Tiempo de Cuaresma

Via Crucis de Jesucristo

Mercabá, 14 febrero 2024
José Ramón Díaz, doctor en Teología

            El camino de la cruz es condena y ascensión. La cruz tiene esta doble dimensión. Es consecuencia del pecado y culminación de una vida vivida en el amor. Estamos subiendo a Jerusalén. Allí se cumplirá lo dicho por el profeta sobre el Hijo del hombre: el designio de Dios Padre. Pero lo que Dios quiere no es la muerte y sufrimiento de su Hijo, sino su entrega hasta el extremo. Se complace en su amor y permite su muerte. Ambos caminos, el del amor y el de la cruz, confluyen inevitablemente en esta vida sobre la que gravita el mal. Pero el amor acaba trasformando el camino de la cruz en camino de redención y de vida.

.

1ª estación: Jesús es condenado a muerte
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            El inocente condenado por los culpables. Dios juzgado por los hombres. El Juez universal juzgado y condenado por los que ahora se presentan como jueces, pero que habrán de pasar por ese juicio que pone al descubierto la verdad de las cosas, la verdad encerrada en los corazones. Pilato, el gobernador romano, no quiere hacerse responsable de esa sangre; el pueblo vociferante, en cambio, pretende cargar con esa responsabilidad estimulado por sus jefes y guías religiosos. San Pablo se lo echará en cara, llegada la oportunidad: Vosotros negasteis al santo y pedisteis el indulto de un asesino. Aunque lo hicieron por ignorancia, mataron al autor de la vida. La ignorancia no es inocua; puede incluso dar muerte al autor de la vida; puede causar un verdadero cataclismo.

            La escena, sin embargo, no deja de ser asombrosa. Dios ante un tribunal humano. El hombre que se permite juzgar al Hijo del hombre y en él a Dios. Y de semejante juicio sale la condena. El hombre no ha sido capaz de entender el amor de Dios, las amonestaciones y los juicios de Dios, el poder de Dios manifestado en Cristo Jesús. Por eso lo ha condenado. Pero condenándote a ti, la bondad de Dios, se condena a sí mismo a vivir en la maldad, en el odio, en la envidia, en el temor, en el sobresalto, en la inmisericordia. De ahí tu severa advertencia: No juzguéis y no seréis juzgados, y tu ejemplo: Perdonad y seréis perdonados.

.

2ª estación: Jesús carga con la cruz camino del Calvario
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado de "la Calavera". En la acción de cargar con la cruz hay voluntariedad. Tú no rehuyes esta carga, porque quieres consumar tu misión. Y hay mansedumbre, como la de un cordero llevado al matadero. Y hay amor, pues cargó con crímenes que no eran suyos. Y hay llamada: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y se venga conmigo.

            Cargado con la cruz completas el camino que conduce al Padre, camino de obediencia, camino en el dolor. Así, en el sufrimiento se aprende a obedecer. No hay mejor escuela para la obediencia que el sufrimiento. Es ley de vida. Es ley de tu evangelio. Es el precio que hay que pagar para ser tu discípulo, es decir, para hacer el camino que nos muestras con tu vida, el Camino que eres tú. Pero a ningún ser humano le gusta el dolor. Tampoco a ti. A nosotros nos gusta el confort, el bienestar, el disfrute de la vida, el mínimo esfuerzo. No toleramos fácilmente la molestia, el calor, la ofensa, la contrariedad, el fracaso. Por eso nos cuesta tanto llevar la inevitable y prolongada cruz de cada día, sobre todo esa cruz que nos parece injusta y para la que no encontramos explicación. Pero llevar la cruz contigo es compartir algo que nos es común. Y en esta comunidad podemos encontrarnos y redescubrir el gozo.

.

3ª estación: Jesús cae por primera vez
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            La caída es consecuencia de la carga, pues se trata de una cruz pesada, oprimente, que hace doblar las rodillas. Sostener la cruz en pie por largo tiempo no es tarea fácil. Se requiere mucha resistencia y fortaleza. Tu fortaleza dio para levantarte, pero no para no caer.

            Viéndote así, caído, humillado bajo el peso de la cruz, pareces más hombre y menos Dios; más hombre y más débil; más limitado en la carne; más próximo a la muerte.

