Tiempo de Cuaresma
Mandamiento 1º de Dios
Murcia,
5 marzo 2025
Manuel A. Martínez, doctor Ingeniero
El 1º mandamiento de la ley de Dios, según lo formuló el propio Jesucristo, afirma: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu entendimiento" (Mt 22, 37-38). Este 1º mandamiento supera en excelencia a los demás, porque nos pide el cumplimiento del principal y más noble entre los deberes del cristiano, que es el amor de Dios.
Todos los mandamientos de Dios están comprendidos en el de su amor, porque no se concibe verdadero y sincero amor a Dios sin el cumplimiento exacto de su voluntad: "En esto consiste el amor: en que vivamos conforme a sus mandamientos" (2Jn 6). Un amor de Dios que, por tanto, está mandado por el 1º mandamiento, e incluye necesariamente el cumplimiento de:
-los otros mandamientos;
-la observación de las virtudes: fe, esperanza y amor;
-la práctica de la religión.
a) Actos del 1º mandamiento
Por la fe, reconocemos que sólo Dios es la suprema verdad; por la esperanza, que sólo él es la suprema bondad y misericordia; por el amor, que sólo él es el bien por excelencia y el conjunto de todas las perfecciones; y por la religión, que sólo a Dios se le debe culto de adoración (el culto de latría, como Creador y Señor de todas las cosas).
En cuanto a actos externos, los principales de la religión son: adoración, sacrificio, ofrenda y voto.
Adoración es el conjunto de signos exteriores con los que se demuestra que reconocemos la supremacía de Dios sobre nosotros y sobre todas las cosas, tales como genuflexiones y otras manifestaciones de sumisión y reverencia (con que se acompañan los actos internos que inspiran la fe y amor de Dios).
Sacrificio es la inmolación de una víctima, o destrucción de una cosa, en testimonio y reconocimiento del dominio supremo de Dios sobre todo lo creado.
Ofrenda es todo aquello que damos a Dios, con destino a su culto, al adorno de su templo y altares, y a la subsistencia de sus sacerdotes o ministros.
Voto es una promesa deliberada y libre que hacemos a Dios de algo bueno, posible y mejor que lo contrario, por la que obligamos nuestra persona o bienes al culto de Dios.
b) Pecados contra el 1º mandamiento
Pueden ser cometidos:
-contra la fe, en su versión de infidelidad, apostasía,
herejía, duda, ignorancia y cisma;
-contra la esperanza, en su versión de presunción y desesperación;
-contra el amor, en su versión de odio a Dios, odio al prójimo, desamor a Dios e incumplimiento de los demás
mandamientos;
-contra la religión, en su versión de irreligión, tentación de Dios,
sacrilegio, impiedad, simonía y superstición.
La infidelidad
Se trata del pecado de los gentiles, ateos y agnósticos, y de todos los que se niegan culpablemente a creer en Dios. Es el pecado de quienes rechazan la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, gracias a la muerte de Jesucristo en la Cruz.
También suele llamarse a este pecado "blasfemia contra el Espíritu Santo", y es al que dirige Jesucristo en su evangelio las más duras palabras, con palabras "de no perdón":
"Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro" (Mt 12, 31-32).
Comentando este trascendental texto del evangelio, manifestaba Juan Pablo II en su encíclica Dominum et Vivificantem, sobre el Espíritu Santo:
"La blasfemia contra el Espíritu Santo no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo. Consiste en el rechazo radical de aceptar esta remisión (de los pecados), y en el rechazo radical a convertirse. La blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre, que reivindica un pretendido derecho a perseverar en el mal, en cualquier pecado, y rechaza así la Redención de Jesucristo".
El pecado de infidelidad (o blasfemia contra el Espíritu Santo) consiste, por tanto, en que el hombre "se encierra en el pecado", haciendo por su parte imposible la conversión y, por consiguiente, también la remisión o el perdón de sus pecados, que considera sin importancia para su vida.
Afirmaba Juan Pablo II que "ésta es una condición de ruina espiritual, dado que la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite al hombre salir de su autoprisión". Las dos manifestaciones más concretas de este pecado, según declaraba en dicho texto el papa, son:
-la pérdida del sentido del pecado, o creer que ya nada es
pecado (lo diga quien lo diga), y vivir conforme a ese principio
amoral;
-la pérdida del sentido de Dios, o vivir en un ateísmo práctico
(como si Dios no existiera), prescindiendo completamente de
él.
