal. Él es el verdadero sumo sacerdote, misericordioso con los hombres (cuyos sufrimientos conoce por experiencia personal) y "digno de crédito" en las cosas relacionadas con Dios, puesto que ha sido enviado por el Padre para nuestra salvación.
En aquel tiempo, 29 al salir de la sinagoga, Jesús se fue inmediatamente a casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles. 32 Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Él curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no les dejaba hablar, pues sabían quién era. 35 Muy de madrugada, antes del amanecer, se levantó, salió, se fue a un lugar solitario y allí se puso a orar. 36 Simón y sus compañeros fueron en su busca. 37 Cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te buscan". 38 Jesús les contestó: "Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido". 39 Y se fue a predicar en sus sinagogas por toda Galilea, expulsando los demonios (Mc 1,29-39).
El evangelista continúa la narración de una jornada típica de Jesús, describiendo las apremiantes demandas de los discípulos y de la gente, así como las muchas y acuciantes necesidades que parecen devorar su tiempo. Sin embargo, cada uno es a sus ojos una persona única, como lo muestra este 1º milagro, que sigue al 1º exorcismo (v.31).
La misericordia de Jesús "se acerca" a la miseria de una mujer enferma (considerada en nada, según la mentalidad de la época) y "la levanta" con un gesto lleno de ternura: "cogiéndola por la mano". De este manera, Jesús le restituye no sólo la salud, sino también la capacidad de servir. Esto es, de amar humildemente.
La noticia se difunde enseguida (v.28), y Jesús se encuentra cargado de trabajo. Acabado el descanso sabático con el ocaso del sol, todos le llevan a sus enfermos y endemoniados. Se reúne una muchedumbre de menesterosos, de miserables, sedientos de vida. Y la misericordia de Jesús es como un río de gracia que da de su sobreabundancia a cada uno (vv.32-34).
Pero ¿cuál es la fuente de este río? También Jesús es como un pobre, necesitado de alcanzar la sobreabundancia del Padre para poderla derramar sobre los otros; la oración nocturna, solitaria y prolongada, es su secreto. Un secreto al que se apega como al de su propia identidad, que los demonios quisieran revelar para forzar su misión haciendo palanca en las expectativas de la gente (un Mesías político, un reino poderoso).
Jesús no lo permite, y ni siquiera se deja seducir por su propio éxito (v.37). En cambio, la oración le mantiene en continua relación con el Padre, en adhesión a su designio. Ha salido (v.38) del seno del Padre para manifestar su rostro a los hombres. Por eso, como siervo humilde, como Hijo obediente y amadísimo, no puede detenerse. Por eso continúa él su peregrinación entre nosotros, dilatando los confines del Reino y venciendo a las fuerzas del mal (v.39).
Meditatio
A nosotros, atosigados por mil compromisos o angustiados por tantas tribulaciones, se nos ofrece hoy una Palabra que puede restaurarnos, confortarnos e indicarnos una dirección para la vida. Ésta nos hace detenernos un poco para contemplar la misericordia divina, y ese designio de amor que nos salva y nos libera de la esclavitud del Maligno, a través de la encarnación redentora del Hijo de Dios.
Jesús ha querido preocuparse por nosotros, pobres, compartiendo en todo nuestras miserias, nuestros sufrimientos, la fatiga de nuestro camino. Ha salido del seno del Padre para recorrer nuestras calles y anunciarnos este amor admirable, para entrar en nuestras casas y aliviar nuestras enfermedades, para bajar a nuestras plazas y ofrecernos la liberación del mal y de todas sus nefastas consecuencias.
En algunas ocasiones, incluso hoy, lo hace con un milagro evidente. Mas con mayor frecuencia, tiene lugar en lo secreto de las conciencias, tocadas por su gracia. A lo largo del discurrir de los tiempos, el Señor glorioso continúa revelándose en la humildad, en el silencio, en la oración.
De este modo, Jesús nos indica el camino: llegar a ser como él. ¿Y cómo es él? Él es misericordia para los hermanos, y ternura infinita que sabe dar, a cada uno de los mil rostros con que se encuentra, la dignidad de ser persona. Él es un hijo amado de Dios, un hermano amado por mí.