            Toda caída, ya sea física o moral, es fruto del desaliento y de la flaqueza. Hay momentos en los que ya no podemos más y sentimos la tentación de abandonar. Nos faltan las fuerzas y acabamos dejándonos caer, renunciando a un esfuerzo suplementario. Pero si en nuestra flaqueza ya no quedan fuerzas que sacar, aún queda esa fuerza que es sobrenatural y que procede de ti. Tu fuerza para proseguir hasta el Calvario es la fuerza que tú nos das para llevar a cabo nuestra misión, para perseverar en el camino emprendido, para no desertar de nuestro compromiso bautismal, para mantener nuestras promesas y renuncias, para levantarnos y continuar fijos los ojos en la meta de nuestra fe. Siempre podremos levantarnos para volver a nuestro Padre o para avanzar en la dirección que nos muestras tú con tu palabra y con tu vida.

.

4ª estación: Jesús encuentra a su afligida Madre
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Oh vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor. Es el dolor de una madre que comparte el sufrimiento de su hijo. Si no hay unión más grande que la de una madre con su hijo, tampoco hay dolor más compartible que el de un hijo por su madre. Es la espada anunciada por Simeón, la que traspasará el alma de María. Cuando todos los discípulos se han dispersado, ella permanece cerca, tan cerca como se le permite. El dolor no se puede compartir en la distancia si hay posibilidades de estar cerca. La necesidad de compartir acerca, obliga a salir al encuentro, y la cercanía permite un compartir más afectivo y efectivo.

            Tu misión te había llevado a alejarte en cierto modo de tu madre, pues debías ocuparte de las cosas de tu Padre y habías venido para hacer la voluntad del Padre; pero su maternidad discipular le había devuelto a ti como una de tus oyentes y seguidoras. Ella también estaba entre los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, es decir, entre tu madre y tus hermanos. Por eso se cuenta ahora entre los que no te abandonan en el momento del fracaso, o en la hora de las tinieblas, está entre tus fieles. ¿Lo estamos nosotros? ¿Estamos entre los que comparten tu dolor y misión? ¿Estamos entre los que se mantienen fieles en tu seguimiento? ¿Estamos entre tus cercanos, entre tus amigos e íntimos? ¿Estamos entre los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen?

.

5ª estación: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la Cruz
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Temiendo que Jesús no llegase a la cima del Calvario, forzaron a un tal Simón de Cirene a llevar la cruz con Jesús. El Cireneo era sólo un hombre que pasaba por allí y, sin quererlo, se ve implicado en el drama del Crucificado. Un hombre en apariencia ajeno a la pasión de Jesús se ve compartiendo esa pasión.

            Las espaldas robustas del Cireneo aliviaron un poco el peso de tu cruz y te permitieron alcanzar la meta perseguida. Simón de Cirene te ayudó realmente a llevar la cruz. ¡Cuánto se agradecen estas ayudas! ¡Cuánto humanizan la vida! ¡Cuánto alivian el sufrimiento de los que soportan pesadas cargas! El sufrimiento del anciano que no puede con sus piernas o el del enfermo que camina con muletas; el sufrimiento del desesperado que no puede con la vida; el sufrimiento de los que acumulan desgracias personales. Cualquiera de nosotros puede ser Cireneo si no rechaza la oportunidad que le ofrece la vida de ayudar a uno que marcha con su cruz, arrastrándola, sin apenas fuerza para moverla. Pero también hemos de aprender a dejarnos ayudar como Jesús en el camino de nuestro Calvario particular. Ayudar y dejarse ayudar. Dejarse ayudar para avanzar en el camino que conduce a la vida.

.

6ª estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Era un rostro que invitaba a ejercer la compasión. Pero el gesto de la Verónica, inclinándose ante tu rostro ensangrentado era también un gesto de valentía, una manera de ponerse de tu parte o de delatarse como seguidora tuya. En este lienzo quedó estampada tu imagen. Pero antes que en el lienzo, tu imagen había quedado grabada en el corazón de aquella mujer, que ya no pudo olvidarla. Era la imagen visible del Dios invisible: la imagen de la bondad y la misericordia, la imagen de la mansedumbre, la imagen de la fortaleza en la debilidad, la imagen de la obediencia filial y consumada.

