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Autoridad de San José

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a) La autoridad en la Escritura

            Para adentrarnos en el misterio de la paternidad de José de Nazaret, que como toda paternidad procede de Dios (porque en la Santísima Trinidad, es el Padre la fuente de todo amor), hemos de profundizar en el legado de la historia de la salvación, comenzando por el AT. Los 3 primeros patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) representan la Antigua Alianza, que es una alianza con los padres. Y como en la antigua ley nada es perfecto, esta triple alianza con los padres va a ser completada por la Alianza Legal con Moisés, y, finalmente, el pueblo de Israel reclamará una modalidad: la Alianza Monárquica.

            Se ha dicho y con razón que José de Nazaret tiene la autoridad de los antiguos patriarcas. La paternidad analizada desde el poder y la autoridad nos va a dar luces para comprender mejor a san José. Una cosa es la potestas (poder) y otra la autoritas (autoridad), según los clásicos. Es importante no confundirlas. En nuestro tiempo está en crisis la autoridad, toda autoridad, y en particular la autoridad paterna. Parece que no se puede soportar la autoridad del padre en la familia. Y si se elimina la autoridad del padre, se hiere mortalmente el corazón del padre. Y es sabido que muerto el padre, muerta la madre, porque no puede ser protegida por la autoridad paterna: ella no puede ser madre sino está protegida por el padre.

            Pues bien, Dios quiso que la autoridad para con su pueblo escogido fuera la paternidad (como sucedió con Abraham, Isaac y Jacob), pero el pueblo de Israel fue seducido por la autoridad del faraón en Egipto, en los tiempos de la esclavitud. Por eso, entre otras cosas, Yahveh desea liberar al pueblo de las promesas y escoge a Moisés y se da a conocer. Aquel pueblo se ha contaminado con otros dioses y ha perdido el sentido de su vocación originaria. Dios se lo recuerda con la ley de Moisés: "No tendrás otros dioses, no te postrarás delante de ellos ni les servirás"[1]; "amarás a Yahveh, tu Dios, con todo tu corazón"[2].

            "Amarás al prójimo como a ti mismo"[3]. El pueblo de Israel por la dureza de su corazón, olvida que el amor que une los hijos al Padre debe ser suficiente. Y entonces, Dios le envía a Moisés como jefe y liberador[4], para darle de su parte una ley, cuya primera exigencia es la adoración. Moisés, "el servidor de Dios"[5], que "ha encontrado gracia a sus ojos"[6], es un hombre maravilloso que Dios ha suscitado para devolver a su pueblo el sentido de su vocación para la adoración. En efecto, es por la adoración como el pueblo escogido ha de descubrir el sentido de su vocación y, a la vez, la autoridad paterna, porque la sola adoración no puede darnos el sentido de la autoridad de Dios Padre, manantial de toda vida y de todo amor.

            Son los discípulos de Moisés los que no comprendieron que la autoridad paterna es superior a la ley; es la autoridad paterna una ley viviente, porque es el amor del Padre. Pero el pueblo de Israel, a causa de sus infidelidades necesitaba una ley escrita, tenía necesidad de una autoridad jurídica, que Dios le entrega a través de su mediador, Moisés el legislador. Por tanto, Moisés representa una autoridad muy diferente de la autoridad paternal; es una autoridad mucho más externa y visible, tan visible que al cabo de cierto tiempo el pueblo de Dios no aceptará más autoridad que la ley.

            Este es el drama de Israel: no ha sido fiel a la autoridad paternal de Abrahán, de Isaac y de Jacob, y ha tomado sustituyéndola (y absolutizándola) la autoridad de la ley mosaica. Finalmente, en su deseo de gloria, el pueblo escogido ha reclamado un rey[7], una autoridad real, contrariando a Dios que quería tan solo la autoridad del padre... Una nueva sustitución que será también fallida, por el fracaso de la monarquía. Las profecías mesiánicas nos hablarán de un rey-mesías, de un salvador de la Casa de David[8]. Así se explica mejor que llegada la plenitud de los tiempos no reconozcan al Mesías prometido, descendiente de Abraham y de la Casa de David. La ley tiene para ellos una autoridad absoluta y les ha cegado. La gran batalla doctrinal la dará San Pablo frente a los judaizantes.