Jesús viene a dar aliento a nuestros mil compromisos, a dilatar el horizonte de nuestras múltiples angustias, ofreciéndonos el bálsamo de la misericordia para que sepamos darlo a los otros. Nuestras jornadas más que repletas tendrán entonces el aliento del amor; nuestro nuevo e infinito horizonte se llamará compasión. Y será el horizonte de Dios.
Oratio
Te alabamos, oh Padre, porque es eterna tu misericordia. Ayúdanos a comprender sus confines inconmensurables y a acoger con fe tu amor, que nos envuelve, nos libera, nos invita a la fiesta de la vida eterna en ti.
Te damos gracias, oh Hijo, porque es eterna tu misericordia. Ayúdanos a inclinarnos contigo sobre cada hermano que está pasando por la prueba, que sufre, que es humillado. Haz que unos seamos capaces de llevar las cargas de otros, reconociéndonos todos como llevados por tu compasión.
Te invocamos, oh Espíritu Santo, porque es eterna tu misericordia. Ven a abrirnos a tu gracia, ilumínanos con tu benevolencia, inflámanos con tu caridad. Entonces seremos testigos veraces de Cristo junto a cada hombre amado con el corazón de Dios.
Contemplatio
En esta vida, cuanto más tiempo pueda ser herida la carne mortal por el padecer, tanto más tiempo puede ser tocado el ánimo, vulnerable, por el compadecer. En efecto, así como la debilidad de la carne es padecer, así la debilidad del ánimo es compadecer. Por eso el Dios-hombre vino a suprimir ambas y cargó con ambas. Asumió el padecer en la carne, acogió el compadecer en el ánimo.
En ambos casos, Jesucristo quiso ser débil por nosotros, a fin de curarnos a nosotros, que somos débiles, de ambos. Enfermó por el padecer de su pasión; enfermó por el compadecer la miseria de los otros. Y cargó sobre sí el padecer hasta morir por los mortales. Y cargó sobre sí el compadecer hasta llorar por los que se encaminaban a la ruina.
A causa de la miseria, entregó su carne a la pasión; a causa de la misericordia, dejó que su alma se turbara hasta la compasión. Sufrió en su carne padeciendo por nosotros; sufrió por nosotros en su ánimo compadeciendo. Y así Jesús llevó, en la humanidad que había asumido, y durante todo el tiempo que quiso cargar con ella, según lo que es propio del ser humano, tanto la pasión en la carne como la compasión en el ánimo, pues "mis días se disipan como humo, mis huesos se consumen como brasas" (Sal 102,4).
Los días se disiparon por la pasión, los huesos ardieron por la compasión. A causa de la pasión, murió la carne; a causa de la compasión, ardió el alma. El dolor de la compasión fue como una quemazón del alma, en la que ardía de misericordia, era impulsada por la compasión, estaba desecada por la desesperación. Digo desesperación, pero no a causa de sí misma, sino a causa de los que no podían ni corregirse en el mal ni liberarse de él (cf. Hugo de San Víctor, Miscelánea, I, 180).
Actio
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Alabad al Señor, porque es bueno: su misericordia es eterna" (Sal 135,1).
Conclusio
El conocimiento que tenías de mí como creador ha sido superado en calidad por el que has adquirido haciéndote hombre. Ahora sabes qué significa vivir como mortal en esta tierra: sabes qué son los vínculos de sangre, qué es la amistad, qué es el sueño, qué es cansarse con el trabajo, qué es poder lavarse cuando se está sudado y sucio, qué es participar en una fiesta, qué es rezar pronto por la mañana hasta ver blanquear el cielo y nacer el sol, qué es ser traicionado, qué es tener miedo, qué es ser amado por la gente, qué es enseñar, qué es comer o beber, qué es el dolor, qué es tener una madre y, por último, qué es morir.
Gracias a todas estas experiencias, ahora me conoces, sabes qué es ser hombre. Tú también quieres que yo te conozca, que también yo sepa un poco qué es ser Dios, qué es ser eterno, qué es ser libre, qué es ser amor, ser paz, ser alegría; qué es, en el fondo, simplemente ser, y puesto que el Ser eres tú, qué es, en definitiva, ser tú (cf. Marchesini, A; Venid y Ved, Bolonia 1986, p. 146).
Act:
15/01/25
@tiempo
ordinario
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A