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Homilías III sobre San José

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XVII

            Si María recibió una anunciación por la cual se le notificaba que iba a ser Madre de  Dios, José también tuvo su anunciación, por la que se le anunciaba que iba a ser el padre legal del Hijo de Dios, e hijo de María, su esposa. En el momento más amargo de su vida,  cuando está dispuesto a dejar a María al verla encinta, le dice el ángel: "José, hijo de  David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella  viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre, Jesús, porque El  salvará al pueblo de sus pecados" Mateo 1,16. Como la imposición del nombre es derecho  del padre, el ángel está afirmando la paternidad de José. Se ve inmerso sin esperarlo en la  familia trinitaria.

            José es un joven fuerte y lleno de vida, que ama profundamente a su novia María. Con  este anuncio recibió una alegría inmensa. Comprendió su vocación y la gran confianza que  depositaba el Padre al elegirlo padre de su Hijo, asociándolo al orden hipostático. Y se entrega totalmente a la misión que le confía y va a poner todas sus fuerzas al servicio de Jesús y de María. Trabajará y sufrirá, pero también gozará. Recibirá las humillaciones de Belén, cuando no le quieran dar posada. Buscará la gruta para que María pueda dar a luz. La limpiará, buscará la comida, leña para el fuego y luz para iluminar la cueva oscura. 

            El será el primero en ver al Hijo de Dios, Niño recién nacido; en oir sus llantos. Su  noble y sensible corazón se sobrecoge contemplando la pobreza con que viene al mundo el Hijo de Dios y su hijo. Y después Egipto. Huída rápida para salvar al Niño. País  desconocido, lengua extraña, sin medios, buscando el modo de ganar la vida. Muere Herodes. Y el ángel le anuncia que ha muerto el que quería matar al Niño. Y vuelta a su  tierra.

            Ve crecer al Niño. Ya se lo lleva al taller. Le enseña a manejar las herramientas. Educa  a Jesús. Jesús ama a su padre. ¡Y cómo ama José a Jesús! "Por el paterno amor con que  abrazasteis al Niño Jesús", escribió el Papa León XIII, expresando el inmenso cariño y  ternura de José por su Hijo Jesús. 

            Jesús va a la sinagoga con su padre. Jesús ora en familia con José y María. La vida de José es una vida de oración y trabajo, de hogar y de amor, de austeridad y pobreza, pero de alegría inmensa como consecuencia de la profundidad de su vida interior y de saberse entregado por completo al primer hogar cristiano, semilla de la Iglesia, de la cual es también Patrono. "Proteged a la Iglesia Santa de Dios, la preciosa herencia de Jesucristo".

            "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos  angustiados". La palabra padre en labios de María, tiene una significación plena en el orden  espiritual, moral y afectivo. Le da la preferencia a José. Le honra, le pone delante. Ni en el  orden ontológico ni el de la santidad le corresponde esa preferencia, pero sí en el orden jurídico familiar y social. "Nos has tratado así". Señala la unión de corazones; es verdadero  esposo de María y está unido a ella en el dolor. Porque hay unión de corazones, sufren juntos por la pérdida y separación de Jesús. Cuando perdemos a Jesús, sufrimos.

            Me diréis  que hay muchas personas que están apartadas de Dios y no sufren por ello. Sí que sufren,  aunque no se dan cuenta. Puede uno no darse cuenta de que está bebiendo veneno, pero  se envenena si darse cuenta. Cuando se quebrantan los mandamientos se produce un  desequilibrio, un desquiciamiento de la persona. Se da la esquizofrenia, que consiste en la  disociación del deber y del hacer. Los mandatos de Dios no son arbitrarios. El sabe lo que nos conviene y lo que nos daña. Por eso manda lo que nos conviene y prohibe lo que nos daña. La ausencia, la pérdida de Jesús causa dolor, angustia: "Te buscábamos  angustiados".