La apostasía
Consiste en abjurar o renunciar de Dios en público, e implica el rechazo total de la fe cristiana.
Siempre se nos ha hablado de los mártires de la Iglesia. El obispo Gomá ya hablaba de 16 millones de mártires. Y precisamente lo fueron porque prefirieron la muerte antes de renegar públicamente de Jesucristo. Lo que casi nunca se menciona es que fueron muchos más los apóstatas, es decir, los que prefirieron la vida del mundo antes que morir por Cristo. La apostasía, es cierto, tuvo épocas muy favorables al ser muy alto el precio que se ponía a los hombres para no cometer ese pecado: su propia muerte.
Hoy día, sin embargo, exceptuando los pocos países cuyos gobernantes aún creen en el ya fracasado marxismo (en donde, al querer cumplir el principio de Marx de que "la religión es el opio del pueblo", se persigue cruelmente a los creyentes como si fuesen drogadictos (el opio es una droga), y exceptuando también los países de religiones extremistas, la apostasía ha adquirido, por tanto, otra dimensión pues a nadie le matan por proclamar su fe en Jesucristo; y la mayoría de apostasías se cometen únicamente por 3 posibles razones:
1ª Por miedo al ridículo o por cobardía, consecuencia de tener poca fe y participar en ambientes o conversaciones con personas absorbidas por el pecado ya citado de infidelidad o ateísmo. Los bares y discotecas suelen ser los centros donde este grupo de débiles creyentes reniegan públicamente de su fe, en evitación de posibles risas... y de complicaciones religiosas.
2ª Por egoísmo, consecuencia de la avaricia, del interés o de la ambición. Es el caso del alumno que rechaza completamente su fe cristiana en un ambiente escolar cargado de profesores ateos para mejorar así sus notas académicas; es también el caso de quien renuncia a su fe ante empresarios o políticos, sarcásticos con los creyentes, para tener más posibilidades de lograr mantener un puesto de trabajo o acceder a un cargo o empleo mejor remunerado...
3ª Por protagonismo o por ingenuidad, que suele ser el caso de los bautizados que rechazan totalmente su fe cristiana para hacerse miembros de sectas o grupúsculos sectarios (como es el caso de los Testigos de Jehová, evangélicos...), en donde se les ofrece un papel de mayor protagonismo personal, alguna compensación a sus frustraciones personales, o en donde, sencillamente, se les engaña.
El apóstata no solamente puede cometer pecado mortal contra el 1º mandamiento, sino que puede incurrir en excomunión automática, según afirma el canon 1346,1 del Derecho Canónico de la Iglesia.
La herejía
Es definida por el Derecho Canónico como "la negación pertinaz de alguna verdad de fe divina o católica, o la duda pertinaz sobre la misma, después de recibido el bautismo" (CIC, 751).
La Iglesia Católica considera de mucha gravedad este pecado contra el 1º mandamiento y llega a afirmar que "el hereje incurre en excomunión automática", como también recoge el canon 1346,1 del Derecho Canónico. Y la pregunta más inmediata que surge al definir este pecado de herejía es: ¿Y cuáles son las verdades de fe divinas o católicas que no se pueden negar de forma pertinaz?
Ciertamente, la ignorancia religiosa es elevada, y multitudes de jóvenes desconocen hasta el Padrenuestro. Luego es natural, por tanto, que desconozcan los dogmas o verdades de fe de la Iglesia. Y otro problema a añadir a la ignorancia citada es el tabú creado en torno a los dogmas, y según el cual la Iglesia sería una organización excesivamente dogmática.
Ambas cuestiones se resumen, por tanto, en la misma cuestión planteada: la ignorancia religiosa. Pues son muy pocos los dogmas que la Iglesia ha proclamado, y que forman su depósito de fe. En el s. XX únicamente se enunció un dogma: Pío XII proclamó la Asunción de María, verdad de fe que jamás se ha cuestionado seriamente por personas de fe durante los veinte siglos de existencia del cristianismo. En el s. XIX, y con el dogma de la Inmaculada Concepción de María promulgado por Pío IX el día 8 diciembre 1854, se pronunciaron unos pocos en el Concilio Vaticano I, principalmente relacionados con la infalibilidad del papa. En la mayoría de los restantes 18 siglos, la Iglesia no promulgó ni siquiera un solo dogma.