            Esa es la imagen que tú quieres estampar en nuestro corazón. Y así, conformados a esa imagen, te confesaremos delante de los hombres, daremos la cara por ti, seremos capaces de seguirte posponiendo al padre, a la madre o a la hija, desafiando burlas, afrontando dificultades y persecuciones, aprenderemos de la Verónica.

.

7ª estación: Jesús cae por segunda vez
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Por segunda vez caes en tierra. Te hiciste débil para curar nuestra flaqueza. Asumiste nuestra carne de pecado para dar muerte al pecado en la carne. Caer y levantarse es ley del hombre. El pecado también es caída, la peor caída. Pero vivimos en un mundo que pierde cada día el sentido del pecado, porque le desagrada verse acusado, porque el pecado delata nuestra inmadurez, nuestra malicia o nuestra falta de fe. Y donde se borra la imagen de Dios, desaparece el sentido de la ofensa. Sólo queda sensibilidad para las ofensas que dañan al prójimo; pero cuando el prójimo se convierte en un extraño para nosotros también disminuye nuestra capacidad para percibir la ofensa con que se le hiere.

            Nuestros pecados se nutren de la fuente del egoísmo. Hacemos lo que prohíbes y dejamos de hacer lo que mandas. Nos engañamos pensando que nuestra voluntad es más digna de aprecio que la tuya. Pero ¡cuántos errores, cuántos resbalones, cuántas cegueras a cuenta de una voluntad lábil y enfermiza, envuelta en oscuridades y dominada por las pasiones! Y la segunda caída no es la última.

.

8ª estación: Jesús habla a las mujeres de Jerusalén
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorar por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llega el día en que dirán: "Dichosas las estériles… ". Entonces, les dirán a los montes: "Desplomaos", y a las colinas: "sepultadnos"; porque si así tratan al lecho verde, ¿qué pasará con el seco?

            No todos se alegran con tu muerte. Hay mujeres que lloran por ti, porque entienden la enorme injusticia que se comete contigo, o simplemente porque sus tiernos corazones saben compadecerse, saben llorar por la miseria ajena. Pero tú les recuerdas que hay otros motivos para el llanto: ellas mismas y sus hijos. ¡Cuántas lágrimas de madres derramadas por sus hijos! Por el hijo rebelde, ingrato, olvidadizo; por el hijo enfermo, fracasado; por el hijo accidentado o muerto en penosas circunstancias. Llorar no es indigno, ni cosa de mujeres. Tú también lloraste por tu amigo Lázaro y por Jerusalén, tu patria. Llorar es exteriorizar lo que se alberga dentro, el sentimiento de aflicción o de gozo recogido en nuestro aljibe interior. Pero tú nos invitas a llorar de otro modo. Nos invitas a llorar nuestro pecado con lágrimas de arrepentimiento. Hoy lloramos públicamente nuestras culpas para que se cumpla en nosotros la bienaventuranza: Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

.

9ª estación: Jesús cae por tercera vez
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Cristo, a pesar de su condición divina… se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo.

            Ya estás cerca de la cumbre, pero vuelves a caer en tierra. Te cuesta llegar al final, pero debes proseguir. Sólo el que persevera se salva. Tu tercera caída me recuerda mi reiteración en el pecado, o esa condición humana que nos lleva a tropezar repetidas veces en la misma piedra. Pensamos que el olvido de Dios nos va a reportar mayor libertad y autonomía, mayor progreso. Pensamos que el hombre se basta a sí mismo para construir su propio paraíso o alcanzar su felicidad. Nos creemos autosuficientes, y nos engañamos como los que pretendían llegar con una torre hasta el cielo. Pero Babel significó la confusión y el fracaso.

            Pretender ser dioses sin Dios es un cruel y decepcionante espejismo. Es duro reconocerlo, pero no aprendemos de la historia. El que abandona a Dios acaba creándose nuevos (y falsos) dioses: la materia, el poder, el placer, ante los que se postra cada día pidiéndoles un momento (una gota) de consuelo. Las naciones que creen en tu nombre atesoran riquezas, desestimando la necesidad de los pobres. Nosotros mismos gastamos el dinero inútilmente, en caprichos y vacuidades; mientras tanto, hay hombres que se encuentran en extrema situación de necesidad y niños que mueren víctimas del hambre, la desnutrición y las enfermedades. En nuestra sociedad se desintegra la familia y el egoísmo separa a esposos e hijos. Tus fieles rivalizan entre sí como si fueran enemigos. ¡Señor, el mundo y yo nos declaramos hoy culpables de tu pasión y muerte!