            El amor espiritual es más fuerte que el natural. "Los amores de la tierra le  tienen usurpado el nombre" al amor, dice Santa Teresa. "El que ama con amor espiritual,  dice San Juan de Avila, necesitaría dos corazones: uno de carne para amar; otro de hierro para recibir los golpes por la pérdida de los hijos espirituales". ¿Por qué nos has tratado  así, a los dos? Unidos en la misma duda. Y unidos en la misma acción: "Te buscábamos  angustiados". José y María, como Abraham, tienen que recibir la herida dolorosísima de la  separación del hijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". ¿Qué dice? ¿Qué lenguaje es éste? Este Jesús no es el Jesús que ellos  conocían. Jesús ha marcado una línea de separación. Se les exige el desprendimiento total. 

            La noche del espíritu, que María vivirá en el Calvario, se le adelanta a José en este momento. La colaboración de José a la redención alcanza en este momento un nuevo dolor. Y así fue en toda su vida. En el viaje a Belén, en la noche del Nacimiento, en el día de la presentación en el Templo, en la huída a Egipto, ante la profecía de Simeón, en Nazaret, en  el Templo con los Doctores.

            Cuando ya no era tan necesario, por ser Jesús adulto y capaz de proteger a su madre, José, asistido por Jesús y por María, murió. Por eso, por el consuelo que tuvo al morir en brazos de su hijo y de su esposa, es el patrono de los agonizantes. Jesús, José y María, asistidnos en nuestra última agonía. 

            Santa Teresa experimentó la eficacia de la intercesión de San José y "se hizo  promotora de su devoción en la cristiandad occidental" y, principalmente, quiere que lo tomemos como maestro de oración. José, padre de Jesús, que entregó al Redentor su juventud, su castidad limpia, su  santidad y su silencio y su acción, puede hacer suyo el Salmo 88: "El me invocará: Tú eres  mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora". 

            Pensemos en el reino eterno y feliz de David, y en la fe de Abraham, nuestros padres en la fe, con quienes entronca San José, que nos bendice con su Hijo. Y pidámosle que nos enseñe a orar, que nos conceda un trato cariñoso con Jesús y con el Jesús que está escondido en cada hermano y que cuide de nuestra fe y de nuestras virtudes, como cuidó de la vida de su Hijo, Jesús, del cual estuvo tan próximo como lo vamos a estar nosotros en seguida en la comunión.

Jesús Martí

XVIII

            En la cuestión 29 de la 3ª parte de la Suma Teológica trata santo Tomás de San José y afirma, siguiendo a San Agustín y a san Ambrosio, que entre María y José hubo verdadero matrimonio, También oye al Crisóstomo y a san Jerónimo. La doctrina más reciente sobre  San José es la de Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica "Redemptoris Custos", de 15  de agosto 1989.

            Hace derivar el Papa toda la grandeza de san José del evangelio de Mt 1,20: "José, hijo  de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José.

            José es esposo de María y padre virginal de Jesús. La intimidad de José con María y con Jesús, es causa de que José viva envuelto en sacramento permanente de Dios; si pues vive con el autor de la gracia y con la llena de gracia, ¿hasta dónde alcanzará la gracia, al que, habiendo sido elegido para esposo y padre de las dos criaturas más amadas del Padre celeste, debe también haber recibido los dones que eran requeridos por esa misión delicada y excelsa?

            Los teólogos han tardado muchos siglos en caer en la cuenta de la figura ingente de san José. Absorbidos y preocupados por sus estudios trinitarios, cristológicos y mariológicos, apenas repararon en el papel excepcional del humilde carpintero de Nazaret. Escribe  Marceliano Llamera en el prólogo a la "Teología de san José" de su hermano Bonifacio:

"Nunca las intuiciones cordiales han llevado tanta delantera a la teología como en el caso  de san José. La especulación católica, entretenida con Jesús y María, tardó mucho en  reparar en el humilde Patriarca. Era ya el siglo XVI, y en los conventitos teresianos se sabía  más de san José que en las aulas de Salamanca y de Alcalá. Santa Teresa sabía más de san José que Báñez. Pero, al fin, ha de ser Báñez quien dé la razón a santa Teresa para que se reconozca que la tiene. Una vez pregunté a una viejecita excepcionalmente devota  del santo Patriarca por qué lo era tanto, y me contestó: ¿No ve usted que lleva al Niño en  sus brazos?".

            San José cooperó a la constitución del orden hipostático de modo verdadero y singular, aunque extrínseco, moral y mediato; y su cooperación a la conservación de la unión hipostática, fue directa, inmediata y necesaria. Y pertenece al orden de la unión hipostática no físicamente como la Madre de Dios, pero sí moral y jurídicamente, afirma Bover.

