Semana IV de Cuaresma

Mandamiento 4º de Dios

Murcia, 11 marzo 2024
Manuel A. Martínez, doctor Ingeniero

           El 4º mandamiento de la ley de Dios reza así: "Honrarás a tu padre y a tu madre". Éste es el 1º de los mandamientos de los 7 que se refieren al prójimo. Es lógico, por tanto, que los padres ocupen el 1º lugar del prójimo.

           La honra que corresponde a los padres consiste en 3 deberes para con ellos, principalmente:

           1º Amor, que no debe ser un afecto estéril y puramente especulativo, sino un acto interior positivo, tal y como lo describe la Sagrada Escritura: "El amor es paciente, es servicial, no se pavonea, ni se engríe; el amor no ofende, ni busca el propio interés; no se irrita, ni toma en cuenta el mal; el amor no se alegra de la injusticia y se alegra de la verdad. El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1Cor 13).

           Este amor ha de manifestarse, sobre todo, en la enfermedad y en la ancianidad de los padres, protegiéndolos y socorriéndolos en sus necesidades, no solamente con los trabajos domésticos de que se sea capaz, sino entregándoles dinero, obsequiándoles con regalos y rogando a Dios todos los días para que les conceda toda clase de bien espiritual y temporal.

           2º Reverencia, esto es, un amor respetuoso, porque es muy grande, con relación a nosotros, la dignidad de aquellos a quienes, después de Dios, debemos nuestra propia existencia. Esta reverencia incluye un respeto grande al padre y a la madre, y para los hijos jóvenes el deber de no emprender nada sin su permiso. Un hijo nunca debe mostrarse impaciente en presencia de sus padres, ni descubrir o manifestar sus defectos a nadie. San Luis Gonzaga no hacía nada sin su permiso y, cuando no estaban sus padres en casa, pedía permiso a sus mismos sirvientes.

           3º Obediencia, porque los padres han recibido del Señor su misma divina autoridad sobre los hijos, siendo sus legítimos y más inmediatos y naturales superiores. Tan importante es la obediencia, que uno de los mayores expertos de la historia en asuntos de la juventud, afirmó sin ambages: "Dadme un joven obediente y llegará a santo. El que no es obediente no tiene ninguna virtud" (San Juan Bosco).

           El mismo San Juan Bosco describe en qué consiste esta obediencia a los padres: "Cuando os manden alguna cosa, hacedla prontamente, sin mostraros remolones. Evitad comportaros como los que, protestando, levantan los hombros, menean la cabeza y, lo que es peor, contestan con insolencia. Estos hacen una injuria grande a sus padres y al mismo Dios, que por medio de ellos manifiesta su voluntad. Nuestro Salvador, a pesar de ser todopoderoso, para enseñarnos a obedecer se sometió en todo a la Santísima Virgen y a San José, ejerciendo el humilde oficio de artesano. Para obedecer después a su Padre celestial, se ofreció a morir entre tormentos en la cruz".

           Además de los padres debemos también honrar a los mayores en edad, dignidad y autoridad. Son superiores por razón de la edad, además de los padres, nuestros abuelos, tíos y hermanos mayores e incluso los ancianos en general. Lo son por razón de dignidad, especialmente los sacerdotes, así como los profesores o educadores. Por autoridad lo son los que legítimamente gobiernan, tanto en el orden espiritual como social: el Romano Pontífice, los obispos, párrocos y director espiritual, los reyes, magistrados, empresarios...

           Este 4º mandamiento obliga también a los padres con relación a los hijos; lo refiere el canon 1136 del Derecho Canónico: "Los padres tienen el gravísimo deber y el derecho primario de cuidar con todas sus fuerzas de la educación de sus hijos, tanto física, social y cultural, como moral y religiosa". Y ello, porque "los padres deben desarrollar las funciones de maestros de vida y de fe, para cuidar la formación y el crecimiento de sus hijos" (Juan Pablo II, 19-I-1986).

