Creer en la Resurrección

Navarra, 1 noviembre 2023
Joaquín Madurga, licenciado en Filosofía

         Al decir adiós a N., queridos familiares y amigos, no os resignáis a perderlo para siempre. Y hacéis bien, porque si para todos queremos la vida, la queremos especialmente para nuestros seres amados. Por eso habéis venido aquí a pedir para él (ella) la vida al mismo Dios de la vida. Nos unimos a vuestra oración y celebramos la eucaristía con Cristo que nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida».

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         ¡Qué necesitados nos encontramos, en situaciones como la presente, de escuchar mensajes tan esperanzadores como el del evangelio que acabamos de proclamar!

         Al igual que Marta y María, vosotros, familiares de N., lloráis su muerte, lamentáis su pérdida y os sentís desconsolados. Y al igual que en aquella ocasión, aunque ahora desde la fe, recibís la visita del Señor que comparte con vosotros la aflicción y las lágrimas y os dirige las palabras, las únicas palabras que pueden servir de consuelo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá».

         Es más, la fe nos conduce a creer que, al igual que entonces, Cristo no se queda en palabras, por muy esperanzadoras que sean. Creemos que las cumple y que, acercándose a nuestro hermano (nuestra hermana) N., lo (la) rescata de la muerte y lo (la) devuelve a la vida plena y definitiva de su reino.

         El Señor se porta siempre así con sus amigos, y sus amigos son todas las personas de buena voluntad. San Pablo nos recordaba esta dimensión universal del poder de Cristo para rescatarnos de la muerte y darnos la vida: «Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida».

         Para todos, hermanos míos, resultan reconfortantes las palabras del Señor. Pero también a todos nos dirige la pregunta hecha a Marta, tras la afirmación de que él es la resurrección y la vida: «¿Crees esto?». Pregunta fundamental, porque de su respuesta depende que los que decimos que creemos en Cristo encontremos el cumplimiento de su promesa de darnos la vida.

         «¿Crees esto?», ¿crees que yo soy la resurrección y la vida? Mirad, no nos vayamos a confundir. Creer que Cristo es la resurrección y la vida no es mirar tan solo al momento final de la muerte. Creer en la resurrección es creer que nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Creer en la resurrección es creer en la vida. Siempre y en todo momento. Es apostar por la vida. Es defender la vida.

         Creer en la resurrección implica ser un enamorado de la vida, y un sembrador de vida. De la vida de verdad, de la auténtica: de la que nos hace a nosotros y a los demás más personas. Y de la de todos: de los niños que tienen derecho a nacer y de los moribundos que tienen derecho a morir dignamente; de los jóvenes que ansían beber la vida, para que puedan conseguirlo sin adulteraciones ni engaños que entrañan muerte, y de los ancianos que se ven arrinconados y necesitan consideración y cariño.

         Creer en la resurrección es ponerse del lado de los que mal mueren para que puedan vivir; es ayudar a los que sufren cualquiera de los males mortales de nuestra sociedad, para que superen su situación; es reanimar a tantas gentes desilusionadas o sumidas en el fracaso y devolverles las ganas de vivir.

         Creer en la resurrección es trabajar por construir el mundo nuevo de concordia y de paz conquistado ya por la resurrección de Cristo, pero que nosotros debemos ir haciendo renacer poco a poco en medio de este nuestro viejo mundo calamitoso.

         En el fondo es lo que han intentado los que han partido ya de entre nosotros. Con sus deficiencias y fallos humanos, pero con mil detalles de sacrificio, de preocupación y trabajo en bien de los suyos y de los demás. Esos detalles que, al irse, recordamos con más fuerza.

         El que cree de este modo está trabajando ya, día a día, por el cumplimiento de la promesa del Señor: «El que cree en mí vivirá para siempre».

         Ahora mismo, queridos amigos, en esta eucaristía, Cristo mantiene su palabra y es la resurrección y la vida. Pedimos y esperamos que nos ayude a creer como él desea que creamos. Y pedimos y esperamos que cumpla su promesa con nuestro hermano (nuestra hermana) N., haciendo realidad lo que hemos expresado en el salmo responsorial: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida».

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Señor Jesucristo, redentor del género humano, te pedimos que des entrada en tu paraíso a nuestro hermano (nuestra hermana) N., que acaba de cerrar sus ojos a la luz de este mundo y los ha abierto para contemplarte a ti, luz verdadera; líbralo (líbrala), Señor, de la oscuridad de la muerte y haz que contigo goce en el festín de las bodas eternas; que se alegre en tu reino, su verdadera patria, donde no hay tristeza ni muerte, donde todo es vida y alegría sin fin, y contemple tu rostro glorioso por los siglos de los siglos.

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JOAQUÍN MADURGA, Colaborador de Mercabá

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 Act: 01/11/23        @mes de difuntos           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A