            Graciosa y plásticamente, el fecundo autor de las alegorías, san Francisco de Sales, comenta: Si una paloma deja caer un dátil en el jardín de san José, y nace una palmera, ¿acaso ésta no pertenece a san José, cuyo es el jardín? El Redentor es realmente de su  padre virginal por derecho de accesión.

            Es doctrina del Angélico que cuanto más una cosa se aproxima a la causa que la ha producido, más participa de su influencia. Ninguna criatura, excepto Jesús y María, se ha aproximado más a Dios que San José, por su predestinación a esposo de María y Padre virginal de Jesús. Consiguientemente, la santidad de san José excede a la de todas las criaturas humanas y angélicas.

            Admirables debieron de ser las virtudes escondidas del  padre de Jesús, la humildad y la obediencia: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo que ella ha concebido es obra del Espíritu Santo" (Mt  1,20). Y "José hizo lo que el ángel le había mandado y tomó consigo a su mujer" (Ib 24). La tomó con todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo, que llegaría al mundo  por obra del Espíritu Santo.

            Admirable disponibilidad, y entrega absoluta al designio divino, que pide el servicio de su paternidad, para que, como en el principio de la humanidad, exista, ante la humanidad nueva, también una pareja, que constituya el vértice desde el cual se difunda la santidad a toda la tierra. "Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor  correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3,15) (RC 8).

            Indescriptible nos resulta a los humanos la manifestación del amor y la ternura, la  atención y la constante solicitud afectuosa de José con aquellas criaturas inefablemente  amadas. Misterios de la Circuncisión, con José cumpliendo su derecho y su deber de padre, "le pondrás por nombre Jesús"; de la presentación en el templo: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de El" (Lc 2,30); de la huida a Egipto: "Toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto"; de Jesús en el templo: "Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48). En realidad así se pensaba: "Jesús era, según se creía, hijo de José" Lc 3,23). Y el misterio de la vida oculta de Nazaret, donde José ve crecer al Niño en edad, en sabiduría y en gracia.

            El misterio del cuidado de Jesús, criarle, alimentarle, trabajar para él, vestirle y educarle. Y viendo cómo ese niño, que es su hijo, que es su Dios, y cómo su esposa, más santa que él, le obedecen a él y se le confían, y oran juntos, y juntos van a la sinagoga, y juntos pasean y se distraen y juntos trabajan. Y juntos aman, y juntos viven y juntos redimen al mundo. ¡Qué maravilla y cuánto amor!

            Juan Pablo II, en la "Redemptoris Custos", al señalar el clima de profunda contemplación en que vivía San José, dice: "Esto explica por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a San José en la cristiandad occidental"(25).

Jesús Martí

XIX

            Igual que María recibió una anunciación por la cual se le notificaba que iba a ser Madre de Dios, también José tuvo su anunciación en la que se le anunciaba que iba a ser el padre legal del Hijo de Dios, e hijo de María, su esposa, a quienes tendrá que cuidar, alimentar, proteger, defender, convivir y acompañar. En el momento más amargo de su vida, cuando está dispuesto a dejar a María al verla encinta, le dice el ángel: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre, Jesús, porque El salvará al pueblo de sus pecados" Mateo 1,16.

            Al ser la imposición del nombre derecho del padre, el ángel está afirmando la paternidad de José. Sin esperarlo, se ve inmerso en la familia trinitaria. Como Abraham, a quien se le pidió el sacrificio de su hijo, José estaba dispuesto a dejar a su esposa María, que era como morir en vida: “Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos, y llama a la existencia lo que no existe, Abraham creyó”Romanos 4,13.

            Aunque la imaginería se empeñó equivocadamente en representarnos a un hombre anciano para dejar a salvo la virginidad de María, la realidad fue más hermosa, porque José era un joven fuerte y lleno de vida, que amaba profundamente a su novia María. Con una gran delicadeza y ternura, y con gran sentido de responsabilidad, acató por la fe los caminos de Dios.

