Por la muerte, hacia la Vida

Navarra, 1 noviembre 2023
Joaquín Madurga, licenciado en Filosofía

         Con el llanto y el dolor, que en esta situación constituyen vuestra cruz, venís hoy a la iglesia, queridos familiares de N. También aquí nos preside una cruz. Pero esta es signo de victoria sobre la muerte, porque es la cruz de Jesucristo, quien «muriendo destruyó la muerte, y resucitando restauró la vida». Cuantos os acompañamos en el dolor, vamos a acompañaros juntamente en la fe y en la esperanza de esta celebración eucarística, en la que se renueva el triunfo del Señor.

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         Acabamos de escuchar la página central de toda la Historia. La página que divide la Historia en dos: en un antes y un después. La muerte y resurrección de Cristo. A partir de este acontecimiento todo cambia, ya nada será igual.

         Hasta entonces, el dominio del pecado, del mal y de la muerte se imponían implacablemente. Desde ahora, la creación lleva en sus entrañas gérmenes de rejuvenecimiento y de victoria, porque «Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies... hasta que sea vencido el último enemigo, la muerte», nos decía san Pablo.

         En Cristo ha comenzado ya esta victoria. El ha podido más que el odio, la sinrazón, la intolerancia y la traición. Quedaba el último enemigo, la muerte, que había pretendido aniquilarlo clavándole en cruz y enterrándolo en un sepulcro. Pero la muerte también ha sido vencida. «¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado», concluía la trascendental página del evangelio.

         Pero este final dichoso ha venido precedido del pasaje trágico de la pasión y muerte. Una página que estáis padeciendo vosotros, familiares que sufrís la pérdida de N. Cuando la muerte se clava en un ser querido, el corazón se nos parte en dos (como el velo del templo ante la muerte del Señor), las tinieblas y la oscuridad nos envuelven (no entendemos nada), diríamos que hasta Dios parece abandonarnos y le preguntamos como Jesús en cruz: «¿Por qué?».

         La respuesta que abre el camino a la esperanza es la misma que hemos escuchado justo en el momento de la muerte de Cristo y que ha dado paso. al relato de la resurrección: «Realmente este hombre era Hijo de Dios», ha confesado el centurión.

         El Hijo de Dios, el enviado por el Padre para rescatarnos del pecado y de la muerte, tenía que salir victorioso del trance. Dios lo resucitó de entre los muertos. «El, Cristo, el primero, como primicia (proclamaba Pablo), después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo». Por tanto, todos los que con él han sido hechos «realmente hijos de Dios» (como ocurre con todos los bautizados) y son de Cristo, porque son verdaderamente cristianos, participarán de la victoria del Señor.

         Eso es lo que confiamos se cumpla con nuestro hermano (nuestra hermana) N., que por el bautismo entró a formar parte de los hijos de Dios y fue sellado (sellada) con el signo de Cristo. Es una llamada a la esperanza, en medio del dolor por la muerte.

         Pero es también una llamada a la fe consecuente. Porque, si aspiramos a participar en la victoria de Cristo, hemos de llevar una vida a su estilo, acorde a su mensaje, conforme con su evangelio, de forma que podamos ser considerados entre «los que son de Cristo»; es decir, entre los que, por vivir «realmente como hijos de Dios», en amor y fraternidad, merezcan ser rescatados de la muerte y ser conducidos a la vida.

         Y además, es una llamada a la fe comprometida, porque en el camino de la vida encontramos a tantos y tantos crucificados en las mil y mil cruces que levanta la maldad humana, en los que hemos de reconocer y confesar: «Realmente este hombre es hijo de Dios». Y hemos de saber tratarlos como hijos de Dios y como hermanos nuestros. Y hemos de intentar rescatarlos de sus muertes vivientes. Y hemos de insuflarles alientos de resurrección, de vida nueva, de esperanza y ganas de vivir.

         Hermanos, en verdad que, desde la muerte y resurrección de Cristo, ya nada es igual. Nada debe ser igual. La humanidad, nosotros con ella, nuestro hermano (nuestra hermana) N., llevamos dentro la consigna del Señor: por la muerte a la vida.

         Precisamente, la eucaristía que celebramos renueva en el altar aquella página imborrable que hemos proclamado. Que en dicha página quede inscrito para la vida el nombre de N. Y que, por ser de los de Cristo, merezcamos que también un día sea inscrito nuestro nombre.

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Señor Dios, ante quien viven los que están destinados a la muerte y para quien nuestros cuerpos, al morir, no perecen, sino que se transforman y adquieren una vida mejor, te pedimos humildemente que acojas a tu hijo (hija) N., para que pueda resucitar con gloria y sea conducido (conducida) al lugar del descanso, de la luz y de la paz.

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JOAQUÍN MADURGA, Colaborador de Mercabá

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 Act: 01/11/23        @mes de difuntos           E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A