El depósito fundamental de las verdades de fe nos viene directamente desde los apóstoles, testigos directos de todo cuanto hizo y dijo Jesucristo (fundador de la Iglesia, su único Cuerpo Místico en la historia), sin intermediarios. Y lo proclamamos en el Credo cada domingo en Misa.
Se comete herejía, por tanto, al negar de forma pertinaz:
-a Dios como Padre Todopoderoso,
-a Dios como Creador de cielo y tierra,
-a Jesucristo como su único Hijo, hombre verdadero y Dios verdadero, y demás atributos suyos incluidos en el Credo,
-al Espíritu Santo,
-a la santa Iglesia Católica,
-la comunión de los santos,
-el perdón de los pecados,
-la resurrección de la carne,
-la vida eterna.
Otras verdades han sido definidas por la Iglesia como dogmas de fe[1], y su consciente y deliberada negación conlleva también el pecado de herejía.
Observa San Ignacio de Loyola, gran conocedor de las almas, que "la causa principal de los errores de doctrina proviene de errores de vida"; y concluye en que "si éstos no son corregidos, no se quitarán aquéllos de en medio". Y Santo Tomás de Aquino matiza que "el hereje suele aceptar la Palabra de Dios sólo en aquello que le convence y, por tanto, no como Palabra de Dios sino como razonamiento humano".
Para comprender, pues, la gravedad del pecado de herejía, es interesante el apotegma nº 21 de las Sentencias de los Santos Padres del desierto, que transcribimos para el caso[
2].La duda voluntaria
Si la duda sobre algunas verdades de fe se produce de forma pertinaz, ya hemos visto que es herejía.
En el caso que nos ocupa, se incluyen los pecados de duda no pertinaz, pero voluntaria y advertida, sobre alguna de las verdades de fe divina y católica. La gravedad de este pecado depende de la trascendencia de la verdad puesta en duda.
La ignorancia
Consiste en el descuido voluntario por conocer las verdades que debe saber el cristiano.
Si un cristiano no supiera, por ejemplo, que es materia grave todo tipo de relación sexual fuera del matrimonio y, por ello, origen de pecado mortal, todas sus faltas contra el 6º mandamiento serían faltas graves pero no pecados mortales contra dicho 6º mandamiento, pues faltaría la necesaria condición del conocimiento; no obstante, cometería pecado de ignorancia contra el 1º mandamiento por su descuido en saber la definición que la Iglesia hace del citado 6º mandamiento.
Lógicamente, existen 2 grados muy distintos de responsabilidad (y de gravedad), en quienes cometen pecados de ignorancia: la responsabilidad de:
-los encargados de enseñar las verdades, como son los catequistas, o los padres con relación a sus hijos;
-los que son enseñados en las verdades.
Los pecados de ignorancia de los primeros son gravísimos, pues el descuido voluntario en su caso es absolutamente injustificable, y pueden añadir a su propio pecado todos los pecados cometidos por los que reciben su negligente enseñanza. Existe en este grupo de "ignorantes responsables de enseñar" un subgrupo todavía peor, y lo forman todos aquellos que dejan en la ignorancia de las verdades de fe a sus catequizados de forma intencionada: éstos, en lugar de enseñar la doctrina de la Iglesia Católica, transmiten sus propias doctrinas personales junto a lo que ellos piensan; en lugar de proclamar el evangelio de Jesucristo se proclaman a sí mismos; en lugar de enseñar la Verdad (con mayúsculas) enseñan "su verdad".
Todos los cristianos tienen la obligación de conocer la doctrina de la Iglesia tal y como el magisterio de la misma la enseña. Para ello sólo se necesita aprender a leer, y saber que todo el magisterio de la Iglesia, sea ordinario o sea extraordinario, se encuentra únicamente en las afirmaciones del papa o en las de los obispos que se mantienen en total comunión con él. Todos los que descuidan esta obligación están, por tanto, pecando de ignorancia, sin que valga de excusa el decir que han sido mal enseñados.
El cisma
Es definido por el Derecho Canónico como "el rechazo de la sujeción al sumo pontífice, o de la comunión con los miembros de la Iglesia, que le están sometidos" (CIC, 751).
El cismático "incurre en excomunión automática" (CIC, 1346,1); la Iglesia nos enseña, así, la gravedad que encierra este pecado contra el 1º mandamiento de la Ley de Dios.