            El anuncio de su vocación le causó una alegría inmensa. Y comprendió la gran confianza que depositaba el Padre al elegirlo padre de su Hijo, asociándolo al orden hipostático, y se entregó totalmente a la misión que le confiaba y pondrá todas sus fuerzas al servicio de Jesús y de María. Trabajará y sufrirá, pero también gozará. Recibirá las humillaciones de Belén, cuando no le quieran dar posada, y sufrirá más por María y el Niño que viene, que por él. Buscará la gruta para que María pueda dar a luz. La limpiará, buscará la comida, leña para el fuego y luz para iluminar la cueva oscura. 

            El será el primero en ver al Hijo de Dios, Niño recién nacido; en oir sus llantos. Su noble y sensible corazón se sobrecogerá contemplando la pobreza con que viene al mundo el Hijo de Dios y su hijo. Jesús, como todos los niños, tiene que aprender a caminar, a hablar, a leer, a recitar los textos de la Escritura, el “Schema, Israel”, fijándose en los ojos de su padre. Y después, Egipto. Como Abraham: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre”.

            Huída rápida para salvar al Niño. Tiene que exiliarse. País desconocido, lengua extraña, tierra idólatra, sin medios, buscando el modo de ganar la vida. Muere Herodes. Y el ángel le anuncia que ha muerto el que quería matar al Niño. Y vuelta a su tierra. Pero al enterarse que en Judea reinaba Arquelao, hijo de Herodes, creyó que estaría más seguro en Galilea, y se encaminó a Nazaret. Siempre peregrinando y sin ninguna comodidad.

            Ve crecer al Niño. Ya se lo lleva al taller. Le enseña a manejar las herramientas. A cortar los troncos, a trabajar la madera. A coger el martillo. Hace puertas, ensambla yugos y arados, pule taburetes y encaja ventanas. También trabaja la huerta, y está al servicio de todos, y a veces tiene que discutir su jornal. Es pobre, pero justo. Se suda en el pequeño taller. José educa a Jesús, que va creciendo. José le va enseñando la belleza de los campos, las higueras que apuntan sus brotes en la primavera, las vides con sus pámpanos y racimos.

            Le explica la necesidad de la poda para que den racimos, le muestra las ovejas en el ganado, y las que se escapan, la belleza de los lirios del campo, la cizaña en el trigo, la semilla sembrada en la tierra, el aspecto del cielo, si rojo, o azul. El peligro de la tormenta, la gallina y los polluelos. Lo que después improvisará en sus parábolas y predicación, se lo enseñó su padre. “Les estaba sujeto”. Es decir, no hacía nada sin contar con sus padres. Con deferencia respetuosa, con sencillez y docilidad. Jesús ama a su padre. ¡Y cómo ama José a Jesús! "Por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús", escribió el Papa León XIII, expresando el inmenso cariño y ternura de José por su Hijo Jesús. 

            Jesús va a la sinagoga cogido de la mano de su padre. Jesús ora en familia con José y María. Dice de su padre Santa Teresa del Niño Jesús, que bastaba verle rezar para saber cómo rezan los santos. ¡Qué sería ver rezar a José, el más santo de los santos! La vida de José es una vida de oración y de trabajo, de hogar y de amor, de austeridad y de pobreza, pero de alegría inmensa como consecuencia de la profundidad de su vida interior y de saberse entregado por completo al primer hogar cristiano, semilla de la Iglesia, de la cual es también Patrono. "Proteged a la Iglesia Santa de Dios, la preciosa herencia de Jesucristo". El Papa Sixto IV decretó en 1480 la fiesta de San José.

            "Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús tuvo doce años, subieron a la fiesta según la costumbre" Lucas 2,41. La caravana ha partido de la fuente de Nazaret y su alma de niño ha comenzado a estremecerse al comenzar el viaje. Un muchacho en Oriente, a su edad, es tan maduro como uno de 16 ó 20 en Occidente.

            Los caminos de Jerusalén estaban atestados de gente, que caminaba a pie, o a caballo de asnos y de camellos. El polvo subía al aire y se esparcía por los campos, por los olivos verdes, por las alquerías cúbicas. La gente cantaba salmos. Al borde de los caminos los comerciantes vendían frutas y pan. En las alforjas sonaban los timbales y los platillos. En una de esas caravanas va Jesús de 12 años. A los 13 quedará constituido miembro de pleno derecho del pueblo sacerdotal. 