            Tenemos así en la historia de Israel 3 autoridades sucesivas: paternal, legal y real, que pueden ayudarnos a comprender el papel de José en la Nueva Alianza, y en definitiva en la Iglesia. Pues con la llegada de Cristo, Dios hace una nueva propuesta para restablecer su autoridad paterna de vida y de amor, y se fija en una familia. Además, la nueva economía divina va a estar ligada a una familia (como Alianza Familiar), para devolver a la humanidad su vocación originaria a la adoración[9].

            En efecto, en el momento culminante de la historia de la salvación, es cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo. Y lo hace a través del matrimonio de María y José, y en su plena libertad del "don esponsal de sí", al acoger y expresar tal amor[10]. Analizando la naturaleza del matrimonio, ya vimos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino la ponen siempre en la "indivisible unión espiritual", en la "unión de los corazones" y en el "consentimiento mutuo"[11], elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. Así se constituye la primera familia de la Nueva Alianza, un matrimonio purificado y renovado.

            En esta familia, José es el padre. La familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la Encarnación, constituye un misterio especial. Y al igual que en la encarnación, a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino[12].

            Ahora bien, la paternidad de José de Nazaret, como ya apuntamos antes, no deriva de la generación, ni es aparente ni solamente sustitutiva, sino que es una verdadera paternidad humana, que ejercita junto a María y a Jesús, en el ámbito familiar. ¿Y esto por qué? Porque es una consecuencia de la unión hipostática; es decir, de la misma manera que la humanidad es asumida en la unidad de la persona divina del Verbo, así también en Jesús se asume todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. Pues bien, en este contexto, se asume la paternidad de José[13].

            Es, pues, entonces cuando adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: "Tu padre y yo te buscábamos". Ésta no es una frase convencional[14]; las palabras de la madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la familia de Nazaret. José, que desde el principio aceptó mediante la "obediencia de la fe" su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad[15].

            El vínculo que constituyó la vida de la sagrada familia es la caridad, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio de Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta familia, proponiéndola como modelo para todas las familias[16]. Es en la Sagrada Familia, en esta originaria Iglesia doméstica[17], donde todas las familias cristianas deben mirarse. En efecto, "por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas"[18].

            En el patriarca san José, y en la Sagrada Familia que él presidía, decretaba Dios que habían de cumplirse las promesas que iba haciendo a las patriarcales familias de su pueblo: promesas de gloriosa descendencia; promesas del rocío del cielo y de la abundancia de la tierra; todo había de realizarse en María y en José, con el precioso fruto que, de su virginal matrimonio, el cielo les daría, para gloria y prosperidad de todo el mundo.

            La unión de José y María sigue siendo la gran referencia para la humanidad: la Iglesia entrevé lo que debe ser y hacer contemplándolos en su trato con Jesús. Esta unión es también el modelo del hogar cristiano, en el que Jesús está presente según su promesa: Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos[19]. De este modo, con la salvación de una pareja, Jesús inauguró la salvación de toda la humanidad. Una salvación que, para los hijos de Dios, consiste en estar unidos a Cristo y estar unidos entre sí.

            La Iglesia Católica de hoy no es otra que la familia de Nazaret que, con el paso de los años, se ha extendido por toda la tierra. Como José y María, debe toda su santidad a Jesucristo. Podríamos decir también, aunque evidentemente en otro sentido, que se la debe al hogar de José y María, donde creció el Salvador. No hay duda de que velan sobre ella como velaron sobre su hijo e interceden para que llegue a ser la esposa que Cristo quiere para presentarla resplandeciente ante si mismo sin mancha ni arruga o cosa parecida, sino para que sea santa e inmaculada[20].

b) Virginidad de María, fundamento de la autoridad de José

            Demos un paso más. La nueva autoridad paterna de José se ancla en la Sagrada Familia, según el proyecto divino. Es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad, su autoridad y sus derechos sobre Jesús. Como dice León XIII:

"La dignidad de madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime. Mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad (al que de por sí va unida la comunión de bienes), se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo de la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella"[21].