La presunción
Se trata de un pecado contra la esperanza, consistente en confiar demasiado en la bondad de Dios, tomando motivo de esto para continuar viviendo en el pecado y sin controlar las pasiones. Es decir, es un abuso de la misericordia divina.
San Alfonso María de Ligorio, patrono de moralistas y confesores de la Iglesia, dedica una preciosa homilía a este tipo de pecadores, que transcribimos para el caso[
3].La desesperación
Consiste en confiar demasiado poco en la bondad de Dios, creyendo que es imposible obtener el perdón de los pecados, la victoria contra las pasiones y la salvación eterna. A él hace mención San Alfonso en la homilía anterior.
El odio a Dios
Se trata de un pecado de enorme magnitud, pues los que son capaces de odiar a Dios deberían leer y meditar detenidamente el texto de la Sagrada Escritura: "De Dios nadie se burla" (Gál 6, 7).
El odio al prójimo
Se trata del pecado contra el amor que ya había denunciado Jesucristo en el Sermón de la Montaña: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?" (Mt 5,43-46).
El desamor a Dios
¿Se concibe una pareja de novios en la que apenas hubiera comunicación entre ellos, en la que nunca hubiera tiempo para estar juntos? ¿No sería ese comportamiento signo claro de desamor?
Este pecado de desamor a Dios (o acedía) se concreta, por consiguiente, en las faltas de atención hacia Dios, en las faltas de comunicación con él, en la pereza, tedio o disgusto de las cosas espirituales; se manifiesta:
-cuando no se hace oración,
-cuando no se medita su Palabra,
-cuando no se vive en su presencia.
El pecado de desamor a Dios es la consecuencia de faltar al mandamiento del Señor: "Orad sin cesar" (1Tes 5,17; Col 4,2). Pues la oración transforma a los cristianos en la "luz del Señor", afirmaba el papa (Juan Pablo II, 30-I-1990), dejándonos su ausencia en tinieblas. E incluso se atreve a sugerir Santa Teresa de Jesús: "No me parece que es otra cosa perder el camino sino dejar la oración".
En la VI Jornada Mundial de la Juventud, el papa concretaba a los jóvenes del mundo: "Quien no conoce la Sagrada Escritura, no conoce a Cristo" (Juan Pablo II, 14-VIII-1991).
El incumplimiento de los demás mandamientos
Se trata de un pecado contra el amor a Dios (sobre todas las cosas) que también había sido perfectamente definido por el propio Jesucristo, en su evangelio: "El que ha recibido mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 21).
La irreligión
Se trata de un pecado contra la religión por defecto, y consiste en faltar al honor y al respeto debidos a Dios. Comprende 4 formas distintas de pecados:
La tentación de Dios
Se trata de un pecado que pone a prueba, sin ningún motivo justificado, cualquier atributo del Señor (sobre todo su poder, su sabiduría, su justicia o su misericordia).
Estaría tentando a Dios el que esperase sin razón un milagro, como poder vivir sin comer, o curarse sin ir al médico y sin aplicar el tratamiento recetado.
También tentaría a Dios quien espera salvarse sin abandonar el pecado y quien espera conseguir lo que pide a Dios de modo indebido.
El sacrilegio
Consiste en la profanación de una persona, cosa o lugar sagrado.
Es persona sagrada el sacerdote, el religioso y la religiosa. La profanación de una persona sagrada, y por tanto el sacrilegio, se comete:
-al injuriarlos gravemente,
-causándoles cualquier herida corporal,
-perpetrando cualquier acto que atente contra la castidad de ellos.
Son cosas sagradas los sacramentos y todas las consagradas directamente al culto divino (como los cálices, patenas, albas, casullas, imágenes, cruces...) e incluso otros objetos menos dignos de respeto (como las lámparas, candelabros...).
La profanación de los sacramentos, y por ello, el sacrilegio, se verifica concretamente:
-administrándolos en pecado mortal,
-recibiéndolos en pecado mortal.
La profanación de los objetos sagrados se materializa:
-robándolos,
-haciendo uso de los mismos en actos meramente profanos.
El sacrilegio por recibir los sacramentos en pecado mortal se comete, por tanto:
1º En las comuniones que reciben los fieles sin limpiar sus pecados mortales, previamente, en el sacramento de la Penitencia. ¿No nos han enseñado suficientemente los verdaderos santos de la Iglesia su hermosa costumbre de confesarse con mucha frecuencia para recibir, así, el Cuerpo de Cristo con un corazón lo más puro posible? San Ignacio de Loyola, por ejemplo, se confesaba todos los días, antes de decir Misa.