            Nunca un niño se ha parecido tanto a su madre. Cuanto más iba creciendo, más se le parecía. Cuando sea un adulto, toda su naturaleza humana reflejada en su cuerpo, en actitudes, biológicas y espirituales, será el puro espejo de su Madre. Sólo su cuerpo, sus cromosomas y genes, son los que han formado aquella naturaleza bella y armoniosa que era el propio retrato de su Madre. Sus mismos ojos profundos, sus mismas manos. Sus gestos idénticos. Jesús observa con mirada penetrante. Jerusalén es una ciudad en fiestas. Cuando Jesús entra en el Templo, donde habita su Padre, y ve que la sangre de los corderos viene corriendo desde el altar de los holocaustos, experimenta una inmensa emoción. Aquellos miles de corderos degollados, le representan a él.

            ¡Qué momento más intenso! Nunca en la historia un muchacho ha sentido una conmoción como la suya. María, que conocía como nadie la intimidad de su hijo, le observaba, extasiado en Dios, su Padre, su Vida, su Amor. A las tres de la tarde comenzó el sacrificio vespertino.

            A Jesús le saltaba el corazón en el pecho adorable. Contemplaba por primera vez el cortejo de los once oficiantes dispuestos a sacrificar los corderos en el Templo. Vio al sacerdote avanzar con el cuchillo en la mano. Vio hundir el cuchillo en el cuello del cordero. Corría la sangre. La derramaron los sacerdotes sobre el altar. Es natural que su alma se sintiera en pleamar y quisiera ver más y saber más de aquel mundo misterioso. El amor le sube en oleadas por su ser entero. No se queda en el Templo por casualidad. Lo necesitaba su alma hambrienta. Ni sus padres habían descubierto el terremoto espiritual producido en la conciencia humana de su hijo.

            En las horas libres de aquellos días de fiesta se desplegaba en Jerusalén una vida peculiar de trabajo, penetrado de espíritu religioso. Los peregrinos, sentados delante de las puertas, remendaban las sandalias de viaje; repararaban las suelas y los tacones gastados y casi partidos por los cantos agudos y por las piedras calizas del camino. Remendaban los vestidos. Era muy oportuno un tiempo de reposo después de las largas caminatas. Se quedaban en la ciudad toda la semana de las fiestas, hasta que comenzaba el regreso de las caravanas.

            "Y cuando terminaron, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, caminaron una jornada, y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca". Miles de peregrinos van saliendo de Jerusalén, con la natural algarabía y confusión. Asnos y camellos, literas y arrieros, comerciantes y peregrinos, hombres por un lado, mujeres aparte y los niños con unos o con otros.

            Los caminos se llenaban de gente; cuando comenzaban a caminar unas caravanas se confundían con otras, hasta que se separaban en grupos. La primera jornada suele ser muy corta. Se sale después de mediodía. Hay un acuerdo previo sobre el punto de reunión, la hora de salida y el término del viaje. María y José emprendieron su regreso al hogar. A un niño de 12 años se le daba libertad de movimientos, pues al próximo año ya era responsable de sí mismo.

            Cuando se reunió la caravana en el sitio convenido para el descanso de la noche, todos se unían a sus familiares. Pero Jesús no apareció. José y María fueron de una parte a otra preguntando a parientes y conocidos, alarmándose progresivamente. ¡Nadie había visto al Niño durante todo el camino! Desolación. Tenían que volver a Jerusalén, aquella misma noche. Luna llena y caminos animados. En Jerusalén preguntaron en la casa donde habían comido el cordero pascual, entre conocidos, amigos y comerciantes.

            Cuando María veía a un muchacho se sobresaltaba su corazón. En el alma de María se ha desatado un huracán de angustia y dolor: "Una espada de dolor te atravesará el corazón". ¿A dónde te escondiste, Amado, / y me dejaste con gemido?...Como el ciervo huiste / habiéndome herido / Salí tras tí clamando / y eras ido...Después de tres días de busca y de agonía, lo encontraron por fin, en el Templo. Los rabinos que comentaban la Escritura los días festivos, ofrecían la oportunidad a los forasteros de que les escucharan en estas ocasiones. Era como un cursillo o unos Ejercicios espirituales.