.

10ª estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes…, y apartaron la túnica… Y se dijeron: no la rasguemos, sino echémosla a suerte a ver a quien le toca. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica".

            Ya has llegado al Calvario; ya has alcanzado la meta. Naciste pobre e ignorado. Viviste de la generosidad de tus oyentes; pero es ahora, en la cátedra suprema de la cruz, cuando nos enseñas el ejemplo del despojo total. Arrancarle a uno sus ropas, dejarle desnudo (como a esos prisioneros de Auswich que se encaminan en fila hacia los hornos crematorios) es privarle de su más elemental dignidad, dejarle desguarnecido ante las miradas curiosas, ávidas, burlescas, impertinentes, del mundo.

            Tu desnudez me recuerda mi abundancia. ¡Qué apegados estamos a nuestros bienes! ¡Qué repletos están nuestros armarios! No nos privamos de un placer, de un capricho, tenemos de todo. Las ofertas de la sociedad de consumo nos resultan irrenunciables. Hay quienes negocian con su propia desnudez, exponiendo sus cuerpos a la mirada lujuriosa de los hombres. Es el comercio de la carne. Con tu despojo nos estás indicando el camino del despojamiento de magnificencias externas, del triunfalismo, de compromisos serviles con poderes políticos, de ambiciones de dominio, de escandalosas riquezas. Tú quieres una Iglesia pobre y humilde como tú. Sólo esta Iglesia podrá convencer al mundo. Además, al final la muerte acabará despojándonos a todos de todo, lo queramos o no.

.

11ª estación: Jesús es clavado en la Cruz
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Cuando llegaron al lugar llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los malhechores… Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

            Ya se ha ejecutado la sentencia condenatoria. Tus enemigos creen haber logrado la victoria, pero tú subes al trono del triunfo. Te proclaman burlonamente "rey de los judíos", pero desde el madero de la cruz empiezas a reinar para siempre, siendo reconocido "su rey" por toda una legión de mártires y santos que se han sucedido a lo largo de los siglos. Son muchos los que están dispuestos a dar la vida por ti. Son muchos los que han dado la vida por ti. Es la locura de la cruz de que hablaba san Pablo: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero para los llamados –judíos o griegos- sabiduría de Dios y fuerza de Dios.

            Es la fuerza del amor hasta el extremo. Por eso es locura, porque se trata de un amor desorbitado. Y un amor capaz de vencer las resistencias más indestructibles, los orgullos más enconados, las cegueras más obstinadas. Es el amor que pide el perdón para sus verdugos: Padre, perdónales. En cualquier modo, nos es difícil entender la imagen del "Dios crucificado": ese estado de impotencia a que se ve reducido el Todopoderoso en la fragilidad de la carne. Pero sólo aquí, clavados en cruz, podemos sentirnos verdaderos discípulos tuyos. Son muchos los momentos en que podemos sentirnos crucificados sin por ello pretender bajar de la cruz: cuando callamos ante una ofensa; cuando no respondemos a un insulto o a un desprecio; cuando somos objeto de burla porque no nos aprovechamos de lo que todo el mundo se aprovecha; cuando renunciamos a un placer fácil, aunque nos tilden de beatos o de tontos; cuando sufrimos la calumnia confiando únicamente en el juicio de Dios. Nada puede parecernos humillante después de verte a ti crucificado.

.

12ª estación: Jesús muere en la Cruz
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Y hacia la media tarde, Jesús exclamó con voz potente: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?... Y gritando de nuevo, exhaló el espíritu.