2º En las confirmaciones recibidas en pecado mortal, sin haber recibido previamente el Sacramento de la Penitencia; los datos facilitados por varios miles de jóvenes en edad de confirmarse indican que un elevadísimo número de los mismos, o no se confiesan nunca o la confesión que suelen hacer no es válida y, por tanto, salen de ella con los mismos pecados mortales con que entraron; y que, en estas circunstancias, se confirman.
3º En las bodas que se celebran en la Iglesia, teóricamente para recibir el Sacramento del Matrimonio, y a las que se presentan los novios sin hacer confesión previa de sus pecados mortales; al respecto, merece la pena resaltar la plausible costumbre de algunos de hacer confesión general antes de recibir el Sacramento del Matrimonio, así como el sensato consejo de algunos Santos de la Iglesia a los novios para que la efectúen dentro de unos ejercicios espirituales, previos a la boda.
4º En la misma confesión, cuyo Sacramento de la Penitencia puede ser recibido cometiendo sacrilegio cuando se hacen confesiones no válidas: bien porque se oculta por vergüenza u otro motivo algún pecado mortal, o bien porque, incluso en el caso de confesar todos los pecados, se acerca uno al sacramento sin arrepentimiento sobrenatural (sea de atrición o de contrición) o sin conversión al Señor, condiciones que la Iglesia declara como necesarias para su validez.
Son lugares sagrados: el interior de los templos, las capillas y oratorios públicamente consagrados al culto divino, así como los cementerios con dedicación o bendición. La profanación de los lugares sagrados, y el pecado de sacrilegio consiguiente, ocurre:
-cometiendo homicidios o atentados contra las personas en su interior,
-por graves impurezas o hechos gravemente injuriosos realizados en ellos con escándalo de los fieles, contrarios a la santidad del lugar.
La impiedad
Es el pecado consistente en faltar gravemente, con dichos o hechos:
-al respeto que se merecen los dogmas y misterios de la religión católica;
-a la veneración que se merece el sacerdote, pues todo el ministerio sacerdotal se ejerce
in persona Christi;
-a la reverencia que se debe a María Santísima, a los santos o a sus imágenes, especialmente a la Santa
Cruz, pues "la Cruz es el signo del amor inefable, el signo que revela que Dios es
amor" (Juan Pablo II,
14-VIII-1991).
La simonía
Se trata del pecado de los que trafican con cosas sagradas, comprándolas o vendiéndolas por dinero o bienes materiales; es el caso de los sacramentos, o de imágenes robadas que están destinadas a la veneración de los fieles.
La superstición
Es el pecado que se opone, por exceso, a la religión. Y puede ser definido como el "culto tributado a un objeto indebidamente, o a Dios de una forma viciosa e incorrecta".
Se considera superstición a todas aquellas creencias (falsas, exageradas o inoportunas) que poseen determinado tipo de personas, en quienes la falta de un conocimiento claro (y más completo) de la religión no ha borrado ciertas reminiscencias erróneas (del paganismo o ateísmo). Tales son la creencia en agüeros, presagios, adivinaciones y curaciones por medio de signos o prácticas misteriosas, así como la creencia en apariciones de la Virgen o de los santos cuando no ha hablado la autoridad infalible de la Iglesia.
A este respecto, la Palabra de Dios manifiesta, sobre el pecado de superstición:
"No ha de haber nadie que haga pasar a su hijo o hija por el fuego, que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque quien hace estas cosas es abominable para Dios" (Dt 18, 10-12).
"Las obras de la carne son conocidas: idolatría, hechicería... orgías y cosas semejantes... quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios" (Gál 5, 19-21).
San Martín Dumiense concreta la razón de la superstición: "Practicar la adivinación, creer en los augurios... reparar en el día en que se sale de viaje, ¿qué es sino venerar al demonio? Porque no mandó Dios que el hombre conozca el futuro, sino que viviendo siempre en su temor, de él espere el gobierno y el auxilio de su vida".
Y el papa aclara lo que se esconde tras la superstición, y lo que verdaderamente espera al supersticioso: "Las prácticas de brujería conducen a quienes se encuentran involucrados en ellas a formas de esclavitud y de falsa adoración" (Juan Pablo II, 4-IX-1990).