           Los padres, por tanto, han de vigilar con sumo esmero para impedir que se malogre la inteligencia de sus hijos con el error, o se corrompa su corazón con el vicio. Deben alejar de sus hijos las malas amistades, los libros y espectáculos inmorales y todo escándalo que pueda llevar la muerte a su alma.

           El cumplimiento del 4º mandamiento ha llevado a muchos padres (reyes incluso) a pedir a Dios en la oración la muerte de sus hijos antes de cometer un solo pecado mortal.

           Este mandamiento nos pide también deberes para con la patria: amarla, defenderla, cumplir sus leyes y contribuir al bien común. Lo recuerda la Palabra de Dios: "Sed obedientes, por el Señor, a toda institución humana" (1Pe 2, 13), y "vivid sumisos a las autoridades" (Tit 3, 1). A las autoridades del Estado obliga el mandamiento a gobernar con rectitud procurando el bien común: guardando los derechos y consideraciones debidos a cada ciudadano y cumpliendo la ley.

           Pero no es obligado obedecer a la autoridad civil cuando mande algo contrario a la ley de Dios o al magisterio de la Iglesia. Generalmente, las conferencias episcopales y el Romano Pontífice suelen recordar por los medios de comunicación todos los asuntos en que se producen estas confrontaciones entre los criterios de las autoridades civiles y de la ley de Dios (aborto, divorcio, eutanasia, guerras, materia laboral, moral..). Recuerda la Palabra de Dios esta facultad que atañe a la Iglesia: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5, 29).

           Finalmente, este 4º mandamiento exige los siguientes deberes a los patronos o empresarios:

-respetar en los operarios su dignidad de personas humanas e hijos de Dios;
-pagarles puntualmente el salario que en justicia les corresponde;
-tratarles con el amor con que ellos mismos desearían ser tratados;
-darles ejemplo de vida cristiana.

           Y al obrero o empleado el 4º mandamiento obliga a:

-ser fiel a su patrono o a la empresa;
-cumplir debidamente el trabajo según lo estipulado en el contrato laboral;
-no perjudicar ni la persona ni los intereses del empresario.

           Para poder bien cumplir estos preceptos laborales, la Iglesia Católica nos da un sencillo consejo: "Trabajad con amor, no sólo con las manos y la mente, sino unidos a Cristo" (Juan Pablo II, 19-III-1990). Porque "el Verbo encarnado, que se hizo carpintero junto al carpintero José, ha dado al trabajo un significado que traspasa el tiempo y se proyecta hasta la eternidad" (Juan Pablo II, 19-III-1990).

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Mandamiento 6º de Dios

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           El 6º mandamiento de la ley de Dios reza así: "No cometerás actos impuros". Este mandamiento obliga a la pureza y a la castidad en palabras y en obras, pues el cuerpo debe ser templo del Espíritu Santo (1Cor 3, 16-17).

           Son pecados contra este mandamiento, por tanto:

-el adulterio, que consiste en todo tipo de relación sexual mantenida con persona distinta del propio cónyuge;
-las relaciones sexuales prematrimoniales, entre personas de distinto sexo no casadas, aunque sean novios;
-la homosexualidad consumada, es decir, el mantenimiento de relaciones sexuales entre personas del mismo sexo;
-la masturbación, que es todo tipo de acto impuro de uno consigo mismo;
-las conversaciones obscenas, y expresiones o palabras soeces con las que se ofende gravemente a la pureza.

           La gravedad de estos pecados la confirma la Palabra de Dios: "Ni los impuros, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales heredarán el Reino de Dios" (1Cor 6, 9-10; Gál 5, 19-21). Pues "el Señor guarda a los impíos para castigarlos el día del juicio, sobre todo a los que andan tras la carne con apetencias impuras" (2Pe 2, 9-10).

           De la gran facilidad que tienen los hombres para faltar contra este mandamiento, habla el patrono de moralistas de la Iglesia: "La carne es el arma más poderosa que tiene el demonio para esclavizar al hombre. Por eso, el infierno está lleno de ángeles, a causa del orgullo, y lleno de hombres, a causa de la impureza. Porque, a excepción de los niños, pocos de los adultos se salvan debido al pecado carnal" (San Alfonso María de Ligorio).