            Llegó la hora tantas veces anunciada, la hora de pasar de este mundo al Padre, la hora de la muerte y de la gloria, porque tu muerte es una muerte que glorifica a Dios, en la que se manifiesta la gloria de Dios y su amor al hombre. La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Tu muerte, con su experiencia desgarradora, con su Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, tu muerte con su ¿por qué?, con su grito implorante, pero orante, fue una muerte redentora, una muerte por nosotros. Nosotros somos el motivo de esa muerte: nosotros y el bien de nuestra salvación; y el modo en que mueres, en amor y obediencia, es el camino salutífero de toda muerte. Nuestra muerte tendrá sentido sólo si sabemos morir como tú. Morir ya no es el fin tras el cual nada cabe esperar. Morir ya no es entrar en el reino de la oscuridad o del aniquilamiento. Morir, para el cristiano, es pasar de este mundo al Padre. Morir es decir: Todo está cumplido, coronando una vida de servicio. Morir es, finalmente, abandonarse en las manos de Dios: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Morir es hacer el último y supremo acto de fe, confiarse al dueño de la vida. Morir es hacer el último y supremo acto de obediencia: "quieres mi vida; aquí la tienes, porque es tuya".

.

13ª estación: Jesús es bajado de la Cruz
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua… Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura… Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejase llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó.

            Con tu muerte parece que todo ha llegado a su fin. Un profeta más cuyas aspiraciones reformistas han quedado sepultadas. Pero los que te vigilan son incapaces de medir la trascendencia de esta hora en que Dios, sin que nadie lo perciba, cuelga muerto de una cruz. Impresiona la confesión del Centurión: Realmente éste era Hijo de Dios, el temor de los que bajan del monte, la tristeza de las santas mujeres, la plácida expresión de tu cuerpo sereno. Pero donde parece que todo termina comienza un germen de vida que se extiende a todos tus seguidores; donde se proclama tu ausencia, porque de esa vida que fue sólo queda el cadáver, se prepara una nueva presencia, más vigorosa que la que fue, una presencia resucitada.

            El agua y la sangre que brotan de su costado anuncian ya esa presencia sacramental en el bautismo y la eucaristía. Y tu madre, la que estaba en el lugar de tu nacimiento, engendrándote a esta vida, estará también "allí", en el lugar de tu muerte, sosteniendo tu cuerpo inerte entre sus brazos, como diciendo: "Aquí tenéis a mi hijo, vaciado de sí mismo, desangrado, entregado por vosotros. Es lo que me queda de él; lo demás os ha sido dado a vosotros". ¡Virgen de la soledad, llena las soledades de tus nuevos hijos: la soledad de la Iglesia, abandonada por sus hijos, la del anciano desamparado, la de la joven desengañada, la de los huérfanos abandonados por sus padres, la de los padres abandonados por sus hijos, la del esposo o la esposa repudiados, la del recluso, la del exiliado, la del emigrante, la del concebido y nunca nacido!

.

14ª estación: Jesús es colocado en el Sepulcro
v/ Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos…

            José de Arimatea fue y se llevó el cuerpo de Jesús. Llegó también Nicodemo… Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía… allí pusieron a Jesús.

            Curioso entierro. Y poco concurrido. Al caer de la tarde, entre prisas por el descanso que comienza, tus amigos José y Nicodemo te ofrecen este postrer servicio. Y aquí yaces en un sepulcro nuevo, custodiado por los que aún muerto te temen. No creyeron en ti, pero recuerdan tu palabra: Resucitaré al tercer día. No quieren ser víctimas de un fraude. Pero su guardia refuerza la prueba del hecho prodigioso. La piedra del sepulcro te oculta momentáneamente a nuestra mirada, pero no te encierra. Ni la muerte ni el sepulcro son capaces de contener la vida. Y tú eres no sólo el camino, sino la verdad y la vida.

            Yo sé que hay hombres que nada esperan más allá del sepulcro y nada saben o quieren saber de tu reino glorioso. Lo único que cabe decir es que no conocen tu poder ni creen en tu palabra. Vivir en la desesperanza es como vivir encerrados en una mazmorra sin salida, es como vivir sin horizonte. La vida necesita de esperanza para seguir su curso, para no agotarse en su propia precariedad. El grano de trigo que, enterrado en el surco, resurge de su propia putrefacción nos enseña la pujanza de la vida. Tu resurrección nos permite esperar nuestra resurrección. Tu paso por la muerte hacia la vida que está más allá de la muerte, nos permite pensar en nuestra muerte como un paso, como un tránsito hacia la vida mejor. Tu espera sepulcral de apenas tres días es el sostén de nuestra esperanza. Por eso, tu via crucis no es via tenebrae, sino via lucis. De esta luz se nutren nuestra fe y esperanza cristianas.