12 de Abril
Sábado V de Cuaresma
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 12 abril 2025
Lectio
Esto dice el Señor: "Yo recogeré a los israelitas de entre las naciones adonde han ido, y los reuniré de todas partes para llevarlos a su tierra. Haré de ellos un solo pueblo en mi tierra, en los montes de Israel. Tendrán todos un solo rey, y ya no serán dos naciones ni dos reinos divididos. No se contaminarán más con sus ídolos, con sus perversas acciones y sus crímenes. Los libraré de todas las infidelidades que cometieron y los purificaré. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será su rey, y tendrán todos un solo pastor. Caminarán por la senda de mis preceptos, guardarán mis mandamientos y los pondrán en práctica. Vivirán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, donde vivieron vuestros antepasados. Allí vivirán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe eternamente. Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna, y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre. Pondré en medio de ellos mi morada. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Cuando mi santuario esté en medio de ellos por siempre, sabrán las naciones que yo, el Señor, he consagrado a Israel" (Ez 37,21-28).
En la 2ª fase de su ministerio profético, después de haber predicado el castigo, Ezequiel anuncia simbólicamente (v.16) la vuelta de Israel del destierro (v.21) y la reunificación en un solo pueblo en los montes de Israel (v.22), bajo la guía de un único rey (vv.22.24).
El castigo anunciado ya ha tenido lugar (la deportación del 586 a.C), pero todavía mantiene su carácter terapéutico, con vistas a purificar la idolatría (v.23) y curar las desobediencias (v.24). La promesa de Dios, por el contrario, es una alianza de paz eterna (v.26).
El Espíritu del Señor reposa en su pueblo (v.14), y el pueblo está llamado a reposar en la tierra de su Dios (v.25), en paz y prosperidad (vv.26-28). Dios morará en medio de su pueblo para siempre (v.27).
Esta realidad revelará a todos quién es Yahveh ("el Señor que consagra a Israel"; v.28) y quién es Israel (el pueblo consagrado por la presencia de su Dios). En términos más familiares, como dice Dios por boca del profeta, "yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (v.27), con toda la carga afectiva manifestada en estos posesivos.
Al ver lo que Jesús había hecho, muchos judíos que habían venido a casa de María creyeron en él. Otros, en cambio, fueron a contar a los fariseos lo que había hecho. Entonces, los jefes de los sacerdotes y los fariseos convocaron una reunión del Sanedrín. Se decían: "¿Qué hacemos? Este hombre está realizando muchos signos. Si dejamos que siga actuando así, toda la gente creerá en él. Entonces las autoridades romanas tendrán que intervenir y destruirán nuestro templo y nuestra nación". Uno de ellos, llamado Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, les dijo: "Estáis completamente equivocados. ¿No os dais cuenta de que es preferible que muera un solo hombre por el pueblo, a que toda la nación sea destruida?". Caifás no hizo esta propuesta por su cuenta, sino que, como desempeñaba el oficio de sumo sacerdote aquel año, anunció bajo la inspiración de Dios que Jesús iba a morir por toda la nación; y no solamente por la nación judía, sino para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que estaban dispersos. A partir de este momento tomaron la decisión de dar muerte a Jesús. Por eso, Jesús dejó de andar públicamente entre los judíos; se marchó de la región de Judea y se fue a un pueblo, llamado Efraín, muy cerca del desierto. Y se quedó allí con sus discípulos. Estaba muy próxima la fiesta judía de la pascua. Ya antes de la fiesta, mucha gente de las distintas regiones del país subía a Jerusalén para asistir a los ritos de purificación. Estas gentes buscaban a Jesús y, al encontrarse en el templo, se decían unos a otros: "¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?" (Jn 11,45-56).
Después de la resurrección de Lázaro, las autoridades judías están ya decididas a matar a Jesús, considerado que es un hombre peligroso y bajo esta argumentación: Si continúa haciendo milagros, ciertamente la muchedumbre, que ya había querido proclamarlo rey, lo declarará libertador de la nación, suscitando el furor de los romanos. Consiguientemente, el templo podría ser destruido, y esto es lo que hay que evitar a toda costa.
La decisión muestra la ceguera total de los jefes respecto a Jesús. Desde la 1ª Pascua, Jesús había anunciado ser el nuevo templo, y el punto de convergencia entre Israel y de toda la humanidad, aunque los jefes no quisieron captar sus palabras. Es entonces cuando intervino Caifás, con su propia autoridad.
En el juicio de Caifás a Jesús, a Cristo ya no se le acusa de blasfemia, ni por la ilegalidad de sus actos sabáticos, sino por "razón de estado", adentrándose así en el campo político. Según esta razón estatal, el individuo debe ser sacrificado por el bien común, y con ese argumento se condena a Jesús.
Ciertamente, en los planes de Jesús estaba el reunir a los hijos dispersos, y formar con ellos un único pueblo nuevo. De hecho, él había dado la vida por ese plan.
En definitiva, el Sanedrín condenó a Jesús ajustándose al plano histórico, aunque el evangelista Juan trate de desplazar el asunto al plano teológico (la obra del Padre, que está llevando a cabo su designio de salvación gracias al sacrificio de Cristo).
Meditatio
En el evangelio que se nos ha proclamado hoy el conflicto llega a su punto álgido. La situación se hace irreversible, y se decreta la muerte de Jesús. El escándalo de la cruz aparece a nuestros ojos, y en la tierra nada ha cambiado. Por todas partes conflictos, e incluso divisiones internas. ¿Lograremos el éxito donde Jesús ha fracasado?