            "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados" (Lc 2,41). La palabra padre en labios de María, tiene una significación plena en el orden espiritual, moral y afectivo. María le da la preferencia a José. Le honra, le pone delante. Ni en el orden ontológico ni el de la santidad le corresponde esa preferencia, pero sí en el orden jurídico familiar y social. La frase "Nos has tratado así", indica la unión de corazones; José es verdadero esposo de María y está unido a ella en el dolor. Como hay unión de corazones, sufren juntos por la pérdida y separación de Jesús. Cuando perdemos a Jesús, sufrimos.

            Me diréis que hay muchas personas que están apartadas de Dios y no sufren por ello. Sí que sufren, aunque no se dan cuenta. Puede uno no darse cuenta de que está tragando veneno, pero se envenena sin darse cuenta. Dicen que el sida puede estar latente en un organismo durante años. Cuando se quebrantan los mandamientos se produce un desequilibrio, un desquiciamiento de la persona. Se da la esquizofrenia, que consiste en la disociación del deber y del hacer.

            Los mandatos de Dios no son arbitrarios. El sabe lo que nos conviene y lo que nos daña. Por eso manda lo que nos conviene y prohibe lo que nos daña. La ausencia, la pérdida de Jesús causa dolor, angustia: "Te buscábamos angustiados". El amor espiritual es más fuerte que el natural. "Los amores de la tierra le tienen usurpado el nombre" al amor, dice Santa Teresa. "El que ama con amor espiritual, dice San Juan de Avila, necesitaría dos corazones: uno de carne para amar; otro de hierro para recibir los golpes por la pérdida de los hijos espirituales”.

            El corazón de María estaba ya desbordado de amargura cuando prorrumpe en estas palabras de queja, reprensión cariñosa y respetuosa. ¿Por qué nos has tratado así, a los dos? Unidos en la misma duda. Y unidos en la misma acción: "Te buscábamos angustiados". José y María, como Abraham, tienen que recibir la herida dolorosísima de la separación del hijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". ¿Qué dice? ¿Qué lenguaje es éste? Este Jesús no es el Jesús que ellos conocían. Jesús ha marcado una línea clara de separación. Se les exige el desprendimiento total.

            La noche del espíritu, que María vivirá en el Calvario, se le adelanta a José en este momento. La colaboración de José a la Redención alcanza ahora mismo un nuevo dolor. Y así fue en toda su vida. En el viaje a Belén, en la noche del Nacimiento, en el día de la presentación en el Templo, en la huída a Egipto, ante la profecía de Simeón, en Nazaret, en el Templo con los Doctores.

            Cuando ya no era tan necesario, por ser Jesús adulto y capaz de proteger a su madre, José, se sintió cansado con un cansancio que hastaa entonces no conocía, agotada su vida en el taller, sintió frío y Jesús y María, alarmados y llenos de pena, corrieron a su lado y asistido por, ellos cuidadosamente y con inmenso cariño, murió en la paz de Dios.

            Jesús, que lloró con tanta emoción ante el sepulcro de Lázaro, ¿cómo lloraría al morir su padre, a quien tanto amaba? Y las lágrimas de su esposa María, se unieron a las de su Hijo, porque se les iba el esposo y el padre, compañero de la peregrinación. Por eso, por el consuelo que tuvo al morir en brazos de su hijo y de su esposa, es el patrono de los agonizantes. Jesús, José y María, asistidnos en nuestra última agonía. Vio la siembra y supo que se acercaba la cosecha, que no pudo ver.

Jesús Martí

XX

            Las lecturas de hoy quieren destacar que la realización del plan divino de salvación discurre por el cauce de la historia humana a través, a veces, de figuras señeras como Abraham, Moisés, David, Isaías, Pablo; o de hombres sencillos como el humilde carpintero de Nazaret. Lo que importa ante Dios es la fe y el amor con que cada cual teje el tapiz de su vida en la urdimbre de sus ocupaciones normales y corrientes. Dios no nos preguntará si hicimos grandes obras, sino si hicimos bien y con amor la tarea que debíamos hacer.