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[1] Verdades de fe que la Iglesia ha definido dogmáticamente, y cuya negación lleva al caso del anatema (lit. excomunión) eclesial. Dichas verdades de fe, y sus anatemas negacionistas, son:
1º "Si alguno dijere que el hombre puede justificarse delante de Dios por sus obras que se realizan por las fuerzas de la naturaleza humana (sin la gracia divina), sea anatema".
2º "Quien dijere que la gracia de Dios sólo vale para la remisión de los pecados, y no también de ayuda para no cometerlos, sea anatema".
3º "Si alguno dijere que puede recuperar la gracia perdida sin el Sacramento de la Penitencia, sea anatema".
4º "Si alguno negare que para la perfecta remisión de los pecados se requiere tres actos del penitente (contrición, confesión y satisfacción), sea anatema".
5º "Si alguno dijere que la sola fe es preparación suficiente para recibir el Sacramento de la Eucaristía, sea anatema".
6º "A quienes grave la conciencia de pecado mortal, por muy arrepentidos que se consideren, deben necesariamente hacer previa confesión sacramental (antes de recibir la eucaristía); quien enseñe o afirme lo contrario, quede excomulgado".
7º "Si alguno dijere que el hombre no está obligado a guardar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, sea anatema".
8º "Si alguno dijere que sin la gracia de Dios puede cumplir los divinos mandamientos, sea anatema".
9º "Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa Virgen es madre de Dios (pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea anatema".
10º "Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios, o de los hombres impíos, es temporal, y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la reintegración de los demonios o de los hombres impíos, sea anatema".
11º "Si alguno dijere que, sin la inspiración previniente del Espíritu Santo y sin su ayuda, puede el hombre creer, esperar y amar o arrepentirse, sea anatema".
12º "Si alguno dijere que no hay más pecado mortal que el de la infidelidad, o que por ningún otro, por grave y enorme que sea, fuera del pecado de infidelidad, se pierde la gracia una vez recibida, sea anatema".
13º "Si alguno dijere que los sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios para la salvación, sino superfluos, y que sin ellos o el deseo de ellos, los hombres alcanzan de Dios, por la sola fe, la gracia de la justificación (aun cuando no todos los sacramentos sean necesarios a cada uno), sea anatema".
14º "Si alguno negare que en el santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema".
15º "Si alguno negare que en el venerable Sacramento de la Eucaristía se contiene Cristo entero bajo cada una de las especies y bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies hecha la separación, sea anatema".
16º "Si alguno dijere que, acabada la consagración, no está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo en el admirable Sacramento de la Eucaristía, sea anatema".
17º "Si alguno negare que todos y cada uno de los fieles de Cristo, de ambos sexos, al llegar a los años de discreción, están obligados a comulgar todos los años, por lo menos en Pascua, sea anatema".
18º "Si alguno dijere que para la remisión de los pecados en el Sacramento de la Penitencia no es necesario de derecho divino confesar todos y cada uno de los pecados mortales de que con debida y diligente premeditación se tenga memoria, aun los ocultos... o dijere que aquellos que se esfuerzan en confesar todos sus pecados, nada quieren dejar a la divina misericordia para ser perdonado; o, en fin, que no es lícito confesar los pecados veniales, sea anatema".
19º "Si alguno dijere que la sagrada Unción de los Enfermos no confiere la gracia, ni perdona los pecados, ni alivia a los enfermos, sea anatema".
20º "Si alguno negare que bajo la sola especie de pan se recibe a todo e íntegro Cristo, fuente y autor de todas las gracias, sea anatema".
21º "Si alguno dijere que en la Iglesia Católica no existe una jerarquía, instituida por ordenación divina, que consta de obispos, presbíteros y ministros, sea anatema".
22º "Si alguno dijere que el estado conyugal debe anteponerse al estado de virginidad o de celibato, y que no es mejor y más perfecto permanecer en virginidad o celibato que unirse en matrimonio, sea anatema".
23º "Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios... con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno, lo que Dios no permita, pretendiere en su corazón sentir de modo distinto a como por Nos ha sido definido, sepa y tenga por cierto que está condenado por su propio juicio, que ha sufrido naufragio en la fe y se ha apartado de la unidad de la Iglesia".
24º "Si alguno dijere que es una sola y la misma la sustancia o esencia de Dios y la de todas las cosas, sea anatema".
