En día de Domingo

Navarra, 1 noviembre 2023
Joaquín Madurga, licenciado en Filosofía

         Nuestra comunidad parroquial, reunida para celebrar «el día del Señor», recibe hoy a una familia que padece el dolor por la muerte de un ser querido. La familia de los hijos de Dios se duele con estos hermanos que sufren y ora con ellos por el hermano difunto. Por el bautismo, N. fue incorporado (incorporada) al misterio pascual de Cristo. Al actualizar ese misterio en la eucaristía, pidamos que el Señor afiance nuestra fe en que la muerte es un paso a la resurrección.

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         Queridos hermanos: todos los domingos celebramos los cristianos la resurrección de Jesucristo. Es «el día del Señor», el día en que conmemoramos su victoria sobre la muerte.

         Hoy, querida familia (esposa, esposo, hijos...) de N., vuestros hermanos de comunidad parroquial nos unimos al dolor que sentís por su muerte. En nuestras reuniones como familia de los hijos de Dios, deben estar siempre presentes los acontecimientos de los hermanos, con especial atención a los momentos difíciles como el que estáis atravesando vosotros. Es el mejor modo de vivir en comunión de vida y es el mejor modo de expresar nuestra fe en el Resucitado, en cuyo nombre nos reunimos y a cuyas manos encomendamos a quienes se nos van.

         Las primeras comunidades cristianas comenzaron a vivirlo así y nosotros, después de dos mil años, intentamos seguir el ideal de vida cristiana que nos señalaron. Esta eucaristía dominical, como todas, es el eslabón de esa cadena milenaria que arrancó en los apóstoles y que, semana a semana, ha llegado hasta esta celebración de hoy.

         Siempre con el mismo núcleo de fe: Cristo ha muerto y ha resucitado. Siempre con el mismo contenido: orar en común, dar gracias y pedir, escuchar la palabra y partir el pan. Siempre con el mismo compromiso: amar y ser testigos de la salvación de Dios en Jesucristo. Siempre con la misma proyección hacia el futuro: hasta que Cristo, el Señor, vuelva con la gloria de su nuevo cielo y su nueva tierra, dando respuesta a la petición ya formulada en aquellos tiempos: «¡Ven, Señor Jesús!».

         Todo comenzó «el primer día de la semana», el día de resurrección, con el encuentro de los apóstoles con el Resucitado en el cenáculo, o camino de Emaús, como en el caso del evangelio proclamado. Y continuó «el mismo día» de la semana siguiente, con santo Tomás delante.

         El esquema, el mismo en todo caso: presencia de Cristo resucitado con referencia a su muerte («Ved mis llagas»), explicación de las Escrituras, convivencia de una comida (los de Emaús lo reconocieron al partir el pan), testimonio del acontecimiento, hasta el final de los tiempos. ¿Veis?: el mismo esquema de la misa que celebramos hoy.

         A partir de ahí, comenzaron los cristianos a reunirse «el primer día de la semana», que llegará a denominarse «domingo» o «día del Señor», que eso es lo que significa. Hasta nuestros días, tal como hemos reseñado.

         Y a partir de ahí, la exigencia, ya mencionada, de compartir los avatares de la vida y sus problemas. Como los compartió el mismo Cristo. Uno de nuestros prefacios lo expresa bellamente:

«Jesús, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado» (Prefacio Común, VIII).

         Reparad en un detalle significativo: ha dicho «también hoy». Y es que, efectivamente, «también hoy» el Señor nos está ofreciendo, os está ofreciendo especialmente a vosotros, familiares y amigos que sufrís la muerte de alguien tan querido, el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

         Ningún consuelo con más alivio y ninguna esperanza más fundamentada, que el saber a Cristo entre nosotros, realizando su salvación, resucitando de la muerte y partiendo su pan. Eso es lo que actualiza la eucaristía. En ella, el Señor escucha nuestra oración, anima nuestro corazón oprimido, repara nuestras fuerzas partiendo el pan y nos pide que partamos nuestro amor con los demás.

         Pero en ella, además, renueva su misterio pascual, el mismo misterio al que nuestro hermano (nuestra hermana) N. fue incorporado (incorporada) por el bautismo, según nos ha dicho san Pablo. Sólo nos queda esperar el cumplimiento final de dicha incorporación, tal como afirmaba el mismo apóstol: «Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él».

         Hermanos: es domingo, «el día del Señor». Celebramos la eucaristía, la resurrección de Cristo y, con él, la resurrección de nuestros hermanos difuntos. Que gocen para siempre de la victoria de Jesucristo en la gloria de su reino.

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Dios todopoderoso, que por la muerte de Jesucristo, tu Hijo, destruiste nuestra muerte, y por su gloriosa resurrección nos restituiste la vida y la inmortalidad; escucha nuestra oración por N., que, muerto (muerta) en Cristo, anhela la feliz esperanza de la resurrección, y concédele la vida dichosa de tu reino.

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JOAQUÍN MADURGA, Colaborador de Mercabá

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