           Comentando este texto de San Alfonso, la beata Isabel de la Trinidad manifiesta: "Invirtiendo la frase, se puede afirmar que, poseyendo la virtud de la pureza, existe el noventa y nueve por ciento de posibilidades de ir al cielo. Jesucristo no puede condenar eternamente a un alma pura que ha estado siempre vigilante sobre sí misma. Él prefirió las almas virginales. Su madre es una virgen".

           Lo verdaderamente importante que se logra cuando se evitan los pecados contra el 6º mandamiento es el acceso al amor, al verdadero amor; bellamente lo expresa Juan Pablo II:

"Cada vez que vosotros, los jóvenes y las jóvenes, os conserváis vírgenes para quien será vuestro cónyuge, testimoniáis el irremplazable valor de un amor que debe construirse día a día" (30-I-1990).

"Cuando no se respetan los principios de la ley natural sobre la sexualidad, se convierte a las personas en objetos, y todo el gran contenido del amor viene a reducirse a un mero intercambio egoísta" (18-V-1988).

"El pecado de impureza es ofensa a la dignidad humana, es insulto a la vida, es falsificación del amor" (27-IX-1986).

           Por ello no duda el papa en suplicar que se tenga en gran estima el ideal de la castidad (Juan Pablo II, 13-V-1990) y que se realicen todos los esfuerzos posibles en la educación a la castidad (Juan Pablo II, 14-III-1988), afirmando que "la recuperación de la virtud de la castidad es una de las necesidades más urgentes de la sociedad contemporánea" (Juan Pablo II, 16-IX-1987).

           Ciertamente no es difícil cumplir el 6º mandamiento de la ley de Dios si se es capaz de poner en práctica los medios necesarios para enfrentarse a la impureza. San Juan Bosco, uno de los más grandes expertos en la educación de la juventud de la historia, en su obra El Joven Cristiano habla de estos medios, al exaltar el valor de la pureza[1].

           San Alfonso María de Ligorio, patrono de moralistas de la Iglesia, sintetiza los medios citados para conservar la castidad y la pureza; los deja resumidos en un sencillo programa de 5 puntos:

-huir de las ocasiones, tales como amistades malas, libros, películas o revistas;
-mortificar los sentidos, evitando la ociosidad, la comida y sueño excesivo;
-ser humildes, sobre todo en la confesión frecuente y en la comunión;
-orar insistentemente;
-tener devoción a la Santísima Virgen.

           También San Felipe Neri da 5 consejos similares para conservar la pureza:

-huir de los malos compañeros;
-no alimentar con delicadeza el cuerpo;
-huir del ocio;
-orar frecuente;
-recibir a menudo los sacramentos, especialmente la confesión.

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Mandamiento 9º de Dios

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           El 9º mandamiento de la ley de Dios dice así: "No consentirás pensamientos ni deseos impuros". Este mandamiento es una continuación y complemento del 6º, pues mientras el 6º prohíbe directamente los actos externos contra la pureza y la castidad, el 9º lo hace con relación a los actos internos, bien sea de pensamiento o de deseo.

           Jesucristo dedica un importante y concreto comentario sobre este precepto en su Sermón de la Montaña: "Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya al infierno" (Mt 5, 27-30).

           Los pecados contra este 9º mandamiento son, por tanto, todos los pensamientos y todos los deseos de cometer cualquiera de los actos condenados por el 6º mandamiento. Pero es necesario, para que pueda consumarse el pecado, que la voluntad se complazca en dichos pensamientos y deseos, porque no se comete pecado cuando la voluntad no los consiente y procura rechazarlos. Para combatir el 9º mandamiento, es válido todo lo que se indicó para combatir el 6º mandamiento.

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Mandamiento 10º de Dios

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           El 10º mandamiento de la ley de Dios reza así: "No codiciarás los bienes ajenos". Este 10º mandamiento es una continuación y complemento del 7º, pues así como el 7º prohíbe directamente los actos externos contra el derecho de propiedad del prójimo, así en el 10º se prohíben los deseos o actos interiores contra dicho derecho de propiedad. De esta forma, consagrando dos preceptos a la defensa legítima de los bienes de las personas, da a entender el Señor la importancia que le concede.