            Ahora bien, en la Sagrada Familia está María, "la Mujer" que irá describiendo el apóstol Juan. Y así como la Antigua Alianza se levantó sobre el corazón de Abraham, la Nueva Alianza se levanta sobre el corazón de la Virgen María. En efecto, Abraham es nuestro padre en la fe que justifica[22] y nos justifica[23], por una especial intervención de Dios en su estéril esposa. La Alianza Nueva, en cambio, tiene un alcance mucho más profundo, porque tiene como término el misterio mismo del Hijo de Dios. Y para mostrarlo, Dios va más allá (no en contra) de la carne y de la sangre. La Nueva Alianza se realiza en una encarnación. Dios no destruye nada de lo que antes ha hecho, más bien lo lleva a plenitud. María debe vivir una maternidad divina en su fe y según la carne.

            La Sagrada Familia representa, pues, un punto de inflexión del proyecto divino en el corazón de María; y por eso la Virgen-Madre es la guardiana de la autoridad paterna; con ella la autoridad paterna de José de Nazaret alcanza toda su fuerza. Estamos ya en un nuevo orden, el orden del Espíritu Santo. La nueva lógica divina ya no es simplemente humana, es el amor que se despliega en el orden de la sabiduría. Todo es nuevo en el corazón de María y la autoridad paterna de José se inscribe en el corazón de María. La autoridad paterna está ligada al misterio de una fuente (una nueva fecundidad maternal) que viene directamente de Dios. En su maternidad virginal, María vive como hija predilecta del Padre, porque todo lo refiere y conduce al amor paterno de Dios como a su fuente.

            El niño no sólo recibirá la sangre de María y los cuidados que los dos (ella y José) van a prodigarle, sino el mismo ser de sus padres, el amor de ambos está puesto a su servicio. Amar es darse el uno al otro para darse juntos. Ahora que tienen un hijo a quien querer y criar, su matrimonio ha alcanzado la plena razón de ser, ha llegado a su más perfecta realización. Fruto de la unión de José y María, nacido en el interior de su matrimonio, Jesús va a crecer en medio del resplandor del más perfecto amor conyugal, recibiendo del padre y de la madre la ternura y los cuidados que requiere el armónico desarrollo de una personalidad de varón.

            Al inclinarse juntos sobre su hijo, al amarle con un solo corazón y una sola alma, José y María descubren la paternidad de Dios. Comprenden que el torrente que los inunda y los empuja hacia el recién nacido no tiene su origen en ellos, sino en el amor mismo del Padre por el Hijo. Tienen la experiencia de ese amor, están asociados a él; a través de ellos, se derrama en aquel que el Padre ama desde toda la eternidad. El Padre les ha iniciado en el amor a su hijo con Su mismo amor: ésta es la conmovedora realidad que ensancha sus corazones.

            Esta experiencia del amor del Padre por el Hijo es a la vez común y distinta en José y María. José descubre en sí mismo la imperiosa necesidad de proteger a su hijo, de proveer a sus necesidades, de ayudarle en su desarrollo. Le enseña los preceptos de la ley, lo inicia en su oficio, lo introduce en la sociedad de los hombres. Esta misión paternal le permite entrever algo del amor paternal de Dios: amor creador, don eternamente inagotable, protección celosa, providencia infalible. Como Yahveh para su pueblo, José quiere ser roca, pastor, para su hijo.

            La joven ternura maternal de María, por su parte, proyecta una luz nueva sobre sus textos favoritos de la Escritura[24]. No se equivoca al pensar que Dios es también madre. Lo suponía desde hacía tiempo. Ahora sabe por experiencia que un amor maternal, que no procede de ella, pero que penetra y trasciende el suyo, se extiende sobre Jesús, su hijo.