            El evangelio apenas si nos dice nada de san José. Poquísimo nos dice de su vida, y nada de su muerte, que debió de ocurrir en Nazaret poco antes de la vida pública de Jesús. Sólo Mateo escribe de José una lacónica frase que resume su santidad: era un hombre justo. Acostumbrados a tanto superlativo, esta palabra tan corta nos dice muy poco a nosotros, tan barrocos.

            Pero a un israelita decía mucho. La palabra "justo” ciñe como una aureola el nombre de José como los nombres de Abel (He 11,4), de Noé (Gn 6,9), de Tobías (Tb 7,6), de Zacarías e Isabel (Le 1,6), de Juan Bautista (Mc 6,20),y del mismo Jesús (Lc 23,47). “Justo”, en lenguaje bíblico, designa al hombre bueno en quien Dios se complace. El Salmo 91,13 dice que “el justo florece como la palmera”. La esbelta y elegante palmera, tan común en Oriente, es una bella imagen de la misión de san José. Así como la palmera ofrece al beduino su sombra protectora y sus dátiles, así se alza san José en la santa casa de Nazaret ofreciendo amparo y sustento a sus dos amores: Jesús y María.

            La santidad de José consiste en la heroicidad del monótono quehacer diario. Sin llamar la atención, cumplió el programa de quien es "justo” con Dios mediante el fiel cumplimiento de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad; y con el prójimo por medio de su apertura constante al servicio de los demás. Como se construye la casa ladrillo a ladrillo, el edificio de la santidad se va realizando minuto a minuto, haciendo lo que Dios quiere. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de Cristo, no es necesario hacer "grandes cosas", sino practicar las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI).

            José es el santo del silencio. Hay un silencio de apocamiento, de complejo, de timidez. Hay también un silencio despectivo, de orgullo resentido. El silencio de José es el silencio respetuoso que escucha a los demás, que mide prudentemente sus palabras. Es el silencio necesario para encauzar la vida hacia dentro, para meditar y conocer la voluntad de Dios. José es el santo que trabaja y ora. Trabajar bajo la mirada de Dios no estorba la tarea, sino que ayuda a hacerla con mayor perfección. Mientras manejaba la garlopa y la sierra, su corazón estaba unido a Dios, que tan cerca tenía en su mismo taller. Una mujer santa decía a sus compañeras de fábrica: "las manos en el trabajo, y el corazón en Dios”.

            El humilde carpintero de Nazaret fue proclamado por Pío IX Patrono de la Iglesia universal, y Custodio del Redentor por Juan Pablo II. Es muy coherente que el cabeza de la Sagrada Familia sea el Protector y el Custodio de la Iglesia, la gran familia de Dios extendida por toda la tierra.

            Al celebrar la Pascua, pensemos en el reino eterno y feliz de David, y en la fe de Abraham, nuestros padres en la fe, con quienes entronca San José, que nos bendice con su Hijo. Y pidámosle que nos enseñe a orar, que nos conceda un trato cariñoso con Jesús y con el Jesús que está escondido en cada hermano y que cuide de nuestra fe y de nuestras virtudes, como cuidó de la vida de su Hijo, Jesús, del cual estuvo tan próximo como lo vamos a estar nosotros en seguida en la comunión.

            Santa Teresa experimentó la eficacia de la intercesión de San José y "se hizo promotora de su devoción en la cristiandad occidental" y, principalmente, quiere que lo tomemos como maestro de oración. José, padre de Jesús, que entregó al Redentor su juventud, su castidad limpia, su santidad, su silencio y su acción, puede hacer suyo el Salmo 88: "El me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".

            San José nos enseña que lo importante no es realizar grandes cosas, sino hacer bien la tarea que corresponde a cada uno. "Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor" (Santa Teresa del Niño Jesús. La grandeza de san José reside en la sencillez de su vida: la vida de un obrero manual de una pequeña aldea de Galilea que gana el sustento para sí y los suyos con el esfuerzo de cada día; la vida de un hombre que, con su ejemplaridad y su amor abnegado, presidió una familia en la que el Mesías crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres (Lc 2,52).

            No consta que san José hiciera nada extraordinario, pero sí sabemos que fue un eslabón fundamental en la historia de la salvación de la humanidad.

Jesús Martí

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EQUIPO DE LITURGIA DE MERCABÁ

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 Act: 01/03/21       @año de san josé            E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A