           También incluye este mandamiento un aspecto positivo: la confianza y el abandono en la Providencia divina, que nos manda conformarnos con los bienes que Dios nos ha otorgado y con los que de un modo honrado podamos adquirir. Ciertamente es lícito aspirar, dentro de la justicia, a una mejor distribución de bienes, en conformidad con el destino que Dios les ha asignado y con las exigencias del bien común. Pero el 10º mandamiento no permite en absoluto:

-la avaricia, o deseo desordenado de riquezas,
-la envidia, de los bienes ajenos.

           De la avaricia y de la forma de combatirla ya hablamos en el 7º mandamiento. San Juan Crisóstomo nos habla de la envidia: "Nada hay que separe y divida tanto como la envidia; funesto mal que no merece perdón. El demonio siente envidia, pero de los hombres, nunca de otro demonio; si vosotros los hombres sentís envidia de vuestros semejantes, vais contra vuestra sangre y vuestra raza, cosa que no hace ni el mismo demonio. ¿A qué indulgencia tendréis derecho, si el éxito de uno de vuestros hermanos os hace temblar y palidecer de envidia en lugar de alegraros?".

           Por la envidia se duele uno de los bienes del prójimo, lo cual es directamente contrario al amor, afirma Santo Tomás de Aquino. San Juan Crisóstomo indica asimismo que la envidia impide el acto de fe. Por tanto, el procedimiento para combatir la envidia es concreto:

-practicar obras de amor, hacia las personas que son objeto de envidia;
-hacer oración, para que así aumente la fe.

MANUEL A. MARTÍNEZ, Colaborador de Mercabá

 Act: 11/03/24   @tiempo cuaresmal       E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] «Toda virtud en los jóvenes es un precioso adorno que los hace amables a Dios y a los hombres. Pero la virtud reina, la virtud angélica, la santa pureza, es un tesoro de tal precio, que los jóvenes que la poseen se hacen semejantes a los ángeles de Dios, aunque sean hombres mortales en la tierra. "Serán como los ángeles": son palabras del Salvador. Esta virtud es como el centro a cuyo alrededor se reúnen y conservan todos los bienes y, si por desgracia se pierde, todas las demás virtudes están perdidas. "Con ella me llegaron todos los bienes", dice el Señor. Pero esta virtud que os convierte, queridos jóvenes, en otros tantos ángeles del cielo, virtud que tanto agrada a Jesús y a María, es sumamente envidiada por el enemigo de las almas; por esto suele daros terribles asaltos, para hacérosla perder, o al menos para que la manchéis.

Por este motivo yo os sugiero algunas normas o armas con las que conseguiréis ciertamente conservarla y rechazar al enemigo tentador. El arma principal es alejarse de los peligros. La pureza es un diamante de gran valor. Si, llevando un gran tesoro, lo exponéis a la vista de un ladrón, corréis grave riesgo de ser asesinados. San Gregorio Magno declaró que "desea ser robado el que lleva su tesoro a la vista de todo el mundo".

Además de la fuga de los peligros, practicad la frecuencia de la confesión, sinceramente hecha, y de la comunión devota, evitando a todas aquellas personas que con obras o palabras menosprecien esta virtud. Para prevenir los asaltos del demonio, acordaros del aviso de Jesús: "Esta clase de demonios (es decir, la tentación contra la pureza) no se vencen sino con el ayuno y la oración". Con el ayuno, o sea, con la mortificación de los sentidos, poniendo freno a los ojos y a la gula, huyendo del ocio, dando al cuerpo el reposo estrictamente necesario.

Jesucristo nos recomienda que acudamos a la oración; pero se trata de una oración hecha con fe y fervor, en la que no se ha de cesar hasta que la tentación sea vencida. Tenéis además un arma formidable en las jaculatorias, o la medalla o el escapulario de la Virgen. Pero, si todas estas armas no bastaran para dejar esta maligna tentación, entonces recurrid al arma invencible de la presencia de Dios» (San Juan Bosco).