            En suma, la autoridad paterna de José es mucho más grande que la de los patriarcas, porque él tuvo autoridad sobre el mismo Hijo de Dios. En efecto, la autoridad es más o menos grande según las personas sobre quienes se ejerce. ¿No es por eso, por lo que leemos en la escritura que "el Señor glorifica al padre en sus hijos"[25]? Se ve así la grandeza de la autoridad de José: será glorificada por el sacerdocio de Cristo, por el Hijo amado del Padre.

            José, en verdad, tiene autoridad sobre el el Hijo Unigénito del Padre. ¿Por qué? Porque él está unido a María. Se ve así clara la diferencia entre la relación de Abraham y Sara, y la de María y José. María es la Mujer, la que es totalmente de Dios, inmaculada, toda pura, toda amante. Y porque es totalmente de Dios, Ella es más mujer que cualquier otra mujer. Ella tiene un corazón más tierno, más amante, con más capacidad de amor y está unida a su esposo José más que ninguna otra esposa pueda estarlo con su esposo. La autoridad paterna de José de Nazaret procede de esta unión con María y de esta intimidad querida por Dios entre ellos.

            En este sentido se podría decir que la autoridad paterna de José es una autoridad gracias a la "mediación de María", pero, a la vez, es una autoridad que representa directamente la del Padre celestial. La mediación de María es tan limpia y recta que siendo su maternidad virginal soporte de la autoridad paterna de José, a la vez, ella esta sometida a la autoridad de su esposo. Dicho de otra manera, la autoridad de José le viene de Dios por María, y, al mismo tiempo, María desea y vive sometida a José porque así lo dispone su Señor.

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JOSÉ MARÍA MONFORTE, Madrid, España

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 Act: 01/03/21       @año de san josé            E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

 

[1] Ex 20, 3.5. [2]  Dt 6, 5. [3] Lev 19, 18. [4] 1 Sm 12, 6. [5] Nm 12, 7; Jos 1, 1-2.7. [6] Ex 33, 12-17; Nm 12, 6-8; Sir 45, 4. [7] 1 Sm 8, 5; 12, 12.

[8] cf. PHILIPPE, M.D; Le Mystere de Joseph, ed. Saint Paul, Versalles 1997, pp. 113-136.

[9] cf. PABLO VI, Alocución del 4-V-1970; LEON XIII, Neminem Fugit (14-VI-1892); BENEDICTO XV, Bonum Sane (25-VII-1920).

[10] cf. JUAN PABLO II, Alocución del 9-I-1980.

[11] cf. AGUSTIN DE TAGASTE, Contra Faustum, XXIII, 8; TOMAS DE AQUINO, Summa Theologiae, III, q.29, a.2.

[12] Si el pueblo cristiano no siempre ha comprendido que Jesús es el fruto del matrimonio virginal de María y José, la teología sin embargo, desde los tiempos de San Agustín, no lo ha puesto en duda. Oigamos a Santo Tomás de Aquino: "Se pueden concebir dos formas por las que un hijo sea el fruto de un matrimonio: en efecto, puede ser engendrado en ese matrimonio o bien puede ser recibido y educado en virtud de ese matrimonio. El Niño-Dios ha sido el fruto del matrimonio de José y María en virtud del segundo sentido, no del primero".

[13] RC, 21b. [14] RC, 21c. [15] RC, 21d. [16] RC, 21a. [17] FC, 140; LG,11; AA, 11. [18] FC, 85. [19] Mt 18, 20.

[20] cf. CASCIARO, J.M; MONFORTE, J.M; Jesucristo, Salvador de la Humanidad, ed. Eunsa, Pamplona 1997, pp. 405-508.

[21] cf. LEON XIII, Quamquam Pluries, 1c.

[22] Gn 15, 6; Rm 4, 3-22. [23] Rm 4, 16; Gal 3, 7-9. [24] Is 49, 15; 66, 13-14. [25] Sir 3, 2.