8 de Junio
Domingo de Pentecostés
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 8 junio 2025
Lectio
1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. 2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban. 3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. 4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo los movía a expresarse. 5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones de la tierra. 6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. 7 Todos, atónitos y admirados, decían: "¿No son galileos todos los que hablan? 8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua materna? 9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y Asia, 10 Frigia y Panfilia, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros romanos, 11 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras lenguas las grandezas de Dios (Hch 2,1-11).
Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión (aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las 9 a.m, y la fiesta había comenzado ya la noche precedente) se cumple la gran promesa de Jesús (Hch 1,1-5), en un contexto que recuerda las grandes teofanías del AT. En particular, la de Ex 19, preludio del don de la ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (v.1).
Se presenta al Espíritu como plenitud que cumple la promesa. Se presenta como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes, y como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (v.3).
El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v.1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones ("todas las naciones de la tierra"; v.5). El don de la Palabra, 1º carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v.11).
Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu. En 1º lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9). En 2º lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (1Sm 10,5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (v.17).
El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv.22.38).
Hermanos, 3 nadie puede decir "Jesús es Señor" si no está movido por el Espíritu Santo. 4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. 5 Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. 6 Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. 7 A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos. 12 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también Cristo. 13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido también el mismo Espíritu (1Cor 12,3-7.12.13).
Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que Jesús es Dios (v.3).
¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable operador de unidad. Él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo (v.12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio del bautismo.
Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la multiplicidad de carismas (don del único Espíritu), ministerios (servicios eclesiales confiados por el único Señor) y actividades que hace posible el único Dios, fuente de toda realidad (vv.4-6).
¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad (es decir, la efectiva procedencia divina) de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la comunidad? Pablo lo aclara: "A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos" (v.7). Es decir, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, "en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo" (Ef 4,13). Por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad (1Cor 12,31-13,13).
19 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con vosotros". 20 Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 21 Jesús les dijo de nuevo: "La paz esté con vosotros". Y añadió: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros". 22 Sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los retengáis, Dios se los retendrá" (Jn 20,19-23).
La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el poder del Espíritu Santo (Rm 1,4), se aparece a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica.
Es única la hora a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús. Es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte (Jn 19,3). Y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v.27) y, con ello, su paz (vv.19.21a), su misión (v.21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.
El Espíritu, como repite la Iglesia en la fórmula sacramental de la absolución, fue derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el pecado del mundo (Jn 1,29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (Col 2,13; Ef 2,15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2,38).
Meditatio
El domingo de Pentecostés recoge toda la alegría pascual como un haz de luz resplandeciente y la difunde con una impetuosidad incontenible no sólo en los corazones, sino en toda la tierra.
El Resucitado se ha convertido en el Señor del universo, y todas las cosas tocadas por él quedan como investidas por el fuego, envueltas en su luz, incandescentes y transparentes ante la mirada de la fe. Ahora bien, ¿es posible decir que "Jesús es el Señor" sólo con la palabra?
Que Jesús es el Señor sólo puede ser dicho de verdad con la vida, demostrando de manera concreta que él ocupa todos los espacios de nuestra existencia. En él, todas las diferencias se convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias forman la armonía de la unidad en el amor. Hemos sido reunidos conjuntamente para "formar un solo cuerpo" y, al mismo tiempo, tenemos dones diferentes, diferentes carismas, cada uno tiene su propio rostro de santidad.
El amor, antes que reducirlo, incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don para los otros. Sin embargo, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos paz en el corazón y si no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos, testigos de la esperanza, custodios de la verdadera alegría.
Oratio
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido, luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Ven, Espíritu enviado por el Padre, en nombre de Jesús, el Hijo amado. Haz una y santa a la Iglesia para las nupcias eternas del cielo.
Contemplatio
Muéstrate solícito en unirte al Espíritu Santo. Él viene apenas se le invoca, y sólo hemos de invocarlo, porque ya está presente. Cuando se le invoca, viene con la abundancia de las bendiciones de Dios.
Él es el río impetuoso que da alegría a la ciudad de Dios (Sal 45,5) y, cuando viene, si te encuentra humilde y tranquilo, aunque estés tembloroso ante la palabra de Dios, reposará sobre ti y te revelará lo que esconde el Padre a los sabios y a los prudentes de este mundo.
Empezarán a resplandecer para ti aquellas cosas que la sabiduría pudo revelar en la tierra a los discípulos, pero que ellos no pudieron soportar hasta la venida del Espíritu de la verdad, que les habría de enseñar la verdad completa.
Es vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo que sólo es posible recibir y aprender de la lengua de la verdad. En efecto, como dice la verdad misma, "Dios es Espíritu" (Jn 4,24). Dado que es preciso que sus adoradores lo adoren en Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben buscar sólo en el Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple de esa verdad.
El Espíritu es, para los pobres de espíritu, la luz iluminadora, la caridad que atrae, la mansedumbre más benéfica, el acceso del hombre a Dios, el amor amante, la devoción, la piedad en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida (cf. Guillermo de Saint Thierry, Speculum Fidei, XLVI).
Actio
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor" (de la liturgia).
Conclusio
La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior.
La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo. Él nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros con "gemidos inefables", e interpreta el discurso que nosotros solos no sabemos dirigir a Dios.
La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña "toda verdad".
A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en nuestros propios corazones por "el Espíritu Santo que nos ha sido dado". La Iglesia, toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado.
Lo habéis escuchado, hombres vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en todos nosotros a la vez, en nosotros como Iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que, sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: ¡Ven! (cf. Pablo VI, Discurso, 29-XI-1972).
Act:
08/06/25
@tiempo
de pascua
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A