25º "Si alguno no confiesa que el mundo y todas las cosas que en él se contienen, espirituales y materiales, han sido producidas por Dios de la nada según toda su sustancia, o dijere que Dios no creó por libre voluntad, sino con la misma necesidad con que se ama necesariamente a sí mismo, o negare que el mundo ha sido creado para gloria de Dios, sea anatema".
26º "Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema".
27º "Si alguno dijere que la razón humana es de tal modo independiente que no puede serle imperada la fe por Dios, sea anatema".
28º "Si alguno dijere que no puede darse ningún milagro y que, por ende, todas las narraciones sobre ellos, aun las contenidas en la Sagrada Escritura, hay que relegarlas entre las fábulas o mitos, o que los milagros no pueden nunca ser conocidos con certeza y que con ellos no se prueba legítimamente el origen divino de la religión cristiana, sea anatema".
29º "Si alguno dijere que el asentimiento a la fe cristiana no es libre, sino que se produce necesariamente por los argumentos de la razón; o que la gracia de Dios sólo es necesaria para la fe viva que obra por la caridad, sea anatema".
30º "Si alguno dijere que las disciplinas humanas han de ser tratadas con tal libertad, que sus afirmaciones han de tenerse por verdaderas, aunque se opongan a la doctrina revelada, y que no pueden ser proscritas por la Iglesia, sea anatema".
31º "Si alguno dijere que el bienaventurado Pedro Apóstol no fue constituido por Cristo Señor, príncipe de todos los apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia militante, o que recibió directa e inmediatamente del mismo Señor nuestro Jesucristo solamente primado de honor, pero no de verdadera y propia jurisdicción, sea anatema".
32º "Si alguno dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema".
33º "Si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene sólo deber de inspección y dirección, pero no plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia universal, no sólo en las materias que pertenecen a la fe y a las costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la Iglesia difundida por todo el orbe, o que tiene la parte principal, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata, tanto sobre todas y cada una de las Iglesias, como sobre todos y cada uno de los pastores y de los fieles, sea anatema".
34º "Enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra (esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal), por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por consentimiento de la Iglesia. Y si alguno tuviere la osadía, lo que Dios no permita, de contradecir a esta nuestra definición, sea anatema".
35º "Después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocado la luz del Espíritu de Verdad, para gloria de Dios omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Por eso, si alguno, lo que Dios no permita, se atreviese a negar o voluntariamente poner en duda lo que por Nos ha sido definido, sepa que se ha apartado totalmente de la fe divina y católica".
36º "Si alguno no recibiere como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura, íntegros con todas sus partes... o negare que han sido divinamente inspirados, sea anatema".
[2] «Entre los grandes Padres, existió un anciano llamado Agatón, muy famoso por su humildad y paciencia. En cierta ocasión acudieron a verle unos hermanos, que habiendo oído de su humildad y queriendo poner a prueba su paciencia y su humildad, le dijeron:
—Muchos se escandalizan de ti, Padre, porque estás lleno del vicio de la soberbia, y por eso desprecias a los demás y los tienes en nada, y no dejas de hablar mal de los hermanos. Dicen también muchos que haces eso porque tienes el vicio de la fornicación, y para que no parezca que eres el único que te equivocas, por eso no dejas de calumniar.
A lo cual respondió el anciano:
—Todos esos vicios que habéis dicho, reconozco que los tengo en mí y no puedo negar tantas iniquidades mías.
Y echándose por tierra, veneraba a los hermanos y les decía:
—Os ruego, hermanos, que roguéis intensamente por este miserable y no dejéis de pedir por mis muchos pecados contra Cristo el Señor para que me conceda el perdón a mis muchas y graves iniquidades.
A todas estas cosas, los citados hermanos añadieron:
—Y no se te oculte que muchos afirman que eres hereje.
Al oír esto el anciano les dijo:
—Aunque haya caído en otros muchos pecados, sin embargo en modo alguno soy hereje. Fuera de mi alma eso.
Entonces todos los hermanos que habían venido a verle, se echaron a sus pies y le decían:
—Te rogamos, Padre, que nos digas por qué cuando te acusábamos de tantos vicios y pecados, no te has conmovido por ninguno, y en cambio reaccionaste ante la palabra hereje y la aborreciste hasta el punto de no poder oírla.