A lo largo de este tiempo de pasión tendremos ocasión de enfrentarnos al realismo de la cruz, que nos viene a decir que Cristo ha venido para hacernos partícipes de la promesa maravillosa de que Dios es "todo en todos".
Para llevar a cabo este plan, Cristo no ha suprimido los conflicto, ni nos ofrece una paz barata. Él mismo se ha adentrado en el meollo del conflicto que lacera el corazón humano, y nos ha enseñado a vencer con el amor. Se trata de una victoria, pues, lograda mediante la locura de la cruz y el sacrificio de la obediencia, que coincide cabalmente con la gloria eterna.
A través de este mismo camino, también nosotros podemos entrar en la gloria, que comienza ya aquí. Esa es la tarea de nuestra vida, y el compromiso de cada día.
Rechazar la lucha (o ceder nuestros deseos instintivos), y permitir que la división arraigue en nosotros y en el mundo, es como ponerse al lado de los enemigos de Cristo. Aceptar generosamente la lucha, contando con la gracia de Dios, significa participar en la victoria definitiva del amor y poseer ya el gozo de Dios.
Oratio
Oh Dios, Padre nuestro, que en el exceso de tu amor has expuesto a tu Hijo amadísimo al rechazo y al odio del mundo, danos la fuerza de tu Espíritu. Nosotros, elegidos para ser tuyos, queremos seguir las huellas de tu Hijo y dar un valiente testimonio al mundo que no te conoce, de su muerte y su resurrección
Señor, haz que, conformándonos a tu Hijo, opongamos amor al odio, mansedumbre a la violencia, perdón a la venganza, paz a la enemistad, bendición a la maldición. No permitas que en la hora de la prueba nos venza el miedo o nos haga caer en el pecado de la incredulidad y el desamor. Al contrario, haz que siempre seamos tuyos y vayamos a ti unidos a tu Hijo, llevando en brazos a este mundo al que tú, incansablemente, amas y quieres salvar.
Contemplatio
Hermanos, es necesario que pensemos en Jesucristo como Dios y juez de vivos y muertos, y que no tengamos en poca estima lo referente a nuestra salvación. Pecamos cuando ignoramos de dónde, por quién y a dónde hemos sido llamados, y cuánto soportó padecer Jesucristo por nuestra causa.
¿Qué le daremos a Dios a cambio? ¿Qué fruto digno de lo que él mismo nos ha dado? ¿Cuántos beneficios le debemos? Él nos concedió la gracia de la luz. Como Padre nos llamó hijos, y cuando estábamos perdidos nos salvó. Así pues, ¿qué alabanza o qué pago le daremos, a cambio de lo que hemos recibido?
Nuestra mente estaba cegada cuando adorábamos piedras, leños, oro, plata y bronce, todas ellas obras de los hombres. Toda nuestra vida no era más que muerte y tinieblas, pero Dios se apiadó de nosotros y nos salvó al ver el gran extravío y perdición en que estábamos sumidos, y que no teníamos ninguna esperanza de salvación si no venía él mismo a salvarnos.
Así pues, arrepintámonos de todo corazón, para que ninguno de nosotros se pierda. Ayudémonos mutuamente para guiar a los débiles en lo relativo a la fe, con el fin de que todos nos salvemos, nos convirtamos y nos amonestemos. Reunámonos e intentemos progresar en los mandamientos del Señor, para que todos, al tener los mismos sentimientos, seamos reunidos para la vida (cf. Clemente Romano, Carta II a los Corintios, 1.17.20).
Actio
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Él ha hecho de dos pueblos uno solo" (Ef 2,14).
Conclusio
Mientras la vida, desde el seno materno, siempre es comunión, tanto que un yo humano aislado no puede ni nacer, ni subsistir, ni siquiera ser imaginado, la muerte deja en suspenso la ley de la comunión.
Los hombres pueden acompañar hasta el extremo del umbral al moribundo, y éste puede sentirse acompañado. Sin embargo, la estrecha puerta de la muerte será franqueada tan sólo por él y de forma solitaria y aislada. La soledad explica lo que es actualmente la muerte: consecuencia del pecado (Rm 5,12). Es inútil tratar de buscar otra razón.
Cristo ha asumido la muerte en su radicalidad extrema, con intensidad dramática. Y tanto es así que no sólo fue manifiestamente abandonado por los hombres, ni rechazado por sus partidarios, sino que puso explícitamente en manos del Padre el vínculo de unión que le unía a él: el Espíritu Santo. ¿Por qué motivo? Por esto mismo: para experimentar hasta sus últimas consecuencias el total abandono, incluso por parte del Padre.
Toda la riqueza del amor debe resumirse y simplificarse en este punto de unión, para que manando de ahí se pueda tener una fuente y una reserva eterna. Por eso, no existe en la tierra una comunión en la fe que no se derive de la extrema soledad de la muerte en la cruz.
El bautismo, que sumerge al cristiano en el agua, lo separa en dicha fuente de la amenaza de la muerte, para llevarlo a la verdadera vida. La misma fe, en su origen, está necesariamente de cara al abandono que el mundo y Dios han necesitado al Crucificado. El mismo amor cristiano al prójimo es el resultado del sacrificio del hombre, así como Dios Padre se sirve para la redención de la humanidad del sacrificio del Hijo abandonado (cf. Von Balthasar, H. U; Cordura o Caso Serio, Brescia 1974).
Act:
12/04/25
@tiempo
de cuaresma
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A