El anciano les dijo:
—Aquellos pecados y culpas sufrí con la humildad, para que me tuvieseis por pecador, porque sabemos que si guardamos la virtud de la humildad hay gran provecho para el alma, pues Nuestro Señor Jesucristo, cuando los judíos le acusaban de muchas contumelias y vicios, todos los llevó con paciencia, para darnos ejemplo de humildad. Trajeron testigos falsos que dijeron contra él muchas cosas falsas y todo lo llevó con paciencia hasta la muerte de cruz. Por eso el Apóstol Pedro predicaba: También Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas (1Pe 2, 21). Conviene, pues, con paciencia y humildad sufrir todas las adversidades. Pero cuando me acusasteis de hereje, no lo pude sufrir y lo detesté mucho porque la herejía es separación de Dios. El hereje se aparta de Dios vivo y verdadero y se une al diablo. Porque separado de Cristo ya no tiene a Dios para que ore por sus pecados, y perece totalmente. Pero si se convierte a la verdadera fe católica, la fe de la Santa Iglesia, es acogido por el bueno y piadoso Salvador nuestro Cristo y vuelve a reconciliarse con el Dios verdadero, Creador y Salvador nuestro Jesucristo que está en el Padre como Hijo siempre en el Espíritu Santo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén».
[3] «Hermano mío: cuida de tu alma, ten compasión de ella pues se halla muy enferma. Porque quien abusa de la misericordia divina se expone a que la misericordia divina lo abandone. Dice San Agustín que de dos modos engaña el demonio a los cristianos: con la desesperación y con la presunción; por eso nos da este consejo: "Después de pecar espera en la misericordia, pero antes de pecar teme la justicia". Porque quien abusa de la misericordia de Dios para ofenderlo, no merece que Dios la ejerza con él. Quien ofende a la justicia, puede recurrir a la misericordia; pero quien ofende o irrita a la misericordia, ¿a quién recurrirá?
Los pecadores no se dan cuenta de que "Dios no prometió la misericordia cuando se abusa de ella". Dime a ver quién te prometió la misericordia a que te acoges cuando vas a pecar. No fue ciertamente Dios, sino el demonio, para que perdieses a Dios y te condenaras. Dice San Juan Crisóstomo: "Cuídate de mirar al perro que te promete la misericordia de Dios".
Si en el pasado has ofendido a Dios, espera en él y tiembla; si quieres dejar el pecado de una vez para siempre y lo detestas, ten esperanza, porque Dios prometió perdonar a quien se arrepiente del mal hecho; pero si quieres proseguir en tu mala vida, sin enmendarte, teme que el Señor no te vuelva a mirar misericordiosamente. ¿Para qué espera Dios al pecador? ¿Para que continúe injuriándolo? No, hijo, lo aguarda para que abandone el pecado, solamente para eso...
Se olvida con frecuencia que, si bien es cierto que la misericordia de Dios es infinita, son finitos los actos de tal misericordia que va a tener con cada uno de nosotros. ¡Y éste es un engaño muy común que ha condenado a muchos! Oíd la consideración que afirma la Escritura: "Misericordia y enojo se dan en Dios, y sobre los pecadores descansará su saña" (Ecl 5, 6). Dios es misericordioso, pero también es justo. Y puesto que Dios es justo, es imposible que los pecadores escapen a sus castigos.
Decía Juan de Avila que tolerar a quien se autorizara de la misericordia para ofender a Dios no sería ya misericordia, sino falta de justicia. La misericordia de Dios está prometida solamente a quienes temen al Señor, no a quienes lo desprecian, como cantó la Madre de misericordia: "La misericordia del Señor, por generaciones y generaciones, para aquellos que le temen" (Lc 1, 50).
Escribe San Bernardo que la confianza que tienen los pecadores cuando pecan, fiándose de la bondad de Dios, no les atrae las bendiciones, sino las maldiciones de Dios. ¡Falsa esperanza, que a tantos cristianos perdió! San Agustín llega a decir: "No se podría contar la enorme cantidad de engañados por esta vana esperanza".
San Bernardo dice que el castigo de Lucifer no se hizo esperar por una tremenda razón: "Lucifer estaba totalmente seguro de que, al rebelarse contra Dios, no se le castigaría. Estaba tan seguro de la bondad de Dios, que abusó de ella; Lucifer es hoy el demonio". San Juan Crisóstomo afirma que hasta Judas se perdió, por traicionar a Jesús, pero teniendo total confianza que su bondad le aplicaría misericordia.
Estos pecadores serán castigados, sobre todo, con el abandono de Dios, el mayor de los castigos».